Aquí mi artículo de hoy en elMón.cat sobre "el futuro del futuro". Versa sobre la cuestión crucial en la política española del referéndum catalán. No voy a argumentar mi posición al respecto otra vez, pues es conocida y tampoco refutaré los contraargumentos de los nacionalistas españoles para impedir que el referéndum se celebre, ya que es de lo que trata el artículo. En este pequeño prefacio me limitaré a exponer un razonamiento que no suele esgrimirse. Veamos:
- es obvio que la cerrada negativa de los dos partidos dinásticos a permitir el referéndum catalán es el principal elemento de bloqueo de la política española, el que consume más tiempo y recursos;
- en España siempre se dice que hemos de adptarnos a los usos de las modernas democracias de masas, seguir su ejemplo;
- dos de estas (el Canada y Gran Bretaña) han resuelto satisfactoriamente ese mismo problema de un referéndum de autodeterminación en partes de su territorio y ahora hacen pleno uso de sus recursos para aplicarlos a otros menesteres;
- en España eso es imposible; llevamos años y años embarrancados en este asunto hasta que se nos obligue a resolverlo pacíficamente desde fuera. Entre tanto, ¿quién va a pagar por todo el tiempo y todos los recursos que hemos despilfarrado tratando de frenar la emancipación de un pueblo?
Esta es la versión española:
El futuro del futuro
Dice Mariano Rajoy, el gran
representante del pasado, del reciente y del remoto, que el futuro de España no
puede decidirlo solo “un grupo de españoles”. Como siempre, una sinsorgada que
necesitaría del recién fallecido Umberto Eco para entender su significado, si
alguno tiene. ¡Con lo fácil que es decir: los catalanes no pueden hacer un
referéndum porque a mí no me da la gana! Pero eso es demasiado peligroso por
ser verdad y la política española, sabido es, está construida sobre la mentira,
la tergiversación y el equívoco.
Solo cuando se jubilan osan los
políticos españoles decir la verdad. Así, Felipe González afirma que la
cuestión catalana no puede dilucidarse votando y que ni con un 1.200% a favor
del sí serviría el referéndum porque esas cosas del futuro “de todos” no se
votan. Es brutal, pero, al menos es claro y el expresidente se habrá quedado
tranquilo: los catalanes no pueden hacer un referéndum porque a él tampoco le
da la gana. Dicen lo mismo el uno y el otro, pero el segundo es más claro. Y
más contundente. Se nota que está jubilado y no tiene que andar disimulando
para conseguir votos.
Que el futuro de los españoles no
pueda decidirlo solo un grupo de ellos, a primera vista, parece razonable, pero
insignificante. No se trata del futuro de los españoles, sino del de los
catalanes y quieren decidirlo ellos, los catalanes, todos; no un grupo. ¿En
dónde está el problema?
A lo mejor en el término “grupo”,
que suele tener mala prensa. ¿En dónde lo ha dicho el acting president? En un acto electoral (Rajoy siempre está en
campaña electoral; siempre miente) en el País Vasco. Sí, como él desea, hay
elecciones nuevas en España, él quiere ser el candidato. Al margen de si esta
decisión es racional o no para su partido (ellos sabrán en quién depositan su
confianza) la cuestión es: ¿y qué espera sacar en las elecciones? Los votos
necesarios para tener un grupo parlamentario con el que tomar decisiones que
afectan a todos. O sea, en efecto, un grupo de españoles (los electores de este
Demóstenes) va a decidir el futuro de todos. ¿Por qué este grupo sí y otro
posible, no? Obviamente, porque este grupo es el suyo. O sea, como decíamos
antes, el futuro lo decide el grupo que le da la gana a Rajoy. Igual que el
grupo que le da la gana a Felipe González y se compone de una sola persona: él
mismo.
Se dirá que esto es falso, porque
el grupo de que trate (aproximadamente un 20-25% del electorado, votantes del
PP, o sea un 15-18%, más o menos, de la población del Estado) está distribuido
por toda España, es representativo y está autorizado a tomar decisiones por
todos. Lo que no se puede tolerar es que las tome un grupo solo, por muy
numeroso que sea, incluso aunque resulte ser una mayoría tan abrumadora como el
1.200%, porque esté concentrado en un territorio. Es decir, el problema no es
que sea un grupo, sino que resida en el mismo sitio en donde, por cierto, los
representantes del otro grupo, el distribuido por toda España, son
inexistentes. El grupo de Rajoy tiene derecho a decidir el futuro de todos,
incluidos aquellos que viven en lugares en donde el grupo de Rajoy es
irrelevante.
A lo mejor el problema está en el
término “españoles”. El futuro de estos, según Rajoy, no puede decidirlo solo
un grupo. Interesante información que los catalanes verán sin duda con
simpatía, pero sin sentirse afectados, ya que ellos no quieren decidir el
futuro de los españoles sino el de los catalanes. Y aquí ya estamos en ese
terreno resbaladizo de los sentimientos en donde un señor que no reconoce la
existencia de los catalanes da por supuesto que él y su grupo deciden el futuro
de quienes no se sienten españoles por no otra razón que porque son un grupo
mayor y no les da la gana de ceder en su derecho a decidir por los demás,
incluso en contra de su voluntad y mucho menos de reconocer a esos demás el
derecho que ellos se arrogan por la fuerza.
A eso, como a la machada de que
ni con el 120% lo llaman “democracia”. Buena lección de Realpolitik.
Descendamos a la realidad
cotidiana. Al margen de las vaciedades de Rajoy, es obvio que el futuro de
Cataluña habrán de decidirlo los catalanes en un referéndum. En términos
prácticos, ya sabemos que ese referéndum no saldrá de la voluntad de la derecha
ni de una parte de la izquierda española. ¿Cabe esperarlo de la otra?
Tiene sentido esperar a ver el
resultado de las negociaciones para formar gobierno en España en la medida en
que la cuestión del referéndum es medular en ellas. La actitud de entrada del
PSOE es que referéndum, no. Pero también con relación al referéndum de 1986
sobre la OTAN la actitud de entrada fue que no y la de salida que sí. La
prudencia manda esperar a ver el resultado de lo que se negocia y en qué
términos, sobre todo porque no hay alternativa.
La excesiva confianza lleva al
amargo desengaño, pero la excesiva desconfianza lleva a la parálisis. ¿Qué cabe
esperar del llamado “gobierno de progreso” español si llega a constituirse? Lo
más sensato es pararse a ver y no poner palos en las ruedas como dice Puigdemont
que hace el gobierno español con la Generalitat. Tanto Homs, de DiL, como Anna
Gabriel de las CUP, han manifestado su interés y buena disposición en el
improbable (pero no imposible) caso de que del gobierno de España llegara una
oferta de referéndum que fuera aceptable.
Actuar a la razonable expectativa
no es ingenuidad, sino deseo de facilitar las cosas en lugar de dar pretextos a
los adversarios. Sobre todo porque la hoja de ruta, que es el escudo más
consistente del proceso independentista y la garantía de su futuro sigue su
curso. Es decir, porque el futuro tiene futuro.