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diumenge, 26 d’abril del 2009

Sí hay salida socialista a la crisis.

Es más, es la única salida que hay de verdad porque las otras son parches para volver al sistema que genera crisis; es decir, no son salidas verdaderas sino estafas en el mejor de los casos (consistentes en financiar las empresas privadas con fondos públicos) o desmantelamiento del Estado del bienestar en el peor. Las fórmulas de la derecha consisten siempre en hacer pagar los platos rotos a los asalariados y, como se ha dicho hasta la saciedad, socializar las pérdidas tras haber privatizado los beneficios que luego se ocultan en paraísos fiscales. Sus recetas, que el señor Aznar repite como un loro pero el señor Rajoy silencia porque, si no, pierde las elecciones son: reducir el gasto público, es decir, suprimir las prestaciones sociales de todo tipo; bajar los impuestos, los directos se entiende (siempre en beneficio de los ricos) mientras que suben los indirectos que son los que gravan a los pobres; privatizar las empresas y servicios públicos, expoliando a la comunidad de la propiedad colectiva; emplear los fondos públicos para financiar las empresas privadas y endeudar al Estado para que éste carezca de medios para atender a las prestaciones sociales; implantar el despido libre, medida que ocultan bajo el eufemismo de "reforma del mercado laboral". Así se sale momentáneamente de la crisis mediante el expolio y la injusticia.

Las medidas socialistas, en cambio, las de izquierda, garantizan una salida de la crisis que no se base en aumentar las injusticias de trato y que, además, abran la posibilidad de transformar elementos esenciales del sistema productivo. Es decir, que garanticen una salida duradera. Me limito a señalar dos ya propuestas por Palinuro. Una, en la entrada de ayer, consistente en arbitrar un gravamen progresivo excepcional sobre la renta (trabajo y capital) que allegue los fondos imprescindibles para financiar las políticas públicas de salida de la crisis. Es una medida coyuntural que, a medio plazo, ya en situación de normalidad, habrá que completar con otra estructural consistente en revertir la política fiscal de los últimos veinte años, de reducir la presión fiscal. Esa medida, típicamente de derecha (a la que se ha sumado la izquierda a veces por consideraciones electorales), trata de beneficiar a las rentas más altas al tiempo que descapitaliza al Estado para que no pueda atender a las políticas redistributivas y sociales propias del Estado del bienestar.

La segunda medida, también estructural y propuesta por Palinuro hace ya meses (véase la entrada del dos de octubre de 2008, titulada ¿Y si nacionalizamos la banca? y otras posteriores) consiste en nacionalizar la banca; es decir, hacer más o menos lo que varios gobiernos, como el de los Estados Unidos y el de Gran Bretaña, vienen haciendo ocasionalmente y de forma torticera, pero de modo más sistemático y provechoso para el bien común y no solamente para los intereses de los banqueros. Se trata de invertir en los bancos hasta ponerlos bajo control público dentro de los mecanismos ordinarios del mercado libre. De ese modo no se obstaculizaría la libre empresa y se garantizaría una financiación equilibrada, no especulativa, que mantuviera el desarrollo, el crecimiento sostenido y la justicia social tanto en el interior de los países como en las relaciones entre estos. Es decir, se trata de hacer lo contrario de lo que se ha hecho en los últimos tiempos en los que se liquidó lo que quedaba de la banca pública e, irónicamente, lo hicieron los socialistas.

Por supuesto que hay salida socialista, de izquierda, a la crisis. Otra cosa es que los socialistas quieran ponerla en práctica o se atrevan a ello.

(La imagen es una foto de Erminig Gwenn, bajo licencia de Creative Commons).

dissabte, 25 d’abril del 2009

Tengo un plan contra el paro.

Los datos del paro que se hicieron públicos ayer, más de cuatro millones de desempleados, son estremecedores y han dejado al país conmocionado. Dice el Gobierno que no hay que hacer vaticinios apocalípticos. Sin duda. Pero mucho menos quedarse tan panchos como si aquí no pasara nada. Y no es este Gobierno -que hace menos de ocho meses llamaba "ralentización" a la crisis más grave del capitalismo desde 1929 o antes- el indicado para hacer recomendaciones porque está claro que no sabe por dónde sopla el viento. Como todo el mundo, por otro lado, incluidos los más afamados analistas, economistas, pronosticadores, futurólogos, responsables de organismos internacionales y demás charlatanes. Escuchar ayer a la señora Salgado vicepresidenta segunda del Gobierno decir con cara de padecer úlcera sangrante que "en ningún caso se llegará a los cinco millones de parados" era para mesarse los cabellos, llorar o liarse a mamporros. ¿De dónde saca esta respetable dama esa seguridad? ¿Qué datos la avalan? Habló de datos, sí, pero ¿cuáles? Y si, dentro de algunos meses llegamos a los cinco millones, esta señora ¿se irá a su casa o pronosticará que en ningún caso llegaremos a los seis millones?

Y la oposición no está mejor. El inefable señor Aznar ya ha dicho que, con él, esto no hubiera pasado. ¿Por qué no? Porque es él, claro. Sin comentarios. Y su ungido, el señor Rajoy, asegura que el PP tiene las ideas y fórmulas para resolver este pavoroso problema con la misma base que el Tarzán de las Azores para decir lo que dice.

Nadie sabe nada. Todos los vaticinios han fallado y, a medida que se hacen los nuevos, vuelven a fallar. Nadie tiene una explicación aceptable para la crisis, como señalaba ayer mismo Justo Zambrana en un magnífico artículo en El País, titulado Crisis: ¿no será la distribución de la riqueza? y que es lo mejor que llevo leído sobre este tema en el último año. Zambrana señala que no hay explicaciones teóricas de la crisis, habiendo fallado las neoclásicas y las keynesianas y él propone una muy convincente, la que apunta en el título: el aumento bestial de las desigualdades entre salarios y beneficios de capital en las economías industriales y la desigualdad entre países ricos y países pobres. Pero la brillante explicación de Zambrana es eso, teórica, y no arbitra a medio alguno para remediar esa lamentable situación.

Eso es precisamente lo que me propongo hacer modestamente aquí: exponer un plan para remediar el desempleo y salir de la crisis. Un plan práctico, realizable si, como siempre, hay la voluntad política de ponerlo en marcha. No se trata de una reacción apocalíptica. Si se quiere, nos esperamos a los cinco millones de parados pero me parece que si lo fuéramos preparando ya, tendríamos tiempo ganado. El plan se basa en tres puntos esenciales: a) reconocer que la situación es de emergencia y que hay que hacer algo excepcional; que, sin ánimo de ofender, el Gobierno está desbordado por la situación; b) poner en marcha mecanismos excepcionales de solidaridad que es lo único que puede sacarnos del atolladero; c) entender que el drama que viven cuatro millones de trabajadores, quizá cinco a la vuelta del verano, no va a resolverse suprimiendo las prestaciones por desempleo, abaratando los despidos o aplicando otras fórmulas depredadoras ni tampoco adoptando medidas drásticas e injustas como expulsar inmigrantes u (cosa que aún no se ha oído esta vez pero en la última crisis del año noventa y dos sí se escuchó) obligar a las mujeres a regresar a los hogares y dejar el trabajo a los hombres. Tampoco va a resolverse con otra fórmula que también se barajó en la citada crisis pasada de repartir el trabajo que hay. Sólo se solucionará generando nuevos puestos de trabajo para los parados. Dando la caña para pescar; no regalando el pescado.

Parto del supuesto de que el Estado necesita más recursos para hacer frente a las prestaciones, los programas sociales, las políticas de rescate y las imprescindibles inversiones públicas. Esos recursos sólo pueden venir hoy de la población. Somos el conjunto de los ciudadanos quienes hemos de comprender que nuestra solidaridad con los cuatro millones de desempleados debe manifestarse a base de poner a disposición del Estado los recursos extraordinarios que éste precisa. ¿Cómo? Aceptando un impuesto extraordinario, progresivo y universal sobre la renta y los beneficios del capital. Quedarían exentas las rentas más bajas (mileuristas, familias a las que no les llega, etc) y podría empezar en cotas moderadas de un cinco por ciento, (o lo que se considere), para ir luego creciendo en relación proporcional a los ingresos; que paguen más, bastante más, los que más tienen. Esta exacción única, excepcional (de momento; si ha de prolongarse, habrá que hacerlo), que equivaldría en realidad a una reducción de los ingresos reales de todo el mundo, pondría en manos del Estado un volumen dinerario que éste usaría para generar puestos de trabajo, reinsertar a los parados en el mercado laboral y fortalecer la demanda. Es una manifestación de solidaridad práctica con esos compatriotas que están pasándolo mal; solidaridad activa; nada de caridad. Es que nos sacrifiquemos todos, cada cual en proporción a sus posibilidades, y arrimemos el hombro.

Aumentar los impuestos (con carácter único y excepcional, aunque luego, insisto, ya se valoraría) sí señor, digan lo que digan los neoliberales y los sociatas achantados ante ellos. Es la única medida realmente solidaria y de izquierda que se puede y se debe tomar porque, entre otras cosas, no podemos seguir sin hacer nada, esperando que un Gobierno a todas luces desbordado resuelva un problema que lo tiene acogotado y sería una grave irresponsabilidad abrir ahora un incierto periodo electoral que, en el mejor de los casos, duraría cinco o seis meses más, y eso si las cosas no se quedan como están. Es decir, no es el momento de hacer política de partido, sino de Estado. Por ello propongo asimismo que la medida se apruebe en el Parlamento, que es en donde hay que aprobarla, y sea respaldada por un Gobierno de unión nacional, también excepcional, en el que estén representados todos los partidos políticos y, desde luego, los dos mayoritarios. Tiempo habrá, una vez salidos de esta crisis atenazante, de volver a la batalla partidista y al tú más o tú menos, a ponerse medallas y quitárselas al adversario.

