dijous, 18 de setembre del 2014

Europa, España, pendientes de Escocia.

El de hoy será un día largo, muy largo, para Europa y también para España que es parte de Europa, aunque a veces no lo parezca. Hay tensión, emoción por lo que pueda pasar en Escocia. Los gobiernos, las grandes y los grandes capitales muestran profunda preocupación. Las autoridades andan angustiadas. El Reino Unido se asoma al abismo titulaba ayer dramáticamente una pieza el diario Público.es. Nada menos que al abismo. El temor a lo desconocido se palpa en el ambiente. Seguro que las cotizaciones de las bolsas, que son los termómetros del capitalismo, sufren algún quebranto. 

Solo los grupos nacionalistas e independentistas de los diversos Estados europeos, las minorías,  manifiestan su alegría. Los demás, las mayorías, contienen el aliento, especialmente en Inglaterra/Gales y Escocia. Un triunfo del "sí" en el referéndum tendrá consecuencias directas en la vida cotidiana del conjunto de habitantes de lo que ha venido siendo el Reino Unido, uno de los Estados de mayor éxito en la Edad contemporánea y que puede dejar de existir a partir de hoy. Una perspectiva suficiente para generalizar la inquietud y sembrar el miedo. Es cierto que están contenidos. No ha habido violencia ni barbarie durante el proceso. Al final, parece haberse dado algún intento de guerra sucia: las autoridades inglesas han pretendido comprar el "no" en Escocia mediante concesiones y donativos que quizá no acepten los demás británicos. El Partido Laborista, se dice, ha filtrado un supuesto documento oficial escocés en el que se planean recortes bestiales del sistema nacional de salud despues del referéndum. Pero, en general, el debate ha sido civilizado, pacífico, democrático. O sea, ejemplar: una colectividad es capaz de razonar sobre su división sin enzarzarse a palos. 

¿De dónde viene, pues, el temor? De un lado del hecho de que, en los últimos tiempos, la independencia de Escocia ha pasado de ser una quimera o una remota e indeseada posibilidad a tener un alto grado de probabilidad. The Scotman trae el resultado del último sondeo: 48% por el "sí" y 52% por el "no", con tendencia creciente del "sí".  Y un forofo de Plaid Cymru, los nacionalistas galeses, vaticinaba ayer en Twitter un 60% de "síes". La preocupación viene de que la incertidumbre se mantiene ahora mismo. 

Pero viene también de la repentina conciencia europea de que el secesionismo, la inestabilidad territorial, no es cosa tan solo de la Europa Oriental. Es de toda ella que se había acostumbrado a la idea de que las fronteras del continente salidas de la II Guerra Mundial habían quedado fijadas para siempre en la Declaración de Helsinki de 1975. Falso. Aquellas fronteras empezaron a saltar a finales de los años 80. Bueno, se dijo, pero en los países eslavos, los orientales, los bálticos; la zona periférica de Europa. El Reino Unido forma parte del corazón de Europa, aunque su sentimiento a veces sea distante y su situación geográfica también relativamente periférica. 

En realidad, no hay razón para alarma. Europa, el continente europeo, es una región en la que las fronteras no han hecho otra cosa que cambiar desde siempre. Los Estados aparecen y desaparecen y sus formas políticas cambian. Bélgica, meollo de la UE, no tiene doscientos años, Italia no llega a los ciento cincuenta y Alemania tiene algo más de veinte dado que la República Federal surgida de la unificación con la República Dmocrática dio origen a un Estado, el actual, que no coincide con ninguno anterior a la partición del país en 1945. Escocia ya fue reino independiente. ¿Por qué no ahora una república?

En el caso de España, el asunto es distinto. Aquí el impacto del referéndum no depende solo de su resultado. Cierto, si este es "sí", el independentismo catalán subirá como un soufflé; si es "no", quizá no tanto. Sin embargo, el efecto no lo produce el resultado sino el hecho de que pueda celebrarse el referéndum. Para justificar su cerrada negativa a la consulta catalana, Rajoy ha dicho en alguna ocasión con esa facundia tan suya que ningún país democrático del mundo ha sometido a referéndum su integridad territorial. Si el hombre ignora que el Canadá lo ha hecho dos veces, en 1980 y 1995 y no ve que el Reino Unido está haciéndolo ahora mismo, delante de sus narices, su caso es preocupante y, por supuesto, las consecuencias las pagaremos todos. 

Los unionistas en ambos casos cuentan los pelos al rabo de la esfinge buscando diferencias entre Escocia y Cataluña, entre el Reino Unido y España. Pero, aunque son muchas, obviamente, ninguna de ellas ni todas en conjunto justifican una diferencia tan abismal de trato en materia de derechos por la cual los escoceses pueden hacer lo que no pueden los catalanes. Serán todo lo distintos que se quiera, pero tienen algo esencial en común: dicen ser Estados democráticos de derecho. Y el derecho a decidir no se le puede negar a nadie. El argumento según el cual los catalanes no tienen ese derecho ya que pertenece al conjunto del pueblo español porque eso es lo que dice la Constitución es endeble por dos razones. Una es liviana pero tiene su alcance: el Reino Unido no tiene constitución escrita. 

La otra razón es de más peso. El derecho a decidir, el derecho de autodeterminación, no puede depender de su reconocimiento en un texto legal anterior. Si así fuera, los Estados Unidos no existirían y el mundo hoy sería muy distinto al que es. Ciertamente, no será posible convencer al presidente del gobierno de que adopte este punto de vista. Su tarea es, como siempre recuerda, cumplir y hacer cumplir la ley, si bien es cierto que, cuando le incomoda, hace que sus huestes parlamentarias la cambien a su antojo. Pero para eso no es necesario mentir diciendo que las democracias no someten a referéndum su integridad territorial. 

Ahora mismo está haciéndolo una y eso es lo que saca de quicio al nacionalismo español, con independencia del resultado.

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Por cierto, hoy presento a Alfred Bosch en el Fórum Europa, en el Ritz. Algo también conocido como "los desayunos del Ritz" o algo así. Bosch es portavoz de los diputados de Esquerra Republicana de Catalunya en el Congreso. Un escritor, político, profesor, un hombre culto al que gusta leer y al que será muy interesante escuchar.

dimecres, 17 de setembre del 2014

El alma republicana en el cuerpo monárquico.

El pronunciamiento es de Rubalcaba. Al tratarse de la abdicación de Juan Carlos I, su aforamiento, el ascenso al trono del sucesor, el PSOE, invocando lealtad a los "compromisos" de la transición, ofreció su leal apoyo a la Monarquía, tanto más valioso cuanto se prestaba en horas bajas de esta. El PSOE guardaría en el armario su "alma republicana" para facilitar la gobernación del Estado monárquico. Por eso Palinuro considera que los dos partidos mayoritarios son partidos dinásticos, denominación acrisolada que recuerda la primera restauración borbónica que, en realidad, era la segunda, pues primero vino la del Deseado, Fernando VII. Hay qué ver qué cosas desean los españoles. La segunda, en realidad la tercera, la vuelta de Alfonso XII de la mano del generalato. Y la tercera, esto es, la cuarta, con el nombramiento de Juan Carlos como sucesor de Franco a título de Rey y que ahora se prolonga en la figura del sucesor del sucesor. 

Ayer, PP, PSOE y UPyD votaron en contra de tramitar una proposición de celebrar un referéndum de los del artículo 92 de la Constitución, de carácter consultivo, sobre si los españoles queremos una Monarquía o una República. Los otros partidos se abstuvieron, como en el caso de CiU, o votaron a favor de la proposición que, por supuesto, resultó derrotada por abrumadora mayoría: 274 votos en contra, 26 a favor y 15 abstenciones; de 316 diputados presentes. 

El partido con el alma republicana votó ayer en contra de su alma. Y no crea el lector que lo hiciera con el desgarro interno con que, es de suponer, Enrique II ordenó el asesinato de Becket. Con perfecta tranquila conciencia. Y votó todo el personal socialista presente; nadie se abstuvo, ni los que cultivan imagen de díscolos. Todo el grupo parlamentario votó en contra de preguntar/consultar a los españoles si prefieren una Monarquía o una República. Votó en contra. Pudo abstenerse y salvar así algún rescoldo del espíritu republicano. Solo con la mayoría del PP hubiera bastado para rechazar la propuesta; los votos del PSOE no eran necesarios. Pero ni siquiera se sintió el socialismo obligado a recurrir a esa ficción tan común en teoría de juegos, cuando un jugador puede permitirse el lujo de una apuesta vistosa que le dará mucho prestigio, pero sabiendo de antemano que no va a ganar, pues no le interesa. No, no: se votó en contra para subrayar el carácter dinástico del PSOE por si alguien lo dudaba, su lealtad a la Corona, al principio monárquico. 

Y ¿qué fue del alma republicana? Desapareció por el sumidero de la historia como lo hizo el derecho de autodeterminación que el PSOE propugnaba al comienzo de la transición. Pero con la tradición republicana no será tan fácil ya que, si el derecho de autodeterminación es cosa de minorías nacionales no españolas, esa tradición republicana está muy extendida entre los españoles y se transmite de padres a hijos que se añaden luego a los seguidores del republicanismo de nuevo cuño. 

Ahí el PSOE tendrá un problema real porque sus bases republicanas se sienten incómodas con el carácter dinástico de su partido. Este monarquismo sobrevenido es parte de un ánimo de derechización del PSOE, como se ve la cuestión catalana, las relaciones de la Iglesia y el Estado, la gestión económica de la crisis. La deriva a la derecha puede costarle fuga de votos hacia su izquierda si bien, en este asunto concreto de la visión republicana, el temor no es tan grande porque en Podemos, por ejemplo, se piensa que la república y la guerra civil no son temas que motiven al electorado.

