dissabte, 20 de desembre del 2008

Caminar sin rumbo (XXVII).

Recuerdos de infancia

(Viene de un entrada anterior de Caminar sin rumbo (XXVI), titulada Amor y dolor.

En esta verídica narración de un viaje sin destino fijo ocupará un lugar destacado la historia de la nueva Carlota Corday. De hecho constituye uno de los elementos esenciales sobre los que descansa su verosimilitud por cuanto, habiendo sido acontecimiento tan notorio, seguramente estará aún vivo en la memoria de muchos lectores. En los momentos en que, presa de la consternación, escudriñaba la red en busca de noticias de agencia que dieran razón de la desgracia del pobre Ovidi, apenas pude sacar algo en claro. El confuso relato del primer momento se repetía de agencia en agencia, con escasas variantes y solamente alcancé a saber que la joven estaba siendo interrogada en una comisaría de mossos d'escuadra. Haciendo tiempo hasta la salida de mi avión vi en Skype un recado de Laura al que acompañaba un par de fotos con un breve texto que decía: "Estoy encantada de que quieras verme antes de conocerme. Ahí te van dos fotos en las que no estoy especialmente favorecida. Espero que quieras verme en persona. Yo lo estoy deseando. Espero me digas en dónde podemos encontrarnos". Las fotos mostraban una mujer de treinta y tantos años, alta, agraciada, en plenitud de formas en una vestida con un traje sastre entallado, apoyada en una lujosa mesa de despacho, quizá de alguno de sus negocios, en ademán seguro con un toque de altivez, una de esas fotos con las que se ilustran entrevistas en la prensa de papel couché. En la otra, al aire libre, en una especie de terraza, aparecía de medio cuerpo con un vestido de tirantes muy escotado, sonriente, mirando directamente a la cámara, como si estuviera hablando con el fotógrafo y con una mirada de malicia burlona. Daba la impresión de que hubiera querido decirme que no era una persona unidimensional, sino que tenía varias facetas, para que no me hiciera una idea equivocada. Estuve un rato mirando las imágenes con atención, observando el rostro de Laura y asombrándome de que no se detectaran en él los rasgos que sin duda delatan a quienes dedican la vida al delito y acumulan una biografía repleta de ilícitos penales y que no sabía bien en que consistirían, aunque estaba seguro de que habrían de manifestarse de un modo u otro. Si los sabios científicos que en el siglo XIX sostuvieron que el rostro refleja la estructura moral de la persona habían resultado no ser tan sabios ni tan científicos, era imposible, cuando menos, librarnos de esa opinión generalizada, producida por la experiencia más terrenal de que, siendo la cara el espejo del alma, al final, acabas siendo lo que pareces. Lo que yo veía, sin embargo, era un rostro severo en un caso, de mirada decidida, de quien está acostumbrada a mandar y ser obedecida y, en el otro, uno risueño, de mirada burlona, con el sempiterno deje erótico de la incitación, la invitación y la evasiva, el quite. Y eso era desconcertante pues tenía ante mí casi a dos mujeres: de un lado, la emancipada que se ha integrado en el mundo masculino, adoptando sus valores y escalando la cima del poder social en la muestra del avance contemporáneo en la condición femenina; del otro la mujer del pueblo que se ofrece para el emparejamiento en el ancestral juego que suele expresarse en las danzas tradicionales populares de cortejo, requiebro y seducción.Y la verdad era que en los dos casos Laura resultaba atractiva. Pensé que el asunto estaba poniéndose interesante pero, no sabiendo qué decisión tomar, decidí aplazarla hasta mejor momento. Le di las gracias y le añadí una nota diciendo que me pondría en contacto con ella cuando llegara a Madrid. No se me ocurría nada más porque aún estaba concentrado en averiguar qué había sucedido con Ovidi. Hice un nuevo barrido por la red, buscando últimas noticias pero no encontré nada nuevo, así que cerré la conexión y embarqué en el vuelo de puente aéreo a Madrid.

En los días siguientes, mientras la prensa se ocupaba de la noticia e iban sabiéndose más cosas, la crónica verídica de que se hablaba más arriba fue llenándose de datos interesantes, de hechos incontrovertibles, de los que subyacen a historias increíbles, pues de eso sirve la facticidad que los hombres prácticos están siempre reclamando, de base para las más fantásticas construcciones que suelen ser las vidas de las gentes. En el límite, cual dicen los pensadores, la ciencia pura, el conocimiento cierto de la realidad es el primer paso para la invención de ésta en formas cada vez más estrafalarias y disparatadas. El atentado lo había cometido una joven delgaducha, oscura oficinista de Santa Coloma de Gramenet que tenía una mirada estrábica, como perdida en algún rincón místico. En la imagen que más difundieron los medios aquellos días se la veía mirando al cielo, como si estuviera en comunión con la divinidad, mientras un pie de foto (y hubo varios) decía: "Dios me dijo que estaba en mi mano impedir el sacrilegio, la blasfemia." Y para eso probablemente había puesto en ella el frasco de vitriolo que arrojó al rostro de Ovidi, desgraciándolo para siempre. Un Ovidi en el mejor momento de su carrera, que prometía muchos más éxitos. ¡Qué imprevisible es la fortuna! La joven, por supuesto, no se llamaba Carlota Corday, sino Montserrat Llombart, trabajaba de oficinista en una fábrica de aluminio de Santa Coloma y vivía en una comunidad de una oscura secta dedicada al ascetismo y a combatir con decisión todo lo que pudiera interpretarse como una manifestación del Anticristo. Evidentemente era una fanática. Pero había algo en su apariencia o en las dos o tres manifestaciones que los reportajes le atribuían que me resultaba familiar. Fue entonces cuando empezó a germinar en mí la idea de arreglármelas como pudiera para entrevistarme con ella. Me interesaba saber qué podía tener en la cabeza alguien capaz de desfigurar a otro para toda la vida movido por una fe religiosa. Tardé algún tiempo en entender qué había allí que me resultara familar y por fin caí en la cuenta de que, tanto por su comportamiento como por las cosas que decía, Montse (a fuerza de pensar en ella me consideraba autorizado a tratarla con cierta familiaridad) me recordaba a mí mismo en un tiempo que pasé en la adolescencia también encendido de celo religioso, dispuesto a salir al mundo a sangre y fuego a garantizar el reino de Dios sobre la tierra. Llevaba una temporada de intensa lucha religiosa interior, dedicado a pensar en la salvación de mi alma, que veía amenazada por la infinidad de acechanzas del mundo cuando caí en uno de aquellos ejercicios espirituales que teníamos que hacer obligatoriamente todos los chicos que nacimos en el pleno franquismo del Imperio recuperado, las cartillas de racionamiento, el cara al sol con la camisa nueva y la pertinaz sequía. Eran tres o cuatro días en los que se interrumpía el discurrrir normal de la vida, los estudios, los juegos, hasta la vida ordinaria de familia para dedicar todo el tiempo a asuntos religiosos, a la meditación, a la oración, a escuchar atentamente el adoctrinamiento que nos traían los curas, complementario del ordinario cotidiano que sufría toda la sociedad y el más concreto de los centros escolares. El colegio quedaba ese tiempo en manos de los jesuitas y en el recuerdo que yo tengo era como si la luz del día se velase y entrásemos en un mundo de tinieblas. Debíamos desplazarnos de un sitio a otro en filas de a dos, sin hablar, sin reír, en actitud de recogimiento, debíamos asistir a todo tipo de oficios religiosos, atender a las charlas de los padres rezar los rosarios enteros y, por las noches, levantarnos a hacer adoración nocturna. En resumen, teníamos que vivir haciéndonos perdonar nuestra existencia, como si estuviéramos arrepentidos no solamente de haber pecado, sino de estar vivos. Cada uno de nosotros tenía un director espiritual que era la única persona con quien nos estaba permitido hablar durante tales días de intensa práctica religiosa. El que me correspondió a mí aquel año fue el padre Martín, un jesuita joven de rostro anguloso, perfil aguileño, pelo cortado a cepillo, ojos negros muy abiertos y brillantes, como los de un cuervo con los que parecía querer horadarte el alma y que era un especialista capaz de convertir sus charlas religiosas en verdaderos montajes teatrales. Cuidándose de que estuviera a oscuras toda la nave de la capilla en cuyos primeros bancos nos concentrábamos, hacía instalar una mesa aislada sobre una peana al lado del altar con un flexo que iluminaba únicamente sus manos, dejándolo a él también en tinieblas mientras discurseaba y gesticulaba con ellas dando la impresión de que fueran las manos las que hablaban, las que se interrogaban como si fueran el alma de cada uno de nosotros que, angustiada por encontrarse en el infierno, a donde había ido a parar por haber muerto en estado de pecado, se preguntaba: "¿cuándo saldré de aquí?" y era también una de ellas la que, oscilando ante nuestros ojos asustados como si fuera un péndulo, respondía con voz lúgubre: "Nunca, jamás; nunca jamás".

