diumenge, 25 d’octubre del 2009

La caída del muro de Berlín y la socialdemocracia.

Dentro de nada se celebra el vigésimo aniversario de la caída del muro de Berlín que simboliza el fin de la guerra fría y, lo que es más importante desde un punto de vista teórico y filosófico: el colapso del comunismo como alternativa a la sociedad capitalista. A la vista de lo sucedido desde entonces la pregunta es: ¿ha mejorado el mundo? Y la respuesta sólo puede ser un sí sin muchas alharacas.

Las grandes promesas sobre el "dividendo de la paz" que se hicieron a comienzos de los años 90 no se han cumplido. El mundo no se ha beneficiado de un explosivo aumento de la riqueza a causa del dinero que se hubiera ahorrado en armamentos. Hubo, sí, un explosivo aumento de riqueza pero, según hemos aprendido, como Sancho, a costa de nuestras sufridas costillas, es que tenía origen especulativo, de burbuja y no ha sido duradero, sino que nos ha dejado como estábamos antes o quizá algo peor si atendemos a las estadísticas sobre el hambre en el mundo, la prevalencia de enfermedades o los niveles de desarrollo. Pero el planeta en conjunto es más libre y esa libertad redundará en pro de la renovación del crecimiento.

Sí se ha cumplido, en cambio, la profecía del denostado Fukuyama de quien todo articulista y gacetillero pensaba que era obligatorio reírse por haber proclamado un fin de la historia en metáfora hegeliana que pocos parecieron entender. La historia no se ha acabado, eso es evidente entre otras cosas porque el día en que se acabe tampoco habrá a mano espíritu alguno, ni de gacetilleros, que pueda dejar constancia del hecho. Pero sí es cierto y cierto con toda certidumbre que se ha cumplido el núcleo del vaticinio, esto es, que el orden liberal (o liberal-democrático o capitalista o capitalista de mercado) no tiene alternativa. No más que hace veinte años.

Nadie relevante, que yo sepa, propugna hoy programas de alteración radical del orden basado en el libre mercado y la propiedad privada de los medios de producción. O sea, del capitalismo. Hay tres casos en punta que, con muy diferentes perspectivas, parecerían obligar a matizar tan contundente conclusión:

En primer lugar, la existencia de China, gigante asiático, etc, etc. Su fórmula de aunar el mecanismo capitalista del mercado (especialmente el exterior) con el régimen político autocrático del partido único de facto no es alternativa de nada y ni siquiera es nueva. Ya se experimentó en el Chile de Pinochet como brainchild del monetarismo de Chicago y ya se había experimentado antes aun en tiempos del desarrollo autoritario franquista. Su elemento es sencillo: desarrollo económico basado en bajos salarios y nulos costes sociales por la falta de derechos de los trabajadores. Fórmula segura de éxito en la que hay ecos de acumulación primitiva de capital. Añádase a estos precedentes los obvios rasgos de la olvidada categoría marxista de "despotismo asiático" que presenta China y se entenderá mejor la explosión de este capitalismo colectivista.

En segundo lugar, el aparente renacer de la izquierda latinoamericana en Venezuela, Bolivia, el Ecuador y, en otra medida, el Brasil, Nicaragua, la Argentina y, de enderezarse las cosas, en Honduras. Su definición del socialismo del siglo XXI, en lo que se me alcanza, es un borroso discurso reivindicativo con elementos populistas de la más vieja escuela caudillista latinoamericana, al estilo de los Haya de la Torre, Juan Domingo Perón o Getulio Vargas, debidamente actualizados, desde luego. Se trata de corregir los mayores disparates del predominio del Fondo Monetario en el subcontinente, acelerando el desarrollo de sus sociedades con especial ahínco en la implantación de la justicia social (especialmente para los autóctonos a los que, entre otras cosas, se va a incorporar a la economía de mercado), secularmente preterida en la zona en el marco de dicha economía de mercado con fuerte intervencionismo estatal. Pero no de cambiar el modelo productivo básico de la sociedad. En realidad ningún país que se arriesgue a eso tiene perspectivas reales en un mundo globalizado.

En tercer lugar el caso de Cuba que parece contradecir lo afirmado en el párrafo anterior. Pero sólo lo parece. Cuba es una reliquia, un relicario entero, del mundo del muro de Berlín. Atrincherado el inviable socialismo de la vieja escuela en su condición insular, carece de perspectivas reales a medio plazo. La fórmula de la sucesión intrafamiliar sólo posterga un problema para el que no es obvio que haya solución: el comunismo cubano, como todos los comunismos hasta la fecha (como el chino en su aspecto político) no es reformable ni es capaz de evolución. Su destino está sometido a lo que en los últimos tiempos de Franco se llamaba en España con divertida licencia, "el hecho biológico". Un sistema político-social suya viabilidad depende de un "hecho biológico" es un desecho de tienta de la concepción orgánica de la existencia.

Así las cosas publica hoy El País un sólito artículo del señor Flores d'Arcais, titulado con brío sostenuto La traición de la socialdemocracia. Se mire como se mire el concepto de traición es muy traidor. Toda traición requiere un traidor, villano que aquí está claro: la socialdemocracia, y un traicionado que ya no es tan sencillo de identificar. ¿Qué o quién es lo traicionado en esta nefanda actividad socialdemócrata? ¿El proletariado, sujeto de la historia que ha desaparecido de escena sin decir esta boca de clase es mía? ¿El socialismo, ente quimérico dotado de dos cabezas, el llamado socialismo utópico y el llamado socialismo científico que acabó degenerando en "socialismo realmente existente" del que sus víctimas decían con gracia que lo que tenía de socialista no era real y lo que de real, no era socialista?¿El propio señor Flores d'Arcais?

De haber aquí una traición, término impropio del necesario sosiego de la contemplación filosófica, habría de ser la del comunismo y, en la actualidad, la de esa izquierda que, a falta de término mejor, se hace llamar "transformadora" para ocultar el hecho de que en más de veinte años no ha conseguido transformar nada; ni siquiera a sí misma. ¿Traición de la socialdemocracia? Venga ya. Como señala el reciente libro de Paramio, reseñado en Palinuro, aunque de modo sobreentendido, el margen de traición de la socialdemocracia es muy angosto porque no prometió grandes cambios ni alumbró gloriosas expectativas del tipo de la sociedad sin clases o del "hombre nuevo", nada menos. Sus pretensiones han sido siempre modestas (aunque, mirando los datos estadísticos de los Estados del bienestar, bastante relevantes) y pueden aquilatarse bien en la fórmula acuñada por el racionalismo crítico popperiano que, creyéndose su enemigo, era en realidad su alter ego: la reforma gradual de la sociedad sin cuestionar su fundamento legitimatorio. "Los experimentos, con gaseosa", decía el orondo de don Indalecio Prieto que hoy estará removiéndose incómodo en su tumba al ver cómo el PSOE rehabilita al doctor Negrín con toda justicia. No aprecio gran diferencia entre la propuesta de los socialistas fabianos ingleses de fines del XIX, así llamados por aplicar la táctica de Quinto Fabio Maximo cunctator en la segunda guerra púnica, y la consigna de Felipe González a fines del XX de "socialismo es que España funcione".

