Según general opinión, los últimos nombramientos de los dos grandes partidos contribuirán a pacificar la vida política española. Ojalá. Ojalá vaya España pareciéndose algo más a las otras democracias europeas, en las que es posible una confrontación gobierno-oposición sin bronca.
Ojalá haya calado en la dirección del PP la idea de que es posible oponerse al Gobierno sin estar de trifulca permanente. El nombramiento de la señora Sáenz de Santamaría apunta en esa dirección, según quienes la conocen. Desde luego, por muy agresiva que sea, jamás podrá ser peor que el insoportable señor Zaplana. Pero el nombramiento como una de los portavoces adjuntos de doña Cayetana Álvarez de Toledo, hechura política de los señores Jiménez, Ramírez y Acebes, parece apuntar en la dirección contraria.
En efecto, es este cogollo mediático-político hecho de la COPE, El Mundo y la dirección del PP de Madrid el principal obstáculo para una normalización de la vida política española. Y esa es la verdadera batalla en el seno del PP: continuar bajo el chantaje de este grupo ultra, empeñado en exasperar el debate político porque eso es bueno para sus negocios y aumenta el voto madrileño o librarse de él y adquirir la autonomía que necesita. Que necesita ¿para qué? Sencillamente: para ganar elecciones en España y no sólo en Madrid. Las de 2004 las perdió por mentir; las de 2008 por estar de bronca permanente. Aunque el señor Pujalte y quienes son como él no lo crean a la mayoría de la gente le horroriza la agresividad y los malos modales.
Las decisiones del PSOE en este campo son muy de aplaudir. Ceder dos puestos en la mesa del Congreso al PNV y a CiU sin contrapartidas muestra un talante ejemplar y ya marca distancias con la negativa del PP a hacer algo parecido. El nombramiento de don José Antonio Alonso como portavoz camina en el mismo sentido, si bien ello no debiera dar la impresión de que el anterior, señor Garrido, lo hubiera hecho mal; todo lo contrario. Hace falta tener mucho aguante para negociar con alguien como el señor Zaplana.
Pero el nombramiento de mayor consecuencia en este aspecto es el del señor Bono como presidente de la mesa del Congreso. Bono ha sido presidente de Castilla-La Mancha durante veintiún años y ministro de Defensa en el Gobierno del señor Rodríguez Zapatero. Tiene peso propio y experiencia. Y experiencia en las lides parlamentarias también como puede apreciarse en esta foto de hace veintiséis años en que era secretario de la mesa del Congreso en el momento en que el señor Tejero realizó su intentona en la mejor tradición zarzuelera. Obsérvese cómo el señor Bono vislumbra en el rostro de la persona que nos da la espalda que algo verdaderamente gordo está pasando en ese momento.
Ahora el señor Bono se sienta en el sillón en el que en aquel histórico momento debiera estar sentado el señor Landelino Lavilla a quien, sin embargo, había puesto de pie la irrupción del picoleto rebelde. Han pasado los años. España es una democracia y, aunque no todo el mundo haya recibido con igual alborozo la presidencia del señor Bono, ésta es una buena decisión para el desarrollo de los trabajos parlamentarios y también, por qué no, para la trayectoria política del político manchego.
Ya en el terreno de las menudencias, las dos personas que pueden haberse sentido molestas con el nombramiento del señor Bono son de su partido: los señores Marín y Guerra. Al señor Marín asiste, entiendo, alguna razón en su disgusto, dado que el presidente del Gobierno mostró escaso tacto al anunciar su posible relevo como presidente de la mesa del Congreso. El enfado del señor Guerra sólo pone de manifiesto la impotencia de quien un día fue número dos, se creyó alguien, y hoy sólo es un funcionario de su partido, un ¿qué fue de...?
(La imagen del león es una foto de Fernando A., bajo licencia de Creative Commons. La de Tejero me es de origen desconocido, por lo que no puedo citar la fuente, y estoy dispuesto a retirarla si se encuentra protegida).