Va para cinco años que comenzó la más devastadora crisis del capitalismo hasta la fecha, después de la de 1929 y, en ciertos aspectos, más que la de 1929. En estos cinco años de una crisis que bastantes economistas consideran estafa, los ricos se han hecho mucho más ricos y los pobres mucho más pobres. Todas las magnitudes económicas han evolucionado a favor de los primeros (beneficios bancarios, ganancias empresariales, dividendos societarios, rentas del capital, salarios de los directivos) y en contra de los segundos (descenso de los salarios, rebaja de las pensiones, eliminación de las prestaciones sociales, subida de impuestos, aumento del paro, postergación de la edad de jubilación) con el argumento elaborado por los centros ideológicos del capital de que la gente, la gente del común, hemos estado viviendo por encima de nuestras posibilidades. Se trata de una mentira revestida de verdad por cuanto tales posibilidades nos eran impuestas prácticamente aduciendo que ello era necesario para mantener la economía en funcionamiento según la teoría del crecimiento basado en la expansión del consumo.
Todos los gobiernos de los países afectados (en lo esencial los "desarrollados" occidentales) han abrazado las doctrinas y recetas neoliberales que piden en teoría la abstención del Estado en el funcionamiento del mercado e, incluso, la eliminación de aquel en las relaciones privadas, al tiempo que imponen en la práctica el vaciamiento de las arcas públicas en favor de los bancos privados que han sido los que provocaron la crisis en primer lugar con sus trapacerías financieras. Pero ninguno de ellos ha pagado por sus estafas si se exceptúa el caso de alguno especialmente delictivo, como el estafador Madoff.
Llegados a este punto y visto que las sociedades sometidas a este expolio no parecen reaccionar políticamente, el capital, cuya codicia es insaciable, ha aplicado una nueva vuelta de tuerca, como se vio ayer en Grecia y está viendose en los últimos días en España y también en otras partes como Portugal, Italia, etc. Su finalidad es, aparentemente, recuperar la competitividad perdida frente a las economías emergentes de la periferia capitalista, pero no aumentando la produtividad, sino la tasa de explotación de los trabajadores, eliminando los beneficios sociales y suprimiendo derechos industriales, laborales, sociales, que han costado decenios conseguir.
Es un ataque frontal del capital en contra no solamente de los trabajadores sino también de la clase media y, en general, del conjunto de la sociedad, del bien común, por cuanto las políticas restrictivas, de mermas, de recortes, dañan las inversiones en investigación y desarrollo (que es el motor del crecimiento) así como las políticas medioambientales y de búsqueda de energías alternativas y/o renovables, lo que redunda en un empeoramiento general de la calidad de vida. Resultado: más pobres, más explotados, con menos derechos, prácticamente acercándonos a las condiciones de una neoesclavitud y viviendo en sociedades más sucias, más contaminadas que ya están incidiendo en la esperanza de vida. Pero todos votando como un solo hombre a la derecha cuya hegemonía ideológica ha convencido a los pobres de que su interés es elegir a los ricos, algo que ya los griegos del tiempo de Pericles sabían que era estúpido. Claro que entonces no había medios de comunicación y adoctrinamiento, especialmente la televisión, poderosa máquina de idiotización en masa.
Es un panorama desolador por cuanto, además, no hay respuesta social digna de tal nombre, fuera de algunas llamaradas aisladas de indignación como la de ayer en Grecia. Y no hay respuesta porque no hay fuerza política en la izquierda capaz de articularla, a pesar de haber estado más de cien años preparándose para dar la alternativa en el momento en que el capitalismo se hundiera en su inevitable crisis general. Ninguna.
La izquierda de procedencia más o menos comunista, en la medida en que existe, desprestigiada hasta la médula por el hundimiento del sistema comunista, víctima de su propia incompetencia, carece de discurso propio. No se atreve a proponer el viejo programa de socialización de los medios de producción, abolición del mercado y establecimiento de una planificación centralizada porque, en tal caso, no se vota ni ella. Se ve así obligada a propugnar medidas reformistas, típicas de la denostada socialdemocracia y, para justificarse, recurre al truco de afirmar que la socialdemocracia ya no es tal y que la "autentica" socialdemocracia es ahora ella. Pero esto no pasa de ser la enésima manifestación de los embustes típicos de la propaganda comunista, lo único en lo que los comunistas han sido buenos.
Tampoco los sindicatos están en situación de ofrecer mucha resistencia al ataque del capital. Debilitados por una escasísima afiliación y contaminados por una larga práctica de cooperación con las instituciones públicas de las que en gran medida obtienen su financiación, solo conservan algún poder de negociación en el ámbito público que es hoy el más atribulado por la ofensiva del mercado. En el ámbito económico privado, con tasas de paro muy elevadas, los sindicatos carecen de margen de maniobra.
Finalmente, los partidos socialdemocrátas tradicionales se han quedado sin discurso. Su aceptación de un papel de gestores de izquierda del capitalismo redujo la posibilidad de aplicar sus políticas keynesianas al mantenimiento de un excedente susceptible de reparto con criterios de justicia social y, caso de no darse este, las dichas políticas (u otras que se propongan en su lugar) no pueden aplicarse. Se oye a veces en los círculos socialdemócratas algún propósito de "refundar el capitalismo" que tiene tanta fuerza como las míseras palabras de la ninfa Eco persiguiendo a Narciso.
Entiendo que, en esta falta generalizada de respuesta, de fibra de los cuarteles tradicionales de la izquierda, nace el todavía incipiente movimiento espontáneo que toma diversas formas según los países, el 15-M, occupywallstreet, Anonymous y, en general, las manifestaciones políticas en el ciberespacio y la política 2.0. No sabemos si estas nuevas realidades serán capaces de imponerse y abrir vías por las que pueda discurrir la hoy retenida emancipación de los seres humanos en sociedades más justas. Pero es un buen momento para averiguarlo. Estas manifestaciones vendrían a ser la acción práctica de esos nuevos sujetos de la historia que los teóricos recientes al estilo de Antonio Negri o Michael Hardt, remontándose al bendito de Benedicto Spinoza, llaman las multitudes. El sujeto revolucionario canónico, el proletariado (la clase "en sí" y "para sí"), apoyado a veces en un campesinado revolucionario más o menos fantástico, ha desaparecido por el sumidero de la historia. Y hete aquí que aparece la multitud dotada, por cierto, de un arma catalizadora nueva, internet.
Entre tanto el capital campa por sus respetos y sigue dispuesto a competir con los centros productivos mundiales al estilo de la China o la India, reduciendo la condición de los trabajadores a la de esclavos.
(La imagen es una captura de la televisión ateniense publicada por el periódico Athens News que muestra la intervención del diputado Papandreu contra un trasfondo de edificios en llamas).