La falta de valentía del PSOE es deplorable. Es incapaz de plantearse los rasgos básicos de un sistema político del que se beneficia casi en régimen de duopolio con el PP pero del que se distancia una mayoría cada vez más amplia de gente. Y, preguntado por la posibilidad de que, por fin, se materialice de algún modo esa alma republicana, el socialismo español responde invariablemente que ahora no corresponde. Han pasado casi cuarenta años del primer "no corresponde", sigue sin corresponder y puede continuar así hasta el siglo XXII.

dimarts, 16 de setembre del 2014

Cataluña como cuestión de Estado.

Tomo prestado el título de un libro de mi amigo y colega Josep-Maria Colomer, un adelantado en estos asuntos, como en otros. Cataluña es tan cuestión de Estado que, por fin, algunos están cayendo en la cuenta de que la llamada cuestión catalana no es tal. Es la cuestión española, la sempiterna cuestión española. Por si hubiera alguna duda, escúchese a Artur Mas en una intervención especialmente lúcida: "Catalunya no s'ha cansat d'Espanya. S'ha cansat de l'estat espanyol". Parece un juego de palabras, pero tiene fondo. Hasta ahora, los nacionalismos no españoles negaban la existencia de España, ni siquiera mencionaban su nombre, y preferían el de Estado español. La pobre España solo recibe reconocimiento cuando se la despide.

Desde luego, una cuestión de Estado. De supervivencia del Estado y, con él, de la propia España como tal. Los españoles, como los británicos, otean la posibilidad de quedarse sin parte de su país y por ello, de quedarse sin su país. Situación no enteramente insólita pero de la que hay pocas experiencias. No es algo que todo el mundo considere inevitable, aunque desgraciado, como la muerte de los padres, de los familiares, de uno mismo. Se considera desgraciado, pero ¿por qué inevitable? Perder a los familiares, ¡qué se le va a hacer! ¿Perder el país? ¿El país en el que uno ha nacido? Ver cómo cambia de forma, adopta quizá otro nombre, se organiza de forma distinta. Eso, ¿cómo se asimila?

Revientan aquí los diques y contenciones ordinarios de la vida social. Estallan sentimientos y pasiones que obnubilan el juicio. Se oyen lo ecos de mi Patria, con razón o sin ella, que convierte el nacionalismo en una fuerza depredadora. Empiezan a considerarse todos los métodos posibles, legales o ilegales, lícitos o ilícitos, morales o inmorales. Todo por la Patria. Todo es todo, el juicio moral lo primero. En este cenagal se encuentran los mails, whatsapps, SMSs o lo que se hayan intercambiado Jorge Moragas, hombre que tiene el oído del presidente, y la pareja o ex-pareja del hijo de Jordi Pujol. Pura guerra sucia del gobierno contra el soberanismo catalán. El tiro le ha salido por la culata, pero es una prueba de que, además de una cuestión de Estado, Cataluña es una cuestión de psiquiatra.

¿Es muy aventurado decir que en el nacionalismo español hay una radical esquizofrenia frente a Cataluña? Los españolazos odian a los catalanes (catalufos, putos catalanes, polacos, tacaños, paletos, antiespañoles, etc.), pero no los dejan marcharse. Los desprecian, los echan, los expulsan, pero no quieren que se vayan y están dispuestos a hacer lo que sea porque no lo consigan. Los catalanes son odiosos porque están siempre diferenciándose -cosa que fastidia mucho en los rebaños- y queriendo irse. Pues que no se vayan y que se fastidien, como nos fastidiamos todos con ellos. Es lo más parecido a una bronca doméstica en la que uno de los cónyuges no concede el divorcio al otro. Un infierno, vaya. Se le puede llamar "paz conyugal" como se puede hablar del "entendimiento entre los pueblos y tierras de España". Pero los nombres no demuestran la cosa. Hágase una prueba: exáminese la biografía, el comportamiento de cualquier político español, sobre todo si de derechas, cuando dice que "ama a Cataluña". ¿A que suena como cuando un racista dice que no es racista?

Por supuesto, poca gente habla con claridad porque el asunto es muy bronco al sur del Ebro. Las amenazas sí son explicitas: si Cataluña se va, las pensiones no se pagarán, los funcionarios no cobrarán, el país se empobrecerá, quedará aislado internacionalmente, será presa del crimen organizado y padecerá la peste bubónica. El resto del discurso, caso de haberlo, es esquinado, implícito, tan lleno de mala fe como el amenazador, pero más suave en la forma: somos una gran nación, la soberanía es de todos los españoles, todos debemos pronunciarnos sobre si Cataluña se va o se queda, todos somos españoles y nos queremos; queremos incluso a los independentistas que, en realidad, son buena gente, pero manipulada por un puñado de sinvergüenzas y ladrones. Es un discurso de mala fe pero que aparenta ser de buena.

No es necesario liarse en una discusión sobre quién entiende mejor España. En su inauguración como Rey, Felipe VI lo dejó meridianamente claro. Como es un monarca medio progre, casado con una republicana encriptada, vino a decir en su discurso que España era un lugar abierto en el que coexistían formas diversas de sentirse español. ¡Menudo reconocimiento del pluralismo de España! Ni Pi i Margall lo hubiera mejorado. Y en boca de un Borbón con el que coinciden hoy encantados de la vida los dos partidos dinásticos. ¿Qué quieren más los catalanes, a ver? Muy sencillo, reclaman el derecho, obviamente no reconocido por el Rey ni sus cortesanos, a no sentirse español o a sentirse no español.

Cabe preguntar ¿que han hecho los intelectuales españoles en relación con el nacionalismo catalán más reciente y el recentísimo proceso soberanista? ¿Que ofertas, propuestas han partido de los estamentos pensantes del país para Cataluña? ¿Qué diálogos, puentes de entendimiento, reflexiones conjuntas han emprendido? Los estudiosos, los escritores, los académicos españoles, rehúyen el bulto en lo tocante a Cataluña y, si algo han manifestado a veces es una abierta hostilidad al nacionalismo catalán y al reconocimiento del derecho de autodeterminación. Y si eso pasa con los intelectuales, incapaces de enfrentarse a una crisis en su idea de nación, no es difícil imaginar qué tengan en la cabeza los hombres y mujeres de acción, los políticos, las dirigentes partidistas, las presidentas. Estas blanden el poder.

Compárese con el Reino Unido.

- ¡Eh! -dicen los nacionalistas españoles- Que Escocia no es Cataluña. No pueden compararse.

- Claro. Ni el Reino Unido es España; qué más quisiera esta. Son distintas. Por eso las comparamos. Si fueran iguales, ¿para qué íbamos a compararlas? Y, sí, son casos muy distintos precisamente en el modo de afrontar un problema idéntico: la gestión de una crisis secesionista. En el Reino Unido se han implicado los intelectuales, los artistas, los académicos, así como los políticos. Hay varios debates cruzados, en la calle, en las instituciones, en la prensa. Todos civilizados, democráticos, pacíficos. La cuestión es tan decisiva para la supervivencia del país como lo es la de Cataluña para España. Pero se encara de forma muy diferente, tranquila, sin exageraciones y permitiendo con ello que la gente se informe bien sobre el alcance de un voto que será decisivo para todos. Y, por supuesto, a nadie en el Reino Unido se le ocurre negar que la independencia de Escocia que, por supuesto, afecta a todo el país, sea asunto que deban decidir solos los escoceses.

dilluns, 15 de setembre del 2014

Podemos y el Golem. Apostillas a una entrevista a Pablo Iglesias.

Magnífica entrevista de Orencio Osuna a Pablo Iglesias hoy en Nueva Tribuna. Orencio, eres un crack; Pablo también, pero de él ya se sabía. Una entrevista larga, bien estructurada con preguntas pertinentes y respuestas interesantes. Será un texto decisivo para clarificar el ideario de Podemos, cosa que parece preocupar a muchos. Horas antes de morir, Emilio Botín dejó dicho que las dos cosas que más le preocupaban era Podemos y la independencia de Cataluña. No es tan oscuro como un oráculo de Delfos, pero suscita análoga temerosa reacción. De la independencia de Cataluña nadie quiere saber nada, salvo los catalanes y el resto del planeta, excluida  España. De Podemos, en cambio, todos quieren saber todo y hasta hay quien presume de saberlo; de saberlo todo.

Palinuro, que no sabe nada, está muy agradecido por un texto tan clarificador. Su lectura, muy amena por cierto, es provechosa por lo que se dice, tanto como lo que no se dice. Tiene altura y enjundia teórica, sobre todo respecto al concepto de izquierda, algo que siempre ha preocupado mucho a la izquierda. Y suscita algunas cuestiones  que aquí toman la forma de modestas apostillas.

Revolotea sobre la entrevista un ánimo fiero de lucha que se fija en dos objetivos: 1º) hay que acabar con el Régimen del 78, a base de denunciarlo, ponerlo ante sus contradicciones, criticando su carácter castizo y, por fin, venciéndolo en unas elecciones limpias, inicio de una cambio en el sistema político. De hecho, la palabra "cambio" aparece 29 veces en el discurso de Iglesias; cero veces el de "revolución". 2º) No hemos venido a perder, como ha hecho tradicionalmente la izquierda, sino a ganar. El infinitivo "ganar" también está muy presente, casi tantas como el término "poder".

Suena todo más que razonable. Es un discurso radical en tono moderado. El Régimen del 78, al que también Osuna diagnostica en crisis terminal, está agotado, no ofrece más salida que la perpetuación del bipartidismo turnista, es un régimen de "vendepatrias" (condición que comparte con los de otros países europeos) y se derrumbará dejando paso a un cambio de sistema político. Subrayo cambio así como la ausencia del concepto de revolución porque, obviamente, es muy significativo respecto al tono general del discurso.

Iglesias está harto de la historia de derrotas de la izquierda e insiste en que Podemos ha salido a ganar. No tanto a tomar por sí solo el poder político, pues el cálculo es siempre electoral y excluye las opciones leninistas, como a condicionarlo en alianza con otros. Ganar, ser eficaces, tomar el poder, al menos en parte, es el objetivo esencial. Expresamente arremete Iglesias contra la izquierda testimonial que se conforma con su ocho o diez por ciento del voto. Eso es un fracaso. Hay que ir a más. Conseguir el apoyo de la mayoría. ¿Qué mayoría?