(La imagen es una foto de le Haricot, bajo licencia de Creative Commons).

divendres, 3 d’abril del 2009

G 20: cuando llegue noviembre.

(De mi corresponsal Dick Fuckeveryone).

Querido Palinuro: no puedes imaginarte cómo está Londres. Nunca había visto yo nada igual desde el jubileo de la Reina Victoria, que recuerdo con particular ternura. Después de la jamboree de ayer, la tamburrada de hoy. Todos encantados de haberse conocido y de ser tan decisivos, contundentes, eficaces... ¿Qué más quieres, Saelices? Todos a comer perdices. Llegan los del G 20, se reúnen con la Reina de Corazones que están todos que levitan y en un pispás arreglan el mundo, montan un nuevo orden internacional, el nuevo Bretton Woods, la repanocha, tío. Mira las primeras de los diarios de hoy. Seguro que vienen todas clarines al viento. Este Gran Jefe Yeswecan tiene una capacidad para la publicidad y la escenografía que no deja juicio crítico con cabeza. Y llega luego el edecán, Gordon Brown, con esa cara de alumno aplicado y un poco bruto y el mundo respira tranquilo, viendo en qué buenas manos estamos. ¡Peazo líderes, Palinuro! Hasta Hernández y Fernández han salido como mesmerizados, con los ojos con burbujitas hablando de una nueva era de la humanidad. Santo cielo. Y el grumete Rodríguez, tan feliz de haber forjado un acuerdo, mediando entre el Gran Jefe Yeswecan con su edecán y Hernández y Fernández, él que no habla ni potato de inglés. En fin, maravilloso. Tan genial que hasta los alternativos se han rendido a esa grandiosa exhibición de autoridad, eficacia y genialidad y lejos de armar algún buen Cristo, han ido diluyéndose en la jornada, habiendo comprendido que no tienen nada que hacer contra esa poderosa maquinaria de propaganda que ha arrasado todo a su paso a base de vomitar cientos, miles de millones, billones, trillones de dólares. La órdiga, tú. Casi es incomprensible cómo había crisis cuando el personal estaba tan forrado.

Al grano, Palinuro, que luego me llaman incendiario y poco constructivo. Todos los glosadores de la jamboree cum tamborrada dan la murga con que esta cumbre, a diferencia de la anterior de Washington, que fue pura palabrería, ha fijado compromisos concretos, firmes, dado pasos claros, puesto en pie mecanismos específicos que pondrán fin a la lamentable situación. Así que todos, el Edecán, el Grumete..., ya ven que la crisis toca fondo y, de aquí en adelante, nada hombre, Jauja y vuelta al capitalismo pero, eso sí, corregido, moralizado, perfeccionado, hecho eficaz; no más sinvergüenzas y ladrones. Jesús, Jesús.

Primero, la pasta: un billon y pico de $ (ya no recuerdo si es el billón gringo o el europeo pero, a estas alturas, ya da igual), para el Fondo Monetario Internacional que, como lo hizo tan bien en el pasado obligando a los Estados prestatarios a liquidar el gasto social, desmantelar el estado del bienestar y desregular, se lleva un premio por buen chico y para que siga por ese camino tan acertado. Un exitazo de la nueva cara del nuevo capitalismo. La Organización Mundial del Comercio, otro organismo que se desvive por los pobres y desheredados de este mundo, se lleva una mordida de 250.000 millones de dólares para, dicen, "fomentar el comercio mundial". Entre tanto, la ronda Doha sigue parada y como algunos de los perjudicados por ello han preguntado (hay que ver qué impertinentes son los pobres) les han dicho que en noviembre habrá revisión y, para entonces, culminará la ronda. Entretanto, 100.000 millones (un pastón pero menos; pedrea) para los más que no tienen en dónde caerse muertos a través de los Bancos Multilaterales de Desarrollo de los que, en realidad, no se fía el señorito.

El edecán y algún otro político influyente regalaba hoy titulares a una prensa ya medio borracha de sentido histórico: esto es un nuevo Plan Marshall y los chicos ya lo están diciendo por ahí, cuando no tiene nada que ver con él en nada. Los 12.000 millones de dólares del plan Marshall fueron para reconstrucción de países devastados por la guerra y los administró la entonces OECE, es decir, los gobiernos interesados. Estos fondos los administra el FMI, o sea, el patrón, que no es lo mismo ni de lejos.

Plan Marshall o no plan Marshall, el G 20 ha nombrado sheriff nuevo en OK Corral: el Consejo de Estabilidad Financiera. En realidad ha cambiado la estrella de camisa porque este Consejo sustituye al Foro de Estabilidad Financiera, creado en Washington y que, en el ínterín, no ha hecho nada. Ya veremos lo que hace éste. Tenemos hasta noviembre para comprobarlo. Aunque no lo creas, Pali, me parecen medidas muy acertadas, que había que haber tomado antes y de verdad, no con foros o consejos sino con un órgano eficaz mundial dotado de fuerza coactiva. No ha pasado ni pasará de inmediato, así que la tamburrada, a beneficio de inventario. Cmo el caso que le han hecho a la brillante idea de los chinos de crear una moneda internacional distinta del dólar. A los chinos, que ya están hartos de financiar el desastre gringo a base de comprar sus comatosos dólares los han apoyado los indios. Entre los dos suman dos mil quinientos millones de personas, o sea el cuarenta por ciento de la población del planeta. ¿Alguien los ha escuchado? Ni Dios, como si el cuarenta por ciento del planeta no hubiera dicho nada.

¡Ah! Y ¿qué me dices de los paraísos fiscales? Ahí sí que el G 20 ha enseñado los dientes a esta sarta de mangantes. Hernández y Fernández, que traían el firme propósito de acabar con la lacra infame, al igual que el grumete Rodríguez, se vuelven a casa encantados. ¡Mano dura con los paraísos fiscales! Los van a poner en una lista pública con consecuencias terribles si incumplen, ya se sabe. Pues, ¿no dice el edecán que esto es "el comienzo del fin de los paraísos fiscales"?

La verdad es que, si Gordon Brown quisiera terminar con los paraísos fiscales podría haberlo hecho hace tiempo. En el cuadro adjunto puede verse que, de los treinta y dos paraísos fiscales en la última lista (de marzo) de la OCDE, ocho (la cuarta parte) son territorios de ultramar ingleses, entre ellos el de las Islas Caimán en donde radican diez mil hedge funds. Se admiten apuestas: el edecán no sabía que tres de los mayores paraísos fiscales bajo su mando están aquí mismo, en Europa (Jersey, Guernsey y Gibraltar) o, como buen escocés, le encanta quedarse con el personal. De los otros paraísos fiscales (ya sabes, Pali, lugares en lo que se lava dinero del narcotrafíco y de lo que sea y en los que se evaden impuestos, se especula y se cometen delitos), de los otros, digo, dos son holandeses y otros dos están bajo soberanía neozelandesa. Los demás son países "independientes" como Mónaco, San Marino o Panamá y alguno está bajo cosoberanía española, como Andorra y no sólo española sino episcopal. Junto a los paraísos fiscales figuran "otros centros financieros" en los que rige el secreto bancario. Una somera ojeada muestra que estos otros "centros financieros" (que son también paraísos, aunque algo menos) hay hasta países de la Unión Europea. ¿Qué diantres pinta en Londres el señor Durao Barroso pidiendo el fin del secreto bancario en representación de Bélgica y Luxemburgo? No te preocupes, Pal, que no hablaré de hipocresía. No creo que llegue ni a eso. Es que, en el fondo, les da todo igual porque saben que, si ofrecen un buen espectáculo y ponen a la squaw del Gran Jefe Yeswecan a lucir modelitos, el sufrido pueblo no hará preguntas.

De todas formas, esperemos a noviembre que a lo mejor esta jamboree cum tamburrada ha conseguido salvar al capitalismo. De momento, las bolsas han pegado fenomenal rebote. Claro que tampoco eso es suficientemente significativo: las bolsas se nutren de dinero fresco como los vampiros de sangre también fresca, pero, al igual que estos, eso no quiere decir que estén vivas.

Salud, Pali, Londres es una fiesta.

(Las imágenes son sendas fotos London Summit (1) y London Summit (2), bajo licencia de Creative Commons).

dimecres, 25 de març del 2009

Medidas positivas y negativas.

No tengo grandes simpatías por los bancos. Me parecen quintaesencia del sistema capitalista de explotación. Por eso llevo pidiendo la nacionalización de la banca desde el año pasado (ver la entrada ¿Y si nacionalizamos la banca?) con escasos resultados menester es decirlo. Digo esto para probar que no soy sospechoso de rendirme a los encantos de la banca. Porque si nadie en nuestros países tiene los redaños de nacionalizarla (no de meterle fondos públicos y decir confusamente que eso equivale a una "nacionalización" pues es falso) habrá que reconocer que es ella y sólo ella la más adecuada para tomar las decisiones de restauración del sistema financiero y crediticio porque es la competente y la que tiene experiencia al respecto. A las pruebas me remito: ayer el Banco de Santander anunció una medida práctica, concreta, que será muy útil para ayudar a salir de la crisis. Propone el banco financiar hasta el 100 por ciento de las hipotecas para comprar viviendas a las que los constructores hayan aplicado rebajas del 20 por ciento en los precios. La idea es muy buena y servirá para desbloquear uno de los puntos negros de la actual crisis al asegurar a los constructores que tendrán clientes si rebajan un 20 por ciento los precios porque los bancos harán la financiación completa. Ojalá se generalice porque ese es uno de los caminos. Yo aplicaría un descenso mayor, hasta del 30 por ciento, pues hay margen, pero algo es algo.

