Es curioso que nuestras sociedades democráticas otorguen tanta importancia al liderazgo. Seguramente es un resultado de la llamada "americanización" de la política cuya primera característica es su personalización. Aun así, es un fenómeno extraño que no acaba de encajar en el contexto de la democracia, que es régimen discursivo por excelencia, igualitario, sin preeminencias. Se utiliza el término inglés leader, españolizado como líder y ya dotado de familia gramatical completa con el verbo liderar, el sustantivo liderazgo (con variante futbolística en liderato) y una reciente forma femenina en lideresa quizá porque cualquier otro que se emplee en otras lenguas trae malos efluvios a la memoria: caudillo, Duce, Führer, Conducator. La idea es siempre la misma: mando, dirección, jefatura. Un líder es un caudillo, algo de lo que los "acaudillados" huimos como de la peste y sin embargo cuando un partido, un club, una asociación cualquiera carece de un liderazgo claro auguramos lo peor para su empresa.
Precisamente de los dos partidos españoles que pasan por situaciones críticas en estos momentos como ellos mismos admiten, el PP e IU (que no es propiamente un partido pero funciona como tal), se dice que sufren un problema de liderazgo, mientras que el partido del Gobierno aparentemente tiene este capítulo bien servido. Nadie en su seno discute la autoridad del señor Rodríguez Zapatero a quien algunos atribuyen ya hasta una legitimidad carismática. Puestos a hacer la pelota, ¿por qué no? La experiencia dice también que raramente se resisten los agraciados a estas lisonjas. Recuérdese cómo el señor Aznar, cuya figura vendían sus valedores como la del hombre normal frente al culto al supuestamente endiosado señor González acabó creyéndose un hombre providencial y hasta un milagro en sí mismo. Es posible que el señor Rodríguez Zapatero no incurra en ese vicio pero camino lleva.
De lo que se trata aquí, sin embargo, es de los otros dos citados partidos y sus controvertidos dirigentes, señores Llamazares y Rajoy. El primero ya está amortizado puesto que no intentará revalidar su cargo de Coordinador General de IU en el congreso del próximo mes de noviembre. El segundo no lo está prima facie, ya que cuenta con apoyos suficientes para mantenerse en el puesto en su congreso en junio pero su mandato se encuentra bajo escrutinio de quienes dentro de su partido, sintiéndose con títulos suficientes y mejores dotes, aspiran a sucederlo. Es decir, el señor Rajoy, tan cuestionado en su liderazgo como el señor Llamazares, se mantendrá mientras gane las sucesivas elecciones que jalonarán la larga travesía del desierto hasta las generales de 2012.
En resumen, a raíz de las elecciones del nueve de marzo, tenemos dos liderazgos cuestionados, los perdedores, y uno fortalecido, el ganador. Ahora bien, mirados de cerca, ¿qué tiene el señor Rodríguez Zapatero que no tengan los señores Rajoy y Llamazares? ¿Qué Sarkozy que no tenga Royal? ¿Qué Bush que no tuvieran Al Gore o John Kerry? Me refiero a las personas. En principio, nada. Lo único que todos ellos tienen frente a sus adversarios es el hecho de haber ganado unas elecciones y haberlo hecho en algunos casos por márgenes tan escasos que bien podían haberlas perdido. A veces así fue: el señor Bush ganó las elecciones de 2000 frente a Al Gore haciendo trampas.
Conclusión: no se ganan elecciones porque se sea líder, sino que se es líder porque se ganan elecciones. Por supuesto tampoco esto puede enunciarse con tanta generalidad. Habrá veces en que alguien gane las elecciones por su cara bonita o su "magia personal" pero lo más razonable es pensar que las elecciones en las democracias, sobre todo en unas democracias tan bien informadas como las nuestras, se ganan con propuestas, ideas, programas, no con el careto del líder.
Las condiciones modernas de vida, el predominio de los medios audiovisuales, el carácter espectacular de nuestra sociedad hace que en las campañas electorales las propuestas partidistas se vinculen mediante consignas y frases rotundas a los rostros de los dirigentes. Pero es una demasía suponer que la gente vota fascinada por un rostro, ignorante de las propuestas que ese rostro simboliza. Es hacer de menos a los electorados; es creer que la gente es tonta, no sabe lo que quiere ni le importa y vota sin tener ni idea de lo que vota y eso no es así, por más que haya gente interesada en sostener que los evidentes intentos de manipulación de muchos medios de comunicación logran sus objetivos.
Si el nueve de marzo hubiera ganado el PP y perdido el PSOE, cosa perfectamente posible, Rajoy sería líder indiscutible de su partido y el señor Rodríguez Zapatero estaría pensando en dimitir, acosado por unos fracasos (la ruptura del proceso de paz, el lío del Estatuto de Cataluña, etc) que, al haber ganado, han resultado ser menos graves de lo que se hubiera dicho.
No son los señores Rajoy y Llamazares quienes han perdido las elecciones sino las propuestas de IU y el PP, sus políticas, sus actitudes, sus argumentos. En el caso del PP, a mi entender, la oposición bronca, el extremismo, el radicalismo, la coyunda entre el partido y unos medios de comunicación ridículamente ultramontanos. En el de IU su ambigüedad, su falta de coherencia en el conjunto del Estado, lo desdibujado de sus propuestas, la dificultad práctica de articular un discurso creíble de izquierda fuera de la socialdemocracia en las sociedades capitalistas avanzadas de Estado del bienestar.
(Las imágenes, verdaderamente curiosas, son tallas de Franz Xaver Messerschmitt, del último tercio del siglo XVIII: El archimalvado (cinc), El picudo (alabastro) y El lascivo (mármol), todas ellas en la Österreichische Galerie, Viena).