Interesante ensayo sobre la evolución de la socialdemocracia europea desde sus orígenes hasta nuestros días. Una síntesis verdaderamente apretada porque ese complicado, no siempre coherente, muchas veces confuso y contradictorio devenir se ventila en ochenta páginas (Ludolfo Paramio, La socialdemocracia, Madrid. Los libros de la catarata, 2009. 85 págs). Es decir, una visión en verdad a vuelo de pájaro y ligero de plumas. Cabría esperar un discurso escolástico y superficial, hecho sobre senderos muy trillados y algo de eso hay. Pero Paramio tiene soltura, un estilo ágil y ameno, es perspicaz, sabe encontrar el punto de interés y pone en pie un discurso coherente, sin exageraciones, que tiene su sentido. Uno puede estar de acuerdo o no con lo que dice, pero no es una pérdida de tiempo la lectura de su texto.
Trocea Paramio el tema en cuatro partes cuyo intríngulis resume en el prólogo y que siguen un criterio cronológico de muy desigual amplitud temporal: a) desde los orígenes a mediados del siglo XIX hasta la segunda guerra mundial; b) el período posterior a la segunda guerra; c) el ascenso neoliberal y la revolución conservadora; y d) la situación actual de la socialdemocracia y la tarea de renovación. Es decir, la vieja plantilla de la evolución del movimiento obrero (al que hay expresa referencia en el texto) actualizada con el surgimiento del Estado del bienestar y sus altibajos posteriores.
La primera parte del relato que, como en la historia de la humanidad, abarca la nueve décimas partes de su decurso pero sólo sirve como elemento referencial, es un repaso de los viejos hitos de aquel movimiento con una selección que hace hincapié en las andanzas del socialismo democrático luego de que la historia de ese mismo movimiento estuviera dominada durante años por la perspectiva revolucionaria que ponía el énfasis en el socialismo no democrático, el comunismo.
En estas visiones del pasado, un pasado que el relator ha vivido personalmente, suelen deslizarse elementos de juicio procedentes del presente, que es el futuro de ese pasado, y que tiñen la visión de un colorido producto de la experiencia pero no ilustran en modo alguno sobre lo que se está diciendo. Al contrario, lo ocultan. Por ejemplo dice el autor que en los años setenta del siglo XX ya había conciencia del fracaso del comunismo no solamente como régimen político sino como sistema económico, como modo de producción. No estoy muy seguro de esto. Es demasiado pronto. En los setenta había ya clara conciencia en la izquierda del carácter tiránico y terrorista del régimen soviético; hasta los partidos comunistas, siempre de estricta obediencia, se apartaban de aquel ejemplo mediante ardides como el del "eurocomunismo". Pero no creo que fuera tan clara la conciencia del fracaso económico y medioambiental del experimento. Al contrario, todavía se publicaban ensayos al estilo Bettelheim, que hablaban de la "transición del capitalismo al socialismo" (otra cosa era que se tratara del "realmente existente" o de uno que el autor de turno se sacara de la cabeza) cuando lo que de verdad se ha dado en la historia ha sido la transición del socialismo al capitalismo sobre lo cual no había escrita ni una miserable monografía porque nadie creía que eso fuera posible pues, como bien se sabe, nadie previó el hundimiento del sistema comunista.
El resto del análisis de la evolución de la socialdemocracia en esos casi cien años (desde el cartismo hasta 1945) sigue senderos admitidos. Está bien la explicación de la carencia de un partido socialista en los Estados Unidos basada en la universalización temprana del sufragio a diferencia de los votos censitarios europeos. Hubo, sí, un partido socialista, como también lo hubo luego comunista y como había habido una central sindical anarquista y revolucionaria con la IWW pero es cierto que las peculiaridades del desarrollo gringo llevaron la evolución por derroteros distintos y entre esas peculiaridades ocupa lugar destacado, desde luego, el sufragio universal y otros factores, alguno de los cuales, como el igualitarismo de la sociedad estadounidense, ya lo había destacado Tocqueville.
Algunos personajes de este viejo relato traen el paso algo cambiado. Dice Paramio que en algún momento la socialdemocracia acaba admitiendo que lo suyo no es la sustitución revolucionaria del modo de producción sino la ampliación democrática del capitalismo. En realidad este es el meollo del debate del reformismo ya tempranamente, a fines del XIX, primeros del XX cuyos representantes más característicos son Bernstein y Luxemburg. El viejo socialista, secretario que había sido del más viejo aun Engels, esperó a la muerte de su jefe para soltar el bombazo de Los presupuestos del socialismo y la tarea de la socialdemocracia con su fórmula de "el fin no es nada; el movimiento, todo". Ahí estaba ya la socialdemocracia, los "social-traidores" y "socialfascistas" de que hablaban luego los comunistas.
