dissabte, 9 de març del 2013

Cospedal y la reducción al absurdo.

De todos los políticos desagradables del PP -y hay un buen puñado- la más repulsiva es Cospedal. Su carácter altanero, desabrido, agresivo, provocador; su sectarismo, su angosto horizonte intelectual, su tendencia al embuste y al infundio hacen de ella lo contrario de lo que debe ser una política capaz de comunicarse con la ciudadanía, de identificarse y solidarizarse con sus problemas. A su lado, las cantinflerías de Floriano, las milongas de Arenas o las insensateces de Pons resultan sesudos discursos. Su característica mala fe provoca tal rechazo que ni cuando se ve obligada a hacer el ridículo en público tartamudeando mentiras evidentes despierta simpatía. Al contrario, el lamentable balbuceo que protagonizó tratando de explicar el finiquito en diferido de Bárcenas se ha convertido ya en un clásico de la hermenéutica bufa.

Cospedal no se arredra ante las cuestiones más arriesgadas y resbaladizas y habitualmente sale de ellas tirando por elevación mediante la reducción al absurdo. ¿Se discute sobre la sensibilidad social de los partidos en España? La secretaria general zanja el asunto asegurando que el PP es el partido de los trabajadores. El partido que ha destruido el ya débil sistema jurídico de protección al trabajo, el que ataca a los sindicatos y priva de prestaciones a los más vulnerables es el partido de los trabajadores. ¿Es o no absurdo?

¿Se habla de supuestas actividades ilícitas de espionaje del anterior gobierno socialista? Cospedal denuncia impertérrita que ese gobierno hizo de España un Estado policial. Sin pruebas, sin ir a los tribunales, sin retractarse cuando se le pedía. Y ello al tiempo en que se investigaba la trama de espionaje llamada gestapillo en la Comunidad de Madrid. Otro obvio absurdo.

¿Se habla de la necesidad de acabar con la corrupción en la política española? La presidenta de Castilla-La Mancha sostiene que el PP es el partido más transparente. Ahogado en la corrupción, rehén de un presunto delincuente, sospechoso de haber estado saqueando las arcas públicas en diversos puntos de España, con un presidente acusado de recibir dineros ilegales, con procesos abiertos por doquier por corrupción, cohecho, malversación, apropiación indebida, estafa, es un partido transparente. Pura reducción al absurdo.

Ayer, día internacional de la mujer trabajadora, Cospedal rizó el rizo con unas declaraciones en contra de las cuotas femeninas que revelan su mala fe y su inquina hacia todo lo progresista y de lo cual, sin embargo, hipócritamente se beneficia. ¿O cree alguien que en una España basada en la idea de género de la muy beata Cospedal una mujer en su situación civil y social hubiera podido tener un hijo por inseminación artificial? Eso es posible gracias al sacrificio y la lucha del movimiento feminista que Cospedal odia. No cabe mayor doblez, en todo similar a la de esos gais ocultos que propugnan leyes antigais.

La prueba es simple y está en el empleo de ese término machista. Las cuotas son machistas, dice la buena señora. Se trata de un robo lingüístico. El término machista y sus connotaciones es un hallazgo de la izquierda para caracterizar precisamente los roles de género y el patriarcalismo de las relaciones sociales que la derecha, con Cospedal al frente, defiende, desde la segregación por sexos en las escuelas del ministro Wert a la consagración de la familia cristiana (la del Pater familias, vamos) que el ministro Fernández Díaz, otro ilustrado, llama natural. Secuestrar términos y significados, utilizarlos para lo contrario de lo que son, instrumentalizarlos, emascula su fuerza crítica y convierte el debate público en un absurdo. Que quien se pone un velo y una peineta y se somete a la voluntad omnímoda del colegio de varones en la iglesia hable de machismo carece de sentido.

Porque no es cierto que las cuotas sean machistas. Al contrario, machismo es que no haya cuotas que protejan a las mujeres en sociedades claramente machistas, en donde se las explota, se las discrimina negativamente, se las maltrata y se las asesina a decenas. Sin embargo el argumento es tendencioso, falaz y engaña a mucha gente, diz que de buena fe. Vamos a suponerlo así, aunque tiendo a pensar que quienes son engañados, en el fondo, lo quieren. Porque precisamente la aparente fuerza del argumento (esto es, las cuotas humillan a las mujeres que valen porque desmerecen su mérito) muestra su falsedad. La subalternidad de las mujeres se remonta a los tiempos de Maricastaña, impregna las culturas, las tradiciones, las instituciones, el arte, la filosofía y hasta la misma lengua, ahormada en un uso sexista que salta siempre en todo discurso. Decir que esta situación de milenios, cuyo veneno se ha incorporado a la socialización de las mismas mujeres, puede cambiarse de la noche a la mañana mediante una ley, promulgada, además, por el partido socialista es incurrir en engaño. Decir que, de ahora en adelante, vivimos en una mundo de igualdad de oportunidades para hombres y mujeres en el cual cada uno de los sexos puede y debe mostrar lo que vale sin ayudas o prótesis, pasa del engaño al insulto.

Tómese un ejemplo sencillo: la emancipación de les esclavos negros en los Estados Unidos en el siglo XIX. El ejemplo es pertinente porque los dos movimientos, el abolicionista y el feminista unieron fuerzas en su lucha. Pues bien, ¿cree alguien en serio que la discriminación positiva y las cuotas a favor de los negros era una prueba del supremacismo blanco? ¿No es obvio que, dada la preterición secular de los esclavos estos jamás podrían competir con los blancos libres si la colectividad no los protegiera y amparara? ¿No fue necesario reformar la Constitución para que los Estados del sur no privaran a los negros del derecho de voto, aun habiendo sido emancipados?

Pues lo mismo con las mujeres. Pero hay más. Otro de los argumentos aparentemente redondos del discurso machista disfrazado de feminista en contra de las cuotas es el de la discriminación positiva. Esta atenta, se dice, contra el Estado de derecho porque rompe el principio de igualdad ante la ley. La desvergüenza sonroja. O bien cabe llamar Estado de derecho a cualquier cosa o el argumento es un sofisma. Estado de derecho se llamó a un constructo en el que se ejercía un derecho de sufragio universal que excluía a las mujeres. Originariamente proclamó una Declaración Universal de Derechos del Hombre y del Ciudadano de la cual también estaban excluidas las mujeres. En el Estado de derecho, "universal", al parecer, quiere decir la mitad del universo. Y con mala uva. Cuando Olympe de Gouges publicó su Declaración Universal de Derechos de la Mujer y la Ciudadana, su osadía le costó la cabeza.

El Estado de derecho fue compatible con códigos civiles que trataban a la mujer no ya como desigual ante la ley sino como menor de edad sometida a tutela, y códigos penales que convertían en delitos derechos de las mujeres y las criminalizaban con mayor dureza que a los hombres. Y ahora, una discriminación positiva pensada para ayudar a una parte de la población secularmente preterida, humillada, ofendida y agredida, resulta que atenta contra la igualdad ante la ley. Eso se llama morro y morro machista.

Quienes han sufrido injusticias permanentes, expolios sistemáticos, genocidio (el feminicidio es una forma de este) tienen derecho a reparación y compensación. Es algo que se reconoce a los antiguos esclavos, a los pueblos indígenas expoliados por la codicia de los hombres blancos, a las comunidades étnicas despojadas de sus tierras, a los judíos, perseguidos por doquier y víctimas de la inhumana solución final ¿y no va a reconocérsele a una parte de la población que ha sido tradicionalmente discriminada en el mundo entero desde el comienzo de los tiempos?

Ese es el machismo reducido al absurdo de Cospedal y todas las cospedales que, a derecha e izquierda, tratan de apuntillar el feminismo prostituyéndolo.

El PSOE también muestra la patita.

Había que celebrar el ocho de marzo. Así pues el PSOE, celebró una reunión de mujeres en su sede en Ferraz en donde, seguramente, se trataron cuestiones de interés para el feminismo. Los socialistas han sido bastante timoratos en su obra legislativa en favor del adelantamiento social de las mujeres. Pero son los únicos que han hecho algo real, práctico, tangible, en ese sentido. Había, pues, mucho or tratar.

Pero, al mismo tiempo, a 450 Km al NO, en Ponferrada, capital de la noble comarca de El Bierzo, se desarrollaba un episodio en todo contrario al espíritu que, sin duda, prevalecía en Ferraz. El aprovechamiento del transfuguismo -ya condenable en sí- se complementaba con el de un caso de acoso sexual. Una cosa es lo que se dice en la sede y otra lo que se hace en las agrupaciones. El secretario de organización no vio inconveniente en condonar la operación. Y el secretario general, como siempre, no se enteró o se enteró tarde y hubo de tomar una medida drástica que no le ha evitado dar la impresión por enésima vez de no estar a la altura de las circunstancias. Y a un coste altísimo para el prestigio del partido en cuestiones feministas. Una prueba más de que el machismo insidioso se hace presente al menor descuido y obliga a una actitud de vigilancia permanente con perspectiva de género obligatoria. ¿O cabe pensar en algo más machista que celebrar el día de la mujer proclamándose alcalde con el voto de un acosador sexual?

divendres, 8 de març del 2013

Felicidades a todas.

¡Feliz día de la mujer!

Especialmente dedicado a las más estúpidas machistas actuales: las mujeres que rechazan las políticas de cuotas por considerarlas machistas. Ejemplo perfecto de las esclavas felices. Cosa que no tendría nada de malo si se limitaran a serlo ellas mismas. Pero, por desgracia, son las más activas en el intento de mantener la esclavitud de las demás, a las que pretenden engañar con los razonamientos del amo.