En circunstancias ordinarias, cuando no estaba en escena, todo en este padre Martín subraya su naturaleza córvida. Su voz era como un graznido y una enorme e inverosímil nuez parecía querer rebosarle el alzacuellos y arrojarse desde allí al vacío. Se movía con gestos sincopados, como un ave y cuando quería hablar con alguno de nosotros, parecía posarse a su lado, como si hubiera venido volando del cielo. Este padre Martín fue el que un día, llamándome a su lado en la hora de la conversación con el director espiritual, me hizo sentar a su lado en un banco alargado de los que había en la clara galería acristalada que corría paralela a la capilla y, clavándome sus ojos, como si quisiera ver en mi interior, me dijo:

- ¿Sientes la llamada del Señor?

(continuará)

(La imagen es el grabado nº 4 de la serie de W. Hogarth, Historia de un libertino, titulada Arresto por deudas(1735)).

divendres, 19 de desembre del 2008

La entrevista.

Me tragué íntegra la entrevista de Gabilondo al señor Rodríguez Zapatero en la cuatro. El periodista hizo preguntas pertinentes y el Presidente respondió bastante bien, con contundencia, con soltura, marchándose de vez en cuando por la tangente y, desde luego, con la lección bien aprendida de salir a inspirar confianza.

Tuvo gracia una primera inconsecuencia del señor Rodríguez Zapatero, al comienzo mismo de la entrevista. De un lado aseguró que el año pasado era imposible prever qué iba a suceder en la economía mundial y que, aunque los datos en economía sean públicos, es claro que no es posible predecir con certidumbre. De otro lado y acto seguido, se puso a pronosticar cuánto más nos quedaba por padecer y cuándo recuperaría el ritmo la economía.

En materia de lucha contra el terrorismo, estuvo muy convincente; apilando cajas de un lado a otro, como acostumbra y moviendo las manos sin parar, pero convincente. Corroboró las palabras de su ministro del Interior y dejó claro que no hay ni habrá negociaciones con los terroristas. Ante esto no es probable que la señora Aguirre se calle porque no sabe qué sea eso y porque tiene que salir todos los días a robarle la función al señor Rajoy, pero tendrá que atacar por otro sitio.Por lo demás, ya se encargará de hacerlo también el prodigioso señor Arenas, rostro de señorito andaluz del PP que ha descubierto un procedimiento infalible para seguir torpedeando la política antiterrorista del Gobierno: se acusa a éste de estar negociando con terroristas. cuando el Gobierno desmiente, el acusador dice que no tiene credibilidad y vuelve a acusar y, de paso, a cargarse toda posibilidad de pacto antiterrorista. La triste y puñetera verdad es que en el PP están asustados porque ven que ETA se acaba bajo mandato socialista, dejándolos a ellos colgados de la brocha de los GAL.

Al margen de eso estuvo muy bien su explicación sobre los vuelos a Guantánamo porque dejó bien claro la diferencia que hay entre un gobernante celoso de la autonomía de su país y otro, como el señor Aznar, capaz de uncir a ese mismo país al furgón de cola de un tren de aventura imperial que ha quedado en un fiasco monumental.

Como siempre en estos casos -y conste que sucede igual en los demás países de la Unión Europea- ni una palabra para Europa, salvo las que quiso dedicarle en otro contexto el presidente. Gabilondo no hizo una sola pregunta sobre la construcción europea, sobre qué está en vigor, qué no, que se puede esperar del próximo consejo y de las también próximas elecciones europeas. Está claro que cuando ni los mejores periodistas se proecupan por preguntar acerca de Europa, el proceso de construcción europea no está en sus mejores momentos y carece de sentido quejarse de que la gente, los europeos, no nos tomemos en serio lo que tampoco se lo toman los medios.

La Real felicitación.

Esta gente, esta Real gente, no tiene arreglo. El año pasado el Rey y la Reina felicitaron la Navidad a sus amados súbditos con un experimento de photoshop que podía haberlo hecho el gato. Don Juan Carlos, con una chaqueta cruzada, no tenía piernas y la Reina, que llevaba a un nieto o nieta en brazos, tampoco. Este año, como se ve, la cagan con los nacionalistas. Con lo que gusta a estos que SS.MM. digan bona nit, ongi etorri o No te embarques Rianxeira que te vas a marear van los muy estirados y felicitan solo en español (el Rey y la Reina), en español e inglés (los Príncipes de Asturias) o en español, inglés y francés la infanta Elena. Ni rastro de los demás idiomas de España. Sensibilidad, la del caimán. Preocupación por la vida cotidiana de Juan Español, más o menos la misma. En cambio se usan el inglés y el francés, como si fuera el aeropuerto Charles Da Gaulle.

Además han decidido no fotografiar más que a los peques y, en el caso de los Reyes, una adoración para subrayar lo de la separación entre la Iglesia y el Estado. Francamente, Majestades: manden Vds. al Jefe de la Casa Real a la suya y el año que viene compren tarjetas del UNICEF. Quedarán Vds, divinos. De nada.

(La imagen es de reproducción libre con autorización de la Casa Real, siempre que se haga constar, como se hace, que la procedencia es Casa de su Majestad el Rey).



España blanca/España negra

Ya dije el otro día que la Fundación Mapfre (salas del Paseo de Recoletos, 23) alberga otras dos exposiciones, además de la de Degas. Una de ellas ésta, titulada Entre dos siglos, que muestra pintura nacional del último tercio del siglo XIX y lo dos primeros decenios del XX. Es curioso comprobar cómo casi toda la pintura española de la época es catalana (Nonell, Casas, Anglada Camarasa, Rusiñol) o de los països catalans si se incluye a Joaquín Sorolla, o vasca, con Zuloaga, Echevarría, Arteta. Una situación que los comisarios interpretan en el sentido de que las zonas más adelantadas del Estado tenían sus pujos artísticos propios. El panorama se complementa con telas de Romero de Torres, Vázquez Díaz, Darío de Regoyos y Gutiérrez Solana para terminar con un par de obras de Miró, Dalí y Picasso. La idea general es mostrar qué viva está la pintura española de la época y qué buena es (aunque esté oscurecida por el resplandor de la francesa) y cómo acaba apuntando a la forma de las vanguardias europeas con la obra de Picasso y Miró. Una visión que impone cierto "desarrollo" o "progreso" en un arte, cosa más que dudosa. Recuerdo una carta de Unamuno a Darío de Regoyos en la que suelta todo tipo de denuestos sobre Picasso que estaba dándose a conocer por entonces, pregonando que el cubismo picassiano era un adefesio mientras que Regoyos era un verdadero artista. Que no era don Miguel profeta ni buen crítico. Todo porque el bueno de Regoyos imitaba débilmente el puntillismo de allende los Pirineos algo que al lado de la ferocidad creadora de Picasso desmerece un tantico.