La contrapartida a esto, viene, cómo no, del lado de los políticos y no de los de izquierdas, de quienes cabría esperar actitudes intervencionistas como las que están mostrando los colaboradores del señor Obama en Gringolandia, sino de los de derechas, esos que se pasan la vida hablando de no intervención del Estado en nada y de privatización general. El desvergonzado asalto que está dando la señor Aguirre a Cajamadrid para someterla a su control político ha merecido el calificativo de "esperpento" y de "intervencionismo público descarado"en un discurso del señor Quintás, presidente de la Confederación. Española de Cajas de Ahorro. La contraposición es bien clara: en un lado, los banqueros haciendo propuestas sensatas y en el otro los políticos, especialmente los de derechas, proponiendo disparates. ¿O no son disparates? Desde el punto de vista del imprescindible crédito que han de tener estas entidades, desde luego, porque da la impresión de que no son autónomas. Desde el punto de vista de los intereses específicos de la derecha quizá no lo sea tanto. Lo que la señora Aguirre y sus migos "liberales" quieren hacer con Cajamadrid es lo que ya han hecho con servicios públicos de salud, educativos, con el agua de Madrid: birlársela a los ciudadanos de la capital y privatizarla para ponerla al servicio de las pintorescas adjudicaciones del señor González, vicepresidente de la Comunidad.

Al lado de los banqueros de verdad estos tipos son un verdadero peligro de expolio de las riquezas públicas que hay que parar antes de que se queden con todo.

La imagen es una foto de Enrique Costa, bajo licencia de Creative Commons).


dissabte, 21 de març del 2009

Noticias sobre la crisis.

La crisis económica mundial que se nos ha echado encima sin que el señor Rodríguez Zapatero y sus avispados asesores económicos se enteraran, lleva camino de convertirse en un orteguiano "tema de nuestro tiempo". Como, gracias a internet, hoy todo se puede medir, midamos ese "tema de nuestro tiempo": barra Google, búsqueda por "crisis económica": 2.390.000 entradas. No está mal. Pero es resultado magro. Volvamos a la barra de Google, búsqueda por "Economic Crisis" : 64.200.000, esto es, veintiséis veces más que en español. Sirva ello también de paso para calibrar las expectativas del español como lengua en relación con el inglés en el mundo de la red que auguran brillantísimas algunos que más valdría que se callaran.

La crisis está en todas partes. Las noticias diarias son descorazonadoras a chorros. La situación es muy negra y el panorama aun pinta peor. Por eso es natural que todos los ojos se vuelvan hacia los expertos, esa gente con conocimientos específicos que no están al alcance de los humildes mortales y que, por tanto, pueden aliviar la triste condición de estos. A primera vista es obvio que los tales expertos no tienen ni idea de cómo ha surgido esta crisis y cuál es su naturaleza. En el mejor de los casos repiten como loros lo que sabe cualquier lector de periódicos, incluso distraido con el crucigrama: que todo empezó con las subprimes, que crisis de confianza, falta de liquidez, hundimiento del sector financiero, avaricia de los gestores, etc, etc. Si las descripciones pasan por definiciones, sabemos mucho; si no pasan, no sabemos nada.

Pero como el atribulado público no está especialmente interesado en las causas de la crisis sino en cómo y sobre todo cuándo se saldrá de ella, quizá, pensamos, de esto sí sepan los expertos, gente que maneja la banca, la economía, altos cargos, agentes de bolsa, instituciones financieras, etc. Vale: sus opiniones son, cuando menos, variadas. Según el señor Bern Bernanke, el capo de la Reserva Federal de los EEUU, el fin de la crisis se acerca y 2010 será un año de recuperación. Gama baja en la coincide el señor Almunia, comisario europeo de estas materias, para quien la crisis se contendrá antes de fin del año 2009. Uf, menos mal, ¿verdad? Porque ya están las cosas que arden. El señor Jean-Claude Trichet, gobernador del Banco Central Europeo, que sabrá de lo que habla, es menos optimista y cree que no habrá recuperación hasta el año 2010. Bueno. Todavía se puede aguantar. Pero llega el señor Solbes, Ministro de Hacienda de España, cosa que debe de tenerle irritado y concede que en 2010 habrá una "gradual reactivación" pero que el problema terminará en 2011. Pues para entonces es posible que a muchos ya no les importe. Y aun así, con un canto en los dientes porque según el Fondo Monetario Internacional (FMI), institución de cierto fuste, hay que olvidarse ya de 2009, en el que habrá un descenso del PIB de la zona euro del 3,2 por ciento y un estancamiento (0,1 por ciento de crecimiento) en 2010 . Y a saber si el propio FMI llegará a esa fecha para verlo ya que los veintisiete países de la Unión Europea han tenido que aprestar un nuevo préstamo de 75.000 millones de euros para que pueda hacer frente a sus tareas. El señor Jean Michel Six, economista jefe de Standard and Poors dice que, aunque la crisis podría terminar en 2009, en España durará hasta 2011, no me pregunten por qué; sospecho que por el odio antiespañol que caracteriza a todos los seguidores de la leyenda negra. Claro que luego llega el señor Paul Krugman, con su premio Nobel de economía debajo del brazo y dice que la salida de la crisis en España será "extremadamente dolorosa" y que, además, durará entre cinco y siete años. Imagino que el ilustre conferenciante no se encontró especialmente a gusto en España o la paella le sentó mal.

Resumiendo, los expertos no se ponen de acuerdo, se contradicen y uno tiene la sospecha que, en el fondo, no saben por dónde se andan. Añadamos otro dato que todavía se me antoja más revelador: los expertos no sólo se contradicen en lo que opinan sino en lo que hacen. Al día siguiente de que la Reserva Federal decidiera inyectar 850.000 millones de dólares más en el sistema financiero para estimular el flujo crediticio y luchar contra el credit crunch, la Unión Europea rechazaba nuevos planes de estímulo sosteniendo, en cambio, que es preciso endurecer la regulación del sistema financiero. Y eso que estamos en un mundo globalizado, en el que todo está interconectado y blablabla y que a los dos lados del Atlántico somos muy parecidos y nos enfrentamos a los mismos problemas. Los problemas serán los mismos (a estas alturas ya ni eso cabe afirmar con certeza) pero las soluciones no.

Así que ¿qué va a pasar con la crisis económica? Pues ya lo iremos viendo según vengan los tiempos. En ámbitos de mayores ínfulas teóricas hay quien dice que esta crisis es el comienzo del fin del modo de producción capitalista, lo que no estaría mal aunque sólo fuera por ver con qué se sustituye, que esperemos sea algo nuevo pues de las alternativas experimentadas hasta la fecha nos libren los dioses.

(La imagen es una foto de Looking4poetry, bajo licencia de Creative Commons).

dilluns, 23 de febrer del 2009

El cálculo del desastre.

Hacía algún tiempo que no se oía nada de la teoría económica marxista, antaño tan prolífica; al menos yo la tenía algo perdida de vista. Este libro de Palermo (El mito del mercado global. Crítica de las teorías neoliberales, El viejo topo, ¿Madrid?, 2008, 254 págs.) viene a recordar que esa teoría económica aún está viva y produce resultados. Ciertamente más en el terreno crítico que en el propositivo. La obra de Palermo es en efecto una crítica (y una buena crítica) de las teorías económicas neoclásicas y/o neoliberales; pero no es tan bueno (por no decir que es lamentablemente malo) en el aspecto positivo, esto es, en la determinación de la(s) posible(s) alternativa(s) a las formulaciones teóricas que con tanto acierto critica.

La intención confesa de Palermo, un economista académico italiano que ha desempeñado puestos de importancia en cargos económicos del gobierno de Italia, es dar cuenta de las teorías que consideran inamovible la racionalidad del mercado en su forma idealizada, esto es, de las teorías que hoy día son hegemónicas en el campo científico.

El gran cambio que permite que luego del ataque marxista se recompongan las teorías liberales a partir de 1870 son las respectivas obras del francés, Léon Walras, el inglés Stanley William Jevons y el austríaco Carl Menger, fundador de la escuela austríaca, puntal del neoliberalismo a lo largo del siglo XX. Se da así en el último tercio del siglo XIX una sustitución de las teorías ricardianas y marxistas hasta entonces dominantes por la escuela marginalista (fundamentada en los modelos matemáticos y sobre todo en el cálculo diferencial) y la austríaca. Lo que une a estas dos ramas liberales es la teoría subjetiva del valor frente a las teorías objetivas de Ricardo y Marx y única compatible con el presupuesto del individualismo metodológico que ambas comparten. La diferencia radica en que mientras la escuela neoclásica opera mediante razonamientos matemáticos la escuela austriaca es muy crítica frente al formalismo matemático (p. 26).

El problema al hablar de la racionalidad del mercado es que hay que hacerlo en relación con unos objetivos ya que no existe una racionalidad "absoluta" o genérica (p. 36). Para la ciencia burguesa el mercado es racional, eficiente, deseable y neceario. Ahora bien, sólo es racional para una curva de la demanda dada, la llamada "demanda solvente". Lo que no entre ahí no existe. Por esta razón habla la teoría económica burguesa de "soberanía del consumidor" (p.38). Es eficiente de acuerdo con la teoría del óptimo de Pareto que sin embargo es contradictoria pues no puede dar cuenta de aquellos casos reales en los que es posible estar mejor aun estando mal (p. 41). Es deseable para todos los que tienen medios para comprar y es necesaria a fin de que los soberanos sigan siéndolo (p. 44).

La teoría admite que a veces el mercado no es eficiente, lo que da lugar a la próspera rama teorica de las fallas del mercado (p. 48). Sostiene además Palermo que la racionalidad del mercado no es tal y que si tuviera algo que ver con algún principio moral, no se admitiría como se hace el hecho de que un trabajo duro y peligroso se remunere más que uno que no lo es (p. 52). Sin duda esto es así siempre: los puestos de minero se pagan menos que los de ingeniero. Pero de aquí no cabe derivar una inconsistencia de la teoría neoliberal salvo que se siga aferrado a la teoría objetiva del valor y, si tal es el caso, carece de sentido hablar de una crítica a la doctrina neoliberal desde sus propios presupuestos.

