Es de esperar que, a estas alturas, algunos de los bravi que se paseaban ayer muy ufanos por el foro atribuyéndose la dimisión de Aguirre se hayan dado cuenta de que la dama ha vuelto a reírse de ellos. Ha dimitido de un puesto sin poder y en el que le quedan dos telediarios y se ha atrincherado en el Ayuntamiento de Madrid algunos dicen que para dedicar su jornada completa a amargar la vida a Carmena. Otro error. A Aguirre le importa el Ayuntamiento tanto como la vida amorosa de los chimpancés. Nada. Lo que quiere es una base de poder para intrigar en el seno del poder pro domo sua, claro está. La finalidad es ahora aprovechar el desastre que ese prodigio de incompetencia de Rajoy ha provocado en el PP para probar su mano ahora sí, quizá por última vez, a la presidencia del partido. Ambición no le falta. Su dimisión, irrelevante en cuanto a su situación política real, se convierte en una batería que dispara contra la muralla de La Moncloa, en donde se refugia un Mariano Rajoy, el de los sobresueldos, en una situación de acorralamiento y acoso que empieza a ser peligrosa.
En el PP, una organización presuntamente de malhechores, cunde el nerviosismo y los enfrentamientos pues nadie sabe lo que pasará mañana. Pero todos tienen intereses que proteger en una organización en la que no hay más intereses. Y ríanse ustedes de los enfrentamientos en la izquierda, sobre todo entre los comunistas, estén o no en IU; las luchas y los golpes bajos de los del PP son mucho peores porque hay siempre más dinero por repartir, procedente por lo general de la multiplicidad de actividades delictivas que está gente realizaba.
Subraya Esperanza Aguirre que dimite por responsabilidad política, sin que haya acusación penal alguna y que ella está limpia como una patena pues no se ha llevado un duro. (Para los nacidos después de Maastricht, un duro no es una unidad monetaria viva). Pero esa declaración es una bofetada en el blandorro rostro de Rajoy que, obviamente debiera hacer lo mismo: dimitir. Palinuro lleva cuatro años pidiendo esa dimisión pero, ahora, la exigencia es más dañina pues viene de sus mismas gentes. Todavía no se atreven a formularlo claramente porque el PP es una organización autoritaria, pero el ánimo en su propia casa es ya que Rajoy está acabado, amortizado, que es un peso muerto que lastra las opciones del PP y que, cuanto antes se vaya mejor. Y que se lleve a su señor padre, cuyos cuidados como dependiente estamos pagando todos los españoles, iincluidos quienes tienen dependientes a su cargo pero no reciben subvenciones.
Por supuesto, si Aguirre dimite por responsabilidad política en el caso Púnica (es mentira, dimite en un movimiento táctico evidente), ¿que tendría que hacer Rajoy con la Gürtel y las mil una prevaricaciones, estafas, expolios, mangancias que los suyos llevan años cometiendo a la vista de todo el mundo? ¿Qué tendría que hacer después de los papeles de Bárcenas que lo acusan de haber pillado sobresueldos de la caja B? Obviamente, dimitir y presentarse en el juzgado más cercano. En lugar de ello se ha pasado cuatro años inenarrables, hablando a través del plasma, abandonando los edificios por la puerta de servicio, no admitiendo preguntas en las ruedas de prensa, mintiendo en el Parlamento, mandando SMS vergonzosos a sus compinches, balbuceando insensateces y contando cuentos chinos.
Prácticamente ya había conseguido lo que se propuso: aburrir a todo el mundo, desprestigiar las instituciones, bloquear los medios, impedir todo debate serio y abrumar de tal modo a una oposición sumisa que no se atrevió ni a presentar una moción de censura a un gobierno de granujas.
Todo eso ha saltado por los aires con la dimisión de Aguirre. Todo ha quedado desmantelado en las postrimerías de este gobierno inenarrable al frente de una verdadera banda de malhechores. En cuanto a la promesa de cambio que se dibuja en el horizonte, bien clara está: se sustituirá la Gürtel por la Púnica. Innecesario añadir que todo cuanto aquí se dice del Sobresueldos reza con la zafia exalcaldesa del caloret, refugiada a toda prisa en el Senado para que los jueces no le echen el guante.