dilluns, 2 de març del 2009

La obra del Viejo Profesor

En una decisión que ya empezaba a retrasarse demasiado varias meritísimas instituciones como el Ayuntamiento de Madrid, la Universidad Autónoma de Madrid, el Instituto de Derecho Local y la Editorial Civitas han comenzado a publicar las obras completas de don Enrique Tierno Galván, cuyo primer tomo reseña hoy Palinuro (Obras completas. Tomo I (1945-1955), Civitas, Madrid, 2008, 1.219 págs) y al que, según plan previsto, seguirán otros cinco, uno de ellos en dos volúmenes. La cuidada edición corre a cargo de Antonio Rovira, Catedrático de Derecho Constitucional y digno discípulo del maestro, que se apoya en un valioso equipo de investigación compuesto por un plantel de jóvenes valores, así como en un Consejo Asesor en el que figura una larga serie de personalidades de la Academia.

La idea del editor (editor en el sentido inglés del término, no en el español), avalada por las consideraciones tanto del Rector de la Universidad Autónoma como del Alcalde de Madrid que publican unas páginas a modo de prólogos, es que el Viejo Profesor cuente con una edición digna de sus obras completas por cuanto que es el último de los intelectuales de su generación y talla que carecía de ella, a pesar de haber fallecido hace ya más de veinte años. A este particular descuido han contribuido probablemente varias causas. En primer lugar el carácter asistemático, casi diríamos posmoderno y con una punta de anarquista del propio autor, quien siempre huyó de formar doctrinas y escuelas y mucho más de fabricar una obra metódica que facilitara la tarea de la recopilación pues aquella fue apareciendo a lo largo de los años en multitud de lugares y bajo una diversidad de formas que casan perfectamente con el título que, muy intencionadamente, eligió para sus memorias: Cabos sueltos. En segundo lugar al contagio que esa forma de ser del maestro se produjo en los discípulos, seguidores y allegados, todos los cuales transitamos por la vida con idéntico afán de singularidad, individualidad y rechazo de todo ánimo grupal o gregario que caracterizó al maestro, primera víctima por tanto del carácter opuesto a la escolástica de su escuela. En tercer lugar, en lógica conexión con los dos factores anteriores, la ardua dificultad, muchas veces rayana en lo heroico, de encontrar unos textos que en buena medida se publicaron aquí y allá, al albur de circunstancias políticas cambiantes que muchas veces exigían que los textos fueran anónimos para evitar la persecución del régimen de Franco o se plasmaban en publicaciones clandestinas de exiguas tiradas de las que suele ser milagroso que se conserve algún ejemplar.

Pues bien: cuenta en los méritos de Antonio Rovira su empeño escrupuloso en conseguir que las Obras completas de Tierno Galván sean lo que dice su título, esto es, completas e incluyan desde los textos más académicos, los estudios históricos, filosóficos o jurídicos, hasta las octavillas volanderas de agitación política pasando por las ponencias en congresos científicos y la inimitable literatura de sus bandos municipales. Un trabajo ímprobo por el que los futuros investigadores habrán de estar agradecidos al profesor Rovira siendo natural que parte de ese futuro agradecimiento ya lo reciba por adelantado, figurando en lugar de honor en el comienzo de esta reseña. Gracias, Antonio, en nombre de todos quienes conocimos a Don Enrique y nos beneficiamos de su inteligencia, cultura, rigor y... magisterio.

Este primer tomo recoge los trabajos iniciales de don Enrique, su tesis doctoral, una serie de primeros ensayos publicados en revistas académicas y anales de la Universidad de Murcia entre los años de 1949 y 1955 más o menos, algunos de los cuales aparecieron posteriormente en recopilaciones de otros trabajos académicos o antologías y son por ello justamente conocidos y valorados. El tomo se complementa con una recopilación de todas las reseñas bibliográficas que don Enrique publicó en la Revista de Estudios Políticos de aquellos años: cientos de libros en español, alemán, inglés, francés o italiano sobre una gran variedad de temas, de Derecho Contitucional, Ciencia Política, Filosofía, Sociología etc. Se incluyen asimismo los miles de reseñas de artículos de revistas en todos esos idiomas que publicó en aquella época. Pero sobre esto volveré al final de la reseña por las razones que allí se explicarán.

El primer trabajo de empaque que se recoge en el tomo I es la tesis doctoral, publicada en la Universidad de Murcia en 1948 y que ya tuvo cierta resonancia por entonces, El tacitismo en las doctrinas políticas del siglo de oro español. Tácito era muy conocido en siglo XVII en Europa y España. Aparte de los grandes humanistas que lo comentaron y elaboraron, como Arias Montano, Alciato o Lipsio, que contribuyeron a inculcar temas fundamentales del pensamiento antiguo en el concepto de "Razón de Estado" (p. 66), Tierno encuentra abundancia de traductores y comentaristas en España a los que divide en "mayores" (el principal de los cuales será Álamos de Barrientos) y "menores". La recepción de Tácito en España se da en un clima doctrinal en el que hay que distinguir dos contrarreformas: la que se abre hacia 1500, de carácter fundamentalmente religioso y la que se incia hacia 1600 que ya tiene naturaleza claramente política. En ambas se combate el trío Maquiavelo, Bodino, Tácito de forma tan unitaria que hasta se confundían las acusaciones. La primera reacción contraria, la religiosa, fue la más cerrada y tomaba pie en lo que consideraba que era la falta de lealtad hacia la Iglesia (p. 75). Sin embargo, al llegar la segunda oleada contrarreformista fue ya necesario admitir a Maquiavelo y a Bodino por cuanto ya se hacía muy difícil mantener la repulsa absoluta de la "razón de Estado" y de lo político como algo autónomo respecto de lo ético (p. 83). Ahí es donde aparece el tacitismo como muestra de la influencia italiana que Toffanin considera como una forma de maquiavelismo borroso y disfrazado (p. 84). También aparece por entonces un grupo de escritores intermedios entre los tacitistas y los tradicionales, más apegados a la obra de Botero (p. 87). El panorama se divide así en tres grupos: a) la tendencia tradicional para la que la política es ancilla moralis theologicae; b) los teorizantes intermedios, de origen italiano, que conceden cierta autonomía a la política pero sin olvidar que, como decía Diego Enríquez de Villegas, para "ser buen político es preciso ser buen católico"; y c) los tacitistas, escasos de número que intentan una rigurosa ciencia política, reducen la ética al fuero interno y la separan de los asuntos de Estado, que son de otra índole con tecnica propia. (p. 90). El tacitista más famoso e importante fue Baltasar Álamos de Barrientos, con el que Tierno concluye su estudio, quien consideraba a la política dividida en dos partes: una psicológica y subjetiva y otra objetiva, estructural y ambas conexionadas por la voluntad (p. 114) y busca el fundamento de la ciencia política en la historia muy en la línea de Furió Cerol (120).

El trabajo Saavedra Fajardo, teórico y ciudadano del Estado barroco, estudia la figura del autor a partir de la distinción orteguiana entre ideas y creencias y subraya cómo para Saavedra el Estado debe fundamentarse en las virtudes cardinales, prudencia, justicia, fortaleza y templanza (p. 157).

El estudio Formas y modos de vida en torno a la revolución de 1848 es un trabajo muy original que aplica a la investigación historiográfica los postulados simmelianos de la sociología formal y la moda. El siglo XIX se divide en dos etapas, la romántica y la positivista y la línea de fractura es precisamente la revolución de 1848. Considero que este punto de vista es una de las ideas perspicaces que caracterizaban a Tierno en sus estudios sobre la historia de la cultura. La época romántica consagra la máxima libertad del atuendo masculino (conjuntamente con la moda del dandysmo) , mientras que fue mucho más restrictiva para la moda de las mujeres a las que mantuvo en la tradición del atuendo helénico (p. 175). En la fractura de 1848 subraya Tierno la importancia del periodismo en todos los órdenes de la vida (p. 182), de nuevo una idea pionera que luego encontraremos en innumerables estudios sobre el origen de la comunicación burguesa. El positivismo de la segunda mitad del siglo, abriendo la ideología del progreso hace a éste compatible con lo que llama una creciente "cosificación" de la mujer (p. 196).

El trabajo Jerónimo de Merola y su república original sacada el cuerpo humano es un magnífico estudio sobre la genealogía del organicismo. Merola, médico y humanista, hombre típico del Renacimiento, fue contemporáneo de Huarte de San Juan, aunque mucho menos conocido que él y como él llevó las fuerzas de la biología a los campos político y social (p. 210). Como médico creía que toda cosa hecha e inventada por los hombres se ha hecho a imitación del cuerpo, de donde surge su claro organicismo (p. 215). Merola parte de una idea de la naturaleza regulada por leyes dadas por Dios (p. 217), utiliza el método experimental y su obra aparece delicadamente definida porTierno en clara síntesis de sus dificultades entre el dogma y la ciencia como "un grito dado por boca de un católico en el umbral de la ciencia moderna" (p. 222). No me resisto a incluir aquí el esquema del paralelismo organicista entre el cuerpo humano y la República de nuestro autor que extraigo de la página 225 del libro de Tierno. La idea no era especialmente original y tuvo recorrido en la Edad Media, pero sí resulta clara y sistemática en la obra del médico español que favorecía como mejor forma de gobierno una aristocracia gobernada por un Rey hereditario y se oponía absolutamente a la oclocracia, considerada como una democracia degenerada (p. 231). La relación entre el cuerpo humano y la sociedad se postula de varios modos en la Edad Media como se recoge en la obra de Gierke y aparece en el Renacimiento en la obra de Merola (p. 245), prolongándose luego en el siglo XVII en una especie de organicismo cósmico en la obra de Lerín y García, Anathomia del mundo de 1621 (p. 248), hasta difundirse luego por toda Europa en el organicismo del siglo XIX (p. 249).

