Carles Castro ha escrito un libro bastante original (Relato electoral de España (1977-2007), ICPS, Barcelona, 2008, 367 págs.) sobre la historia política más reciente de España, tomando como hilo conductor las elecciones, esencialmente las generales, pero teniendo en cuenta muchas otras, autonómicas, municipales y europeas. Castro no es un académico, con lo que su obra está lejos del carácter algo indigesto de los estudios de los especialistas en estas materias, generalmente atestados de fórmulas y gráficos difíciles de entender para los legos. Es un periodista, pero un periodista que se ha documentado con mucho rigor y ha dedicado mucho tiempo y esfuerzo a este estudio por lo que tampoco es el habitual libro liviano hecho como un reportaje y sin mayor consecuencia que a veces perpetran los de su oficio. El Relato electoral de España es un ensayo en toda regla, bien documentado, con hipótesis interesantes y comprobación con abundante material empírico.
El autor se ha servido generosamente del banco de datos del CIS y ha aplicado un modelo que reitera a lo largo de la obra, consistente en explicar a posteriori los resultados de cada elección general desde 1977 a 2004, tomando como referencia la documentación pertinente a priori, como sondeos, barómetros, índices de popularidad, etc. Quizá sea éste el aspecto más criticable del libro, es decir, que el modelo se repita con una cadencia casi mecánica y llegue a ser demasiado previsible. Su tesis viene a ser que, en aquellos momentos en que los resultados parecían contradecir las expectativas basadas en los sondeos anteriores (1993, 1996, 2004 fundamentalmente) no había tal y, si se hubieran interpretado correctamente tales datos anteriores, el resultado no tendría que haber extrañado. Es simpática la idea pero, como todo lo que se dice a posteriori, opinable.
Por lo demás, el libro se lee con mucho agrado, está ágilmente escrito y para mí tiene la ventaja de que coincido en casi todo con las apreciaciones que hace sobre los asuntos que han sido candentes en las sucesivas elecciones habidas en España entre 1977 y 2004, esto es, respectivas fortalezas de los partidos, puntos fuertes y débiles en la oposición y en el gobierno, carácter de las pugnas y de las alianzas parlamentarias, electorales o de gobierno. En verdad, coincido hasta con las valoraciones subjetivas que el autor hace de los distintos intervinientes en los treinta años de vida político-electoral que trata el libro. Dado que también he escrito sobre algunos de estos períodos, en especial el muy agitado de 1993 a 2000, confieso que estas coincidencias me han resultado muy agradables.
Castro arranca examinando cómo Aznar consiguió transformar la derrota electoral de 1989 (la primera que le tocó encajar) en una victoria. Según él se trató de una actitud deliberada del presidente del PP que también a mí me llamó la atención entonces y que, al final, hemos acabado llamando "táctica del espejo" y consistente en lo que el mismo Castro señala: Sin embargo, la capacidad de exigir honestidad y limpieza y, simultáneamente, no renunciar a todo tipo de artimañanas se revelaría a la larga un mecanismo muy útil y práctico para derrotar al adversario" (p.19).
La consideración de 1989 abre una especie de flash-back en el que Castro analiza muy correctamente el carácter del sistema electoral español establecido en la Constitución de 1978 y perfilado luego en la LOREG de 1985, al que llama sistema "proporcional corregido" (p. 37). Este sistema, ya se sabe, es muy injusto con los pequeños partidos de ámbito nacional, lo que quiere decir que la fragmentación de la derecha en los primeros años de la democracia fue un verdadero "suicidio" (p. 67) que dio la impresión, sobre todo desde la famosa victoria del PSOE en 1982, de que el país era de "centroizquierda" (p.73).
Me ha interesado especialmente su valoración del referéndum de la OTAN en 1986, aquel que consagró el giro del PSOE y selló el destino de los comunistas que vieron la posibilidad de ocultarse en Izquierda Unida. El resultado de la consulta, se recordará, estuvo muy equilibrado y la única explicación para ello es que en el bando del "no", propugnado por los comunistas, se apuntó mucho voto de centro y derecha (p. 81). A partir de 1986 empieza el declive de los socialistas que se aceleraría con la huelga general de diciembre de 1988 que el autor llama "huelga general política" (p. 93). Ciertamente, en ella se generaron a mi entender los primeros impulsos que luego cristalizarían en el famoso frente "antifelipista" de 1993 a 1996.
En esa situación, Aznar hizo una "travesía del desierto", para lo que disciplinó con rudeza a su partido con ayuda del patibulario número dos (p. 124), esto es, el señor Álvarez-Cascos. Con ese partido unido tras él como una piña y con la ayuda de los medios de comunicación adictos, inició la tarea de demoler al partido del gobierno, gracias a la cadena de escándalos y desastres que se abrió a partir del famoso de Juan Guerra en 1991 y con el auxilio inapreciable de la Izquierda Unida de Anguita en la famosa "pinza" (p. 131). No hace falta que diga que, a mi entender, uno de los grandes méritos del libro de Castro es con qué detalle documenta esta alianza PP-IU en contra del PSOE en aquellos años turbulentos.
