Ya dije el otro día que la Fundación Mapfre (salas del Paseo de Recoletos, 23) alberga otras dos exposiciones, además de la de Degas. Una de ellas ésta, titulada Entre dos siglos, que muestra pintura nacional del último tercio del siglo XIX y lo dos primeros decenios del XX. Es curioso comprobar cómo casi toda la pintura española de la época es catalana (Nonell, Casas, Anglada Camarasa, Rusiñol) o de los països catalans si se incluye a Joaquín Sorolla, o vasca, con Zuloaga, Echevarría, Arteta. Una situación que los comisarios interpretan en el sentido de que las zonas más adelantadas del Estado tenían sus pujos artísticos propios. El panorama se complementa con telas de Romero de Torres, Vázquez Díaz, Darío de Regoyos y Gutiérrez Solana para terminar con un par de obras de Miró, Dalí y Picasso. La idea general es mostrar qué viva está la pintura española de la época y qué buena es (aunque esté oscurecida por el resplandor de la francesa) y cómo acaba apuntando a la forma de las vanguardias europeas con la obra de Picasso y Miró. Una visión que impone cierto "desarrollo" o "progreso" en un arte, cosa más que dudosa. Recuerdo una carta de Unamuno a Darío de Regoyos en la que suelta todo tipo de denuestos sobre Picasso que estaba dándose a conocer por entonces, pregonando que el cubismo picassiano era un adefesio mientras que Regoyos era un verdadero artista. Que no era don Miguel profeta ni buen crítico. Todo porque el bueno de Regoyos imitaba débilmente el puntillismo de allende los Pirineos algo que al lado de la ferocidad creadora de Picasso desmerece un tantico.
En general, la pintura catalana del noucentisme en adelante muestra una clara impronta francesa, lógica si se piensa que los catalanes de la época hacían como los demás artistas de entonces: emigrar a París en busca de formación y de un estilo propio que acababa siendo el imperante, más o menos adaptado a las peculiaridades españolas. Precisamente una de las piezas que se exhibe es la famosa Sibila de Anglada Camarasa, una muestra patente de la influencia del simbolismo y del primer expresionismo que le recuerda a uno a la pintura de Franz von Stuck con su interpretación de la maldad de las mujeres (las varias interpretaciones de La pecadora) en la tradición de la misoginia del arte occidental
La exposición contiene varias telas de Ramón Casas conjuntamente con algunas de su colega y amigo Rusiñol, en especial el famoso desnudo escorzado conocido como Las flores deshojadas, pintado el mismo año, 1894 en que lo fue el llamado Morfina, de Rusiñol y también algunas escenas interiores de ambos que son una verdadera delicia. En fin, debo confesar que de todos ellos Casas y Rusiñol son los que más me gustan porque los encuentro más espontáneos, naturales, menos artificiosos y obsesionados por cuestiones estilísticas y ello sin demérito de la intencionalidad moralizante de ambos en muchas ocasiones, especialmente visible en Las flores deshojadas.
En algún lugar he leído que la exposición trata de buscar el venero de la "España blanca" en una época en la que estaba de moda la "España negra". Ciertamente las dos coexisten, pero la negra resulta siempre dominante probablemente porque su fuerza expresiva es mayor y porque es la que más enraiza con las tradiciones culturales del país. En ese dominio entran algunas telas conocidísimas de Zuloaga y otras menos conocidas de Gutiérrez Solana. Yo metería a Romero de Torres en este capítulo aunque la tradición quiera verlo más en la línea de una inconcreta "pintura andaluza"; su sentido trágico, sus composiciones de drama pasional (el típico, Cante Jondo) lo incluyen en la corriente, a pesar de lo acaramelado de sus retratos de mujeres.
Tanto por el tipo de obra como por la cantidad de ésta me dio la impresión de que Joaquín Sorolla domina la exposición, como se revela por el hecho de que sea una composición suya la que adorna la ficha que anuncia la muestra. El pintor valenciano cuenta con una sala casi dedicada a él con escenas de niños en la playa y jardines a plena luz del sol que es como un estallido de luz y sombras y reflejos típicos suyos. En uno de ellos (con un retrato de grupo de sus dos hijas y su mujer Clotilde) se adivina el de su casa en Martínez Campos, sede hoy del museo Sorolla en Madrid que se puede visitar porque se conserva como en vida del artista. Dejo aquí un conocido oleo suyo que representa a su hija María pintando en El Pardo a raíz de una recuperación de una enfermedad.
Entre siglos es un recorrido muy grato por la pintura española de la época que, no habiendo aportado genios de imperio internacional como haría más tarde con Miró, Picasso o Dalí, tenía un nivel muy apreciable.