Está empíricamente demostrado que los países que más avanzan en la igualdad de las mujeres, que cuentan con más de estas en las instituciones públicas y en la actividad privada son los que aplican políticas de cuotas. Pero eso no afecta a la siniestra actividad de estas lacayas porque lo suyo no es el reconocimiento de la realidad, sino la doctrina a machamartillo, en especial, la de la iglesia católica, probablemente la institución más misógina de la tierra. 

Las mujeres que rechazan la política de cuotas son las que se someten a la política de cuotas alternativa, la masculina que, por supuesto, no se llama así, sino que se considera natural a la especie pero tiene un porcentaje del cien por cien. El ejemplo más acabado esa misma iglesia católica, que afirma tener en alta consideración a las mujeres, pero les prohíbe el ejercicio del sacerdocio, reservado en un cien por cien a los hombres, aunque tengan a gala no ejercer como tales. Esa iglesia en la que tan a gusto están las más granujas de las mujeres: las que niegan las políticas de cuotas -únicas que pueden favorecer a las de su sexo- con argumentos falaces.

La lucha por la supervivencia.

El presidente del gobierno es un hombre acosado, a la defensiva, encerrado en su búnker de La Moncloa, ensimismado, sin dar explicaciones ni ruedas de prensa y aferrado a un discurso oficial en el que nadie cree, como esa afirmación, que ha repetido en el Senado, de que el déficit está en el 6,7% del PIB cuando todo el mundo sabe que está en el 10,2%. El hombre está luchando por su vida política. Se le ha venido encima una interminable avalancha de escándalos mayúsculos, de presuntas corruptelas, practicadas hace años, prácticamente identificadas con el partido del gobierno que él preside y del que por lo tanto es responsable desde 2004, ocho años antes de llegar a la alta magistratura que ahora ocupa.

El silencio hermético de Rajoy en el asunto Bárcenas ha carbonizado literalmente una batería de segundos, la secretaría general, los vicesecretarios, los portavoces. La acumulación de embustes y dislates que han protagonizado unos y otros en los últimos tiempos en comparecencias cómicas los ha convertido en versiones contemporáneas del que recibe las bofetadas. Ver a Cospedal hablando de la simulación de salario en diferido a Bárcenas y escuchar a Carlos Floriano pidiendo por la radio que se ponga límite a la libertad de expresión,(cosa que recuerda mucho la afición de la delegada del gobierno a modular el derecho de manifestación) produce desconcierto y algún temor. Es obvio que ya no saben qué decir ni cómo disimular el pandemónium presuntamente delictivo en el que están metidos y que les vendría de miedo una mayor represión de derechos o incluso suspensión de ellos. En un clima de democracia abierta, crítica, la situación del gobierno y su partido es insostenible pues, quieran reconocerlo o no, hagan o no vudú con su antagonista, están a merced de las peripecias procesales de un presunto delincuente.

Pero ¡qué delincuente! Bárcenas parece ser el Forrestal de la estafa. Los tiene a todos agarrados por el gañote. El juez Ruz ha pedido los papeles depositados en la notaría, en los que vaya usted a saber lo que hay. Quizá los temibles recibís, de los que habla la maledicencia periodística. Quizá cosas aun peores, más incendiarias. Si, como presume el juez, hay un vínculo entre la contabilidad barcéniga y la gurteliana, se habrá cerrado el círculo de la corrupción, del que es imposible que salga Rajoy indemne. 

El extraño comportamiento del presidente ausente autoriza a pensar que ha adoptado una táctica numantina. Está dispuesto a mantenella hasta el final y a hundirse no solo con su gobierno sino con su partido y quién sabe con qué destrozos institucionales. Es una lucha por la supervivencia a dentelladas; mudas, pero dentelladas.

La ayuda milagrosa, el deus ex machina aparece ahora en la figura de Mas y su decisivo giro soberanista. Es obvio que los nacionalistas catalanes tienen derecho a plantear sus reivindicaciones cuando lo consideren pertinente. Y lo es también que aprovechen las circunstancias quizá por entender que en el actual guirigay español tienen más posibilidades. Pero no cabe negar que su actitud, su planteamiento, proporciona  una magnífica ocasión al gobierno para enarbolar la bandera de la unidad de la Patria y desviar la atención del cenagal de corrupción en el que chapotea. Esa bandera es muy prometedora porque en torno a ella se arracima el PSOE, hoy en una crisis grave a causa de su reacción al catalanismo de una parte de él mismo. El nacionalismo español bipartidista resurge potente y busca la confrontación con el catalán, quien tampoco la rehúye.

Los gestos torvos, el cruce de amenazas en el aire preparan momentos de mayor tensión entre el Estado y una de sus más díscolas comunidades autónomas. Los toques a rebato suelen tener muy buen efecto a la hora de dirigir la atención pública en un sentido y apartarla de otro. Ahora no hay tiempo de ocuparse de las pendejadas de Bárcenas, pues nos ataca el catalán separatista. Hasta los socialistas están con nosotros en preservar la unidad de la Patria. Lo demás son chorradas.

Pero chorradas en sede judicial. Los procedimientos siguen su curso, lento, aunque inexorable. ¿Qué sucede si aparecen nuevos supuestos beneficiarios de la contabilidad barcéniga y la largueza gürteliana? ¿Qué si se imputa a alguno de los altos cargos del gobierno o del partido? Resulta así que, queriendo abrir un frente de batalla con el nacionalismo catalán para ocultar el otro, el de la corrupción, lo único que va a conseguir el gobierno con sus magras fuerzas es dividirlas aun más. 

Si Rajoy no recapacita el futuro es inquietante.

(La imagen es una foto de La Moncloa en el dominio público).

dijous, 7 de març del 2013

Ahogados en la corrupción.

La corrupción es la segunda preocupación de los españoles. Escala puestos. No los suficientes. Debiera ser la primera porque en ella está el origen de nuestras desgracias. Palinuro odia repetirse pero es claro que el caso Bárcenas revela una situación de corrupción generalizada, estructural, al menos en los predios del PP. Y parece que CiU no le va en zaga. A lo mejor es este un rasgo común de catalanes y españoles: la picaresca de altos vuelos.

Si al de Bárcenas se añade el caso Urdangarin, lo que hay es una situación corrupta sistémica. No queda nada en pie del sistema de la transición. Si acaso aquellos sectores o profesiones que la opinión pública sigue valorando: los médicos y los profesores. Esa misma opinión pública tiene en muy baja estima a los jueces y eso, me temo, es injusto. Con sus más y sus menos, el poder judicial está dando pruebas de una independencia tanto más loables cuanto más hostigada se encuentra por los poderes públicos.

La reacción de los distintos sectores, estamentos, fuerzas sociales a esta situación tan angustiosa únicamente la empeora. El gobierno está reaccionando a una crisis de esta gravedad con una actitud que es sencillamente intolerable en democracia: con el silencio. Una cerrazón tan absoluta que raya en lo neurótico, en lo patológico cuando se ve cómo, en efecto, Rajoy lleva dos meses sin pronunciar en público el nombre de Bárcenas, el menda cuyos papeles lo acusan de haber recibido cantidades de dinero en B. Este giro plantea el asunto en términos de honor personal dificilmente soportables. Sobre todo cuando se comprueba que, además de no mencionar su nombre, Rajoy tampoco procede judicialmente en defensa de su honor. Ni siquiera ha suscrito esa ridícula demanda de su partido, no a Bárcenas, sino a El País. Si el honor solo se lava con sangre, la verdad es que esta peripecia exige, cuando menos, la dimisión de Rajoy. No es de recibo que el presidente del gobierno sea sospechoso de haber cometido una ilegalidad y pueda ser imputado en algún momento.

El PP no puede seguir mintiendo a los ciudadanos varias veces al día. El finiquito de Bárcenas, el empleo de Sepúlveda, las trolas sobre la finalmente escamoteada auditoría externa son un mosaico de embustes en cadena que han destruido el crédito del partido. Por eso, cuando Cospedal afirma que es el más transparente (ella, cuyas declaraciones ni se entienden) la gente lo toma como cuando dice que el PP es el partido de los trabajadores, esto es, a recochineo. Y a recochineo se toma todos los anuncios de medidas del gobierno para restaurar el prestigio de la política o adoptar códigos de buenas prácticas y lucha contra la corrupción, de los que lleva ya aprobados varios y aplicado ninguno.

Aquí no hay más salida que la dimisión del gobierno cuya autoridad para imponer las drásticas medidas que pretende en todos los campos (sanidad, educación, justicia, etc) es inexistente. Y la convocatoria de elecciones anticipadas. Una perspectiva que pone los pelos de punta a más de uno porque no hay mucho en donde elegir.

Eso nos lleva a la reacción de la oposición, específicamente de la socialista. Es inexistente. No hay oposición. Hay síndrome de Estocolmo. Se disfraza de sentido de Estado pero, en el fondo, es aceptación del punto de vista del adversario, el enemigo, el secuestrador. La dirección del PSOE sigue en sus trece de oposición responsable consistente en ofrecer pactos de Estado para todo. Carente de una oposición real, el gobierno tiende al autoritarismo con rasgos despóticos. Y, efectivamente, nadie coordina fuerzas para presentar una moción de censura que lo obligue a explicar lo que no quiere explicar. Pero la oposición (socialista) no quiere hacer sangre, es responsable, prefiere no poner al gobierno en aprietos.

