Última ópera de la temporada de la Compañía Lírica del Mediterráneo en el teatro Compac de Madrid, que cierra con la Madama Butterfly de Giacomo Puccini. Lleno completo. Más que con La Traviata, lo cual, en efecto, se agradece porque anima mucho a los intérpretes, que se superan; pero tiene el inconveniente de que aumenta el ruido. Es insufrible esa maldita manía de los españoles de ir a carraspear y toser a la ópera, los conciertos o el teatro. Solo los superan los ingleses, más carraspeantes que los hispanos.
Madama Butterfly es una ópera clásica tardía, ya del siglo XX (estrenada en 1904) que abandona el gusto por los temas históricos, tradicionales, mitológicos o legendarios y plantea un conflicto contemporáneo, aunque situado en el ambiente exótico del Japón. La partitura, que recoge temas muy variados, desarrolla una especie de contrapunto entre una orquesta muy presente que va trabajando in crescendo el angustioso dramatismo del amor burlado y la exquisita belleza de las arias de la soprano. Pinkerton, el tenor, da la réplica sobre todo en recitativos pero desaparece en el segundo acto y tiene una breve intervención en el tercero. Sus ausencias las compensa el bajo Sharpless, el cónsul gringo. El predominio es de voz femenina y el drama es de mujer. Pero con una tremenda carga ideológica: la de que los hombres están por encima del bien y del mal y ejercen un tiranía llamativa.
La hermosa obra de Puccini es de un machismo y un racismo estomagantes. A mediados del siglo XIX el siempre misterioso y aislado Japón se había abierto al mundo gracias a los cañones del Comodoro Perry y, a partir de entonces, los países occidentales, especialmente los Estados Unidos, trataron de hacer con él lo que estaban haciendo con la China, colonizarlo. Pinkerton, símbolo del imperio estadounidense juega con los sentimientos de la niña Butterfly (de quince años de edad). Se casa con ella, pero no tiene la menor intención de respetar el matrimonio porque, obviamente, es representante de una cultura superior que no se siente moralmente y mucho menos jurídicamente obligada por un cultura inferior. Abuso de menores, bigamia, secuestro de niño, Madama Butterfly es una ópera delictiva, por así decirlo, lo cual plantea el problema de los límites morales del arte. Ciertamente, no hay que ser fariseos y rasgarse las vestiduras con las licencias artísticas, incluso las de consecuencia morales. Pero tampoco puede el arte glorificar sin más el ataque a la dignidad de los seres humanos.
Butterfly, que nos confiesa haber sido geisha por necesidad refleja la situación en que queda la mujer que acepta las imposiciones del machismo patriarcal, destruida como víctima inocente a pesar de que se nos presenta como un espíritu delicado, sutil, noble y sincero. Pinkerton incorpora la inmoralidad de una cultura pretendidamente superior, que instrumentaliza a sus semejantes y por ello se degrada a sí mismo, apareciendo a nuestros ojos como un vacuo filisteo, incapaz de corresponder a los nobles sentimientos de Butterfly, presa de prejuicios y convencionalismos. Quiere el autor, no obstante, que, arrepentido se salve gracias a la pureza del amor de Butterfly.