A Podemos le sucede lo que, según el dogma sucede a la Iglesia católica a la que, por cierto, cada vez se parece más, que su existencia se divide en tres momentos sucesivos: la iglesia militante (aquí, batallando en este valle de lágrimas), la Iglesia purgante (la que expía sus pecados en el Purgatorio) y la Iglesia triunfante que, ya en presencia de Dios, goza de la felicidad eterna.
La comparación es pertinente porque ilustra mucho sobre las ventajas e inconvenientes de la formación morada. Su preparación fue exclusivamente para la época militante, esa que el cuerpo místico llama también Iglesia peregrina. Sabían cómo hablar en los medios, moverse, ocupar el espacio público, lanzar su mensaje, imponer su marco, hacer su apuesta por el sorpasso, la hegemonía o "aquí estamos nosotros". El vocabulario era el adecuado al momenro, aparentemente rompedor y llamando a un sentido elemental de justicia: los de arriba, los de abajo, la casta, la gente, ec.
Pero pasada la época de la Iglesia militante, llega la de la purgante, la de los pactos, la de cocerse a fuego lento, jugando varias partidas el mismo tiempo e intercambiando luchas de términos y sus sentidos, en la que ya no valen consignas, sino que hay que dialogar, proponer, escuchar al otro. Y, para esta nueva etapa, la preparación era cero. Necesitado de pactar con el PSOE porque es su única posibilidad de participar en el gobierno, es cierto que Podemos puso sordina a sus insultos más necios de esos de PP = PSOE, lo cual no quiere decir que sus fanáticos no los repitan en la redes, pero no los jefes. Ya no. Pero se mantuvieron las impertinencias, la petulancias, la arrogancia de presentarse como el ganador de las elecciones (siendo el perdedor) y exigiendo al PSOE y a Sánchez la sumisión a todas sus exigencias: hora, día, lugar de la negociación; con quién; la formación del gobierno y todo lo demás. Y ya hasta el disparate de largar un ultimátum a Sánchez, conminándolo a reunirse con él personalmente en un plazo específico. Tan absurda actitud llevó a Hernando, hombre no muy brillante pero con sentido del humor, a decir a Iglesias que "no sabía en dónde estaba". Por supuesto, Sánchez no respondió y ahí se quedó el líder, colgado de su ultimatum. No, la Iglesia purgante no la llevan bien. Por fin Garzón, más ducho en estas lides que el presuntuoso bisoño ha organizado una reunión a cuatro (PSOE, Podemos, IU y Compromís). No sabemos si servirá para mucho aunque sí, por lo menos, para ocultar la metedura de pata de poner un ultimátum a Sánchez para verse ellos a solas. No obstante seguirá amagando incongruencias, como esa de definir de antemano el contenido de las conversaciones si se hacen a cuatro. O la otra de asegurar que "Pedro Sanchez ya se ha decidido por un gobierno de cambio". Esto de adjudicar a los demás lo que no han dicho y quizá ni pensado, entra ya en el terreno de lo patológico. Sánchez no ha decidido aún y no tiene la menor intención de hacerlo porque, mientras no lo haga, los otros dos partidos, Podemos y C's cada vez harán más concesiones para excluirse mutuamente de la negociación.
Convendría que el líder entendiera la realidad que pisa porque, si mantiene esa insólita arrogancia es posible que no llegue a la Iglesia triunfante por cuanto que no formará gobierno (que es lo único que le importa) que vendría a ser el equivalente dogmático de la intención de asaltar los cielos. Por cierto, estos no se han enterado todavía de que su destino es ser asaltados. Y no está claro que sea preciso avisarlos.