diumenge, 12 de gener del 2014

¿A qué espera el PSOE?

Se cumple una vez más la sabiduría convencional de que en España las elecciones no las gana la oposición sino que las pierde el gobierno. Este en concreto no ha podido hacerlo peor y si hubiera podido, lo habría hecho. Tal es el resultado de una acumulación de dislates producida por un error de juicio patente. La mayoría absoluta que obtuvo en noviembre de 2011 (en realidad debida al desastre del segundo gobierno de Zapatero) le hizo confiar en que la gente tragaría con todo: un gabinete repleto de incompetentes, algunos de los cuales, además, sospechosos de corrupción, empezando por su presidente; una forma de gobernar autoritaria, casi despótica, por decreto; un desprecio sistemático a la opinión pública a la que se niega todo tipo de explicaciones; unas medidas duras de ajuste que reducen ingresos de los más desfavorecidos, incluidos los pensionistas, recortan derechos de todos, desmantelan el Estado del bienestar; unas leyes clasistas, arrogantes, ideológicas, represivas y totalitarias; una invasión del ámbito privado de los ciudadanos en nombre de unas convicciones defendidas por la jerarquía eclesiástica y un puñado de sectarios y fanáticos; unas medidas en política territorial (por decirlo de algún modo), innecesariamente provocadoras y siempre disparatadas que ha puesto la cuestión nacional española en un punto explosivo.

En dos años, Rajoy ha perdido doce puntos en intención de voto, y durante estos dos años la cantidad de quienes desaprueban su gestión no ha bajado del 75%. Enfrente el PSOE ha ganado casi cinco puntos, pero la valoración de su dirigente, es de suponer, sigue estando por debajo de la de su antagonista. A día de hoy, el PP perdería las elecciones frente a los socialistas por una diferencia mínima, de 1,5 puntos.

Mucha gente se preguntaba en España qué había de pasar para que la población reaccionara. Fuere lo que fuere, parece haber pasado. La corrupción ocupa ya el segundo lugar en la preocupación colectiva, por detrás del paro. Y la corrupción está mayoritariamente (pues otros también participan) identificada con el gobierno y su partido. Y los dos últimos proyectos de ley, las popularmente conocidas como Ley Mordaza y Ley contra las mujeres han hecho explotar la marmita. El intento de legislar imponiendo a la sociedad las convicciones personales del ministro, el obispo Rouco Varela y un puñado más de fanáticos y de hacerlo en un contexto de orden público autoritario, represivo, dirigido a acallar las protestas, ha acabado soliviantando a la gente. El gobierno es un desastre, un prodigio de ineptitud, con episodios burlescos y la Casa Real no le ha ido a la zaga, cosa que suscita aun más animadversión popular.

La última comparecencia pública del año pasado (y única en persona física) de Rajoy no sirvió ya para nada. Su propósito de poner de relieve exclusivamente la acción del gobierno contra la crisis y sus admirables éxitos a base de balbucear cifras y datos generalmente amañados, no da fruto. Es contraproducente. Nadie le otorga crédito. Como nadie se lo otorga a ese argumentario puesto en circulación por el PP para las elecciones europeas de mayo en el que se relatan las conquistas del gobierno, entre otras, detener los desahucios, subir las pensiones, reducir el paro... en fin una sarta de mentiras descaradas.

En esas circunstancias, ¿qué hace el PSOE? De momento, sacar 1,5 puntos al PP en intención de voto. A la vista del desastre del gobierno eso es otro desastre. La obligación de la oposición era estar mucho más distanciada. 1,5 puntos es una diferencia muy débil, que puede convertirse en 0 o incluso en 1,5 negativos a las primeras de cambio. Esos 1,5 puntos, en realidad, son un regalo del PP. El PSOE no ha hecho nada por ganarlos.

¿O sí? Quizá la táctica del PSOE consista precisamente en no hacer nada y dejar que el PP se hunda en el marasmo de su incompetencia y autoritarismo. No es una actitud muy gallarda en un partido del que se esperan proyectos alternativos pero se quiere justificar por razones de prudencia. En efecto, estando en juego cuestiones consideradas fundamentales en el Estado, constituyentes de hecho, como son su organización territorial y su forma política, presentar proyectos alternativos es difícil y muy arriesgado. No es fácil para un secretario general que lleva veinticinco años identificado con un sistema institucional, imaginarle una alternativa. Es imposible. Por eso, lo más sensato es quedarse quieto, callado, low profile. A medida que la gente vaya hartándose de los dislates del gobierno irá volviendo la mirada a la alternativa, consistente en no ofrecer ninguna sino el mantenimiento del apacible orden anterior a la tremolina organizada por la derecha. El PSOE como partido de orden, dinástico, digno de confianza, enemigo de las aventuras, pero favorable a los cambios que restituyan a las gente en sus derechos y los blinden constitucionalmente. Para esto bastan unos confusos enunciados que no comprometan a nada, bien por no estar claros o por depender del acuerdo de otras fuerzas políticas, incluido el PP, por ejemplo, en el caso de la reforma constitucional. El resultado de esta actitud es una diferencia de 1,5 puntos, ya se ha visto. Nada nos garantiza, no ya que aumente sino que no disminuya en los dos proximos años.

Porque inevitablemente el PSOE habrá de concurrir a las elecciones con un programa positivo y concreto. Y eso no se improvisa. Ni se hereda. Ignoro si Rubalcaba pretende presentarse candidato a la presidencia del gobierno y no me parece asunto interesante, si bien él mismo debiera plantearse hasta qué punto le es lícito mantener a los demás en vilo. Y no me lo parece porque lo que sí es evidente es la intención del secretario general de que, sea quien sea el candidato a la presidencia, haya de serlo con su programa, con su idea de España en el aspecto territorial/nacional y su idea de España como monarquía.

El PSOE ya ha incumplido una de las dos tareas de la oposición, la de ser eso, oposición; estaría bien que no incumpliera la otra, ser alternativa de gobierno. La dirección actual tiene que convocar y celebrar las primarias cuanto antes. Para que los socialistas consigan una imagen, un rostro y un liderazgo que tendrá un carácter o tendrá otro pero deberá ser propio. Al personal le fastidia sobremanera votar muñecos teledirigidos o testaferros políticos.

Es legítimo que el PSOE quiera ganar las elecciones y por mayoría absoluta. Pero es también muy improbable. Proyectando los datos de hoy, el parlamento que salga de las elecciones de 2015 será más fraccionado y quizá sea inevitable un gobierno de coalición. De qué signo y, sobre todo, para qué son las preguntas a las que el PSOE debería estar buscando respuestas. Para estas y para muchas otras que agobian a una ciudadanía necesitada de remedios pero muy escarmentada de engaños.

Ya debería estar en campaña electoral y no solo por las europeas, sino por las generales del año que viene. Pero con otro líder, por favor.