"Odia el delito y compadece al delincuente". Ese profesor de inglés que se ha suicidado en Avilés tras ser detenido y acusado de tenencia de pornografía infantil, estaba, claro, desesperado. Al hombre le incautaron unos ocho millones de imágenes de contenido pedófilo y debió de pensar que sería incapaz de aguantar el rechazo, el desprecio, la inquina de sus conciudadanos al hacerse público su comportamiento. Nuestra sociedad tiene una actitud cristiana ante las relaciones eróticas entre adultos y adolescentes y no digamos ya niños. "A quien escandalizare a uno de estos pequeñuelos que creen en mí, más le valdría atarse una piedra de molino de asno al cuello y arrojarse al fondo del mar", dice Cristo (Mt., 18, 6), que es lo que parece haber hecho el profesor de Avilés. Una actitud distinta a la que se tenía en la Grecia clásica, en la que los amores entre varones adultos y adolescentes eran moneda corriente. Para ejemplo, el mito de Ganimedes.
Sin embargo, se trata de un asunto resbaladizo. La pederastia, que tiene una clara condena social y es un delito, aparece tratada con licencia literaria en la Lolita, de Nabokov, ese libro tan influyente en nuestra cultura que ya cuenta con dos películas. La fama de la novela reside, entre otras cosas, en que el autor hace ver que, a sus doce años, Lolita, a la que el héroe se apresta a seducir, no sólo no es inocente sino que, de hecho, lo seduce a él. Esa es la ambigüedad de la pederastia, tan fuerte que muchos adultos no pueden resistirse e invocan en su descargo esa poderosa seducción de los menores, sin percatarse de que, incluso cuando recurren a ella, los menores son menores y, por lo tanto, no saben lo que hacen, con lo cual quienes acaban sin saber lo que hacen son los pederastas.
Que le pregunten a la Iglesia católica de Los Angeles (EEUU), que tendrá que pagar unos 500 millones de dólares en compensación por los abusos sexuales de sus curas sobre cientos de niños a lo largo de los últimos decenios. Este comportamiento tan execrable de los curas lo es más por implicar el abuso de confianza de las familias, engañadas en sus más firmes creencias. Un rueda de molino de asno, en verdad, es poco. Y hay abusos a niños y niñas. Todos son Lolitas. ¿No suelen los críos parecer crías, ser efebos? Pues ya está. El pecado de los curas es nefando. Como el de ese párroco de Madrid, condenado por abusos a menor, entre otras cosas, a pagar 30.000 euros de indemnización, por los que habrá de responder el Arzobispado de Madrid. La verdad es que, con ese historial, no entiendo cómo están los obispos tan soliviantados con todo cuanto tiene que ver con la moral sexual: que si el divorcio, el control de la natalidad, la profilaxis del Sida, los plenos derechos de los homosexuales y la aceptación social de la homosexualidad. Da la impresión de que no solamente no saben en dónde están ni en qué siglo viven sino que tampoco están al tanto de lo que sucede en su casa.
Para complicarlo más, la pasión amorosa del adulto puede ir a fijarse en un impúber y no se considera necesariamente pedofilia. Cuando Dante puso sus ojos en ella, Beatriz tenía 13 años, justo el límite superior e inferior que establece el código penal para tipificar unos u otros delitos de "abusos sexuales". No obstante, la pedofilia, en la medida en que es puramente contemplativa y no implica abuso o relación sexual algunos, es decir, un acto, no puede ser punible. Para que lo sea ha de mediar la pornografía, que es lo que sucedió en el caso del profesor de Avilés. Sus ocho millones de imágenes pornográficas de niños son sólo una parte de los cuarenta y cinco millones que al parecer había en la red descubierta por la policía. Ocho millones de imágenes ya es una pasada; de hecho, la policía ha intervenido, al parecer ventiún discos duros portátiles probablemente con una capacidad media de cuatrocientos gigas por unidad, o sea ocho mil cuatrocientos gigas (8.400 Gb) cuando la gente anda por ahí todavía con ordenatas de cuarenta gigas. Debe de ser mucho el atractivo de este tipo de pornografía y debe de contar con una clientela vastísima. Los datos que se conocen a veces, cuando cae una de estas redes de pornografía infantil así lo prueban.
Los niños tienen tal atractivo que muchos adultos, obviamente, pierden la cabeza. Por cierto, cosa nada baladí, casi todos los pederastas (por no decir todos, ya que no estoy seguro) son hombres. Los hombres tenemos un problema obvio con nuestra sexualidad, porque lo de las violaciones tampoco es de recibo. No hace falta ser agoreros para pensar que esa niña, Madeleine, secuestrada hace unas fechas en Portugal, pueda estar ya en algún circuito de paidofilia. Impresiona pensar en el sufrimiento que deben estar pasando los padres y el de la niña. ¡Ojalá la recuperen sana y salva!
A veces el delito consiste en dar al menor secuestrado en adopción a una pareja que lo haya comprado. Y no digo para que abuse de él sino, al contrario, para quererlo como si fuera un hijo propio y rodearlo de mimos y atenciones. Ese perder la cabeza de los adultos a causa de los niños no tiene por qué referirse sólo a los momentos en que aquellos instrumentalizan a estos para satisfacer sus más bajas pasiones, sino también las más altas: el deseo de ser padres. Siempre me llamó la atención el cuajo que debieron tener aquellas parejas argentinas que acogían a los bebés y niños pequeños que habían quedado huérfanos a causa de la actividad asesina de la dictadura militar en su país, algo por lo que ahora parece que los Videla y compañía van a pagar.
Los niños llevan siempre la peor parte en las barbaridades de los adultos.