dilluns, 20 de gener del 2014

Los discursos de la izquierda.

En la entrada de ayer, titulada seísmo en la izquierda decía que, en caso de darse un diálogo sobre la unidad de esta, habría de ser sobre propuestas concretas. Eso es lo interesante y aplazaba a hoy una consideración de los discursos. Porque el impacto, la agitación, la efervescencia de declaraciones, contradeclaraciones, etc son evidentes: presentación de Podemos, debate sobre primarias en IU; también Equo está en proceso de este tipo de elecciones, que presenta como ejemplar y hasta el portaaviones del PSOE se agita con zafarrancho de primarias. Nadie para quieto, todo se mueve, los medios no dan abasto, los tertulianos necesitarían otra boca suplementaria.

Lo que no está claro es que ese frenesí, ese bullir material, esa agitación que se presenta ya como una forma nueva de hacer política, responda a un plan, una idea, un proyecto específico que tenga detrás un discurso. En la izquierda hay sectores leninistas. Al menos aparece el nombre del revolucionario bolchevique de vez en cuando en sus manifestaciones. Y era Lenin quien en su ¿Qué hacer? dejó dicho que sin teoría revolucionaria no puede haber movimiento revolucionario. Olvídemosnos del dichoso adjetivo. Muy poca gente propugna hoy una revolución. El substantivo ha desaparecido del discurso político habitual, excepto sectores marginales. Queda la cuestión de la teoría. Y queda la pregunta: ¿hay teoría? ¿Hay teoría para ese movimiento que no se puede llamar revolucionario, aunque ganas no faltan? ¿Hay teoría o hay retórica?

Las diferentes fuerzas de la izquierda tienen sus discursos también de naturaleza y consistencia diferentes. Equo posee una teoría clara, definida pero especializada, lo cual redunda en perjuicio de sus expectativas. Pedir el voto para unas medidas específicas equivale a reducir su valor pues el votante se manifiesta en una multiplicidad de frentes, no solo el ecológico. Para resolverlo, la organización se ve obligada a pronunciarse en una variedad de asuntos coincidentemente con otros partidos de la izquierda lo que abre la cuestión de por qué no se suma a alguno. Equo no augura mucho espíritu unitario por razón de supervivencia.

Podemos acaba de irrumpir como la cabalgata de las Valkirias, despertando asombro. Ya están escribiéndose tratados sobre el liderazgo mediático, el carisma digital, la fuerza de las redes. Pocas veces se ha visto tan claro cómo una multitud (50.000 son multitud), dispersa, anónima, de pronto, adquiere un rostro. Seguro que también están desempolvándose viejos debates sobre la relación entre la masa y el individuo. Podemos, dicen los críticos, es un fenómeno mediático. Sí, claro; en una época mediática. Bien, la presentación de Podemos ha sido una representación, sin duda; un espectáculo, una escenificación cuidadosamente preparada. Perfectamente razonable. Lo que corresponde ahora es conocer el texto. La frase, los gestos, la iconografía son un hallazgo. Pero el discurso suena retórico, ambiguo, impreciso. "Otra forma de hacer política", dicen, en clara reminiscencia del alterglobalizador "otro mundo es posible". De acuerdo, ¿cuál mundo? ¿cuál política? Los viejos partidos ya no sirven. Hay que buscar nuevas formas de acción. Perfecto. ¿Cuáles?

En IU el discurso es algo más abundante, pero no está mejor organizado ni es muy coherente. Lo cual es lógico. El alma de IU es el Partido Comunista y, desde la caída de la Unión Soviética el comunismo arrastra un déficit de legitimidad tan profundo que no puede articular teoría alguna. La crítica al capitalismo y su manifestación visible en el mercado ya no se acompaña con propuestas alternativas acerca de con qué substituir a aquellos. Nadie propone, al menos claramente, la socialización de los medios de producción, la abolición del mercado y su substitución por un sistema de planificación centralizada. En esas condiciones es muy difícil elaborar una teoría crítica de la socialdemocracia tradicional porque no tiene en dónde apoyarse. Es un discurso débil y confuso que no fía tanto en la elaboración de propuestas propias como en la táctica de apoderarse de las de la socialdemocracia clásica empujando a la socialdemocracia real, al menos retóricamente, al campo de la derecha.

En el PSOE, la situación es grave, casi terminal. En las turbulencias de la crisis (y en parte movido por su amarga derrota de nov. de 2011) ha optado por convertirse en partido de orden, de Estado, incluso dinástico. La teoría se encargó a la intelligentzia del partido en aquella Conferencia Política que parió un ratoncillo asustado, pero monárquico y muy español. No importa; de lo que se trata es de recuperar el apoyo electoral. La teoría puede esperar. La apuesta por el orden puede hoy parecer ajena al espíritu del tiempo y, aunque repela a los votantes radicales, atraerá al abundoso centro-izquierda. Y, como todas las apuestas, se revelará al final. No es previsible que en España suceda como en Italia y Grecia; pero tampoco es imposible. Por ello mismo y porque, por muy pragmático que se haya hecho el PSOE, tiene una vocación de izquierda que en algún sitio habrá de demostrar debe proponer ese diálogo de una unidad de la izquierda basada en un programa mínimo común.

Un programa mínino común de la izquierda sería la mejor base para un gobierno con una triple tarea: a) derogar toda la legislación de la derecha, contraria a los intereses, los derechos y las libertades de la mayoría de la gente; b) convocar un proceso de reforma constitucional con participación de todos y sin condiciones previas; c) adoptar mientras tanto medidas de ampliación y consolidación de la democracia en España de carácter progresista y redistributivo.

Memorial de agravios.

Germà Bel (2013) Anatomía de un desencuentro. La Cataluña que es y la España que no pudo ser. Barcelona: Destino (304 págs)

La cuestión España-Cataluña/Cataluña-España es la cuestión de nuestro tiempo. En realidad viene siéndolo desde muchísimo antes y muy perceptiblemente hace siglo y medio más o menos. Recientemente ha tomado carácter de urgencia política porque el nacionalismo catalán ha virado masivamente hacia la independencia. Es una cuestión grave porque afecta a la conciencia de identidad nacional de las dos comunidades y a la planta real, material, territorial del Estado sobre la que se asientan. Tan grave que es transversal al otro típico conflicto de toda sociedad democrática más o menos avanzada, el de la izquierda y la derecha. El nuevo soberanismo catalán ha causado una crisis en el PSOE/PSC y empuja a la formación de un bloque nacional español en el que se encuentran codo a codo casi todos los partidos españoles (PP, PSOE, UPyD) y, en buena medida, IU cuya actitud al respecto quiere ser ambigua pero, en el fondo, se alinea en el frente del "no" al derecho de autodeterminación de los catalanes.

En estas condiciones es prudente documentarse sobre los puntos de vista y las razones de las partes. Leer los libros en que se exponen, sobre todo si son tan claros a la par que argumentados como el de Germà Bel, un catedrático catalán de Economía aplicada que fue diputado socialista en el Congreso en la primera legislatura de Zapatero, retirándose luego a una muy brillante y fructífera actividad académica. En el curso de ella parece haber evolucionado políticamente hacia el independentismo, sin abandonar, por cuanto se ve en el libro, su actitud socialdemócrata. Ese cambio es la respuesta que da a lo largo de este ensayo a la pregunta que plantea (y responde también por adelantado) de por qué ha aumentado tanto el apoyo al independentismo en Cataluña en los últimos años. Por cierto, la misma pregunta se planteaba hace un par de días Jordi Pujol en un artículo periodístico. No conseguí entender la respuesta de Pujol; pero la de Bel es meridiana: la percepción recíproca de deslealtad y falta de confianza (p. 17). Sí, cuando la confianza se rompe, la cosa tiene dificil arreglo.

El autor sostiene que las explicaciones "españolas" de la crisis son falsas. Las explicaciones son: a) el sistema educativo catalán adoctrina en el independentismo; b) hay un "virus" nacionalista catalán; c) los catalanes quieren ser diferentes. Su refutación tiene sólida base empírica. Emplea datos del Centre d'Estudis d'Opinió (CEO), cruzándolos por generaciones, nivel estudios, etc, para demostrar la falsedad. La cita de una memorable exposición de Esperanza Aguirre deja clara la cuestión del virus: "la nación española no es cosa discutible ni discutida; España es una gran nación y ser español es motivo de orgullo" (p. 47), una de las habituales declaraciones de un nacionalismo español tan obtuso como excluyente e intratable.

La cuestión de la "diferencia" de los catalanes, contrastada con la realidad empírica también se invierte. Tomando pie en el trabajo de José Luis Sangrador,  sobre Identidades, actitudes y estereotipos en la España de las autonomías, que elabora un amplio estudio del CIS, expone que hay una percepción predominantemente negativa de los catalanes en toda España a los que los españoles ven como “diferentes” (p. 69). Esta percepción negativa es anterior al Estado autonómico y no tiene que ver con él (p. 74). La realidad, según Bel, es que los catalanes generan gran rechazo en el resto de las comunidades españolas y esto ya desde 1714. Ha llegado el momento de ver que la "conllevancia" de Ortega tiene unos altísimos  costes de transacción (p. 98). Ha llevado a la desconfianza y eso es una ruina. Muy ilustrativo el cuadro del BBVA  sobre Confianza, creación de riqueza y desarrollo humano en 10 países de la Unión Europea.  España está en 9º lugar solo por delante de Francia (2011 y 2012) (p. 107)

Cataluña, sostiene el libro, jugó a aumentar la confianza desde los años 80 (lo mismo que dice Pujol en su artículo) y perdió. Hubo una inflexión en los 90. Periodo muy duro  de la política española los años 93-96. Recuérdese el Pujol, enano, habla castellano. De aquí se seguiría una especie de desengaño. No estoy seguro de que sea un análisis justo: en aquellos años el nacionalismo catalán jugo a hacer política en España valiéndose de su fuerza parlamentaria y perdió. Pero nada más. Después, sí hubo ya franco desencuentro en los años 2000, escenificado en la sentencia TC sobre el Estatuto en  2010 (p. 120), que desembocó dos años más tarde en la famosa diada con que se inició la petición de un Estado propio en la que actualmente vivimos.

La sensibilidad con que el nacionalismo español acogió estas manifestaciones se aquilata en el sentido de la expresión con que Rajoy, ya presidente del gobierno, calificó la citada diada que, para él, era una algarabía nacionalista.

