Hay algo simbólico en el hecho de que Garzón vaya a ser formalmente expulsado de la carrera judicial el próximo 23-F siguiente al triunfo de la derecha en las elecciones el 20-N. Sin novedad en el frente; el orden reina en Madrid, plaza de las Salesas como ayer reinaba en la plaza de Oriente. Pero es un orden basado en una clamorosa injusticia que tiene indignada a muchísima gente dentro y fuera de nuestras fronteras. Gente que está dispuesta a movilizarse por una causa que, a su vez, considera justa.
El nuevo asunto Dreyfus/Garzón tiene dos vertientes, una jurídica y otra política estrechamente relacionadas. La jurídica llevará al juez ahora condenado en amparo ante el Tribunal Constitucional y es posible que ante el de Estrasburgo, incluso al Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, si bien este es más político que jurídico. Serán aquellas instancias las que decidan si Garzón tuvo un juicio justo o no. Entre tanto, la espada de la Justicia seguirá en alto.
La vertiente política, en cambio, está clara: el Tribunal Supremo ha expulsado de la carrera judicial al único juez que ha querido investigar los crímenes del franquismo. Que haya o no una relación real de causalidad entre el intento del juez y su castigo es aquí irrelevante. Hay una relación simbólica que tiene una enorme importancia. Garzón es hoy un valor universal que trasciende su circunstancia personal. Representa la lucha por los derechos humanos y la justicia contra las dictaduras estén en donde estén de modo eficaz, legal y legítimo. No es justo que ese valor simbólico quede anulado por una sentencia judicial que, para hacerse valer, sostiene venir de otra causa. Ese valor simbólico debe tener un reconocimiento mundial ya que en su propio país, como sucede con los profetas, no se le otorga.
Por eso, proponerlo candidato al premio Nóbel de la paz es una buena idea. Pero lleva mucho trabajo. Tengo en mi poder el folleto (lo colgaré mañana) que se editó para presentar su candidatura en 2002 en nombre de la Asociación Latinoamericana para los Derechos Humanos y la Fundación de Artistas e Intelectuales por los Pueblos Indígenas de Iberoamérica y hay que hacer un montón de cosas: constituir una comisión, recabar apoyos, pedir financiación, editar impresos, hacer la petición, traducirla a varias lenguas, en fin, moverse. Y eso sin tener la seguridad del éxito porque, al fin y al cabo, se pide el galardón para alguien condenado por un tribunal de justicia de un país democrático y que dispone de una diplomacia poderosa.
Pero si alguien tiene una idea mejor sobre cómo ayudar a un hombre que nos ha ayudado a todos, que la diga. Si no, podría empezarse ya movilizando a Avaaz y Actuable, a ver cuántos apoyos suscita la idea.