dimarts, 16 de desembre del 2008

Caminar sin rumbo (XXVI).

Amor y dolor.

(Viene de una entrada anterior de Caminar sin rumbo (XXV), titulada Mitos satánicos

Me senté en un bar al borde de la playa a contemplar el mar y pensando en ese mundo de los comunicadores hecho de imágenes, programas, movimiento, agitación y siempre mucha controversia. Lo que buscan todos es que se hable de ellos porque ahí es donde está la audiencia que es lo que importa. Lo de los Mitos satánicos era obviamente una provocación. Estaba claro que en España un programa metiéndose con la Iglesia no saldría. O quizá sí. No, no, de ningún modo. Hacerse podría hacerse pero nadie lo produciría, nadie lo distribuiría y nadie lo proyectaría. Es decir, que a la hora de condenar a los demás por actuar como borregos, siguiendo doctrinas disparatadas o asesinas como enunciadas en forma de fatua conviene pensar en qué pasaría en España en similar situación sólo que con la confesión religiosa cambiada. Pero justo eso era lo que hacía "tilín" a los ojos de Ovidi. Este Ovidi era un caso con aquel aspecto como de hombre jirafa y su capacidad para exponer un asunto de modo claro y rotundo. Quizá esa fue su perdición.

Decidí darme un descanso de Luján y Willie, anduve paseando perezosamente por la ciudad e incluso me metí en un cine a ver Troya la película de Wolfgang Petersen, interpretada por Brad Pitt que hace de Aquiles. No haya temor, que no me pondré ahora a largar puerilidades sobre la cinta. Quizá en otro momento. Lo que quería era retrasar el de volver a la casa de Luján, en donde tendría que implicarme de nuevo en su atormentada relación con Willie. Pero no tuve más remedio ya caída la noche. Y efectivamente estaban los dos esperándome con la televisión encendida, pero sin verla porque no paraban de discutir. Así quedé de nuevo mezclado con la vida común de la pareja. Una vez estuvo clara mi condición de observador participante las discusiones siguieron y siguieron. Tardé en darme cuenta de que era siempre así, que la pareja vivía discutiendo y que su implicación en las discusiones era la prueba de su mutua dedicación. Lo peor hubiera sido que uno de ellos hubiera visto hastío o desinterés en el otro. Llevaban una vida sentimental plenamente realizada y a mí me tenían de espectador de su dicha consistente en estar discutiendo todo el día. Luego del niño y la boda vinieron otro niño, un viaje que llevaban años aplazando, la compra de un coche nuevo, las relaciones con algunos lejanos parientes de Willie, el destino de las próximas vacaciones, la forma de vestirse de Willie, la de Luján y hasta la mía, que sufrió un duro examen crítico. Nunca faltaron motivos de controversia, encendidas discusiones cargadas de referencias crípticas a sus agravios del pasado que parecían ser muchos pero jamás los llevaron a la ruptura. Yo mismo una vez me di cuenta de que la relación llevaba mucho fuego de artificio empecé a despreocuparme de ella y así pude dedicar mi atención a otros asuntos, a pensar en mis cosas o en cualesquiera otras pero ya liberado de la angustiosa sensación de verme arrastrado a un conflicto sentimental que iba a terminar como el rosario de la aurora. Conflicto sentimental era, desde luego, pero se vivía a sí mismo como tal, sin esperar (y seguramente sin desear) solución alguna.

En aquellas discusiones ocupó un lugar estelar durante un par de días el Emperador Jones que Willie quería que Luján ayudara a producir para que él pudiera darse a conocer. Oyéndolo hablar con tanta delectación sobre su idea, la de mezclar la negritud con la homosexualidad se me ocurrió pensar que no conocía a nadie más opuesto a la imagen que yo tenía de Jones, un negrazo ex presidiario que él mismo, delgado, rubio, de ojos azules.

- Eso son pequeñeces- dijo con impaciencia, como si desdeñara tener que ocuparse de asuntos de tan escasa enjundia como el parecido físico entre el intérprete y el interpretado.- Minucias. A ver, ¿qué tenía de Medea Sarah Bernhardt?¿O qué tenía de Hamlet Lawrence Olivier? Todo eso es cosa de maquillaje, pelucas y un variado atrezzo. Lo importante es la idea, el espíritu con el que está abordada la temática.

Le dije que no veía relación alguna entre los negros de O'Neill y la homosexualidad y me confesó que también a él le parecía un poco traída por los pelos pero, en el fondo, todo era cuestión de proponérselo porque, a la postre, ¿qué historia se contaba en el Emperador Jones? La de un hombre cazado como si fuera una fiera, perseguido, acosado, negado, el símbolo mismo del trato social de la homosexualidad.

- Sí, pero lo cazadores, los acosadores que son hombres creen que la pieza que están cazando es una especie de dios al que sólo cabe matar con una bala de plata.

- Bueno ya te dije que venía algo traída por los pelos pero lo que quiero que te des cuenta es del clima que se va creando a lo largo de la obra, con el repicar permanente del tambor en la selva que Jones quiere atravesar sin conseguirlo. Es una metáfora de ese clima de cacería humana que se crea con los prejuicios machistas y heterosexuales de la sociedad en que vivimos. Es más, esa sociedad está prefigurada en la selva en la que el Emperador Jones se pierde porque no es capaz de atravesarla igual que muchos homosexuales no son capaces de sobrevivir en una sociedad hostil.