Solo parece haber dos razones para esta actitud acomodaticia del PSOE que le resta tanto crédito como al poder político sus mentiras. Una es , en efecto, la proximidad, la semejanza entre las experiencias de los dos dirigentes de los partidos mayoritarios. Partido que, por expresa manifestación de Rubalcaba, cabe considerar como dinásticos. La otra es la recrudescencia del nacionalismo catalán, que ha provocado una escisión de hecho en el socialismo, quiera este admitirlo o no. En este asunto la dirección del PSOE está más cercana al PP que al PSC. Los dos partidos mayoritarios, además de dinásticos, son nacionalistas españoles. Se acabó la época en que estos sostenían no ser nacionalistas, pues nacionalistas solo lo eran los llamados periféricos.

A la sombra de los indignados.

María Luz Morán (Coord.) (2013) Actores y demandas en España. Análisis de un inicio de siglo convulso. Madrid: La catarata, 238pp.

Esta crisis tan prolongada y profunda está teniendo consecuencias notables en las pautas sociales, las formas de acción, las respuestas institucionales, las tácticas de los agentes que se habían dado por supuestas en los años anteriores. Nuestros sistemas políticos están cambiando a ojos vistas. Aparecen nuevos actores; los antiguos cambian de tácticas o se transforman ellos mismos; surgen otras demandas; se recurre a repertorios distintos. La sociedad española marcha a ciegas por una camino nuevo, en un clima de creciente conflicto social, sin que nadie tenga prestas fórmulas para resolver los problemas y, menos que nadie, el gobierno y el parlamento.

Por eso es muy de celebrar que se haya acometido una tarea analítica de la situación desde una perspectiva académica, sistemática a la par que distanciada y objetiva. Es lo que ha hecho María Luz Morán, reuniendo un grupo de excelentes profesionales y encomendándoles una especie de informe o estado de la cuestión en las diversas realidades que articulan el sistema político. Hay, así, un capítulo dedicado a los inmigrantes, otro a los hackactivistas, otro a los jóvenes, a los partidos políticos, a la prensa, a la Iglesia, el antiterrorismo y el movimiento de los indignados. Se corona el manojo con un brillante capítulo de síntesis teórica a cargo de Gil Calvo, cuya lectura por sí sola ya justifica la de todo el libro.

El capítulo de la inmigración (E. M.Coppola y A. M. Pérez) estudia con tino la distinta percepción del fenómeno inmigratorio con el agravarse de la crisis, tanto en la opinión pública (p. 21) como en los partidos políticos (p. 22), da fe de la debilidad de las demandas de los actores en tiempos de crisis en que prevalece el silencio sobre la inmigración (p. 32), lo cual puede ser hasta prudente si se piensa en lo que los autores llaman la "fractura del muro de contencion", cosa que se ve en la aparición de Plataforma per Catalunya (p. 34).

Es muy interesante el capítulo sobre hackactivistas (J. M. Robles, D. Redondo, A. Rodríguez y S. De marco) porque confirma el avance en el estudio de esa política nueva que es la ciberpolítica. De hecho el libro entero acusa esta orientación pues, aunque solo un capítulo se ocupe en concreto de los indignados, todo el estudio está, en el fondo, a la sombra de estos. Poner el foco en los hackactivistas que son, obviamente, actores nuevos, está bien. Pero dado que el sujeto del nuevo ámbito digital es el internauta, convendría especificar las diferencias entre ambos pues si todo hackactivista es un internauta, la proposición inversa no es cierta. Surgen entonces preguntas bien interesantes: ¿cuándo pasa un internauta a ser un hackactivista? ¿Qué cantidad de hackactivismo hay en internet?

El estudio sobre los jóvenes (J. Benedicto y M. L. Morán), bien provisto de datos, expone las dificultades, los problemas y preocupaciones juveniles (p. 66) con notable fuerza de convicción, estudia los obstáculos actuales a la politización de las demandas juveniles (p. 71) y concluye considerando la posibilidad de que estas insuficiencias generen una sociedad débil (p. 76), interesante concepto sobre el que aún cabe reflexionar.

En cuanto a los partidos políticos (E. del Campo) pinta un panorama crítico, casi agónico de los partido políticos, cuyo deplorable comportamiento general (incumplimientos en especial) les ha ganado la desconfianza de la gente, su desafección, la aparición de movimientos como el de Beppe Grillo (p. 90) o los indignados, con su fuerte orientación apartidista. Del Campo advierte que la sociedad ha sabido adaptarse mejor que los partidos y recomienda a estos que aprendan a actuar en la red (p. 105). En realidad, hacen lo que pueden. Pero tienen difícil adaptación y, sin embargo, es imperativo que lo logren. No se ve por qué internet obliga a las profesiones a reinventarse (los periodistas, los profesores, los abogados, los traductores, los arquitectos, etc) pero no a estas venerables instituciones partidistas que vienen del siglo XIX. Tiendo a ver el Movimiento Cinco Estrellas más como un heraldo del futuro que como un síntoma pasajero de una crisis.

El ensayo sobre la prensa tradicional en España (A. R. Castromil y J. Resina) trae de nuevo los indignados a escena para aquilatar el comportamiento de la prensa tradicional y considerarla deficiente hasta el punto de plantearse la pregunta que se alza en todas las redacciones: ¿son las NNTT un substituto mediático? (p. 115) Sus ventajas son indudables y los autores las analizan con detalle y acierto y especial tino al dar cuenta de la polémica entre ciberoptimistas y ciberpesimistas (p. 118).

El capítulo sobre la Iglesia (J. de Andrés) es un estudio densísimo que, en muy breves páginas, sintetiza el sentido completo de la acción de la Iglesia en los últimos años, su panoplia de repertorios y el carácter de sus demandas. Un capítulo así solo puede ser el resultado de una trabajo de años, metódico y muy bien indagado. Es imposible dar cuenta de la riqueza del estudio. Señalo tres hallazgos entre otros muchos: el uso de las misas (cuatro en total) como hitos que permiten observar la acometida de la Iglesia en pro de la "reevangelización de España" (p. 134); los repertorios de actuación según que la Iglesia actúe como grupo de presión o como Estado (p. 146); la sutil clasificación de las demandas de la Iglesia, coronadas con el binomio matrimonio-patrimonio (p. 151). Hay que leerlo.

El trabajo sobre el antiterrorismo (L. F. de Mosteyrin) que antaño hubiera narrado explosiones y atentados, versa ahora sobre el ocaso del terrorismo. Registra el momento del giro con los hechos que condujeron al Foro de Ermua y la aparición de ¡Basta Ya! (p. 166) (por cierto, reaparecido recientemente) y que fueron el inicio de la política de tolerancia cero, alimentada asimismo por el impacto del 11-S. Está muy bien el tratamiento del todo es ETA y la doctrina de los círculos concéntricos del juez Garzón (p. 172), a quien el destino reservaba una jugada. Y está muy bien asimismo que se contrapongan los argumentos a favor y en contra.

Por último, el estudio sobre los indignados propiamente dichos (P. L. López) aborda el fenómeno desde la perspectiva del empleo político de los espacios públicos. La calle es nuestra (p. 192) y, a este grito, se traza la historia de los indignados españoles desde el barrio Malasaña al 15-M en la tarea de construcción de espacios simbólicos (p. 196), lugares para una nueva forma de acción política. La importancia de las NNTT en el movimiento indignado no puede exagerarse (p. 199). Por supuesto que no. Un ciberoptimista como Palinuro sostiene incluso que los indignados son la personificación de los actores en ciberpolítica.

El epílogo, Dramatizar la agenda. La construcción performativa del antagonismo (E. G. Calvo) es un intento de síntesis teórica de alto vuelo. El fin de siglo coincide con la crisis de la democracia volátil (p. 217) que, supongo, tendrá algo que ver con la sociedad débil de Benedicto/Morán. En apoyo de la idea, Huntington, Giddens, Manin. Yo hubiera añadido la liquidez de Baumann, para hacer más redondo el espejo postmoderno. La crisis de la sociedad se articula en los tres factores de la mercantilización, la mediatización y la deslegitimación. Un juicio tan certero como penetrante. La reacción nos lleva directos al terreno de los superlativos esdrújulos o el campo de los novísimos, novísimas respuestas a la crisis; novísimos movimientos sociales, detectados de la mano de Chantal Mouffe y Ernesto Laclau (p. 224), pues los nuevos movimientos sociales, lexicalizados como tales, son cualquier cosa menos nuevos; novísimos repertorios retóricos. Sin ir más lejos, FB y no hablemos ya de Twitter, allí donde se produce lo que anuncia el título del ensayo: el encuadre antagónico, el ciberactivismo y el giro performativo (p. 225), convenientemente apoyado en los elementos de toda performance de Jeoffrey Alexander (p. 232). Un trabajo bien interesante y, como dicen los blogueros, muy currao.

Todo el libro es muy interesante e innovador.

dimecres, 6 de març del 2013

Muere el caudillo.


No me cuento entre los fans de Hugo Chávez ni de lejos. Pero, aunque no fuera nada del otro mundo, la estofa de los argumentos que se emplean para atacarlo haría de él un hombre grande. Y eso sin cuestión ideológica ni personal alguna.

Era un caudillo, en efecto, con unas formas y modos de gobierno muy personales y rompedores. No era un hombre del común. Caudillos fueron, en cierto modo, Roosevelt, Churchill o DeGaulle. Hombres poco corrientes, que hacían cosas poco corrientes, que rompían moldes. Como Chávez. Pero aquellos ganaban elecciones. Como Chávez. Eran caudillos democráticos, que guiaron a sus pueblos en situaciones difíciles. Como Chávez. Creen quienes lo tachan de "caudillo" que todos los caudillos son como los que ellos veneran. Y no es el caso.