Mucho interés tiene asimismo una especie de Review article que publica Tierno en estos años sobre la obra de Nietzsche, titulado Discusión en torno a Nietzsche en el que se plantea el alcance del nihilismo nietzscheano. Este procede del protestantismo que rompe las estructuras jerarquizadas y toda subordinación espiritual a normas objetivas (p. 259). El nihilismo de Nietzsche dependerá de lo que el filósofo entienda por valores cuando, al preguntarse ¿qué es el nihilismo? se responde: que los valores supremos han quedado sin valor. Este concepto de valor que está por determinar es la clave de su metafísica (p. 266). Para Heidegger la "muerte de Dios" es la última expresión de la metafísica occidental, es el primado de la voluntad que pone los valores. El nihilismo es la esencia metafísica de la historia de Occidente (p. 267), lo que es una forma contundente de definir el existencialismo.

Se contienen en este primer tomo otros trabajos de interés, de los que resalto para terminar el de Benito Cereno o el mito de Europa, que siempre me ha parecido un ejemplo brillante de análisis literario aplicado a cuestiones políticas de actualidad. Lo que no sabía era que, al parecer, fue Carl Schmitt quien regaló a Tierno el ejemplar de Benito Cereno, asegurándole que era una metáfora de su propia existencia (p. 334).

No debo dejar pasar la ocasión de señalar que también en encuentran su lugar en este primer volumen las famosas Tesis sobre el funcionalismo europeo, doce tesis de las que son especialmente relevantes la cuarta, séptima y undécima, para entender el sentido de la acción política de Tierno en aquellos años.

El resto del tomo, como he dicho, lo ocupan las reseñas bibliográficas que publicó Tierno en la Revista de estudios Políticos y las reseñas de artículos de revistas, que son miles. De hecho, las de libros ocupan unas trescientas páginas y las de revistas, unas cuatrocientas (desde la 763 a la 1170). Quedé en comentar algo sobre estas reseñas: se trataba de breves notas en las que se resumía el contenido de los artículos de las principales revistas académicas del mundo en materia de Derecho, Filosofía, Sociología sobre todo para nutrir una sección especial de la Revista de Estudios Políticos que ya ha desaparecido. No eran propiamente abstracts, sino resúmenes condensados completos de los artículos. Obviamente, dedicarse a dicha actividad permitía al Viejo Profesor que por entonces era un joven profesor en la treintena, mantenerse al día en lo más reciente de muy diversos campos de conocimiento, al tiempo que sobrevenía a sus necesidades porque, aunque módico, aquellas reseñas llevaban un estipendio con el que se complementaba el siempre enteco salario del profesor principiante. Tenía que comentarlo porque años más tarde, cuando también yo pasé por el Instituto de Estudios Políticos, del que dependía la dicha revista, se me encomendó la misma tarea, con lo cual también yo escribí cientos (no creo que llegara a miles) de aquellas reseñas de revistas en alemán, inglés, frances, italiano y portugués y ocasionalmente en español, lo que igualmente me permitía mantenerme al día de los avances en diversas disciplinas, pero todas conexas. En mi caso el ejercicio fue de mucho menos provecho intelectual, aunque el módico estipendio también me vino muy bien.

diumenge, 1 de març del 2009

¿Por qué insultan?

Todo el mundo sabe que el discurso político español está trufado de insultos y que los políticos y comunicadores españoles son de insulto fácil y frecuente. Mucho más que en otras latitudes. Y dentro de esa costumbre general del insulto, la injuria y hasta la calumnia, la derecha se lleva la palma con creces. La derecha española y españolista porque las derechas nacionalistas, al estilo de CiU y el PNV no suelen recurrir al insulto; al contrario, los reciben de sus correligionarios mesetarios. Y en cuanto a la izquierda, por cada alcalde de Getafe que llama "tontos de los cojones" a los votantes del PP o por cada comunicador que, como la señora Maruja Torres, los llama "gilipollas", hay diez políticos y comunicadores del PP barbotando insultos contra los votantes, los militantes del PSOE, los políticos y comunicadores de la izquierda, o contra las gentes sin más en quienes ellos suponen esas tendencias, día y noche, sin parar, desde sus columnas de prensa, espacios radiofónicos o programas de televisión. En la foto puede verse al señor Luis Herrero, periodista y europidutado del PP, llamando "golfo" al juez Garzón en un programa de Telemadrid dirigido por el señor Sáez de Buruaga que es un prodigio de manipulación. Este señor Herrero es un insultador compulsivo. Hace poco, desde los micrófonos de la COPE llamaba "cabrón con pintas" al mismo juez Garzón. Quien desee escucharlo en su salsa insultona (no es espectáculo agradable), que eche una ojeada al vídeo a continuación.

No se crea que el señor Herrero es lo más injurioso que hay en lo pagos de la derecha. La COPE es una máquina de insultar y vilipendiar, El Mundo hace lo mismo, el grupo Intereconomía no se dedica a otra cosa en sus distintas variantes. Insultos, ofensas, injurias sistemáticas. ¿Hace falta recordar la batería de insultos que el señor Rajoy dedicó al señor Rodríguez Zapatero durante los cuatro años de la legslatura anterior? Bobo solemne, Bambi, incompetente, irresponsable, antojadizo, indigno, cobarde, perdedor complacido, traidor a los muertos, inútil, maniobrero, chisgarabís, sectario, vacío, insensato, frívolo, incapaz, acomplejado... Y con el señor Rajoy, casi todos los cargos de su partido y los plumillas que tiene repartidos por la prensa afín, desde La Razón a Libertad digital.

La pregunta es: ¿por qué insultan? ¿Por qué son tan agresivos, tan broncas, en definitiva, tan insoportables? La respuesta no es difícil: porque no solamente no son demócratas ni respetuosos con el Estado de derecho (ya que éste último requiere, cuando menos, respetar el derecho al honor de los demás, cosa que, por ejemplo, el señor Jiménez Losantos no hace, como se acredita con reiteradas sentencias judiciales en su contra) sino que ni siquiera son políticos. Que no quieren que haya política, que prefieren la dictadura, en una palabra, y por ello llevan el debate siempre al terreno de la provocación, para desestabilizar cuanto puedan y acabar con la democracia y el Estado de derecho. Ambos, democracia y Estado de derecho son reivindicaciones de la izquierda, no de la derecha. Por supuesto, ésta protesta siempre con grandes aspavientos y de modo bien sonoro su fe en la democracia, dado que hoy no es posible ganar elecciones diciendo que no se cree en ella. Pero su compromiso democrático es inexistente.

¿Pruebas? Muy sencillo: ¿en dónde estaba la derecha durante la Dictadura? En el Gobierno del dictador. ¿Partidos clandestinos de la derecha durante la Dictadura? Ni uno. Un par de cenáculos y grupos de amigos monárquicos y pare usted de contar. ¿Persecuciones de la Dictadura a la derecha por oponerse a ella? Ni una. Nada parecido al Partido Comunista de España, que tenía las cárceles de Franco perpetuamente a rebosar de presos políticos; nada al PSOE, también presente, aunque mucho menos activo que los comunistas. La derecha nacional española jamás se opuso ni resistió a la Dictadura sino que, al contrario, colaboró y se identificó con ella. Era ella misma. La derecha no necesitaba partidos políticos porque su partido político era la propia Dictadura con cuya ideología de "no se metan en política" de Franco comulgaba entonces y comulga ahora.

La derecha se organiza como partido político cuando se acaba la Dictadura y España toma un rumbo democrático, y la organiza un ex-ministro franquista que, en un primer momento, llega a tener a su lado hasta otros seis ministros de Franco. El puro sentido común dice lo demás: ¿a qué aspiraban esos viejos franquistas? ¿A qué podía aspirar Fraga? A volver a la Dictadura a la que tan fielmente habían servido, cuando no era necesario argumentar ni razonar las posiciones porque los adversarios estaban todos en la cárcel o bajo tierra.

¿A qué aspiran ahora? Pues a lo mismo. ¿A qué, si no? Por supuesto, no pueden decirlo con claridad. No pueden decir que prefieren la dictadura a la democracia porque no está el horno para bollos ni los cuarteles para filigranas y, aunque la Iglesia parece a punto de caramelo y volvería encantada a hablar de "cruzada", sin fuerza militar no es posible acabar con la democracia y hay que ganar elecciones. Pero cada vez que barbotan sus sartas de insultos e injurias, cada vez que el señor Baltar llama "mariconazo" a un adversario, cada vez que el señor Fabra dice que va a mear en la sede de IU, cada vez que se lanzan de lleno a la agresión, utilizan la vieja táctica de la extrema derecha de la provocación, a ver si el otro salta y se puede dar una patada al tablero democrático con la excusa de que la política es "irrespirable" que todos los políticos insultan, etc, etc. Mentira, todo mentira. La política no es irrespirable, sino que la hacen ellos irrespirable; los políticos no insultan; son ellos quienes lo hacen.

Así que quede claro: ¿por qué insultan? Porque no son democrátas, no lo han sido jamás, no tienen respeto por el Estado de derecho y prefieren la dictadura, en donde viven mucho mejor.

Una última e incómoda pregunta a todos esos/as conversos/as de la izquierda a la derecha que coadyuvan hoy a sostener el clima de agresividad, enfrentamiento y ataque al espíritu dialógico de la democracia: ¿qué creen que pasaría con ellos si esta derecha agresiva, insultante, injuriosa, antidemocrática, consiguiera sus objetivos reales, no los simulados? ¿Creen que les perdonarían su pasado en atención a los servicios prestados hasta la llegada de la nueva regeneración nacional de la España una, grande y "libre" con la que sueñan?

¡Llueven cerdos voladores sobre Euskadi!

¡San Sabin Arana nos coja confesados y envueltos en la gloriosa ikurriña! A día de hoy, los cielos de nuestra amada patria vasca están llenos de cerdos maketos voladores, todos con el bocata pagado por las casas del pueblo que aún funcionan. Y nadie se hace responsable si alguno de estos gorrinos le cae en la txapela a un auténtico vasco, de los de toda la vida.

(Interpretación libre de una idea que tomo del blog de Joaquim, Aventura en la tierra).

(La imagen es una foto de hakaider, con licencia de Creative Commons).