Aquí aparece el meollo de la entrevista, en forma de una larga y elaborada consideración sobre la izquierda en pasado, presente y futuro, sobre su esencia y su existencia. A veces el asunto resulta algo galimatías. El postulado esencial es que la clave izquierda/derecha ya no sirve. Creo que es la primera vez que leo que la visión en términos de izquierda/derecha beneficia a la derecha. No digo que no; pero convendría explicarlo algo más, cuenta habida de que, hasta la fecha, quien más ha insistido en que la oposición izquierda/derecha está anticuada es, precisamente la derecha. No es fácil entender cómo refutar esta idea pueda ir en beneficio de quien la sostiene. Podemos quiere trascender la disyuntiva izquierda derecha, quizá al modo del aufheben hegeliano. Como ese proceder suele verse en la sabiduría convencional como un signo de fascismo o falangismo y, por supuesto, populismo, Iglesias hace un guiño al izquierdismo y pide a quién quiera conocer su vocación profunda que la busque en internet. Todos sus referentes culturales y políticos son de izquierda y tan profundos que afirma llevarlos tatuados en las entrañas. Enhorabuena, Luisa,  por la parte que te toca; aunque eso de que le tatúen algo a uno en las entrañas debe de ser molesto. ¿Por qué esta necesidad de afirmación de genuina y vieja militancia? Para que no haya duda: somos nosotros, los de siempre, aunque parezca que no, a juzgar por lo que decimos, aunque parezcamos otros por el discurso. Exigencias de la eficacia.

Esto es lo que también el saber convencional llama pragmatismo. Salir a ganar a toda costa, tiene sus sacrificios. Por ejemplo, es posible que uno se crea obligado a decir, como hace el entrevistado: Cometeríamos un error -esto es mi opinión, aunque tendremos que discutirlo en la asamblea- si antepusiésemos el interés de Podemos como marca política exitosa a las necesidades de la transformación política de nuestro país. Lenguaje políticamente correcto; lo dicen todos los políticos, castizos o no. Primero la Patria y luego nuestros intereses. Esto de la Patria tiene su telendengue en Podemos. El asunto está claro, pero con sus riesgos. A la hora de diferenciarse de esa izquierda tradicionalmente derrotada, Podemos se niega a identificar un destinatario específico de su discurso, un auditorio, un target, como dicen los comunicólogos. El destinatario será todo el pueblo. Hablar a una parte es un error funesto. Y por eso, en gran medida, se niegan los "frentes" y la "unidad de la izquierda" y se prefiere la llamada "unidad popular", que trae evidentes reminiscencias a cualquiera versado en la historia del movimiento obrero y las izquierdas europeas. El pueblo, con su aroma rousseauniano. La idea básica es si respetamos un poco más a nuestro pueblo, ese pueblo español que no tiene problema con la bandera rojigualda, que le gusta la selección de fútbol, que no se emociona con la bandera republicana y con la guerra civil, si respetamos un poco más a ese pueblo español que es el nuestro y que, sin embargo, está contra la corrupción, está contra la injusticia, está a favor de los derechos sociales, entonces podemos ganar. Dicho queda para admiración y pasmo de quienes quieran aprender cómo se lucha contra el Régimen del 78 porque ¿acaso no fue la aceptación de la bandera rojigualda y la monarquía (falta de emoción con la bandera republicana) los dos factores que convirtieron a Carrillo, sus seguidores y colaboradores, en traidores, badulaques, trujimanes de la fementida transición? Suena esto un poco a "quítate tú que me ponga yo para decir lo mismo que tú".

Por supuesto, hacer política en las instituciones tiene sus complejidades. El propio Iglesias las menciona reiteradamente cuando se le pregunta por las posibles coaliciones en gobiernos locales. Una de ellas es respetar los símbolos. Lo hizo Carrillo, lo hicieron los comunistas en 1978 y Podemos propone hacerlo igual aunque, bien lo sabe el cielo, con diferente justificación: hay que llevarse de calle al pueblo sencillo para ganar las elecciones y dejar de perder de una vez.

En el ajuste de cuentas con la izquierda, el entrevistado habla con claridad meridiana: lo de IU es un fracaso y lo del PSOE, la socialdemocracia, ya ni te cuento. De nuevo se repasa aquí una parte importante de la cultura política de la izquierda. Pero el diagnóstico es definitivo: la socialdemocracia ha fracasado al someterse al Diktat neoliberal y el comunismo al tratar de suplantar a la socialdemocracia. Frente a tanto desastre, Podemos propone: una reforma fiscal justa que haga que las rentas más altas paguen más, proponemos una auditoría y una quita de la deuda pública, proponemos proteger los servicios públicos, proponemos combatir la corrupción, proponemos una política exterior respetuosa con los derechos humanos. Pero él mismo admite que, en definitiva lo que estamos proponiendo nosotros lo hubiera aceptado la socialdemócrata reformista. Es decir las condiciones políticas que permitían establecer esa diferencia entre reformistas y revolucionarios han desaparecido con el fin de la guerra fría. Con la guerra fría han desaparecido muchas cosas. Por ejemplo, el ataque que los partidos comunistas occidentales dirigieron a los Estados del bienestar que luego han pasado a defender con ahínco aunque originariamente los consideraban prueba de la traición socialdemócrata al movimiento obrero. Porque obra de la socialdemocracia fueron, aunque no solo de ella.  Lo interesante aquí es que Iglesias admite que las propuestas de Podemos podrían ser las de la antigua socialdemocracia. Dada su juventud, el entrevistado sitúa ese lejano estadio de lucidez pasada de la socialdemocracia hace 30 o 40 años, que le parecen muchísimos. Pero, por entonces (1974/1984), los socialdemócratas ya eran unos traidores a ojos de la verdadera izquierda.

Estas apostillas deben concluir señalando un apecto inefable en el ideario de Podemos cuando el entrevistado afirma que no están planteando cuestiones maximalistas. No estamos planteando que la tierra sea el paraíso, patria de la humanidad, estamos plateando que haya instituciones al servicio de la colectividad que garanticen las condiciones materiales mínimas para que los seres humanos puedan ser felices. Esta dicho en tono menor y prudente, pero está dicho: poner las bases para hacer felices a los seres humanos. Nada menos. Algo que recuerda lejanamente la consigna del Partido Laborista británico en 1945: Seguridad de la cuna a la tumba

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¿Y qué pinta aquí el Golem? me pregunta un lector. No lo sé. Fue la idea que me vino a la mente al leer las consideraciones de Iglesias sobre cómo dar forma, cómo estructurar Podemos para que sea políticamente eficaz. El Golem, la vieja leyenda judía, es el ser creado pero que no tiene forma; la forma sin forma. Hay muchas variantes. Prueba de que esto de la forma no es cosa fácil.

diumenge, 14 de setembre del 2014

Rumbo al centro a toda máquina.

La vida política sigue siendo aristotélica y, como si Pascal no hubiera pasado por el mundo, tiene horror al vacío. Su estado normal es de ruido y agitación. Cuando, por el motivo que sea, se aquieta, se paraliza, se silencia, no lo está por mucho tiempo. Rápidamente toma alguien el relevo y el cotarro vuelve a bullir.

Es el inconveniente de la actitud adoptada por Rajoy y su equipo. Debidamente asesorados, creyeron que lo más inteligente para evitar conflictos y descontentos era esconder la figura de su máximo dirigente, apartarlo de los focos, ocultarlo. ¿Alguien ha contado cuántas ruedas de prensa normales, esto es, no plasmáticas, ha dado Rajoy en sus casi tres años de gobierno? Quizá no lleguen a la docena. El hombre que, aspirando a presidir el gobierno, prometía "dar la cara", la ha hurtado siempre que ha podido. Su rostro no es tan desconocido como el del dios del Antiguo Testamento, pero no se prodiga en público. Prácticamente todo el peso de la comunicación del mando ha recaído sobre la vicepresidenta y ese trío inenarrable compuesto por Cospedal, Floriano y González Pons que podrían montar un espectáculo bufo, pero no dan la talla en absoluto como mediadores de información entre el gobierno y la ciudadanía.

En nuestra sociedad, que consume información casi a mayor velocidad de la que la produce, esta situación es anómala y, para los medios de comunicación, muy perjudicial. Faltos de la fuente habitualmente mayoritaria de noticias, esto es, el gobierno, los medios magnifican las secundarias. Es lo que ha sucedido con Podemos, en buena medida un fenómeno mediático, con la Plataforma Anti-Desahucios y está pasando con "Guanyem". Si el ámbito público se silencia, otros discursos toman el foro. ¿El gobierno no comparece? Los gobernados se hacen oír con mayor ahínco o los medios se encargan de que así suceda.  

Es lo que ha comprendido Pedro Sánchez desde el primer momento. Surgió de repente, como una tormenta de verano, desafiando a las figuras consagradas que ya se daban por victoriosas, como Eduardo Madina. Proclamaba su incontaminación, su pureza casi virginal frente a la vieja política. Todavía dos años antes, decía, era un ciudadano normal, sin responsabilidades políticas. No era enteramente cierto, pero nadie aguaría un triunfo arrollador descubriendo un par de mentirijillas. 

Una vez  elegido secretario general por la militancia, Sánchez parece decidido a rellenar el vacío de la política institucional española, multiplica sus apariciones, va de medio en medio, de entrevista en entrevista, prodigando declaraciones y desgranando propuestas. Entiende que hay que rellenar el ámbito público con presencia, arrinconar a los adversarios, obscurecerlos, brillar con luz propia, imponer el propio discurso.