Chávez era un gobernante populista y mediático. Controlaba los medios públicos y hasta tenía un programa de TV, Aló, Presidente!, un poco estrambótico. Pero también tenía enfrente una poderosa batería de medios privados (audiovisuales y prensa) que iban -y van- al degüello. Es de risa que las críticas más feroces contra Chávez en España salgan de los beneficiados del control absoluto que el gobierno ejerce sobre todos los medios públicos y gran parte de los privados. Como en Italia. Los más antichavistas son los berlusconianos, quienes gobernaron con control total de los audivisuales (públicos y privados) y gran parte de los escritos.

Como la corrupción. Ignoro cuál sea la ejecutoria de Chávez pero sé que, si hubiera algo, la legión de sabuesos, espías, confidentes y judas que la derecha venezolana y mundial habrá lanzado sobre ella, lo hubiera propalado por doquier a los sones de la marcha triunfal de Aida. También tiene gracia que, quienes más insinúan comportamientos corruptos del militar venezolano (de insinuar no pasan) sean quienes apoyan cerradamente un gobierno cuyo presidente está acusado de recibir pagos ilegales sin que, dos meses después, haya acudido a los tribunales en defensa de su honor o haya dimitido al reconocer que el honor estaba perdido.

El odio de la derecha a Chávez cristaliza en el famoso ¿Por qué no te callas? Que sonó a la voz de la  España rancia acallando la América Latina rebelde. ¿Con qué autoridad? El tiempo la ha mostrado. El venezolano calló. Pero su vida habla hoy por él. El español hizo callar. También su vida habla por él. Chávez habrá hecho de las suyas pues era hombre temperamental. Pero no consta que viviera recluido en una burbuja protegida por unos medios timoratos y cómplices y unos servicios de seguridad dedicados, al parecer, a menesteres impropios. Un ambiente cortesano en el que se entrecruzan los granujas, los conseguidores, los aduladores, los validos y las amigas entrañables. ¿Quién calla a quién?

Chávez fue un caudillo populista democrático. Un militar golpista que supo redimirse (y, de paso, mostrar la valía de sus intenciones primeras) aceptando el sacrosanto principio de que al poder legítimo solo se llega mediante la voluntad libremente expresada de la mayoría de los ciudadanos y solo se conserva legítimamente mientras esa mayoría así lo decida. Aquel rapaz nacido en la miseria ha sabido labrarse un lugar brillante en la historia, mucho más noble que el de sus enemigos.

Que la tierra le sea leve y no digáis nunca de un hombre que fue feliz en tanto no haya muerto.

(La imagen es una foto de www_ukberri_net, bajo licencia Creative Commons).

dimarts, 5 de març del 2013

Un gobierno mudo, ciego y sordo.

Nadie del PP salió el lunes, cuatro de marzo, a dar la habitual rueda de prensa posterior a la reunión de la cúpula del partido. Silencio sepulcral. Los otrora desafiantes Cospedales, Florianos, Ponses, se han esfumado. Los no menos gárrulos Aguirre y Aznar parece habérselos comido la tierra. El partido ha enmudecido de modo clamoroso. Ley del silencio, decretada por Rajoy en enero. Omertà. El que hable se pierde. El único en romper el sigilo es Feijóo, desde Galicia, pidiendo explicaciones sobre Bárcenas, por quien dice sentirse engañado. Bárcenas, un nombre impronunciable en el PP y en el gobierno del PP, sobre el que ha caido anatema, entredicho, proscripción. El partido no habla y el gobierno, preguntado por las bravatas de aquel sobre Bárcenas, remite al partido. Las dos bocas, pues, la de Génova y la de La Moncloa, están mudas. Silencio total.

Un silencio paralelo a una ceguera absoluta. Además de mudo, el gobierno está ciego. No ve a Bárcenas, ni sus papeles, ni los jaguares en los garajes, ni los sobres, ni la Gürtel. Tampoco ve la protesta social creciente, la creciente desafección y cólera de la ciudadanía. No ve los sondeos ni los baremos, en donde cosecha juicios francamente devastadores. No ve los parados, ni la evasión fiscal. Por no ver, no ve ni el déficit y se inventa uno tres puntos y pico por debajo del real, por si cuela. Es un gobierno ciego a la realidad que se supone debe regir y parece que solo iluminado por la luz interior de le experiencia mística. La ministra Báñez, como el santo Job, sigue confiando en la intercesión de la Virgen del Rocío; la alcaldesa Botella impetra asimismo la ayuda del Cristo de Medinaceli que registra estos días colas más largas que las del INEM; la secretaria general del PP y la vicepresidenta del gobierno, Cospedal y Sáez de Santamaría, fueron a lucir peineta al Vaticano, también en solicitud de protección; el presidente del gobierno se presentó en persona a devolver el Códice Calixtino al apóstol Santiago con la intención de congraciarse con él para que eche una mano; el ministro del Interior, directamente iluminado por el Señor, pide que la religión (la suya, la católica, apostólica y romana) sea obligatoria en todo el sistema educativo, probablemente incluida la Universidad, que es donde la juventud se pierde; y el ministro de Educación, atento al quite y a las indicaciones de los obispos, también en contacto con su Dios, está tomando las medidas oportunas para que así sea por los siglos de los siglos.

Lo anterior no es un trozo sacado de una novela de Anatole France o de Eça de Queiroz o de Roger Peyrefitte, ni una farsa valleinclanesca, ni un escrito del marqués de Sade o un alegato de Voltaire. Es el espíritu mismo de un gobierno solo atento al criterio de su religión, creencia o superstición compartidas, pero ciego a la realidad de una sociedad abierta, democrática, tolerante, multicultural y plurinacional. Un gobierno empeñado en devolver España a una época de caciquismo y corrupción, como en los tiempos de la primera restauración y todo ello adobado con un discurso sedicentemente neoliberal que no pasa de ser nacionalcatolicismo, pero imposible de refutar porque, además de mudo y ciego, el gobierno es sordo.

No solamente no escucha. Probablemente ni oye los argumentos contrarios a sus políticas. No oye a los sindicatos, ni a los expertos, ni a las otras opciones políticas, ni instituciones financieras nacionales e internacionales, ni a los mandatarios de otros Estados, ni siquiera las indicaciones de los mercados que solicitan atemperar el rigor presupuestario con políticas expansionistas. El gobierno no oye nada pues está literalmente teledirigido desde Berlín. Es, en realidad, un encargado de negocios y podría ser un autómata. Pues no quiere o no puede hablar, ver u oír, Rajoy se ha echado en brazos de Angela Merkel, un angelus novus a su medida. Esta táctica minimalista, de huida y refugio, tiene un pequeño inconveniente: su corto plazo. Es año de elecciones legislativas en Alemania. Si Merkel las pierde o se ve obligada a una nueva coalición con los socialdemócratas, la voz de Berlín previsiblemente cambiará y Rajoy se verá en la enojosa situación de Rip van Winkle cuando, al despertar de su largo sueño, se encontró que todo había cambiado en torno suyo.

¿Tiene sentido un gobierno que no habla, no ve y no oye? Porque, ¿cómo gobierna ese gobierno? A la vista está.

(La imagen es una captura del vídeo de El País.

El contar de las historias.

Fui a ver la película de Pablo Larraín al haberme llegado recomendada por varias fuentes interesantes. Es una gran película. Todo en ella es grande, lo bueno y lo malo, y da que pensar. La historia narra los preparativos para la campaña del referéndum pinochetista de 5 de octubre de 1988 en el que -aquí no hay spoiler posible- ganó el NO a la continuidad de la dictadura por una holgada mayoría. El guión, aunque basado en una pieza teatral inédita y una novela publicada de Antonio Skármeta, trata de dar una visión de documental, de transportarnos a aquellos momentos no solo por la ambientación sino por la técnica misma del rodaje. Larraín ha desdeñado las cámaras de cine y ha empleado una de vídeo. Y consigue su propósito. La película recuerda mucho el Estado de sitio, de Costa Gavras, ambientada en Uruguay en 1972.

Efectivamente, la técnica, a veces algo irritante porque recuerda el technicolor de los años cincuenta, transmite una gran sensación de verosimilitud documental. Al fin y al cabo se narran dos hechos reales: la derrota de Pinochet en el plebiscito y el modo concreto en que se consiguió y que, según la tesis de la película, fue el carácter de la campaña mediática del frente del NO. Hay quien la ve, incluso, como una película de comunicación política, apta para demostrar un postulado de esta disciplina: que las campañas en positivo llevan ventaja sobre las negativas, las optimistas sobre las pesimistas, las alegres sobre las tristes.

En efecto, el argumento es que un joven creativo de media-marketing, formado en los Estados Unidos, proyecta una campaña rompedora de publicidad política que conseguirá dar la vuelta a las previsiones, haciendo que gane el NO. Para ello, tendrá que vencer la hostilidad y el obstrucionismo de otras fuerzas de izquierda del frente que se sublevan frente a la superficialidad, la trivialidad y hasta el comercialismo de la campaña. La ven, incluso, como una traición a la tradición, la memoria de los muertos, el dogma de la lucha, la importancia de la causa, etc. Pero vence, impone su criterio y este triunfa. ¿Así se explica la caída de Pinochet? ¿Mediante una ingeniosa campaña de marketing político?

Buenooooo. No sé. Supongo que la peli no quiere decir eso; pero es lo que dice. La misma película puede entenderse como un producto de marketing: se concentra en el objetivo al cien por cien, ignora todos los elementos adyacentes que puedan distraer la atención (como movilizaciones, protestas, etc) y es una historia simpática, alegre, afirmativa. Si se hubiera quedado en eso, en un documental positivo acerca de cómo la democracia triunfa a la larga sobre la tiranía, el bien sobre el mal, ambos hechos serían convincentes: la caída del genocida y la importancia de la campaña electoral, sobre todo de los vídeos proyectados diariamente por la televisión durante un cuarto de hora. Pero, probablemente para hacerlo más verosímil, Larraín ha introducido un elemento de ficción (que también puede haber sido real, pero eso es indiferente), quizá para humanizar a los personajes, sobre todo a René, el joven creativo que, de otro modo, parecería más un James Bond del márketing político.

