Cualquiera que haya atendido a las recientes comparecencias de los señores Rodríguez Zapatero por un lado y Nicolas Sarkozy por el otro puede haber concluido en una primera impresión que están claras las diferencias entre la izquierda y la derecha. La izquierda redistribuye, ayuda a los más necesitados, endereza los entuertos del mercado y amplía derechos; la última prueba, la pedrea de doscientos diez euros para los jóvenes entre veintidós y treinta años que ganen menos de veintidós mil euros brutos al año, lleven cuatro residiendo en España y no alquilen a parientes. Espero haber reproducido correctamente las cifras. La derecha debilita la protección jurídica del trabajo (contratación), reduce o elimina subvenciones y prestaciones sociales y pasa por encima de derechos adquiridos tras años, decenios, siglos de lucha. La prueba esa oferta de "nuevo contrato social" del señor Sarkozy, que quiere acabar con los regímenes especiales de la seguridad social (asimilándolos al régimen general), la semana de treinta y cinco horas, el tratamiento favorable de las prejubilaciones y la obligatoridad del retiro a los sesenta y cinco años.
Piano, piano. Ni lo primero tiene que ser necesariamente de izquierdas ni lo segundo de derechas. La política es un espectáculo, sí, pero no hay que dejarse engañar por él pues nada es enteramente como parece y a veces hasta es como no parece. Lo de menos es si la medida sobre la vivienda del Gobierno socialista es o no "electoralista", signifique esto lo que signifique. Y es lo de menos porque faltan unos seis meses para las elecciones y para entonces ya se le puede haber sacado la punta negativa, que la tiene y gorda. Lo primero que se me ocurre pensar de este Gobierno tan europeísta es qué significado tiene el requisito de los cuatro años de residencia en España. Supongo que pretende excluir a muchos extranjeros y me pregunto si ese requisito se puede mantener frente a una impugnación en virtud del estatuto de la ciudadanía europea y la libre circulación de las personas en la UE. Supongo que sí, pero podría intentarse la impugnación.
Por lo demás, el punto oscuro de la medida es su impacto en el mercado y la previsible reacción de éste, consistente en incrementar los alquileres. Si esto sucede, la medida no beneficia especialmente al sector enfocado y, en cambio, perjudica claramente a quienes tienen menos de veintidós y más de treinta años, ganen más de veintidós mil euros al año, lleven menos de cuatro residiendo en el país o hayan alquilado a parientes. Este es un problema que tienen siempre las llamadas "leyes medida" propias del Estado del bienestar, que son leyes pero no son leyes pues carecen de universalidad y generan agravios o, como dice el señor Sarkozy, con mucha razón generan "más injusticias que justicias". Por descontado que todo cuanto se haga por remediar el problema de la vivienda será poco y que las medidas de alivio, mitigación, protección, etc también son necesarias sobre todo para el "aquí y el ahora" que la gente quiere ver. Pero estos problemas tienen causas estructurales del sistema productivo en su conjunto que hay que abordar a medio y largo plazo y, de eso, me da la impresión, el Gobierno socialista no parece enterarse, absorbido como está en explicar y justificar la gestión pasada y ganar las próximas elecciones. Una situación que no es la más propicia para políticas de principios sino más bien de gestos.
Por el otro lado, el programa reformista del presidente Sarkozy, expuesto ayer en el Senado. Este Sarkozy tiene mucha miga. Cuando las pasadas elecciones presidenciales, servidor era partidario cerrado de la señora Royal. Y perdimos, porque la señora Royal no consiguió convencer a la mayoría de los franceses. Obvio. Pero el señor Sarkozy está resultando ser un presidente de talla insospechada. En poco más de cuatro meses, ha afirmado la posición de Francia tous azimuts. Ha incorporado a personas de izquierda a su gobierno, se ha reconciliado con los yankees, ha impulsado de forma decisiva el proceso de unidad europea, se ha mostrado duro con los inmigrantes y los delincuentes sexuales y quiere reformar el estado del bienestar de un modo radical porque, según él, no es "sostenible financieramente". A uno le gustan unas decisiones más que otras, pero lo que es evidente es que el señor Sarkozy no quiere ser un presidente ausente. Casi nadie conoce el nombre del primer ministro francés, Mr Fillon; en cambio todo el mundo sabe que el señor Sarkozy y el señor Brown andan pensando en meterse por su cuenta en una guerra contra el Irán. Esto, la verdad, ya parece una pura rebatiña a ver quién pilla más petróleo.
El rollo ese de la "bancarrota del Estado" ya en la forma de "crisis fiscal" ya en alguna otra es la agorería en que coincidieron los críticos conservadores y los marxistas del Estado del bienestar en los años setenta. "Caballeros, ¡así vamos a la ruina!". Casi cuarenta años después, aquí estamos y de ruina, nada. Es lo malo que tiene profetizar a años vista; mejor hacerlo a siglos, incluso a milenios; es más seguro. Por supuesto, ha habido que reformar y se ha reformado, provocando a veces muchos enfrentamientos sociales pero en líneas generales el modelo se ha mantenido.
Y en algunas de las reformas que propone el señor Sarkozy tiene toda la razón. Es verdad que muchas prestaciones por desempleo y otras frenan el empleo. Sabemos que es así, los llamamos "efectos no queridos" de ciertas políticas sociales. Será bueno que se haga algo contra los "efectos no queridos". ¿Y qué decir de los "regímenes especiales", verdaderas excepciones privilegiadas a favor de cientos de miles de empleados públicos? ¿Es de izquierdas mantener el régimen especial de jubilación del personal de la Ópera de París, establecido por decisión de Luis XIV, el Rey Sol, en 1698? ¿O el de la marina comercial y de pesca, establecidos en 1709? ¿Es de izquierda conservar relaciones jurídicas del ancien régime evidentemente gremiales, como si la Revolución francesa no hubiera tenido lugar? Estos y otros casos no menos interesantes, como los ferroviarios, los mineros, el personal de la Comédie Française, etc son los que permitieron a los teóricos políticos de los años ochenta y noventa hablar del "neocorporativismo" de nuestras sociedades. La fuerza se basa en el carácter monopólico de ciertas actividades públicas que defienden privilegios frente al régimen general de la seguridad social. Los regímenes especiales, innecesario decirlo, suelen ser deficitarios años tras año.
Si tuviera que decidir cuál de las políticas analizadas beneficia más al Estado del bienestar, me atrevería a decir que las del señor Sarkozy. Pero también es cierto que no es razonable juzgar la tarea de un gobierno por una medida específica en una situación concreta y hay que hacer un juicio de conjunto.