Peregrino de la memoria (XLVI)

Una visita de Estado.

(Viene de una entrada anterior de Peregrino de la memoria (XLV), titulada Gratos recuerdos).

Aprovecho el momento en que estoy inspirado y sin sueño para contarte una historia que tengo muy presente de aquellos tiempos. Andaba yo por los dieciséis años recién cumplidos y se había anunciado la visita a España del presidente de los Estados Unidos, Eisenhower, el héroe de la Segunda Guerra Mundial acerca de la cual mis conocimientos eran por entonces un batiburrillo de datos de historia de bachillerato, cosas que me habían contado en casa (los canallas de los alemanes, lo heroicos maquisards franceses, con los que habían colaborado mis padres) y tebeos de Hazañas bélicas en los que las jerarquías eran claras y acentuadas: en la cúspide estaban los estadounidenses, que representaban el bien en todas su formas. Por debajo de ellos se encontraban los nazis alemanes (los fascistas italianos no salían nunca), que representaban el mal, pero no el mal absoluto, como se ha llegado a decir después, sino el mal relativo ya que el absoluto era un honor que quedaba reservado a los soviéticos y a los japoneses, aunque no necesariamente por ese orden. Así veía las cosas entonces. Aquella visita era para mí era una noticia emocionante. Podría ver en carne y hueso a Franco, de quien sólo había oído barbaridades en casa y a Eisenhower, acerca del cual los juicios de mi familia, sin ser encomiásticos, eran más benévolos. El régimen había hecho una gran despliegue propagandístico y tiempo después pude comprender todo el alcance de aquella visita que venía a ser como un espaldarazo internacional del llamado "mundo libre" a la zarrapastrosa dictadura militar en España, a la que Europa y los Estados Unidos habían tratado como apestada desde el fin de la guerra hasta 1953 o 1955.

Para garantizar la seguridad, el Gobierno había ordenado la detención preventiva de todos los rojos y elementos desafectos. Tiene gracia: recuerdo ahora una novela de Manuel Rico que se llama Los días de Eisenhower en que se relata esta visita del mandatario estadounidense con la mirada de un adolescente que podía ser perfectamente yo, que fui a verlo. En la novela de Rico se habla de una conjura de los comunistas para aprovechar la ocasión y matar a Franco. Eso era lo que la policía había pensado mucho antes de que Manolo naciera y, por supuesto, escribiera su magnífica novela. Formaba parte rutinaria del protocolo de preparación de los viajes de Franco a cualquier ciudad. ¿Que se anunciaba la visita del Caudillo a, digamos, Jaén? Los rojos que estuvieran en libertad condicional (lo cual es una forma de decir porque en aquellos años todo el mundo en España estaba en libertad condicional) ya tenían preparado su petate dos días antes porque estaban seguros de que la policía vendría a llevárselos para alejar de ellos cualquier tentación que sólo años después tomaría forma en la imaginación de Manolo Rico. Así vinieron por mi padre y se llevaron una sorpresa cuando les dijimos que se había marchado al extranjero y que vivía en Colombia. Uno de aquellos sujetos, un tipo malencarado con el típico bigotito fascista masculló que ojalá todos los rojos hijos de puta se fueran a freír puñetas al extranjero, mejor que nada a Rusia; y se marcharon por donde habían venido, no sin dejar dicho que volverían cualquier día menos pensado a hacernos una visita. La redada de republicanos, comunistas, socialistas, anarquistas fue bastante completa, según nos contó un viejo militante del PSUC que se había trasladado hacía poco a vivir a Madrid y como la policía no lo sabía no fue a detenerlo.

La visita tuvo lugar los días 21 y 22 de diciembre de 1959 y duró menos de veinticuatro horas, casi una escala técnica para resolver un mal trago diplomático: el dirigente del "mundo libre" abrazando a la criatura de Hitler y Mussolini. Ike aterrizó en la base de Torrejón a donde acudió Franco a recibirlo vestido de militar mientras que el estadounidense llegaba de civil. De allí fueron a Madrid en un helicóptero estadounidense y después se organizó una cabalgata de coches desde la Puerta de Alcalá, pasando por la Gran Vía, subiendo por Princesa y terminando en La Moncloa. Además de escenificar el ascenso internacional del "paria" España, para acallar las críticas nacionales e internacionales, Eisenhower trató de entrevistarse con "la oposición", cosa que no fue posible porque no la había, como le explicó amablemente el ministro de Asuntos Exteriores, Fernando María Castiella. El general gringo traía asimismo otra petición que repitió a Franco un par de veces: que el régimen aligerara la represión de los protestantes españoles, sin conseguir otra cosa que sonrisas del Caudillo, católico tridentino de remate, y un par de vagas promesas que jamás se cumplirían. Elló irritó sobremanera al estadounidense e hizo que la visita no diera otro fruto que aquella consagración internacional de España como correveidile y mucama de de los Estados Unidos en relaciones bilaterales, puesto que el resto de Europa seguía sin querer saber nada de Franco.

Estábamos de vacaciones por Navidad. El día 22 los niños de San Ildefonso cantaban los números coincidiendo con la marcha de Ike, quien dijo algo sobre la aportación de España a la defensa del mundo libre pero se negó a una declaración conjunta porque estaba irritado con la resistencia cazurra de Franco a abrir la mano en relación con los protestantes españoles. Poco podía suponer el vencedor de la Segunda Guerra Mundial que, en su fuero interno, el caudillo lo consideraba un repugnante masón. El gordo de la lotería, recuerdo, cayó en Valencia. El 21, cuando estaba prevista la cabalgata, hacía mucho frío. Mi madre me hizo ponerme un abrigo larguísimo, que casi me llegaba a los tobillos, de solapas muy anchas que me hacía parecer el judío Suss, y una bufanda a cuadros con la que nunca sabía qué hacer y que acababa metiendo en un bolsillo. Vino a recogerme mi amigo Ernesto del colegio, al que tú también conoces, igual que conoces a sus hijos y nos fuimos andando para instalarnos con tiempo en el parapeto de la plaza de Cristino Martos que da sobre la calle Princesa, justo pegando al Palacio de Liria y desde el que tendríamos una vista inmejorable. Ernesto llevaba una cámara fotográfica que había comprado su padre de contrabando pero, por algún motivo que no entendimos, las fotos no salieron. Yo me había hecho con unos prismáticos de campaña que habían pertenecido al mío y que nos dieron excelente resultado

Tienes que hacer un esfuerzo para imaginarte el Madrid de 1959 que era todavía una ciudad bastante cochambrosa. En concreto, el trayecto desde San Bernardo a Cristino Martos, yendo por Noviciado, que tenía un mercado churretoso, cruzando Amaniel, una calle estrecha, tortuosa y empinada para ir luego por San Bernardino hasta enlazar con la Travesía del Conde Duque, en donde terminaba un cuartel enorme de ese nombre (Conde Duque) que todavía albergaba por entonces un regimiento de remonta y hoy es un centro cultural de la Villa, era como un trayecto por las secuelas de la guerra civil, pero veinte años más tarde. El tiempo se había congelado en los adoquines de la calle y el forjado polvoriento de las ventanas del cuartel. La Plaza de Cristino Martos era una especie de descampado. Cuando llegamos había ya muchísima gente en los bordes de la calzada, abajo, esperando, pero pudimos coger muy buen sitio en la balaustrada de la plaza. Se oían vivas a Franco, cantos, un rumor poderoso de muchedumbre compuesta sobre todo por gente de paisano detrás de dos filas de soldados en uniforme de gala, una a cada lado de la calle. Se hacía raro no ver el azul de las camisas y el rojo de las boinas de los falangistas. Allí nos apostamos, preparando la cámara, que era un Kodak con estuche de cuero marrón oscuro y que luego nos dejó tirados probablemente por nuestra falta de pericia. Al cabo de una media hora, los sonidos lejanos de los aplausos que iban aproximándose nos indicaron que la comitiva se acercaba. Unos minutos más tarde irrumpían los motoristas formados en triángulo sobre sus máquinas relucientes, detrás venía un par de autos, creo recordar, aunque no estoy muy seguro y, luego, flanqueado por la guardia mora, el Cadillac descapotable en el que iban de pie los dos Jefes de Estado, Ike a la derecha de Franco que caía de nuestro lado, saludaba muy ufano en su uniforme y sonreía con mirada complacida. Estaba muy intrigado por ver sus rasgos de cerca y, gracias a los prismáticos, pude contemplarlo con bastante nitidez. Tenía exactamente el mismo rostro que estaba harto de ver en los sellos de correos y las pesetas llamadas "rubias". Me pareció anodino, sin expresión, con el pelo ralo peinado hacia atrás, el sempiterno bigotito y el belfo algo caído que, no sé por qué, supongo que por prejuicios, siempre identifiqué como de médico de pueblo. Imagino que si lo viera hoy por primera vez tendría una impresión distinta. Pero puedo asegurarte que para un chaval de dieciséis años fue algo emocionante. Ernesto hizo unas ocho o diez fotos a toda velocidad y luego me quitó los prismáticos para mirar a Eisenhower pero después me dijo que sólo pudo verle el cogote. Algo vio, desde luego porque el Presidente iba descubierto, con el sombrero en una mano mientras que Franco llevaba calada su gorra de plato.

Cuando quisimos darnos cuenta, la comitiva iba ya Princesa arriba y se llevaba con ella, como si los arrastrara, los aplausos, vítores y el inevitable ¡Franco, Franco, Franco! que los de mi generación y tres o cuatro anteriores y posteriores oiremos ya en nuestras pesadillas hasta el fin de nuestros días. Supongo que Franco estaría convencido de haber demostrado al yankee cuánto lo amaba su pueblo. A saber cómo se las habían arreglado la autoridades para concentrar aquel gentío; supongo que trayéndolo en autobuses.

