La jornada de ayer fue de las que levantan el ánimo. Al margen de la inevitable guerra de cifras, está claro que la gente hemos reaccionado, que no vamos a dejarnos avasallar así como así, que estamos dispuestos a luchar por nuestros derechos frente a quienes pretenden dejarnos sin ellos, no nos arredramos y vamos a impedir que el bloque reaccionario compuesto por la iglesia, la patronal, la derecha política con su cohorte de cargos corruptos nos hagan volver al siglo XIX en el que el trabajo era el reino de la explotación servil.
Emborrachada por unos resultados electorales del 20-N que no hubieran sido tan contundentes de no haberse producido el semihundimiento del PSOE, la derecha creía llegado el momento de desmantelar todas las conquistas políticas, sociales y laborales que se habían conseguido en los últimos años y que hacían de nuestra sociedad un lugar no perfecto pero sí aceptable para vivir. Se arrancó así por la brava suprimiendo de un plumazo la Educación para la ciudadanía, el derecho al aborto, el acceso a los contraceptivos (en cumplimiento de órdenes de la iglesia) y siguió luego con ese "decretazo" que pretende despojar a los trabajadores de sus derechos dejándolos a merced de los patronos, a tono con el programa máximo de estos.
Pero la respuesta de ayer es prueba evidente de que la sociedad no va a permitir que se instaure el oscurantismo eclesiástico ni la ley del más fuerte empresarial al amparo de un gobierno reaccionario. Ha sido una protesta tan contundente, una movilización tan masiva que eclipsó la apoteosis de Rajoy en el congreso de Sevilla y hasta los Goyas del cine español. No se lo esperaban y lo único que Rajoy ha acertado a balbucear en defensa del ataque frontal al fundamento constitucional del derecho del trabajo es que la reforma es "justa, buena y necesaria para España" cuando desde el común sentir de la ciudadanía es injusta, mala y solo conveniente para los empresarios que quedan con las manos libres para tratar a los trabajadores como siervos.
La movilización es un éxito de los sindicatos. No es de extrañar que la derecha los tenga en el punto de mira pues son los únicos que pueden darle una respuesta multitudinaria y unida. Falta ahora que los partidos, especialmente el PSOE, sepan estar a la altura de las circunstancias. Ha podido comprobar que la desmovilización de las pasadas elecciones no se refleja en apatía alguna. Al contrario, hay voluntad de lucha y orientada a la izquierda. Por tanto los socialistas tienen que liquidar su proceso de renovación interno y ponerse a la tarea de ejercer una oposición clara y de principios, hacer causa común con los sindicatos y proponer un programa claramente de izquierda socialdemócrata: separación nítida entre la iglesia y el Estado, consolidación y ampliación de la educación pública gratuita, defensa decidida de los servicios públicos, especialmente la sanidad, ampliación de la democracia, reforma del sistema electoral, política fiscal progresiva y redistributiva, políticas keynesianas y elaboración de un programa europeo de izquierda socialdemócrata. Tiene que demostrar el absurdo de que, en el momento en que se prueba que las políticas neoliberales han fracasado por segunda vez, sean las que el gobierno quiere aplicar.
Debe quedar claro que las movilizaciones de ayer son solamente el comienzo de una voluntad generalizada de parar los pies a los nuevos bárbaros. En un momento en que la mayoría absoluta del PP y su voluntad de imponerla convierte la oposición parlamentaria en un remedo de lo que debiera ser, la oposición habrá de ser extraparlamentaria y ejercerse tanto dentro como fuera de las cámaras. Y en esa doble vía debe estar el PSOE porque ello es perfectamente legítimo. Los derechos están para ejercerlos, especialmente contra quien quiere suprimirlos. La movilización debe continuar y orientarse hacia una huelga general que no se quede en un acto de un día.