Ciertamente la acusación del señor Flores d'Arcais es que la socialdemocracia ha traicionado incluso a esta su enteca voluntad de reforma, que ha dejado hasta de ser oportunista. Triste sino el socialdemócrata de recibir siempre denuestos sin tasa ni mesura: cuando reforma porque reforma (en vez de ir a la inmarcesible raíz de las cosas) y cuando no reforma porque no reforma. Sin embargo basta con entender un poco el espíritu reformista que es, en lo esencial posibilista, para comprender cómo esta crítica está desenfocada y es tributaria del viejo espíritu del purismo radical que lleva 100 años atacando el reformismo socialdemócrata en nombre de un ideal que nunca encarna y cuando encarna es en una realidad descarnada. Decir que la política socialdemócrata en coyuntura difícil (incluso con los señores Blair y Schröder) es igual a la de la derecha, eso sí que es la vieja monserga del "socialfascismo", del "warfare State" levemente actualizada. La derecha en cambio, quizá por instinto de clase, no se equivoca nunca y, en cuanto puede, echa a los socialdemócratas en lugar de hacer caso al señor Flores d'Arcais (o al señor Anguita, quien dice lo mismo) y dejarla gobernar pues, a la postre, hace su política.

Definitivamente, el mundo está mucho mejor sin el muro de Berlín, sin los países comunistas aun en mitad de la mayor crisis capitalista desde el crack del veintinueve: hay mucha más libertad en el planeta, mayores posibilidades para todo el mundo, dentro de la radical injusticia del reparto desigual de la riqueza, agravada por una crisis que abrirá nuevas perspectivas cuando se resuelva, como suele suceder. Y de la traición de la socialdemocracia sólo entiendo puedan hablar los que siguen llevando el muro en el alma y, claro, no se han dado cuenta de que la barricada, la lucha, la revolución se ha producido en donde menos la esperaban: en el ámbito de la conciencia y de la vida cotidiana.

(La imagen es una foto de Gothphil, bajo licencia de Creative Commons).

dissabte, 24 d’octubre del 2009

Crónica de la lucha por la Ceca.

O de cuánto dura la unidad en la política del Imperio.

Después de vencer en la batalla de Valencia, imponiendo al Curita la destitución de su monago, el relamido Costa, y con éste llorando sus cuitas sobre el hombro de su hermano Juan Sin Cargo a quien ayer traicionara precisamente en pro de quien hoy tan cruelmente lo hiere, retorna el Emperador a la corte maquinando nuevas empresas que afiancen su poder y den lustre a su gloria. Aquí lo espera una sedición movida por la Señora de la Marca madrileña, la Dueña Liberada, quien tiene puesta su codiciosa mirada en el control de la Ceca imperial con el fin de acuñar reales de vellón con que financiar su ambición de alzarse con el Imperio comprando a los electores en la próxima dieta, todos ellos tan venales como pecadores. Sólo resiste al endriago el alcaide de la ciudad, un honrado burgués, leal vasallo imperial en quien tiene puestas sus complacencias el el Anciano hirsuto del monte, espíritu de la caverna milenaria. El Emperador alza bandera por su protegido, un preclaro varón de la acreditada dinastía bancaria de los Von Raten, mientras que la ladina Dueña Liberada, quiere imponer en el cargo a un su valido, un condotiero curtido en mil batallas y que se dejaría matar por ella si llegara el caso. Para el asalto final la nueva Circe de extraños poderes cuenta con el apoyo de las mesnadas locales, excepto las que guarnecen la fortaleza del alcaide, y la lealtad de los villanos que siguen a un cabdiello local a quien ella ha trastornado el juicio con promesa de ennoblecerlo en el futuro. Hoy, día santo de los hebreos y mañana, día del Señor de los cristianos, las tropas bruñirán las armas y las vigías otearán las avanzadas, mientras la legión de legistas y clérigos trata de amañar un compromiso que evite la detrucción del que un día fuera considerado el Ejército de Dios, bendecido por los príncipes de la Iglesia en sus cruzadas contra los abortígenas, los divorcífilos y los civitánidos educativos. Que cada cual se encomiende al santo de su devoción pues ya entran en liza los dos pretedientes, el honrado banquero von Raten y el gallardo mercenario Íñigo Gonzaloniero. Allá en lo alto relumbra la Ceca, premio que será del ganador en esta última batalla, preasagio del Ocaso de los Trajes. (La imagen es una foto de 20 Minutos, con licencia de Creative Commons)

El Curita en tiempo de descuento.

No parece que las acusaciones del señor Camps respecto a la connivencia de La Moncloa con la Gürtel contengan más veracidad que el veneno de alguna gacetilla amarillenta de la blogosfera confidencial. Una pena, con lo que eso hubiera animado el cotarro, haciendo ver que la corrupción es fenómeno tan universal como el respirar. Me cachis: el ventilador se encasquilló, el embuste no cuajó y la m. se quedó acumulada en el escaño del molt vituperable President.

Debe el Curita retirarse ahora a pensar nuevas tácticas y tiene el tiempo medido porque se le ha rebelado la fronda de los barones territoriales en un curioso paralelismo con el País Vasco en cuanto a las relaciones del gobierno de la Comunidad con las diputaciones forales, quiero decir, provinciales. En este momento el Curita levita y la base de su poder sólo es ya su mucho querer a un juez, un bigotudo y una alcaldesa que en todo, en todo lo imita.

(La imagen es una foto de dalequetepego, bajo licencia de Creative Commons).

divendres, 23 d’octubre del 2009

Esparciendo la m.

Con el fin de salvarse a sí mismo en una situación desesperada, acosado por la oposición, despreciado por una opinión pública cada vez más avergonzada por su comportamiento, discutido en su propio partido, el señor Camps ha decidido echar mano a la socorrida técnica del ventilador. Como no puede evadir el cuerpo de los cargos que se le imputan, no puede negar que es un mentiroso ni evitar que le afeen de continuo sus maniobras, se dedica a extender la sospecha, generalizar la acusación al adversario con un discurso de tú más que no niega los hechos que se le imputan pero pretende generalizarlos. Es la línea de defensa que le faltaba y extrañaba que no hubiera tomado.

Sostiene el Curita que las empresas de la Gürtel son los amigos de La Moncloa y que ésta, La Moncloa, es decir, el gobierno, ha contratado por más de trescientos millones de euros en los últimos años con una de esas empresas.

Lo primero que hay que recordar al Curita es que lo delictivo no es contratar con esa empresa pues, siendo una empresa, pueden ambos, empresa y gobierno, hacerlo, sino que lo delictivo está en cómo se contrata, si se hacen adjudicaciones ilegales, si campea el favor, si se cobran comisiones bajo cuerda, si hay cohechos y sobornos, si se defrauda la ley troceando artificialmente los contratos para evitar los controles contables administrativos. No basta, pues, con lanzar esa especie en el debate parlamentario sino que hay que probar que hubo corrupción al menos como lo prueban las conversaciones grabadas y las pruebas que se acumulan en el sumario de Gürtel.

Pero hay más: supuesto que fueran ciertas las peores suposiciones de esta acusación repentina, supuesto que efectivamente, la trama corrupta de don Vito Pastuqui estuviera haciendo charranadas con alguna administración socialista como las que, según parece, estuvo haciendo hasta ya mismo con las del PP, supuesto todo eso, ¿qué? De sobra sabemos que la corrupción, como el dinero, "no huele" y no lleva color de partido y que puede afectar al uno, al otro o a los dos. ¿En qué disminuye eso la corrupción del PP y en concreto la presunta corrupción del Curita? Tiene éste la peregrina costumbre de considerar que los votos obtenidos le exoneran del cumplimiento de la ley. Sólo falta que también crea que la generalización del delito lo convierte en un comportamiento aceptable en el entendimiento de que uno roba pues todos roban.