Pero este elemento de ficción es el núcleo explicativo de esa incomodidad que produce el film. En esta historia hay una de amor, de matrimonio roto, de niño, de vida cotidiana que de pronto se ve invadida por el sobresalto de la trama, narrada e interpretada con un fuerte eco exterior, de pautas culturales o simbólicas exteriores. Más concretamente, estadounidenses. El relato recuerda mucho el prototipo del héroe solitario, enfrentado a un poderoso sistema, a fuerzas muy superiores a las suya, al final vence porque representa la razón o la verdad o la justicia. Como aquí. Ese recurso a las pautas culturales ajenas, la forma de contar la historia, no esta misma, desde luego, es el que delata la mirada exterior. Sin duda los autores e intérpretes son chilenos (excepción hecha de Gael García, que es mexicano) pero estructuran su narración bajo pautas exteriores, gringas. Por más cámaras de vídeo que se empleen la historia está narrada casi veinticinco años después e interpretada por gentes que solo pueden verla desde fuera.

Tiene gracia que la victoria en una campaña por una opción política y moral sea de quien la plantea del modo más mercadotécnico posible. Y más que gracia. Encierra un mensaje a todos los expertos en comunicación política y es el siguiente: el valor de lo positivo es tan grande que puede hacer ganar una opción por el NO (intrínsecamente negativa) a base de cambiarle el marco narrativo, el famoso frame de forma que, gracias a las melodías pegadizas, los colores vivos, las gentes alegres, los refrescos, las playa, etc, el NO aparezca enmarcado en las propuestas nuevas, originales, vivas, de futuro. De eso modo se deja al frente del SI en la incómoda posición de defenderse de la acusación de que, en el fondo, es un NO.

Pero esta visión es pobre. Lo interesante es el intento de contar una historia como si fuera una vivencia directa en tiempo real, transmitida por gente que está fuera. Había en Estado de sitio algo parecido, aunque infinitamente más tenue. La película, rodada en gran medida con actores franceses simulaba ser un documental de un episodio concreto de la lucha de los tupamaros en el Uruguay a comienzos de los setenta y estaba contada como un documental, con voces en off e indagaciones de todo tipo. Tras el desenlace, el film termina con un close up del rostro de un trabajador anónimo del aeropuerto de Montevideo que observa con atención cómo acaba de aterrizar un avión yanqui del que desciende un alegre funcionario estadounidense, el nuevo agente de la CIA que ha venido a sustituir a su predecesor, Philip Michael Santore, secuestrado y ejecutado por la guerrilla tupamara. Lo que más llama la atención de ese primerísimo plano del probable contacto tupamaro en el aeropuerto es el intenso color azul de sus ojos.

dilluns, 4 de març del 2013

La corrupción estructural.

Noblesse n'oblige pas, parece haberse dicho el monarca, muy a la borbónica manera, y se ha quitado del medio en un momento crítico para el país. Como hicieran sus antepasados, Carlos IV y Fernando VII, que se fueron con el francés. O su abuelo, quien emprendió el camino del exilio motu proprio. Como hizo él mismo cuando se presentó en el Sahara, siendo Jefe del Estado interino o algo así, a garantizar a la guarnición que España entera estaba detrás de ella; la misma España que luego le dio la espalda, firmando unos acuerdos francamente lamentables con Marruecos. El pretexto es una operación de cadera que lo tendrá postrado de dos a seis meses. Plazo elástico. Clara precaución por si el lío nacional se prolonga en el tiempo o se resuelve milagrosamente. Pero no sé si la Jefatura del Estado puede estar en sede vacante (a imagen y semejanza del solio de San Pedro) tanto tiempo. Esta situación no está prevista y convendrá tomar alguna decisión. Tendrá que sustituirlo su sucesor, el príncipe Felipe, pero en calidad ¿de qué? Algo así le sucedió al Rey un verano del 74 en que Franco fue ingresado en el hospital, como si fuera un ensayo general de muerte por ver si las llamadas "previsiones sucesorias" funcionaban. Repuesto, Franco recuperó el mando y es claro que a lo mismo aspirará Juan Carlos. Pero, de momento, se ha quitado del medio cuando caen chuzos de punta.

Los papeles de Bárcenas revelan una situación terrible de la cosa pública. De ser cierto lo que en ellos se contiene, el PP lleva años haciendo adjudicaciones irregulares a cambio de cuantiosos donativos de las empresas no menos irregulares que, al parecer, se utilizaban luego para financiar las elecciones y el funcionamiento del partido y para gratificar tan generosa como arbitrariamente con sobresueldos a un cogollo de dirigentes del partido entre los cuales aparece el nombre de Rajoy. Es una situación tan escandalosa que el país no puede pasarla por alto sin más, ni plegarse a la inaceptable actitud del gobierno de proceder as usual. Es insostenible desde todos los puntos de vista. Revela una actitud instrumentalizadora y patrimonializadora de la administración pública en colusión con un puñado de empresarios en contra del interés general y en beneficio de esos empresarios (licitaciones de millones de euros), del partido y personal de algunos de sus dirigentes. No se puede confiar la gestión pública en manos de quienes presuntamente la aprovechan para delinquir.

Esa confabulación entre los empresarios y el partido es la clave de la falsedad del discurso neoliberal de la derecha. Ambas partes dicen que solo la privatización, la confianza en los empresarios (ahora llamados también "emprendedores", que tiene una connotación más romántica), la abstención del Estado y la desregulación nos sacará de la crisis. Ambas, igualmente, coinciden en demandar sacrificios, austeridad, contención y resignación de la ciudadanía como forma, dicen, de arrimar el hombro en estas terribles circunstancias. Y ambas, asimismo, se entienden para hacer lo contrario de lo que predican: las empresas y los empresarios parecen vivir (y opíparamente, por cierto) de estafar al contribuyente con la ayuda activa del Estado. ¿Cabe un comportamiento más repugnante? El Estado no solamente no se abstiene sino que está colonizado por las empresas. Toda la política de privatización de la sanidad pública está movida por esta ambición de lucro empresarial a costa de los ciudadanos a los que se expolia sin que exista un solo estudio que demuestre la superioridad de la sanidad privada sobre la públic. Los que hay demuestran lo contrario.

Cuando se habla de colonización empresarial del Estado (presente de forma palpable en la justificación de las reformas del sistema educativo en pro de una mayor eficiencia mercantil) no debe quedar fuera la gran empresa nacional, la Iglesia. Comparada con la iglesia vociferante y militante de la época zapateril esta parece un remanso de paz. Sus privilegios se han mantenido intactos, pues no consta que a los curas se les haya suprimido la paga de Navidad, y la jerarquía no ve motivos para salir narrando agravios y planteando nuevas exigencias. Ya lo hacen los gobernantes por su cuenta. El ministro de Justicia está dispuesto a satisfacer todas las demandas de los obispos en cuanto al aborto y ya veremos qué pasa con el divorcio. El de Educación les ha entregado la enseñanza en España, se ha cargado la Educación para la ciudadanía y ha vuelto a meter la religión en los programas de estudio. Aun así, a la Iglesia le parece poco y por eso ha movilizado al hermano lego que tiene en el gobierno, el ministro Fernández Díaz, para exigir que la religión no solo no sea una María, sino que sea troncal y valga lo que la química o la lengua. O más, si cabe. Al fin y al cabo, todo depende de Dios.

Por supuesto, tampoco puede faltar la banca a la cual ha sido necesario rescatar con ingentes sumas de dineros públicos porque estaba en una situación calamitosa. Solo el hundimiento (por supuesta estafa) de Bankia suele aducirse como explicación de la agudeza de la crisis en España. Un mundo en el que la mala gestión estaba entreverada de corrupción a todos los niveles: créditos a fondo perdido, malversaciones, apropiaciones indebidas, créditos a proyectos suntuarios de las administraciones públicas en los que robaba todo el mundo, subvenciones clientelares, autoasignación de pluses, pagas y pensiones estratosféricas.

¿No es acaso obvio ya, no solo que la crisis es en verdad una estafa, sino también quiénes son los beneficiarios y cómo lo han hecho y están haciéndolo? Gestionadas por un partido presuntamente corrupto, las instituciones no cumplen sus funciones. El conjunto del sistema está bloqueado, pendiente de las incidencias procesales de estos portentosos casos de corrupción, el de Bárcenas y el de la Gürtel que, al parecer, están entrelazados y tienen atrapados, como en una tenaza, al gobierno y su partido.

Quizá no sea muy gallarda su actitud pero el Rey ha hecho bien con el mutis, antes de que el torbellino de la corrupción arrastre la corona merced a esa figura antaño retrechera y hoy macilenta de Urdangarin. Porque al pringue de la corrupción general del país, el Rey añade uno propio, peculiar, familiar, zarzuelero que, además, presenta aristas sentimentales escabrosas, también en la mejor tradición borbónica.

Hay que ver cuán polifacética es la familia que el pío ministro Fernández Díaz llama natural. Por cierto, cómo cambian los tiempos; antaño, lo natural era pecaminoso para la Iglesia, como se ve en la designación de hijo natural que, si era de abolengo, podía llamarse "bastardo". La familia como Dios manda -que es lo que el ministro quiere decir- se adapta a la perfección a las vías corruptas. El espectáculo español probablemente fuera menos español de no aparecer en el baile los maridos tarambainas, las esposas lelas, los yernos pillastres, los primos, las nueras y, por supuesto, las amigas entrañables, admirable complemento de la institución natural.

diumenge, 3 de març del 2013

Nueve razones por las que Rajoy debe dimitr.

