Nadie del PP salió el lunes, cuatro de marzo, a dar la habitual rueda de prensa posterior a la reunión de la cúpula del partido. Silencio sepulcral. Los otrora desafiantes Cospedales, Florianos, Ponses, se han esfumado. Los no menos gárrulos Aguirre y Aznar parece habérselos comido la tierra. El partido ha enmudecido de modo clamoroso. Ley del silencio, decretada por Rajoy en enero. Omertà. El que hable se pierde. El único en romper el sigilo es Feijóo, desde Galicia, pidiendo explicaciones sobre Bárcenas, por quien dice sentirse engañado. Bárcenas, un nombre impronunciable en el PP y en el gobierno del PP, sobre el que ha caido anatema, entredicho, proscripción. El partido no habla y el gobierno, preguntado por las bravatas de aquel sobre Bárcenas, remite al partido. Las dos bocas, pues, la de Génova y la de La Moncloa, están mudas. Silencio total.
Un silencio paralelo a una ceguera absoluta. Además de mudo, el gobierno está ciego. No ve a Bárcenas, ni sus papeles, ni los jaguares en los garajes, ni los sobres, ni la Gürtel. Tampoco ve la protesta social creciente, la creciente desafección y cólera de la ciudadanía. No ve los sondeos ni los baremos, en donde cosecha juicios francamente devastadores. No ve los parados, ni la evasión fiscal. Por no ver, no ve ni el déficit y se inventa uno tres puntos y pico por debajo del real, por si cuela. Es un gobierno ciego a la realidad que se supone debe regir y parece que solo iluminado por la luz interior de le experiencia mística. La ministra Báñez, como el santo Job, sigue confiando en la intercesión de la Virgen del Rocío; la alcaldesa Botella impetra asimismo la ayuda del Cristo de Medinaceli que registra estos días colas más largas que las del INEM; la secretaria general del PP y la vicepresidenta del gobierno, Cospedal y Sáez de Santamaría, fueron a lucir peineta al Vaticano, también en solicitud de protección; el presidente del gobierno se presentó en persona a devolver el Códice Calixtino al apóstol Santiago con la intención de congraciarse con él para que eche una mano; el ministro del Interior, directamente iluminado por el Señor, pide que la religión (la suya, la católica, apostólica y romana) sea obligatoria en todo el sistema educativo, probablemente incluida la Universidad, que es donde la juventud se pierde; y el ministro de Educación, atento al quite y a las indicaciones de los obispos, también en contacto con su Dios, está tomando las medidas oportunas para que así sea por los siglos de los siglos.
Lo anterior no es un trozo sacado de una novela de Anatole France o de Eça de Queiroz o de Roger Peyrefitte, ni una farsa valleinclanesca, ni un escrito del marqués de Sade o un alegato de Voltaire. Es el espíritu mismo de un gobierno solo atento al criterio de su religión, creencia o superstición compartidas, pero ciego a la realidad de una sociedad abierta, democrática, tolerante, multicultural y plurinacional. Un gobierno empeñado en devolver España a una época de caciquismo y corrupción, como en los tiempos de la primera restauración y todo ello adobado con un discurso sedicentemente neoliberal que no pasa de ser nacionalcatolicismo, pero imposible de refutar porque, además de mudo y ciego, el gobierno es sordo.
No solamente no escucha. Probablemente ni oye los argumentos contrarios a sus políticas. No oye a los sindicatos, ni a los expertos, ni a las otras opciones políticas, ni instituciones financieras nacionales e internacionales, ni a los mandatarios de otros Estados, ni siquiera las indicaciones de los mercados que solicitan atemperar el rigor presupuestario con políticas expansionistas. El gobierno no oye nada pues está literalmente teledirigido desde Berlín. Es, en realidad, un encargado de negocios y podría ser un autómata. Pues no quiere o no puede hablar, ver u oír, Rajoy se ha echado en brazos de Angela Merkel, un angelus novus a su medida. Esta táctica minimalista, de huida y refugio, tiene un pequeño inconveniente: su corto plazo. Es año de elecciones legislativas en Alemania. Si Merkel las pierde o se ve obligada a una nueva coalición con los socialdemócratas, la voz de Berlín previsiblemente cambiará y Rajoy se verá en la enojosa situación de Rip van Winkle cuando, al despertar de su largo sueño, se encontró que todo había cambiado en torno suyo.
¿Tiene sentido un gobierno que no habla, no ve y no oye? Porque, ¿cómo gobierna ese gobierno? A la vista está.
(La imagen es una captura del vídeo de El País.