Yo me quedé algo desconcertado porque la emoción, tan intensa unos segundos antes, se desvaneció en un santiamén. Se suponía que acaba de asistir a un acontecimiento histórico de primer orden, pero ya no tenía esa sensación. Mientras volvíamos a casa le pregunté a Ernesto qué creía él que había venido a hacer Eisenhower a Madrid y él me contestó que no tenía ni idea pero que su padre decía que los americanos admiraban a Franco porque había derrotado al comunismo y la verdad es que los dos nos reímos. Luego he de confesarte que habíamos quedado con dos chicas con las que salíamos juntos, dos muchachas que estudiaban en el Instituto femenino Lope de Vega que estaba enfrente de mi ventana en la calle San Bernardo. Todavía me acuerdo de cómo se llamaban y hasta podría describírtelas, pero no es de eso de lo que trata este correo, sino de cómo era el país, la capital, Madrid, la cutrez de la época, las bostas de caballo en la calle del Conde Duque y los tranvias destartalados que bajaban como si fueran a estrellarse por la calle de San Bernardo y la subían renqueando. Madrid en los años cincuenta. Un pueblo polvoriento.

dissabte, 28 de febrer del 2009

La reflexión.

Anduvo diligente el legislador cuando estableció un día de reflexión antes de las elecciones, un día sin refriega electoral, sin ruido mediático, sin sondeos, un día para rumiar todo lo que se ha oído durante la campaña, para meditar en soledad o debatir con otros, según dicen (u ordenan, que nunca está uno muy seguro con estas doctrinas normativas) las teorías de la democracia deliberativa, discursiva y participante. En este día, es de suponer, las aguas van calmándose, aclarándose, y la suciedad se deposita en el légamo del fondo; la atmósfera se hace más diáfana y los turbiones se alejan en el horizonte del ayer. Momento de hacer balance y tomar una decisión con cuanta información se haya recogido y depurado y teniendo todo en consideración: los intereses propios, los de la comunidad, las expectativas, las lecciones de la experiencia.

Esta última dice que a los votantes fieles y fijos de los partidos la jornada de reflexión les sobra porque suelen tener el voto decidido. En realidad les sobra la campaña electoral íntegra. Pero hay un porcentaje de electores de dimensiones oscilantes, aunque no desdeñables, los famosos "indecisos" que son los que, por lo que dicen a los encuestadores, toman su decisión al final, según lo que oigan y vean durante la campaña. Estos indecisos parecen la personificación de ese público deliberativo, reflexivo, crítico que divinizan las teorías antes citadas ...y los que, en muchos casos, deciden el resultado de unas elecciones que, como éstas de Galicia y el País Vasco, prometen resultados muy justos e inseguros. Los bromistas dicen que es una paradoja que, al final, las elecciones las decidan los indecisos y, en el caso de Galicia, con un doce por ciento del censo expatriado, no sólo las decidan los indecisos sino los indecisos ausentes, a los que únicamente de lejos, a rachas y de modo caprichoso, han llegado los mensajes de la campaña electoral. No hay cuidado, sin embargo, porque otros especialistas dicen que sí, que las elecciones las deciden los indecisos pero que eso de que estos lleguen a su decisión haciendo uso ejemplar y medidativo del día de reflexión es un espejismo y que muchos de ellos se deciden por mimetismo con su medio más cercano o lo confían a su humor del último momento, según se encuentren de ánimo al coger la papeleta para meterla en el sobre si es que se molestan en ir a votar en absoluto y no se transforman de indecisos en abstencionistas.

Esa meditación en el día para ello indicado, en este caso, no va a ser fácil. La campaña electoral ha sido muy bronca, muy ruidosa y bastante "sucia", como ha dicho Anxo Quintana, a quien algún dirigente del PP ha aludido en términos que lo dibujan (a él, no al aludido) como un representante ejemplar de la España eterna, de Covadonga al Valle de los Caídos. Pero, además de esa densidad de agresiones mediáticas, de esa procacidad discursiva que muestra a las claras la endeblez de los discursos políticos, la campaña se ha realizado sobre un doble fondo muy agobiante del que se ha hablado poquísimo, en relación inversamente proporcional a lo que preocupa a la gente: el doble fondo que componen la crisis económica mundial, especialmente destructiva en España y el lodazal de la corrupción que afecta a las administraciones públicas en particular a las gestionadas por el PP pero no sólo por él, como se demuestra por la detención, ayer, del alcalde malagueño del PSOE de Alcaucín bajo las sólitas acusaciones de cohecho, malversación, apropiación indebida, fraude, prevaricación, en fin, lo que el pueblo sintetiza en la admirable y poética fórmula de "llevárselo crudo", expresión que, de haberla conocido Claude Lévy-Strauss quizá le hubiera inclinado a revisar sus inteligentes observaciones sobre lo crudo y lo cocido.

De la crisis poco es lo que cabe añadir excepto que cada vez toma más forma de cuarto jinete del Apocalipsis, que no toca fondo, que las perspectivas son cada vez más negras, que nadie parece ser capaz de adoptar medidas que tengan alguna utilidad real y que puede desembocar en convulsiones sociales que ahora no podemos ni imaginar. Al agobio que este panorama produce, resulta descorazonador añadir los avances de la corrupción como comportamiento cuasi general de las administraciones autonómicas y locales, muy especialmente, por lo que toca esta vez, en el caso del partido conservador. Si uno se toma el trabajo de interpretar los mensajes lanzados en campaña en el contexto de este doble telón de fondo, la conclusión es desoladora. Casi todas las propuestas positivas resonaban irremediablemente hueras en la perspectiva de una actividad económica declinante y de práctico estado de emergencia, con unas administraciones públicas deficitarias que bastante tendrán en el corto y medio plazo con mantenerse en mediano funcionamiento.

Unas administraciones públicas, además, para las que se celebraban elecciones, las autonómicas, que durante la campaña se han presentado como paradigma de la corrupción hasta el extremo de que el PP no se ha atrevido a llevar a Galicia o al País Vasco a ninguno de los dos presidentes de Madrid y Valencia, la señora Aguirre y el señor Camps por miedo a que contaminaran sus resultados con su aureola de escándalos y corruptelas a raudales.

En esas condiciones, el PP tiene una dificultad añadida que no padecen los demás partidos, la de consolidar el liderazgo de su presidente nacional, señor Rajoy que, caso de perder las elecciones, especialmente en Galicia, se enfrentará a una oposición creciente en su partido cuya gravedad no se puede medir hoy día porque éste, el partido, está unido como una piña, formando un cerco como el de las manadas de animales cuando son atacadas por depredadores, para defenderse en los casos de corrupción.

Esa línea de defensa, hecha sobre todo de agresiones, querellas, negaciones, silencios, manipulaciones y, en general, negativa en toda regla a rendir cuentas a los ciudadanos por la gestión realizada, a colaborar con las investigaciones y con la justicia, esa defensa numantina cerrada no reconoce ni lo que aparece con toda evidencia a la luz del día. Los comportamientos de los consejeros de la señor Aguirre no pueden ser más bochornosos, el de la misma señora Aguirre torpedeando descaradamente la Comisión de investigación es como de chiste y los del gabinete del señor Camps en su conjunto, con su destacamento de vanguardia en el Consejo General del Poder Judicial son indignantes. La corrupción asedia a la gestión autonómica de los gobiernos del PP y éste, en lugar de acometer el asunto y resolverlo, traslada a su presidente a patearse las viejas tierras gallegas de caciquismos ancestrales acusando a los demás de corruptos por un coche más caro de lo normal o un viaje en yate de hace tres años.

Si en este día de reflexión los indecisos deciden inclinar la balanza del lado del PP en Galicia (en el País Vasco los conservadores sólo pueden aspirar en el mejor de los casos a ser socio menor en un hipotético y poco probable gobierno de coalición) harán realidad el viejo adagio de que los pueblos tienen los gobernantes que se merecen.

(La imagen pertenece al vídeo que ha hecho el PP para esta campaña de Galicia, en el sólo aparece el señor Rajoy y el candidato a la Xunta, señor Nuñez Feijóo sólo lo hace un par de segundo y como comparsa del jefe.)



Pregrino de la memoria (XLV).

Gratos recuerdos.

(Viene de una entrada anterior de Peregrino de la memoria (XLIV), titulada Viaje al pasado).

Salgo de la casa de mi hijo Esteban conmocionado por los recuerdos que me he visto obligado a revivir para dar satisfacción a su inquietud. Lo he hecho con alegría, desde luego, con determinación y he conseguido que las baboserías de un necio no empañen el recuerdo que tiene de su abuela y el cariño que le profesa. Pero ese viaje al pasado ha abierto las puertas de la memoria sobre una época que tengo muy presente en el recuerdo, así que hago el trayecto en coche hasta mi casa, a la que se llega con facilidad desde reina Victoria, aunque lleva su tiempo porque está en Doctor Esquerdo, rememorando aquellos tiempos. El asunto concreto por el que Esteban me había llamado lo abordé con mi madre a la salida de una obra de teatro en un festival de arte dramático de vanguardia que las autoridades, cosa milagrosa, habían permitido en Madrid a comienzos de los años sesenta. Mi madre era muy aficionada al teatro, cosa que había heredado de su abuelo, eximio estudioso del género y de su padre, mi abuelo a su vez, que incluso escribió varias piezas algunas de las cuales aún se representan porque son de contenido galleguista. Si al hecho de tratarse de teatro se añadía que era de vanguardia, el entusiasmo y la asistencia de mi madre estaban garantizados porque desde el principio había sido muy partidaria del del absurdo que ella veía como una continuación lógica del existencialista y muy oportuna metáfora del sinsentido del existir sobre la tierra. La pieza que se representaba entonces era el Woyzeck, de Georg Büchner en una interpretación de un nuevo autor alemán que proponía una solución radical para el sempiterno problema que plantea la obra del dramaturgo alemán de qué sucede en el tercer acto que el autor no llegó a escribir. El joven intérprete hacía que, después de asesinar a su amante, Woyzek pronunciara un largo parlamento recuperando el debate acerca de la relación entre normas morales y clases sociales propia de la obra y antes de cometer suicidio. La escenografía, muy audaz, había gustado mucho a mi madre que aplaudió con dedicación y, al salir, iba comentando cómo el hecho de que algo sea o no de vanguardia depende también de la interpretación que se haga, lo cual afectaba especialmente a los clásicos pues podía darse como clásico a Büchner aunque sólo fuera porque la obra era del primer tercio del siglo XIX.