Si el contenido de las acusaciones del Curita son ciertas, el PSOE debe responder política y penalmente. Pero eso no hace en absoluto tolerable el comportamiento del President valenciano antes ni ahora. Y, de entrada, es de esperar que, además de denunciar el asunto en sede parlamentaria, el señor Camps esté ya haciéndolo en el juzgado.

(La imagen es una foto de dalequetepego, bajo licencia de Creative Commons).

Racismo en la tele.

Toda equidistancia entre el discurso ultraderechista y el ultraizquierdista es hipócrita, criminal y suicida. Digo entre los discursos. Las prácticas son otra cosa. Las prácticas sí tienden a parecerse, a coincidir. Ambas descansan en la negación radical de la dignidad de las personas, de la libertad del individuo. Ambas someten a éste a la locura de un proyecto colectivo (de raza, de clase, de lo que sea) que, sin consultar a nadie, se impone a sangre y fuego en la sociedad, negando los derechos más elementales de las personas, instrumentalizándolas en pro de la locura, esclavizándolas y aterrorizándolas en un régimen de arbitrariedad, tortura y desapariciones.

Esa es la práctica, pero el discurso respectivo es muy distinto. El discurso de la extrema derecha es mucho más peligroso que el de la extrema izquierda. Éste último hace referencia expresa a la utopía y atribuye a los seres humanos unas cualidades de solidaridad, justicia y altruismo que la mayoría de esos seres humanos está convencida de que no se dan. El discurso de la extrema izquierda genera incredulidad y desconfianza, dos reacciones muy razonables a la vista de lo que se vio que eran los sistemas comunistas: lugares en que unos dirigentes que vivían en el lujo y la molicie predicaban a las masas unas virtudes de trabajo, esfuerzo, sacrificio, entrega que ellos no practicaban.

En cambio el discurso de la extrema derecha habla a las pasiones mas obvias y bajas del ser humano: el instinto de supervivencia, el egoísmo, la exclusividad y la exclusión del extranjero, cualidades que todo el mundo dice no tener pero todos, significativamente, dicen que crecen y crecen en la sociedad. Teniendo en cuenta además que es una ideología que propugna el empleo de la violencia, aunque no siempre lo diga.

Es decir que no estoy muy seguro de si la BBC ha hecho bien permitiendo que el ultraderechista Nick Griffin suelte su veneno en todos los hogares. Supongo que sí pero no estoy seguro. Preocupa cómo se extiende esa mentalidad criminal.

(La imagen es una foto de hiperkarma, bajo licencia de Creative Commons).

dijous, 22 d’octubre del 2009

Las declaraciones de los políticos.

Es muy difícil sostener teoría alguna de la democracia como régimen deliberativo en el que se llega a decisiones colectivas mediante la comunicación, el intercambio de información y la discusión racional de buena fe cuando los políticos acostumbran no solamente a no decir jamás una verdad así los aspen, sino a soltar lo primero que se les pasa por la cabeza, sin cuidarse cuando menos de que tenga algún grado de coherencia o verosimilitud. Sentado delante de un micrófono un político puede decir cualquier cosa y normalmente lo hace porque está acostumbrado a que no se le exijan responsabilidades por nada de lo que diga.

Lo habitual es la afirmación descarada de una falsedad como si fuera la evidencia misma, la negación de los hechos más palmarios. Es una técnica que desarma al interlocutor porque lo deja perplejo, preguntándose incluso si ha oído lo que ha oído. Dice la señora Aguirre en una reunión en la sede de su partido que La honradez sigue siendo la seña de identidad del PP. Junta directiva regional de su partido. Punto. No se dirá que no hace falta tener agallas, con medio partido imputado, procesado o en trance de serlo a lo largo y ancho de la geografía patria por un asunto tremebundo de corrupción. A nadie por lo demás parece habérsele ocurrido que el solo hecho de que esta marquesa guasona crea que debe decir lo que dice es seña de que no es cierto.

¿Y qué sucede cuando el político piensa que puede decir lo que quiera porque quienes lo escuchan, a su vez, no piensan o son profundamente estúpidos? El señor González Pons, en 59 segundos deja claro tajantemente que el señor Costa ha sido destituido porque es "el responsable último" del PPCV. Pues será así porque lo dice el señor González Pons pero no porque lo sea en verdad ya que el PP es un partido presidencialista en donde el responsable último es siempre el presidente mientras que el secretario general es un mandado. Para entendernos, el señor Costa es al Curita lo mismo que la señora De Cospedal al señor Rajoy. Es decir, el señor González Pons cree que su auditorio está compuesto por idiotas... o lo es él.

Hay declaraciones movidas por el viento de la irresponsabilidad y el oportunismo más alocado; tan alocado que hasta tienen gracia. El señor De Arístegui, responsable de Asuntos Exteriores del PP da ahora el visto bueno del PP a la alianza de las civilizaciones que hace veinticuatro horas no pasaba de ser una ocurrencia absurda del señor Zapatero o algo peor, una forma de entregarse al adversario. La razón del giro es que no hay giro sino que lo que ha girado es la propia alianza de civilizaciones que ha tenido una "evolución positiva". Pero no se moleste nadie en inquirir qué evolución sea esa y qué tenga de positivo porque el señor De Arístegui acaba de inventárselo.

Todo se puede superar en la vida, así que resulta en verdad sublime escuchar al señor Rodríguez Zapatero diciendo a un grupo de empresarios estadounidenses lo que se niega con tesón numantino a decir a los empresarios españoles, esto es, que España tiene que "adaptar" su modelo laboral. Obviamente el tramo que va desde decir que el mercado laboral no se toca a sostener que hay que "adaptarlo" es el mismo que va de decir que no hay crisis sino que se trata de una "desaceleración" a sostener que estamos en la peor crisis que vieron los siglos. De paso sea dicho: ya tienen los sindicatos el motivo para la movilización que están preparando.

¿Qué comunicación, qué deliberación razonada cabe con estos elementos de absoluta irresponsabilidad declarativa?

(La imagen es una foto de Chesi - Fotos CC, bajo licencia de Creative Commons).

Los viejos guerreros.

Interesante ensayo sobre la evolución de la socialdemocracia europea desde sus orígenes hasta nuestros días. Una síntesis verdaderamente apretada porque ese complicado, no siempre coherente, muchas veces confuso y contradictorio devenir se ventila en ochenta páginas (Ludolfo Paramio, La socialdemocracia, Madrid. Los libros de la catarata, 2009. 85 págs). Es decir, una visión en verdad a vuelo de pájaro y ligero de plumas. Cabría esperar un discurso escolástico y superficial, hecho sobre senderos muy trillados y algo de eso hay. Pero Paramio tiene soltura, un estilo ágil y ameno, es perspicaz, sabe encontrar el punto de interés y pone en pie un discurso coherente, sin exageraciones, que tiene su sentido. Uno puede estar de acuerdo o no con lo que dice, pero no es una pérdida de tiempo la lectura de su texto.