En general, la pintura catalana del noucentisme en adelante muestra una clara impronta francesa, lógica si se piensa que los catalanes de la época hacían como los demás artistas de entonces: emigrar a París en busca de formación y de un estilo propio que acababa siendo el imperante, más o menos adaptado a las peculiaridades españolas. Precisamente una de las piezas que se exhibe es la famosa Sibila de Anglada Camarasa, una muestra patente de la influencia del simbolismo y del primer expresionismo que le recuerda a uno a la pintura de Franz von Stuck con su interpretación de la maldad de las mujeres (las varias interpretaciones de La pecadora) en la tradición de la misoginia del arte occidental

La exposición contiene varias telas de Ramón Casas conjuntamente con algunas de su colega y amigo Rusiñol, en especial el famoso desnudo escorzado conocido como Las flores deshojadas, pintado el mismo año, 1894 en que lo fue el llamado Morfina, de Rusiñol y también algunas escenas interiores de ambos que son una verdadera delicia. En fin, debo confesar que de todos ellos Casas y Rusiñol son los que más me gustan porque los encuentro más espontáneos, naturales, menos artificiosos y obsesionados por cuestiones estilísticas y ello sin demérito de la intencionalidad moralizante de ambos en muchas ocasiones, especialmente visible en Las flores deshojadas.

En algún lugar he leído que la exposición trata de buscar el venero de la "España blanca" en una época en la que estaba de moda la "España negra". Ciertamente las dos coexisten, pero la negra resulta siempre dominante probablemente porque su fuerza expresiva es mayor y porque es la que más enraiza con las tradiciones culturales del país. En ese dominio entran algunas telas conocidísimas de Zuloaga y otras menos conocidas de Gutiérrez Solana. Yo metería a Romero de Torres en este capítulo aunque la tradición quiera verlo más en la línea de una inconcreta "pintura andaluza"; su sentido trágico, sus composiciones de drama pasional (el típico, Cante Jondo) lo incluyen en la corriente, a pesar de lo acaramelado de sus retratos de mujeres.

Tanto por el tipo de obra como por la cantidad de ésta me dio la impresión de que Joaquín Sorolla domina la exposición, como se revela por el hecho de que sea una composición suya la que adorna la ficha que anuncia la muestra. El pintor valenciano cuenta con una sala casi dedicada a él con escenas de niños en la playa y jardines a plena luz del sol que es como un estallido de luz y sombras y reflejos típicos suyos. En uno de ellos (con un retrato de grupo de sus dos hijas y su mujer Clotilde) se adivina el de su casa en Martínez Campos, sede hoy del museo Sorolla en Madrid que se puede visitar porque se conserva como en vida del artista. Dejo aquí un conocido oleo suyo que representa a su hija María pintando en El Pardo a raíz de una recuperación de una enfermedad.

Entre siglos es un recorrido muy grato por la pintura española de la época que, no habiendo aportado genios de imperio internacional como haría más tarde con Miró, Picasso o Dalí, tenía un nivel muy apreciable.

dijous, 18 de desembre del 2008

Victoria de momento.

Ya era una vergüenza que el Parlamento europeo estuviera debatiendo una medida como la de la semana de 65 horas, tan contraria a la justicia, a la equidad, a la tradición y al espíritu europeos (que váyase a saber qué son pero me apropio descaradamente por si acaso), a la historia del movimiento obrero, a la evolución del derecho y a las convicciones morales esenciales de la época. Por fortuna la derrota de la propuesta por mayoría absoluta no deja lugar a dudas y aunque se abra un período llamado "de conciliación" entre el Parlamento y el Consejo, lo más probable es que la directiva esté muerta y enterrada y ahora de lo que se trate, según asegura un eurodiputado británico que ha votado en contra de lo que quiere el señor Gordon Brown, sea de averiguar cuánto tiempo van a aguantar excepciones como la británica del opting out que permite sobrepasar el límite de 48 horas por semana cuando lo acuerden patronos y trabajadores.

Han coincidido dos factores para que, finalmente, la izquierda europea haya reaccionado con algo de dignidad después de años de concesiones a las doctrinas neoliberales. El primer factor es la crisis actual que tiene pinta de ser lo que el marxismo, que vuelve a estar de actualidad, llamaría una "crisis del modo de producción". Esta crisis condiciona en este momento todo cuanto se hace y se dice en Europa y en el mundo entero. El análisis concreto de la situación concreta de Lenin es el análisis de la crisis general del capitalismo.

El segundo factor señalado es el hecho de que, en la política de concesiones de los años pasados al ataque neoliberal, los razonamientos que han garantizado su hegemonía, más inteligentes y perspicaces en un primer momento, fueron haciéndose más y más burdos, ajenos a la realidad, casi míticos, llegando al extremo de ser verdaderos disparates. Este último de las 65 horas está basado en un razonamiento tan estúpido y falso que da risa sólo plantearlo, el que que ya habían denunciado los marxistas de la primerísima hornada y que constituía la peana para un ataque al conjunto del capitalismo y de la sociedad burguesa y sus miserias e hipocresías. Y es que, a fuerza de darles la razón a los neoliberales en sus falacias, la calidad de éstas ha ido descendiendo y, por último, la izquierda se ha encontrado de repente ante la siguiente memez: "65 horas por semana cuando el empresario y el trabajador lo acuerden libremente."

Porque oiga Vd., hace falta ser tonto de los cojones para creer que la libertad del patrón y la del obrero sean iguales. Esta ya era demasiado gorda. Aquí la izquierda, por fin, ha despertado y ha visto que en Europa estaban moviéndose las piedras.

Victoria de momento pero la guerra seguirá.

Zapatazo a Bush.

Extraigo este bonito juego de InSurGente. Quien quiera arrojar un zapato a la cabeza al señor Bush, que pinche sobre la imagen. Anímense que hay que mejorar el oprobioso rendimiento de España: ocupamos el lugar vigésimo quinto entre los países que más han zapateado el melón de Mr. Bush. Por cierto, el primero son los Estados Unidos en donde ya deben de tenerle ganas.

Las identidades múltiples de los demócratas.

Amy Gutmann es una importante teórica política, actual rectora de la Universidad de Pennsilvania, que lleva largos años teorizando sobre la democracia con especial hincapié en la democracia deliberativa. También ha tratado ocasionalmente el tema que es objeto de este libro (La identidad en democracia, Buenos Aires, Katz editores y editores, 2008, 308 págs.), el de las identidades colectivas y su relación con la teoría de la democracia.