A mí la interpretación de la obra, que se llamaba La muerte de Woyzeck me había parecido algo amanerada, melodramática y sectaria. Se sabe que Büchner hubiera escrito un tercer acto conteniendo un proceso penal en el que se hubieran contrastado los distintos puntos de vista y argumentos: las supuestas razones del soldado, cegado por los celos, el criterio de la ley, los pareceres de los otros personas, el capitán, el comandante y se me antojaba que suprimir un debate público en sede judicial, en donde hay siempre que evaluar pros y contras de las argumentaciones, en favor de un discurso ensalzando a los pobres y los oprimidos, su derecho a obrar por convicciones y la promesa de que algún día cambiarían la tierra me parecía ridículo. Parecía como si aquel Woyzeck lo hubiera escrito Lenin.

A la salida del teatro, mientras intercambiábamos pareceres, dimos de bruces con unos amigos de mi madre, cinco o seis, más o menos todos de su edad, un pintor, algún escritor y sus respectivas parejas. En aquellos años no era infrecuente que las gentes de letras de izquierda, las poquísimas que habían quedado después de la guerra y la represión de la posguerra, se encontraran en una ciudad como Madrid porque eran muy escasos los acontecimientos a que podían asistir de forma que, cuando se producía uno de ellos, se avisaban unos a otros por teléfono y solían coincidir: exposiciones, conferencias, conciertos, reprsentaciones teatrales; era su única posibilidad de vida social, de comunidad, entre ellos en un país que los había condenado al silencio, al ostracismo, a la invisibilidad, a lo que se llamó "el exilio interior". He conservado esta costumbre de asistir a toda la oferta cultural de mi ciudad que me inculcaron desde chaval (incluso desde antes de cumplir la edad de admisión de los dieciséis años, inconveniente que podía soslayar porque era más corpulento de lo que correspondía a mi tiempo y no solían pedirme el carné de identidad) si bien ahora ésta es tan abundante que es muy difícil que se produzcan aquellos encuentros que daban lugar a unas pequeñas e improvisadas tertulias en algún bar cercano de confianza porque quien más quien menos había tenido problemas con las autoridades y sabía que era conveniente mantener la discreción, no llamar mucho la atención para evitar ser arbitrariamente detenido y maltratado por aquella manga de hampones que formaban el cuerpo de la Policía, sobre todo la Brigada Político-Social, que era la policía política.

Los amigos de mi madre estaban acostumbrados a verme con ella y, aunque ya estaba en la Universidad y probablemente habría cumplido diecinueve años o estaría a punto de cumplirlos, me trataban con condescendencia como si todavía fuera un chaval al que se le ríen las ocurrencias. Yo me sentía a gusto con ellos y sobre todo estaba muy contento de escuchar a mi madre, cuyas opiniones eran siempre seguidas por todos con interés si bien solían suscitar frecuentes discrepancias, generalmente por ser muy avanzadas y radicales, más de lo que algunos estaban dispuestos a suscribir. En aquella ocasión nos acomodamos en un bar de mesas de forjado y mármol que había en los Bulevares y que ya ha desaparecido mientras mi madre explicaba al pequeño círculo el debate que nos traíamos ella y yo sobre el valor del tercer acto.

- Él encuentra doctrinario e inapropiado el alegato final de Woyzeck.

- ¿Y por qué lo sustituirías? -me preguntó el pintor, un hombre con unos ojos muy vivos, inquietos que, cuando se fijaban en uno parecía como si quisieran ver a través de suyo.

- Por lo que imagino que era la intención del autor: un juicio, un juicio en el que todos pueden exponer sus puntos de vista.

- Un debate civilizado, vamos, entre las ideologías enfrentadas en la sociedad de clases.

Sabía que aquella era una mala línea, que enseguida me dirían que los debates entre las ideas revolucionarias y las de las clases dominantes estarían siempre dominados por los esbirros de éstas, los intelectuales al servicio del capital y que el discurso de la clase revolucionaria es cierto porque va de consuno con la marcha de la historia, sin necesidad de contrastarlo con las fuerzas del pasado. Por eso, busqué un modo de zafarme de unos argumentos que conocía pero no me convencían. Así que dije:

- Y eso será si aceptamos que lo que dice Woyzeck es lo que podemos llamar "discurso de la clase revolucionaria".

Hubo un guirigay, alguno se encogió de hombros, como diciendo que no tenía arreglo. Mi madre me miró con una punta de asombro y dijo:

- Es el discurso del pueblo, de los de abajo, fíjate como lo tratan en la obra, lo que le pasa...

- Que sea el discurso del de abajo, del que se la juega no quiere decir que sea el discurso de la verdad. ¿No puede equivocarse el pueblo?

- No. -Oí a alguien decir con determinación sin que nadie pareciera escandalizarse. Por entonces no lo sabía; sólo más tarde he reflexionado sobre el dogmatismo y el fanatismo y he podido ver que son muy peligrosos porque quien los padece no suele darse cuenta de ello. Y el punto central de la creencia del fanático esprecisamente este, el de la infalibilidad de sus padres fundadores, sus profetas, caudillos o dirigentes. Y lo profundamente que la gente experimenta la necesidad de confiar en alguien se observa en esas creencias en la infalibilidad.

- Pues a mí me parece que sí y que en esta obra, el discurso que habría que escuchar es el de la única a la que no se le da la palabra, que es María, que a esa sí que le hacen faenas...

Vi que mi madre prestaba especial atención y supe que había dado en el blanco con un tema que le era especialmente querido pues sólo había algo de lo que ella estuviera más convencida que de los derechos del pueblo trabajador y eran los de las mujeres a emanciparse. Quizá hubiéramos podido explorar aquel asunto con más detenimiento pero intervino otro interlocutor, un escritor que había publicado una novela social que consiguió pasar la censura de milagro y se ganaba la vida dando clases de francés en un colegio privado pues era un profesor de media represaliado:

- ¿Nadie dice nada sobre el papel del doctor? Es una premonición de lo que luego harían los nazis: un tipo que experimenta con seres humanos para buscar pruebas para sus teorías más absurdas. Me ha parecido impresionante...

Luego la conversación fue por el lado de si podía hablarse de un carácter "alemán" del teatro. Otro comparó a Büchner con Brecht, muy en detrimento del primero, por supuesto y mi madre, a la que pareció que mi idea de la mujer había impresionado, acabó rebajando el carácter de Woyzeck de un representante de la razón en marcha de la clase trabajadora al de un pobre diablo asustado y apaleado como un perro por las clases dominantes, un miserable incapaz de comprender a su mujer y a la que acaba haciendo pagar sus humillaciones y frustraciones.

- Es que ahí hay un asunto de cuernos -dijo la esposa del pintor.

EL comentario fue como un tiro de salida para que todos quisieran decir algo. Sólo alcancé a mi escuchar a mi madre diciendo:

- Ese es el problema: en cuanto se habla de los cuernos hasta la gente más aguda y despierta pierde el sentido a favor de sentimientos muy primitivos. Me niego a aceptar la excusa de los cuernos. Siempre que se mencionan se quieren justificar los comportamientos más inaceptables. Woyzeck hace con su mujer lo que hacen todos los hombres con la suyas: asesinarlas y por eso el policía, fíjense bien, el policía, aplaude el asesinato de Woyzeck.

Era costumbre en el círculo de amistades de mi madre el trato de usted, pero muy cercanas que fueran las relaciones. Mirándolo en retrospectiva creo que aquel trato recíproco y la ausencia del tuteo, aparte de responder a la idea de mutuo respeto que aquellas gentes se profesaban era una forma de marcar distancias con el tuteo universal que el fascismo había impuesto en la sociedad española en donde era frecuente, si bien cada vez menos, oír a gentes que no se conocían de nada tratándose de "tú" y de "camarada". La intervención de mi madre suscitó nuevos comentarios de todo tipo, pero el pedestal de Woyzeck había sufrido un duro ataque.

Finalmente, la tertulia se deshizo citándose para el día siguiente en el mismo sitio, dado que seguía el festival de teatro de vanguardia con una obra de Ionesco, El rinoceronte, que estaban todos deseando ver, hacía relativamente poco que se había estrenado en París y varios habían leído ya.

De regreso a casa, paseando porque hacía una noche suave y templada, que invitaba a callejear fue cuando planteé directamente el asunto a mi madre. Le dije que hacía unos días que había ingresado en "el Partido" y que lo primero que habían hecho había sido ponerme en guardia contra ella a cuenta de la historia famosa. Se tomó unos segundos para responder, luego me dijo que le parecía bien lo que había, que a mi padre eso le gustaría y cómo me había tomado yo el asunto. ¿Cómo iba a tomármelo? Le contesté que estaba indignado, que no creía una palabra, que me parecía algo repugnante y le preguntéen qué circunstancias se había producido. Me dijo que no me lo tomara muy a la brava. No tenía muy claro por donde llegaba el infundio, sólo suposiciones porque esas cosas en "el Partido", del que seguía hablando con gran respeto, no se podían esclarecer nunca, y menos en las condiciones en las que se vivía entonces. Recordaba, sí, que en cierta ocasión, detenida en Gobernación, dos policías de la brigada social que la habían subido a uno de los despachos para interrogarla, se pusieron furiosos y amenazaron con violarla. Cuando la cosa se puso realmente fea, entre un tercer policía, al parecer superior a ellos que puso fin a la situación, despachando a sus subordinados y al quedarse con ella le hizo insinuaciones, tratando de obtener por otros medios lo que los dos anteriores amenazabn hacer por la fuerza, sin conseguirlo tampoco. Entonces parece que el policía le dijo que no había prisa, que se lo pensara, que él podía hacer mucho por ella y por su marido, también detenido y por toda la familia. Eran los años del hambre y el estraperlo y se pensaba que aquellos ofrecimientos tendrían el resultado apetecido. Pero no con mi madre. Luego ella calculaba que el policía hubiera puesto el bulo en marcha y habría encontrado la credulidad o la complicidad de algún "camarada del partido". No se me escapó lo de la "complicidad" y le pregunté si tenía idea de alguien en concreto y me dijo que sí, precisamente uno, "un responsable del partido" dijo, que había intentado con ella lo mismo que el policía y con idéntico resultado.