Ese discurso que va articulando y clarificando en sus múltiples comparecencias. Había comenzado siendo algo confuso y hasta contradictorio, pero se hace cada vez más nítido y contundente. Es, en lo esencial, un discurso que trata de recomponer el centrismo. Entre la derecha extrema del gobierno y la izquierda tambièn extrema de Podemos, entre la reacción y el populismo, hay un espacio inmenso, un enorme caladero de votos: el centro, al que Sánchez apunta cuando dice resucitar un PSOE que es una "izquierda que atrae al centro". La referencia a la izquierda es obligada en un partido con una memoria histórica tan marcada, pero el objetivo al que realmente se apunta es el centro.  Se trata de resucitar la UCD de Adolfo Suárez con todas las variantes que se quieran. Hay un claro parecido físico entre los dos líderes, si bien Sánchez tiene predilección por la camisa frente a los ternos de Suárez.

El discurso centrista rechaza por igual los dos extremos, si bien se observa una mayor tendencia a combatir a Podemos que al PP.  Y eso sin contar con una temprana afirmación de principios rubalcabianos; el PSOE de Sánchez es tan monárquico y nacional español como el de su antecesor. Es más, al mismo tiempo que afirma que nunca habrá pactos con la derecha, Sánchez continúa ofreciendo "pactos de Estado" a lo Rubalcaba a un PP anegado en corrupción. Esa mayor proclividad a entenderse con los conservadores baila el agua a la acusación de Podemos de que el PP y el PSOE son dos partidos hermanos, ambos miembros acrisolados de la casta. 

Practicando la vieja idea de que la mejor defensa es un buen ataque, Sánchez devuelve la pelota a Podemos, hablando de una alianza de intereses entre este y el PP. Una especie de reedición de la famosa pinza de los noventa, entre Aznar y el infeliz de Anguita, que sigue, incansable, predicando en el desierto.  

Así se arma un discurso centrista que constituye la verdadera apuesta de Sánchez. Dado el hartazgo social con la prepotencia y la insensibilidad de la derecha y el presunto temor que puedan despertar las aspiraciones radicales de Podemos, es posible que esta apuesta resulte ganadora en las próximas elecciones, aunque también corre el riesgo de ser perdedora al significar un cambio importante de rumbo del PSOE. Desde luego, el nuevo líder esta haciendo lo posible porque triunfe allí a donde va que es a todas partes, como si tuviera el don de la ubicuidad. Se juega la carrera en ello.

El resultado está en el viento.

dissabte, 13 de setembre del 2014

La majestad de la ley.

La respuesta a la manifestación multitudinaria de la Diada en reivindicación de la autodeterminación de Cataluña ha sido veloz e inmediata como el maullido del gato cuando le pisan el rabo. Altas instancias políticas y judiciales han recordado a los nacionalistas catalanes el necesario cumplimiento de la ley. Un referéndum será ilegal, aunque se llame consulta. La declarará ilegal el Tribunal Constitucional. Y el gobierno está para cumplir y hacer cumplir la ley. Es el razonamiento de su presidente, reiterado por la vicepresidenta. En un país en donde esto sucediera, sería inmpecable. Pero no hay nada de eso. El gobierno cumple la ley cuando le conviene; cuando no, la cambia a su capricho, valiéndose de su obediente mayoría absoluta parlamentaria. Lo cual equivale a no cumplirla. Asimismo, es muy selectivo a la hora de obligar al cumplimiento. Los alcaldes o los cachorros de las Nuevas Generaciones pueden incumplir la normativa sobre simbología del franquismo y no pasa nada. Pero ojo a los catalanes. Estos, a cumplir la ley al pie de la letra. La ley que dictamos nosotros y cambiamos cuando nos place. Es escasa la autoridad del gobierno para hablar del cumplimiento de la ley.

A reforzarla viene el Fiscal General del Estado, cuyo discurso es el mismo que el del gobierno que lo designó. Y pone sobre la mesa el instrumento para actuar: el código penal. A una iniciativa política se responde por la vía judicial. Mediando una decisión de un tribunal que ordene un comportamiento de modo público, la negativa a seguirlo será delito de desobediencia y, agravándose las circunstancias, de sedición. Y la Fiscalía actuará.

La vicepresidenta del gobierno eleva la cuestión al ámbito constitucional. Acepta que no solamente sea un problema de legalidad sino de constitucionalidad y recuerda que la propia Constitución establece su vía de reforma. Esta requiere siempre unas mayorías que los catalanes nacionalistas no podrán alcanzar jamás porque son una minoría estructural del conjunto del Estado. Indicar a los catalanes que hay una vía mediante la reforma constitucional, cuando los dos partidos dinásticos nacionales son contrarios al derecho de autodeterminación es pura mala fe.


Invocar el cumplimiento de la ley como una amenaza entra dentro de la naturaleza coercitiva de aquella. Hacerlo en el contexto de un conflicto político en materia de derechos es otra cosa. La asociación de jueces conservadores "Francisco de Vitoria", ya ha cuantificado cuántos años puede pasar a la sombra Artur Mas, quince por lo bajo. A los delitos de desobediencia y sedición, los magistrados añaden el posible de prevaricación. La amenaza trae viejas memorias. No sería la primera vez que se viera a un presidente de la Generalitat entre rejas. Ya lo estuvo Lluís Companys, a quien Franco fusiló en 1940 en una prueba evidente de lo mucho que la derecha nacionalcatólica ama a los catalanes.

Un acontecimiento de voluntad popular con cientos de miles de participantes, portada en los grandes periódicos internacionales, obtiene una rotunda respuesta: quince años de cárcel. Es obvio, sin embargo, que esa respuesta no es el fin de la cuestión. Esta se mantendrá viva y acudirá a medios de expresión que agudizarán el conflicto. Muchos independentistas reclaman el recurso a la desobediencia civil en caso de que el Estado impida la votación del 9 de noviembre. Hasta la monja Teresa Forcades. Y aquí asoma la oreja una vieja controversia sobre si es delito o no la desobediencia civil. La memoria de Martin Luther King obliga a ser cautos en la respuesta. El propio Mas, que no las tiene todas consigo, asegura que la consulta se hará, si bien ignora en qué condiciones. Sobre todo, las suyas personales.

Hay muy escasa respuesta en el lado español. Pedro Sánchez insta a Rajoy y Mas a sentarse y dialogar, sabedor de que el presidente del gobierno no tiene la menor intencion de hacerlo porque prefiere la represión a la que supone se sumará Sánchez, tan poco partidario de la autodeterminación de los catalanes como él mismo. Las formaciones políticas a la izquierda del PSOE, que yo sepa, no han dicho nada sobre la Diada. Ni lo dirán porque es asunto en el que no se sienten cómodas.

Así que, después de la pica en Flandes de la Diada, los soberanistas conservan la iniciativa política.


divendres, 12 de setembre del 2014

Y ahora, ¿qué?

Se celebró la Diada de 2014 y dejó imágenes como la que reproduzco del diario Ara en donde se aprecia la movilización popular catalana en favor del derecho de autodeterminación. Son imágenes aplastantes, incuestionables. Hasta el habitual baile de cantidades fabuladas, de informaciones manipuladas, carece de sentido. La Guàrdia Urbana habla de 1.800.000 personas y la Delegación del Gobierno en Cataluña, como acostumbra, rebaja a lo bestia la asistencia y la deja reducida a 500.000. No es cierto. Fueron muchísimos más y eso sin contar con las celebraciones en innumerables lugares del extranjero, en otros países, en otros continentes. Hasta en Australia se ha conmemorado la Diada. Y, aunque solo hubieran sido los 500.000 que finge el gobierno, ¿cuándo ha conseguido el nacionalismo español reunir a 500.000 personas, no digamos ya a 1.800.000 en defensa de su idea de España?

Precisamente ayer también la plataforma cívica Societat Civil Catalana convocaba un acto unionista en Tarragona al que, según los mossos d'esquadra han asistido 3.500 personas y, según el Ayuntamiento, 7.000. Una gran senyera en el anfiteatro de Tarragona y un lema: recuperem el seny, recuperem la senyera. Pero, eso, unos miles de personas. Demuestra escasa inteligencia táctica contraprogramar un acto multitudinario del adversario cuando uno es incapaz de sacar a la calle más de un puñado de seguidores. Queda en evidencia la gran distancia numérica, la enorme diferencia en la capacidad de movilización política de unos y otros. Los independentistas son mucho más numerosos que los unionistas.

Encima, no hay posibilidad de desacreditar el movimiento por otros motivos. 1.800.000 personas y no hubo violencia, ni un solo incidente, ni una bandera borbónica quemada, ni un destrozo. Solo se quemó una estelada y se zarandeó a un diputado de CiU pero fue en el bando unionista. ¡Qué más hubieran querido los nacionalistas españoles que un contenedor quemado, un escaparate apedreado, algo para empezar a hablar de violencia y justificar la represión!

Porque intentar, lo han intentado todo. Cada vez es más claro que la soprendente confesión de Pujol fue un intento de desprestigiar el nacionalismo, quizá un chantaje para desviar la atención de la diada a un comportamiento, obviamente reprobable, pero que no tiene nada que ver con el soberanismo. CiU estaba impregnada de corrupción. Más o menos como lo está el PP. Pero eso no tiene que ver con la reivindicación soberanista, que es socialmente transversal.

En cualquier otro lugar del mundo, un acontecimiento de esta magnitud obligaría al gobierno a dar una respuesta; a las instituciones, al Parlamento. Si un millón ochocientas personas piden derecho de voto en asunto que las concierne, tiene que haber razones sumamente poderosas para no concederlo. Pero estas no aparecen por lado alguno; es poco probable que el gobierno se dé por aludido o que el Parlamento debata sobre la posibilidad de un cambio legislativo. El primero ya ha hecho saber que "la consulta no se celebrará" porque tiene aprestados todos los medios que necesita, entre los cuales, sin duda, los represivos. Y nada más. Aquí no se mueve nada; no hay reacción alguna; se ignora la reivindicación y se espera que el movimiento, la algarabía, según la inepta calificación del presidente, remita.

