dilluns, 17 de setembre del 2007

Arden los Reyes en efigie.

Ya están la Fiscalía y el Tribunal de Orden Público (perdón, quiero decir la Audiencia Nacional, se entiende) otra vez en plan guerrero a cuenta de un supuesto delito contra el Jefe del Estado, sus símbolos, sus allegados, su efigie o todo lo que le toque. Con otro frente abierto por un chiste en una revista de humor esto no puede ser bueno para la Monarquía que debe de ir mal si tanto necesita que la protejan. Igual que la portada de El jueves puede ser injuriosa para la Casa Real, ahora dizque quemar a los Reyes en efigie es insultarlos. No veo la relación lógica por lado alguno. Es perfectamente posible quemar a alguien en efigie o en persona real sin insultarlo, incluso haciéndolo con el mayor de los respetos. No creo que los funcionarios que acompañaban a las esposas del maharajah muerto a la pira funeraria fueran insultándolas.

Espero que sea obsequiosidad de los servidores públicos que aquí parecen adscritos a la Casa Real como porteros de noche. Quiero creer que los Reyes admitirán que entra en su sueldo (esa pasta gansa que la colectividad les paga y sobre la que hay tanta especulación, especulación en sentido metafísico, claro, no financiero) el admitir que alguien pueda quemarlos en efigie, aunque no sea más que por razón similar a la que los mueve a ellos a rendir tributo anual a Santiago Matamoros, cuya actividad esencial fue la de cargar contra la morisma en Clavijo y abrir cuantas cabezas de infieles pudo. Quiero decir que ambos hechos, el de quemar la efigie de los Reyes y homenajear a Santiago Matamoros, en culto de dulía como Dios manda, remiten a idéntico orden alegórico y simbólico que pertenece al ámbito de las creencias colectivas. Y esto es aun más acentuado en el caso del empleo del fuego porque este elemento está en creencias ancestrales que perviven en ritos y prácticas actuales de la más diversa índole, empezando por la explicación mitológica de su origen a través de la leyenda de Prometeo.

El uso del fuego en las manifestaciones políticas tiene su intríngulis. El quemar una efigie o un símbolo (sucede mucho con las quemas de banderas españolas, estadounidenses, etc) equivale a un acto de magia, a un deseo de quemar aquello que los símbolos simbolizan, España, los EEUU, sin ignorar que, por su naturaleza, los Estados son incombustibles. Cuando los nazis (o los bomberos de Fahrenheit 451) quemaban libros era la cultura lo que querían quemar, también incombustible a fuerza de intangible.

Desde el origen de los tiempos está el fuego presente en los ritos iniciáticos y de purificación. En el canto XXVII del Purgatorio de la Divina Comedia Virgilio explica a Dante que tras la purificación por el fuego estará en situación de acceder al Paraíso, cosa que a él le está vedada y así sucede. Por el fuego se purificaba en Occidente a los judíos, los herejes, los relapsos, etc mediante los autos de fe. Ritos de iniciación y purificación por el fuego que se conservan hoy, por ejemplo en la masonería, aunque supongo que serán purificaciones tan simbólicas como lo que pretenden conseguir; vamos que lo harán siguiendo la sabiduría de las antiguas prácticas chinas que llamaban purificación por el fuego a juguetear con una pieza de jade.

Así que, cuando estas tribus nacionalistas queman efigies de los Reyes o banderas españolas están en ritos de tránsito o de exaltación grupal imprescindibles para la conservación de sus identidades colectivas, esas que el ordenamiento constitucional vigente incita a respetar, proteger e incluso mimar como prueba de la gran "diversidad de los pueblos de España", tanta diversidad que algunos de entre ellos dicen no ser España. No me parece que un rito de este tipo sea materia delictiva, por más vueltas que quieran darle los cortesanos. Con desórdenes en la vía pública (siempre puede chamuscarse alguien) van que (se) chutan.

En el asunto concreto de la pequeña cremá gerundense hay que recordar que los pacíficos catalanes celebran su diada el 11 de septiembre, fecha en la que conmemoran amargamente la derrota de Cataluña a manos de las tropas de Felipe de Borbón, Felipe V de España. Ya es significativo que un pueblo tenga su signo distintivo en celebrar una derrota y no una victoria. No sólo se celebra la Patria sino que se la celebra en estado de postración. Tanto que alguien en la Casa Real debiera haberle dicho al Rey que la Diada no es el mejor día para ir a darse una vuelta por Girona (sede del más denso independentismo catalán) si uno se apellida Borbón. No voy a decir que esta metedura de pata real sea como cuando el bruto de Sharon se presentó con mil policías en la explanada de la Mezquita, esto es, una provocación pero, si no se anda por ahí es que el conocimiento que tiene la Casa Real de Cataluña es rayano en cero.

(La ilustración es La prueba del fuego de Pedro de Berruguete, donde se ve al inquisidor Santo Domingo de Guzmán siendo testigo de cómo el libro santo no sufre daño mientras que los escritos heréticos son devorados por el fuego.