- Y es probable que ahí comenzara toda esa historia.

Me di cuenta de que le resultaba desagradable. Mi madre era una combinación explosiva: de ideas muy avanzadas en materia de costumbres y moral sexual (había ayudado a muchas amigas en asuntos de control de la natalidad por entonces prácticamente intratables en España) era de un comportamiento personal casi puritano, tenía una idea sublimada del amor y fue fiel a mi padre incluso después de separarse por desacuerdos sobre todo, especialmente en asuntos políticos. Preferí no seguir insistiendo. Tenía una versión convincente para mí y sólo pregunté qué le parecía que debería hacer con "el partido" y fue ella la que me dijo que no rompiera, que esos eran asuntos personales que no podían interferir con la lucha.

Habíamos llegado a casa, en la calle San Bernardo y lo dejamos allí. Yo volvería a acordarme de la historia en algunas ocasiones en los años posteriores, especialmente cada vez que me encontré con gente a la que en la Universidad se acusaba de ser confidente de la policía. El clima de clandestinidad y tensión en que se vivía en la lucha contra la dictadura hacía que estas acusaciones pudieran formularse de modo alegre y sin pensar en las consecuencias. Siempre me las tomé muy en serio, sin embargo, en atención a la experiencia que había tenido y me ufano de haber intercedido en más de una ocasión a favor de gente injustamente acusada, sometida a aislamiento y malos modos.

Al llegar a casa y consultar el correo, como hago siempre antes de dormir, me encuentro un mensaje de Esteban en el que me da las gracias por la conversación que hemos tenido y por haberle ayudado a recuperar intacto un recuerdo que guarda con mucha devoción. Añade que le gustaría que le hablase algo más de los aquellos años, de mi adolescencia y primera juventud, sobre los que sabe muy poco. Le contesto que cuando quiera, que qué más puede querer un abuelo que contar sus batallas de juventud y, como no tengo sueño, me sirvo un café y procedo a contarle una historia que tengo muy viva en el recuerdo, de cuando el general Eisenhower visitó a Franco en Madrid y yo fui a verlos.

(continuará)

(La ilustración es una viñeta de Aubrey Beardsley).

divendres, 27 de febrer del 2009

Desafueros.

Muy graves deben de ver las cosas en el PP para lanzarse así a tumba abierta a comportamientos de talante tan autoritario y antidemocrático. Desde que se destapó el escándalo de los espías, que ya era pintoresco, se ha producido una especie de escalada de desatinos que se ha exacerbado cuando el patio se llenó también de corruptos haciendo compañía a los espías de forma que al final el respetable ya no sabe si espiaban porque eran corruptos, eran corruptos porque espiaban o ambas cosas tienen ya tan poco que ver entre sí como comer lentejas y jugar a la brisca en Tudela. Y conste que digo Tudela sin intencionalidad alguna, como podía haber dicho Navalcarnero o Sigüenza.

Entre tanto nerviosismo es comprensible que la dirección del PP reaccione agresivamente; comprensible pero no justificable. El señor Rajoy no puede decir por la tele que se está incoando una "causa general" contra el PP porque eso es un solemne desatino, una acusación tremenda contra el Estado de derecho y la democracia porque ¿quién esta incoando esa "causa general" ya que éstas no se incoan solas?: ¿el Parlamento? ¿El Gobierno? ¿El Poder Judicial? ¿La Corona? Conviene que lo diga porque una "causa general" como él sabe muy bien es un delito y un atentado bestial a los principios mismos del Derecho y el último (y primero por lo demás) en cometerlo en España fue Francisco Franco, de cuyo régimen guarda el PP excelente memoria, según dice alguno de sus dirigentes. O sea, que nada de "causa general", ¡qué disparate!

Tampoco puede decir el señor Rajoy que el juez Garzón debe abstenerse "porque es socialista"; otra barbaridad inverosímil en alguien que ha sido vicepresidente del Gobierno. Preguntas: ¿cómo lo sabe él? ¿Qué significa exactamente "ser socialista"? ¿En qué se nota que ser socialista -caso de que "ser socialista" sea un enunciado con sentido y el juez Garzón encaje en ese sentido- perjudica la labor judicial? ¿Más o menos que ser del Opus? ¿Más o menos que ser "popular"?

El presidente del principal partido de la oposición no puede ir por ahí diciendo barbaridades sobre las instituciones democráticas y el Estado de derecho. Y supongo que tampoco pueden ir haciendo lo mismo, política de tierra quemada, otros cargos del partido imputados o próximos a serlo según rumores. Esto de los rumores está mal, aunque parecen difíciles de eliminar en sociedades abiertas como la nuestra con libertad de expresión y derecho a la información. Lo que no se puede es decir que eso está muy bien y batir palmas con las orejas cuando las filtraciones nos benefician no hablando entonces de filtraciones sino de "periodismo de investigación" y pedir que se persigan cuando nos perjudican que ya no son periodismo de investigación sino puras murmuraciones despreciables movidas por la verde envidia.

No es de recibo que, al saberse nombres de imputados, el señor Camps llamara a los suyos a capítulo, incluido su hombre en el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), para que cerraran filas en torno suyo, como los círculos angélicos, proclamando su oposición a la inexistente "causa general". La inexistente "causa general" sin embargo es una realidad incuestionable: el franquismo abrió proceso por "rebelión militar" y "auxilio a la rebelión militar" prácticamente a todo quisque de forma que la población no se dividía como en los demás países entre inocentes y culpables confesos sino entre culpables confesos y culpables por confesar, la situación más antiigualitaría que quepa imaginar. El señor Camps no puede lanzar a sus mesnadas a una guerra particular con el Gobierno del Estado como si, caso de ser agraviado, fuera a separarse con el viejo Reino de Valencia en donde la gente lleva tanto siglos honrando a los muertos y enchufando a los parientes y deudos, como bien sabe el señor Fabra, firme guardián de las esencias de la raza.

Pero lo que la derecha definitivamente no puede hacer so pena le estalle el orden no ya nacional o internacional sino simplemente el mental es ir contra los principios mismos del orden constituido cosa que sucede cuando en un escrito de denuncia a uno se le cruzan los cables, como le sucede al señor Bárcenas, tesorero del PP, y afirma que el proceso es una "utilización torcida de las instituciones del Estado y de las funciones jurisdiccionales para tramitar, proseguir y auspiciar una verdadera causa general contra el PP. Ya se ha dicho que de causa general, nada y del uso torcido...ya me contarán. ¿Conoce alguien a algún delincuente a quien no le parezca que se está haciendo un uso torcido de la función jurisdiccional para que triunfe el crimen en contra de la gente inocente? Y esto es solo un ejemplo, no por cierto, un intento de implicar "implícitamente" al señor Bárcenas en trama alguna. Eso de "implícitamente" le molesta mucho.

Por último, tampoco puede ir por ahí el señor Bárcenas, sea tesorero o pontífice diciendo que su situación "recuerda los mejores tiempos de la propaganda goebbeliana y resulta intolerable en un Estado democrático y de Derecho". No sé qué creerá este señor que hacía Goebbels pero está claro que no tiene ni idea y que confunde a Goebbels con Torquemada o con Stalin, maestros en la supresión física de los discrepantes.

(La imagen es una foto de Contando estrelas, con licencia de Creative Commons).

Negra sombra que me asombra.

El museo Thyssen y Cajamadrid han abierto una exposición temática de pintura sobre la sombra que está muy bien. Ya se sabe, parte es en el Thyssen (que cuesta) y la otra parte en Cajamadrid en la Plaza de las Descalzas Reales, gratis. En el museo está la historia de la sombra en la pintura desde sus pimeros empleos en alguna grisalla o retablo gótico y en el Renacimiento hasta fines del XIX con el simbolismo y el impresionismo y en la plaza de las Descalzas, el siglo XX, cubismo, futurismo, surrealismo, expresionismo, Pop, etc, así como el tratamiento en la foto y en el cine.

A la sombra se atribuye el nacimiento del dibujo, según una leyenda de Plinio el Viejo de que fue trazando el perfil de una sombra de una persona como se consiguió la primera silueta. Hay variantes pero siempre es la misma idea: la sombra sirve para reproducir otra cosa, lo real, la luz. Pero no siempre se ha empleado la sombra con la misma finalidad y eso queda muy claro en la exposición, que ilustra acerca de la evolución artística del tratamiento de este curioso objeto: la sombra.

En el Renacimiento el uso de la sombra se supedita al canón clásico de las proporciones y suele acentuar la perspectiva. Sirve para dar la tercera dimensión y a veces hasta se utiliza como trampantojo; los cuadros de Piero della Francesca vienen enseguida a la memoria. También puede emplearse con una finalidad menos serenamente clásica, pero siempre para subrayar la calidad de la composición como en el caso del tenebrismo del Caravaggio y sus discípulos y seguidores, como el Españoleto, aunque estos caen ya más del lado del barroco. Más propiamente renacentista es el manierismo, en donde la sombra está siempre puesta al servicio de determinados efectos ópticos, para resaltar la luz, como en los cuadros del Parmigianino. Algo parecido sucede en el barroco, aunque aquí aparecen esos pintores que son maestros en luces y sombras a base de candelas, al estilo de Georges la Tour, que sentó escuela y que no me gustan nada: los puntos de cuadro iluminados, resplandecientes de luz y el resto de la composición en la sombra o penumbra, lo que forzaba a concentrar la atención en un aspecto o episodio. Muy apropiado para pintura aleccionadora o moralizante, para mostrar momentos como la cena de Emaús o la incredulidad de Santo Tomás. En estos casos, sin embargo, la sombra sólo servía para realzar el episodio de luz, que es el que cuenta la historia.