Bel consagra un capítulo inevitable a la cuestión de la inmersión lingüística. Se esmera en refutar el empleo erróneo del concepto de "lengua común" del nacionalismo español, pero se lo podía ahorrar. Sobre pocas cosas cabe estar más de acuerdo con el autor que sobre esta, en especial cuando concluye: Hacernos a los ciudadanos de lengua primera diferente al castellano miembros obligatorios de la comunidad lingüística castellana -mediante la manipulación ideológica y política del concepto lengua común- para luego decirnos que de qué nos quejamos, porque somos todos iguales en derechos, es una verdadera tomadura de pelo. Dicho sea sin circunloquios. (p. 144)

Terminan el libro dos capítulos en los que se da cuenta de los agravios en los terrenos económico,  financiero, comercial, de infraestructuras, etc. También aquí hay leyendas que el autor desvela y con abundante profusión de datos sobre  las transferencias interregionales y la equidad entre regiones ricas y la restructuración de las transferencias con redistribución progresiva  y lo mismo en las  más pobres (p. 176). Su conclusión es perentoria: “La justicia en el sistema redistributivo español está quebrada, tanto por lo que respecta a las cargas asumidas por las regiones ricas respecto a las transferencias regionales, como por lo que respecta a la distribución de los beneficios netos"  (p. 180) Supongo que se podrá matizar o discutir, pero es un autorizado punto de vista que es obligado tomar en consideración.

Igual sucede con las inversiones en infraestructuras. Una simple cuenta explica muchas cosas: en 2013, Cataluña representa menos del 12% de la inversión del estado, aunque su población es el 16% de España y su PIB el 19% del español (p. 199)

Hay un epílogo agoreramente titulado Los que no puede ser no puede ser y además es imposible. La mayoría de los catalanes rechaza la disolución dentro de un Estado uninacional (p. 230).

La causa de la recrudescencia del independentismo: la frustración de las expectativas y esperanzas puestas en la regeneración de España (232).

Es un acertado ensayo en el que se argumenta el independentismo como resultado de la enésima frustración del catalanismo político que ha estado vigente hasta hace bien poco. Pero no me parece que haya en él nada que justifique el fatalismo de la inevitabilidad de la ruptura. No es absurdo proponer un diálogo en el contexto institucional adecuado por ver si es posible restaurar la confianza rota y la mutua lealtad en una fórmula de convivencia que satisfaga a la mayoría de los españoles y, desde luego, de los catalanes. Si tuviera que venderlo como proyecto buscaría una fórmula con impacto, del tipo de ¿No merece la pena hacer un último intento?

Por decir algo. Un libro muy interesante y muy equilibrado.

diumenge, 19 de gener del 2014

Seísmo en la izquierda.

La presentación de Podemos ha revolucionado la izquierda. Uno piensa que ha de ser grato para esta verse en tal situación, como al pez le gusta nadar y al pájaro volar, pero no parece ser el caso. En tiempo record -todo cuanto tiene que ver con esta iniciativa sucede aceleradamente- ha habido variedad de reacciones, desde las hagiográficas hasta las iracundas y agresivas. Es así porque la decisión demuestra la existencia de una necesidad sistemáticamente ignorada. Lo lógico no es ponerse a insultar, sino pararse a reflexionar y, probablemente, dialogar. Lo digo porque he visto en Twitter tuits y en otras redes comentarios con una extraordinaria agresividad personal hacia los impulsores de la plataforma

Eso es impropio de la izquierda. Por supuesto, Podemos es una iniciativa fundamentalmente mediática y viralizada en las redes sociales, gracias a la personalidad casi carismática de su rostro visible, Pablo Iglesias. Pero eso no es un demérito, sino al contrario. Ya es hora de que la izquierda deje de ofrecer la figura del agrio sermoneador y se adapte a las nuevas vías y formas de comunicación. Mahoma tiene que ir a la montaña. La crítica más habitual es que lo mediático anula la fuerza, el fondo, del mensaje, como si los discursos en las plazas de toros los contuvieran. En la era digital la política es digital, tiene códigos nuevos y su propia iconografía, plenamente conseguidos en la figura de Iglesias. En los ataques a este hay mucho de envidia. A ver este parvenu que no se ha chupado mili y ya lo conoce todo el país. En lugar de estudiar sus modos y procedimientos para ver cómo se obtienen tan óptimos resultados, cuestionan sus intenciones que, por lo demás, hasta la fecha, bien claras son. Ojalá esta situación imprevisible pero esperable sirva para debatir cuestiones pendientes y encontrar vías nuevas sin insultarse y sin agredirse.

Palinuro aprovecha la ocasión para cuestionar el nombre, Podemos. Chupa rueda del Yes we can. Hay que rascarse el magín y ser más originales. Este Palinuro es un impertinente.

El problema de la izquierda es la fragmentación. Se perfilan varias candidaturas a las elecciones europeas. Ahorro las consabidas monsergas sobre el carácter de estas consultas. Tengan el carácter que tengan, el problema de la izquierda es la fragmentación. A resolverlo debiera dedicar todas sus fuerzas. Y no es difícil.

Carece de sentido, se dice, fundar una opción nueva y hacerlo en nombre de la unidad. Parece cierto. Pero también (o más) es lo contrario: para llevar a la unidad conmigo a una fuerza, lo mejor es mostrar la misma fuerza. Así puede establecerse un diálogo de igual a igual, una negociación de mutuo provecho. Alguien objetará qué tenga que negociar una organización consagrada, como IU, institucional, respetable, con respaldo electoral con un grupo de advenedizos que solo son un fenómeno mediático. Podrá decirse eso y podrán decirse muchas otras cosas, pero, a la postre la cuestión sigue siendo sí o no; se dialoga o no se dialoga sobre la unidad de la izquierda, un objetivo que ambas partes dicen compartir. Sí o no. Las cuadernas del viejo aparato chirrían pero: ¿sí o no?

Si al final es sí, como parece razonable, el diálogo tendrá que versar sobre propuestas concretas y viables, no sobre fórmulas retóricas. Cada parte habrá de hacer explícito su discurso. Y aquí es donde van a manifestarse los problema porque si IU carece de una alternativa específica, claramente identificable que no se agote en la negación del PSOE, Podemos tampoco tiene un discurso propio distinto de la negación del PSOE y de IU. Ese es el fondo de la cuestión para una perspectiva de izquierda y el que nos corresponde considerar.

Pero ya será en otra entrada porque esta debe concluir con una declaración de parte. Palinuro no considera que, caso de llegarse a un acuerdo en ese diálogo (que desea de todo corazón), se haya conseguido la unidad buscada porque, como es sabido, se niega a excluir al PSOE de la izquierda. Ya sé que, al llegar aquí, más de un lector sentirá deseos de retorcerle el cuello (a Palinuro, no a la izquierda), pero no estaría bien que el hombre no dijera lo que piensa. Los diálogos con reservas no son diálogos.

Palinuro siempre juzgó una aberración la consigna PSOE, PP, la misma mierda es. Una simpleza y un  dislate bien patente, pues obliga a decir que tener derecho a abortar y no tenerlo es lo mismo. En fin. Como es un disparate sostener que el PSOE -uno de los hacedores del Estado del bienestar- es su enemigo porque se ha convertido en un partido neoliberal. Y otros errores de bulto que inducen a pensar que quizá no sean errores sino tácticas de propaganda para conseguir el ansiado sorpasso con los socialistas.

Por supuesto, aquí no se ignora el calamitoso estado interno del PSOE tanto orgánica como doctrinalmente. Los largos años de gobierno (en Andalucía, de por siempre) lo han burocratizado, anquilosado, poblado de intereses de capillas y oligarquías, corrompido. El pragmatismo del poder conjuntamente con la virulencia de la crisis lo ha hecho orientarse a la derecha a veces clamorosamente, hasta el punto de hacer lo contrario de lo que decía querer. El PSOE tiene grandes contradicciones internas, situación que, por lo demás, tampoco es nueva. Igual que hay partidarios de la Monarquía y de la unidad entre la iglesia y el Estado, hay corrientes que están en contra de ambas. Me atrevería a decir, la mayoría. Ya no estoy tan seguro sobre la cuestión catalana. Pero esa es otra cosa. El PSOE no es un partido de derecha. Es un partido de izquierda socialdemócrata. Dinástico, sí, pero solo accidentalmente, mientras dure esta dirección. Empeñarse en que la socialdemocracia no es social ni democrática, y hacerlo desde una perspectiva que abraza la tradición comunista tiene su pizca de complejidad.

En todo caso, para no perder mucho tiempo con los inmarcesibles principios, ese partido contradictorio, cuarteado, ambiguo, a veces oportunista, en primer lugar no se escinde y, en segundo, mantiene un suelo mínimo de intención de voto en torno al 27 por ciento, diez o más puntos por encima de IU. Estos datos son esenciales porque, que se sepa, nadie aspira a llegar al poder si no por las vías electorales. Ganar las elecciones es el objetivo prioritario de quien pretenda gobernar. Condición imprescindible, guste o no guste. Así pues, al modestísimo entender de Palinuro, la izquierda toda -entendiendo por tal el PSOE, IU y cuantas organizaciones quieran sumarse, quizá incluyendo las nacionalistas- debiera ser capaz de sentarse en una mesa y acordar un Programa Mínimo Común de la Izquierda con compromiso contractual firme. Que no dejará satisfecho a nadie, por supuesto; que obligará a las partes a insistir en pro de sus reivindicaciones específicas, también por supuesto. Pero dentro del marco de ese programa mínimo común de la izquierda. Mucha gente en todas las escuderías lo considerará un fracaso cantado. Cantado está el fracaso si no se intenta. 

No es preciso acudir a la historia de los frentes populares, cuando los comunistas y los socialistas gobernaron juntos. Hoy basta con acudir al sentido común, que no es patrimonio de Rajoy aunque él piense que sí y que manda dejar a un lado los doctrinarismos, los narcisismos, los sectarismos, los seguidismos y presentar una plataforma con apoyo electoral mayoritario para un gobierno que: a) paralice y revierta todos los destrozos que ha causado la derecha; b) abra un proceso de reforma constitucional con participación de todos y sin exclusión de temas; y c) gobierne ampliando y consolidando la democracia en un sentido progresista.

Bueno. Todo el mundo tiene derecho a expresar su parecer.

La vida en blanco y negro.

