Aquí mi artículo de hoy en elMón.cat sobre lo que dice el título: la rebeldía catalana. El mundo independentista es complejo, abigarrado y complicado. Hay muchos catalanes deseando romper con España en todos los aspectos y circunstancias, sin matiz alguno. Hay otros que quieren romper con España por lo que España significa, por su historia, trayectoria y forma de estar en el mundo, que quizá no quisieran romper si España fuera de otra forma, más civilizada, abierta, tolerante, democrática.
Pero no es el caso. Y eso se ve con toda claridad en el modo de enfrentarse a la monarquía española. Hay mucha gente en el Estado de izquierda, de tradición republicana pero, hasta la fecha, nadie ha hecho nada por activarla y convertirla en hechos. Al contrario: si alguien plantea la conveniencia de hacer un referéndum sobre Monarquía/República, se echa encima racimos enteros de políticos, personalidades y personajes de la derecha, el centro y la sedicente izquierda sosteniendo que es una iniciativa inoportuna, que "no toca", que no es algo importante para los españoles, etc. Por supuesto: iniciativas institucionales, como la del Ayuntamiento de Arenys de Munt en Cataluña, de declarar persona non grata a Felipe VI, ni hablar; o las de otros ayuntamientos y municipios catalanes, de retirar nombres, nombramientos y honores a laos Borbones, la Corona o el trono. Todavía menos. En España los dos partidos mayoritarios son dinásticos, cortesanos y los republicanos rezongan por los rincones, pero no hacen nada.
En Cataluña sí emerge un sentimiento antimonárquico y republicano con apoyo popular y eso es ya una buena señal para el republicanismo español. Si alguna esperanza tiene este de que llegue una IIIª República, vendrá en la estela de la lucha de la Cataluña republicana.
A continuación, la versión española del artículo.
La rebeldía cotidiana
(A Muriel Casals)
¿De qué está hecha la historia de las naciones? ¿De grandes batallas, tratados, descubrimientos, declaraciones o de actos menores, diarios, habituales? Las bombas destrozan rocas en un instante, derriban murallas que pueden reconstruirse. La lluvia y el viento las erosionan con la fuerza de los siglos, de modo imperceptible y cambian el paisaje para siempre.
Dice Puigdemont que un día los ciudadanos escucharán por la radio la noticia de la independencia de Cataluña. Por la radio, la tele o internet, que los tiempos cambian, President. Pero, para entonces, no será una noticia sorprendente, un scoop, sino la confirmación de una situación de hecho a la que todo el mundo se habrá venido acostumbrando como el normal día a día de la existencia cotidiana. La conclusión de un proceso que había comenzado mucho antes, encarnado en la vida de las personas.
La desconexión de Cataluña no es solamente cosa de las declaraciones solemnes en sede parlamentaria o las medidas de gobierno con sus formalidades, sus proyectos y evaluaciones. Nada de esto serviría si no viniera apoyado en la voluntad firme, sostenida, generalizada, de la población de aplicarla en su vida ordinaria, en el normal quehacer y la rutina diarias.
Arenys de Munt ha declarado persona non grata en su término municipal a Felipe VI. Los historiadores cortesanos ya estarán glosando el insólito hecho del Rey al que sus súbditos rechazan y en cuyos territorios no puede pisar. En la realidad es un hecho que la supervivencia del Estado depende de su libre aceptación por los gobernados y, no dándose esta, de su capacidad de imponerla por la fuerza. Al día de hoy, la Monarquía española no tiene la primera ni puede recurrir a la segunda. Y ello por los actos libres, concretos, cotidianos, de los habitantes, los que crean conciencia.
En otros casos, son las propias personas no gratas las que facilitan la tarea de la desconexión y dejan patente que no hay otro camino, como cuando García Albiol se ausenta con pompa y circunstancia de un acto de la Generalitat porque en él se falta al respeto al gobierno de España. Se va de donde no le quieren y con él se lleva la representación de un gobierno que no estaba invitado, sino expresamente rechazado en la ceremonia porque no había contribuido un céntimo a la inversión que allí se celebraba.
Es la vida cotidiana la que encauza los rumbos divergentes de España y Cataluña. Cuando Puigdemont reúne el cuerpo consular en Barcelona, el presidente del gobierno español gimotea desde el bunker de La Moncloa que se trata de un acto “lamentable e inconstitucional”. Pero no tiene medios de evitarlo porque, en verdad, el Estado hace ya tiempo que ha hecho dejación de sus responsabilidades en Cataluña.
Y no es de extrañar si se calibra adecuadamente la paradójica situación del Estado y la eficacia de sus aparatos represivos e ideológicos cuando se comprueba que los dos partidos dinásticos, mayoritarios en España, PP y PSOE, con el añadido del tercer partido nacionalespañol, C’s, que en total suman más de dos tercios de escaños de la Cámara, no pueden concertar su acción ni siquiera en el único punto en el que están de acuerdo: frenar la independencia de Cataluña, de Cataluña la republicana.
El municipio de Arenys de Munt es un episodio más de un sentir generalizado en Cataluña y que se reitera una y otra vez en la vida de otros ayuntamientos y localidades, cuando se priva al monarca reinante de honores concedidos otrora en condiciones muy distintas o cuando se suprimen los símbolos callejeros de su presencia, de la institución que encarna o los títulos que ostenta. Arenys de Munt es un ejemplo, una adelantada de un sentimiento que ha ha tomado cuerpo en Cataluña entera: en realidad, Felipe VI es persona non grata en Cataluña entera y eso que debe de ser el primer Borbón que, por necesidad, se ha visto obligado a hablar catalán.
Con él, los catalanes rechazan la Monarquía borbónica, tres veces restaurada en España en doscientos años, la última por obra de una pronunciamiento militar fascista que fue dirigido contra la libertad de España y muy especialmente de Cataluña. Y ese sentimiento antimonárquico que se presume en España pero los españoles son incapaces de imponer es el que los catalanes expresan día a día, hora a hora, pacífica y democráticamente, en su vida cotidiana camino de la independencia.