Con el romanticismo la sombra pasa a tener otro significado, se le da una función moral, simbólica, como corresponde también a su funcion literaria, que comienza asimismo en esa época. La sombra es como un trasunto del doble. Así, la fascinante novela de Adelbert von Chamisso La maravillosa historia de Peter Schlemihl es una especie de interpretación de la leyenda de Fausto pues lo que un hombre vende aquí al diablo es su sombra. El romanticismo coincide con el imperialismo y la expansión de la antropología con antropólogos europeos por el mundo entero recogiendo las más extrañas leyendas sobre las sombras entre alejadas tribus indígenas. Hay una que aparece con cierta frecuencia: si alguien pisa la sombra de una mujer, ésta resultará estéril, en ciertas épocas, siempre, depende. Este es precisamente el argumento de La mujer sin sombra, de Richard Strauss, con libreto de Hugo von Hofmannstahl: la reina tiene que recuperar su sombra si quiere ser fértil. La sombra ya no es un mero adminículo del canón clásico de la proporción sino que tiene personalidad y una historia que contar. Quien vaya a la exposición verá el famoso cuadro del prerrafaelista William Holman Hunt en que Cristo, desperezándose al sol en primer plano proyecta sobre la pared trasera la sombra del crucificado: la sombra como vaticinio.

Lo más llamativo del impresionismo es la otra revolución que causa con la sombra, una revolución formal pues le da color. La sombra no tiene por qué ser siempre en gama de grises sino que puede tener variedad cromática. Los colores, claro, son arbitrarios aunque quizá no tanto como cuando se asignan a la música en esos alardes de sinestesia que a veces son exasperantes. La sombra en la nieve tiende a ser azul, aunque también puede ser rosa, pero no verde o amarilla, en cambio sí puede serlo la de una alameda en otoño. El simbolismo en buena medida es un arte de sombras, dado que las sombras son la característica del reino de los muertos. En las varias composiciones que Böcklin hizo de la Isla de los muertos la sombras son esenciales, como lo son, aunque en otro sentido, en la obra de Mellery.

La sombra toma dimensiones metafísicas en el futurismo de Chirico; no en sí misma en el sentido del reino del más allá sino como elemento racional (las sombras son geométricas, nítidas, no difusas o algodonosas como las sombras realistas) en conjuntos de atmósfera trascendente, recordando lugares de ausencias: estaciones de tren, muelles, etc. La sombra suele ser parte de la historia en el surrealismo de Delvaux, que utiliza iluminaciones lunares y sombras también nítidas aunque en él parecen obedecer a una estrategia de relato onírico. El cuadro de Picasso del reverso del folleto de la exposición, La sombra sobre la mujer, de 1953, la sombra es la del propio pintor que se abalanza sobre la mujer desnuda. La sombra lasciva.

Hay muchas otras sombras en la exposición, que está muy bien, pero no es posible comentarlas todas. Me he limitado a algunas; pero hay otros ejemplos bien curiosos. La galería de fotos tiene cosas interesantes. Algunas muy famosas, de Man Ray. En la exposición de películas no falta la que debe de ser la sombra más célebre de la historia del cine, la de Nosferatu, de F. Murnau.

Por último, para quienes se pregunten por el inquietante cuadro de Christian Schad, Retrato del Dr. Haustein, de 1928, que se reproduce en el anverso del programa, hay varias versiones. Parece que la sombra es la de la amante del doctor, famoso dermatólogo de la época. Será, pero parece un marciano.

dijous, 26 de febrer del 2009

Si Garzón no existiera el PP tendría que inventarlo.

El PP, convertido en Wild Bunch o Jauría humana quiere cazar al juez Garzón querellándose por supuesta prevaricación. No va a ser únicamente el juez estrella el que maneje los participios. No parece que, en principio, esa acusación fuera jurídicamente preocupante para el juez. Todos pudieron ver que era el PP el que hostigaba al magistrado, al que nunca ha admitido como juez legal por considerarlo parcial. Pero fue el mismo interesado quien metió la pata dotando de sentido una querella que no lo tenía. En efecto como por la boca muere el pez, la decisión del señor Garzón de dictar una providencia desmintiendo una información de El País en lo que se refiere al señor Eduardo González Pons pero no diciendo nada en el caso del señor Bárcenas que ahora queda como imputado sin que medie resolución judicial en tal sentido equivale a una revelación de secreto del sumario, cosa que un juez no puede hacer pues o levanta o no levanta el tal secreto, pero no lo levanta según y cómo, depende de para quién y para fastidiar a unos y satisfacer a otros, que es lo que ha hecho. Porque al saberse que había dos aforados nacionales imputados y descartarse el señor González Pons pero no el señor Bárcenas este último queda imputado de hecho pero no formalmente, es decir, indefenso y, además, se abre la veda especulativa de quién pueda ser el otro, cosa qe ha puesto al PP literalmente de los nervios, lo cual implica que varios de sus afiliados tienen razones para suponer que la justicia pueda imputarlos, de lo contrario los nervios carecerían de sentido. Pero los hay, vienen del miedo y no hace falta recordar cuán mal consejero es el miedo a la hora de adoptar decisiones.

El señor Garzón ha desperdiciado una ocasión de oro de quedarse callado y de comprobar que en boca cerrada no entran querellas porque a ver cómo explica ahora esa providencia desmintiendo una noticia de prensa y confirmando en cierto modo otra. Claro que esto es asunto que ya sólo interesa al señor Garzón y sus allegados, que tendrán que defenderse. Porque el asunto en sí mismo, das Ding an sich, que diría Kant, esto es, el de la corrupcion, el espionaje, los cohechos, etc ese ha entrado ya en la juridicción de instancias superiores, seguirá su curso y dudo de que el PP pueda ir friendo a querellas a todos los jueces y magistrados que vayan haciéndose cargo del proceso por corrupción que afecta al partido, le guste o no.

Leo en El Plural que los cazafantasmas del PP van por Caamaño al grito de que es masón. Si ellos lo dicen, que tendrán una pericia en detección de masones probablemente aprendida en la obra de su excelencia Francisco Franco cuando escribía sobre la masonería bajo el nombre de Jakim Boor, será cierto. Porque sigue siendo Franco la fuente inmarcesible de sabiduría sobre los protervos designios de la masonería en su frenético intento de destruir a España, pues fue ella, "al correr del último siglo, el arma que se esgrimió para lograr la desmembración de nuestro Imperio, la pérdida más tarde de los últimos restos coloniales y la caída en tiempos contemporáneos de la Monarquía", decía el Generalísimo con su preclaro verbo.

Y si es cierto que el señor Caamaño es masón, ¿acaso entorpece eso más su buen quehacer que el del antaño Fiscal General del Estado, señor Cardenal, el hecho de pertenecer a la secta del Opus, secta a la que también pertenecía el señor Trillo cuando era ministro de defensa sin que nadie pusiera objeciones?

Ahora un alcalde socialista de Zaragoza y baturro él quiere bautizar una calle con el nombre de José María Escribá de Balaguer. A ver cuando un político del PP decide bautizar una plaza de su ciudad como Plaza del Gran Oriente de la Logia Francmasona Dios Agrimensor, por ejemplo, eso sí que contribuiría a la reconciliación nacional y a hacer olvidar los siniestros recuerdos del Comandantín. Por lo demás, no parece que haya gran diferencia entre ser masón, jesuita, católico, islamista, etc., todas ellas formas que tiene la gente de explicarse el mundo, su papel en él y el modo de entretenerse los días de fiesta.

(La imagen es una foto de carolonline, con licencia de Creative Commons)

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Encantada de haberse conocido.

El premio Nadal de este año ha sido para Maruja Torres por este libro (Esperadme en el cielo, Destino, Barcelona, 2009, 192 págs.) que acompaña a uno anterior que fue premio Planeta. Dos premios de postín. El Nacional puede estar al caer, si no lo consigue con esta obra puesto que es premio a obra ya publicada.

El libro es una especie de necrológica alargada, una elegía en prosa a la muerte de sus dos amigos, Terenci Moix y Manuel Vázquez Montalbán. 192 páginas de elegía. Y está muy bien. Los tres amigos nacieron y crecieron en el Raval, el distrito V, un barrio suburbano de miseria, putas, inmigrantes, chabolas, delincuencia que, al parecer, los marcó para toda la vida y del que la autora dice nada más comenzar su relato: "Quien no ha vivido en el Distrito V de Barcelona, entre los años cuarenta y sesenta del siglo veinte, carece de instrumentos para desentrañar las raíces que mis amigos y yo compartíamos" (p. 23), con lo cual parece como si despojara de esperanza de entendimiento a quienes no hayan nacido en ese barrio en esos años. Excepto que la intención sea decir que quien no tenga aquella condición no puede desentrañar las susodichas raíces salvo que se las muestre doña Maruja Torres. Y este es el contenido del libro, un intento de explicar a los profanos lo que fue nacer y crecer en el Raval entre 1940 (Vazquez Montalbán nació en 1939) y 1960.

Se me hace que eso puede decirse de todos los barrios en todas las épocas. Yo nací y crecí en Madrid, casi todo el tiempo en la calle de San Bernardo, enfrente del convento de las Salesas llamadas Nuevas para distinguirlas de las Reales que estaban en Bárbara de Braganza, un casón del siglo XVIII, como las viviendas de la zona, como mi casa. Al lado de ésta, calle Quiñones por medio, la que terminaba en el convento de las Comendadoras, la Iglesia de Nuestra Señora de Montserrat, que contenía y supongo sigue conteniendo una copia de la Moreneta hoy a cargo de los benedictinos de Santo Domingo de Silos. Nuestra vida al principio fue cómoda y desahogada pero, familia de perdedores de la guerra, con el padre en el exilio, las condiciones fueron empeorando y acabamos viviendo en San Bernardo, sí, pero en un cuchitril diminuto porque nuestros ingresos provenían del alquiler de un piso y del nuestro propio, cuya parte más grande y noble fue preciso arrendar para oficinas (siempre hubo allí dos empresas, una a cada lado del pasillo) con lo que completabamos ingresos. Pero puedo asegurar que la sopa de curas, oficinistas, chicas de servir, soldados, funcionarios, chiquillería, pluriempleados, tenderos, vaquería (que también las había), afiladores, gentes de paso albergadas en las pensiones y casas de huéspedes en la zona era no menos abigarrada y peculiar que la del Raval. El barrio es más o menos el de Miau, de don Benito, llamado del Noviciado, si bien más arriba, más hacia la glorieta de Ruiz Jiménez, llamada de San Bernardo, por Bernardo de Claraval.