Sostiene la autora que los grupos identitarios (que algunos quieren declarar peligrosos para la supervivencia de la democracia que sólo reconoce individuos) son productos de la libertad de asociación por lo que siempre los habrá, ya que son imprescindibles para su funcionamiento (p. 41). A su vez tiene una idea fuertemente moral de democracia. Rechaza la de referirla a la mera regla de la mayoría, la idea de lo que llamamos "democracia procedimental" que, para mí, constituye un"minimo común denominador" por así decirlo de democracia. Por supuesto, siempre habrá gente que no esté satisfecha con la idea meramente instrumental y apoye una substantiva de democracia, en la que ésta aparece condicionada a la realización de ciertos valores. Es el caso de Gutmann que dice que emplea "la palabra 'democrático' como un concepto de ética política, para designar el compromiso público de tratar a los individuos como agentes éticos" (p. 49). Para Gutmann los valores son el de la igualdad en un sentido triple: a) igualdad ante la ley; b) iguales libertades; y c) igualdad de oportunidades (p. 17).

Los grupos de identidad no son grupos de interés aunque puedan mantener complejas relaciones con ellos (p. 31). Por lo demás advierte que cuando los pertenecientes a un grupo ponen a éste por encima de la exigencia de justicia democrática están actuando mal (p. 32) y de forma no democrática. No existe una identidad democrática, al decir de la autora, que no resulta muy convincente en la prueba basada en lo esencial en la idea de que no existe una identidad única y que lo que conocemos en la realidad son identidades múltiples (p. 57). Considera Gutmann este asunto de las identidades en una visión cuádruple; no se trata de una especie de taxonomía porque no son propiamente hablando cuatro formas distintas de identidad (ya que algunas comprenderían a otras) sino de cuatro visiones de las identidades en democracia que son: a) los grupos de identidad cultural; b) los grupos voluntarios; c) los grupos de adscripción; d) los grupos de identidad religiosa.

Los grupos culturales son imprescindibles en democracia, en ellos se generan los individuos y todas las democracias son multiculturales (p. 68). El problema que se plantea aquí es el de si la existencia de la identidad cultural justifica o no que se transgredan derechos del individuo. Algunos de los teóricos de la identidad cultural (como Kymlicka y Taylor) creen que los derechos culturales no pueden prevalecer sobre los fundamentales del individuo que deben defenderse, mientras que otros (Halbertal y Margalit) creen que prevalecen los derechos culturales y los individuos tienen la opción de marcharse (p.92). Por supuesto, hay que defender el derecho del individuo a desvincularse de todo grupo cultural (p. 97) pero también a permanecer en él y conseguir que en él se respeten sus derechos fundamentales. A propósito de ello cita y critica la sentencia del Tribunal Supremo de los EEUU en la que no se defendió el derecho de la india pueblo Julia Martínez a casarse con un indio navajo y seguir siendo pueblo, sino que se admitió que prevaleciera la pauta cultural colectiva de excluir a Martínez de la condición de pueblo.

La democracia implica el derecho a oponerse a prácticas culturales que violen derechos básicos de la persona. Considera en este aspecto los casos posibles de costumbres culturales como la clitoridectomia y la infibulación (p. 107) que no son admisibles en el marco de los valores de los derechos fundamentales de la persona. El asunto es complicado y las democracias suelen oscilar entre dos actitudes extremas: prohibir toda manifestación cultural que ofenda a la mayoría (o sea, aplicar la regla de la mayoría) o permitirlas todas en tanto que ella propone una línea intermedia (p. 109) que no es convincente y no lo es porque la disyuntiva (prohibir todo o permitir todo) ha sido reformulada, pasando del campo de la violación de derechos a lo que "agrade a la mayoría" que no tienen por qué coincidir. Si nos quedamos en el campo estricto de los derechos humanos veremos que esa disyuntiva es imposible pues no se da la segunda posibilidad de permitir pautas culturales contrarias a los derechos fundamentales y, por lo tanto, tampoco se necesita una posición intermedia.

Se centra la autora, que tiene una orientación muy pragmática, en la cuestión de la supervivencia cultural como la determinante, lo cual es muy cierto a la hora de averiguar si ha de haber o no intervención pública en favor de una u otra cultura, cosa que parece evidente si está en peligro de extinción. Discrepo, sin embargo, en un aspecto que puede parecer adjetivo pero encuentro determinante, cuando hablando de las amenazas a la supervivencia de las culturas, la autora habla de "el caso de la cultura nazi o estalinista" (p. 113) simplemente porque de acuerdo con la definición de cultura, básicamente antropológica, manejada no creo que el nazismo y el estalinismo sean culturas. Y ello más o menos por las mismas razones por las que Gutman no cree que la democracia sea una identidad o, más concretamente, que la cultura de los derechos sea una cultura en "sentido estricto" (p. 121) dado, sobre todo, que la doctrina de los derechos humanos es multicultural (p. 122), cosa que le permite sortear el conocido escollo del carácter cultural de la doctrina de los derechos humanos.

La segunda visión de Gutmann se refiere a los grupos voluntarios que es una forma de identidad grupal inherente a la democracia. Ésta puede admitir hasta grupos voluntarios en contra de la democracia, pero no, claro es, los que sirvan para cometer injusticias (p. 134). La cuestión esencial de los grupos voluntarios en democracia es la de si es admisible que estos practiquen la exclusión y la respuesta de la autora es que cuando gestionen bienes privados sí, pero si gestionan bienes públicos, no (p. 143). En estos casos, la exclusión se considerará discriminatoria y justificará una intervención del Estado. Son tres las condiciones que han de darse para justificar la intervención pública: a) que la exclusión se base en un estereotipo falso; b) que se dé en el ámbito público; c) que el grupo en que se dé no esté orientado a una práctica de expresión (p. 147). Se entiende, pues, que en los grupos dedicados a la expresión, la exclusión es incuestionable. Carecería de sentido que se obligara a una asociación dedicada a luchar contra el aborto a admitir a abortistas en su seno. Está claro que el Estado debe apoyar y subvencionar las asociaciones voluntarias que no discriminen (p. 163) y castigar a las otras (p. 167).

La tercera visión se refiere a los grupos de adscripción, esto es, aquellos que se fundamentan en la existencia de rasgos que están fuera de control de sus miembros, como grupos por razón de raza o de género (p. 169). Los grupos de adscripción no son grupos de interés (aunque puedan actuar como tales o relacionarse con ellos) (p. 173) y tampoco son incompatibles con la justicia democrática (p. 184). Estos grupos llevan lo que la autora llama "la carga de la representación" puesto que hablan en nombre de gente con determinadas características, pertenezcan o no al grupo (p. 190) y no se les puede hacer objeto de una obligación especial (p. 198) distinta a la obligación general (p. 201). Por ejemplo, los negros acomodados de una organización adscriptiva de color no tienen por ello mismo una obligación superior de denunciar el racismo en la sociedad a la de cualquier otra persona en dicha sociedad, pertenezca o no al grupo. En este terreno delicado en que ya interviene la responsabilidad de la gente, la autora defiende una posición que llama "de identificación" y que se distingue de la de la obligación especial en que "los individuos perciben que sus propios intereses están ligados a vivir en una sociedad más justa y por lo tanto piensan que contribuir sin sacrificio excesivo a formar una sociedad más justa mejorará sus propias vidas" (pp. 205/206), lo cual estaría muy bien, si no fuera por el condenado relativismo de las palabras. No habrá pasado inadvertido que en esa definición todo depende de lo que se entienda por "excesivo".

