Cuando me decidí a abrir este blog no lo dudé un instante: su nombre sería Palinuro. Un amigo me preguntó si era una referencia al Palinuro de México, de Fernando del Paso. Y no, no lo era. Encuentro el novelón de Del Paso francamente estomagante, aunque imagino que tiene un mérito extraordinario, descomunal, como el gigante quijotesco que es.
Palinuro evocaba y evoca en mí muy distintas y preciosas asociaciones. La primera de todas, la obvia, es el piloto de la nave que lleva a los troyanos supervivientes, especialmente Eneas, hijo de Venus, a cumplir su destino de fundar un imperio y volver al cabo de los siglos a vengar la destrucción de Ilión subyugando a los griegos. Un piloto, un kybernetes. Pero uno que es objeto de sacrificio ya que su muerte antes de llegar a Italia es el que Neptuno exige para franquear el paso a los troyanos. Los dioses siempre exigen sacrificios humanos. Así que Palinuro cae por la borda y perece. Ni ve la tierra prometida, como Moisés.
Cuando Eneas baja a los infiernos se encuentra a Palinuro quien le dice que no puede cruzar el Cócito y entrar con él porque su cuerpo quedó sin enterrar. Una versión dice que la sibila Cumea le anuncia que los pescadores por fin lo sepultarán, lo cual al parecer hicieron en lo que hoy es el cabo Palinuro en la costa italiana, frente al mar Tirreno, lugar muy frecuentado por los turistas pues son famosas sus grutas marinas. Pero es una version.
Palinuro es el hombre insepulto que, como el holandés errante, vaga por el mundo sin estar en él y sin poder entrar en el reino de los muertos. Es una figura conocida en todas las civilizaciones que arrancan cuando a la gente le da por enterrar los huesos de sus antepasados rindiéndoles culto y hasta deificándolos. Palinuro es la metáfora misma del desterrado en el sentido literal del término ya que ninguna tierra puede llamar suya pues en ninguna yace. Si no se recupera su cuerpo, el hombre no está vivo ni muerto. Tampoco su alma, tómese nota. Es lo que la tradición cristiana llamaría después un "alma en pena".
Palinuro tenía que reaparecer en La divina comedia (Canto Tercero) bajo la figura de Manfred, Rey de Sicilia, cuyo cuerpo obliga la iglesia a desenterrar por haber sido excomulgado. Con esto plantea Dante el problema de la relación entre el cuerpo y el alma. El alma será más noble pero, si el cuerpo no descansa, el alma tampoco. La de su compañero Virgilio, ¿no estaba obligada a residir en un "no lugar" por no haber sido el poeta bautizado?
Y dejo aquí a Manfred, que tiene mucho peligro cuando se recuerda el de Lord Byron y sus secuelas. En realidad, mi Palinuro viene del seudónimo (Palinurus) con el que Cyril Connolly publicó en 1944 un curiosísimo libro, La tumba intranquila (The Unquiet Grave), recopilación de aforismos y textos literarios. La cuarta parte relata la historia de Palinuro, el piloto de Eneas al que el dios del sueño hizo caer por la borda del navío, convirtiéndolo así en un fantasma. La idea que Connolly tenía de sí mismo pues tal era su clarividencia.
Palinuro no está en parte alguna ni pertenece a ningún mundo. O si se quiere, tiene con la realidad el contacto que tiene el género Palinurus, artrópodos crustáceos más conocidos como langostas, en especial ese soberano ejemplar llamado palinurus elephas.
(No sé de dónde he sacado la primera imagen pero es una ilustración prerrenacentista, probablemente de la Eneida. La segunda es un grabado de Ernst Haeckel que está en el dominio público.)