Luján no parecía estar especialmente interesado en el asunto y, apenas lo veía Willie, empezaba una agria discusión acerca de cómo el médico no hacía nada por la carrera del otro que se preguntaba con algún suspiro romántico, en definitiva, cuál había sido el sentido de su vida. Otras veces venía a ser al revés: si estábamos Luján y yo hablando de su consulta, un tema que, como buen profesional, lo estimulaba, los problemas que tenía con algún niño en especial, en poco tiempo Willie iba poniéndose sombrío y al final soltaba alguna indirecta maliciosa en relación con Luján y los niños que sacaba de quicio al otro.

- ¿Ves? - Me decía el médico con resignación- Hasta tiene celos de los niños.

- Precisamente porque son niños-. Añadía Willie sin piedad.

Vi que el rostro de Luján cambiaba de color y que su gesto se endurecía pero se contuvo, aunque no siempre lo conseguía cuando Willie lo provocaba demasiado con los infantes.

Ya había visto de todo, había pasado mis días en Barcelona y les comunqué que me aprestaba a partir. Al despedirse, los dos me dijeron que lo habían pasado muy bien conmigo y que volviera cuando quisiera, que aquella era mi casa. Se lo agradecí mucho. Realmente había pasado unos días agradables aunque al principio resultaron un poco exasperantes. Qedamos buenos amigos.

Con la mochila a cuestas, como era el día en que se presentaban los Mitos satánicos, decidí pasarme por el atrio de la Sagrada Familia ya que tenía tiempo pues había decidido ir en el puente aéreo. Estaba dando un paseo a la entrada de la iglesia por delante de las columnas que son como las rejas de una enorme celada mientras terminaban de montar el escenario, de ajustar los focos, situar las cámaras, los equipos, los ayudantes, la gente que se había ido arremolinando cuando hubo un tumulto, gritos, carreras, un movimiento general de desconcierto; de pronto todo se había detenido y parecía concentrado en un punto que yo no alcanzaba a ver. Me moví tratando de acercarme pero apenas pude, empecé a escuchar opiniones que saltaban de un lugar a otro, como cohetes que pasaran silbando. Que había sido un atentado. No se oyó ningún disparo. No había sido con pistola o bomba sino, al parecer, con arma blanca. Un par de minutos más tarde se aproximaron dos o tres sirenas de la policía que murieron justo a nuestra espalda y los agentes se abrieron paso perentoriamente, a fuerza de codos. El gentío que había delante de mí se los tragó como el pantano se traga la piedra y volví a enfrentarme al muro de espaldas agitadas e informaciones cruzadas que venían de cualquier parte y se iban a otra. Habían matado a Ovidi. No, sólo estaba herido. ¿Se sabe quién ha sido? Parece que fue una mujer con ayuda de un niño o un niño solo. Lo habían apuñalado. La mujer estuvo a punto de que la lincharan.

A partir de cierto momento cuando ya estaba establecido el dispositivo los agentes obligaron a desalojar y a circular a la gente. Uno podía acercarse a las cintas que prohibían el paso pero ya no se veía nada. Había llegado más gente que circulaba entre los camiones y los focos que ahora formaban una barrera impenetrable para los curiosos. De pronto se me ocurrió pensar que, hubiera sucedido lo que hubiera sucedido, habría pasado directamente delante de las cámaras y era probable que los siguientes telediarios dieran la noticia completa. Menuda primicia. Si no le había pasado nada grave, Ovidi tenía ya el lanzamiento más espectacular posible, un atentado.

Cogí un taxi hasta el aeropuerto del Prat y allí me conecté a internet desde un business center o algo parecido. Encontré un nuevo recado de Laura en skype, que seguía empeñada en dar conmigo, que seguía muy interesada después de lo que habló con Vlam o Vlam le contó. Una mujer constante. Cedí a la tentación (¿a quién no le gusta que lo soliciten?) y contesté contándole mis planes inmediatos: que volvía de Barcelona a Madrid, a mi casa y ya que estábamos en ello y si quería que entabláramos contacto, ¿por qué no me enviaba un foto? No debía de estar en ese momento porque no contestó de inmediato.

Aproveché para saltar a la página de una agencia de noticias que lo daba como un flash: alguien había atentado contra Ovidi Colomer cuando éste iba a presentar su nuevo programa Mitos satánicos. Apenas se sabían datos concretos. Parece ser que una mujer se abalanzó sobre él y le echó al rostro un ácido corrosivo que le ha producido quemaduras graves y hasta es posible que pierda la visión de un ojo. Se espera un parte médico en poco tiempo así como una rueda de prensa de la policía. No hace falta decir que estaba todo el mundo conmocionado, los compañeros de profesión -salía uno de ellos diciendo que la de periodista es de alto riesgo; los políticos -salía otro diciendo que Ovidi era un profesional extraordinario; gente de la cultura, del espectáculo que hablaban todas como si lo hicieran de un muerto. Aunque no lo estuviera, como si lo estuviese: un presentador de televisión con el rostro deformado y tuerto ha perdido su trabajo y es como si dejase de existir.

Abordé el primer avión que pude y me dejé caer en Madrid bastante atolondrado de lo que había visto y vivido en Barcelona pero contento de haber estado. Lo siento por Ovidi que ahora pasará el resto de su vida pensando por qué tuvo que ser él el objeto elegido por el mal para manifestarse. Me gustaría conocer algo más acerca de la mujer que había perpetrado el hecho y a la que ya llamaba en mi interior Carlota Corday.

(Continuará).

(La imagen es el grabado nº 3 de la serie de W. Hogarth, Historia de un libertino, titulada En la taberna (1735)).