Ya era una vergüenza que el Parlamento europeo estuviera debatiendo una medida como la de la semana de 65 horas, tan contraria a la justicia, a la equidad, a la tradición y al espíritu europeos (que váyase a saber qué son pero me apropio descaradamente por si acaso), a la historia del movimiento obrero, a la evolución del derecho y a las convicciones morales esenciales de la época. Por fortuna la derrota de la propuesta por mayoría absoluta no deja lugar a dudas y aunque se abra un período llamado "de conciliación" entre el Parlamento y el Consejo, lo más probable es que la directiva esté muerta y enterrada y ahora de lo que se trate, según asegura un eurodiputado británico que ha votado en contra de lo que quiere el señor Gordon Brown, sea de averiguar cuánto tiempo van a aguantar excepciones como la británica del opting out que permite sobrepasar el límite de 48 horas por semana cuando lo acuerden patronos y trabajadores.
Han coincidido dos factores para que, finalmente, la izquierda europea haya reaccionado con algo de dignidad después de años de concesiones a las doctrinas neoliberales. El primer factor es la crisis actual que tiene pinta de ser lo que el marxismo, que vuelve a estar de actualidad, llamaría una "crisis del modo de producción". Esta crisis condiciona en este momento todo cuanto se hace y se dice en Europa y en el mundo entero. El análisis concreto de la situación concreta de Lenin es el análisis de la crisis general del capitalismo.
El segundo factor señalado es el hecho de que, en la política de concesiones de los años pasados al ataque neoliberal, los razonamientos que han garantizado su hegemonía, más inteligentes y perspicaces en un primer momento, fueron haciéndose más y más burdos, ajenos a la realidad, casi míticos, llegando al extremo de ser verdaderos disparates. Este último de las 65 horas está basado en un razonamiento tan estúpido y falso que da risa sólo plantearlo, el que que ya habían denunciado los marxistas de la primerísima hornada y que constituía la peana para un ataque al conjunto del capitalismo y de la sociedad burguesa y sus miserias e hipocresías. Y es que, a fuerza de darles la razón a los neoliberales en sus falacias, la calidad de éstas ha ido descendiendo y, por último, la izquierda se ha encontrado de repente ante la siguiente memez: "65 horas por semana cuando el empresario y el trabajador lo acuerden libremente."
Porque oiga Vd., hace falta ser tonto de los cojones para creer que la libertad del patrón y la del obrero sean iguales. Esta ya era demasiado gorda. Aquí la izquierda, por fin, ha despertado y ha visto que en Europa estaban moviéndose las piedras.
Victoria de momento pero la guerra seguirá.