Por último, la cuestión de los grupos de identidad religiosos que, me da la impresión, interesan especialmente a la autora por su condición de judía. El hecho de que sean objeto de reflexión habla en este sentido. La posición de Gutmann entre estricta separación o confusión de religión y Estado es algo intermedio que ella llama "protección bilateral", consistente en "garantizar a todos los individuos el libre ejercicio de su religión y también a separar a la Iglesia del Estado" (p. 215). La Iglesia y el Estado deben estar separados pero no del todo. Los Estados deben descartar la fe como fundamento de la legitimación pero sin ignorar que la fe es buena para la producción de leyes y políticas buenas (p. 228).

Concentra luego la autora la cuestión en lo atingente a la conciencia en el sentido de las más profundas convicciones éticas de la persona y justifica así un amplio tratamiento de la objeción de conciencia con explícita reclamación a Thoreau (p. 242/243), lo que tampoco parece mal y está muy acertado siempre que se recuerde que el salto de la cuestión religiosa a la de conciencia es ciertamente arbitrario ya que supone una igualación entre confesión religiosa y conciencia (como convicciones éticas profundas) que no está avalada por nada. Volviendo luego de nuevo a la identidad religiosa, la autora defiende su modelo de protección bilateral con la razón de que mantiene una relación recíproca entre identidad ética y política democrática (p. 162)

Concluye el libro Gutmann desgranando las razones por las que, a su juicio, muchos individuos forman grupos de identidad y que son: expresar públicamente su identidad; conservar su cultura; obtener más bienes (materiales o no); luchar a favor o en contra de discriminaciones u otras injusticias; recibir apoyo mutuo de los que comparten identidad; expresar convicciones éticas y actuar según ellas (pp. 290/291).

En resumen, la obra de Gutmann es un interesante ensayo sobre una cuestión crucial como es la identitaria en sociedades democráticas que son crecientemente multiculturales. Tiene un desarrollo desigual y hay aspectos en que resulta más convincente que en otros. Uno de los más dudosos es ese punto moral permanente que tiene que excluir necesariamente el relativismo y por eso dificulta el juicio sobre ciertos aspectos: ¿como enjuiciar las agrupaciones identitarias que defienden discriminaciones (por ejemplo, el Ku Klux Klan) cuando se considera que las discriminaciones son injusticias? Así resulta que éste es uno de los aspectos más confusos de la obra. Confusión que no se esclarece con un estilo premioso y repetitivo (raro es el razonamiento que no se reitera uno o incluso dos veces) al que tampoco ayuda nada una traducción en verdad desafortunada que más que aclarar oscurece y dificulta el texto.

dimecres, 17 de desembre del 2008

La falta de unidad de los demócratas.

Hice bien ayer en dejar mi entrada escrita con anterioridad a que el señor Rajoy mostrara su acuerdo con el Gobierno en materia antiterrorista. La unidad de los demócras duró menos de veinticuatro hras.

La principal responsable de que la Cámara legislativa escenificara su división fue la señora Rosa Díez que presentó una moción a sabiendas de que el PSOE no la votaría. El PP se limitó a negociar con la señora Díez la aceptación a alguna enmienda de su propuesta y votó a favor. Las enmiendas, por lo demás, servían para endurecer la propuesta originaria. Por ejemplo, ésta pedía disolver los ayuntamientos gobernados por Acción Nacionalista Vasca (ANV) en un plazo no superior a tres meses y los del PP querían suprimir esos tres meses y hacer firme la expulsión inmediata.

Por supuesto, los dos partidos sabían que perderían la moción y a los dos les interesó presentarla. UPyD la presentó porque, siendo un partido pequeño y poco conocido, anda a la caza de todo lo que le dé visibilidad. El PP porque es la forma más evidente de delatar una divisoria, un enfrentamiento, una separación que no debiera de existir y que existe gracias en buena medida al propio PP. En realidad, los dos partidos unieron sus votos en la iniciativa perdedora porque, en su opinión, ganaban así votos. Los dos también están interesados en que la opinión pública que invocan para aplicar la Ley de Bases de Régimen Local de 1985 ignore que dicha ley impone condiciones que hacen inviable su aplicación de una sola vez y para todos los casos de ayuntamientos del País Vasco gobernados por ANV. Lo que apoyan, pues, es una moción que triunfa en la medida en que fracase porque, si se aprueba, los tribunales tendrían que bloquear la acción del Gobierno por ilegal.

Hubiera sido más viable, aunque con una viabilidad altamente dudosa desde el punto de vista moral la propuesta de modificar la ley en cuestión. Digo altamente dudosa porque encuentro inmoral cambiar la ley cuando no nos satisface. Pero tampoco hubo lugar porque UPyD, que había aceptado las enmiendas del PP a su propuesta, rechazó las del PSOE. De este modo se llegó a ese desastre de 143 a favor y 188 votos en contra en una materia en que el Parlamento habría de estar unido como una piña. La facilitadora de esa desunión y quien da alas a la corriente política que dice querer eliminar es la señora Díez, en un acto de oportunismo sin límites.

Porque para UPyD todo este episodio ha sido beneficioso en el único asunto en que se conoce de la existencia del partido como unidad de voluntad. Nadie, en cambio, sabe qué opina OPyD como partido ante los demás asuntos de la agenda legislativa. Su carácter de partido monotemático hace que normalmente no se sepa nada de su existencia, excepto el día en que suena la flauta con una melodía que interpreta él como partido. En el caso del PP el móvil para hacer partidismo con la política antiterrorista es similar pero revela mayor irresponsabilidad ya que se trata de un partido que aspira en serio a serlo de gobierno y lo hace mostrando que es incapaz de anteponer los intereses generales a los de sí mismo como partido.

Además de la indignación que puedan producir comportamientos tan desleales con la democracia, la cosa adquiere todo su cómico patetismo si lo ponemos en términos cuantitativos: ayer pudimos ver cómo el Parlamento decía que no al intento de una minoría de obligar al Gobierno de la mayoría a actuar de acuerdo con sus criterios y, a su vez, dicha minoría estaba compuesta por otras dos, una relativamente numerosa y otra de una sola persona que era quien había presentado la propuesta luego votada. Es decir ayer pudimos ver cómo el Parlamento decía que no al intento de una diputada de obligar al Gobierno del país a actuar según sus criterios.

(La imagen es una foto de jmlage, bajo licencia de Creative Commons).

Degas: la gracia en movimiento.

En sus magníficas salas de Recoletos, 23, la Fundación Mapfre tiene una interesante exposición temática (hay otras dos, una de pintura española de comienzos del siglo XX y otra de los célebres retratos de las hermanas Brown, de Nicholas Nixon, de las que hablaré en otro momento) dedicada al proceso de la creación en Degas. En ella se exhibe para mí por primera vez la colección completa de bronces del pintor que se guarda en un museo del Brasil: docenas de bailarinas de tamaño pequeño en todas las posiciones posibles, bañistas, caballos y, por fin, la joya absoluta: la pequeña bailarina de catorce años, una pieza única por la sorprendente síntesis que en ella realiza el artista entre la gracia, la belleza de un paso de danza de una adolescente y el principio del mal que él quiere pueda leerse en los rasgos faciales y craneales del modelo, de acuerdo con las doctrinas de la criminalística "científica" de la época, para quien el rostro de la pequeña bailarina tenía que ser el del crimen.

