Bauman, uno de los sociólogos vivos de mayor fama mundial dedica una obra a un tema sempiterno de la ética, el de la felicidad o cómo alcanzar la vida buena y lo hace a su líquida manera, es decir de modo no sistemático, diversificado y hasta un poco confuso. Admite desde el principio que de la felicidad sólo cabe decir con confianza y sin despertar oposición "que la felicidad es algo bueno, deseable y apreciado. O que es mejor ser feliz que infeliz. Pero estos dos pleonasmos son prácticamente todo lo que puede decirse sobre la felicidad con completa seguridad." (p. 38) Aun así tampoco estaría yo muy seguro. Habría que forzar estos enunciados para que encajaran en el mundo de los masoquistas. En todo caso y admitiendo que sea lo único que cabe decir sobre tan escurridizo tema, lo cierto es que Bauman le dedica un libro (Zygmunt Bauman. El arte de la vida. De la vida como obra de arte Barcelona, Paidós, 2009. 173 págs). Muy desigual y con propuestas de muy variada naturaleza, pero un libro al fin y al cabo.
En la obra viene habiendo tres hilos conductores que a veces se entremezclan: uno es la configuración de la felicidad en la sociedad contemporánea de estructuras líquidas y propensión al consumo; otro la idea de que vivimos nuestras vidas como obras de arte; y el tercero y final, que la vida buena se encuentra en algún lugar intermedio entre las diatribas nietzscheanas en contra de los hombres vulgares y los cristianos y el sentido de la responsabilidad hacia el "otro" de Emmanuel Lévinas. Es decir, como si se tratara de tres enfoques para una misma cuestión, el sociológico, el ético/estético y el filosófico.
En cuanto a la felicidad en la sociedad de consumo la propuesta baumaniana, acorde con su concepción de la liquidez posmoderna, es que hay una especie de construcción social de que la felicidad se halla en el consumo. Bauman es fiel a sus orígenes. Recuerdo que el primer libro que le leí, allá por los años setenta, antes de que hiciera el descubrimiento de lla posmodernidad líquida, fue un estupendo ensayo sobre hermenéutica. En dicha construcción el planteamiento que hacen las grandes empresas a través de la publicidad trata de conseguir que, como la felicidad se confunde con su búsqueda, la relación del hombre con el consumo esté orientada a presentar en efecto la felicidad como una búsqueda permanente que encuentra su correlato en la continua oferta mercantil de nuevos productos. Hay un consumo compulsivo movido también por la prevista obsolescencia de la marca (p. 22). No es un punto de vista muy original pero no está de más que se recuerde y que se extraigan las últimas consecuencias de la crítica al consumismo.
La cuestión ética y estética de que debemos vivir nuestras vidas como obras de arte supone un salto de envergadura desde un espíritu descriptivo a una especie de propuesta normativa que no resulta muy convincente. Una obra de arte es una plasmación objetiva de un impulso creador en la infinita escala del genio que se expresa a través de determinados medios. De todas formas esa vida que se vive como una obra de arte presenta numerosas insuficiencias. La más importante de todas, creo colegir, es la inevitable tendencia de las personas a ir por la vía más fácil y escurrir el bulto ante las dificultades y a concentrarnos en nuestra propia pequeñez. Por eso cita con aprobación a Gilles Lipovetsky cuando éste escribe en su estudio sobre el individualismo contemporáneo que "la cultura del sacrificio ha muerto. Hemos dejado de reconocernos en todo tipo de obligación de vivir por algo que no sea nosotros mismos." (p. 54)Es más, añado, toda la teoría dominante en las ciencias sociales, desde la economía a la sociología, basada en la elección pública gira en torno a la idea del hombre como egoísta racional. Tengo tendencia a creer que esta expresión, moneda de circulación universal en el discurso contemporáneo y que todo el mundo parece aceptar sin más de "egoísta racional" es en el fondo un oxímoron. Pero esto nos apartaría ahora del libro de Bauman.
Poco arte también cabe en la aversión contemporánea a la condición de incertidumbre de la existencia. Precisamente la orientación hacia el terreno de las utopías que parece retornar con fuerza en los últimos años obedece a una misma obsesión: eliminar la incertidumbre, acuñar un mundo -tal es en el fondo el de las utopías-articulado a base de certidumbre (p. 61). Una ojeada somera al mundo contemporáneo muestra que, en efecto, la certidumbre que es también la esencia misma de las clases medias no tiene nada que ver con el arte que se mueve en el terreno de lo incierto.
La tercera cuestión la especie de juste milieu entre la exaltada visión nietzscheana del "superhombre" como el ser superior, noble que, etimulado por su voluntad de poder, desprecia a la gente pequeña y mediocre y la idea fundamental de Lévinas de que solamente somos en la medida en que somos para otro y que es la existencia de este otro la que da sentido a la nuestra se me antoja un ejercicio de retórica discursiva o una concesión a las convicciones y autoimágenes éticas de la época. La sucinta exposición que Bauman hace de Nietzsche a partir del Ecce Homo y Así hablaba Zaratustra está presidida por un acuerdo fundamental con el filósofo que Bauman no puede evitar, como cuando dice que vivimos nuestra vida como una obra de arte queramos o no, lo sepamos o no. De igual modo, la Umwertung aller Werte nietzscheana le resulta convincente quiera o no. Decir que equidista del sentido de la responsabilidad de Lévinas, que Nietzsche vería como una recaída en el mundo de los seres viles, no es más que una forma de hablar.
En realidad sí que cabe decir algo más sobre la felicidad, aparte de los pleonasmos a que se refiere Bauman y es el famoso apotegma que suelen citar los filósofos y dramaturgos griegos de la edad de oro: "Nunca digáis de alguien que fue feliz hasta que haya muerto".