La fotografía ha cambiado el mundo. Como todos los adelantos tecnológicos. Unos mucho, otros poco; unos de golpe; otros gradualmente; unos de modo palpable; otros imperceptible. De la fotografía han salido cientos de técnicas y un arte por derecho propio con un gran pasado y que ha entrado en simbiosis con las demás artes y, desde luego, las actividades comerciales. La pintura moderna a partir de Degas es incomprensible sin la fotografía. El cine no es otra cosa que fotografía en movimiento.

El género tiene además una compleja tradición, más o menos conocida. Hay un razonable acuerdo en que tuvo su época cumbre entre los años treinta y sesenta del siglo pasado. El reinado del blanco y negro. La corriente principal (no la única, pues la fotografía está muy individualizada y es muy diversa) era la "fografía social", cultivada por unos artistas que se sentían comprometidos con las miserias de su tiempo. Y en aquellos años las hubo y muchas. Son los fotógrafos de la gran depresión, de los turbulentos treinta en Europa, la guerra civil española y las postguerras. Los Ansel Adams, Walker Evans, Dorothea Lange, Frank Capa, Gerda Taro, Brassaï, Henri-Cartier Bresson, etc.  y también el prácticamente desconocido Nicolás Muller sobre el cual lleva tiempo abierta una exposición (125 tomas) en la sala del Canal de Isabel II en colaboración con LAFABRICA.COM

Muller fue un abogado húngaro judío, nacido en 1913, con una prometedora carrera ante sí que, en 1938, tras la anexión nazi de la vecina Austria, consideró conveniente exiliarse en París. Como era fotógrafo aficionado, decidió hacerse profesional y, sin hablar más que magiar, intentó abrirse camino con ayuda de amigos como Brassaï o Capa. Pero al estallido de la guerra, se refugió en Portugal y de allí, dio el salto a la entonces internacional ciudad de Tánger en donde ya se quedó siete años. Una vida huyendo de la guerra. Pero no del "compromiso" que arrastra desde sus años mozos en Hungría, cuando fotografía las condiciones de extremada miseria de los campesinos y jornaleros magiares, casi en régimen feudal. La exposición trae alguna de estas impresionantes imágenes. Luego, en París, en Marsella, en Oporto y en Tánger siguió fotografiando con el espíritu de documentalista capaz de plasmar en imágenes la diversidad de la miseria humana, la injusticia, el abandono, la pobreza. Era el "el compromiso", ese concepto que luego se popularizó entre los intelectuales occidentales, que se consideraban ante todo "comprometidos" en aquel espíritu que predicó el ruso Visarión Belinski, el del compromiso del intelectual. La idea recibió el entusiasta respaldo de Lenin y, al día de hoy, un intelectual que no esté "comprometido" viene siendo como el centinela que abandona el puesto de guardia.

En Tánger, Muller se casó y echó ciertas raicillas, dividiendo su actividad entre la fotografía de la realidad popular de la población árabe y bereber y su trabajo como fotógrafo para entidades oficiales de la ciudad y también del gobierno español. Sus imágenes sobre la población, su vida, sus casas, calles, ceremonias, desfiles, fiestas son extraordinarias, con la luz de Tánger haciendo maravillas en los contrastes. Tienen también un regusto de exotismo orientalista (muy comprensible en un centroeuropeo) pero se compensa con una gran capacidad de captar situaciones psicológicas.

En un vídeo que reproduce una entrevista que le hicieron, ya retirado en Asturias, en la TV húngara, cuenta que un alto funcionario del gobierno español, luego ministro de Exteriores, visitó Tánger y le encargó dos libros sobre la ciudad, que se publicaron en España en el Instituto de Estudios Políticos. El personaje no podía ser otro que Fernando María Castiella, fundador y director del dicho Instituto y luego ministro de Exteriores de Franco. Entre eso y una conexión que consiguió con Ortega a través de su secretario, Fernando Vela y la editorial de la Revista de Occidente, en 1977 pasó a España y aquí se quedó hasta su muerte en 2000. Por cierto, el pasaporte que le dieron para entrar constaba que el hombre no tenía patria. Así que, cuando se nacionalizó español, años más tarde, fue como si le tocara una. Españolizó su nombre y su mismo ser; tanto que hay quien lo considera español de nacimiento.

Aquí, en España, reprodujo la dualida africana: siguió estando "comprometido" pero se ganaba la vida en la fotografía comercial, incluso en la publicidad. Todas las fotos expuestas de la época son estupendas, pero las "comprometidas" son magníficas. Años cincuenta: el campo español, imágenes de campesinos, que le recordarían los de su tierra, procesiones, discursos de las autoridades locales a unas gentes que apenas los entendían, el ejército y la iglesia, las ruinas de los templos, lugares de las Castillas, carros y aperos, aldeanas en la lavandería, aldeanos con blusones. España profunda en blanco y negro, vista con los ojos de un extranjero.

La actividad comercial tenía una veta de interés, si bien de otro tipo. Su vinculación con La Revista de Occidente, acabó convirtiéndolo en el fotógrafo oficial (por así decirlo) de la intelectualidad española de la época. Fue su retratista preferido, así como Gyenes lo era de la gente "bien". Son cuarenta retratos que el artista dejó al pueblo de Llanes, en Asturias, de los que algunos se exponen aquí: Azorín, Fernández Florez, Ortega (un poco conocido retrato de cuerpo presente), Ana María Matute, Buero Vallejo, Pío Baroja, Luis Rosales, Laín, Menéndez Pidal...La verdad, es una alegría verlos. Hay uno curiosísimo titulado El grupo de Burgos, 1973 en el que reconozco a Ridruejo, Rosales, Torrente, Laín y Tovar. Los otros dos me fallan. La reunión, en definitiva, viene a ser de intelectuales falangistas arrepentidos. Todo uno documento.

En el vídeo, Muller truena con bastante gracia contra el color en la fotografía. El blanco y negro, dice, es superior. Él, desde luego, lo demostró. Es una pena que no tenga un mayor reconocimiento. 

dissabte, 18 de gener del 2014

Una chispa de gamonal.

Quizá sea exagerado recurrir a la manida fórmula de ¿Arde España?, sobre todo si uno se informa por la prensa y los medios comerciales, incluidos los medios públicos. Pero, si enciende Twitter, saltan las imágenes de lo que está sucediendo en Barcelona, Valencia, Madrid, Zaragoza, Burgos, etc. Contenedores ardiendo, petardos, cargas, barricadas. Según Twitter, en efecto, arde España como la pradera incendiada por la chispa del Gamonal. La prensa de orden se lo toma con menos nervios. Así, El País da noticia de Una veintena de detenidos en varias ciudades en las protestas pro Gamonal, ilustra con una foto de un conato de disturbio y mantiene un tono moderado y moderador. La prensa sabe en dónde estamos y tiene miedo de echar leña al fuego. Eso es cosa de internet.

En efecto, en este conflicto han estado clarísimas las distintas funciones de los medios tradicionales y las redes sociales e internet. La pregunta es muy simple: ¿quién ha organizado esta oleada de protesta y de solidaridad? ¿Cómo se han coordinado las distintas y numerosas manifestaciones y quién y cómo ha tomado las decisiones? Ahora habrá gente que se ponga al frente de la manifestación por cuanto la victoria tiene muchos padres. Pero el movimiento es colectivo, horizontal y anónimo.

Gamonal ha sido un triunfo en toda regla de la resistencia popular. Nadie ha dado oídos a tonterías del tipo de atentados en el Gamonal o los comandos itinerantes violentos. Hay una obvia necesidad de reconocer la victoria del movimiento popular de resistencia por dos razones: a) la falta de legitimidad para hacerle frente; b) la preocupación por evitar males mayores.

a) La falta de legitimidad. La declaración de salida del alcalde de Burgos al comienzo de la movida fue fogosa, como la del toro que sale del chiquero: las obras no se pararían bajo ningún concepto. Para pararlas habría que pasar por encima de su cadáver. Diez días después, el mismo alcalde, aún vivo, anuncia la paralización definitiva de las obras. ¿Qué ha pasado en esos diez días? Que los vecinos no han cejado en su protesta y, entre tanto, han salido a la luz los dramatis personae del proyecto que tiene toda la pinta de ser un chanchullo más de corrupción en el que media un empresario exconvicto, poderoso prohombre del lugar, propietario del periódico más influyente y, al parecer, también de la empresa adjudicataria del proyecto que, según se lee, adeuda la nómina de cuatro meses a sus empleados. Un ciudadano Kane del lugar. Resulta que el ayuntamiento burgalés no tiene 180.000 euros para una guardería en el barrio pero sí ocho millones para enterrarlos en una obra que nadie quiere, salvo quien tenga pensado forrarse con ella; el cuadro típico de la corrupción del PP: políticos sinvergüenzas y trincones con empresarios trincones y sinvergüenzas estafando a la gente con ayuda de medios de comunicación lacayos. Con esa falta de legitimidad era imposible que la autoridad municipal se impusiera a las protestas vecinales. Así, las órdenes de arriba han sido tajantes: el señor alcalde se come sus palabras, el conflicto se cierra y se saca de las portadas de los periódicos.

b) La preocupación por evitar males mayores. Ahí es donde está la razón del retroceso del alcalde de Burgos y de la escasa cobertura que los medios comerciales conceden a las manifestaciones y las movilizaciones de solidaridad. Esto puede irse de las manos del establecimiento político y mediático. Los gobernantes empiezan a preocuparse. La vicepresidenta del gobierno se pone admonitoria diciendo que: Los indicadores de recuperación no casan con las protestas. En realidad es una amenaza: si seguís protestando, no habrá recuperación. Una amenaza basada en la fe de Santamaría, persona muy creyente, en las trolas que va por ahí soltando su jefe sobre la recuperación española. La verosimilitud de esta hipótesis se calibra a la perfección recordando que Rajoy habla de recuperación incluso con un 25% de paro.

Gamonal ha sido una chispa que ha encendido una pradera; la pradera de la conciencia de la gente de la necesidad de actuar y defenderse por sí misma. La pradera puede apagarse pero la conciencia se ha despertado y puede volver a encenderse con la chispa siguiente. Que saltará, sin duda alguna. Y en donde menos se espere. Hay un perceptible cambio en la forma en que la ciudadanía está empezando a comportarse. Los partidos políticos institucionales, absorbidos en sus rutinas orgánicas y sus cauces de acción predeterminados, viven de espaldas a esta reacción del cuerpo social al que teóricamente representan. Esta inoperancia propicia movimientos que están cambiando el sistema de partidos estatal en su forma consagrada de bipartidismo imperfecto. Incluso está alterando el esquema heredado de relaciones entre los partidos, los votantes y la gente en general. Especialmente en la izquierda.