Trocea Paramio el tema en cuatro partes cuyo intríngulis resume en el prólogo y que siguen un criterio cronológico de muy desigual amplitud temporal: a) desde los orígenes a mediados del siglo XIX hasta la segunda guerra mundial; b) el período posterior a la segunda guerra; c) el ascenso neoliberal y la revolución conservadora; y d) la situación actual de la socialdemocracia y la tarea de renovación. Es decir, la vieja plantilla de la evolución del movimiento obrero (al que hay expresa referencia en el texto) actualizada con el surgimiento del Estado del bienestar y sus altibajos posteriores.

La primera parte del relato que, como en la historia de la humanidad, abarca la nueve décimas partes de su decurso pero sólo sirve como elemento referencial, es un repaso de los viejos hitos de aquel movimiento con una selección que hace hincapié en las andanzas del socialismo democrático luego de que la historia de ese mismo movimiento estuviera dominada durante años por la perspectiva revolucionaria que ponía el énfasis en el socialismo no democrático, el comunismo.

En estas visiones del pasado, un pasado que el relator ha vivido personalmente, suelen deslizarse elementos de juicio procedentes del presente, que es el futuro de ese pasado, y que tiñen la visión de un colorido producto de la experiencia pero no ilustran en modo alguno sobre lo que se está diciendo. Al contrario, lo ocultan. Por ejemplo dice el autor que en los años setenta del siglo XX ya había conciencia del fracaso del comunismo no solamente como régimen político sino como sistema económico, como modo de producción. No estoy muy seguro de esto. Es demasiado pronto. En los setenta había ya clara conciencia en la izquierda del carácter tiránico y terrorista del régimen soviético; hasta los partidos comunistas, siempre de estricta obediencia, se apartaban de aquel ejemplo mediante ardides como el del "eurocomunismo". Pero no creo que fuera tan clara la conciencia del fracaso económico y medioambiental del experimento. Al contrario, todavía se publicaban ensayos al estilo Bettelheim, que hablaban de la "transición del capitalismo al socialismo" (otra cosa era que se tratara del "realmente existente" o de uno que el autor de turno se sacara de la cabeza) cuando lo que de verdad se ha dado en la historia ha sido la transición del socialismo al capitalismo sobre lo cual no había escrita ni una miserable monografía porque nadie creía que eso fuera posible pues, como bien se sabe, nadie previó el hundimiento del sistema comunista.

El resto del análisis de la evolución de la socialdemocracia en esos casi cien años (desde el cartismo hasta 1945) sigue senderos admitidos. Está bien la explicación de la carencia de un partido socialista en los Estados Unidos basada en la universalización temprana del sufragio a diferencia de los votos censitarios europeos. Hubo, sí, un partido socialista, como también lo hubo luego comunista y como había habido una central sindical anarquista y revolucionaria con la IWW pero es cierto que las peculiaridades del desarrollo gringo llevaron la evolución por derroteros distintos y entre esas peculiaridades ocupa lugar destacado, desde luego, el sufragio universal y otros factores, alguno de los cuales, como el igualitarismo de la sociedad estadounidense, ya lo había destacado Tocqueville.

Algunos personajes de este viejo relato traen el paso algo cambiado. Dice Paramio que en algún momento la socialdemocracia acaba admitiendo que lo suyo no es la sustitución revolucionaria del modo de producción sino la ampliación democrática del capitalismo. En realidad este es el meollo del debate del reformismo ya tempranamente, a fines del XIX, primeros del XX cuyos representantes más característicos son Bernstein y Luxemburg. El viejo socialista, secretario que había sido del más viejo aun Engels, esperó a la muerte de su jefe para soltar el bombazo de Los presupuestos del socialismo y la tarea de la socialdemocracia con su fórmula de "el fin no es nada; el movimiento, todo". Ahí estaba ya la socialdemocracia, los "social-traidores" y "socialfascistas" de que hablaban luego los comunistas.

La segunda parte del ensayo es una especie de recapitulación del Estado del bienestar que, de 1945 a 1973, es el momento de oro de la socialdemocracia, con una semblanza de sus orígenes, su justificación y un análisis somero de su crisis. Los factores que resalta, en lo esencial los acuerdos de Saltsjöbaden en Suecia y el New Deal yanqui en los años treinta son justos y ponen al Estado del bienestar exclusivamente en relación con la alternativa keynesiana. No tiene en cuenta la política social de fines del XIX, especialmente la bismarckiana de los "socialistas de cátedra" y, en consecuencia, el pacto socialistas, liberales, demócratas cristianos de la posguerra europea, que es el caldo del cultivo del Estado del bienestar en el continente, parece en cierto modo como caído del cielo. Está bien, con todo, que haga mención al keynesianismo de la política económica de los nazis alemanes y hubiera estado mejor que se ampliara a la de los fascistas italianos en los años veinte, incluida la de la dictadura de Primo en España también en esos años porque saca el tema de la intervención del Estado en economía del campo de debate teórico keynesianismo sí o no para ponerlo más en el terreno de la Ley de Wagner, de fines del XIX y en donde ya se dobla a difuntos por el Estado del bienestar mucho antes de que lo haga Hayek.

El ascenso de la revolución conservadora encabezada por la señora Thatcher y el señor Reagan que Paramio situa a fines de los años ochenta (p. 14) cuando es de los setenta pues la "dama de hierro" gana las elecciones en 1979, está agudamente tratado y lo estuviera más si, salvando el anacronismo señalado, el autor lo vinculara directamente a la crisis mundial del petróleo de 1973 que analiza brillantemente. Sin el choque del 73, sin la famosa "crisis fiscal del Estado" (0'Connor) que, irónicamente, fue un vaticinio marxista, sin las ideas sobre la "sobrecarga" del Estado en el curso de la revolución de las "expectativas crecientes" y la conciencia de la "quiebra de las democracias" que auguraba por las fechas la Trilateral, no hubiera habido, creo, thatcherismo ni reaganomics. Por eso hace muy bien Paramio en subrayar la importancia de esa fecha, 1973, y sus consecuencias. No hubiera estado tampoco de más una referencia a su antecedente y su consecuente. El antecedente es la voladura de los acuerdos de Bretton Woods en decisión unilateral gringa de agosto de 1971 sopbre la paridad del dólar y los consecuentes más importantes el hundimiento del comunismo (incapaz de adaptarse al cambio en el modelo productivo) y la crisis de la deuda en el Tercer Mundo. Que estos datos son relevantes lo delata el hecho de que sin ellos, sin el segundo, no es explicable el Consenso de Washington, elemento esencial de la hegemonía mundial conservadora de los ochenta y noventa.

La cuarta parte está abierta y consiste en un interesante análisis de la encrucijada de la socialdemocracia actual, ahora que la crisis de 2008 ha triturado literalmente las autojustificaciones conservadoras, neoclásicas, monetaristas, etc, esto es, todos los que el autor llama "fundamentalistas del mercado". El reto es la renovación de la socialdemocracia, una vez que se ha agotado el ciclo de la Tercera Vía que el autor no creo que lo diga pero no era otra cosa que la recepción del discurso neoliberal en los despachos socialdemócratas. Me da la impresión de que lo que propone es la reconstrucción (actualizada, supongo) del consenso de la posguerra, basado en la esperanza de que las clases medias hayan aprendido cómo las gasta el neoliberalismo. Milita en contra de este propósito el hecho de que la socialdemocracia (la izquierda en general) se encuentre enfrente de una "derecha rabiosa" (que, por cierto, me parece el mayor hallazgo de la obra, aunque me recuerda mucho a la "derecha furiosa" de mi amigo José Manuel Roca) con la que no hay entendimiento posible. El autor analiza los datos a favor y en contra de aquella posibilidad de reconstitución y para mi santiguada que lo único que tiene claro, aunque no lo diga expresamente, es que quisiera ver a un socialdemócrata (a Felipe González, supongo) al frente de la Unión Europea (p. 82). El resto es capítulo de buenos deseos acerca de si la socialdemocracia será capaz de encontrar el nuevo discurso que precisa desesperadamente para aprovechar el momento de vacío hegemónico que le brinda la historia.

