La corrupción es la segunda preocupación de los españoles. Escala puestos. No los suficientes. Debiera ser la primera porque en ella está el origen de nuestras desgracias. Palinuro odia repetirse pero es claro que el caso Bárcenas revela una situación de corrupción generalizada, estructural, al menos en los predios del PP. Y parece que CiU no le va en zaga. A lo mejor es este un rasgo común de catalanes y españoles: la picaresca de altos vuelos.
Si al de Bárcenas se añade el caso Urdangarin, lo que hay es una situación corrupta sistémica. No queda nada en pie del sistema de la transición. Si acaso aquellos sectores o profesiones que la opinión pública sigue valorando: los médicos y los profesores. Esa misma opinión pública tiene en muy baja estima a los jueces y eso, me temo, es injusto. Con sus más y sus menos, el poder judicial está dando pruebas de una independencia tanto más loables cuanto más hostigada se encuentra por los poderes públicos.
La reacción de los distintos sectores, estamentos, fuerzas sociales a esta situación tan angustiosa únicamente la empeora. El gobierno está reaccionando a una crisis de esta gravedad con una actitud que es sencillamente intolerable en democracia: con el silencio. Una cerrazón tan absoluta que raya en lo neurótico, en lo patológico cuando se ve cómo, en efecto, Rajoy lleva dos meses sin pronunciar en público el nombre de Bárcenas, el menda cuyos papeles lo acusan de haber recibido cantidades de dinero en B. Este giro plantea el asunto en términos de honor personal dificilmente soportables. Sobre todo cuando se comprueba que, además de no mencionar su nombre, Rajoy tampoco procede judicialmente en defensa de su honor. Ni siquiera ha suscrito esa ridícula demanda de su partido, no a Bárcenas, sino a El País. Si el honor solo se lava con sangre, la verdad es que esta peripecia exige, cuando menos, la dimisión de Rajoy. No es de recibo que el presidente del gobierno sea sospechoso de haber cometido una ilegalidad y pueda ser imputado en algún momento.
El PP no puede seguir mintiendo a los ciudadanos varias veces al día. El finiquito de Bárcenas, el empleo de Sepúlveda, las trolas sobre la finalmente escamoteada auditoría externa son un mosaico de embustes en cadena que han destruido el crédito del partido. Por eso, cuando Cospedal afirma que es el más transparente (ella, cuyas declaraciones ni se entienden) la gente lo toma como cuando dice que el PP es el partido de los trabajadores, esto es, a recochineo. Y a recochineo se toma todos los anuncios de medidas del gobierno para restaurar el prestigio de la política o adoptar códigos de buenas prácticas y lucha contra la corrupción, de los que lleva ya aprobados varios y aplicado ninguno.
Aquí no hay más salida que la dimisión del gobierno cuya autoridad para imponer las drásticas medidas que pretende en todos los campos (sanidad, educación, justicia, etc) es inexistente. Y la convocatoria de elecciones anticipadas. Una perspectiva que pone los pelos de punta a más de uno porque no hay mucho en donde elegir.
Eso nos lleva a la reacción de la oposición, específicamente de la socialista. Es inexistente. No hay oposición. Hay síndrome de Estocolmo. Se disfraza de sentido de Estado pero, en el fondo, es aceptación del punto de vista del adversario, el enemigo, el secuestrador. La dirección del PSOE sigue en sus trece de oposición responsable consistente en ofrecer pactos de Estado para todo. Carente de una oposición real, el gobierno tiende al autoritarismo con rasgos despóticos. Y, efectivamente, nadie coordina fuerzas para presentar una moción de censura que lo obligue a explicar lo que no quiere explicar. Pero la oposición (socialista) no quiere hacer sangre, es responsable, prefiere no poner al gobierno en aprietos.
Solo parece haber dos razones para esta actitud acomodaticia del PSOE que le resta tanto crédito como al poder político sus mentiras. Una es , en efecto, la proximidad, la semejanza entre las experiencias de los dos dirigentes de los partidos mayoritarios. Partido que, por expresa manifestación de Rubalcaba, cabe considerar como dinásticos. La otra es la recrudescencia del nacionalismo catalán, que ha provocado una escisión de hecho en el socialismo, quiera este admitirlo o no. En este asunto la dirección del PSOE está más cercana al PP que al PSC. Los dos partidos mayoritarios, además de dinásticos, son nacionalistas españoles. Se acabó la época en que estos sostenían no ser nacionalistas, pues nacionalistas solo lo eran los llamados periféricos.