Entre tanto, el 18 de septiembre, en menos de una semana, los escoceses votarán en su referéndum de autodeterminación de modo libre, pacífico y democrático, dejando en el aire una cuestión explosiva: ¿por qué los escoceses sí y los catalanes no, a pesar de su movilización? Simplemente porque el nacionalismo español, como siempre, se niega a encarar los hechos y trata de combatirlos con ficciones o pura propaganda. 

El País encastillado en su antisoberanismo de "tercera vía", atribuye la movilización al fuerte apoyo institucional, como si el unionismo no tuviera el del gobierno central. Y por todas las vías. Aun no hace medio año que que este forzó el cambio en la dirección de tres grandes periódicos para orientarlos en su favor. Uno de ellos, precisamente, el mismo El País, cada vez más alineado con las posiciones conservadoras. De las otras bazofias que pasan por prensa escrita en papel no merece la pena hablar. 

El mismo Rajoy se sintió obligado a hacer unas declaraciones y recurrió para ello a su proverbial discurso sanchopancesco con metáforas absurdas. Justificó el valor de la unidad nacional con el funcionamiento del sistema nacional de salud, precisamente ese que su gobierno está desmantelando. El independentismo es inaceptable porque gracias al dicho sistema nacional, un andaluz puede vivir con el corazón de un catalán. Una gema más en la guirnalda de expresiones  disparatadas con la que este hombre adorna su carrera política. Pertenece al género bufo de los "hilillos de plastilina", la niña que había de tener una vida digna, el precio de los chuches, el primo conocedor del cambio climático y el "haremos en España lo que Matas en Baleares". Por no mencionar el "écheme aquí una firmita contra los catalanes" cuando se recurrió el Estatuto y se desató la nueva oleada independentista.

Ni el gobierno ni el nacionalismo español quieren encarar la naturaleza del fenómeno. Ni la oposición. Las advertencias de Pedro Sánchez a Mas en el sentido de que la consulta fracturará la sociedad catalana, ¿en qué datos se basa? ¿Qué pruebas esgrime? ¿Es fractura que en Barcelona haya habido 1.800.000 personas y en Tarragona 7.000 en el mejor de los casos? Muchísimo más fracturada está la sociedad española y de eso no parece ser consciente Sánchez. 

El nacionalismo español no quiere reconocer que, por la razón que sea, los catalanes tienen algo que falta a los españoles: una causa por la que luchar.

dijous, 11 de setembre del 2014

300 años.

¿Quien dijo a los que detentan el poder que gobernar era asunto sencillo, previsible, de sentido común, de hacer las cosas como Dios manda, de ser práctico y constante? Pregunta retórica, pues no se lo dijo nadie. Se lo inventaron ellos y es probable que con el mismo espíritu con el que se inventaron que iban a reducir el paro, no subir los impuestos o respetar las pensiones.

La Diada de este año, hoy, promete ser apabullante, revelar su naturaleza de cuestión de Estado. Después de tres años de efervescencia, a raíz de la malhadada sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto, el independentismo catalán lleva la iniciativa y ha demostrado una gran pujanza basada en tres factores: a) tiene razones de peso, que debieran estar siendo debatidas pero no lo están; b) las expone de forma democrática, dialogada, positiva; c) y lo hace con un dominio de las técnicas de comunicación política envidiable.

Frente al independentismo, el Estado central, el gobierno y su partido y, en general el nacionalismo español aparecen a la defensiva, sin estrategia coordinada, sin opciones alternativas, salvo ese difuso federalismo que esgrime Pedro Sánchez, heredado de Rubalcaba. Del alcance de la propuesta da idea el hecho de que el mismo Sánchez haya dejado claro que no reconoce derecho alguno a decidir de los catalanes y que en eso coincide con Rajoy. Este, a su vez, cerrado a toda negociación, al tiempo que insiste en ser partidario acérrimo del diálogo, de la impresión de que ni siquiera tiene una idea clara de las dimensiones reales del fenómeno. Con motivo de la Diada de 2012, cuando un millón y medio de personas pidió en Barcelona que Cataluña fuera un nou estat d'Europa, Rajoy daba prueba de su incapacidad para comprender el problema diciendo que España no estaba para algarabías. Cometía así el mismo típico y altanero error que Cameron con Escocia: infravalorar al adversario, en cierto modo hacerlo de menos, despreciarlo. Justo la actitud más estpúpida frente a quienes sienten estar luchando por su dignidad como pueblo. Cameron se ha dado cuenta a tiempo y, aparte de ofrecer alguna concesión material más, ha abierto su corazón y confesado que se sentiría muy desgraciado si los escoceses se van. Es obvio que el sondeo en el que se daba mayoría a la independencia ha ayudado a la élite británica a caer del guindo. La salida de Escocia es un fracaso del Reino Unido y se ve como el portento de una época de fraccionamiento europeo.

En España no se llega a tanto. Por no faltar a la costumbre, Rajoy no entiende la gravedad del error de despreciar al adversario. Por otro lado, aquí nadie se anda con pendejadas y tiquismiquis democráticos. No se celebrará referéndum alguno. Escocia no tiene nada que ver con Cataluña porque no. Y ya está.  La soberanía nacional no se trocea, postulado en el que cuenta con el apoyo de Pedro Sánchez sin otro argumento que lo previsto en la Constitución texto, sin embargo, que los dos partidos dinásticos cambian en veinticuatro horas cuando se lo ordenan quienes en verdad mandan.

Si la consulta, o sea el referéndum, se celebrara, las consecuencias serían unas u otras. Pero es absurdo pensar que, si se prohíbe el referéndum, no habrá consecuencias. Las habrá igual pero también serán distintas. No hay duda, con todo, de que limitarse a decir, como hace el presidente del gobierno, que se han tomado todas las medidas contra la consulta, no ayuda ni una pizca a nada bueno.

Y fuera de ese decir sin decir nada que más parece un amagar y hasta un amenazar, en la capital del Estado, nadie tiene propuesta alguna. Se supone que el Rey, en cumplimiento de la tarea mediadora y estabilizadora que la Constitución le adjudica, estará haciendo sus gestiones discretamente, llamando a este o aquella, comiendo allí o allá, convocando a unos u otros. Pero, entre la bisoñez del monarca, que inaugura su reinado con una crisis mayúscula, las más grave para el Estado en decenios, no es mucho lo que cabe esperar de estas gestiones de pasillos y despachos cuando el conflicto está en la calle con banderas desplegadas.

Los independentistas, que debieran llevarse el premio Príncipe de Asturias de la comunicación, están realizando una campaña de movilización social de gran impacto, haciéndola transversal, internacionalizándola y valiéndose de las tecnologías de la información y la comunicación. Ese cartel es un éxito. Los ejes de la "v" de la victoria, si no ando equivocado, recorren la Gran Vía de las Cortes Catalanas y la Diagonal, confluyendo en la Plaza de las Glorias Catalanas. Pura simbología.

Frente a ese espectáculo de participación (en todos los sentidos del término, incluso en el crítico de la sociedad del espectáculo) de la sociedad civil catalana, en el que entran castellers, artistas, monjas, deportistas, orfeones, empresarios, inmigrantes, jueces, cocineros, etc el nacionalismo español no tiene nada que oponer, no ha fabricado espectáculo propio, ni sus intelectuales y clases pensantes se han tomado la molestia de articular uno. Las escasas manifestaciones de las autoridades o personalidades tienen un contenido hostil hacia el soberanismo, pero sin presentar propuesta alguna renovada en ningún orden. Al contrario, la España nacional, con sus quinientos años de historia, no admite variación alguna. Es monárquica, taurina y nacionalcatólica. Y gobernada por la derecha cual si fuera su cortijo. Como siempre.

dimecres, 10 de setembre del 2014

El pucherazo electoral y la unidad de la izquierda.


La adhesión de la derecha española a la democracia es inexistente. Heredera ideológica y, en muchos casos, biológica, del franquismo más criminal, considera que el Estado democrático y social que la Constitución consagra es una pepla con la que hay que cargar en estos tiempos tan contrarios al caudillismo y la dictadura, sus dos querencias. Acepta la democracia como mal menor, mientras no se pueda volver a formas de gobierno más reciamente hispánicas y nacionalcatólicas y siempre que, entre tanto, puedan reformarse las leyes para garantizar su acceso al poder y su mantenimiento en él por los siglos de los siglos, como exige el orden natural de las cosas.

Precisamente uno de estos proyectos de cambio legislativo en provecho propio es lo que propone el partido del gobierno con la elección directa de alcaldes. Pretende esconderlo y adornarlo en otro programa más amplio que llama de regeneración democrática. Que este partido, una presunta banda de malhechores creada para expoliar el erario público, y cuyos dirigentes, incluido el presidente del gobierno, llevan veinte años cobrando dineros de la corrupción, apadrine una regeneración democrática es algo tan absurdo que solo puede darse en España, la tierra del esperpento. Tal proyecto de elección directa de alcaldes pretende garantizar que el PP siga mandando en los principales ayuntamientos con el doble objetivo de continuar robando y de impedir que otros gobiernos municipales puedan auditar su gestión y pasar factura por las tropelías cometidas hasta la fecha.

Los sondeos vaticinan unos resultados desastrosos para el PP en las próximas elecciones municipales y autonómicas de mayo de 2015. Con un poco de suerte, conservaría el gobierno de las dos ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, baluartes de la cristiandad en tierras del infiel. Y, con las alcaldías, también perdería los gobiernos autónomos de gran parte de las Comunidades en las que, como en Madrid y Valencia, lleva decenios haciendo chanchullos, expoliando las arcas públicas, llenando los bolsillos de los militantes, amigos, deudos y clientes; en definitiva, privatizando, robando lo público, quedándoselo a precio de ganga, haciendo política neoliberal.