Para este instante tengo la impresión de que Paramio está hablando ya sólo de España porque en los demás países importantes de Europa la socialdemocracia está muy ocupada lamiéndose las heridas.

dimecres, 21 d’octubre del 2009

Golpe de mano vaticano.

Mediante una Constitución apostólica, la norma más alta dentro de la panoplia de decretos de que dipone el Papa, la Iglesia católica establece la vía para integrar en su seno colectivamente a todos aquellos sacerdotes anglicanos que acepten los postulados católicos en materia de ordenación del clero. No uno a uno, como hasta ahora sino en masa, colectivamente. En el fondo es una maniobra táctica para asimilar a los curas anglicanos más reaccionarios, contrarios a la decisión de su iglesia de ordenar a la mujeres y a los homosexuales. O sea, una medida para fortalecer las posiciones ultras, el predominio patriarcal en la iglesia católica, su proverbial misoginia y, de paso, debilitar a la iglesia anglicana, una prueba más del espíritu integrista que informa el papado de Benedicto XVI así como de su célebre falta de tacto y de sentido diplomático. Porque la Constitución se ha anunciado sin haber prevenido a la confesión "hermana" del intento de arrebatarle a su clero más reaccionario. Al contrario, el órgano de prensa del Vaticano la presenta como Una risposta ragionevole e necessaria per una comunione piena e visibile.

Al revés de lo que parece pensar el Papa, aunque el descontento de los sectores conservadores anglicanos con la decisión comentada es grande, no se prevé que haya movimientos en masa hacia la obediencia de Roma y eso que ésta se ha cuidado de facilitárselo a los interesados: los curas anglicanos casados que se pasen seguirán casados y, si lo quieren, se atendrán a su propia liturgia. El único límite que se impone a los casados es el acceso al obispado. Los obispos continuarán siendo célibes.

La Constitución puede tener algún efecto visible en la Iglesia de Inglaterra y es de suponer que mucho menos en la rama estadounidense, la Iglesia episcopaliana, cuyos miembros contrarios a la ordenación de mujeres ya se han segregado y mantenido, sin embargo en la obediencia a la Reforma pero, en cualquier caso, plantea un curioso problema de conciencia que hace revivir la famosa cuestión del cuius regio, eius religio, aunque atenida al gobierno espiritual de las almas. En otras palabras: ¿a qué iglesia irán los fieles de las parroquias de los curas anglicanos "tránsfugas"? Algunos observadores religiosos, siempre mostrando su verdadero rostro, sostienen que el problema se planteará con la propiedad de los edificios mismos de dichas parroquias. En cualquiera de los dos casos, el espiritual y el temporal, la medida es una clara injerencia en los asuntos de una confesión con la que se dice que se quieren estrechar lazos que, como bien se ve, son de los que ahogan.

Hay curas anglicanos contrarios a la ordenación de las mujeres que se niegan a dar el paso de la obediencia a Roma poniendo de relieve que para algo se hizo la Reforma del siglo XVI. Todavía no se ha escuchado a ninguno advertir que el paso a la obediencia romana los lleva a un lugar frecuentado por la pederastia. Pero, a la vista de cómo las gasta el Vaticano, no merece nada mejor.

(La imagen es una foto de sam herd, bajo licencia de Creative Commons).

La dureza del poder blando.

Presionado por los Estados Unidos y la Unión Europea que se han valido de las Naciones Unidas para efectuar la maniobra, Hamid Karzai ha tenido que dar su brazo a torcer y aceptar las conclusiones de la Comisión de Quejas Electorales según las cuales las elecciones presidenciales del pasado veinte de agosto fueron fraudulentas y deben anularse. En ellas Karzai se había atribuido más del 52 por ciento de los votos con lo que quedaba reelegido presidente. Ahora esa cantidad se ha rebajado a algo más del 48 por ciento y habrá que hacer una segunda vuelta el siete de noviembre próximo.

En teoría es un triunfo del "poder blando" (soft power), consistente en conseguir lo que uno se propone por las buenas, dicho sea de modo abreviado y un poco caricaturesco. Por supuesto el acuñador de la expresión, Joseph Nye, dice que esa forma de poder depende de ciertas características que enumera cuidadosamente pero que podemos permitirnos el lujo de resumir de este modo: por la buenas. Por las buenas parece haber aceptado Karzai lo que se había negado a admitir hasta ayer mismo: que hubo tongo en las elecciones y que había que repetirlas. Lo que sucede es que con un país como el Afganistán, literalmente descuartizado entre los diferentes señores de la guerra, los taliban, las fuerzas gubernativas y las tropas de la OTAN encabezadas por los EEUU, resulta algo absurdo hablar de "poder blando", sobre todo si se tiene en cuenta que los occidentales han hecho saber a Karzai que los futuros planes de la OTAN quedarían relegados hasta que haya un gobierno estable en el país. Dado que su gobierno, estable o inestable, depende más de la OTAN que de sus propios medios, se descubre que el poder blando tiene una sospechosa tendencia a parecerse al duro, aunque sólo sea por omisión.

Por lo demás, ¿qué puede pasar en la segunda vuelta que no haya pasado en la primera? Pues quizá que el fraude sea menos visible y hasta ¿por qué no? que haya menos fraude. Pero nada autoriza a pensar que en las zonas con mayor presencia taliban las gentes puedan siquiera acercarse a las urnas sin que les corten la nariz, las orejas o algo peor. Karzai, de la dominante etnia pastún, tiene ventaja numérica sobre su rival el tazdiko Abdullá Abdullá. La repetición de las elecciones salva la cara del gobierno de Karzai pero dejará las cosas como están.

(La imagen es una foto de World Economic Forum, bajo licencia de Creative Commons).

dimarts, 20 d’octubre del 2009

Estilos y pastuquis de gobierno.

Los medios han venido señalando las diferencias que se dan en el modo de reaccionar de los tres principales mandatarios del PP ante el caso Gürtel, esto es, la señora Aguirre y los señores Camps y Rajoy. Los dos primeros que aparecen más o menos directamente afectados por la trama corrupta han aplicado estrategias distintas, incluso contrapuestas, pero lo han hecho con determinación y perseverancia. El tercero, el señor Rajoy, el que menos pringado aparece en el betún corrupto aunque quizá sea quien lo esté más pues no atajó la proliferación de las maquinaciones presuntamente delictivas a pesar de haber dicho lo contrario, ha dado abundantes pruebas de falta de determinación, de desconcierto e inseguridad. Considerar estas diferencias sirve para apreciar las que hay entre caracteres de personas, cosa siempre interesante, pero es de poco momento para dictaminar si alguno de los tres sale mejor parado de este tifón que es el caso Gürtel. Porque no lo está ninguno y a los tres va a llevárselos por delante a causa de los hechos en investigación cuya magnitud y trascendencia van tomando cuerpo día a día en una opinon pública que descubre, asombrada, cómo partes enteras del país, especialmente Valencia y Madrid, han estado gobernadas por una coalición de granujas y chorizos todos ellos presuntos por supuesto.