En cuanto a la supuesta equiparación entre mercado y democracia, la base del neoliberalismo es el teorema de Arrow según el cual, como se sabe, cualquier intento de definir la preferencia social por un bien a través de un procedimiento democrático de votación no es compatible con el óptimo de Pareto (p. 55). El mercado no es democrático, no funciona según el principio de una cabeza un voto, sino según el de un dólar un voto. La cuestión de la democracia económica es algo que no afecta en absoluto a la teoría económica. La distribución del derecho de sufragio es exógena al modelo con que trabaja el economista. Suena aquí una vieja melodía crítica: la igualdad en el mercado es formal y perfectamente compatible con una desigualdad sustancial. La idea de que la variedad de bienes en el mercado es algo positivo en el plano normativo es cierta para quien tiene elección, pero eso depende de la distribución de la riqueza en un momento dado, o sea del status quo, cuestión también exógena a los modelos económicos (p. 67).

Sostiene Palermo con bastante acierto que el mercado es concepto plagado de mitos. Es un mito que el mercado sea justo o libre, desde el momento en que no se nos da opción a vivir en una situación de no-mercado (p. 71) lo que implica que una de las tres famosas opciones de Hirschman, salida, no está disponible en realidad. Lo que los teóricos burgueses parecen no entender es que las relaciones de poder son relaciones sociales y no relaciones entre agentes aislados. Las reglas consagran la desigualdad de posibilidades y en ausencia de reglas rige la del más fuerte (p. 77) con lo que no cabe hablar de justicia. También es un mito que el mercado genere igualdad de oportunidades en una sociedad dividida en clases desiguales de trabajadores y capitalistas (p. 81). Mito es asimismo que el mercado sea productor de riqueza ya que medir la riqueza producida sin hacer referencia a su distribución carece de sentido (p. 84). También es mito que el mercado descubra y administre la información. En modo alguno está probado que el mercado sea mejor que la planificación como se prueba por el modelo de Lange-Lerner, la aportación de la programación lineal a la economía planificada (p. 92) y la existencia de las "fallas del mercado", reconocidas por la propia teoría neoclásica (p. 94). En el siglo XXI, concluye Palermo, todo el mundo planifica. Planifican las empresas, a veces enormes, con volúmenes de negocios que superan en mucho los PIB de la mayoría de los Estados del mundo (p. 98). Probablemente su afirmación más problemática aquí sea que la causa de la crisis de la Unión Soviética no fue el fracaso de la planificación y que, en consecuencia, la escuela austríaca no estaba en lo cierto al criticar la planificación como intrínsecamente contraria a la racionalidad económica (p. 101).

Desde el puunto de vista de Palermo la dialéctica de la teoría económica es la relación entre los mercados teóricos y los reales. El modelo típico de la teoría neoclásica, el del equilibrio económico general formulado en términos matemáticos, está basado en tres conjuntos de hipótesis: la tecnología, las preferencias individuales y las dotaciones de los individuos, siempre concebidos como datos exógenos (p. 105). El equilibrio (aquel punto de intersección de las curvas en el que nadie está interesado en cambiar) parte de dos teoremas que demuestran la tesis de la eficiencia del mercado competitivo: 1º) cualquier equilibrio de competencia perfecta en el mercado es un óptimo de Pareto; 2º) cualquier equilibrio en el óptimo de Pareto se puede obtener por el juego competitivo de los mercados, a partir de una determinada distribución inicial de los recursos entre los agentes (p. 107). La crítica de Palermo, sin embargo, se centra en atacar el supuesto básico de que los datos sean exógenos al modelo: toda tecnología admite alternativas. Si las preferencias, han de ser operativas, tienen que ser completas y transitivas pero desde Condorcet sabemos que pueden no serlo y que la soberanía del consumidor puede ser falsa. Y tampoco las dotaciones pueden entenderse como exógenas al modelo. Aún quedan otros tres axiomas: el de la monotonicidad, la continuidad y la convexidad que sólo se entienden por métodos analíticos pero que el autor considera no compatibles con la eficiencia paretiana del mercado de competencia perfecta (p. 124).

A su vez, la teoría de las fallas del mercado, esto es, aquellas situaciones en que un mercado de competencia perfecta es ineficiente (de acuerdo con el óptimo paretiano) se concentra en tres casos: los rendimientos de escala creciente, las externalidades y los bienes públicos (p. 137). La respuesta de la teoría neoclásica es que si hay fallas es porque los mercados están poco difundidos. En el caso de los rendimientos crecientes se acude a teorías como la de los "mercados desafiables", de W. Baumol, John C. Panzar y Robert D. Willig y en cuanto a las externalidades y las dotaciones de bienes públicos a teorías como la del equilibrio de Lindhal que a su vez no funciona a causa del efecto del free riding (p. 147). Resumiendo, para Palermo los mercados reales se distinguen de los teóricos en que siempre son ineficientes (p. 148). La pregunta que habría que hacer al autor para ser consecuente con sus propios supuestos es: ineficiente ¿para quién?

Vistas las limitaciones de la teoría neoclásica para llegar al óptimo de Pareto, aquella recurre a dos expedientes: 1º) asumir que la realidad debe ajustarse al modelo teórico y 2º) reducir el número de restricciones matemáticas que se deben introducir en el modelo del equilibrio general (p. 151). El segundo se hace a traves del neo-institucionalismo y el neo-keynesianismo que no tienen nada que ver con el institucionalismo y el keynesianismo clásicos ya que estos rechazan el dogma del individualismo metodológico y el de la eficiencia del mercado (p. 155). Por último, el llamado "enfoque radical" es un puente entre la teoría neoclásica y la marxista. La diferencia entre la primera y la segunda es que en la primera la explotación se da en la esfera de la producción mientras que en la segunda se da en la del intercambio (p. 164).

Por último reconoce Palermo que los valores que se predican del mercado, esto es, el individualismo, la meritocracia y la competencia (p. 170) se postulan asimismo como universales de tal modo que hasta la izquierda aparece inficionada con la hegemonía ideológica del mercado, cosa que se echa de ver en el modo en que aborda cuestiones como la inmigración, la enseñanza o la regulación del trabajo. En definitiva, se da una victoria cultural de la nueva derecha (p. 183).

Ante el panorama, Palermo se plantea la clásica pregunta leninista, "schtó dielach?" (¿qué hacer?) con lo que la última parte del libro aborda el campo de las propuestas alternativas que, como decía al principio, son mucho más pobres e insatisfactorias que la crítica que consigue armar a las doctrinas neoliberales. Sostiene con bastante razón a mi juicio (sobre todo en estos momentos de crisis económica que ha sido posterior a la redacción del libro pero en buena medida lo corrobora) que aunque los liberales defiendan la desregulación son la planificación pública y privada las que siempre impiden el colapso final del mercado (p. 208). A título de digresión cabría señalar aquí cómo el actual hundimiento de los mercados financieros internacionales se debe a la desaparición de la planificación y la regulación en ese campo.

Pero a partir de aquí, las propuestas y recetas de Palermo suenan a muy conocido, ya probado (y fracasado) o excesivamente abstracto y genérico y, por lo tanto, inaplicable. En el mercado, argumenta, la asignación de recursos se hace según los objetivos de los consumidores individuales; en la planificación, según los objetivos de ésta (p. 209). Pero eso es lo grave porque obliga a creer con fe religiosa que, a su vez, los objetivos de la planificación, que no existen pues en la realidad sólo hay objetivos de los planificadores serán buenos y justos.

El intento de resolver la irracionalidad del mercado mediante el control de precios es sólo un paliativo que generalmente acarrea consecuencias peores, como el contrabando o el mercado negro y lo mejor es la planificación (p. 215). Lo primero es cierto, al menos desde el famoso edicto de Caracalla llamado De rerum venalium, pero lo segundo está todavía pendiente de demostración y no estoy seguro de que haya mayorías ansiosas por volver a hacerlo después de la experiencia soviética. Quizá no esté de más recordar aquí, cosa que Palermo parece olvidar, que cuando Arrow formula su famoso teorema de la imposibilidad de una única función de bienestar social en democracia añade que esa sólo es posible en dictadura. El corolario es evidente: la planificación central general sólo puede darse en condiciones de dictadura. Las consecuencias del corolario son no menos evidentes.

La solución genérica que propone Palermo es desmercantilizar todos los bienes y servicios que nos importen. "Desmercantilizar" es un curioso verbo que suena mejor que abolir el mercado sobre todo porque no parece confrontarnos con la siguiente urgencia: para sustituirlo ¿por qué? ¿Por la planificación? A lo largo del libro, Palermo ha jugado con la disyuntiva entre mercados teóricos y mercados reales al hablar de la teoría neoclásica, pero no la aplica a su afición a la planificación. Sin embargo él mismo es un ejemplo de ello: su idea de la planificación (teórica) no coincide con la planificación real que hubo en su momento en el mundo. De ahí que sostenga que la planificación no fue la causa del hundimiento de la Unión Soviética. Pero como no aporta prueba alguna de ello, tambión podría sostener cualquier otra cosa.

Teniendo en cuenta lo anterior juzgue el lector lo que hay de novedoso y prometedor en la síntesis del programa que propone Palermo:

- 1º) Confrontación política democrática para establecer las prioridades sociales y los objetivos económicos.

- 2º) Ampliación del espacio económico regulado mediante planificación.

- 3º) Progresiva sustitución del principio burgués "de cada uno según sus necesidades, a cada uno según sus capacidades" poir el comunista "de cada uno según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades".

- 4º) Progresiva desmercantilización de los diversos ámbitos de nuestra vida. (p. 221).

Tiene uno la impresión de que el siglo XX no hubiera pasado o que algunos no aprenden de las experiencias. En resumen: un buen libro en el aspecto de crítica a las teorías neoliberales y un libro malo y pobre en el de las propuestas concretas alternativas. Q.E.D.

divendres, 20 de febrer del 2009

La quiebra del sistema.