Los pintores que son también escultores (como Miguel Ángel o Picasso) tienen un elemento en común, que su pintura suele ser de volumen, cosa perceptible en Miguel Ángel, como en la pintura, grabados y dibujo de los desnudos femeninos de Picasso o en los pasteles de Degas con desnudos femeninos en el baño que muestran unos cuerpos sólidos de mujer vistos desde las más diversas perspectivas mientras se asean en una palangana o se secan. Accede así uno a unas masas carnosas que no son eróticas pero tampoco repulsivas. Desde luego no consigo verlas como humillantes para las mujeres como sostenía el misógino de Huysmans. La escultura era la escuela de perspectiva de Degas, quien la usaba para ensayar con ella los ángulos más audaces. Gracias a las esculturas contamos no solamente con los pasteles de desnudos femeninos en el baño sino también de los de escenas de ballet tanto de bailarina aislada como de grupo. Hay algunos cuadros célebres que muestran un escenario pintado en picado desde el proscenio que sólo puede imaginar quien hay tomado sus propias esculturas como medio de acercarse a la realidad.

Pero Degas no es solamente volumen (ni tampoco dibujo, aunque estuvo dibujando durante toda su vida) sino también movimiento y gracia. Sus esculturas de bailarinas y caballos en movimiento son la celebración de lo instantáneo, de lo momentáneo, de lo captado en un momento fugaz y mantenido en imagen fija como en vilo gracias a la fotografía, arte que se desarrollaba en la época del pintor y que él mismo también cultivó. Gracias a la fotografía se pudo comprender mejor el movimiento de los cuadrúpedos, de lo que se benefició el pintor quien pudo plasmarlos en bronce con toda su gracia y liviandad. En la pintura, Degas añade luego el enfoque a la captación de la imagen bidimensional, lo que nos da a veces esas escenas en las que un rostro partido en primer plano nos hablan de los encuadres fotográficos.

Por último Degas no se agota en el trabajo de líneas y volúmenes en composiciones relativamente simples mayormente con un solo personaje o un grupo sino que también se muestra en las composiciones más complejas donde juega con los espacios, la armonía entre las figuras y las relaciones entre ellas como se prueba en sus numerosas escenas de academias de baile, por ejemplo Le foyer de la danse à l’Opéra de la rue Le Peletier (1872) en el que está reproducido hasta el aire, la luz que inunda una escena, que aparece como congelada, quieta, detenida para contemplación por el ojo de los dioses.

Degas aparece siempre emparentado con los impresionistas, con los que estuvo años exponiendo sus obras y con quienes se asoció; sin embargo mantuvo siempre una notable distancia con la escuela en dos de los elementos definitorios de ésta: la hegemonía del color y la temática, que concedía una importancia esencial a la paisajística, a la pintura al aire libre que a Degas le parecía algo de lo que había que huir por vulgar. Era necesario poner la paleta al servicio de los otros elementos de la creación como los volúmenes, la perspectiva o la composición.

dimarts, 16 de desembre del 2008

Lucha antiterrorista y lealtad democrática.

Celebro muy mucho que el señor Rajoy haya rectificado su actitud y la de su partido en relación con el Gobierno y la lucha antiterrorista aplaudiendo la lucha del Gobierno contra ETA y lo celebro aunque el que hable de rectificar sea él que sostiene que "cuando el Gobierno rectifica nos encuentra", forma falaz de poner el asunto. Para cuando la rectificación verdadera, la del señor Rajoy, se produjo ya tenía escrita mi entrada de hoy pensando en un PP que no es leal ni colabora en los asuntos de Estado. Por eso mismo la dejo y ruego al lector la entienda como lo haría en el supuesto de que el señor Rajoy, insisto, no hubiera rectificado. Porque es él quien ha rectificado y eso, curiosamente, le hará subir en el aprecio popular, aunque la señora Aguirre, que todo lo fía a la confrontación agresiva, no se lo crea.


Ya retorna el PP por la querencia; ya vuelve a usar la lucha antiterrorista como arma partidista. Es tan sorprendente que debe de ser algo genético ya que de otro modo no se explica. En mitad de una crisis económica que está castigando duramente a la ciudadanía y que el Gobierno no gestiona especialmente bien, la derecha decide que la oposición ha de hacerse en el terreno de la lucha antiterrorista. Después de presumir con saber lo que verdaderamente interesa a los ciudadanos (y que jamás es la política del Gobierno) ahora resulta que lo que interesa a los ciudadanos no es la crisis, no el paro, no la inseguridad y la falta de consumo sino el hecho de si el Gobierno despacha o no a la organización Acción Nacionalista Vasca (ANV) de los ayuntamientos en que gobierna en el País Vasco.

Basta con oír a la señora Aguirre, al señor Arenas y, cómo no, al señor Rajoy diciendo los primeros que el Gobierno pretende negociar de nuevo con ETA (a pesar de que el Gobierno lo niega) y el segundo que si no se expulsa a ANV de los ayuntamientos, probablemente se esté haciendo algo peor: ciertamente, negociar con ETA.

La derecha pretende que el Gobierno disuelva los ayuntamientos de ANV por vía del decreto-ley que prevé la vigente Ley de Régimen Local (art. 61,1)), pero no puede ignorar que esa misma ley exige a continuación (art. 61,2) que los motivos que den las corporaciones locales para la disolución por decreto-ley se produzcan "de forma reiterada y grave", que no es el caso. Dicen entonces los señores del PP que hay que cambiar la ley, lo cual es una forma sui generis de entender el principio de legalidad del Estado de derecho; más o menos así: aplico la ley si me conviene y si no me conviene la cambio.

Pero vamos a ver, que no hay que ser ingenuos. El problema no es jurídico: es político disfrazado de jurídico. El PP no puede soportar la idea de que ETA se termine bajo mandato socialista, lo que quiere decir que saluda cada nuevo triunfo de las fuerzas de seguridad del Estado y cada nuevo quebranto de la banda armada con un torrente de invectivas, de sospechas, de deslegitimación y de desunión entre las fuerzas democráticas. Es decir, tiene un comportamiento desleal y felón.

Porque, sean cuales sean las circunstancias, el régimen democrático requiere unidad en asuntos de Estado y la lucha contra el terrorismo es el primero de ellos. Unidad quiere decir que la política antiterrorista la hace el Gobierno y cuenta con el apoyo de la oposición incluso si aquel se equivoca pues ese es asunto que decidirán los ciudadanos en las elecciones. Lo que no puede ser y esto no es tan difícil de entender, incluso para la señora Aguirre, es que la oposición pretenda dictar lo que hay que hacer o no hacer en materia terrorista, que la política antiterrorista la haga la oposición porque si está en la oposición se debe a que los ciudadanos no quisieron que se aplicasen sus políticas. ¿Acaso no es evidente?

(La imagen es una portada de un Zutik de ETA. Interesante caso de simbolismo iconográfico de la violencia. ¿Por qué sabemos que el pollo con el fusil ametrallador es un gudari de ETA y no un fedayín o un guerrillero talibán o un zapatista? Bingo; por la txapela, clave definitoria de lo vasco).

El absurdo valenciano.

La entrada de Palinuro del pasado 30 de noviembre se titulaba Camps, el patriota y en ella se decía que la decisión de que Educación para la ciudadanía se impartiera en inglés en la Comunidad Valenciana era "una decisión absurda, disparatada, como de chiste, propia de una tradición de astracanada, farsa y esperpento, más adecuado al mundo de los ninots que de las decisiones políticas de una sociedad racional y avanzada". Por eso no resultará extraño que ahora salude con alborozo el hecho de que la Generalitat haya dado marcha atrás. Esto probablemente no quiere decir que el señor Camps haya reconsiderado su actitud, pues cada cual es fiel a su trayectoria, pero está claro que la revocación de tan arbitraria como patafísica decisión es un producto de la movilización ciudadana. Irónicamente ha sido la primera clase práctica del tema de la asignatura de Educación para la ciudadanía.