Aunque aun falten más de ocho meses hasta los comicios, no es cosa de tratar de recuperar el terreno perdido a base de campañas electorales y preelectorales, sobre todo ahora que ya no pueden pagarse con dinero de la Gürtel, porque, el desprestigio del partido y sus políticas ha alcanzado un punto de no retorno. La corrupción, el robo generalizados, la manifiesta incompetencia y estupidez del presidente del gobierno y sus ministros, el carácter retrógrado, nacionalcatólico de sus políticas, su evidente actitud antipopular de saquear a la población en beneficio de los ricos, la ruina del país y sus clases medias y la crisis territorial en que ha sumido a España, no pueden ya disimularse más ni siquiera en una situación en la que el gobierno dispone de unos medios de comunicación en actitud de casi total sumisión lacayuna a sus designios, solo aptos para denigrar a la oposición y alabar las arbitrariedades del poder.

Los índices de popularidad del presidente y los ministros son los más bajos de la historia democrática española y la intención de voto a su partido prácticamente inexistente. El descrédito de su acción alcanza cotas insuperables. Nadie cree a Mariano Rajoy cuando, forzado por las circunstancias, se ve en la necesidad de farfullar alguna explicación en ese español que no llega a dominar y todo el mundo piensa, incluidos sus seguidores, que el hombre no hace otra cosa que mentir y mal. Afortunadamente para él, dada su carencia de dignidad, ello no parece afectarlo. De otra forma, hace mucho tiempo que, al estar bajo fuerte sospecha de haberse lucrado con dinero negro, se habría ido a su casa para no seguir siendo la ridícula vergüenza internacional que hoy es.

En esas circunstancias, la única posibilidad de contrarrestar los vaticinios de los sondeos es cambiar la ley electoral. Hacerlo a ocho meses de la consulta es una trampa típica de ventajista, desde luego. Pero no parece que tal cosa arredre a un personal que lleva veinte años haciendo trampas de todo tipo, cobrando sobresueldos de la caja B y financiándose ilegalmente. Téngase en cuenta que la alternativa es mucho peor. Gentes como Cospedal, Fabra, Feijóo, Monago, Botella, Barberá, verdaderos ejemplares de un proceso de selección política a la inversa en el que se promueve a los más ineptos, símbolos de una forma autoritaria, antidemocrática de gobernar, perderían sus canonjías, sus estructuras caciquiles, sus séquitos de amigos, enchufados y clientes.

A todo lo anterior se añade un dato que la derecha tiene muy presente: la división de la izquierda hace casi seguro que, con una reforma electoral como la prevista, que prima con mayoría absoluta la lista que pase del 40 por ciento, conservaría todos sus cargos municipales y autonómicos y hasta ganaría algunos otros. Con ese señuelo es casi seguro que la derecha cambiará la ley electoral gracias a su mayoría absoluta, sin pactarla con nadie, de forma autoritaria, por decreto, con su inconfundible estilo fascista adiornado de frecuentes llamadas al diálogo.

De darse esta situación extrema, la izquierda solo tiene una respuesta posible si quiere sobrevivir: presentarse a las elecciones con candidaturas unitarias que agrupen a todas las organizaciones de esta tendencia. Todas quiere decir todas, incluido el PSOE. No hacerlo así es un acto de irresponsabilidad que llevará a que esta derecha nacionalcatólica y troglodita acabe de destrozar el país con otro mandato de cuatro años.

Continuar con las desavenencias, con las críticas, los desplantes y los insultos; seguir, como en el caso del PSOE, amagando con pactos con el PP y negando todo entendimiento con lo que da en llamar “populismos”; mantener, como en el caso de IU que el PSOE y el PP son la misma mierda y negar toda posibilidad de alianza (siendo así que la federación, gobierna en Extremadura y Andalucía en situación de franca esquizofrenia); perserverar, como en el caso de Podemos, en que el PSOE es parte de la casta y rechazar cualquier posible colaboración con él; todo eso son recetas seguras hacia el fracaso y la derrota electoral.

En noviembre de 1933, las izquierdas fueron a las elecciones desunidas y las derechas formando una piña en la CEDA. El resultado fue el bienio negro. Al día de hoy y en mayo de 2015, es fuerte la tentación de repetir tan estúpida decisión en virtud de un cálculo de oportunidad que, seguramente, saldrá mal. No conviene, suele decirse, alianza alguna preelectoral porque en mayo de 2015, por fin, puede darse un realineamiento de la izquierda, el PSOE descenderá y dejará de ser el partido hegemónico, se producirá el ansiado sorpasso y habrá posibilidades de un verdadero gobierno de izquierda. A su vez, también el PSOE puede incurrir en un cálculo igualmente irresponsable al insistir en que sus problemáticas posibilidades de recuperación dependerán de que no se presente en amalgama con ninguna otra formación. Que el cálculo que haga IU seguramente será también erróneo se deriva de la acreditada capacidad de la organización para equivocarse en sus previsiones.

El fraccionamiento de la izquierda no se limitará a ser la enésima manifestación de una incapacidad teórica y práctica lamentables, la prueba de qué hondas son en ella las raíces del oportunismo, el dogmatismo, el personalismo, el culto a la personalidad y la falta de sentido real de transformación social. Será algo mucho peor. Será la evidencia de que el discurso socialdemócrata está muerto y solo actúa como trasunto del neoliberalismo más inhumano. Pero también de que el sentido crítico y la voluntad de emancipación real de la izquierda transformadora no es más que retórica hueca y bombástica de unas gentes incapaces de ver un palmo más allá de su narcisismo o sus intereses de burócratas paniaguados.

dimarts, 9 de setembre del 2014

La igualdad y el privilegio.


En el cielo hay zafarrancho de revista y todos sus moradores andan azacanados tratando de cumplir los encargos que les llegan de la tierra. En concreto del gobierno español, cuya forma de entender la aconfesionalidad del Estado consiste en hacer outsourcing, o "externalizar" sus obligaciones en el cielo. Una forma de privatizar servicios públicos esenciales encargándoselos a los seres angélicos, amigos de siempre y gente bien de toda la vida.

Y no se crea que se trate de decisiones esporádicas u ocasionales. Es una política regular, sistemática, que debiera ya tener sección fija en el Boletín Oficial del Estado más apropiadamente llamado Boletín Oficial de la Parroquia. Veamos: se estrenó la ministra Báñez encargando la solución del paro a la Virgen del Rocío. Se sumó después el ministro del Interior, un encargado de negocios de la Santa Sede en España, condecorando a la Virgen del Pilar e impetrando el favor de Santa Teresa de Ávila para guardar el orden público. La alcaldesa Botella interrumpió su intensa actividad de agosto a fin de pedir a la Virgen de la Paloma lo mismo que Báñez a la del Rocío, pero para los madrileños, a quienes San Patricio, santo silvícola, proteja de las caídas de ramas de árboles. El alcalde de Valladolid, mártir de la vesania femenina universal, pide a la Virgen de San Lorenzo que "eche una mano" en la recuperación del empleo en la ciudad. Aguirre a quien las vírgenes deben de parecer poca cosa en su condición de Dama del Imperio Británico, pone su destino, o sea, su carrera política, en manos de la Divina Providencia; del jefe máximo.

¿Qué les sucede? ¿No están en sus cabales? Pudiera ser, pero es indiferente. Lo esencial es que creen vivir en otro mundo, estar hechos de una pasta especial, gozar de la predilección de las cohortes celestiales, interaccionar con santos y santas como con el dentista o el notario. Se piensan superiores. Basta escuchar a Gallardón, Wert y hasta el inefable Cañete. ¿Iguales ellos a la chusma a la que hacen el favor de gobernar? ¿Ellos, que hablan de tú a tú a las once mil vírgenes? ¿La igualdad? Eso ¿qué es?


Sí, efectivamente, ¿qué es? Nada. Pura envidia. La derecha detesta el principio de igualdad. He aquí lo que escribía al respecto Rajoy en El faro de Vigo en 1983, hace más de 31 años y, por tanto, a los veintiocho de la vida del autor, una edad de pasión y fuego, de ilusiones y grandes ideales. Ese conjunto de necedades retrata a la perfección el juicio de la derecha sobre la igualdad y su defensa de la desigualdad basada en la tosca falacia de equiparar un principio moral con un hecho. Explicar al autor de este texto que los partidarios de la igualdad no creen que los seres humanos sean iguales de hecho, sino que deben ser iguales en derechos, es tarea inútil. Por eso ha llegado a presidente del gobierno de España.

Lo contrario de la igualdad, según en qué sentido, no es la desigualdad de hecho sino el privilegio. Y ese es el nudo de la cuestión. La derecha postula la desigualdad (incluso dice que es un acicate para la superación personal y el logro de lo que llama con temor reverencial la excelencia) pero piensa en el privilegio que es lo que considera suyo propio, desde el origen de los tiempos, genéticamente, que diría Rajoy.

Las divertidas peripecias del incidente de circulación de Aguirre han reventado Twitter que es en donde se concentra la mayor densidad de pitorreo por minuto y tuit. Si tuviera tiempo, me marcaba ahora una teórica sobre cómo el ágora pública digital está comiéndose a la otra, a la que ya no sé ni cómo llamar porque, desde luego, no es más "real" que la primera. Ya habrá ocasión.

Lo oportuno aquí es repasar el comportamiento de la dama en el lío que ella sola ha organizado por su arrogancia y majadería. Estaba en falta y se enfrentó achulapada a los agentes, tratándolos de tú, imputándoles intenciones torcidas, desobedeciéndolos y embistiéndolos. Se escudó luego en los agentes de la Guardia Civil para escabullirse de los otros. Aprovechó su acceso libre a todos los medios para dar su versión, falsa y altanera de los hechos y seguir acusando a los empleados públicos de perversos propósitos. Cuando el juez ha devuelto el sumario ordenando que se instruya como delito, ha cargado contra el juez en cuya decisión insinúa prevaricación y de nuevo contra los agentes. Por supuesto, con el auxilio entusiasta de los medios afines que andan investigando oscuros contactos de algunos de aquellos con Podemos. Todo el mundo sabe que si una ciudadana ordinaria hubiera hecho lo que Aguirre, esa noche hubiera dormido en un calabozo. Pero no la expresidenta de la Comunidad de Madrid que, obviamente, cree estar por encima de la ley; que no es igual a la chusma; que tiene derecho al privilegio. 

