Reunidos en Barcelona los tres mandatarios supremos de los tres nacionalismos moderados, es decir, no asesinos, el gallego, el vasco y el catalán, parecen dispuestos a firmar un pacto de sangre, en expresión algo truculenta del señor Mas para oponerse con todas sus fuerzas a cualquier intento de reforma de la Constitución que vaya en merma de su influencia política en España. En este ágape se ha escuchado al señor Mas y al señor Imaz. Al señor Quintana se le ha visto pero no se le ha oído nada, lo que quizá pueda entenderse como una táctica o un sino galaicos.
Es imposible ver reunidos a los nacionalistas periféricos de mayor peso electoral y no recordar el proyecto Galeuzca, la coordinación política de Galicia, Euzkadi y Cataluña con finalidad fieramente independentista que surgió en los años veinte del siglo pasado y tuvo una oscilante existencia hasta que prácticamente desapareció mediado el régimen de Franco. Pareció que resucitaba el espíritu "galeuzcano" durante el mandato de Aznar en la famosa Declaración de Barcelona de 1998. Pero fue el propio Jordi Pujol, si no recuerdo mal, quien se apresuró a disipar las reminiscencias trinitarias.
Este pacto de sangre trae de nuevo efluvios galeuzcanos, aunque nadie haya hablado de ellos. La fórmula es romántica pero se orienta a una finalidad práctica obvia: evitar toda reforma de la Constitución y del sistema electoral que disminuya el peso parlamentario de las formaciones nacionalistas. Pero por mucha sangre que mezclen, si el PP y el PSOE se pusieran de acuerdo en alguna reforma de la Constitución y el sistema electoral, no se podría bloquear. La manera real de evitar una "gran coalición" a la española sería que los nacionalismos fueran leales a la Constitución española como Constitución y como española.
Pero eso es pedirles que renuncien a la ventaja que tienen en el sistema político español consistente en obtener sus pretensiones en el momento presente al tiempo que no solamente no se apartan sino que se avivan las opciones independentistas de futuro. Mucho, demasiado pedir. Los nacionalismos periféricos disfrutan de una ventaja estratégica en el sistema político que les permite definir sus relaciones con el Estado de manera doble: de un lado, como partes componentes de ese Estado, de otro como partes iguales en una unión aeque principaliter, lo que permite a los nacionalistas intervenir en los asuntos de todos y reservarse al mismo tiempo un ámbito territorial del que están excluidos todos menos ellos. Es la Scottish Question aplicada a España. Y no es mal negocio.
Y la cosa parece quedarse de momento en ese terreno. El señor Imaz ha soltado un discurso casi españolista; españolista para el coturno vasco, bien entendido. Eso de decir que hay que colaborar con el Estado y tratar de conseguir uno plurinacional suena a música celestial en los oídos españoles y los compensa por las disonancias y cacofonías del discurso soberanista de los señores Ibarretxe y Egibar que quieren agarrar ya las de Villadiego o convertirse en algo así como un Estado libre asociado pero no exactamente como Puerto Rico.
Al pacto de sangre debe de pasarle como a la Triple Alianza de la Galeuzca primera, que es muy difícil de tomar en serio cuando se piensa en que se trata en cierto modo de conjuras en contra de un enemigo común, España, que han de organizarse y mantenerse en la lengua de ese enemigo, el español, que es la franca, aquella en que se entienden todos.
En el otro extremo de la tensión entre nacionalismos periféricos y nacionalismo español es un placer observar con qué decisión, denuedo y coraje se ha apresurado el señor Rajoy a exigir que la bandera de España ondee en todos los edificios públicos, según preceptúa la ley. De inmediato le han contestado del Gobierno que cuando él, él mismo, fue ministro del Interior o ministro de la Presidencia, las banderas españolas no ondeaban en muchos edificios municipales vascos y catalanes sin que entonces le pareceiera el asunto tan feo como ahora. Es lo malo que tiene ser oposición cuando se ha sido gobierno, que te sacan los colores cada dos por tres.
Ya, ya sé que el señor Rajoy entiende la rojigualda por bandera de España. En este blog se entiende que la bandera de España es la tricolor y, como no es organismo público ni edificio oficial, es la tricolor la que ondea.