dilluns, 4 de març del 2013

La corrupción estructural.

Noblesse n'oblige pas, parece haberse dicho el monarca, muy a la borbónica manera, y se ha quitado del medio en un momento crítico para el país. Como hicieran sus antepasados, Carlos IV y Fernando VII, que se fueron con el francés. O su abuelo, quien emprendió el camino del exilio motu proprio. Como hizo él mismo cuando se presentó en el Sahara, siendo Jefe del Estado interino o algo así, a garantizar a la guarnición que España entera estaba detrás de ella; la misma España que luego le dio la espalda, firmando unos acuerdos francamente lamentables con Marruecos. El pretexto es una operación de cadera que lo tendrá postrado de dos a seis meses. Plazo elástico. Clara precaución por si el lío nacional se prolonga en el tiempo o se resuelve milagrosamente. Pero no sé si la Jefatura del Estado puede estar en sede vacante (a imagen y semejanza del solio de San Pedro) tanto tiempo. Esta situación no está prevista y convendrá tomar alguna decisión. Tendrá que sustituirlo su sucesor, el príncipe Felipe, pero en calidad ¿de qué? Algo así le sucedió al Rey un verano del 74 en que Franco fue ingresado en el hospital, como si fuera un ensayo general de muerte por ver si las llamadas "previsiones sucesorias" funcionaban. Repuesto, Franco recuperó el mando y es claro que a lo mismo aspirará Juan Carlos. Pero, de momento, se ha quitado del medio cuando caen chuzos de punta.

Los papeles de Bárcenas revelan una situación terrible de la cosa pública. De ser cierto lo que en ellos se contiene, el PP lleva años haciendo adjudicaciones irregulares a cambio de cuantiosos donativos de las empresas no menos irregulares que, al parecer, se utilizaban luego para financiar las elecciones y el funcionamiento del partido y para gratificar tan generosa como arbitrariamente con sobresueldos a un cogollo de dirigentes del partido entre los cuales aparece el nombre de Rajoy. Es una situación tan escandalosa que el país no puede pasarla por alto sin más, ni plegarse a la inaceptable actitud del gobierno de proceder as usual. Es insostenible desde todos los puntos de vista. Revela una actitud instrumentalizadora y patrimonializadora de la administración pública en colusión con un puñado de empresarios en contra del interés general y en beneficio de esos empresarios (licitaciones de millones de euros), del partido y personal de algunos de sus dirigentes. No se puede confiar la gestión pública en manos de quienes presuntamente la aprovechan para delinquir.

Esa confabulación entre los empresarios y el partido es la clave de la falsedad del discurso neoliberal de la derecha. Ambas partes dicen que solo la privatización, la confianza en los empresarios (ahora llamados también "emprendedores", que tiene una connotación más romántica), la abstención del Estado y la desregulación nos sacará de la crisis. Ambas, igualmente, coinciden en demandar sacrificios, austeridad, contención y resignación de la ciudadanía como forma, dicen, de arrimar el hombro en estas terribles circunstancias. Y ambas, asimismo, se entienden para hacer lo contrario de lo que predican: las empresas y los empresarios parecen vivir (y opíparamente, por cierto) de estafar al contribuyente con la ayuda activa del Estado. ¿Cabe un comportamiento más repugnante? El Estado no solamente no se abstiene sino que está colonizado por las empresas. Toda la política de privatización de la sanidad pública está movida por esta ambición de lucro empresarial a costa de los ciudadanos a los que se expolia sin que exista un solo estudio que demuestre la superioridad de la sanidad privada sobre la públic. Los que hay demuestran lo contrario.

Cuando se habla de colonización empresarial del Estado (presente de forma palpable en la justificación de las reformas del sistema educativo en pro de una mayor eficiencia mercantil) no debe quedar fuera la gran empresa nacional, la Iglesia. Comparada con la iglesia vociferante y militante de la época zapateril esta parece un remanso de paz. Sus privilegios se han mantenido intactos, pues no consta que a los curas se les haya suprimido la paga de Navidad, y la jerarquía no ve motivos para salir narrando agravios y planteando nuevas exigencias. Ya lo hacen los gobernantes por su cuenta. El ministro de Justicia está dispuesto a satisfacer todas las demandas de los obispos en cuanto al aborto y ya veremos qué pasa con el divorcio. El de Educación les ha entregado la enseñanza en España, se ha cargado la Educación para la ciudadanía y ha vuelto a meter la religión en los programas de estudio. Aun así, a la Iglesia le parece poco y por eso ha movilizado al hermano lego que tiene en el gobierno, el ministro Fernández Díaz, para exigir que la religión no solo no sea una María, sino que sea troncal y valga lo que la química o la lengua. O más, si cabe. Al fin y al cabo, todo depende de Dios.

Por supuesto, tampoco puede faltar la banca a la cual ha sido necesario rescatar con ingentes sumas de dineros públicos porque estaba en una situación calamitosa. Solo el hundimiento (por supuesta estafa) de Bankia suele aducirse como explicación de la agudeza de la crisis en España. Un mundo en el que la mala gestión estaba entreverada de corrupción a todos los niveles: créditos a fondo perdido, malversaciones, apropiaciones indebidas, créditos a proyectos suntuarios de las administraciones públicas en los que robaba todo el mundo, subvenciones clientelares, autoasignación de pluses, pagas y pensiones estratosféricas.

¿No es acaso obvio ya, no solo que la crisis es en verdad una estafa, sino también quiénes son los beneficiarios y cómo lo han hecho y están haciéndolo? Gestionadas por un partido presuntamente corrupto, las instituciones no cumplen sus funciones. El conjunto del sistema está bloqueado, pendiente de las incidencias procesales de estos portentosos casos de corrupción, el de Bárcenas y el de la Gürtel que, al parecer, están entrelazados y tienen atrapados, como en una tenaza, al gobierno y su partido.

Quizá no sea muy gallarda su actitud pero el Rey ha hecho bien con el mutis, antes de que el torbellino de la corrupción arrastre la corona merced a esa figura antaño retrechera y hoy macilenta de Urdangarin. Porque al pringue de la corrupción general del país, el Rey añade uno propio, peculiar, familiar, zarzuelero que, además, presenta aristas sentimentales escabrosas, también en la mejor tradición borbónica.

Hay que ver cuán polifacética es la familia que el pío ministro Fernández Díaz llama natural. Por cierto, cómo cambian los tiempos; antaño, lo natural era pecaminoso para la Iglesia, como se ve en la designación de hijo natural que, si era de abolengo, podía llamarse "bastardo". La familia como Dios manda -que es lo que el ministro quiere decir- se adapta a la perfección a las vías corruptas. El espectáculo español probablemente fuera menos español de no aparecer en el baile los maridos tarambainas, las esposas lelas, los yernos pillastres, los primos, las nueras y, por supuesto, las amigas entrañables, admirable complemento de la institución natural.