Pero este asunto ya requiere una consideración propia en una entrada posterior.

De héroes y dioses.


Círculo de Bellas Artes, de Madrid. Teatro Fernando de Rojas.
Áyax, de Sófocles.
Compañía Teatro del Noctámbulo.
Adaptación, Miguel Murillo.
Dirección, Denis Rafter.
Reparto: José Vicente Moirón, Fernando Ramos, Isabel Sánchez, Elena Sánchez, Gabriel Moreno, Javier Magariño, Cándido Gómez y José María Pizarro.

Visto y no visto. Dos días ha estado en cartel el Áyax de Sófocles en el Círculo de Bellas Artes en la interpretación del "Teatro del noctámbulo", de José Vicente Moirón (Áyax) que, al parecer, se presentó con éxito en Mérida este verano. Y no es de extrañar porque está muy bien. Excelentes los actores y gran dirección de Denis Rafter, con una escenografía minimalista, que suele ser lo más recomendable para el teatro clásico, cuya fuerza está en la historia que se narra. Una de las leyendas de Sófocles es que murió asfixiado al empeñarse en recitar un parlamento de su Antígona sin pararse a tomar aliento. La caracterización de los personajes, ajustada al tiempo, el lugar y la circunstancia. Detesto esas versiones vanguardistas que visten a los héroes griegos de motoristas. La coreografía y la música original de Roque Baños muy bien identificados con el texto y la historia. Un gran espectáculo y una pena que solo haya estado dos días.

Áyax es un relato lleno de claves. La más obvia y, por ello, quizá la menos verdadera, es la referente a la patria del héroe, Salamina. Sófocles se encargó del peán de esa victoria sobre los persas. Así que Áyax "el grande" (para distinguirlo de otro homónimo), hijo del rey de Salamina, Telamón, y héroe ínvicto de Troya, tenía que resultar grata a los oídos de los atenienses en aquellos festivales de exaltación patriótica que eran los concursos teatrales. Pero hay otras que se apuntan en los siempre profundos diálogos de la obra. Se cuenta que Áyax fue el único guerrero aqueo que no precisó nunca ayuda de los dioses en el largo sitio de Troya. Toda su fama y su gloria el telamónida se la debía a sí mismo y ahí es donde los dioses, probablemente molestos por sentirse menospreciados, se la juegan y Áyax sufre un destino atroz porque, como dice uno de los personajes, los mortales somos marionetas en manos de los dioses. Pero lo que estos no pueden evitar es que el hijo de Telamón lo sufra sin doblegarse, con la moral del guerrero, como un héroe. Y los dioses vuelven a resultar pequeños.

Podría ser un resumen de la obra, pero esta es mucho más compleja. Sabida es la fábula: muerto Aquiles, los átridas adjudican sus armas a Ulises y no a Áyax, quien se juzga con más méritos y titulos para obtener aquellos hierros forjados en el Olimpo por el dios de la fragua. Poseído por la hybris, según interpretación al uso, Áyax planea matar a Agamenón, Menelao y propinar cruel y lenta muerte a Ulises. Pero Palas Atenea se cruza en su camino, lo enloquece y le hace ver aqueos allí donde solo hay ovejas, bueyes y cabras; como le pasaría siglos después a don Quijote. Áyax hace una escabechina solo para descubrir, vuelto en sí, que ha sido objeto de una cruel broma de lo dioses quizá tramada por las artimañas de Ulises, como le pasaría al de La Mancha por las malas artes de un encantador que se la tiene jurada. Negándose a vivir en el deshonor, el telamónida se da muerte con la espada que un día le regalara su enemigo Héctor, luego de un singular combate bajo los muros de Ilión. A cambio él había regalado su escudo al troyano.

La obra también podría acabar aquí. Pero no es el caso. Con la muerte de Áyax se plantea un segundo conflicto cuando los átridas, primero Menelao y luego Agamenón, prohíben expresamente a Teucro y Tecmesa (hermano y esposa del héroe) que entierren el cadáver al que ordenan dejar insepulto para pasto de aves de carroña. Es el mismo choque al que Sófocles dedicó la que quizá sea su obra más admirada, Antígona. En esta ocasión el conflicto entre las órdenes tiránicas del gobernante y el deber de conciencia del gobernado está un poco más confuso; pero está. La razón de Estado (expresamente invocada por Agamenón) y la ley de la sangre que manda honrar a los muertos, chocan frontalmente y ese choque ha venido resonando a lo largo de los siglos hasta el mismo día de hoy como el derecho de resistencia a la tiranía. El tema por excelencia de la filosofía política de todos los tiempos. 

Tan profundo es el conflicto que las partes se atacan sin miramientos, mezclando lo divino y lo humano, las injusticias de los hombres y las atrocidades de los dioses. Menelao desprecia a Teucro llamándolo bastardo e hijo de esclava y Teucro recuerda al Rey de Esparta que es un descendiente de Pelops, sometido a la maldición de los átridas. Pero estas son cuestiones de familia. Al final, el conflicto se resuelve con una especie de truco casi de prestidigitación, cuando Ulises intercede y convence a Agamenón y Menelao de que Áyax es un guerrero, aunque en su desvarío haya sido traidor, y merece ser honrado como un guerrero. 

Este sí sería el resumen completo de la obra. Pero me gustaría añadir una especulación, una fantasía: Áyax es un drama sobre la moral de guerrero y el código del honor y, en tal sentido, una especie de boceto del espíritu caballeresco. La primera parte es obvia: el telamónida prefiere la muerte a vivir en la deshonra y por partida doble: despojado de las armas de su primo Aquiles y burlado cruelmente por los dioses a los que había menospreciado. Como guerrero, intenta tomar venganza por su brazo de la primera ofensa y, al impedírselo Palas Atenea, renuncia a vivir. Sin los dioses se puede combatir y triunfar; contra los dioses, no. 

En la segunda parte, el espíritu caballeresco -que sirve para resolver el conflicto de forma menos cruenta que en Antígona- corre a cargo de Ulises. El hijo de Laertes muestra magnanimidad y convence a los átridas de que lo suyo equivale a la venganza, la crueldad con el vencido, algo indigno y contrario a la voluntad de los dioses. Y la obra tiene una especie de final feliz; probablemente patriótico. Pero poco convincente. Mucho menos que el desenlace de Antígona. Por dos razones. Una general: no es creíble que el tirano ceda a la objeción de la justicia, la moral o el bien. Al contrario. Basa su poder en el miedo y al miedo lleva a través de la ejemplificación. Áyax Telamonio será pasto de las alimañas.

La otra razón es particular. Sófocles riza el rizo otorgando la misión caballeresca a Ulises, al que presenta al principio como una especie de perillán, capaz de engatusar a Palas para llevar a cabo en Áyax una de sus mil estratagemas. La magnanimidad no se cuenta entre las virtudes de Odiseo. Entiende la vida como lucha por la supervivencia y no se atiene a código moral alguno: engaña, miente y no tiene piedad con los troyanos ni con los pretendientes de Penélope. No encaja con el personaje el honrar al enemigo vencido si no es por un cálculo estratégico. Pero, justamente, ese es el que destroza el espíritu caballeresco.

No todos los dioses son iguales. Tampoco los héroes.

divendres, 17 de gener del 2014

El problema español.

Los frentes están cada vez más claros y los puentes van rompiéndose. El País considera llegada la hora de la lucha por la unidad nacional y toma posiciones. Da la noticia y la interpreta al mismo tiempo. La decisión del Parlamento catalán no tiene salida. Adelanta incluso la respuesta del Parlamento español: no. Vale. La cuestión ahora es: ¿cuál es la salida? Para muchos, esta pregunta carece de sentido. Responden con otra: ¿por qué hay que buscar una salida? Las cosas deben seguir como están; los catalanes tienen que ajustarse a la Constitución y ya está. Por lo demás, cabe negociar.

Es un enroque. Frente a él los soberanistas catalanes probablemente mantendrán alto el nivel de hostigamiento institucional por todas las vías posibles, compatible con un clima de creciente desobediencia civil, a veces mayor, a veces menor, pero permanente. ¿Puede el sistema político español soportar esta continua tensión estructural? ¿O habrá que buscar una solución a pesar de todo? Piénsese en que, paralelamente a la cuestión catalana, se plantea la vasca y otros problemas de calado. No siendo el menor la agresividad del gobierno hacia el bienestar de la población en general, que lo ha deslegitimado para otros asuntos.

Frente a una probada ineptitud en el tratamiento de la cuestión nacional de los dos genios que rigen los destinos de los partidos dinásticos, mayoritarios, el sistema político sí reacciona poco a poco a los nuevos planteamientos. El aumento de la cantidad de los partidos se orienta por estos aires. UPyD y Vox comparten un postulado: la animadversión a las comunidades autónomas.

A su vez, el voto del Parlamento catalán ha sido fatal para el PSC y un golpe duro para el PSOE que, si no es con respaldo catalán, no tiene expectativas razonables de llegar al gobierno.

Es decir, los dirigentes no se enteran, pero está claro que el sistema español responde ante todo a la cuestión catalana; justo aquella frente a la que los dos partidos dinásticos carecen de propuestas porque no respeta los límites impuestos por el relato oficial de la oligarquía dominante Autodesignados administradores únicos de una realidad que no entienden, ambos partidos se obstinan en negar la realidad plurinacional de España, cuyo reconocimiento podría obligar a abrir  un proceso constituyente nuevo, una vez que el ciclo de la transición ha desembocado en la inoperancia.

No es una cuestión que puedan gestionar los dos dirigentes actuales que no están ni de lejos a la altura de las circunstancias, como se prueba por las valoraciones ridículamente bajas que les otorgan los ciudadanos. Y aun así resultan demasiado altas para lo que en realidad hacen, que es nada. Pero, eso sí, tampoco se apartan y dejan que otros con más empuje tomen el relevo. La rutina es una bendición. Los españoles tienen una extraña sensación de vértigo de estar quedándose sin país, que se les va de las manos a estos dos burócratas del poder, carentes de cualquier idea o propuesta con alguna perspectiva o iniciativa políticas. Y es que para esto no basta con llevar treinta años subido a un coche oficial y cuidando la imagen. Es algo para lo que se requiere lo que se llamaba estadistas, o sea, líderes, capaces de formular proyectos que susciten el apoyo de la mayoría de los habitantes de España, incluidos los catalanes, voluntariamente, por supuesto.