Vienen a la memoria las palabras del abdicado: "la Justicia es igual para todos". Dime de qué presumes... La Justicia no es igual para él mismo, ni para su hija, ni su yerno, ni los Fabra, Matas, ni siquiera para la insoportable señora Aguirre.

La defensa del privilegio es el meollo del pensamiento y la acción de la derecha. La ley está para que la cumplan los demás, los que son iguales ante ella, pero no para que la cumplan los privilegiados. Rajoy sabe mucho de esto. Lo tiene muy pensado desde joven.

dilluns, 8 de setembre del 2014

La corrupción no es solo cosa de dinero.

Decía Joseph Goebbels, hombre inteligente y culto, aunque moralmente depravado, que "está bien tener un Poder que descanse sobre las bayonetas; pero es mucho mejor y más satisfactorio conquistar el corazón de la gente y conservarlo". Y a eso dedicó su vida en pro de una ideología que la humanidad ha considerado monstruosa. Lo hizo como ministro de Propaganda del Reich, mediante el manejo de los medios de comunicación.

Llegaría luego el momento en que la sociología occidental formulara el axioma de la segunda mitad del siglo XX y más allá: la teoría del fin de las ideologías. Nadie objetó que era arriesgado decretar el fin de algo cuya naturaleza no se conocía con exactitud. Las ideologías habían muerto en el curso del desarrollo de las sociedades industriales. Algún raro, como Inglehart, se puso a hablar de "valores postmaterialistas", en donde alentaba cierto vestigio ideológico, pero se le hizo poco caso. Las ideologías eran cadáveres. La nazi y la comunista singularmente, forma funeraria que adquiere la frecuente negativa a admitir la dualidad izquierda/derecha.

¿Y qué se predica entonces? Precisamente la inanidad, la inconveniencia de toda ideología. Y se hace de la misma forma que aquella, a través de los medios de comunicación, infinitamente más potentes en todos los sentidos que los del tiempo de Goebbels. Esa insistencia en que las decisiones políticas y las jurídicas son (o deben ser) meramente técnicas, sin mezcla de ideología alguna, rezuma prejuicios ideológicos. La idea es que la política es una mera administración racional de las cosas, sin atención a los valores. Esa administración racional está tomada de la teoría de la decisión racional que presupone que esta es siempre egoísta.

El resultado evidente, inmediato, de esta "tecnificación" de las decisiones políticas es la corrupción, algo que sus propios beneficiarios admiten y a lo que dicen que hay que combatir por vía legislativa. No obstante y a pesar de su gravedad y la aguda conciencia social que despierta, la corrupción no es solamente un asunto económico de cohechos, malversaciones, apropiaciones indebidas, etc; eso no es sino el epifenómeno. La realidad es que el conjunto del sistema está corrompido, no solo económica sino también moralmente.

La principal regla no escrita de la democracia es la sinceridad y la veracidad. Forman parte de los requisitos de la acción comunicativa de Habermas. La democracia es un debate en el que se presume la buena fe. No es admisible una basada en el engaño y la mentira sistemáticos. Es una forma corrupta de democracia, raíz vigorosa de todas las demás corrupciones. Llegar al poder ensartando una ristra de mentiras, como hizo Rajoy y le jaleó el aparato mediático (imagen primera), es inadmisible e ilegítimo. Así se ganó el corazón de la gente, como recomendaba Goebbels y a través de los medios de comunicación. Se argumenta, sin embargo, que no se trataba de mentiras, de enunciados de hecho, sino de intenciones, de promesas que después serían imposibles de cumplir. No hay corrupción, no hay mentira sistemática sino un duro cumplimiento con el deber.

Pero queda la otra exigencia goebbelsiana: conservar el corazón de la gente una vez conquistado. Y ahí aparece de nuevo el uso de la mentira planificada, sobre asuntos de hecho con implicaciones incluso penales y sin excusa alguna. La imagen segunda es una recopilación parcial, muy parcial, de ejemplos del uso de la mentira sistemática como forma de comunicación del gobierno con la opinión pública y con la instancia parlamentaria. Ese es el fondo oscuro de la corrupción, amparado en la impunidad. El que hace que un Rey salpicado por la sospecha de la corrupción haya de abdicar y un gobierno al que sucede lo mismo no considere que deba dimitir.

diumenge, 7 de setembre del 2014

Si España se rompe, ¿de quién será la culpa?


Siento ser reiterativo, pero no veo cómo evitarlo. En España muchos asuntos ocupan la atención de la colectividad, nutren debates y tertulias: la crisis económica, la llamada regeneración democrática, los demás proyectos legislativos del gobierno, la corrupción, el efecto Podemos, el destino del PSOE, la unidad de la izquierda. Temas muy importantes, desde luego; tanto que apenas se dedica la atención que merece a otro infinitamente más grave, de mayores consecuencias a corto, medio y largo plazo: la posibilidad de la separación de Cataluña. Y no se le dedica porque los españoles no acaban de percatarse de su trascendencia; no creen, en el fondo, que dicha posibilidad sea una probabilidad; no ven correctamente la situación real; piensan, casi inconscientemente, que no llegará la sangre al río

Quizá por eso, y no por tradicional incuria, carecen de propuestas positivas alternativas a la requisitoria independentista. Los socialistas, tan nacionalistas españoles como los conservadores, esgrimen un confuso proyecto federal en el que no creen ni ellos como se prueba por el hecho de que no lo aplicaran en sus veinte años de gobierno. Los conservadores no solamente carecen de toda propuesta sino que lo tienen a gala porque, a su juicio, las cosas están muy bien como están, el independentismo es un delirio o un delito y medios tiene el Estado de tratar con él, sea lo uno o lo otro o ambas cosas al mismo tiempo. El mero hecho de que toque a este gobierno, tan limitado intelectualmente como reaccionario y nacionalcatólico, tratar con el mayor desafío a la unidad de España de los últimos cien años o más es ya una tremenda desgracia.

Entre otras cosas, la Transición fue un compromiso de solución de la sempiterna cuestión territorial española. Fue más cosas y todas ellas por compromisos cuyo mayor defecto fue la desigualdad o asimetría. No corresponde aquí hablar de los demás pero en lo referente a la organización territorial del Estado, el título VIII de la Constitución, el fracaso es ya evidente. Y lo es porque la derecha, especialmente la derecha, aunque haya participado el conjunto del nacionalismo español, incluido el de izquierda, no ha respetado su parte en el compromiso. La transición, entendida como la última fórmula de convivencia de las distintas naciones en el Estado español, ha fallado. Hemos alcanzado un punto de no retorno del que, sin embargo, la opinión pública española no parece tomar conciencia. Y ese es el motivo de mi preocupación e insistencia. De todo ello trato de dar cumplida cuenta en el libro que sacará Península próximamente sobre El ser de España y la cuestión catalana

Aquí proseguiré ese razonamiento al hilo de la actualidad. La pregunta de quién será la culpa si España se rompe se responde señalando a la derecha. Fundamentalmente porque su estilo autoritario, intransigente, impositivo de gobierno de siempre excluye los acuerdos con agentes distintos. Con mayoría absoluta, la derecha no pacta nada, ni las medidas para garantizar eso que dice le preocupa tanto de la unidad de España. Los españoles han de aceptar el criterio nacionalcatólico tradicional o callarse y excluirse de la refriega. La derecha intolerante, este gobierno, sin ir más lejos, tiene toda l a responsabilidad de lo que suceda porque no permite participar a nadie más salvo que acepte sus términos.

Y ¿qué terminos son esos? Un breve repaso a la situación: el cardenal Cañizares, nuevo arzobispo de Valencia, toma posesión hablando de la prioridad de la unidad de España. ¿Qué España? La de la Cruzada, según recordaba hace una fechas otro clérigo en Los Jerónimos de Madrid, animando a las huestes cristianas a emprenderla si es necesario. El inefable ministro de Educación arrancó su mandato queriendo españolizar a los niños catalanes, siendo así que, según su ideología, ya son españoles por el hecho de ser catalanes. Querrá decir, más españoles; o menos catalanes. Los militares rezongan en los cuarteles y sus revistas y formulan vagarosas e indirectas amenazas que nadie quiere oír.

El presidente del gobierno muestra una insensibilidad pasmosa. Se limita a decir que no es posible ir contra la ley, de la cual él es el garante. Él, que la cambia cuando le conviene por meros intereses partidistas y que carece de todo crédito en punto a comportamientos estrictamente legales. Cospedal propone un frente español antinacionalista en Cataluña del que, como muy buen tino, se han distanciado el PSC y Unió que no quieren verse en tan intemperante como provocativa compañía. Y Sáez de Santamaría riza el rizo recomendando altaneramente a Mas que no obstaculice con pendejadas soberanistas el potente liderazgo español en la recuperación europea. Lo irritante de esta impertinencia no es que dé por ciertas las habituales mendacidades y fabulaciones de su jefe Rajoy sobre la salida de la crisis, sino que sea la enésima prueba de la intolerancia y la soberbia de la derecha española: lo que tienen que hacer los nacionalistas catalanes (y todos los que no piensen como ella) es callarse y no dar la brasa. España es el predio de la oligarquía nacionalcatólica de toda la vida, perfectamente representada en este gobierno.

¿Y la sociedad civil? El ministerio de Asuntos Exteriores acaba de prohibir un acto de presentación de una novela de Albert Sánchez Piñol en el Instituto Cervantes de Utrecht. La novela versa sobre la toma de Barcelona en 1714. El ministro García Margallo lo prohíbe por "razones políticas", sin calibrar (y eso que es diplomático) lo que tiene de simbólico que la censura se haga en Utrecht y mucho menos la carga que le añade su propia personalidad y biografía porque García Margallo es sobrino nieto de un capitán García-Margallo muerto en El Annual en 1921 y bisnieto de un general Margallo muerto en Melilla en 1893, en la llamada "guerra de Margallo". Es decir, un descendiente de una típica familia africanista y, por ende, franquista.