Poco a poco va abriéndose paso la idea de que esta crisis mundial carece de precedentes y que puede tener una gravedad hoy insospechada pero que ya comienza a barruntarse con temor en las cancillerías: puede ser una crisis del sistema capitalista en su conjunto. Hace menos de un año el señor Rodríguez Zapatero se negaba a pronunciar la palabra maldita, prefiriendo "frenazo" o algún otro eufemismo. Hoy no solamente no se le cae de la boca sino que tanto él como sus ministros del área económica parecen noqueados en sus comparecencias públicas, casi balbucientes. Como todo el mundo por lo demás. Sólo los imbéciles van por ahí diciendo que saben lo que pasa y tienen el remedio. Hace poco también el inefable señor Greenspan confesaba a un Comité del Senado que estaba estupefacto y que jamás soñó que el mercado fuera realmente incapaz de autorregularse. Este genio de las finanzas ignoraba lo que sabe todo el mundo: que si hay que autorregularse es porque las reglas son necesarias y, lo dicho, todo el mundo sabe que la peor forma de imponer unas reglas es autoimponiéndoselas. Estoy seguro de que a estas alturas, quinientos años después, el buen Sancho todavía no se ha dado ni la milésima parte de azotes que había de propinarse a cuenta del desencantamiento de doña Dulcinea. Y ello sin mencionar los varios miles (creo) que se descuenta el muy pillo dándoselos a un árbol y fingiendo estar recibiéndolos a oídos de don Quijote y cuenta de sus borricos. Que ya Sancho entendía muy bien cómo funciona el mercado capitalista. Mucho mejor que don Quijote.

Las comparaciones con 1929 no se mantienen. Entre otras cosas porque entonces se pudo echar mano a la creación del Estado del bienestar y las políticas keynesianas. Ahora todo eso existe. Y nadie sabe a dónde puede conducir el catástrófico rumbo de la economía global, que encadena los datos macro negativos en razón creciente. Un vendaval que puede arrasar mercados, Estados, organizaciones internacionales. Un vendaval que puede avivar las brasas, nunca muertas en Occidente, del nacionalismo, el proteccionismo, el fascismo, el racismo y otros ismos no menos temibles.

Odio exagerar pero si, hace cinco años, no más, excuso decir veinte, alguien dice que el presidente de los Estados Unidos iba a considerar la posibilidad de nacionalizar la banca de acuerdo con una reciente propuesta de Paul Krugman que tiene bastante consenso entre los propios banqueros ese alguien terminaría la jornada en un frenopático. Hoy, sin embargo, lo consideran y proponen otros estadistas, como Silvio Berlusconi y Gordon Brown, claro que en el caso del señor Berlusconi la condición de estadista no excluye la de frenópata. Hasta el Gobierno alemán tiene planes para nacionalizar bancos cuando se encuentren con problemas como pasa ya con el gigante Hypo Real State (HRS). Bien es cierto que los accionistas gringos del HRS quieren plantar batalla al Gobierno e impedir la incautación.

Se dibuja una línea de conflicto entre los gobiernos y la banca. Esa petición del Gobierno gringo a la banca suiza USB, la principal del país, de que levante el secreto de 52.000 cuentacorrentistas estadounidense es casi un casus belli. El secreto bancario es la base del negocio suizo, como la de todos los paraísos fiscales pues a estos efectos, Suiza, Liechtenstein, Bélgica y Luxemburgo con sus secretos bancarios, son verdaderos paraísos fiscales, razón por la cual USB se niega a levantar el secreto bancario de los 52.000 clientes. Pero localizar ese dinero e impedir el uso de los paraísos fiscales es, al día de hoy, el primer paso de una política creíble de resolución de la crisis y salir de la crisis quizá sea cuestión de subsistencia de los Estados occidentales. El choque, por tanto, es frontal y no se le ve fácil solución. Antes se hacía una guerra, se abrían los puertos del Japón al comercio a cañonazos, por ejemplo; pero ahora eso no es posible o, cuando menos, no lo parece, aunque nunca se sabe.

Y si fueran sólo los bancos... A estas alturas la crisis es tan profunda y virulenta que no sólo los bancos sino los países son los que están amenazados de quiebra. ¿Pueden quebrar los Estados? Por supuesto y unos más fácilmente que otros. Consúltese el gráfico del Frankfurter Rundschau para ver el grado de riesgo de quiebra que tenemos los países de la eurozona (alto en Irlanda, Grecia, Eslovaquia y eslovenia; medio en Portugal, España, Italia, Austria y Bélgica; y bajo en Francia, Alemania, Países Bajos, Luxemburgo y Finlandia) y los de fuera de la eurozona. Los países extraños a la Unión Europea que tienen su propia moneda y es fuerte no suelen tener problema de quiebra porque dan a la manivela de hacer billetes a costa de la inflación que nunca es mala para todos. Lo más fastidioso es lo de los países de la eurozona con problemas porque al no poder devaluar su moneda pues no la tienen, pueden encontrarse en situación de quiebra, de no poder pagar sus deudas. En estas condiciones, ¿cuánto durará la Unión Europea si hay que decir a los ciudadanos que es preciso ayudar a Irlanda, a Grecia, a Eslovaquia, Eslovenia y quién sabe a cuántos más?

Por eso se dice aquí que esta crisis puede tener unas consecuencias impensadas para las cuales, me temo, nadie está preparado. Y nadie es nadie.

(La imagen es una foto de Daquella manera, con licencia de Creative Commons).

dimecres, 11 de febrer del 2009

ZP, la crisis y un par de propuestas.

Da la impresión de que el señor Rodríguez Zapatero sea ciclotímico. En quince días hemos pasado del exultante optimismo del Tengo una pregunta para usted, cuando era seguro y cierto que saldríamos de la crisis como el barón de Münchhausen salió del pantano, al sombrío pesimismo de la comparecencia de ayer, cuando oímos que aún no hemos tocado fondo y que no se puede prever cuándo se verá la luz al final del túnel. Si añadimos a eso la aciaga confesión del señor Solbes de que ya nos hemos comido el margen de maniobra, se reconocerá que la autoridad no está precisamente animada y que el futuro a corto, medio y largo plazo pinta oscurito. El señor Rodríguez Zapatero tarda en tomar conciencia de las cosas y, cuando lo hace, esa conciencia lo doblega.

No se venga abajo, presidente. Lo que está usted haciendo es parte de lo que hay que hacer. Desde luego mucho mejor que si estuviera en el Gobierno alguno de esos talibanes neoliberales dispuestos a arrasar con lo que queda. Pero no es todo lo que puede hacer. Con ánimo constructivo me permito un par de sugerencias y pido disculpas por mi atrevimiento:

- Concluya ese gran acuerdo nacional con todas las fuerzas políticas, sindicales y empresariales. Y con el PP si se puede y, si no se puede, déjelo al margen. Aproveche para cambiar a los/as ministros/as más quemados/as de su gobierno, empezando por la ministra de la Vivienda por las razones que diré más abajo. Las medidas que hay que tomar requieren un ejecutivo ágil con el mayor respaldo posible.

- No se deje torear más por los bancos que son los responsables secundarios de la crisis (el primario en España es el ladrillo) y oblígueles a abrir el crédito. Si no lo hacen, intervéngalos por ley. Es insultante que unos individuos que han tenido miles de millones de beneficios, reciban decenas de miles de millones de auxilio y sigan restringiendo el crédito.

- Negocie con las pymes medidas de agilización directa del crédito a través del ICO y no toque la regulación actual del despido.

- Recorte el gasto público militar; déjelo prácticamente en cero, empezando por retirar las tropas de Afganistán y otros lugares en donde no sea verdad que estamos en misión de paz.

- Meta en cintura al sector del ladrillo, que es el responsable primero de la crisis en España y sigue siéndolo. Es intolerable que estos pícaros, tras haberse forrado en los años de la burbuja, quieran ahora engañarnos de nuevo y pidan que el Gobierno subvencione los alquileres como fórmula para salir del atasco. Están mintiendo pues se trata de alquileres con opción a compra y lo que quieren es que el Gobierno (o sea, todos los contribuyentes) subvencione la compra de las viviendas a los precios inflados y abusivos a que han estado vendiéndolas hasta ahora. Imagínese usted la injusticia de que un ciudadano que no puede pagar la hipotecaza que le echaron encima los del ladrillo tenga que subvencionar con sus impuestos la compra de la vivienda de otro. Si los constructores quieren vender el millón y medio de viviendas que tienen paradas que bajen los precios. Verá usted cómo si se bajan los precios se animará la demanda, volverá el crédito y empezaremos a ver la luz esa que no ve usted al final del túnel.

- Pero mande a su casa a la ministra de la Vivienda a la que ya no le queda más margen para hacer el ridículo. Ahora quiere animar el crédito apelando a los sentimientos de la banca. Lleva un año haciendo el juego al sector del ladrillo y tratando de engañar a la gente para que compre aun sabiendo que los precios son prohibitivos. Pero esto de los sentimientos de la banca es definitivo. Añade la inefable señora que las cajas "miren con cariño" a quienes van a pedir una hipoteca porque en su mayoría son solventes. ¿De dónde ha sacado usted esta joya?

(La imagen es una foto de Público, con licencia de Creative Commons).

dijous, 5 de febrer del 2009

Con la banca hemos topado.

Poco a poco va quedando claro quiénes son los villanos de esta obra en la que se ventila la crisis más grave que ha sufrido el capitalismo desde su fundación: los bancos.

Lamento repetirme pero conviene recordar que eran los bancos de inversiones, esos entes descomunales que se desarrollaron en los años de Jauja cuando había dinero en abundancia y todo el mundo se endeudaba alegremente, unos bancos especiales que surgieron al calor de la globalización y de la circulación libre de capitales, entidades opacas a los sistemas tradicionales de control que crecieron en los movimientos especulativos acumulando beneficios enormes, primas y salarios de altos ejecutivos sin parangón. Cuando la burbuja inmobiliaria en los EEUU reventó, todos estos bancos de inversiones (Lehman Brothers, Bearn Stearns, etc) naufragaron. Y no sólo ellos sino también extraños esquemas financieros que en el fondo era estafas, como la de Madoff porque en el capitalismo globalizado la línea que separa las actividades financieras legales y las delictivas es muy tenue; si es que es.