Pero, ¿en dónde están?

El impacto de internet.

César Rendueles (2013) Sociofobia. Madrid: Capitán Swing, 196 págs.

Hace unas fechas, con motivo de mi cumpleaños, un amigo me regaló este libro de Rendueles, acompañado de una observación típicamente ambigua entre académicos: “léelo; dice lo contrario de lo que dices tú.” No era precisa más recomendación, así que, sopladas las velas, despedido el último invitado, recogidos los platos y acostados los niños, me sumergí en tan incitante texto.

Una vez terminada la lectura dejé pasar unos días pues la experiencia dicta que todo cuanto se siembra necesita un tiempo para germinar y, desde luego, los libros –sobre todo si son tan interesantes como este- son poderosas simientes. Pasada la carencia, decidí comenzar mi comentario con una simple pregunta: ¿dice el libro lo contrario de lo que yo digo o pienso? Para contestar tendría que responder antes otras cuestiones. ¿Estoy seguro de lo que digo y pienso? Y ¿acerca de qué? Al no poder contestar a mi entera satisfacción, tendría que interrogar a mi amigo pues es conocimiento general que los demás suelen saber lo que pensamos e interpretar lo que decimos mejor que nosotros mismos. Lo que nosotros pensemos es irrelevante. Así que me lo figuré y no fue difícil: para mi amigo, soy lo que vulgarmente se conoce como un ciberoptimista o ciberutópico mientras que, en principio, el autor de este libro es un ciberpesimista o (según gustan considerarse los ciberpesimistas) un ciberrrealista.

Una vez aclarado el terreno de juego, ya solo quedaba empezar la partida del diálogo con el texto. Pero, de inmediato se me planteó una cuestión: no admito la etiqueta de “ciberoptimista” o “ciberutópico”, no porque no esté convencido del carácter beneficioso de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación y muy especialmente de internet y no porque no crea que son fuerzas decisivas en la evolución de la especie, sino porque no veo qué tenga eso de utópico. Para convencerse, basta con echar una ojeada alrededor: cientos de millones de personas conectadas entre sí en tiempo real compartiéndolo todo. Algo jamás experimentado antes. Por supuesto, de inmediato llega Morozov, -un “ciberrrealista” cuyo negociado es dar alimento espiritual a todos los maníacos depresivos del planeta a través de los medios cuya eficacia cuestiona sistemáticamente- a decirnos que no nos dejemos engañar y que, en el fondo, no estamos conectados sino desconectados, aislados y controlados. Suena, ¿verdad? Se dijo de la tele y también entonces era en parte cierto y en parte no.

El asunto no da para más. Recuérdese: la técnica es neutra. El bien y el mal son nuestros. Por eso voy adelantando que no creo decir nada en discrepancia con el libro. Al contrario, coincido básicamente con su contenido. Este es muy interesante, ilustrativo, está lleno de observaciones sugestivas, que van brotando de un estilo muy vivo pero quizá no muy sistemático. El ensayo tiene un poco la riqueza discursiva del jardín de los senderos que se bifurcan, lo cual hace la lectura amena, pero es un inconveniente a la hora de dar razón de lo leído. Está uno obligado a sintetizar y a hacer una especie de triage, de selección, cosa que tiene siempre sus peligros.

Rendueles estructura su trabajo en tres partes: una especie de introducción, Zona cero. Sociofobia y dos numeradas: la primera, la Utopía digital y la segunda Después del capitalismo.

La sociofobia es la “idea central” de las corrientes liberales (p. 25). Es la última consecuencia del individualismo benthamiano que pregona gente como Friedman. Cierto. Y la señora Thatcher, de quien es aquella rotunda afirmación de que “la sociedad no existe; existen las familias”. Sobre ese devastado “panóptico global” se erige el “fetichismo de las redes de comunicación”, el ciberutopismo, que es un “autoengaño” que nos impide ver cómo los obstáculos a la solidaridad y la fraternidad son la desigualdad y la mercantilización (p. 35). Es verdad, pero ese impedimento ¿no estaba ya antes? Si de ideología se trata, antes de la ciuberutópica ha habido muchas. ¿O tiene algo especial el ciberutopismo? Eso tampoco encaja con el recurrente debate sobre la eficacia real de la realidad virtual. Pero algo sí va saliendo claro: el asunto no es sencillo.

Por eso hay que ir por partes. La primera versa sobre la “utopía digital”. Esta nace del “ciberfetichismo”, concepto de claro cuño marxiano, aunque el autor precisa que los ciberfetichistas predican lo contrario de lo que sostenía Marx (p. 45). Esto probablemente sea matizable, pero no merece la pena ya que si algo puede calificarse de ciberfetchista será porque incurra en muchos otros dislates. Sí la merece, en cambio, a mi juicio, justificar el uso del sustantivo “utopía” que tiene tantas dimensiones de todo tipo, incluso epistemológico. ¿Cuál es el alcance del concepto “utopía digital”? El resultado es lamentable. Internet no puede aceptarse como esfera pública porque, sobre estar muy contaminada, “limita la cooperación y la crítica política, no las impulsa” (p. 53). Vayamos a un par de casos concretos que el autor analiza con mucho acierto.

El caso del copyright, de la propiedad intelectual, asunto de intenso debate. Los bienes públicos y la propiedad intelectual siempre estuvieron en equilibrio inestable. No se podía limitar el acceso a las emisiones analógicas de radio/TV, por ejemplo (p. 54). La propiedad intelectual en Occidente aparece marcada por “la decisión de confiar al mercado una parte sustancial de la tarea de producir y difundir los bienes inmateriales, así como de remunerar a los autores” Fue una opción deliberada; había otras opciones. “A fin de cuentas, históricamente el mecenazgo no mercantil no ha dado tan malos resultados” (p. 55). Históricamente, los mecenazgos no mercantiles fueron los de la nobleza y la iglesia. Hauser argumentaba in illo tempore que el ascenso de la burguesía y la liberación del vasallaje de los artistas e intelectuales a través del mercado redundó en beneficio de la libertad de creación . Es de suponer, claro, que la tutela ideológica de la burguesía se hará sentir pero, de hacerlo, será de modo más difuso, a través del mercado. De hecho, los más feroces ataques al dominio de la burguesía han venido de la burguesía.

Pero, además, la cuestión de la propiedad intelectual está muy ligada, ya desde el comienzo de la imprenta, al monopolio y la censura. Por supuesto, desde entonces las cosas han dado muchas vueltas y, en parte, es lícito pensar que los antiguos monopolios y privilegios reales y eclesiásticos han pasado a las empresas. Los derechos de autor y la propiedad intelectual son hoy mercancías y negocios como la explotación de hoteles. Obvio: si alguien cree, como los ciberutópicos, que reinará la justicia sobre la tierra si se eliminan las barreras empresariales a la libre circulación de bienes culturales (p. 71) se equivoca. Pero esto tiene algo de caricatura. Cierto que la supresión de las prácticas mercantiles restrictivas (generalmente, además, apoyadas en la fuerza coactiva del Estado) no resolverá los problemas. Por no mencionar más que uno que ningún partidario del copyleft honrado (incluido Palinuro) puede ignorar: el derecho de los creadores a ser remunerados por su trabajo. Ahí hay un conflicto que no es lícito resolver mediante la simple exclusión de una de las partes.

Yendo más a la realidad, Rendueles aborda el caso Wikipedia. La ideología californiana de la “mente colmena” se apoya en el mercado (84). Pero hay dos problemas: 1º) la comunidad de usuarios de Wikipedia es mucho menor de lo que da a entender.- 2º) la motivación del mercado (intereses privados, beneficio público) está presente (p. 85). Ninguna de las dos observaciones es justa. No me parece que Wikipedia dé a entender sobre sí misma nada distinto de la realidad. Otra cosa son algunos de sus competidoras, como Citizendium. En un libro de E. O. Wright a punto de salir en español (porque acabo de traducirlo) sobre Utopías reales se encuentra un estudio muy detallado sobre Wikipedia, su alcance, organización, estructura, funcionamiento, relaciones, motivaciones y la personalidad de su creador Jimmy Wales. El resultado es apabullante: millones de usuarios, miles de administradores, conocimiento agregado, colectivo, democrático. Es algo asombroso y enteramente nuevo. Un bien público de la humanidad, no de un país, al margen del mercado.

Y Wikipedia es una infinitésima parte de internet. La conclusión de Rendueles de que “Internet no ha mejorado nuestra sociabilidad en un entorno postcomunitario, sencillamente ha rebajado nuestras expectativas respecto al vínculo social” (p. 91) es crítica y resignada, pero no tiene por qué ser cierta.

Mondragón tenía que aparecer (como lo hace en el libro de E. O. Wright) para traer a su vez a colación la famosa paradoja de la tragedia de los comunes, de Garrett Hardin (p. 108). La moraleja de la historia es que el gobierno de los comunes es indisociable de una apuesta comunitarista en un sentido bastante tradicional (p. 114). Perfectamente. Lo que no está claro es en qué obstaculiza internet ese postulado.

La segunda parte, “Después del capitalismo”, acusa al ciberutopismo de fracaso por cuanto ha generado esperanzas que han nacido muertas y no nos ha liberado de los fantasmas del pasado (p. 122). Tampoco es cuestión de deprimirse. Si alguien pensó alguna vez que internet liberaría a la humanidad de los fantasmas del pasado estaba en las Batuecas.

A pesar de todo, y aunque el proyecto del hombre nuevo” fue  “moral y socialmente catastrófico” (p. 142), sigue habiendo un proyecto emancipador: el ideal de una comunidad política (incluso la que se basa en ficciones contractuales) que se erige sobre una red de codependencia (p. 147). Hemos de desconfiar de los proyectos de liberación que no solo no dicen nada sobre la dependencia mutua sino que no pueden hacerlo, como pasa con las propuestas identitarias postmodernas y el ciberutopismo (p. 153). Nada que objetar. Lo postmoderno, allá se las componga pero el ciberespacio no encaja en la descripción. Al contrario está lleno de formas nuevas, imaginativas, creadoras, de espíritu comunitario que no es tontería considerar.