La única salida que queda en la enmarañada situación política española, con el fracaso continuado del gobierno en todos los frentes, es la dimisión inmediata de Mariano Rajoy.  La moción de censura sería laminada por la mayoría absoluta de la derecha. No obstante debe presentarse por decoro político y porque permitiría que, al menos por una vez, los ciudadanos supieran cómo están las cosas de verdad y no según la propaganda del gobierno. Pero solo la decisión de Rajoy de quitarse del medio, la única compatible con los usos civilizados, las pautas morales de la sociedad y hasta el buen gusto, puede abrir un proceso de regeneración democrática en el país. Las razones para la dimisión del presidente son claras:
  • 1ª.- Mintió en la campaña electoral de 2011 e incumplió luego su programa de gobierno.
  • 2ª.- Ha arruinado y deprimido más España salvando a los bancos a costa de los ciudadanos.
  • 3ª.- Ha hecho crecer el paro, la emigración, los desahucios y los suicidios.
  • 4ª.- Mantiene un gobierno de ineptos y corruptos que ya deberían haber dimitido hace tiempo.
  • 5ª.- Él mismo está bajo sospecha al no aclarar fehacientemente si recibió o no dinero ilegal.
  • 6ª.- Tampoco explica cuál sea su situación real e ingresos de su plaza de registrador.
  • 7ª.- Nombró tesorero a Luis Bárcenas y amparó sus actividades durante años.
  • 8ª.- Amparó el presunto saqueo sistemático del erario público a través del PP y la Gürtel.
  • 9ª.- Mintió al afirmar que Bárcenas no tenía nada que ver con el PP desde 2010.
Un país no puede estar gobernado por un hombre y un partido sometidos al chantaje de un presunto delincuente.
(La imagen es una foto de La Moncloa en el dominio público).

Peor que nunca.

Todos los datos económicos de 2012, el primer año íntegro de Rajoy en el gobierno, han ido a peor. Si la herencia recibida de Zapatero era mala -como ha aducido machaconamente el PP- la gestión de la derecha con mayoría absoluta la ha hecho buena. Ya quisiéramos hoy estar como en 2011, cuando había 600.000 parados menos, el déficit era del 9% del PIB y no del 10% como ahora, el crecimiento era positivo (de un 0,4%) en lugar de negativo (-1,4%) y el consumo final aún crecía (+ 1,2%) en lugar de decrecer (- 1%). Incumpliendo todo su programa electoral y aplicando uno contrario (o sea, como dice Rajoy, cumpliendo con su deber), el gobierno ha empeorado la situación en todos los frentes y ha hundido el país en la depresión más de lo que ya estaba.

Eso en lo económico. En lo político, la situación es calamitosa. El prestigio de las instituciones está bajo mínimos (excepción hecha del poder judicial, único baluarte en pie del Estado del derecho) y el de los partidos y los políticos que las gestionan bajo mínimos de los mínimos. La corrupción se ha enseñoreado del conjunto de la vida social: los políticos (fundamentalmente del PP, incluido el presidente del gobierno), muchos empresarios y hasta allegados a la Casa Real están presuntamente inmersos en oscuras tramas delictivas en las que se apalean millones de euros mientras la ciudadanía pasa necesidades y no figuradas, sino bien reales: desahucios a miles, empobrecimiento general, emigración forzosa, cantidad creciente de suicidios. Para tapar todo lo cual el gobierno y sus medios -que son muchos pues incluyen los públicos- recurren a la mentira de forma tan sistemática que han perdido todo su crédito. Así, el penúltimo embuste de Rajoy, el del déficit al 6,7% del PIB (en donde se escamotea el adicional 3,3% del rescate de la banca, que sí se contabilizaba en el cálculo de la era Zapatero) ya no produce ni escándalo. Todo el mundo da por supuesto que Rajoy no habla y, cuando habla, miente.

La sociedad está reaccionando con una movilización sostenida, intensa y muy numerosa. Las mareas -ahora extendidas también a Portugal- mantienen un clima de conflicto social que, a pesar de su carácter pacífico, a veces toma aires violentos. Pero no por la predisposición de los manifestantes sino, habitualmente, por la actividad provocadora de la policía. Porque, junto a la mentira sistemática, el otro medio de que se vale el gobierno para hacer frente a las oleadas sucesivas de indignación ciudadana es la represión con hostigamientos policiales, detenciones arbitrarias, montajes acusatorios, cargas indiscriminadas y una continua criminalización de las acciones de protesta.

La mentira y la represión pueden contener de momento la ira de la ciudadanía, pero no frenar el deterioro de las instituciones. Un ochenta por ciento de los votantes del PP cree que Bárcenas chantajea al PP y, en concreto, a Mariano Rajoy. En ningún país del mundo se toleraría un gobierno cuyo presidente esté sometido al chantaje de un presunto delincuente. En verdad es una situación límite que, sin embargo, no parece afectar a Rajoy, cuyo pundonor no es vigoroso, razón por la cual no piensa en dimitir para bochorno de toda la ciudadania. La corrupción Bárcenas/Gürtel, pues ahora empiezan a unirse procesalmente, no es un caso aislado, ni una excepción, ni un accidente. Parece ser una norma de comportamiento del PP que este traslada a las instituciones; es una corrupción estructural. No es posible gobernar en estas circunstancias y lo que el gobierno debería hacer sería dimitir y convocar nuevas elecciones para que, ahora sí, con suficientemente información, el electorado pueda decidirse con conocimiento de causa. No engañado, como lo fue en las elecciones de 2011.

Pero pinta mal para elecciones. Según los datos de Metroscopia en El País de hoy la intención de voto es del 24,3% para el PP y del 23,1 para el PSOE. Cantidades raquíticas. El PP pierde veinte puntos con respecto al resultado de 2011 y el PSOE, agarrénse, cinco y medio y eso que su resultado de 2011 era el peor de su historia reciente. Entre los dos suman el 47,4% del voto, no llegan al 50%, tambièn la más baja de la historia, que muestra una media del 75,1% de 1982 a 2011. Ignoro si esto anuncia un fin del llamado bipartidismo o solo es muestra del hartazgo de la ciudadanía con los dos partidos dinásticos.

Aparentemente, la situación no tiene salida. Pero la política consiste en encontrar la salida a situaciones que no la tienen, solución a problemas que parecen irresolubles. Claro que para eso hacen falta políticos. No burócratas.

La vida como es

La Fundación Telefónica ofrece una exposición (la segunda que hace, me parece) de fotografías de Virxilio Viéitez (Soutelo de Montes, Pontevedra, 1930-2008) de un enorme interés.

Viéitez no era un fotógrafo con pretensiones. Carecía de formación. Solo tenía entusiasmo. Pasó toda su vida en en Soutelo de Montes, excepto una breve escapada a Palamós, en donde aprendió fotografía y revelado e hizo un curso por correspondencia y otra más breve aun en A Coruña, a cumplir el servicio militar, cuando los gorros de los sorches llevaban borlas. Era un hombre de origen muy modesto que ejerció con pasión el oficio de fotógrafo de encargo. Durante su larga vida fotografió a sus vecinos y gentes de lugares aledaños delante de una sábana blanca, sus fiestas, sus entierros (hacía fotos publicitarias también de féretros para una empresa de pompas fúnebres), sus primeras comuniones, sus bodas y bautizos. Cuando se implantó el DNI, fue el encargado de acompañar a los policías para hacer las "fotos del carnet" y era tan profesional y meticuloso que igualmente lo contrataban las compañías de seguros para documentar fotográficamente los accidentes de coches. Por supuesto, como buen free lancer estaba siempre dispuesto a prestar sus servicios cuando alguien quería perpetuarse estrenando coche, vestimenta, noviazgo o celebrando cualquier evento. Prefería siempre la fotografía al aire libre pero trabajaba igualmente en interiores.


Nuestro hombre no tenía vocación artística. Mas era tal su amor al oficio que, en muchas ocasiones, sus fotos son obras maestras. La creación que surge del desconocimiento del arte, cual una especie de don divino. Algunos supìeron reconocerlo. Como documenta la exposición, Cartier-Bresson lo consideró uno de los suyos e incluyó una de sus fotos en una antología. Viétez desarrolló un ojo para el realismo, en paralelo con el realismo norteamericano de la época y la nueva objetividad alemana, aunque en feliz desconocimiento de ambos. Lo suyo era una profesión, un medio de ganarse la vida cuando esta era muy dura. Dominaba la técnica, pero no le importaba la estética ni otros refinamientos. Sus fotos a veces no están bien enfocadas, tienen defectos de luz, muchas veces de encuadre, no cuida los planos y no le importa que se vea a quienes sostienen la célebre sábana. Lo que le importa es cumplir un encargo, documentar un hecho. Por eso son fotos reales, como de reportero de la vida misma. Son el crudo testimonio de una época que queda así minuciosamente retratada en una serie de testimonios en los que el mensaje es el de los protagonistas que, casi siempre nos miran directamente a los ojos, sin mediación estética alguna que pueda distraer la atención. Supremo don del artista: presentarnos la realidad que él ve como la que es. Y vaya si lo era.