Las quiebras y las intervenciones públicas en situación de emergencia trasladaron la crisis financiera a la economía "real". Los bancos comerciales, no pudiendo saber hasta qué punto estaba comprometido cada uno de ellos con las actividades de la banca de inversiones, empezaron a no fiarse unos de otros y a no prestarse dinero recíprocamente, criterio que se mantiene aunque el euribor haya descendido. Y este credit crunch es el principio del círculo vicioso de la recesión: los hipotecas no se pueden pagar; una ingente cantidad de títulos de créditos no valen ni el precio del papel en que están impresos; falta de crédito, la economía se contrae; la economía contraída es menos empleo y mayor descontento social, más cierres de empresas y más gentes en el paro; menos posibilidades de garantizar los préstamos; menos créditos, etc.

Todos los Gobiernos han intervenido para salvar la situación facilitando liquidez a la banca comercial. ¿Y qué ha hecho ésta en España? Emplear ese dinero en enjugar sus deudas, pero sin abrir el crédito a las familias y a las pymes. Son los bancos quienes, tras haber provocado la crisis, impiden que la economía remonte. Eso es evidente en España y de ahí que un ministro del Gobierno del señor Rodríguez Zapatero profiriese algún tono más alto que otro a propósito de la banca; pero el segundo del PSOE ya lo ha contrarrestado, en una muestra de celeridad servil que prueba a qué extremos está el gobierno enfeudado a la banca.

La bajada de los tipos de interés, primero en los EEUU y después en Europa, responde al intento de facilitar la recuperación económica. Acorde con ello, también ha bajado el euribor. Pero no para la gente. Ayer, la ministra de la Vivienda, señora Corredor, en un chat con los lectores de 20 Minutos insistió en un par de ocasiones en sus temas preferidos para engañar a los usuarios que buscan vivienda. Aseguraba la señora Corredor que la situación está mejor porque el euribor está bajando. Es imposible que esta señora ignore que, aunque el euribor haya bajado, los bancos no repercuten ese descenso en los clientes porque, en lugar de añadirle un 0,70 por ciento, añaden 2,4 por ciento con lo que las hipotecas siguen igual de caras.

Sí, son los bancos los responsables de la crisis, pero no parece que el gobierno del señor Zapatero haga o vaya a hacer algo que obligue a la banca a facilitar la salida de la crisis.

(La imagen es una foto de Swisscan, con licencia de Creative Commons).

dimarts, 3 de febrer del 2009

¿Quién tiene la culpa de la crisis?

El señor Rodríguez Zapatero se reunió ayer con los principales banqueros del país (que en el año 2008, según Público, ganaron dos millones de euros por hora) para rogarles que hagan el favor de canalizar a la gente y a las pymes algo de los 150.000 millones de euros de dineros públicos que el Estado les ha "inyectado" porque no es hora de acumular más beneficios, sino de arrimar el hombro.

Los banqueros le contestaron con una teórica, explicándole -y con él a todos los españoles que no ganamos dos millones de euros por hora- que si la economía no se ha hundido ya del todo es gracias e ellos y que la culpa de la crisis la tiene el Gobierno y la tenemos la gente corriente y moliente por endeudarnos en exceso, y que ahora vienen tiempos difíciles.

Eso se llama desvergüenza, vulgo tener un morro que se lo pisan. Veamos la secuencia de los hechos:

1.- La crisis estalla causa de los fondos de riesgo con los que los bancos de inversiones estadounidenses y en todo el mundo han estado especulando codiciosa e irresponsablemente.

2.- Se transfiere luego a la banca comercial (los de los dos millones de euros por hora de beneficios) en forma de falta de confianza mutua y restricción del crédito.

3.- La restricción del crédito asfixia las economías, que entran en recesión.

4.- La crisis se generaliza y los Estados -entre ellos el español- intervienen inyectando miles de millones en los bancos comerciales para mantener vivo el crédito.

5.- Los bancos comerciales no hacen tal cosa sino que dedican los fondos a sanear sus cuentas y siguen restringiendo el crédito con la recesión a punto de convertirse ya en una depresión.

Realmente, ¿quiénes son los culpables? Está muy claro: los bancos de inversión en primer lugar y los bancos comerciales en segundo lugar. O sea, los bancos. Como es lógico porque son los únicos que pueden desatar una crisis con sus medidas. Haga lo que haga la gente, nunca pondrá en marcha una recesión.

Está claro: un morro que se lo pisan e igual que los terroristas israelíes culpan a las víctimas palestinas de sus muertes, los bancos culpan a la gente de los problemas que sólo ellos han causado.

Antes había razones económicas y financieras para nacionalizar los bancos. Ahora también las hay políticas: que vayan a reírse de sus familiares.

(La imagen es una foto de Steve Rhodes, con licencia de Creative Commons).

dissabte, 31 de gener del 2009

Hablando de la crisis.

Recordarás amable lector que hacia el 15 de noviembre del año pasado, el señor Bush, entonces presidente de los EEUU en lo que ahora parece ya otra era dos meses y medio después, convocó en Washington nada menos que una Cumbre sobre los mercados financieros y la economía mundial a la que acudieron los veintiséis dirigentes mundiales más importantes, entre ellos el señor Rodríguez Zapatero, que casi convirtió su asistencia en un casus belli. También hubo dos mujeres, esto es, algo así como el siete por siento de la cumbre. Está más que claro que la llamada Comunidad internacional es "andrócrata". Y estos son los avanzados. Cierto que también hay otros merluzos que dicen que el auge del feminismo es un negocio como cualquier otro por el que las mujeres duplican su beneficio, una parte como objeto de privilegios por ser minoría discriminada y otra en aplicación de la legislación de igualdad. Pero ese injusto spillover de las políticas de la igualdad, por lo que se ve, no alcanza a las cumbres, reinos incontrovertidos de la más próvida virilidad.

En todo caso la expectativa frente a la cumbre era extraordinaria porque iba a ser la reunión en que se dictaminaría qué clase de crisis es ésta y qué medidas pueden tomarse para encajarla, minimizarla, soslayarla. Sin embargo el resultado no fue muy notable como se prueba por el hecho de que dos meses y medio después de la celebración del evento prácticamente nadie se acuerde del piloto o el jefe de la misión ni de lo que quería. Era una reunión importante por su finalidad, consistente en poner en marcha los mecanismos adecuados para salir de la crisis. Nada menos. Fue un hecho típicamente "global": se dio en todo el mundo, pero no tuvo efecto en parte alguna. Al mando de la nao capitana estaba entonces Mr. Pato Cojo que ya sabía que no podía hacer nada porque su sucesor lo desharía en un par de meses, como está viéndose que hace con Guantánamo, las células madre, etc.

La memoria de aquella reunión no se ha conservado en la de la gente salvo, al parecer, en la idea de que si alguien puede sacar al mundo de la crisis son los Estados y en concreto los Unidos. Eso es lo que ha venido a repetir la declaración de la reunión anual de Davos, lugar en que se pasó una temporada Hans Castorp en la montaña mágica, y en el que se reúnen políticos, millonetis, famosos e importantes para asperjar sobre la humanidad expectante el maná de su sabiduría infinita. En la última reunión se ha decidido decir a los Estados que tienen que enderezar el mundo. ¿Quién? Los estados. El Estado.

El Estado. Quizá alguien debiera avisar al señor Aznar, antes de que le hagan una estatua en el Museo de Mme Tussaud como ejemplo de político freak.

La Cumbre de marras es el renacimiento del Estado. Un renacimiento quizá no, pero sí buena época para lo que el Estado sabe hacer muy bien que es la política y lo legal; medidas políticas y jurídicas. Si en estas condiciones en que los banqueros y los empresarios a una junto a los estadistas y los millonarios piden la intervención del Estado alguien dice que el error está en la intervención del Estado realmente tiene su aquel.

¿Qué tiene que hacer el Estado en primerísimo lugar? Darse cuenta de que una crisis de carácter global no puede resolverse en los marcos de los Estados nacionales, sino que hay que ir a un marco resolutorio (con condiciones distintas según los casos) de carácter global. Pero todo lo relativo a "gobierno mundial" en cualquiera de las vertientes es de escalofrío y confieso que no se me ocurre cómo se puede hacer ver como razonable algo que en verdad es de escalofrío. Por ejemplo, ayer se veían imágenes de trabajadores británicos manifestándose en huelga en contra de los trabajadores no extranjeros. Una de bravas pro el internacionalismo proletario. El socialismo mundial está a la vuelta de la esquina con esto de la crisis general del capitalismo. Esas cosas serán cada vez más frecuentes en la medida en que la crisis vaya haciéndose más general y difícil de tratar.

Seguramente el tercer milenio, al que no han llegado muchos de nuestra generación, extraerá experiencias y fijará conocimientos para casos extremos pero no considerándolos necesarios sin más. Eso de pensar la revolución como algo distinto del presente ha resultado en imposible. La revolución es hoy, ahora.

(La imagen es una foto de Público, bajo licencia de Creative Commons).

divendres, 16 de gener del 2009

Para salir de la crisis.

Lo más maravilloso de esta crisis (como de todas) es la rotunda ignorancia que sobre los mecanismos del mercado tienen los que más voces dan diciendo que hay que fiarse de ellos. No sé si es voluntaria o involuntaria pero en todo caso, clama al cielo. Ayer, el gobernador del Banco Central Europeo, señor Jean Claude Trichet, bajaba al dos por ciento el precio del dinero en la eurozona. El mismo señor Trichet que hace seis meses lo tenía en un asombroso 4,25 por ciento, el más alto en años, argumentando que había que combatir la inflación. Una inflación que era obviamente pasajera y estaba movida por el errático comportamiento de los precios del petroleo, algo que debiera saber este pavo, aunque sólo sea por el cargo que ocupa, en lugar de estrangular la actividad económica europea por su estúpido dogmatismo. No seré yo quien pida que dimita el dicho pavo, aunque no estaría mal sólo por no seguir escuchando como cocea el inglés con esas insufribles "eges" francesas, entre otras cosas porque siempre podrá decir (y seguro que lo dice) que baja ahora los tipos porque, al subirlos antes, venció a la inflación. En todo caso éste entiende tanto el mercado como yo el misterio de la Santísima Trinidad.