Esta segunda parte se centra en una autocrítica profunda de las ciencias sociales con la que es imposible estar en desacuerdo porque tiene carácter casi ritual. Estas ciencias han fracasado en su aspiración de afrontar teóricamente los dilemas de la modernidad, ya desactivada conceptualmente (p. 153, 183). Los científicos sociales se limitan a recoger conceptos cotidianos para elaborar teorías hueras (p. 154). Pero de las tinieblas sale la luz. Una luz crítica. “De hecho, si la ideología internetcentrista ha tenido tan rápido desarrollo es porque engrana con una dinámica social precedente. El fundamento de la postpolítica es el consumismo, la imbricación profunda de nuestra comprensión de la realidad y la mercantilización generalizada.” (p. 176) ”La potencia del consumismo es fascinante” (p. 178) “El ciberfetichismo es la mayoría de edad política del consumismo”. “El precio a pagar es la destrucción de cualquier proyecto que requiera una noción fuerte de compromiso.” (p. 185). Esto es ciencia social y muy atinada. Pero quizá no haya aquilatado suficientemente su conclusión.

En el momento de escribir esto, las calles de las ciudades de España están en un proceso de desobediencia civil masiva, de insubordinación. El movimiento es la respuesta a un conflicto local en un barrio de Burgos, que lleva dos meses en ebullición sin encontrar reflejo en los medios convencionales. Pero ardió el primer contenedor y las redes se volcaron en informar y esa información, viralizada, extendió el conflicto del Gamonal a toda España en un movimiento de solidaridad y comunidad como no se ha dado otro en años (si se ha dado alguna vez) y ningún partido ni sindicato ha sido capaz de organizar.

Por eso resulta muy llamativa la Coda con la que Rendueles cierra el libro, llamada 1989, en referencia a la caída del muro de Berlín. El muro que ha caído hoy es el que se oponía a la protesta abierta por el 15M, que “fue un proceso tan tortuoso porque tuvo que superar el brutal bloqueo que genera el ciberfetichismo consumista.” (p. 194).

El 15M prácticamente ha desaparecido, aunque resisten algunas de sus ramificaciones, como las acampadas. Pero el movimiento solidario, la insurrección ciudadana a partir del Gamonal acusa con toda evidencia el impacto de las redes sociales en los conflictos reales de la ciudadanía.

No tenía razón mi amigo. Coincido con Rendueles en todo. Desde otra perspectiva.

dijous, 16 de gener del 2014

La confesión. Un bochorno histórico.

El País se ha convertido en el vocero de La Moncloa. Su editorial de ayer, celebrando Un éxito de Rajoy, habrá hecho palidecer de envidia a más de uno en la prensa adicta. Obama da el espaldarazo a la recuperación española y al liderazgo de Rajoy; la salida de la crisis es un hecho. Reina un prudente optimismo. Ni mención al torrente de disparates, meteduras de pata y momentos ridículos que protagonizó nuestro representante. Y todo eso so capa de periodismo serio, objetivo, equilibrado.

La visita de Estado de una hora de Rajoy a Obama ha escenificado la verdadera naturaleza de las relaciones entre España y los Estados Unidos, la respectiva consideración en que se tienen el uno al otro. No lo ha hecho a ojos del mundo, ni siquiera de los mismos Estados Unidos, porque no fue noticia en ningún medio y nadie estaba mirado. Fue mucho más noticia en los medios internacionales el estallido del Gamonal y su proliferación a cuarenta ciudades más en España, asunto de muchísimo mayor interés que los balbuceos de Rajoy en presencia del emperador. Ni siquiera tuvo el eco que buscaba en el interior: los catalanes, a lo suyo; los vascos, a lo suyo; la izquierda, moviéndose; la gente, en la calle; hasta sus propias huestes se agitan. Se va dos días al extranjero y le montan un partido más a la derecha que se presenta hoy.

Una hora para escenificar una relación de absoluta sumisión española, en condiciones francamente ridículas. A los dos años de llegado a La Moncloa, el presidente sigue sin ser capaz de pronunciar dos frases en inglés, una por año cuando menos. ¿Y qué decir del esperpento de los regalos? Fue Rajoy con las manos llenas poco menos que de incunables, verdaderos tesoros, y recibió a cambio una caja de conguitos o algo así, firmada por Obama. Es lo de los abalorios y el oro de las Indias, pero al revés. Lógico. Para Rajoy era el pináculo de su carrera, el espaldarazo imperial, la consagración de su liderazgo; para Obama era una visita rutinaria, sin interés, obligada probablemente por cortesía diplomática, lo que le producía una obvia desidia que no se molestó en ocultar a lo largo de la entrevista. En la foto, que recuerda mucho una confesion católica (a Rajoy solo le falta arrodillarse), Obama simular cavilar sobre lo que el otro está diciéndole, aunque sin entender nada, mientras mira disimuladamente el reloj. Eso si no estaba dormitando esperando que el traductor vertiese a inglés la perorata de su huesped.

(Por cierto, al analizar hace unos días esta visita de Rajoy (La Foto) me equivoqué al suponer que, siendo demócrata, la Casa Blanca no situaría a España entre México y Panamá. Falso. El vicesecretario de Estado (el secretario de Estado estaba de viaje) confundió España con México y lo "arregló" mencionándolos juntos.)

Huesped fugaz. Una hora raspada. Sin invitación a almorzar, como sí hizo con Rodríguez Zapatero; ni un aperitivo. Una hora y a casa. Cruce usted el charco a miles de kilómetros con un formidable séquito de políticos, altos cargos, empresarios, etc para un hora. Y ni siquiera hablaron de Eurovegas. La oposición puede preguntar cuánto ha costado este viaje de oropel y ridículo. Pregunte también si se ha hecho algún desembolso adicional. No sería extraño si se recuerda que Aznar gastó dos millones de euros de dineros públicos para contratar un lobby que le consiguiera una medalla del Congreso de los Estados Unidos. ¿Por qué no va a haber habido aquí algún intermediario interesado? En román paladino, ¿nos ha costado mucho la foto de Obama con este embustero compulsivo, obsequioso con los de arriba y despótico con los de abajo?

El asunto es tan irrisorio y nos deja en tan mal lugar que no es responsable no plantearlo, analizarlo y sacar las conclusiones obvias respecto al liderazgo de Rajoy. El único capaz de hacerlo fue Wyoming quien ayer dedicó medio programa a reírse de las gansadas del presidente y poner en solfa el desgraciado guiño nervioso del ojo izquierdo, al que ya llaman el polígrafo de Rajoy.

Decir que este viaje ha sido un Éxito de Rajoy es confundir un editorial con un panegírico.

La realidad de España no está en las trolas de Rajoy, aunque las propale El País que, por cierto, va camino del desastre. La realidad está en el Gamonal y en las calles de decenas de ciudades españolas.

La ladrona de libros. El mal y la ñoñería.

Las películas hechas sobre novelas (muchísimas; la literatura es un filón inagotable de guiones de cine) tienen siempre un problema de hasta qué punto respetan el original. A veces lo mejoran; a veces lo empeoran. También cabe preguntar por qué han de respetarlo y, ya puestos, qué significa "respetar" en las historias de ficción. Pero ese es otro tema.

Quienes conocen las novelas suelen quejarse de sus adaptaciones cinematográficas. Quienes no las conocen, por lo general, son más indulgentes en su juicio. Esta película está basada en una novela del australiano Markus Zusak. Publicada en 2005, tuvo un gran éxito, se llevó un montón de premios y conservó una posición muy alta en las listas de éxitos de ventas durante algunos años. Era de suponer que se convertiría en película y así ha sido.

No he leído la novela y mi juicio alcanza exclusivamente a la peli. Pero como esta tiene un espíritu tan literario, mis cavilaciones me llevan a preguntarme por la novela y a desear que, por los medios narrativos propios, dé mayor densidad a las situaciones y más profundidad a los personajes. Y seguramente será así pues el mismo título de la obra apunta a un recurso literario muy típico, esto es, meter otros libros en el libro que se está escribiendo, otras historias en la historia, otras novelas en la novela. Muchos clásicos han recurrido a él. Gran parte de la Odisea no la cuenta Homero sino que Homero se la hace contar a Ulises. El ejemplo canónico, el Quijote, que es un libro sobre libros y de historias dentro de historias. El cine tiene menos facilidad para estas construcciones porque su lenguaje es icónico, visual y lo narrativo queda reducido al esqueleto de los diálogos. Sus posibilidades de metarrelato son casi nulas. Es más dado al trompe l'oeil y por eso se abre camino el 3D

La película mantiene la voz en off del narrador, cuya personalidad se revela al final, pero su presencia es prácticamente imperceptible y queda anegada en la concentración del guión en una sola dimensión de lo que se adivina es una historia más compleja; la dimensión más sensiblera y hasta un poco ñoña.  La idea de contraponer dos extremos mutuamente excluyentes y, por tanto, destructivos, es muy atractiva. Las vidas humanas son siempre conflictos, luchas, antagonismos. En el caso del desvarío nazi lo es más. Es la oposición entre el bien absoluto bajo la forma de la inocencia de la niñez y la adolescencia y el mal absoluto bajo la forma del nazismo. 

Hace pocos años otra película, basada asimismo en una novela, El niño del pijama de rayas, planteaba la misma situación. ¿Cómo ve un espíritu infantil, casi rousseauniano, la acción del odio, del mal absoluto, de la crueldad y la muerte? En verdad, esa situación, como casi todas las que maneja el arte, procede de la realidad. Si no me equivoco, el primer relato que aborda el nazismo desde el punto de vista de una niña y adolescente es El diario de Ana Frank. La fuerza de este relato es que es real. Los otros, sus derivaciones, son obras de imaginación y, como toda obra de imaginación pueden descompensar el fino equilibrio con que la realidad teje sus hilos, a favor de unos factores u otros. A estas desviaciones llamamos estilos. Según el prevaleciente, los relatos son más sentimentales, más naturalistas, más optimista, más introspectivos. Estilos. 

El riesgo de los relatos con protagonistas infantiles (en primera o tercera persona) es la sensiblería. Y de esta hay bastante en la película. Por supuesto, es preciso ser justos, hay bastantes más cosas, incluso demasiadas, quizá por el prurito del director, precisamente, de evitar la ñoñería. La historia rehuye los aspectos más socorridos y teatrales del nazismo, para concentrarse en el impacto de este en la vida cotidiana de la gente modesta en barrios de trabajadores. No hay campos de exterminio, ni escenas de guerra ni locuras estilo congresos de Nurenberg, si bien no nos libramos de una quema de libros, un discurso radiado de Hitler y unas escenas de S.A. destrozando comercios y apaleando judíos. Y son tantos los detalles que muestran que no hay tiempo a explicarlos y aunque los personajes los narran (la esposa del alcalde y el padre adoptivo de la protagonista) no quedan del todo claros. Son muchas las relaciones que aparecen desdibujadas, entre los vecinos del barrio, como lo está el sucederse de los acontecimientos, según avanza la guerra. Afortunadamente sabemos tanto de los nazis que no es difícil suplir lo que la peli no se detiene a describir: las leyes contra los judíos, la eliminación de la oposición, el estallido de la guerra, la Hitlerjugend, las deportaciones masivas, el frente del Este, el hundimiento.

