El fantasma de la guerra social es lento en desperezarse. Pero va llegando. De la periferia musulmana y eslava se acerca al corazón de Europa. Las imágenes a su paso se repiten: choques de manifestantes y policías, contenedores y barricadas en llamas, violencia, cargas, carreras, destellos de luces azules, coktails Molotov, pelotas de goma, gases. Se producen por sorpresa, sin planificación, en donde menos y cuando menos se espera. Son estallidos que generalmente toman a las autoridades por sorpresa. La reacción de estas suele ser la misma: mantener el orden público como sea. Pero eso no es tan fácil como cuando se trata de manifestaciones previstas y convocadas por organizaciones responsables con las cuales puede negociarse. Aquí, con estos estallidos espontáneos de rabia y violencia, anónimos, sin nadie al mando con quien parlamentar, sin un centro de imputación de responsabilidad, solo queda repartir leña, piensa la autoridad. Y recibirla, responden los enragés, vecinos, manifestantes. Y eso ya no es un panorama tan grato.
Son las ciudades, como siempre, los lugares de estas nuevas formas insurreccionales que, según se ve, tienen un efecto contagioso. Las redes, por donde las noticias de los disturbios de Hamburgo corrieron como la pólvora, ya criticaban que hubiera una especie de conspiración del silencio de los medios comerciales sobre la ciudad hanseática, tradicional bastión de la izquierda. Si los acontecimientos fueran en Caracas, se comentaba, abrirían todos los telediarios. Como es Hamburgo, silencio. Pero no en las redes. Hamburgo tenía varios #hashtags en Twitter. Sospecho que muchos de los que salieron ayer a la calle en Burgos y Melilla habían visto las imágenes de la batalla campal en la llamada Gefahrengebiet (o "zona de riesgo") como ámbito de exclusión que la prensa calificó de "estado de excepción" parcial. Incluso las imágenes falsas, porque en las redes lo real y lo falso se mezclan que es un placer. Por cierto, los manifestantes han reconquistado la zona de riesgo, al menos según Twitter.
En Burgos, cientos de vecinos del barrio del Gamonal se han amotinado y enfrentado a los antidisturbios. Otra batalla urbana. Se oponen aquellos a un plan de ordenación municipal. Quizá la oposición parecerá a algunos excesiva y sin duda habrá quienes suelten discursos sobre la necesidad de respetar los cauces legales. Pero es comprensible en un país cuyas autoridades de todos los rangos carecen de crédito; un país tan anegado en la corrupción que detrás de toda decisión pública se sospecha una corruptela, un nuevo expolio, otra malversación. Y eso mientras la gente ve que se desatienden las necesidades más elementales.
En Melilla, el estallido está, al parecer, relacionado con el reparto de empleos municipales estacionales entre la población de barrios marginales, musulmanes, como la Cañada. Algo que huele a caciquismo que apesta. A compraventa de votos. Pero por la especial naturaleza de la plaza, tiene un carácter particularmente conflictivo. Melilla es el último bastión iconográfico del franquismo. Además de una estatuta al dictador, erigida en 1977, después de su muerte, la ciudad blasona de multitud de alegorías del llamado Movimiento Nacional. Ese carácter delicado se ha visto al saberse que en su día el Rey negoció a las escondidas con el embajador británico Gibraltar por tranquilidad en Melilla.
Suele plantearse la cuestión, sobre todo en las redes, de cómo es que, dadas las circunstancias, no hay una revolución o, cuando menos, una revuelta. Cómo no una insurrección. Hasta dónde va a aguantar la gente. El gobierno, que entró hace dos años arramblando con todo gracias a su mayoría absoluta, tiene soliviantado a todo el mundo, por clases sociales, por sexos, por sectores profesionales, por territorios nacionalistas y, últimamente, por ciudades. Es tal su ineptitud política que ha conseguido soliviantar a su propio partido con ese proyecto de ley contra las mujeres que nadie en su sano juicio puede defender.
Para hoy convocan en Bilbao los partidos nacionalistas una manifestación por los derechos humanos. Es la respuesta a la prohibición de la manifestación en favor de los presos previamente convocada. La Asociación de Víctimas del Terrorismo ha pedido también la prohibición de la segunda convocatoria. Parece que la manifestación se celebrará en un clima de especial tensión, alimentada por esa escenificación de un caso Faisán bis pero con ribetes berlanguianos, incluso estilo Gila. Esa segunda nota de prensa del ministerio del Interior que dejaba sin efecto el contenido de la nota anterior informando de unos registros, unas detenciones y unas incautaciones que aún no se habían producido, parece un ejercicio de literatura surrealista o, más todavía, del teatro del absurdo.
La fabulosa ineptitud del gobierno propicia el escenario que quiere evitar, la celebración de la famosa consulta catalana. Los socios europeos afirman que la cuestión es un "asunto interno" español y el gobierno se siente respaldado, sin entender lo obvio: que esa declaración es ambigua y puede dar por supuesta la celebración de la consulta, un referéndum. La dan ya también por supuesta algunos medios internacionales. La da el mismo gobierno, repartiendo prontuarios entre los embajadores para que defiendan la unidad nacional in partibus.
La pregunta es: ¿quién dijo a esta gente que podía gobernar un país?
(La primera imagen es una foto de Mietenwahnsinn.de, en Twitter. La segunda, una de Canal54Burgos, en Twitter. La tercera una de Informática CGT, en Twitter).