En efecto, ¿y la sociedad civil? Los intelectuales, los escritores, las figuras públicas brillan aquí por su ausencia. No han sido capaces de subscribir una carta o manifiesto como la de los famosos ingleses dirigida a los escoceses y en la que, respetando su derecho a la secesión, les pedían que no se fueran. Al contrario, de haber suscrito algo han sido piezas hostiles al nacionalismo catalán, bien de modo bronco, negándole legitimidad y legalidad, bien de forma más morigerada pero similares intenciones. Y tampoco parecen dispuestos a elevar la voz ante un acto flagrante de censura, de negación de libertad de expresión a un colega por el hecho de ser catalán y escribir desde perspectiva catalana, aunque lo haga en español.

Nada. Un vergonzoso silencio frente al desafío mayor a la persistencia de la nación como la conciben los estamentos pensantes españoles. Si acaso, algunas divagaciones altaneras sobre la pobreza conceptual de los nacionalismos en general de los que, por supuesto, están excluidos quienes las elaboran. Pero de eso se tratará en otro post.

Lo dicho: si España se rompe la culpa será de la derecha nacionalcatólica. Y el asunto es un verdadero sarcasmo porque esta derecha es la heredera ideológica de la que desató un golpe de Estado, una guerra civil y más de treinta años de dictadura para evitar dicha ruptura, exterminando no solo a los nacionalistas sino también a las izquierdas, a las que acusaba de connivencia con estos.

dissabte, 6 de setembre del 2014

Reflexión sobre Podemos.

La fulgurante aparición de Podemos ha sembrado el desconcierto en el sistema político, lo cual es una muestra de lo lentos que somos en nuestras percepciones y nuestra poca capacidad para explicar las novedades. Hace lustros que se teoriza sobre la "sociedad de la información y la comunicación", la "sociedad mediática", las democracias de los medios. Pero seguimos sin entender cómo funcionan. Los partidos ya no se fundan en modestas tascas de barrio o en los mullidos despachos de abogados y banqueros y en relaciones personales. Surgen de una realidad abigarrada, fragmentada, que llamaría "postmoderna" si supiera qué quiere decir eso. De una comunicación que trasciende el orden personal, mediada por las TICs. Incluso algún adelantado del análisis político académico, como Rospir, propuso llamarlos media parties hace años. Podemos tiene algo de esto, pero no se agota en ello. Ni mucho menos.

Sentado, pues: la reacción mayoritaría del establishment político mediático ha sido hostil. Eso que antes se llamaba el sistema, un término similar al de casta de Podemos y también muy conveniente porque permite identificar un enemigo y hacerlo de un modo suficientemente vagaroso para incluir o excluir de él a quien nos parezca en cada momento. Ese pronombre "nos" es la clave del concepto, la clásica e implícita contraposición entre "nosotros " y "ellos". Aclaro que me refiero a la vieja idea de sistema. Esta reciente que se trasluce de las acusaciones de "antisistema" en boca de gentes conservadoras es un contrasentido que no cuaja, pues usan el término sistema como sinónimo de "orden constituido", el que las beneficia a ellas.

La reacción ha sido muy hostil. La derecha no ha parado en barras y tanto sus políticos, diputados como sus innúmeros portavoces en los medios y tertulias han ido al ataque en todos los frentes, político, ideológico, social, personal. Con tanta saña que algunos se preguntan si no se conseguirá el efecto contrario de ensalzar la formación a ojos de la opinión pública. Porque esa opinión es muy contundente. Pablo Iglesias es el líder mejor valorado en los sondeos; Mariano Rajoy, el peor. Ya no gana ni al socialista.

El PSOE ha sido más moderado, pero su reacción es igualmente hostil. Podemos es antisistema, populista y neobolchevique. Alfonso Guerra propone una alianza entre PP y PSOE frente al resurgir de neofascismos y neocomunismos. Es comedido. No menciona Podemos, pero no hace falta. Felipe González sí se desmelena más y compara Podemos con Chavez, Le Pen, Beppe Grillo y Syriza. Otro que tampoco entiende la sociedad mediática en la que vive y sobre la que teoriza. Si algo tienen en común Chavez, Le Pen, Beppe Grillo y Syriza es que salen por la tele. Pero eso le pasa a él también, así que habría que incluirlo en la lista de no ser porque esta lista es una tontería, con todos los respetos.

La reacción de IU es cautamente ambigua. Los resultados electorales recientes y el sentido común indican que la federación ha sido el principal caladero de votos de Podemos. De ahí esa actitud ambivalente de sí pero no, somos lo mismo pero no somos lo mismo y otros sofismas que no dejan mucha salida a ninguno de los dos porque tampoco Podemos puede permitirse ir a una alianza con una fuerza tradicionalmente perdedora y ahora debilitada precisamente por su presencia. Es una situación cruel, pero no tiene otra salida que la hegemonía de Podemos à tout hazard.

Porque, efectivamente, contra pronósticos, Podemos supone una alteración sustancial del sistema político. Al día siguiente de las elecciones europeas (que hicieron trizas la autoestima de los sondeos) hubo una cascada de dimisiones en otros partidos y fuerzas; hubo primarias, secundarias, terciarias y hasta tercianas. Incluso ha amanecido un proyecto de reforma de la Ley Electoral General, dentro de un plan pomposamente llamado de "regeneración democrática". Lo suficiente para que, al margen de consideraciones más o menos coyunturales, se intente un análisis, siempre provisional, pero imparcial del fenómeno. Confieso de antemano que mi imparcialidad es compatible con mi simpatía por el movimiento y sus dirigentes, a algunos de los cuales conozco personalmente y de los que me siento cercano, especialmente Iglesias, Errejón o Urbán.

Podemos tiene una faceta inmediata, práctica, contingente. A ocho años de una crisis sistémica, aguda y que parece no tener fin; a tres años de un gobierno especialmente antipopular, autoritario y corrupto de la derecha; con una sociedad civil desmoralizada, después de una experiencia de fracaso del último gobierno de Zapatero, el terreno estaba baldío pero en barbecho. La aparición de un movimiento nuevo, fresco, joven, sin vínculos con el oscuro pasado, dirigido por una personalidad fuertemente carismática, popularizada en los medios de comunicación, viralizada en las redes sociales, iconografiada ya hasta en videojuegos, tenía que despertar una oleada de simpatía popular, adhesión y, por supuesto, esperanza. Porque todo eso se da en un contexto social caracterizado por un paro juvenil masivo que hace hablar de una "juventud sin futuro", una contradicción en los términos porque la juventud es el futuro.

Pero Podemos tiene una faceta mediata, de más peso teórico, menos transitorio. Tiempo habrá de estudiar hasta qué punto el movimiento se fragua en las asambleas del 15-M, pero la relación entre ambos, 15-M y Podemos es evidente. Es más, hasta cabe decir que esta fuerza es la forma que adquiere el debate algo atascado en el 15-M, acerca de cómo alcanzar eficacia en la acción política, si manteniendo la asamblea u organizándose en partido. De ahí que Podemos tenga todavía pendiente esta cuestión organizativa, que ya se verá cómo se soluciona. 

Al margen de ello, sin embargo, sí parece claro que la organización de los círculos acepta el principio democrático de que al poder se llega ganando elecciones. Eso del neobolchevismo es un golpe bajo. Ahora bien, las elecciones tienen unas condiciones, unos requisitos, formales y materiales que, de siempre, han sido fuerte escollo para las aspiraciones de las izquierdas en todo el mundo. El primero de todos, dictado por la experiencia, es que en las sociedades occidentales (a falta de nombre mejor) la mayoría, que es lo que se precisa para ganar, es centrista. Las opciones, en consecuencia, moderan su lenguaje y sus programas para no verse arrinconadas. Ahí tiene poca cabida la disyuntiva crasa izquierda-derecha que, sin embargo, sigue siendo real, de forma que se multiplican las anfibologías, los eufemismos: clases medias, los de arriba y los de abajo, etc.

Hay más, mucho más en los procesos electorales (listas, escutinios, etc), pero nos quedamos con la cuestión esencial: cómo obtener la mayoría electoral para una opción de izquierda hoy. Hay dos pasos: a) coalición de la izquierda (preelectoral o postelectoral) en sentido estricto; b) coalición de la izquierda en sentido amplio. 

Respecto a a) no es exagerado decir que Podemos se perfila como el eje en torno al cual quizá pueda fraguar una unidad de la izquierda. Si frentista o no es cosa de terminología. El problema no es terminológico, sino de contenido. Se trata de saber si las demás izquierdas, IU y sus constelaciones, aceptarán formar parte de una alianza hegemonizada, quieran o no, por Podemos. Doy por supuesto que esta coalición por sí sola no daría el gobierno a esta unión de la izquierda. Si no fuera así y se la diera, podríamos ahorrarnos considerar el paso b).

Respecto a b) y en el supuesto de que a) salga adelante. Se trata de saber si en la coalición entra o no el PSOE y cómo. Cuestión la más peliaguda por las murallas de reticencias por todas partes. Según unos, es pronto para decidir y conviene esperar los resultados de las municipales de mayo de 2015 y ver cuáles son los del PSOE. Si este va en una senda de pasokización o si mantiene su segundo (y puede que hasta primero) puesto en la dualidad de partidos dinásticos. Desde luego, las proporciones que se decanten serán decisivas para las opciones que adopten los dirigentes. Y es probable que, al final, la decisión recaiga sobre Podemos y el PSOE ex-aequo.  

Y aquí es donde hay que pensar si la sociedad española se merece otros cuatro años de gobierno de esta derecha.