El pronunciamiento es de Rubalcaba. Al tratarse de la abdicación de Juan Carlos I, su aforamiento, el ascenso al trono del sucesor, el PSOE, invocando lealtad a los "compromisos" de la transición, ofreció su leal apoyo a la Monarquía, tanto más valioso cuanto se prestaba en horas bajas de esta. El PSOE guardaría en el armario su "alma republicana" para facilitar la gobernación del Estado monárquico. Por eso Palinuro considera que los dos partidos mayoritarios son partidos dinásticos, denominación acrisolada que recuerda la primera restauración borbónica que, en realidad, era la segunda, pues primero vino la del Deseado, Fernando VII. Hay qué ver qué cosas desean los españoles. La segunda, en realidad la tercera, la vuelta de Alfonso XII de la mano del generalato. Y la tercera, esto es, la cuarta, con el nombramiento de Juan Carlos como sucesor de Franco a título de Rey y que ahora se prolonga en la figura del sucesor del sucesor.
Ayer, PP, PSOE y UPyD votaron en contra de tramitar una proposición de celebrar un referéndum de los del artículo 92 de la Constitución, de carácter consultivo, sobre si los españoles queremos una Monarquía o una República. Los otros partidos se abstuvieron, como en el caso de CiU, o votaron a favor de la proposición que, por supuesto, resultó derrotada por abrumadora mayoría: 274 votos en contra, 26 a favor y 15 abstenciones; de 316 diputados presentes.
El partido con el alma republicana votó ayer en contra de su alma. Y no crea el lector que lo hiciera con el desgarro interno con que, es de suponer, Enrique II ordenó el asesinato de Becket. Con perfecta tranquila conciencia. Y votó todo el personal socialista presente; nadie se abstuvo, ni los que cultivan imagen de díscolos. Todo el grupo parlamentario votó en contra de preguntar/consultar a los españoles si prefieren una Monarquía o una República. Votó en contra. Pudo abstenerse y salvar así algún rescoldo del espíritu republicano. Solo con la mayoría del PP hubiera bastado para rechazar la propuesta; los votos del PSOE no eran necesarios. Pero ni siquiera se sintió el socialismo obligado a recurrir a esa ficción tan común en teoría de juegos, cuando un jugador puede permitirse el lujo de una apuesta vistosa que le dará mucho prestigio, pero sabiendo de antemano que no va a ganar, pues no le interesa. No, no: se votó en contra para subrayar el carácter dinástico del PSOE por si alguien lo dudaba, su lealtad a la Corona, al principio monárquico.
Y ¿qué fue del alma republicana? Desapareció por el sumidero de la historia como lo hizo el derecho de autodeterminación que el PSOE propugnaba al comienzo de la transición. Pero con la tradición republicana no será tan fácil ya que, si el derecho de autodeterminación es cosa de minorías nacionales no españolas, esa tradición republicana está muy extendida entre los españoles y se transmite de padres a hijos que se añaden luego a los seguidores del republicanismo de nuevo cuño.
Ahí el PSOE tendrá un problema real porque sus bases republicanas se sienten incómodas con el carácter dinástico de su partido. Este monarquismo sobrevenido es parte de un ánimo de derechización del PSOE, como se ve la cuestión catalana, las relaciones de la Iglesia y el Estado, la gestión económica de la crisis. La deriva a la derecha puede costarle fuga de votos hacia su izquierda si bien, en este asunto concreto de la visión republicana, el temor no es tan grande porque en Podemos, por ejemplo, se piensa que la república y la guerra civil no son temas que motiven al electorado.
La falta de valentía del PSOE es deplorable. Es incapaz de plantearse los rasgos básicos de un sistema político del que se beneficia casi en régimen de duopolio con el PP pero del que se distancia una mayoría cada vez más amplia de gente. Y, preguntado por la posibilidad de que, por fin, se materialice de algún modo esa alma republicana, el socialismo español responde invariablemente que ahora no corresponde. Han pasado casi cuarenta años del primer "no corresponde", sigue sin corresponder y puede continuar así hasta el siglo XXII.