En cuanto al señor Camps ahora se sabe que la astracanada montada hace unos días con motivo del sacrificio de su secretario regional, vino precedida de amenazas al señor Rajoy en la famosa entrevista de Alarcón y culmina, por ahora, en que el señor Costa sólo ha sido destituido nominal o simbólicamente pues de hecho sigue actuando de secretario general del PP valenciano, lo que demuestra que la autoridad del señor Rajoy no traspasa las puertas de la calle Génova 13 y aun dentro del edificio estaría por ver si se le reconoce alguna. El hecho de que haya tenido que apresurarse a desmentir en público lo que está tramando en privado, la sustitución del señor Camps, deja claro que su margen de actuación se reduce por días. Pero eso no contribuye a salvar en modo alguno al Curita que, se ponga como se ponga y aunque se ponga su mejor trajecito, no es más que un cadáver viviente vampirizado por el Bigotes que es quien en verdad ha estado haciendo y deshaciendo en el antiguo Reino de Valencia al tiempo que supuestamente saqueaba las arcas públicas en honor del siglo y del Altísimo. La momentánea guinda (vendrán más) de este pastel de voraz rapiña la pone el Vaticano que ya ha manifestado su disgusto asegurando que el caso de Valencia es "ciertamente feo", probabemente molesto también porque, puestos todos a robar con motivo de la visita del Santo Padre, nadie se acordara de dar el correspondiente diezmo a la Iglesia. En todo caso, resumiendo, el Curita está ya en primera línea de fuego y la próxima información sobre alguna fechoría gurteliana lo hará caer sin remisión.

Ahora parece tocarle el turno a la señora Aguirre. Su aparente determinación a la hora de exigir responsabilidades a sus subordinados que algunos medios le han alabado cayendo así en la trampa que la taimada señora les habían tendido, en el fondo es pura pacotilla escenográfica como todo lo que hace. Comparado con ella el señor Camps es un aprendiz de gobernante posmoderno. Porque tiene mérito ser en verdad la más tocada por el caso Gürtel y conseguir que algunos medios te acepten la superchería de que no solamente no eres su beneficiada sino su némesis. El estilo de la señora, contundencia y desplante, silencio y garrulería de Chamberí, le ha estallado finalmente en el rostro decomponiéndole la figura. Veamos:

- No ha dado una explicación aceptable del caso del espionaje a miembros del PP supuestamente organizado y ejecutado por gente de su gobierno, alguna de su máxima confianza.

- Sigue sin decir nada sobre el venenoso asunto de la fundación fantasma, Fundescam, nutrida de fondos oscuros, según parece por su rendido admirador, señor Díaz Ferrán, que no tiene dinero para pagar a sus trabajadores pero sí para invertirlo, según parece, en conseguir la reelección de la marquesa cojonuda.

- Por último, a raíz de una minuciosa investigación de Público sobre la frenética actividad pública de la señora, ha resultado que ha sido ella, la ínclita lideresa, quien se ha beneficiado (a efectos de representación institucional, no personalmente) de la práctica fraudulenta de la trama de trocear los contratos obtenidos con prácticas mafiosas y quien, en definitiva, dada la magnitud del fraude (más de trescientos contratos por valor de millones de euros) no solamente es responsable política última del desaguisado sino penal y directa puesto que han sido todos sus departamentos a sus órdenes quienes han estado contratando con la trama corrupta prácticamente hasta ayer.

De hecho la señora Aguirre, como el señor Camps, están en estos momentos luchando por sus respectivos pellejos y su porvenir se me antoja aciago. Por supuesto, la non entity del señor Rajoy no cuenta en absoluto. Lo que haya de pasar en el PP, pasará por encima de su cadáver, que ya está en exposición.

(La imagen es una foto de Rafel Gómez Montoya, bajo licencia de Creative Commons).

A lo mejor se hace la razón.

Este comentario también podría titularse "A buenas horas, mangas verdes". Resulta que, según comunica con su cómica seriedad habitual el diario Gara, los de Batasuna andan en un proceso de reconsideración interna de estrategia y de autocrítica porque, al parecer, han caído por fin en la cuenta (o dicen que han caído pues con estos embusteros compulsivos toda precaución es poca) en que su tozuda actitud de invocar mantras democráticos manteniendo su supeditación y mensajería de los pistoleros no les ha reportado nada bueno sino, antes al contrario, desgracias, represión y, en último término, desprestigio y creciente irrelevancia social.

Por supuesto el periódico presenta la noticia como si el proceso de revision batasuno fuera, en parte, obra de la esclarecida mesa recientemente encarcelada por el juez Garzón y como prueba de que la decisión de encarcelarla obedece a la intención del gobierno español de torpedear el giro democrático de la izquierda abertzale y fabricarse así coartadas para seguir reprimiendo al sufrido pueblo vasco.

De forma que la noticia según la cual el último menda detenido por los gabachos en Francia armado hasta los dientes y en un coche robado, miembro de la dirección de ETA, el tal Aitor Elizaran, pudiera ser el hombre de ETA en Batasuna, el comisario político de la izquierda abertzale y el mentor ideológico del señor Otegi, forma parte de la estrategia represiva del Estado español y es una maquinación más del ministro Rubalputin, empeñado en acabar con ETA como, por otro lado, es su deber.

Todo eso está muy bien y es muy audaz, revolucionario y perspicaz pero pasa por alto un hecho obvio, evidente, palmario para todo el mundo excepto para los genios de Gara y de la "izquierda abertzale": que si el giro actual de revisión y autocrítica de Batasuna es cierto, entonces el mitin de Anoeta no lo era.

Pero, en definitiva, da ya igual porque el crédito que a estas alturas del cómputo de barbarie y muerte merece esta pandilla de correveidiles descerebrados es de cero. Dicho en otros términos y para que lo entiendan hasta los de Gara y sus lectores: no se trata solamente de que ya no puedan vender su paso a la política democrática como una concesión o victoria por la que habría que premiarlos sino de que, aunque vayan a votar disciplinada y pacíficamente y repudien en público lo que hasta ayer aplaudían en sus reuniones internas, nadie va a creerlos. Yo, desde luego, no.

Batasuna está muerta y es cosa del pasado. Si los amigos de los terroristas quieren hacer política tendrán que buscar otro nombre, otros dirigentes, otras ideas, otro discurso... y otros amigos.

(La imagen es una foto de Brocco Lee, bajo licencia de Creative Commons).

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dilluns, 19 d’octubre del 2009

Por más que quieran impedirlo.

El resultado del sondeo del Injuve que se refleja en Público recoge que casi el ochenta por ciento de los españoles está de acuerdo con la reforma de la ley del aborto que presenta el Gobierno. Es decir, está de acuerdo con dos postulados esenciales en ese vidrioso tema: a) el aborto es un derecho de las mujeres; b) éstas pueden ejercerlo mediante una ley de plazos que impone un límite temporal pero las ampara en su ejercicio, impidiendo que puedan ser criminalizadas como hasta la fecha. El asunto tiene importancia porque, al tratarse de una cuestión moral en la que no existe criterio científico objetivo para sustentar convincentemente una opción, sólo cabe resolverla mediante recuento de mayorías y minorías.

