El presidente del gobierno es un hombre acosado, a la defensiva, encerrado en su búnker de La Moncloa, ensimismado, sin dar explicaciones ni ruedas de prensa y aferrado a un discurso oficial en el que nadie cree, como esa afirmación, que ha repetido en el Senado, de que el déficit está en el 6,7% del PIB cuando todo el mundo sabe que está en el 10,2%. El hombre está luchando por su vida política. Se le ha venido encima una interminable avalancha de escándalos mayúsculos, de presuntas corruptelas, practicadas hace años, prácticamente identificadas con el partido del gobierno que él preside y del que por lo tanto es responsable desde 2004, ocho años antes de llegar a la alta magistratura que ahora ocupa.
El silencio hermético de Rajoy en el asunto Bárcenas ha carbonizado literalmente una batería de segundos, la secretaría general, los vicesecretarios, los portavoces. La acumulación de embustes y dislates que han protagonizado unos y otros en los últimos tiempos en comparecencias cómicas los ha convertido en versiones contemporáneas del que recibe las bofetadas. Ver a Cospedal hablando de la simulación de salario en diferido a Bárcenas y escuchar a Carlos Floriano pidiendo por la radio que se ponga límite a la libertad de expresión,(cosa que recuerda mucho la afición de la delegada del gobierno a modular el derecho de manifestación) produce desconcierto y algún temor. Es obvio que ya no saben qué decir ni cómo disimular el pandemónium presuntamente delictivo en el que están metidos y que les vendría de miedo una mayor represión de derechos o incluso suspensión de ellos. En un clima de democracia abierta, crítica, la situación del gobierno y su partido es insostenible pues, quieran reconocerlo o no, hagan o no vudú con su antagonista, están a merced de las peripecias procesales de un presunto delincuente.
Pero ¡qué delincuente! Bárcenas parece ser el Forrestal de la estafa. Los tiene a todos agarrados por el gañote. El juez Ruz ha pedido los papeles depositados en la notaría, en los que vaya usted a saber lo que hay. Quizá los temibles recibís, de los que habla la maledicencia periodística. Quizá cosas aun peores, más incendiarias. Si, como presume el juez, hay un vínculo entre la contabilidad barcéniga y la gurteliana, se habrá cerrado el círculo de la corrupción, del que es imposible que salga Rajoy indemne.
El extraño comportamiento del presidente ausente autoriza a pensar que ha adoptado una táctica numantina. Está dispuesto a mantenella hasta el final y a hundirse no solo con su gobierno sino con su partido y quién sabe con qué destrozos institucionales. Es una lucha por la supervivencia a dentelladas; mudas, pero dentelladas.
La ayuda milagrosa, el deus ex machina aparece ahora en la figura de Mas y su decisivo giro soberanista. Es obvio que los nacionalistas catalanes tienen derecho a plantear sus reivindicaciones cuando lo consideren pertinente. Y lo es también que aprovechen las circunstancias quizá por entender que en el actual guirigay español tienen más posibilidades. Pero no cabe negar que su actitud, su planteamiento, proporciona una magnífica ocasión al gobierno para enarbolar la bandera de la unidad de la Patria y desviar la atención del cenagal de corrupción en el que chapotea. Esa bandera es muy prometedora porque en torno a ella se arracima el PSOE, hoy en una crisis grave a causa de su reacción al catalanismo de una parte de él mismo. El nacionalismo español bipartidista resurge potente y busca la confrontación con el catalán, quien tampoco la rehúye.
Los gestos torvos, el cruce de amenazas en el aire preparan momentos de mayor tensión entre el Estado y una de sus más díscolas comunidades autónomas. Los toques a rebato suelen tener muy buen efecto a la hora de dirigir la atención pública en un sentido y apartarla de otro. Ahora no hay tiempo de ocuparse de las pendejadas de Bárcenas, pues nos ataca el catalán separatista. Hasta los socialistas están con nosotros en preservar la unidad de la Patria. Lo demás son chorradas.
Pero chorradas en sede judicial. Los procedimientos siguen su curso, lento, aunque inexorable. ¿Qué sucede si aparecen nuevos supuestos beneficiarios de la contabilidad barcéniga y la largueza gürteliana? ¿Qué si se imputa a alguno de los altos cargos del gobierno o del partido? Resulta así que, queriendo abrir un frente de batalla con el nacionalismo catalán para ocultar el otro, el de la corrupción, lo único que va a conseguir el gobierno con sus magras fuerzas es dividirlas aun más.
Si Rajoy no recapacita el futuro es inquietante.
(La imagen es una foto de La Moncloa en el dominio público).