No sé qué decir. Todas las palabras me parecen hueras. Siento una mezcla de indignación, vergüenza y consternación. Tengo claro que es un problema muy complejo en el que se mezclan tantos factores de todo orden que las soluciones propuestas (y todas serán siempre pocas) se me antojan intentos de vaciar el mar a cucharadas. Basta ver lo que ha ocurrido hace unas fechas en Colonia, Alemania, para darse cuenta de las dimensiones de la cuestión. Es el ordenamiento jurídico, dicen unos. Y el sistema educativo, dicen otras. Es la tradición, sostienen las de aquí. Es la religión, apuntan los de allá. No, está en el lenguaje, en la tradición. Es agresividad innata según estos. Ni hablar, es la cultura de la competitividad según aquellas. Es el capitalismo, es el comunismo, es el salafismo. Es la estructura social patriarcal, la ruptura de la emancipación creciente de las mujeres o su sumisa aceptación de la falocracia y el patriarcado.
En realidad es todo eso y mucho más. Y las soluciones todas insuficientes, parciales. Las autoridades sienten que están en la obligación de hacer como si hicieran algo, y andan hablando de un pacto de Estado contra la violencia machista, cosa tan etérea como inútil pues seguro que ni siquiera se pondrán de acuerdo en llamar "machista" a este violencia. ¿No había una ministra del PP, sin par lumbrera, que quería llamarla "violencia en el ámbito doméstico"?
Aprovechemos la estupidez de esta propuesta para una reflexión complementaria. Confieso no tener ideas nuevas positivas para acabar con esta monstruosidad y, por lo tanto, apoyo todas, absolutamente todas las que se tomen a ese fin. Pero sí se me ocurre que, si no somos capaces de arradicar el mal, por lo menos no debiéramos ampararlo, justificarlo o fomentarlo. Hablar de "violencia en el ámbito doméstico" es ser cómplice del feminicidio, como lo es reírse de la "corrección política", relativizar la agresividad de todos los comportamientos machistas en la sociedad, desde el piropo al maltrato, dar pábulo a las mentiras de las falsas denuncias, reír las gracias de los imbéciles que hablan de feminazis, tolerar los chistes degradantes para las mujeres o no protestar y luchar con ellas siempre en defensa de sus derechos. Cada vez que callamos por temor o conveniencia ante cualquier atropello, somos cómplices de feminicidio y menoscabamos nuestra dignidad de seres humanos.