Con la ciudadanía no se juega.


(La imagen procede del periódico Tribuna de la Administración Pública de CCOO y se encuentra en el blog Medinaspatasarriba.com).

Caminar sin rumbo (XXVI).

Amor y dolor.

(Viene de una entrada anterior de Caminar sin rumbo (XXV), titulada Mitos satánicos

Me senté en un bar al borde de la playa a contemplar el mar y pensando en ese mundo de los comunicadores hecho de imágenes, programas, movimiento, agitación y siempre mucha controversia. Lo que buscan todos es que se hable de ellos porque ahí es donde está la audiencia que es lo que importa. Lo de los Mitos satánicos era obviamente una provocación. Estaba claro que en España un programa metiéndose con la Iglesia no saldría. O quizá sí. No, no, de ningún modo. Hacerse podría hacerse pero nadie lo produciría, nadie lo distribuiría y nadie lo proyectaría. Es decir, que a la hora de condenar a los demás por actuar como borregos, siguiendo doctrinas disparatadas o asesinas como enunciadas en forma de fatua conviene pensar en qué pasaría en España en similar situación sólo que con la confesión religiosa cambiada. Pero justo eso era lo que hacía "tilín" a los ojos de Ovidi. Este Ovidi era un caso con aquel aspecto como de hombre jirafa y su capacidad para exponer un asunto de modo claro y rotundo. Quizá esa fue su perdición.

Decidí darme un descanso de Luján y Willie, anduve paseando perezosamente por la ciudad e incluso me metí en un cine a ver Troya la película de Wolfgang Petersen, interpretada por Brad Pitt que hace de Aquiles. No haya temor, que no me pondré ahora a largar puerilidades sobre la cinta. Quizá en otro momento. Lo que quería era retrasar el de volver a la casa de Luján, en donde tendría que implicarme de nuevo en su atormentada relación con Willie. Pero no tuve más remedio ya caída la noche. Y efectivamente estaban los dos esperándome con la televisión encendida, pero sin verla porque no paraban de discutir. Así quedé de nuevo mezclado con la vida común de la pareja. Una vez estuvo clara mi condición de observador participante las discusiones siguieron y siguieron. Tardé en darme cuenta de que era siempre así, que la pareja vivía discutiendo y que su implicación en las discusiones era la prueba de su mutua dedicación. Lo peor hubiera sido que uno de ellos hubiera visto hastío o desinterés en el otro. Llevaban una vida sentimental plenamente realizada y a mí me tenían de espectador de su dicha consistente en estar discutiendo todo el día. Luego del niño y la boda vinieron otro niño, un viaje que llevaban años aplazando, la compra de un coche nuevo, las relaciones con algunos lejanos parientes de Willie, el destino de las próximas vacaciones, la forma de vestirse de Willie, la de Luján y hasta la mía, que sufrió un duro examen crítico. Nunca faltaron motivos de controversia, encendidas discusiones cargadas de referencias crípticas a sus agravios del pasado que parecían ser muchos pero jamás los llevaron a la ruptura. Yo mismo una vez me di cuenta de que la relación llevaba mucho fuego de artificio empecé a despreocuparme de ella y así pude dedicar mi atención a otros asuntos, a pensar en mis cosas o en cualesquiera otras pero ya liberado de la angustiosa sensación de verme arrastrado a un conflicto sentimental que iba a terminar como el rosario de la aurora. Conflicto sentimental era, desde luego, pero se vivía a sí mismo como tal, sin esperar (y seguramente sin desear) solución alguna.

En aquellas discusiones ocupó un lugar estelar durante un par de días el Emperador Jones que Willie quería que Luján ayudara a producir para que él pudiera darse a conocer. Oyéndolo hablar con tanta delectación sobre su idea, la de mezclar la negritud con la homosexualidad se me ocurrió pensar que no conocía a nadie más opuesto a la imagen que yo tenía de Jones, un negrazo ex presidiario que él mismo, delgado, rubio, de ojos azules.

- Eso son pequeñeces- dijo con impaciencia, como si desdeñara tener que ocuparse de asuntos de tan escasa enjundia como el parecido físico entre el intérprete y el interpretado.- Minucias. A ver, ¿qué tenía de Medea Sarah Bernhardt?¿O qué tenía de Hamlet Lawrence Olivier? Todo eso es cosa de maquillaje, pelucas y un variado atrezzo. Lo importante es la idea, el espíritu con el que está abordada la temática.

Le dije que no veía relación alguna entre los negros de O'Neill y la homosexualidad y me confesó que también a él le parecía un poco traída por los pelos pero, en el fondo, todo era cuestión de proponérselo porque, a la postre, ¿qué historia se contaba en el Emperador Jones? La de un hombre cazado como si fuera una fiera, perseguido, acosado, negado, el símbolo mismo del trato social de la homosexualidad.

- Sí, pero lo cazadores, los acosadores que son hombres creen que la pieza que están cazando es una especie de dios al que sólo cabe matar con una bala de plata.

- Bueno ya te dije que venía algo traída por los pelos pero lo que quiero que te des cuenta es del clima que se va creando a lo largo de la obra, con el repicar permanente del tambor en la selva que Jones quiere atravesar sin conseguirlo. Es una metáfora de ese clima de cacería humana que se crea con los prejuicios machistas y heterosexuales de la sociedad en que vivimos. Es más, esa sociedad está prefigurada en la selva en la que el Emperador Jones se pierde porque no es capaz de atravesarla igual que muchos homosexuales no son capaces de sobrevivir en una sociedad hostil.

Luján no parecía estar especialmente interesado en el asunto y, apenas lo veía Willie, empezaba una agria discusión acerca de cómo el médico no hacía nada por la carrera del otro que se preguntaba con algún suspiro romántico, en definitiva, cuál había sido el sentido de su vida. Otras veces venía a ser al revés: si estábamos Luján y yo hablando de su consulta, un tema que, como buen profesional, lo estimulaba, los problemas que tenía con algún niño en especial, en poco tiempo Willie iba poniéndose sombrío y al final soltaba alguna indirecta maliciosa en relación con Luján y los niños que sacaba de quicio al otro.

- ¿Ves? - Me decía el médico con resignación- Hasta tiene celos de los niños.

- Precisamente porque son niños-. Añadía Willie sin piedad.

Vi que el rostro de Luján cambiaba de color y que su gesto se endurecía pero se contuvo, aunque no siempre lo conseguía cuando Willie lo provocaba demasiado con los infantes.

Ya había visto de todo, había pasado mis días en Barcelona y les comunqué que me aprestaba a partir. Al despedirse, los dos me dijeron que lo habían pasado muy bien conmigo y que volviera cuando quisiera, que aquella era mi casa. Se lo agradecí mucho. Realmente había pasado unos días agradables aunque al principio resultaron un poco exasperantes. Qedamos buenos amigos.