Aun así, con o sin pinza, sostiene Castro, las elecciones de 1993 nunca estuvieron perdidas, ni siquiera aunque muchos socialistas resignados quisieran perderlas (p.146). Por cierto, doy fe de que yo también observé esta actitud en bastantes socialistas en 1993 y más en 1996, pero es la primera vez que lo veo escrito. Ahora bien, el resultado inesperado, sí, para la derecha de las elecciones de 1993 puso en marcha la famosa "conspiración" entre comunicadores, políticos, banqueros, delincuentes, etc, con el fin de desalojar a los socialistas del poder como fuera. Una conspiración que niegan los conspiradores principales (no el señor Anson, que la reconoce) y de la que Castro dice: "Por tanto, hay pocas dudas de que la conspiración existió como un elemento de mediatización de la opinión pública y de ingerencia en la pugna electoral entre izquierda y derecha en la España de los años 90" (p. 174). De acuerdo. Tengo a gala haber sido uno de los que antes la puso de relieve.
Del 93 al 96, años de infierno en los que se sucedieron los escandalazos: Guerra, Filesa, Roldán, Mariano Rubio, los GAL, el BOE, etc, etc; aquello parecía el fin del mundo. Encima, el señor Aznar había aprendido y, como perdiera los debates en TV con el señor González, ahora se negó a hacerlos poniendo como pretexto que habrían de hacerse con su amigo el señor Anguita. Era una trampa, pero el PSOE cayó en ella. Aun con todo, invocando lo que llama "la izquierda profunda", dice Castro que los socialistas reaccionaron e hicieron una campaña electoral muy agresiva (p. 193). Es donde más discrepo de Castro. Creo que los socialistas salieron con moral de derrotados y la prueba es que sistemáticamente reservaron espacios para los mítines más pequeños de lo que luego se revelaba que iban a necesitar. Cuando se supo el resultado de un práctico empate técnico, Felipe González dijo que le había faltado una semana más de campaña o un debate en la tele. Lo que le faltó fue confianza en los electores, y no tanto a él como a los militantes de su partido. En todo caso, las elecciones de 1996 fueron el retorno a las "dos Españas" y a Castro le merece un juicio que suscribo por entero: "la victoria de Aznar sólo fue posible sobre la base de un suicidio deliberado y consciente de una parte del electorado de izquierda, que renunció a gobernar y dispersó su voto con las letales consecuencias que ello suponía en un sistema electoral como el español."
A partir de 1996, el objetivo de Aznar fue consolidar la victoria del PP y preparar la mayoría absoluta de 2000 por tres procedimientos: a) capitalizar a su favor la recuperación económica que estaba produciéndose; b) liquidar a Felipe González y hundir al PSOE definitivamente con la serie de actuaciones judiciales producto de los escándalos, para lo que contó con los medios de siempre y la ayuda de IU; c) poner los medios de comunicación públicos y los privados (mediante las privatizaciones) a su servicio (p. 219). En toda esta aventura hizo gala de la "táctica del espejo", vista magistralmente por Castro así: "Lo paradójico de la situación residía en que era el propio Gobierno quien provocaba la "bronca" tildando públicamente de asesinos y ladrones a los socialistas, pero eran estos últimos los que aparecían como culpables de la crispación" (p.251). Suena ¿verdad?
La última etapa del gobierno de la derecha, de 2000 a 2004 está perfectamente retratada en el libro, calificada como "espiral de autodestrucción" (p. 271). Aznar y su partido se creían en el mejor de los mundos y se permitían el lujo de tratar con insolencia a la oposición de Rodríguez Zapatero, incluso cuando tenían que acabar aceptando pactos propuestos por éste que ellos habían empezado por ridiculizar, como el llamado "antiterrorista" (p. 276), de cuya imaginaria ruptura tanto se quejaría después el señor Rajoy que lo había calificado de conejo salido de la chistera.
Una serie de acontecimientos vino a poner de manifiesto que (si se me permite la autocita, pues es de un libro mío de 1998) el gobierno de la derecha era un desgobierno: el chusco episodio del islote Perejil o las "Malvinas españolas" (p. 295), la boda faraónica de la hija de Aznar en El Escorial en 2002 (p. 296), el desastre del Prestige (p. 297), la guerra del Irak, que puso al PP seis puntos por detrás del PSOE en intención de voto (p. 300), el desastre del Yakolev-42 (p. 312) y, por último, el atentado de Atocha (p. 325), con aquel intento surrealista, propio de estúpidos sin remedio, de engañar al mundo entero acerca de su autoría y que, por increíble que parezca, se ha prolongado al día de hoy.
Con todo, coincido con la conclusión de Castro: "...las elecciones sacaron a la luz una mayoría de rechazo al PP, pero ésta ya existía antes del atentado, como habían venido advirtiendo los sondeos. Otra cosa es que hasta bien entrada la campaña esa mayoría no se decantase claramente en torno al PSOE" (p. 328). Esa mayoría de rechazo se han mantenido en 2008 y seguirá manteniéndose y hasta aumentará en 2012 si el PP sigue obstinado en gobernar no para la gente sino contra la gente.