Ya se sabe que quien se quede en minoría en un debate de posiciones morales no tiene porqué hacer suyo el punto de vista de la mayoría. En este caso, quienes creen que el aborto es siempre un delito, un crimen, seguirán pensándolo. Pero cabe exigir de ellos que acaten la decisión de la mayoría, máxime teniendo en cuenta que ésta no los obliga a cometer ese supuesto delito pero sí les impide tratar como delincuentes a quienes ejerzan su derecho a abortar, que es lo que tienen tendencia a hacer, incluso mintiendo y falsificando los hechos, como se prueba en el reciente caso de la clínica Isadora.

El setenta y nueve, casi el ochenta por ciento de la población sí es una mayoría apabullante frente a la que de nada sirven las invenciones delirantes de cantidades atribuidas a la manifa ultrarreaccionaria del sábado que, según queda ya claro, contó con unas sesenta mil personas. Y aunque hubieran sido las 250.000 que contó muy generosa la policía ello no daría a sus postulados antiabortistas un adarme de peso más. Por eso es muy libre el señor Rajoy de presentarse en el Congreso a hacer el ridículo una vez más pidiendo la retirada de una ley que no va a retirarse porque cuenta con los apoyos parlamentarios precisos.

En realidad es este comportamiento reiterado del señor Rajoy el que requiere algún comentario., ya que sus asesores no parecen hacerle ver que va de cabeza al abismo. Es claro a estas alturas que fueron los genios burlones y el dedazo del señor Aznar los que elevaron al puesto de presidente del PP y candidato a la presidencia del gobierno a un hombre que manifiestamente no da la talla para el cargo. Un sentido elemental de la conveniencia que entienden hasta las caballerías manda no suscitar actos colectivos que vayan en contra de uno, votaciones que va uno a perder, por ejemplo; sobre todo tras haber perdido ya dos elecciones generales.

Tomar apoyo en una manifestación convocada por lo más carcunda de la derecha española, tanto que hasta acudió el señor Aznar, para pedir la retirada de una ley que homologa a España con las democracias del entorno, saca al país en parte de su atraso, hace justicia a las mujeres,tiene el apoyo de cuatro quintas partes de los ciudadanos y la mayoría necesaria en el Congreso es, sencillamente, del género tonto.

(La imagen es una foto de Público, bajo licencia de Creative Commons).

La felicidad ¿también es líquida?

Bauman, uno de los sociólogos vivos de mayor fama mundial dedica una obra a un tema sempiterno de la ética, el de la felicidad o cómo alcanzar la vida buena y lo hace a su líquida manera, es decir de modo no sistemático, diversificado y hasta un poco confuso. Admite desde el principio que de la felicidad sólo cabe decir con confianza y sin despertar oposición "que la felicidad es algo bueno, deseable y apreciado. O que es mejor ser feliz que infeliz. Pero estos dos pleonasmos son prácticamente todo lo que puede decirse sobre la felicidad con completa seguridad." (p. 38) Aun así tampoco estaría yo muy seguro. Habría que forzar estos enunciados para que encajaran en el mundo de los masoquistas. En todo caso y admitiendo que sea lo único que cabe decir sobre tan escurridizo tema, lo cierto es que Bauman le dedica un libro (Zygmunt Bauman. El arte de la vida. De la vida como obra de arte Barcelona, Paidós, 2009. 173 págs). Muy desigual y con propuestas de muy variada naturaleza, pero un libro al fin y al cabo.

En la obra viene habiendo tres hilos conductores que a veces se entremezclan: uno es la configuración de la felicidad en la sociedad contemporánea de estructuras líquidas y propensión al consumo; otro la idea de que vivimos nuestras vidas como obras de arte; y el tercero y final, que la vida buena se encuentra en algún lugar intermedio entre las diatribas nietzscheanas en contra de los hombres vulgares y los cristianos y el sentido de la responsabilidad hacia el "otro" de Emmanuel Lévinas. Es decir, como si se tratara de tres enfoques para una misma cuestión, el sociológico, el ético/estético y el filosófico.

En cuanto a la felicidad en la sociedad de consumo la propuesta baumaniana, acorde con su concepción de la liquidez posmoderna, es que hay una especie de construcción social de que la felicidad se halla en el consumo. Bauman es fiel a sus orígenes. Recuerdo que el primer libro que le leí, allá por los años setenta, antes de que hiciera el descubrimiento de lla posmodernidad líquida, fue un estupendo ensayo sobre hermenéutica. En dicha construcción el planteamiento que hacen las grandes empresas a través de la publicidad trata de conseguir que, como la felicidad se confunde con su búsqueda, la relación del hombre con el consumo esté orientada a presentar en efecto la felicidad como una búsqueda permanente que encuentra su correlato en la continua oferta mercantil de nuevos productos. Hay un consumo compulsivo movido también por la prevista obsolescencia de la marca (p. 22). No es un punto de vista muy original pero no está de más que se recuerde y que se extraigan las últimas consecuencias de la crítica al consumismo.

La cuestión ética y estética de que debemos vivir nuestras vidas como obras de arte supone un salto de envergadura desde un espíritu descriptivo a una especie de propuesta normativa que no resulta muy convincente. Una obra de arte es una plasmación objetiva de un impulso creador en la infinita escala del genio que se expresa a través de determinados medios. De todas formas esa vida que se vive como una obra de arte presenta numerosas insuficiencias. La más importante de todas, creo colegir, es la inevitable tendencia de las personas a ir por la vía más fácil y escurrir el bulto ante las dificultades y a concentrarnos en nuestra propia pequeñez. Por eso cita con aprobación a Gilles Lipovetsky cuando éste escribe en su estudio sobre el individualismo contemporáneo que "la cultura del sacrificio ha muerto. Hemos dejado de reconocernos en todo tipo de obligación de vivir por algo que no sea nosotros mismos." (p. 54)Es más, añado, toda la teoría dominante en las ciencias sociales, desde la economía a la sociología, basada en la elección pública gira en torno a la idea del hombre como egoísta racional. Tengo tendencia a creer que esta expresión, moneda de circulación universal en el discurso contemporáneo y que todo el mundo parece aceptar sin más de "egoísta racional" es en el fondo un oxímoron. Pero esto nos apartaría ahora del libro de Bauman.

Poco arte también cabe en la aversión contemporánea a la condición de incertidumbre de la existencia. Precisamente la orientación hacia el terreno de las utopías que parece retornar con fuerza en los últimos años obedece a una misma obsesión: eliminar la incertidumbre, acuñar un mundo -tal es en el fondo el de las utopías-articulado a base de certidumbre (p. 61). Una ojeada somera al mundo contemporáneo muestra que, en efecto, la certidumbre que es también la esencia misma de las clases medias no tiene nada que ver con el arte que se mueve en el terreno de lo incierto.

La tercera cuestión la especie de juste milieu entre la exaltada visión nietzscheana del "superhombre" como el ser superior, noble que, etimulado por su voluntad de poder, desprecia a la gente pequeña y mediocre y la idea fundamental de Lévinas de que solamente somos en la medida en que somos para otro y que es la existencia de este otro la que da sentido a la nuestra se me antoja un ejercicio de retórica discursiva o una concesión a las convicciones y autoimágenes éticas de la época. La sucinta exposición que Bauman hace de Nietzsche a partir del Ecce Homo y Así hablaba Zaratustra está presidida por un acuerdo fundamental con el filósofo que Bauman no puede evitar, como cuando dice que vivimos nuestra vida como una obra de arte queramos o no, lo sepamos o no. De igual modo, la Umwertung aller Werte nietzscheana le resulta convincente quiera o no. Decir que equidista del sentido de la responsabilidad de Lévinas, que Nietzsche vería como una recaída en el mundo de los seres viles, no es más que una forma de hablar.