La segunda parte del ensayo es una especie de recapitulación del Estado del bienestar que, de 1945 a 1973, es el momento de oro de la socialdemocracia, con una semblanza de sus orígenes, su justificación y un análisis somero de su crisis. Los factores que resalta, en lo esencial los acuerdos de Saltsjöbaden en Suecia y el New Deal yanqui en los años treinta son justos y ponen al Estado del bienestar exclusivamente en relación con la alternativa keynesiana. No tiene en cuenta la política social de fines del XIX, especialmente la bismarckiana de los "socialistas de cátedra" y, en consecuencia, el pacto socialistas, liberales, demócratas cristianos de la posguerra europea, que es el caldo del cultivo del Estado del bienestar en el continente, parece en cierto modo como caído del cielo. Está bien, con todo, que haga mención al keynesianismo de la política económica de los nazis alemanes y hubiera estado mejor que se ampliara a la de los fascistas italianos en los años veinte, incluida la de la dictadura de Primo en España también en esos años porque saca el tema de la intervención del Estado en economía del campo de debate teórico keynesianismo sí o no para ponerlo más en el terreno de la Ley de Wagner, de fines del XIX y en donde ya se dobla a difuntos por el Estado del bienestar mucho antes de que lo haga Hayek.
El ascenso de la revolución conservadora encabezada por la señora Thatcher y el señor Reagan que Paramio situa a fines de los años ochenta (p. 14) cuando es de los setenta pues la "dama de hierro" gana las elecciones en 1979, está agudamente tratado y lo estuviera más si, salvando el anacronismo señalado, el autor lo vinculara directamente a la crisis mundial del petróleo de 1973 que analiza brillantemente. Sin el choque del 73, sin la famosa "crisis fiscal del Estado" (0'Connor) que, irónicamente, fue un vaticinio marxista, sin las ideas sobre la "sobrecarga" del Estado en el curso de la revolución de las "expectativas crecientes" y la conciencia de la "quiebra de las democracias" que auguraba por las fechas la Trilateral, no hubiera habido, creo, thatcherismo ni reaganomics. Por eso hace muy bien Paramio en subrayar la importancia de esa fecha, 1973, y sus consecuencias. No hubiera estado tampoco de más una referencia a su antecedente y su consecuente. El antecedente es la voladura de los acuerdos de Bretton Woods en decisión unilateral gringa de agosto de 1971 sopbre la paridad del dólar y los consecuentes más importantes el hundimiento del comunismo (incapaz de adaptarse al cambio en el modelo productivo) y la crisis de la deuda en el Tercer Mundo. Que estos datos son relevantes lo delata el hecho de que sin ellos, sin el segundo, no es explicable el Consenso de Washington, elemento esencial de la hegemonía mundial conservadora de los ochenta y noventa.
La cuarta parte está abierta y consiste en un interesante análisis de la encrucijada de la socialdemocracia actual, ahora que la crisis de 2008 ha triturado literalmente las autojustificaciones conservadoras, neoclásicas, monetaristas, etc, esto es, todos los que el autor llama "fundamentalistas del mercado". El reto es la renovación de la socialdemocracia, una vez que se ha agotado el ciclo de la Tercera Vía que el autor no creo que lo diga pero no era otra cosa que la recepción del discurso neoliberal en los despachos socialdemócratas. Me da la impresión de que lo que propone es la reconstrucción (actualizada, supongo) del consenso de la posguerra, basado en la esperanza de que las clases medias hayan aprendido cómo las gasta el neoliberalismo. Milita en contra de este propósito el hecho de que la socialdemocracia (la izquierda en general) se encuentre enfrente de una "derecha rabiosa" (que, por cierto, me parece el mayor hallazgo de la obra, aunque me recuerda mucho a la "derecha furiosa" de mi amigo José Manuel Roca) con la que no hay entendimiento posible. El autor analiza los datos a favor y en contra de aquella posibilidad de reconstitución y para mi santiguada que lo único que tiene claro, aunque no lo diga expresamente, es que quisiera ver a un socialdemócrata (a Felipe González, supongo) al frente de la Unión Europea (p. 82). El resto es capítulo de buenos deseos acerca de si la socialdemocracia será capaz de encontrar el nuevo discurso que precisa desesperadamente para aprovechar el momento de vacío hegemónico que le brinda la historia.
Para este instante tengo la impresión de que Paramio está hablando ya sólo de España porque en los demás países importantes de Europa la socialdemocracia está muy ocupada lamiéndose las heridas.