La exposición se concentra en los años de 1950 a 1980. Durante ese tiempo Viéitez trabajó incansablemente, yendo de un sitio a otro en donde lo llamaran y para lo que lo llamaran, con su cámara a cuestas. Debía de ser un tipo similar al fotógrafo ambulante que aparece en Arroz amargo, en una sociedad muy parecida. Y acopió una ingente cantidad de material, parte del cual todavía está sin positivar y que cabe considerar como un documento antropológico y etnográfico de primera magnitud. Porque las muestras no vienen por unidades, sino por decenas y cientos. Son muchas las familias retratadas ante la sábana blanca, muchos los niños, los y las adolescentes, los viejos, las parejas, los comercios, los coches. Con esa documentación cabe hacer una sociología de la cultura de un pueblo gallego de horizontes limitadísimos (hay una foto deliciosa en la que se ve una excursión a Villagarcía de Arousa, todo un acontecimiento) y ritmo vital pausado. Y, por supuesto, proyectarla universalmente, como sucede siempre que se pinta un rincón concreto del planeta: que este se reconoce en él.

Con todo, las modestas fotografías de Viéitez que pilló las postrimerías de la miseria de la postguerra, muestran luego la aceleración de las transformaciones de los años sesenta y setenta, los cambios de las costumbres, el desarrollo, los tonteos de l@s adolescentes, la moda ye-yé, las minifaldas, los guateques, una paulatina pero repentina riqueza y bienestar que venía a superponerse como una pátina sobre el fondo indeleble de la cultura campesina, con sus pautas tradicionales. Los teóricos empezaban a hablar de sociedad del consumo, sociedad del ocio, a una población acostumbrada a trabajar de sol a sol. Una gente que muestra adoracion por los nuevos trastos, radios, motos, coches de indiano, con los que tiene un trato supersticioso. Los objetos van invadiendo la escena pero, en el fondo de esta, aparece siempre esa mirada incrédula, resignada, socarrona y desconfiada de las generaciones de mujeres campesinas acostumbradas a trabajar la tierra mientras los hombres están a emigrar y los niños crecen bajo el cuidado de las abuelas y los curas. Las generaciones que han visto coexistir la yunta de bueyes tirando del arado con los pantalones campana, muy al estilo del Dúo dinámico, que haría furor en Soutelo de Montes, y los nuevos coches seat, y han tenido que adaptarse a unos tiempos nuevos, más rápidos y más inseguros. Como pasa siempre.

Viéitez no exploró el color, aunque sus trabajos son igualmente espléndidos, porque se había acostumbrado a ver el mundo en gama de grises.  Era aquel un mundo gris y anodino que interrumpía su rutinaria existencia justo para la fotografía. Prácticamente todos los trabajos de nuestro hombre son posados. Posados en sentido estricto o interrupciones de algún evento para hacer un posado colectivo improvisado. Pero en todos los casos, las fotos están cargadas de significado, tienen sentido, nos interpelan; en su simplicidad, nos llevan a ellas, nos hacen preguntarnos qué estarían pensando las personas retratadas, los que velan los entierros, las jóvenes endomingadas, los amigos de parranda. Es la reproducción mecánica de este abigarrado caleidoscopio la que nos transmite el sentido de una época. La vida como fue. Como es.

dissabte, 2 de març del 2013

Las mentiras de Rajoy.


Es fama: el presidente del gobierno de España no ha dicho una sola verdad desde el ya lejano momento de su toma de posesión. Incluso se ha jactado de ello, llegando a formular una de sus empingorotadas sentencias, tan falaces como sonoras. Reconoce no haber cumplido su palabra pero, dice, ha cumplido con su deber. Implícito, cómo no, va que cumplir con el deber es algo superior a cumplir la palabra. Tiene su mérito, al menos en el reino de la desvergüenza, disfrazar la felonía de probidad. ¿O no es cierto que el primer deber de un hombre es cumplir su palabra? "Es la realidad", añade, la que le ha obligado a incumplir. Y ¿con qué otra cosa ha de habérselas uno sino es con la realidad? ¿O se hacen las promesas y se da la palabra pensando en un mundo de fantasía?

Esa condición de embustero sistemático de Rajoy queda patente cada vez que habla. En la foto lo vemos explicando en sede parlamentaria que el déficit de 2012 es del 6,7% del PIB, siendo así que los fementidos socialistas lo habían dejado en un 9%. Otra trola de caballo porque el cálculo ofrecido no incluye el déficit de la ayuda a la banca que eleva el total a más de 10% del PIB. Lo sabe todo el mundo. El propio Rajoy sabe que lo sabe todo el mundo pero no importa. Él lo dice y lo repite impertérrito. No ignora que nadie lo cree y le da igual, pues si justifica la mentira por el sentido del deber, también se puede mentir sobre los datos objetivos. Y eso es lo que hace.

La mentira como forma de gobierno no es aceptable. Emponzoña de tal modo la vida pública que llega a adquirir caracteres irrisorios. El vídeo en el que Cospedal tartamudea y balbucea incoherencias sobre el inexistente finiquito de Bárcenas debe de ser lo más ridículo que se haya visto en mucho tiempo; superior a los dislates de Floriano sobre Sepúlveda, otro presunto mangante a sueldo del PP que se lo paga del dinero de los impuestos de todos los españoles, si no lo hace con los fondos de las donaciones ilícitas de los empresarios.

La mentira sistemática, permanente, no solo degrada el funcionamiento de las instituciones (en las que da igual lo que se diga, pues todo es falso) sino que, además, enreda al mentiroso en una red de embustes sobre embustes de donde no le es posible salir. En varias ocasiones ha afirmado Rajoy que "ese señor" (por Bárcenas) hace más de dos años que no tiene nada que ver con el partido. Sin embargo, en la demanda por despido improcedente presentada por el innombrable, se hace constar que estuvo cobrando 21.300,08 euros hasta enero de 2013. Si el PP paga 21.300 euros a alguien que "no tiene nada que ver con el partido", los que tengan que ver, probablemente nadarán en la abundancia. De hecho, así parece haber sucedido gracias a los sobres barcénigos que, como maná caían del cielo de la corrupción directamente en los bolsillos de muchos altos cargos entre ellos, supuestamente, los de Rajoy.

Otra nueva mentira, por tanto. El personaje está completamente desacreditado. Diga lo que diga, no lo cree nadie. Ni los suyos, algunos de los cuales están sorprendentemente callados, como Aznar o Aguirre. Añádase a ello la circunstancia de que a más de un mes de la revelación de los "papeles de Bárcenas", en donde aparece el nombre de Rajoy como receptor de dineros ilegales, este no haya procedido judicialmente contra el acusador, limitándose a un desmentido que, como siempre, se desmiente a sí mismo, aquel "todo es falso excepto alguna cosa que han publicado los medios", que deja todo en el aire.

Este baile de la mentira no puede continuar. No es posible seguir con una sociedad en estado de movilización permanente en contra de un gobierno carente de legitimidad, de crédito y de autoridad. Un gobierno y un partido que han estado presuntamente gozando de suculentos ingresos ilegales mientras imponían duros sacrificios a los demás. Y no uno o dos de sus cargos sino el conjunto del partido como tal.

(La imagen es una foto de La Moncloa en el dominio público).

Chinoiserie

Lo fui dejando, lo fui dejando y al final casi me quedo sin ver la exposición del ICO sobre Ma Yansong. Así me encuentro hoy dando cuenta de una muestra que cierra mañana, día 3. Cosas que pasan. Porque la exhibición, la primera mundial, según creo, de este joven arquitecto chino es una ocasión única. Y un prodigio. El ICO ha reunido treinta piezas entre maquetas y dibujos que dan cuenta de algunas de las obras ya realizadas por Yansong al frente de su estudio MAD Architects, de las que no pasaron de maqueta, de las que están en curso de realización y de las proyectadas para el futuro. Futuro es término adherido a toda la obra de este sorprendente creador. Por ejemplo, las dos Torres absolutas de la foto, erigidas en la ciudad de Mississauga, Ontario, Canadá, de 170 y 150 metros respectivamente, dos moles que parecen estar moviéndose en sentido helicoidal. El mismo Yansong habla de futurismo en sus frecuentes explicaciones teóricas, probablemente enlazando con el futurismo de comienzos del siglo XX, el de Marinetti y sus amigos. Solo que aquí el futuro tiene una forma visible porque se trabaja con proyectos en forma de maquetas. Hay así una del proyecto de lo que iba a ser la torre más alta del mundo, para la ciudad de Guangzu (o como se escriba), de 800 metros. En el ínterin ya ha sido superada por otra muy famosa en Dubai. También cabe admirar una maqueta, audazmente llamada Pekín 2050, que reorganiza por completo la ciudad, desde la Plaza de Tiananmen hasta los hutongs (que son como distritos) en torno suyo.

Yansong tiene una idea clara de la arquitectura como un arte, como lo que ha sido siempre, desde que el hombre comenzó a construir. Un arte especial que, por razón de sus dimensiones ha solido tener carácter institucional, público, bien sea religioso, civil o militar. Prácticamente todos los monumentos arquitectónicos hasta el siglo XIX son pirámides, iglesias, catedrales, palacios, castillos, alcázares, alguno de proporciones colosales como, precisamente, la gran muralla china. Y todos son heraldos de grandes principios, ideas, religiones, culturas, pensamientos colectivos. A partir del XIX, se abre camino la arquitectura civil y es la época de los rascacielos y los grandes arquitectos, desde Lloyd Wright a Alvar Aalto, pasando por Le Courbusier o Mies Van der Rohe y la prestancia de la arquitectura como arte a través de la Bauhaus que implantó un estilo desbordado a otras artes como el diseño o la pintura. El propio Ma Yansong rinde homenaje en algún momento a Van der Rohe y él mismo es escultor y diseña mobiliario interior tan sorprendente como los edificios en los que se ubica y que son el resultado de la confluencia de tres factores: arte, tecnología y paisaje.
En el caso de Yansong esa voluminosidad adquiere proporciones sorprendentes puesto que no solamente construye edificios gigantescos, sino conjuntos arquitectónicos en los que pueden habitar decenas de miles de personas como esa serie de edificios en forma de hilera de colinas en Baihai, China, en 2008 o el prodigio que se presentó en la bienal de Venecia del mismo año, la sorprendente Chinatown móvil que se instalará en las afueras de Roma y es lo que su nombre indica, un barrio chino completo, pero del siglo XXI, con capacidad para 15.000 personas con sus comercios, viviendas, parques, zonas deportivas, etc. Los arquitectos, por razón de su arte, han influido siempre en el paisaje urbano o natural. Pero Yansong es un arquitecto de planificación urbana completo.