En realidad sí que cabe decir algo más sobre la felicidad, aparte de los pleonasmos a que se refiere Bauman y es el famoso apotegma que suelen citar los filósofos y dramaturgos griegos de la edad de oro: "Nunca digáis de alguien que fue feliz hasta que haya muerto".

diumenge, 18 d’octubre del 2009

Dos manifas.

La política se hace en las instituciones pero también en la calle. Es más, parte de su interés reside en el diálogo que a veces se entabla entre la calle y las instituciones. La técnica se descubrió durante la Revolución francesa y consistía en presionar a los diputados en sesión deliberante con algún tumulto callejero que se asomaba a las galerías de la Asamblea para recordar a los allí reunidos que la vida empezaba fuera. Desde entonces se han visto muchos casos muy ilustrativos de esta conflictiva relación y se ha escrito y reflexionado mucho acerca de qué sea lo más aceptable, lo más legítimo, lo más democrático: que las decisiones las tome el parlamento; que las tome la calle; que aquel escuche a ésta; que ésta apoye a aquel.

En un Estado democrático de derecho el Parlamento es la actualización del poder soberano del pueblo y, en cierto modo, soberano él mismo. Su función legislativa en régimen representativo (con participación, por tanto, de toda la ciudadanía) no admite más cortapisa que el principio de constitucionalidad. Su decisión en forma de ley es la voluntad general y demanda acatamiento. Es cierto que todos los sistemas representativos tienen defectos y, llegados al límite, algunos (por ejemplo, Rousseau) dicen que los parlamentos en realidad sólo falsean la voluntad popular. Pero hasta para eso es preciso respetar la legalidad. Si alguien está disconforme con lo que el Parlamento decide e, incluso, con la misma forma del Parlamento y quiere modificar la ley tiene que ganar unas elecciones, cambiar la mayoría parlamentaria y proceder en consecuencia. Chillar en la calle sirve de poco.

A su vez, ningún sistema democrático puede permitirse ignorar la opinión de la calle que opera bajo el principio asambleario de democracia directa, pero sin dejarse impresionar en demasía. Quienes se manifiestan con sus magáfonos y pancartas (tal el señor Aznar ayer, el mismo señor Aznar que llamaba con desprecio "pancarteros" a los socialistas que se manifestaban contra su gobierno hace unos años, o sea, el pancartero señor Aznar) suelen atribuirse la representación de la totalidad del cuerpo electoral y hablan alegremente en nombre de los presentes y de los ausentes. En el ambiente festivo de toda manifa no es difícil escuchar a alguien diciendo, por ejemplo, que "toda España" está en ese momento en la Plaza de la Cibeles o "toda Euskadi" en el Paseo de la Concha. Evidentes exageraciones que suelen ampararse en la oscuridad de los datos, la prestidigitación de las cifras, cosa también bastante inane porque hasta la más demesurada de las valoraciones es irrelevante en comparación con unos resultados electorales normalitos. Por ejemplo: dicen los organizadores de la marcha de ayer en contra del aborto en Madrid que hubo dos millones de personas. ¿Y qué? El voto al PSOE y al PP juntos suman diez veces más. Al PP, contrario a la nueva normativa del aborto lo votan unos diez millones de personas, así que también puede decirse que la manifa fue un rotundo fracaso porque faltaron ocho millones de votantes. Pero es que, según la nueva forma de calcular asistencias a manifas por ordenador, parece que a ésta antiabortista acudieron 63.000 personas. Enteco número para las hipérboles ideológicas de los participantes.

En todo caso, al margen de su cuantía, las manifas traen mensajes que es bueno escuchar porque aportan puntos de vista a los debates y permiten extraer conclusiones. En el caso de la llamada "pro vida" de Madrid, azuzada por la clerigalla y lo más retrógrado del PP y sus periodistas, el mensaje es claro: no a la reforma de la actual regulación del aborto y, si es posible, derogación de la normativa vigente que lo permite en condiciones muy lesivas para los derechos de las mujeres. O sea, no a los derechos de las mujeres, dicho en román paladino. Algo que luego el PP no se atreve a poner en práctica cuando gobierna con mayoría parlamentaria, como han comentado hasta la saciedad todos los políticos del PSOE. Es decir, el sentido de la manifa de la derecha de ayer no pasó de ser un paseo por un Madrid otoñal y acogedor de una minoría de esquizofrénicos exaltados que vociferan por las calles lo que no se atreven a proponer en sede parlamentaria. Y con los obispos en casa, mirando por la tele el resultado de su agitación. Un risa.

La manifa de San Sebastián, con el colorido frente nacionalista en pleno, desde el PNV hasta Batasuna protestaba por el encarcelamiento de los señores Otegi, Díez Usabiaga, Zabaleta, etc. Un día antes el inenarrable señor Egibar cuyo sentido de la lógica es siempre contrario a la lógica del sentido decía que quienes ordenaron la detención de tales presuntos delincuentes "no quieren acabar con ETA". De donde se deduce que quienes quieren acabar con ETA son los que se manifestaban ayer por Donosti, entre ellos presuntos colaboradores con la banda de asesinos del brazo de los señores del PNV. Conclusión del delirio egibariano: ETA quiere acabar con ETA. De nuevo hay aquí, además, una cuestión numérica y otra de fondo del mensaje. La numérica habla de "varios miles" de manifestantes, es decir, nada en un país con un censo electoral de 1.800.000 votantes. En cuanto al fondo del asunto y dicho con claridad, protestar contra la detención de quienes presuntamente estaban organizando un tinglado a las órdenes de ETA equivale a actuar a las órdenes de ETA cuyos pistoleros, como los obispos en Madrid, veían por televisión el resultado de sus desvelos.

(La imagen es una foto de 20 Minutos, bajo licencia de Creative Commons).

Demoliciones Gürtel.

Sigo pensando que el caso Gürtel se lleva por delante al PP tal como lo conocemos hoy. El sondeo de Público muestra que hay una mayoría de ciudadanos que cree que Camps debe dimitir. Como es lógico. Una vez demostrado que ha mentido, que no se paga sus trajes y que sí conoce y "quiere un huevo" al presunto delincuente El bigotes; que está al frente de un Gobierno en el que se ha producido un expolio de fondos públicos millonario a favor de la trama corrupta de Gürtel y en beneficio supuesto de cargos y políticos del PP, ¿qué otra salida tiene si no dimitir? Cada día que pasa esta desgracia pública al frente de la Generalitat se desprestigian más las instituciones democráticas y el principio de ciudadanía.

A su vez, el sondeo de Metroscopia para El País arroja resultados igualmente negativos para el PP. La tendencia en intención de voto comienza a invertirse. El 63 por ciento de los encuestados no cree que Rajoy tenga la autoridad suficiente para resolver la crisis, lo cual es obvio, vistos los resultados hasta la fecha.

Definitivamente, cuando se hagan públicos los dos tercios del sumario que aún son secretos de este partido no quedará piedra sobre piedra.


(La imagen es una foto de dalequetepego, bajo licencia de Creative Commons).