Por otro lado, ayer mismo el ministerio de la Vivienda, que dirige esa lumbrera de doña Beatriz Corredor, decía que el precio del objeto de sus desvelos descendió un 2,8 por ciento de media en 2008 y esperaba que siguiera cayendo más en 2009. Bueno, los organismos independientes, mucho más de fiar que el ministerio, hablan de un descenso del ocho y pico por ciento, y sigue bajando. Pero ¿se acuerdan Vds. de la señora Corredor incitando hace seis meses a los españoles a comprar sosteniendo que era el momento adecuado para comprar vivienda? Yo sí. Incluso hice una entrada sobre ello en el mes de julio, titulada El Gobierno al servicio de la mafia del ladrillo en la que, entre otras cosas decía que había que tener caradura porque la ministra sabía que los precios no habían bajado aún y, por lo tanto, estaba intentando engañar a la gente. Tuve que insistir el mes de noviembre con otra entrada titulada La insoportable ministra de la vivienda que comenzaba diciendo: "La señora Beatriz Corredor, ministra de la Vivienda, sigue haciendo el trabajo sucio a la mafia del ladrillo, a cuyo obvio servicio está, y en contra de los intereses de los ciudadanos a los que pretende confundir de modo sistemático." Ahora resulta que el precio de la vivienda está bajando y va a seguir haciéndolo. Por supuesto, tampoco hay que pedir la dimisión de este talento. Total, si se queda el señor Trichet, qué más da.

¿Recuerdan asimismo a aquel señor, Guillermo Chicote, presidente de la Asociación de Promotores Constructores de España diciendo en octubre del año pasado que nadie esperara descensos en los precios del 30 por ciento y que antes de bajar los precios estaban dispuestos a regalar las casas a los bancos? ¿Otro profundo conocedor del mercado o uno que amenazaba a ver si entre la ministra y él conseguían colocar a la gente el stock de viviendas sobrevaloradas en un cuarenta por ciento con márgenes de beneficios que llegaban a veces al setenta por ciento? Elijan lo que prefieran pero la situación al día de hoy es: a) que los precios han bajado ya entre un ocho y un diez por ciento; b) que los bancos están quedándose con las viviendas porque los constructores no las venden y no pueden devolver los créditos le guste al señor Chicote o no; c) que los precios de las viviendas seguirán bajando este año al menos otro diez por ciento o más, hasta volver al precio normal del mercado, de nuevo le guste al señor Chicote o no.

Con estos gobernadores de bancos, ministras de la Vivienda y constructores, ¿cómo no va a haber crisis? Pues a pesar de los denodados esfuerzos de estos genios que no saben por dónde sopla el viento, el mercado está marcando claramente la dirección para salir de ella: baja el precio del dinero, baja el euribor, se abaratan las hipotecas y el Estado debe facilitar por todos los medios la contratación de éstas. Si ahora los empresarios del ladrillo venden el stock con una rebaja entre el treinta y el cuarenta por ciento (que siempre será mejor que no vender nada, dejar que se deprecie y, al final, endosárselo a los bancos) el ahorro que ha aumentado mucho en el último año iría a la adquisición de vivienda, lo que permitiría que el sector arrancara de nuevo y tornara a ser la locomotora de la economía española.

Pero, claro, para eso hace falta tener reflejos, perspicacia y flexibilidad. Y no es el caso.

Lo curioso es que, al final, será el mercado solo el que imponga esta solución en contra, como se ve, del parecer de los señores Trichet y las señoras Corredor que no están ganándose el sueldo en modo alguno. El caso del señor Chicote es distinto por ser empresario privado. Él, probablemente, sí conoce las tendencias del mercado y si dice lo que dice es por salvaguardar sus intereses y por si cuela.

Pero no cuela. Los precios bajan y seguirán bajando hasta que se crucen con la demanda, lo cual es el abc de la economía.

(La imagen es una foto de looking4poetry, con licencia de Creative Commons).

divendres, 9 de gener del 2009

De Santa Bárbara cuando truena.

Ya tenemos aquí la temible secuela de toda crisis de subconsumo: el desempleo en masa. Más de tres millones de parados en España y subiendo. Más de diez en los Estados Unidos (un 6,7 % de la población activa) y subiendo. Las últimas previsiones anuncian veinte millones en Europa al finalizar 2009 y me parece un cálculo por lo bajo.

El paro es el problema económico más importante precisamente porque no es sólo económico sino político, social y psicológico; especialmente psicológico y, si no lo creen, salgan a la calle y pregúntenle a un hombre de cincuenta y cinco años que se ha quedado sin curro cómo ve la vida.

La estúpida balumba neoliberal de los últimos veinticinco años con las doctrinas desreguladoras, liberalizadoras y otros camelos repetidos hasta la náusea en los medios, las fundaciones, los sedicentes think tanks, las cátedras universitarias por gentes que se llamaban a sí mismas "ortodoxas", como si los demás fuéramos monofisitas, acabó consiguiendo que perdiéramos de vista el hecho elemental y básico de que la economía se hizo para el hombre-mujer y no al revés.

Cualquiera que escuche hoy a los principales mandatarios occidentales, los señores Obama, Brown, Sarkozy, Rodríguez Zapatero etc cómo hablan todos de bajar los tipos de interés, nacionalizar bancos, intervenir entidades financieras, rescatar empresas con dinero público, regular el crédito, multiplicar el gasto, bombear recursos al mercado de trabajo, recurrir al déficit, etc pensará que se han hecho todos de repente furibundos keynesianos. Bueno, si lo han hecho han hecho bien. Parece haberse olvidado que la famosa Teoría General keynesiana era una Teoría General del empleo, el interés y el dinero porque el economista de Bloomsbury sabía muy bien que sólo una economía en pleno empleo o cercana a él está a salvo de las crisis. De ahí que su teoría general lo sea del empleo ante todo, algo que para la escuela clásica no es un problema económico ya que, en términos ideales, su eliminación se producirá cuando se llegue al punto de equilibrio entre oferta y demanda; por ejemplo, con la gente trabajando a cambio del almuerzo y gracias.

¿Y cómo se va hacia el pleno empleo? Actuando sobre la demanda, que es lo que hacen todos los dirigentes políticos occidentales que saben en dónde están, utilizando la intervención del Estado y la inversión pública para generar puestos de trabajo. El señor Obama anda ya echando las bases de lo que en Gringolandia empieza a llamarse el New New Deal, que es lo que tendrán que hacer los dirigentes europeos sin quieren salir de la recesión y evitar la depresión. El viejo y denostado keynesianismo está de vuelta para sacar de nuevo las castañas del fuego a una economía en crisis.

Por cierto, no es superfluo recordar que esta idea de recurrir a los fondos públicos para dar trabajo a la gente tampoco era tan nueva en tiempos de Keynes. Ya se le había ocurrido a Louis Blanc durante la Revolución de 1848 con los "talleres nacionales", en los que se emplearía a los trabajadores a cargo del Estado hasta que estuviesen en situación de establecerse por su cuenta. El dinero para la operación pensaba sacarlo Blanc de la explotación de los ferrocarriles. El asunto terminó como el rosario de la aurora. Era demasiado pronto para algo tan maduro que sólo cuajó con brillantez y eficacia cien años después, en el Estado del bienestar, salido del desastre de la crisis de 1929.

Y menos mal que tenemos Estado del bienestar. Si los genios neoliberales, los reaganistas, thatcheristas y sus similares y asimilados se hubieran salido con la suya por entero de desmantelarlo acusándolo de ruinoso, incompetente, burocrático y contraprodecente para el crecimiento económico, ahora tendríamos un problema real, como el que hubo en 1929: decenas de millones de parados sin subsidios de desempleo ni redes de seguridad social. Gente abocada a reventar en la calle, recurrir a la beneficencia... o apuntarse a un partido revolucionario fascista o comunista para armarla, desde luego.

La crisis puede poner a prueba la capacidad de respuesta de los sistemas políticos democráticos pero, en todo caso, estos sistemas encajan hoy mejor las situaciones difíciles gracias al Estado de bienestar que sin duda seguirá porque se articula sobre los derechos de las personas, que es un argumento de validez universal.

Los neoliberales, que son como los bajos de los cuadros de Rubens, poblados de monstruos, salvajes y espantosas quimeras, siempre vencidos pero siempre ahí, amenazando con auténticos disparates, objetan al neokeynesianismo que el alegre recurso al déficit es algo que tendrán que pagar las generaciones futuras.

Eso es evidente y vale para todos los seres humanos en todos los tiempos. Las generaciones futuras siempre tienen que pechar con lo que les dejan las anteriores, unas veces mejor y otras peor. Lo que es absurdo es impedir que se arranque en el presente por temor al futuro que es, curiosamente, la actividad primera y más representativa del capitalismo. Quien no proceda así, con riesgo, no tendrá futuro con lo que las generaciones futuras tampoco tendrán presente. Cosas nada fáciles pero ¿quién dijo que la política fuera fácil? No lo será aquella que, como dice Foucault, es la "continuación de la guerra por otros medios".

(La imagen es un retrato de John Maynard Keynes en un número atrasado de la revista Time, de 1963.

dilluns, 22 de desembre del 2008

La gran crisis del siglo.