Ya lo hemos visto casi todo. Pero hay que volver a verlo para no olvidarlo. Por cierto, muy bien rodada. Un poco angustiosa. Casi todo son interiores y decorados de una o dos calles. A veces, pocas, hay excursiones al resto de la ciudad, al río, panorámicas de bosques y montes en distintas estaciones del año. Fotografía muy cuidada, que se agradece entre tanto agobio de la vida en un sótano sin luz natural.

dimecres, 15 de gener del 2014

El Estado (presuntamente) delincuente.

España no es propiamente hablando un Estado de derecho. De ponernos estrictos, cabría decir que incluso carece de Constitución. Al menos, según el artículo 16 de la Declaración Universal de Derechos del Hombre y del Ciudadano, de 1789:

Toda sociedad en la que no esté asegurada la garantía de los Derechos ni determinada la separación de Poderes carece de Constitución.

En España no hay garantía de Derechos ni separación de Poderes. Y tiene Constitución. Formalmente, pero no materialmente. Y esto mismo se aplica a la carencia del Estado de derecho. Tampoco rige el principio del imperio de la ley, ya que hay personas por encima de ella, tanto formal como materialmente.

Por encima de la ley, formal y materialmente se encuentra el Rey, cuya persona es inviolable y no está sujeta a responsabilidad. Sin embargo, su comportamiento -y, con él, la Jefatura del Estado-, deja mucho que desear y está muy por debajo de las expectativas en materia de transparencia y de recto proceder. Su familia en primer grado pareciera estar materialmente por encima de la ley y hay fuerzas institucionales muy poderosas interesadas en que así sea. Sin embargo, sus comportamientos, conocidos por los tribunales, les han valido imputaciones penales que tienen muy mala pinta. ¿Puede una Monarquía tan tocada del ala aguantar una condena a una Infanta de España por un delito contra la Hacienda Pública o la condena de su marido? ¿Se puede reinar habiendo cometido delitos? Empeñarse en que en España no hay una crisis de Estado, en gran medida propiciada por el comportamiento vituperable de la Casa Real es absurdo.

Claro que la Real Casa no parece haber hecho nada muy diferente de lo que llevan años haciendo los gobernantes. El presidente del gobierno puede decir lo que quiera (que habitualmente es muy poco y en una actitud despectiva) pero está bajo sospecha de haber presidido un partido con una contabilidad B y que se financiaba ilegalmente. Está asimismo bajo sospecha -nunca satisfactoriamente despejada- de haber cobrado sobresueldos de problemático origen durante dos décadas. Y eso es él. Tiene luego una ministra, directamente acusada de haber recibido dádivas de todo tipo de la trama delictiva Gürtel, acusaciones que no niega, sino de las que quiere librarse pretextando ignorancia. Otro, el de justicia, un hombre de un rigorismo exacerbado, fue condenado por los tribunales a pagar una indemnización a su casera por haber estado viviendo dos años sin pagar el alquiler. En serio, ¿alguien imagina que se pueda ser ministro en Francia, en Alemania, en Inglaterra, en cualquier parte, habiendo sido condenado por los tribunales por moroso? ¿Qué tiene esto que ver con un Estado de derecho?

La propia maquinaria en su conjunto del partido del gobierno tiene tal cantidad de imputados en procesos por corrupción que es legítimo pensar que es, en realidad, una asociación con ánimo de delinquir. La lista de presuntos, miembros del partido o directamente relacionados con él es impresionante: Bárcenas, el Bigotes, Correa, Fabra, Matas, Camps, Baltar, Barberá, Castedo, Blasco, Sepúlveda, el Albondiguilla.

Añádase la recua de empresarios y financieros delincuentes que forma la flor y nata del "espíritu emprendedor" de la derecha. Alguno está en prisión preventiva, otros han cumplido condena, otros están imputados o investigados. Esta semana empiezan a desfilar por el juzgado de Ruz los empresarios de la Gürtel, un buen puñado. Y mañana quizá lo haga otro puñado del Consejo de Administración de Caja Madrid cuando esta cumpla la orden de la Audiencia Nacional de revelar los sueldos y gratificaciones que se había autoconcedido y se obstinaba en mantener ocultos. Decenas de personajes en las más sorprendentes peripecias pero todos con un punto en común: enriquecerse a base de saquear los caudales públicos en todas sus formas: privatizando, malversando o llevándoselo crudo a Suiza.

¿Y qué decir de la colusión entre los gobernantes y los delincuentes condenados e indultados acto seguido en clara desviación de la justicia?  ¿Qué si no que España no es un Estado de derecho, sino un Estado (presuntamente) delincuente?

(La imagen es una foto de La Moncloa aquí reproducida según su ”aviso legal”).

dimarts, 14 de gener del 2014

La realidad y los medios.

La 2ª tesis de Marx sobre Feuerbach reza:

La cuestión de si el pensamiento es capaz de alcanzar la verdad objetiva no es teórica sino práctica. Es en la práctica en donde el hombre debe demostrar la verdad de su pensamiento, esto es, su realidad y poder, su existencia aquí y ahora. La cuestión de la realidad o irrealidad de un pensamiento aislado de la práctica es puramente escolástica.

Pues eso. Inmersos en la práctica estamos. Pero, ¿con qué resultados? La mayoría absoluta de la derecha nacional-católica le ha permitido un bloqueo institucional completo. Ha unido en su mano los tres poderes clásicos. La práctica institucional carece de sentido y la prueba es que solo se da en las comunidades gobernadas por otros partidos, sobre todo los nacionalistas, aunque también sean de derechas. Por este motivo la práctica se ha hecho extraparlamentaria. Son las organizaciones espontáneas de la gente las que protestan y combaten por sus objetivos desde la calle; desde la Plataforma de Afectados por la Hipoteca a la protesta de Gamonal. La movilización está muy extendida, aunque no coordinada.

El bloqueo, sin embargo, alcanza a los medios de comunicación. Los medios tienden a ignorar estas acciones y les son abiertamente hostiles. En unos casos, por interés económico directo en el conflicto, como es el de Gamonal, unos vecinos enfrentados a un alcalde que tiene detrás a un constructor, cacique, ya condenado en el pasado y propietario de la cabecera de prensa más importante en la ciudad. En otros casos, quizá por falta de interés. Los medios están ensimismados en sus enfrentamientos o en sus batallas particulares. El rifirrafe en la COPE entre el director de El Mundo y el presidente de la Comunidad de Madrid, que no dejó hablar al otro, tan indignado, exaltado y fuera de sí se encontraba, fue la noticia del día y obscureció la llegada triunfal de Rajoy a Washington. Incluso se ocupó de ella Wyoming en el Intermedio, un espacio de tanto éxito y audiencia que hasta Marhuenda pide que lo inviten. En efecto, debe de ser el único en el que no esté.

En este clima andaban los medios para pocos gamonales. Pero la época es de internet y las primeras fotos de contenedores ardiendo en Burgos aparecieron en Twitter en minutos, con una pregunta: ¿Qué está pasando en Burgos? No es cosa de ponerse a debatir sobre si las redes sociales sirven o no para algo, pero está claro que ayudan bastante. Dan publicidad, ofrecen testimonios directos en tiempo real, cosa nada desdeñable a la hora de controlar los posibles excesos de la policía. Algo está pasando. La práctica de Marx se da en la calle.

Mientras tanto, ¿qué hace la izquierda? Según parece, prepararse para las elecciones europeas, muy atareada en procesos de primarias. Sin tiempo para conectar con esa práctica extraparlamentaria, cada vez más extendida y menos para entenderla. El primer inconveniente de la izquierda es su fragmentación, algo de lo que todos abominan pero nadie parece poder o querer impedir. El segundo es su falta de discurso. A pesar de esta crisis y de todos los primerizos balbuceos acerca de reinventar el capitalismo, el capitalismo está para quedarse, no tiene alternativa, es indiscutible y más en un país periférico como el nuestro. No cabe discutir sobre el modo de producción, pero sí sobre el de distribución. Y ahí es donde hay que explicar a la gente propuestas concretas, prácticas y viables, especificando su financiación por criterios redistributivos. 

Para eso hace falta un discurso. Anguita sostiene con razón que la Declaración de Derechos Humanos es un instrumento revolucionario. Cierto. Como están las cosas, la misma Declaración Universal de Derechos del Hombre y del Ciudadano que está en vigor en la Constitución francesa. Pues sí, es una vieja idea, la de que en España está aún pendiente la Revolución francesa. Y la cuestión es: ¿ni siquiera en la defensa de una declaración de derechos humanos encuentra la izquierda una plataforma unitaria?

En efecto, parece que no. Esto de los derechos humanos resulta ser resbaladizo. La prueba está en la segunda manifestacion de Bilbao del otro día, convocada en pro de los derechos humanos, pero a la que una parte muy importante de la izquierda española se abstuvo de ir y otra incluso más importante, condenó expresamente. Más realidades para las que no hay un discurso de la izquierda, de casi ninguna izquierda española.

dilluns, 13 de gener del 2014

La foto.


Dos años tardó el emperador en  recibir el líder de la "gran nación" al norte de Gibraltar. España es un aliado fiel, sumiso. Con los de casa, ya se sabe, hay confianza. Y ¿qué va a contar Rajoy en Washington? Que estamos saliendo de la crisis; la luz al final del túnel ya nos deslumbra; es el momento de invertir en el país; salarios "moderados", beneficios seguros.

¿Qué información tiene Obama sobre España y la persolidad de su interlocutor? El tópico de que los presidentes de los EEUU sitúan a España en algún impreciso lugar entre México y Panamá no es cierto o solo lo es de los republicanos. Lo normal es que el Presidente tenga una información estupenda, de primera mano, al día, bien ponderada y relevante. Es decir, sabrá que recibe al presidente del gobierno de un país con la mayor tasa de paro de Europa, si no del mundo; con unos signos de corrupción que afectan directamente al gobierno, su presidente y su partido; con unos datos macroeconómicos que no avalan los discursos de su huesped; con una Monarquía no de derecho divino sino de derecho penal; con una sociedad en abierta insurrección a cuenta de una ley del aborto totalitaria; con dos de sus comunidades autónomas en franco proceso hacia la independencia; y con una capacidad de defensa (en definitiva, el dato que cuenta en el Imperio) similar a la de Sylvania en Sopa de ganso, de los hermanos Marx.

