En la entrada de ayer, titulada seísmo en la izquierda decía que, en caso de darse un diálogo sobre la unidad de esta, habría de ser sobre propuestas concretas. Eso es lo interesante y aplazaba a hoy una consideración de los discursos. Porque el impacto, la agitación, la efervescencia de declaraciones, contradeclaraciones, etc son evidentes: presentación de Podemos, debate sobre primarias en IU; también Equo está en proceso de este tipo de elecciones, que presenta como ejemplar y hasta el portaaviones del PSOE se agita con zafarrancho de primarias. Nadie para quieto, todo se mueve, los medios no dan abasto, los tertulianos necesitarían otra boca suplementaria.
Lo que no está claro es que ese frenesí, ese bullir material, esa agitación que se presenta ya como una forma nueva de hacer política, responda a un plan, una idea, un proyecto específico que tenga detrás un discurso. En la izquierda hay sectores leninistas. Al menos aparece el nombre del revolucionario bolchevique de vez en cuando en sus manifestaciones. Y era Lenin quien en su ¿Qué hacer? dejó dicho que sin teoría revolucionaria no puede haber movimiento revolucionario. Olvídemosnos del dichoso adjetivo. Muy poca gente propugna hoy una revolución. El substantivo ha desaparecido del discurso político habitual, excepto sectores marginales. Queda la cuestión de la teoría. Y queda la pregunta: ¿hay teoría? ¿Hay teoría para ese movimiento que no se puede llamar revolucionario, aunque ganas no faltan? ¿Hay teoría o hay retórica?
Las diferentes fuerzas de la izquierda tienen sus discursos también de naturaleza y consistencia diferentes. Equo posee una teoría clara, definida pero especializada, lo cual redunda en perjuicio de sus expectativas. Pedir el voto para unas medidas específicas equivale a reducir su valor pues el votante se manifiesta en una multiplicidad de frentes, no solo el ecológico. Para resolverlo, la organización se ve obligada a pronunciarse en una variedad de asuntos coincidentemente con otros partidos de la izquierda lo que abre la cuestión de por qué no se suma a alguno. Equo no augura mucho espíritu unitario por razón de supervivencia.
Podemos acaba de irrumpir como la cabalgata de las Valkirias, despertando asombro. Ya están escribiéndose tratados sobre el liderazgo mediático, el carisma digital, la fuerza de las redes. Pocas veces se ha visto tan claro cómo una multitud (50.000 son multitud), dispersa, anónima, de pronto, adquiere un rostro. Seguro que también están desempolvándose viejos debates sobre la relación entre la masa y el individuo. Podemos, dicen los críticos, es un fenómeno mediático. Sí, claro; en una época mediática. Bien, la presentación de Podemos ha sido una representación, sin duda; un espectáculo, una escenificación cuidadosamente preparada. Perfectamente razonable. Lo que corresponde ahora es conocer el texto. La frase, los gestos, la iconografía son un hallazgo. Pero el discurso suena retórico, ambiguo, impreciso. "Otra forma de hacer política", dicen, en clara reminiscencia del alterglobalizador "otro mundo es posible". De acuerdo, ¿cuál mundo? ¿cuál política? Los viejos partidos ya no sirven. Hay que buscar nuevas formas de acción. Perfecto. ¿Cuáles?
En IU el discurso es algo más abundante, pero no está mejor organizado ni es muy coherente. Lo cual es lógico. El alma de IU es el Partido Comunista y, desde la caída de la Unión Soviética el comunismo arrastra un déficit de legitimidad tan profundo que no puede articular teoría alguna. La crítica al capitalismo y su manifestación visible en el mercado ya no se acompaña con propuestas alternativas acerca de con qué substituir a aquellos. Nadie propone, al menos claramente, la socialización de los medios de producción, la abolición del mercado y su substitución por un sistema de planificación centralizada. En esas condiciones es muy difícil elaborar una teoría crítica de la socialdemocracia tradicional porque no tiene en dónde apoyarse. Es un discurso débil y confuso que no fía tanto en la elaboración de propuestas propias como en la táctica de apoderarse de las de la socialdemocracia clásica empujando a la socialdemocracia real, al menos retóricamente, al campo de la derecha.
En el PSOE, la situación es grave, casi terminal. En las turbulencias de la crisis (y en parte movido por su amarga derrota de nov. de 2011) ha optado por convertirse en partido de orden, de Estado, incluso dinástico. La teoría se encargó a la intelligentzia del partido en aquella Conferencia Política que parió un ratoncillo asustado, pero monárquico y muy español. No importa; de lo que se trata es de recuperar el apoyo electoral. La teoría puede esperar. La apuesta por el orden puede hoy parecer ajena al espíritu del tiempo y, aunque repela a los votantes radicales, atraerá al abundoso centro-izquierda. Y, como todas las apuestas, se revelará al final. No es previsible que en España suceda como en Italia y Grecia; pero tampoco es imposible. Por ello mismo y porque, por muy pragmático que se haya hecho el PSOE, tiene una vocación de izquierda que en algún sitio habrá de demostrar debe proponer ese diálogo de una unidad de la izquierda basada en un programa mínimo común.
Un programa mínino común de la izquierda sería la mejor base para un gobierno con una triple tarea: a) derogar toda la legislación de la derecha, contraria a los intereses, los derechos y las libertades de la mayoría de la gente; b) convocar un proceso de reforma constitucional con participación de todos y sin condiciones previas; c) adoptar mientras tanto medidas de ampliación y consolidación de la democracia en España de carácter progresista y redistributivo.