Con la mochila a cuestas, como era el día en que se presentaban los Mitos satánicos, decidí pasarme por el atrio de la Sagrada Familia ya que tenía tiempo pues había decidido ir en el puente aéreo. Estaba dando un paseo a la entrada de la iglesia por delante de las columnas que son como las rejas de una enorme celada mientras terminaban de montar el escenario, de ajustar los focos, situar las cámaras, los equipos, los ayudantes, la gente que se había ido arremolinando cuando hubo un tumulto, gritos, carreras, un movimiento general de desconcierto; de pronto todo se había detenido y parecía concentrado en un punto que yo no alcanzaba a ver. Me moví tratando de acercarme pero apenas pude, empecé a escuchar opiniones que saltaban de un lugar a otro, como cohetes que pasaran silbando. Que había sido un atentado. No se oyó ningún disparo. No había sido con pistola o bomba sino, al parecer, con arma blanca. Un par de minutos más tarde se aproximaron dos o tres sirenas de la policía que murieron justo a nuestra espalda y los agentes se abrieron paso perentoriamente, a fuerza de codos. El gentío que había delante de mí se los tragó como el pantano se traga la piedra y volví a enfrentarme al muro de espaldas agitadas e informaciones cruzadas que venían de cualquier parte y se iban a otra. Habían matado a Ovidi. No, sólo estaba herido. ¿Se sabe quién ha sido? Parece que fue una mujer con ayuda de un niño o un niño solo. Lo habían apuñalado. La mujer estuvo a punto de que la lincharan.

A partir de cierto momento cuando ya estaba establecido el dispositivo los agentes obligaron a desalojar y a circular a la gente. Uno podía acercarse a las cintas que prohibían el paso pero ya no se veía nada. Había llegado más gente que circulaba entre los camiones y los focos que ahora formaban una barrera impenetrable para los curiosos. De pronto se me ocurrió pensar que, hubiera sucedido lo que hubiera sucedido, habría pasado directamente delante de las cámaras y era probable que los siguientes telediarios dieran la noticia completa. Menuda primicia. Si no le había pasado nada grave, Ovidi tenía ya el lanzamiento más espectacular posible, un atentado.

Cogí un taxi hasta el aeropuerto del Prat y allí me conecté a internet desde un business center o algo parecido. Encontré un nuevo recado de Laura en skype, que seguía empeñada en dar conmigo, que seguía muy interesada después de lo que habló con Vlam o Vlam le contó. Una mujer constante. Cedí a la tentación (¿a quién no le gusta que lo soliciten?) y contesté contándole mis planes inmediatos: que volvía de Barcelona a Madrid, a mi casa y ya que estábamos en ello y si quería que entabláramos contacto, ¿por qué no me enviaba un foto? No debía de estar en ese momento porque no contestó de inmediato.

Aproveché para saltar a la página de una agencia de noticias que lo daba como un flash: alguien había atentado contra Ovidi Colomer cuando éste iba a presentar su nuevo programa Mitos satánicos. Apenas se sabían datos concretos. Parece ser que una mujer se abalanzó sobre él y le echó al rostro un ácido corrosivo que le ha producido quemaduras graves y hasta es posible que pierda la visión de un ojo. Se espera un parte médico en poco tiempo así como una rueda de prensa de la policía. No hace falta decir que estaba todo el mundo conmocionado, los compañeros de profesión -salía uno de ellos diciendo que la de periodista es de alto riesgo; los políticos -salía otro diciendo que Ovidi era un profesional extraordinario; gente de la cultura, del espectáculo que hablaban todas como si lo hicieran de un muerto. Aunque no lo estuviera, como si lo estuviese: un presentador de televisión con el rostro deformado y tuerto ha perdido su trabajo y es como si dejase de existir.

Abordé el primer avión que pude y me dejé caer en Madrid bastante atolondrado de lo que había visto y vivido en Barcelona pero contento de haber estado. Lo siento por Ovidi que ahora pasará el resto de su vida pensando por qué tuvo que ser él el objeto elegido por el mal para manifestarse. Me gustaría conocer algo más acerca de la mujer que había perpetrado el hecho y a la que ya llamaba en mi interior Carlota Corday.

(Continuará).

(La imagen es el grabado nº 3 de la serie de W. Hogarth, Historia de un libertino, titulada En la taberna (1735)).

dilluns, 15 de desembre del 2008

Dos madres.

El avance de la ciencia no sólo destruye supersticiones y estereotipos sino que da al traste también con joyas antiquísimas de la sabiduría ancestral. Por ejemplo, a la hora de explicar la soberanía parlamentaria Delolme recordaba que los jurisconsultos ingleses siempre sostuvieron que "el Parlamento puede hacer cualquier cosa excepto convertir un hombre en una mujer o una mujer en un hombre". Esa excepción ha caído hace mucho y no ya el Parlamento sino cualquier clínica puede sacar una mujer de un hombre o viceversa.

Del mismo modo cae otro viejo proverbio, el de "madres no hay más que una" porque ahora pueden ser dos. Según noticia de Público ya puede haber dos madres biológicas para el mismo niño.El asunto se consigue en un pispás, inseminando el óvulo de una e insertándolo en el útero de la otra. Y ese niño tendrá dos mamás... ¡qué suerte!

Hay mucha gente que dice que la presencia del padre en la familia es imprescindible y a mí no me lo parece más de lo que es la de los zánganos en la colmena. Así que repito: ¡qué suerte la de ese chaval o chavala!

(La imagen es un pastel de Ernst Ludwig Kirchner titulado Dos desnudos amarillos con jarrón de flores (1914) que se encuentra en el Bündner Kunstmuseum de Coira, Suiza).

Perro.

¡Qué estupendo, qué noble, qué magnífico gesto el de ese periodista iraquí que arrojó el zapato a la cabeza de Mr. Bush! Nunca, desde que el señor Kruschev se valiera del suyo para golpear el pupitre en la Asamblea General de la ONU había sido un zapato tan famoso. Es más, considero que el que aquí nos ocupa fue lanzado por millones de manos anónimas entre las que me cuento a la cabeza de ese mandatario fradulento, soberbio, ignaro, despótico, embustero, criminal y torturador. Millones, cientos de millones nos sentimos representados en la iniciativa del periodista.

El llamarle "perro" se entiende aunque quizá no goce de la misma simpatía universal, sobre todo en los países en que abundan los amantes de los animales. En realidad ninguno está a un nivel moral tan bajo como Mr. Bush; ni las cucarachas. Habría que llamarle ¡hombre! Pero eso tampoco sería justo porque si los señores Bush, Blair y Aznar son hombres, también lo somos los demás, que no hemos invadido, masacrado y esquilmado a pueblo alguno. Así que lo mejor será calificarlos por los suyos propios que ya dicen bastante de la calaña de sus titulares: ¡Bush! ¡Blair! ¡Aznar!

(La imagen es una foto de Público, bajo licencia de Creative Commons).

Cayo Lara.

Luego del relativo fracaso de la última Asamblea Federal de Izquierda Unida (IU) y de un mes de frenéticas componendas y pactos, la coalición electoral consiguió ayer elegir por algo más del 55 por ciento de los votos de su Comité Político Federal a un candidato del Partido Comunista de España como Coordinador General. Algo es algo. Pero da la impresión de que tanto por el escaso margen de la victoria como por la composición del órgano colegiado que debe colaborar con él, IU sigue minada por el espíritu fraccionalista que la imposibilita de articularse como una alternativa nítida y creíble en el panorama político español. Y el órdago lanzado ayer por el flamante cargo recién electo de una posible huelga general tratándose de una fuerza política marginal y que por no poder no puede ni presionar a la central sindical mayoritaria habla muy poco en el sentido de que IU haya recuperado la capacidad de fundamentar sus propuestas en análisis críticos pertinentes.

En fin, concédansele los tradicionales cien días.

(La imagen es una foto de Izquierda-unida.es, bajo licencia de Creative Commons).