Frente a ello, la información que lleve Rajoy sobre los Estados Unidos será, sin duda, aproximativa. Pero no importa. Él no va a preguntar sino a ser preguntado, responder y colocar el relato habitual de sus muchos logros y éxitos que aquí no le cree nadie, como se demuestra en los sondeos. Pero ¿qué puede preguntar el emperador que no roce algún punto sensible de Rajoy? Puede interesarse por el tiempo en España, por la liga de fútbol, por el Museo del Prado y por la sangría. Da lo mismo. Lo que Rajoy quiere es la foto.

(Tengo entendido que la secretaría de Estado contactó con nuestro ministerio de Exteriores con la oferta de ahorrarnos todos dinero en viajes y zarandajas, substituyéndolo por una foto firmada de Obama. Incluso ofreció hacer un fotomontaje como el de Palinuro, pero con photoshop, que no se nota nada. Pero los españoles lo rechazaron, indignados. Hay que tener cuidado con estos españoles; se mosquean rápidamente).

Lo lógico será que, bien informado como está, Obama se interese educadamente por cuestiones españolas:

Obama. Mr. Rajoy, ¿cómo va ese asunto del referéndum de Cataluña?
Rajoy. Mr. Obama, Spain es a great nation.
Obama. Por supuesto. No lo olvido. ¿Y el proceso de paz en el País Vasco?
Rajoy. Mr. President, la segunda ya tal.
Obama. Really? How interesting! Y dígame, ¿qué tal va mi viejo amigo Juan Carlos?
Rajoy. Al pie del cañón, cumpliendo con su deber, como siempre. Y le manda saludos.
Obama. Oiga, Mr. R., entre nosotros, tiene unos líos con la familia, ¿no?
Rajoy. Mr. President, todo falso, salvo alguna cosa...
Obama. Yes, I know. ¡La maledicencia de la gente! Usted mismo, Mr. R, es objeto de habladurías.
Rajoy. De eso ya he dicho todo cuanto tenía que decir.
Obama. Es verdad. Los políticos nos perdemos por la boca, ¿verdad?
Rajoy. Yes. Hablamos demasiado. Yo, no paro. End of quote.
Obama. Y con juicio torero han dictado ustedes una Ley Mordaza. To shut up a los gobernantes.
Rajoy. No exactamente. Para callar a los gobernados.
Obama. Protestan por todo, right? Ahora no les gusta su ley del aborto.
Rajoy. Bueno; a la mayoría silenciosa, sí.
Obama. ¿Y cómo lo sabe, Mr. Rajoy?
Rajoy. Porque gobierno como Dios manda.

Seguramente será un mal trago para Rajoy, pero no le importará gran cosa. Él va por la foto. Lo demás es irrelevante. Obama ocupa aquí el lugar del elefante abatido por el Rey o el hipopótamo cazado por Blesa. Son trofeos de caza. Recibido por el emperador, Rajoy sienta plaza de estadista. Y, aunque no haya puesto los pies sobre la mesa de su anfitrión, volverá diciendo que ha dado un par de consejos a Obama sobre cómo salir de la crisis. Recuérdese: "A mí nadie me ha presionado; soy yo quien ha presionado a los demás".

Y así todo.

(La imagen es un fotomontaje a partir de una foto de Steve Juvertson, con licencia Creative Commons).

diumenge, 12 de gener del 2014

¿A qué espera el PSOE?

Se cumple una vez más la sabiduría convencional de que en España las elecciones no las gana la oposición sino que las pierde el gobierno. Este en concreto no ha podido hacerlo peor y si hubiera podido, lo habría hecho. Tal es el resultado de una acumulación de dislates producida por un error de juicio patente. La mayoría absoluta que obtuvo en noviembre de 2011 (en realidad debida al desastre del segundo gobierno de Zapatero) le hizo confiar en que la gente tragaría con todo: un gabinete repleto de incompetentes, algunos de los cuales, además, sospechosos de corrupción, empezando por su presidente; una forma de gobernar autoritaria, casi despótica, por decreto; un desprecio sistemático a la opinión pública a la que se niega todo tipo de explicaciones; unas medidas duras de ajuste que reducen ingresos de los más desfavorecidos, incluidos los pensionistas, recortan derechos de todos, desmantelan el Estado del bienestar; unas leyes clasistas, arrogantes, ideológicas, represivas y totalitarias; una invasión del ámbito privado de los ciudadanos en nombre de unas convicciones defendidas por la jerarquía eclesiástica y un puñado de sectarios y fanáticos; unas medidas en política territorial (por decirlo de algún modo), innecesariamente provocadoras y siempre disparatadas que ha puesto la cuestión nacional española en un punto explosivo.

En dos años, Rajoy ha perdido doce puntos en intención de voto, y durante estos dos años la cantidad de quienes desaprueban su gestión no ha bajado del 75%. Enfrente el PSOE ha ganado casi cinco puntos, pero la valoración de su dirigente, es de suponer, sigue estando por debajo de la de su antagonista. A día de hoy, el PP perdería las elecciones frente a los socialistas por una diferencia mínima, de 1,5 puntos.

Mucha gente se preguntaba en España qué había de pasar para que la población reaccionara. Fuere lo que fuere, parece haber pasado. La corrupción ocupa ya el segundo lugar en la preocupación colectiva, por detrás del paro. Y la corrupción está mayoritariamente (pues otros también participan) identificada con el gobierno y su partido. Y los dos últimos proyectos de ley, las popularmente conocidas como Ley Mordaza y Ley contra las mujeres han hecho explotar la marmita. El intento de legislar imponiendo a la sociedad las convicciones personales del ministro, el obispo Rouco Varela y un puñado más de fanáticos y de hacerlo en un contexto de orden público autoritario, represivo, dirigido a acallar las protestas, ha acabado soliviantando a la gente. El gobierno es un desastre, un prodigio de ineptitud, con episodios burlescos y la Casa Real no le ha ido a la zaga, cosa que suscita aun más animadversión popular.

La última comparecencia pública del año pasado (y única en persona física) de Rajoy no sirvió ya para nada. Su propósito de poner de relieve exclusivamente la acción del gobierno contra la crisis y sus admirables éxitos a base de balbucear cifras y datos generalmente amañados, no da fruto. Es contraproducente. Nadie le otorga crédito. Como nadie se lo otorga a ese argumentario puesto en circulación por el PP para las elecciones europeas de mayo en el que se relatan las conquistas del gobierno, entre otras, detener los desahucios, subir las pensiones, reducir el paro... en fin una sarta de mentiras descaradas.

En esas circunstancias, ¿qué hace el PSOE? De momento, sacar 1,5 puntos al PP en intención de voto. A la vista del desastre del gobierno eso es otro desastre. La obligación de la oposición era estar mucho más distanciada. 1,5 puntos es una diferencia muy débil, que puede convertirse en 0 o incluso en 1,5 negativos a las primeras de cambio. Esos 1,5 puntos, en realidad, son un regalo del PP. El PSOE no ha hecho nada por ganarlos.

¿O sí? Quizá la táctica del PSOE consista precisamente en no hacer nada y dejar que el PP se hunda en el marasmo de su incompetencia y autoritarismo. No es una actitud muy gallarda en un partido del que se esperan proyectos alternativos pero se quiere justificar por razones de prudencia. En efecto, estando en juego cuestiones consideradas fundamentales en el Estado, constituyentes de hecho, como son su organización territorial y su forma política, presentar proyectos alternativos es difícil y muy arriesgado. No es fácil para un secretario general que lleva veinticinco años identificado con un sistema institucional, imaginarle una alternativa. Es imposible. Por eso, lo más sensato es quedarse quieto, callado, low profile. A medida que la gente vaya hartándose de los dislates del gobierno irá volviendo la mirada a la alternativa, consistente en no ofrecer ninguna sino el mantenimiento del apacible orden anterior a la tremolina organizada por la derecha. El PSOE como partido de orden, dinástico, digno de confianza, enemigo de las aventuras, pero favorable a los cambios que restituyan a las gente en sus derechos y los blinden constitucionalmente. Para esto bastan unos confusos enunciados que no comprometan a nada, bien por no estar claros o por depender del acuerdo de otras fuerzas políticas, incluido el PP, por ejemplo, en el caso de la reforma constitucional. El resultado de esta actitud es una diferencia de 1,5 puntos, ya se ha visto. Nada nos garantiza, no ya que aumente sino que no disminuya en los dos proximos años.

Porque inevitablemente el PSOE habrá de concurrir a las elecciones con un programa positivo y concreto. Y eso no se improvisa. Ni se hereda. Ignoro si Rubalcaba pretende presentarse candidato a la presidencia del gobierno y no me parece asunto interesante, si bien él mismo debiera plantearse hasta qué punto le es lícito mantener a los demás en vilo. Y no me lo parece porque lo que sí es evidente es la intención del secretario general de que, sea quien sea el candidato a la presidencia, haya de serlo con su programa, con su idea de España en el aspecto territorial/nacional y su idea de España como monarquía.

El PSOE ya ha incumplido una de las dos tareas de la oposición, la de ser eso, oposición; estaría bien que no incumpliera la otra, ser alternativa de gobierno. La dirección actual tiene que convocar y celebrar las primarias cuanto antes. Para que los socialistas consigan una imagen, un rostro y un liderazgo que tendrá un carácter o tendrá otro pero deberá ser propio. Al personal le fastidia sobremanera votar muñecos teledirigidos o testaferros políticos.

Es legítimo que el PSOE quiera ganar las elecciones y por mayoría absoluta. Pero es también muy improbable. Proyectando los datos de hoy, el parlamento que salga de las elecciones de 2015 será más fraccionado y quizá sea inevitable un gobierno de coalición. De qué signo y, sobre todo, para qué son las preguntas a las que el PSOE debería estar buscando respuestas. Para estas y para muchas otras que agobian a una ciudadanía necesitada de remedios pero muy escarmentada de engaños.

Ya debería estar en campaña electoral y no solo por las europeas, sino por las generales del año que viene. Pero con otro líder, por favor.