La exposición se titula Entre la modernidad (global) y la tradición (local) para poner de relieve cómo este joven artista de treinta y tantos años, residente en Pekín, deja su impronta en los cinco rincones del mundo. Tiene un aspecto "moderno", el de la globalización, y otro "tradicional", el propiamente chino. La China y el Japón, han influido de siempre en Occidente, al menos desde los tiempos del Millón, de Marco Polo allá por el siglo XIV. En el XVIII y comienzos del XIX la impronta china en arte era muy fuerte y se la conocía como chinoiserie. Se nutría sobre todo de pintura y grabados, porcelanas, lacas, mobiliario, aunque también de filosofía y literatura. Todo ello venía a ser como excursiones por reinos exóticos que hacían aportaciones a la civilización occidental, pero sin competir o sobreponerse a ella. En la medida, sin embargo, en que la arquitectura sigue siendo heraldo de tradiciones culturales, políticas, religiosas colectivas, nacionales, la de Yansong supone un reto extraordinario porque su obra, que se expande por el mundo y gana concursos internacionales, tiene una esencia profundamente china. Muchos críticos señalan, además, la influencia taoísta en la arquitectura de nuestro autor. En el Tao el hombre se hace uno con el cosmos y el edificio con el paisaje.

Además del elemento tradicional, Yansong es consciente de que su obra es el vehículo de expansión de la nueva China. De hecho, la Chinatown móvil es una figuración de la mayor de las cinco estrellas de cinco puntas de la bandera de su país, la que simboliza el Partido Comunista Chino. La China es una sociedad dinámica, que acumula las ventajas y desventajas del comunismo y el capitalismo al mismo tiempo (no como la rusa, que lo hizo consecutivamente) y, sin embargo, está muy integrada y basa su solidez en una acelerada serie de conquistas tecnológicas. Al lado de los ferrocarriles chinos de alta velocidad, los europeos son lentos. Y los chinos pueden levantar edificios de cientos de metros de altura en menos de tres meses. Siglos tardaban en construirse las catedrales. Si esos edificios, esas verdaderas ciudades en burbujas que surgen como los hongos después de la lluvia, son del estilo de Yansong, gráciles, hermosas, integrales, perfectamente adaptadas al paisaje a pesar de su tremenda audacia, estables y seguras, protegidas de los terremotos cuando son elevadas, ¿cómo no se va a imponer la China mundo adelante?
(La imagen es una foto de r2hox, bajolicencia Creative Commons).

divendres, 1 de març del 2013

Dos zombies

Los dos partidos dinásticos, pilares de la restauración democrática borbónica (siempre que ambos adjetivos sean compatibles) están pasando por muy malos momentos. Concentrados en resolver sendas crisis internas, tienden a olvidar que todo lo interno en los partidos tiene consecuencias externas, impacta sobre la sociedad. La prueba: los índices de valoración ciudadana. Estas turbulencias, además, traen causa en buena parte de las personas de sus máximos dirigentes, que no parecen estar a la altura de las circunstancias. Nueva prueba: sus índices de valoración son ínfimos. Con ello anulan una de las vías tradicionales de solución de problemas en los partidos, la del liderazgo. Ninguno de los dos lo tiene o, si lo tiene, lo ejerce en la dirección equivocada. Rajoy en la del silencio. Rubalcaba en la del nacionalismo español.

No, no están a la altura de las muy difíciles circunstancias. Los dos llevan toda su vida en política, han hecho de ella su profesión. Han ocupado multiplicidad de puestos; han sido diputados, varias veces ministros de diversos ministerios, vicepresidentes, siempre en cargos de segundones desempeñados con mejor o peor fortuna. Ambos ambicionaban ser presidentes del gobierno. Uno lo consiguió a la tercera; el otro fracasó en la primera. Dos personas, una misma experiencia vital, ambos acaban pareciéndose. Son muchos años de reuniones, consejos, votaciones, interpelaciones, negociaciones. Probablemente se conocen el uno al otro de memoria y hasta quizá se aprecien en la intimidad. Pero los dos parecen haber llegado de sobra al máximo nivel de su incompetencia peteriano, o sea, del principio de Peter. Cada uno por su lado, dan la impresión de ir con la lengua fuera por detrás de los acontecimientos y con comportamientos no enteramente previsibles. Semejan zombies. Cada uno en su estilo.

Rubalcaba ha tropezado con el derecho de autodeterminación. Su empeño en ignorar esta cuestión no funciona; no porque haya gente en el PSOE que recuerde cuando el partido propugnaba el derecho de autodeterminación del que ahora reniega, que la habrá, sino porque el sector catalán no está dispuesto a renunciar a él. A veces las cuestiones de principios que se arrojan por la puerta vuelven a entrar por la ventana. La reacción de Rubalcaba ha sido autoritaria, amenazando con revisar la relación entre los dos partidos, multando a los diputados díscolos, incluida la demediada Chacón. No es muy elegante y, además, plantea otra cuestión de fondo, en concreto esa práctica de la disciplina de voto que viene a ser una forma de corrupción moral de la democracia. Como era de esperar, la dureza de la reacción provocó una más dura contrarreacción: el PSC se reafirma en el derecho de autodeterminación. Ya está la escalada en marcha. Y, por supuesto, Rubalcaba, un hombre francamente conservador, oye con agrado las soflamas patrióticas de Guerra, quien pide la ruptura con el PSC y la organización de una sucursal catalana del PSOE. De llegarse a esto, el porvenir del socialismo pinta negro. Rubalcaba no es hombre de este tiempo. Está hecho a otro, de menos calle y más despacho, más negociación y apaño y menos ruptura de la que ahora se precisa. Debe dejar paso a gente capaz de propuestas imaginativas en materia de reforma de la Constitución, incluida la Jefatura del Estado, la relación del Estado con la Iglesia y la organización territorial. Ciertamente esto equivale a un proceso constituyente que puede hacerse mediante una Convención ya que, de todas formas, el país se halla en una situación de desgobierno.

Rajoy está atrapado en la enorme tela de araña de la corrupción en el PP con el agravante de aparecer como personalmente implicado en ella, sea o no cierto. Su reacción ha sido tan autoritaria como la del otro: ha decretado la ley del silencio. No solamente se prohíbe mencionar a Bárcenas sino que tampoco puede hablarse de su circunstancia. La creencia es que se trata de un episodio pasajero. "Escampará", dice Rajoy como quien habla de una tormenta de verano. Pero el asunto Bárcenas no es un caso aislado sino una estructura presuntamente delictiva, permanente, en la que se entreveraban el partido, las administraciones públicas y las empresas. El contenido de los papeles no deja lugar a dudas: una supuesta máquina de expoliar las arcas públicas transfiriendo su contenido a las privadas mediante donativos ilegales. El escándalo Bárcenas es un asunto de Estado y, a su lado, está la peripecia del presidente del gobierno, nombrado en los papeles como beneficiario de unos pagos ilegales mientras él y los suyos pasan la vida pidiendo e imponiendo privaciones a los demás, uno de los comportamientos más repugnantes que existen. Él se ha encerrado en un silencio ofendido, ha trazado una línea protectora y, detrás de ella, sus segundos, la secretaria general, los portavoces, están siendo literalmente triturados en su empecinamiento por negar la evidencia misma. Cospedal ha hecho ya tantas veces el ridículo por salvar la cara al jefe que ha perdido el poco crédito que le quedaba. Y Rajoy no ha ganado un adarme de él. Rajoy no puede gobernar, no tiene libertad de movimiento. Su inveterada tendencia a la mentira ya no le sostiene ni el tiempo de pronunciarla. Minutos después de anunciar el triunfo del déficit de 2012 en 6,7%, todo el mundo sabía que había escamoteado el rescate a la banca -que sí contaba en el cálculo de déficit de Zapatero- y que, por lo tanto, la cifra real era de más del 10%.

Así que, con ánimo constructivo, a uno se le ocurre que los dos políticos podían presentar su dimisión al unísono. Sus partidos, en estado de asombro, tendrían que reaccionar y, probablemente, ponerse de acuerdo. También correspondería al Rey trabajar un poco, aunque da la impresión de que tampoco está en su mejor momento, tratando de salvar el honor de la Casa Real en unas aventuras que empezaron en el octavo mandamiento y se están desplazando peligrosamente al séptimo con toques de décimo. A lo mejor el Rey se animaba con el momento y abdicaba, como ha hecho el Papa, más o menos.

El sentimiento trágico de la vida de los españoles nos impide ver los momentos alegres de la existencia. En Italia, el país de la commedia dell' Arte se lo toman de otro modo. Si allí estuvieran, como aquí, sin gobierno, sin oposición y sin Jefatura del Estado, no saldría un Beppe Grillo, sino dos por lo menos. En casa, ya ven ustedes, ni uno. Bueno, se me ocurren vari@s, pero lo son sin saberlo y eso no tiene mérito.

(La primera imagen es una foto de Rubalcaba38. La segunda, una de Partido Popular de Melilla, ambas bajo licencia Creative Commons).