Sólo falta que el Anti-Cristo anuncie su llegada si es que no está aquí disfrazado de crisis para ir al paso de los avances de la ciencia. Tan fuerte es aquella que baja hasta la compra de lotería, tradicional refugio de los pringaos. Babilonia se hunde. El Vice electo de los EEUU afirma que su país está al borde de la quiebra, como si fuera la España de Felipe II o de Felipe IV o de Fernando VII o del invicto Caudillo. Y el Gobernador del Banco (sic) de España (sic) dice que la crisis es peor que la de 1929. Ojo clínico el de MAFO y diagnóstico precoz, voto a tal. Da gusto el optimismo que irradian los próceres. Menos mal que el señor Rodríguez Zapatero cuenta con que empezaremos a remontar en la segunda mitad de 2009; un consuelo viniendo del mismo que advirtió que había crisis cuando ya no quedaba dinero para pagar a los ujieres de La Moncloa.

¿Alguien recuerda que tras el hundimiento del comunismo íbamos a entrar en un siglo de ventura y prosperidad, que la historia iba a acabarse? Ya no queda un hueso sano a la doctrina neoliberal. Considerando este desastre planetario se ve que tal doctrina, expuesta con insufrible suficiencia por sedicentes expertos no era propiamente una doctrina sino un conjunto de memeces. Cierto que los neoliberales insisten en que la crisis no es debida a la falta de regulaciones sino a su exceso. Pero es que la memez es inasequible al desaliento y a las pruebas empíricas.

Es verdad que la crisis no se se debe tan sólo a cuestiones económicas sino que también (y acaso principalmente) se debe a cuestiones morales: el afán de lucro, la codicia, la avaricia, la falta de escrúpulos, el ansia de rapiña, la insolidaridad, el espíritu delictivo, la ausencia de toda norma moral. Habría que impulsar una reconstrucción moral de la especie, cosa nada fácil porque no hay sistemas conceptuales, racionales, ideológicos que puedan acometerla. Muy de evitar al respecto son las recetas ya prestas de la Iglesia que avanza a paso de carga con su fórmula mágica: no follar, resignarse y obedecer al mando.

A la izquierda le ha caído sobre la cabeza la crisis general del capitalismo sin tener no ya una alternativa preparada para ofrecer como salida sino siquiera una mínima capacidad analítica para comprender la crisis y explicársela a sus desesperados seguidores. Lo extraño de Atenas es que el ejemplo no se haya extendido a otras capitales europeas y no europeas en las que hay tantos o más motivos para salir a la calle a bofetadas con todo lo que huela a oficial, Estado, poder, gobierno, institución o dirección.

(La imagen es una foto de Icrf, bajo licencia de Creative Commons).

dijous, 18 de desembre del 2008

Victoria de momento.

Ya era una vergüenza que el Parlamento europeo estuviera debatiendo una medida como la de la semana de 65 horas, tan contraria a la justicia, a la equidad, a la tradición y al espíritu europeos (que váyase a saber qué son pero me apropio descaradamente por si acaso), a la historia del movimiento obrero, a la evolución del derecho y a las convicciones morales esenciales de la época. Por fortuna la derrota de la propuesta por mayoría absoluta no deja lugar a dudas y aunque se abra un período llamado "de conciliación" entre el Parlamento y el Consejo, lo más probable es que la directiva esté muerta y enterrada y ahora de lo que se trate, según asegura un eurodiputado británico que ha votado en contra de lo que quiere el señor Gordon Brown, sea de averiguar cuánto tiempo van a aguantar excepciones como la británica del opting out que permite sobrepasar el límite de 48 horas por semana cuando lo acuerden patronos y trabajadores.

Han coincidido dos factores para que, finalmente, la izquierda europea haya reaccionado con algo de dignidad después de años de concesiones a las doctrinas neoliberales. El primer factor es la crisis actual que tiene pinta de ser lo que el marxismo, que vuelve a estar de actualidad, llamaría una "crisis del modo de producción". Esta crisis condiciona en este momento todo cuanto se hace y se dice en Europa y en el mundo entero. El análisis concreto de la situación concreta de Lenin es el análisis de la crisis general del capitalismo.

El segundo factor señalado es el hecho de que, en la política de concesiones de los años pasados al ataque neoliberal, los razonamientos que han garantizado su hegemonía, más inteligentes y perspicaces en un primer momento, fueron haciéndose más y más burdos, ajenos a la realidad, casi míticos, llegando al extremo de ser verdaderos disparates. Este último de las 65 horas está basado en un razonamiento tan estúpido y falso que da risa sólo plantearlo, el que que ya habían denunciado los marxistas de la primerísima hornada y que constituía la peana para un ataque al conjunto del capitalismo y de la sociedad burguesa y sus miserias e hipocresías. Y es que, a fuerza de darles la razón a los neoliberales en sus falacias, la calidad de éstas ha ido descendiendo y, por último, la izquierda se ha encontrado de repente ante la siguiente memez: "65 horas por semana cuando el empresario y el trabajador lo acuerden libremente."

Porque oiga Vd., hace falta ser tonto de los cojones para creer que la libertad del patrón y la del obrero sean iguales. Esta ya era demasiado gorda. Aquí la izquierda, por fin, ha despertado y ha visto que en Europa estaban moviéndose las piedras.

Victoria de momento pero la guerra seguirá.

dissabte, 6 de desembre del 2008

La crisis general del capitalismo.

Los últimos datos del índice de producción industrial, que señalan el mayor descenso de ésta en su historia,un 12,8 por ciento respecto al mes de noviembre de 2007, demuestran que va muy acelerado el proceso de transferencia de la crisis financiera a la de la economía real y que, por lo tanto, la ya confirmada recesión puede acabar convertida en una depresión en toda regla. Es opinión cada vez más extendida que resucitan los vaticinios de Karl Marx respecto a la crisis general del capitalismo.

La posible depresión viene dada por el círculo vicioso del exceso de producción (epítome, la burbuja inmobiliaria) en paralelo con un descenso del consumo que obliga a restringir la producción y despedir mano de obra lo que, a su vez, deprime más el consumo que incide de nuevo sobre la producción, etc. ¿Y cómo se puso en marcha esta dinámica viciosa? Como parece por acuerdo general a través de la contracción del crédito a que ha dado lugar la crisis financiera disparada con las famosas subprimes estadounidenses: no hay liquidez en el mercado, las empresas no pueden pagar las nóminas, suspenden pagos, los trabajadores se van a la calle, los bancos no conceden créditos y, en el colmo del rizo del rizo, no se conceden créditos entre sí. En estas condiciones la demanda ha caído aceleradamente sin visos de recuperarse.

Según todos los datos nos encontramos en una situación similar a la de los años treinta, de la que se saldría años después aplicando las recetas keynesianas, sobre todo del llamado “keynesianismo de guerra” cuando toda la producción civil giró a la producción bélica y aumentó la inversión no para producir coches o tractores sino carros de combate y piezas de artillería. Pero ahora, al parecer, las medidas keynesianas no son de aplicación, y menos las de guerra por dos razones: la primera porque no hay conflicto bélico imaginable en el horizonte de envergadura similar al de la segunda guerra mundial. Los conflictos hoy abiertos mundo adelante, aunque muy numerosos, son de efectos limitados, generalmente asimétricos y suelen dilucidarse básicamente con armas pequeñas y ligeras, de las que hay muchas en los mercados internacionales, a pesar de los acuerdos de la ONU en su contra.

La segunda razón: porque la economía y el sistema financiero se han globalizado de modo tal, que aquellas medidas keynesianas, pensadas para mercados nacionales más o menos protegidos en el contexto de Estados soberanos tradicionales ya no son aplicables. La situación es nueva con una globalización de hecho y, en algunos casos (como la Unión Europea), una transferencia de hecho y de derecho de las competencias estatales al orden supranacional. De este modo las decisiones requeridas carecen de referencias por lo que sus resultados pueden ser contraproducentes como de hecho han sido bastantes de las que se han tomado hasta ahora.

A diferencia de los años treinta los países afectados cuentan con sistemas desarrollados de bienestar capaces de amortiguar el impacto de la crisis económica sobre los regímenes democráticos. Los seguros de desempleo, los servicios universales de salud, la educación gratuita, universal y obligatoria y el complejo de prestaciones sociales de los Estados del bienestar deberán funcionar como salvaguardias que impidan el extremismo y polarización políticas que llevaron a las dictaduras y el conflicto de los años treinta en que amplios sectores sociales se radicalizaron políticamente y en una situación en que no había apenas seguro de desempleo ni el resto de características del Estado de bienestar, en muchos casos se afiliaron a partidos políticos extremistas y a sus organizaciones armadas lo que, entre tras cosas, les daba unos rendimientos. Ahora todos aquellos elementos del Estado del bienestar deberían bastar para impedir una crisis de los regímenes políticos democráticos.

Todo lo cual será cierto siempre que no olvidemos dos factores: primero la tendencia de la economía a abusar y a desmantelar los mecanismos de salvaguardia es directamente proporcional a la fortaleza de estos; basta recordar cómo las ingenierías de los despidos (por ejemplo, las prejubilaciones) se hacen normalmente drenando recursos públicos para fines privados de forma masiva. El capitalismo depredador avanza desmantelando cuanto encuentra a su paso y, si puede, externalizará sus costes destruyendo lo que resta de los mecanismos públicos de protección social.

El segundo que los sistemas políticos democráticos descansan sobre altos niveles de desafección ciudadana, baja participación y bajísima afiliación a partidos, todo lo cual es caldo de cultivo para el surgimiento de populismos (alimentados a su vez por la presencia masiva de inmigrantes) y corrientes políticas extremistas dispuestas a capitalizar la crisis económica en radicalismo político sectario. El resurgimiento de la extrema derecha y los partidos populistas en diferentes países europeos, en algunos de los cuales, como Italia o Austria, han conseguido llegar a los gobiernos, es revelador de la situación.

La crisis es ya una crisis general del capitalismo y cada vez resulta más probable que de ella no se saldrá sin un grado considerable de destrozo institucional y de dificultades crecientes de los sistemas democráticos.

(La imagen es una foto de Álvaro Herraiz, bajo licencia de Creative Commons).