O de cuánto dura la unidad en la política del Imperio.
Después de vencer en la batalla de Valencia, imponiendo al Curita la destitución de su monago, el relamido Costa, y con éste llorando sus cuitas sobre el hombro de su hermano Juan Sin Cargo a quien ayer traicionara precisamente en pro de quien hoy tan cruelmente lo hiere, retorna el Emperador a la corte maquinando nuevas empresas que afiancen su poder y den lustre a su gloria. Aquí lo espera una sedición movida por la Señora de la Marca madrileña, la Dueña Liberada, quien tiene puesta su codiciosa mirada en el control de la Ceca imperial con el fin de acuñar reales de vellón con que financiar su ambición de alzarse con el Imperio comprando a los electores en la próxima dieta, todos ellos tan venales como pecadores. Sólo resiste al endriago el alcaide de la ciudad, un honrado burgués, leal vasallo imperial en quien tiene puestas sus complacencias el el Anciano hirsuto del monte, espíritu de la caverna milenaria. El Emperador alza bandera por su protegido, un preclaro varón de la acreditada dinastía bancaria de los Von Raten, mientras que la ladina Dueña Liberada, quiere imponer en el cargo a un su valido, un condotiero curtido en mil batallas y que se dejaría matar por ella si llegara el caso. Para el asalto final la nueva Circe de extraños poderes cuenta con el apoyo de las mesnadas locales, excepto las que guarnecen la fortaleza del alcaide, y la lealtad de los villanos que siguen a un cabdiello local a quien ella ha trastornado el juicio con promesa de ennoblecerlo en el futuro. Hoy, día santo de los hebreos y mañana, día del Señor de los cristianos, las tropas bruñirán las armas y las vigías otearán las avanzadas, mientras la legión de legistas y clérigos trata de amañar un compromiso que evite la detrucción del que un día fuera considerado el Ejército de Dios, bendecido por los príncipes de la Iglesia en sus cruzadas contra los abortígenas, los divorcífilos y los civitánidos educativos. Que cada cual se encomiende al santo de su devoción pues ya entran en liza los dos pretedientes, el honrado banquero von Raten y el gallardo mercenario Íñigo Gonzaloniero. Allá en lo alto relumbra la Ceca, premio que será del ganador en esta última batalla, preasagio del Ocaso de los Trajes. (La imagen es una foto de 20 Minutos, con licencia de Creative Commons)