Y, por supuesto, los cines, por lo menos siete en un radio de dos kilómetros cuadrados, con programa doble y sesión continua, alguno desde las diez de la mañana, cumpliendo la misma función que señala la autora para los del Raval: proyectarnos a un mundo de ensueño: Ivahoe, La túnica sagrada, Agustina de Aragón, Recuerda, Orfeo Negro, el habitual batiburrillo que se formó en la conciencia de nuestra generación pues yo nací el mismo año que la señora Torres. Por cierto, en ese barrio vi a fines de los cincuenta la peli de Julio Coll, interpretada por Alberto Closa (que ya era Alberto Closa, pues había rodado Muerte de un ciclista) Pedro de Córdoba y Arturo Fernández, Distrito Quinto, una especie de Rififi a la española, no por la trama sino por el tratamiento, ambientada en 1957 en el barrio del que habla la autora, aunque poco porque hay mucho interior, como buen rififí. Esa especial referencia al mundo del cine (que en el caso de Terenci Moix era casi una obsesión, curiosamente como la que cuenta Guillermo Cabrera Infante en Cine o sardina) imagino que revela un intento de substraerse a las condiciones sórdidas en que se desarrollaba la vida en la España de la infinita posguerra que debieron de ser más duras en el Raval que en San Bernardo pero no menos vallinclanescas.

Es el caso que la historia narra la visita accidental de Maruja Torres a los cielos en un momento en un sueño que le asalta por quedarse dormida firmando ejemplares de sus libros, modesta la chica, encontrándose allí con sus muy queridos amigos que lo que quieren, sabiendo que ellos están muertos pero ella no, es que les recree el Raval, cosa que hace la autora y en eso, en ese proceso de recreación del Raval, el barrio de la infancia, o sea, lo que los hace indescriptibles, se le va toda la novela ya que, al unísono con la recreación del barrio van engarzándose juegos, diversiones, chistes privados, referencias cultas de sus años de juventud. Es decir, se crea el ambiente de la niñez pero no se revive como niño sino como jóvenes, como adultos, como gentes que ya tienen preferencias literarias, son cultas, etc. He detectado algunas referencias encriptadas en el texto, citas, como chistes en clave y seguramente me habré perdido otros.

El relato es agradable, bastante tierno y se lee con descanso, aplaudiendo el homenaje que la amiga rinde a los dos amigos a los que en verdad venera. Si algún puntillo cabe objetar es quizá ese acento excesivo en la excepcionalidad de su común condición y por ende de ellos mismos. Esa reiterada conciencia de ser especiales. Lo son, ciertamente, porque no es frecuente que de su medio salga gente como ellos, pero no sé si es preciso hacerlo notar con tanta insistencia.

Hace como dos años, en enero de 2007 Maruja Torres escribió un artículo que destilaba muy mala leche acerca de la red ("malalecheína" reconocía ella misma), titulado Abierto 24 horas en que nos ponía verdes a los blogueros, pandilla de inútiles que sólo sabemos mirarnos el ombligo. Lo contaba Palinuro en una entrada titulada Hablando de lxs demás. Uno. Doña Maruja Torres. Ombligo precisamente no le falta a la señora Torres y ganas de mirárselo tampoco. En este libro deja caer media docena de veces (no llega) palabras como internet, la web y hasta Google, como si ya se hubiera familiarizado con este selvático territorio, pero todavía le queda, pues no hay nada de él integrado en su relato. Una pena; de haber sabido algo más se hubiera dado cuenta de que el uso de skype le hubiera venido muy bien para narrar la historia que narra. No lo he intentado pero seguro que hay skype en el cielo y hasta se puede usar la webcam.

dimecres, 25 de febrer del 2009

Cuestión de (in)dignidad.

Ahora que el señor Fernández Bermejo ha hecho lo que la elegancia, el decoro, la ética y el espíritu de izquierda ordenan, esto es, dimitir, ha dejado de ser un lastre, una hipoteca moral para su Gobierno y su partido. Ambos deben recuperar la iniciativa y responder a los ataques continuos de sus adversarios en su propio terreno. No se trata solamente de volver a plantear los casos de presunta corrupción y supuestos espionajes del PP, que éste pretende silenciar a toda costa y deben seguir su curso procesal. Se trata de que los dos, Gobierno y partido, respondan en la misma onda en que se les está atacando.

Para ello lo primero será plantear cómo sea posible que la ofensiva ética y jurídica contra el PSOE y su Gobierno la lleve un personaje como Federico Trillo, pues esa es cuestión previa a toda otra acción.

Este Trillo es aquel que, siendo presidente del Congreso mandó un coche oficial a recoger en secreto las vacunas contra la meningitis para sus hijos cuando éstas no estaban disponibles para e conjunto de la población dada su escasez y las autoridades sanitarias insistían en que no se vacunase a los niños.

El mismo señor Trillo bajo cuyo mandato como ministro de Defensa se contrató en condiciones rayanas en la infamia un vuelo de un Yakovlev 42 para trasladar fuerzas armadas españolas. En ese vuelo se produjo un accidente en el que murieron los sesenta y tres militares del pasaje. El mismo bajo cuyo mandato se procedió a una identificación apresurada y errónea de los cadáveres originando posteriormente un sinfín de problemas, conflictos, procedimientos judiciales y un calvario para las familias. El mismo que, preguntado acerca de esta cuestión por una periodista, tuvo la desfachatez y la falta de hombría de bien de arrojarle una moneda de un euro.

Ese mismo señor Trillo no dimitió jamás por estos vergonzosos hechos, demostrando con ello ser una persona sin pundonor democrático. Ese mismo señor Trillo, además de no dimitir como ministro tampoco abandonó su puesto de diputado por lo cual numerosos familiares de los militares muertos en el accidente del Yakovlev 42, empezando por el entonces presidente de su asociación, señor Carlos Ripollés, consideraron que es una persona indigna para la política.

Ese mismo señor Trillo, a día de hoy, esgrime dos líneas de defensa cuando le afean los comportamientos descritos, a cual más indigna si cabe. Según la primera ningún juez ha encontrado responsabilidad penal suya en el innoble asunto del Yak 42. Se confunde aquí (probablemente de forma deliberada) responsabilidad penal y responsabilidad política y se toma al auditorio por una manga de imbéciles pues, si algún juez hubiera hallado tal responsabilidad, la cuestión de dimitir o no dimitir no estaría abierta. Ningún juez ha encontrado responsabilidad penal en el señor Fernández Bermejo quien, no obstante, en un gesto tan honroso para él como deshonroso es el suyo para el señor Trillo, ha presentado su dimisión. Porque lo que está en juego aquí no es la responsabilidad penal (objetiva y forzosa), sino la política (subjetiva y voluntaria), si bien solamente cuando se tienen principios.

Por la segunda línea argumental su responsabilidad política se resolvió cuando su partido perdió las elecciones en 2004 y se ha solventado definitivamente cuando, sin embargo, él obtuvo su escaño de diputado por Alicante. Sofisma que avergonzaría a cualquiera excepto al señor Trillo ya que su responsabilidad política era individual, no se sumía en la colectiva del partido en 2004 y debió substanciarse ipso facto del accidente con su dimisión en 2003. Y los escaños, en nuestro sistema electoral, no los consiguen los individuos sino las listas de partidos. Sería muy de ver cuántos votos hubiera obtenido el señor Trillo de presentarse sólo, no en las listas de un partido. Por estos motivos, lógicamente, la asociación de familiares del Yak 42 ve “insultante” que Federico Trillo exija explicaciones a Bermejo por su dimisión. Así lo reitera el actual presidente de la Asociación de familiares del Yak 42 en carta de hoy en El País titulada ¿Y Trillo habla de dimisiones? Es que en verdad es demasiado.

Por otro lado ninguno de estos juicios denigratorios formulados por las víctimas y las gentes de bien harán mella en el ánimo del señor Trillo. Éste es muy consciente de lo indigno de su proceder pues su comportamiento es una mera estrategia procesal: no dimite para no dejar de estar aforado y no tener que dar cuenta de sus actos ante su juez natural. Una actitud cuca y astuta, de escurrir el bulto, de sustraerse a la acción de la justicia, poco más o menos como en su día lo hizo el señor Ruiz Mateos, postulándose como eurodiputado con el mismo objetivo de no dar cuenta de sus actos. Y en esta actitud indigna lo apoya firmemente su partido.

En consecuencia, una vez dimisionario el señor Fernández Bermejo, el Gobierno y el PSOE no pueden admitir que, a continuación, el problema sea el señor Garzón; no pueden admitir que haya siquiera un "caso Garzón". Es obvio y clamoroso que lo que hay es un "caso Trillo" y de eso debe hablarse. Dicho en román paladino: este individuo es indigno (como dicen los familiares de las víctimas del Yak 42) de estar en política, de presidir comisión alguna y mucho más de exigir responsabilidades a nadie.

Y como el único lenguaje que este tipo de personas entiende es el suyo, el Gobierno y el PSOE deben romper toda interlocución con el PP en materia de justicia en tanto quien esté al frente de la otra parte sea un individuo como el señor Trillo y en tanto éste no dimita de todos sus cargos, empezando por el de diputado. Que ya está bien.

(La imagen es una foto de Público, con licencia de Creative Commons).

Rodin en Madrid.

Hace unos días que el complejo de exposiciones de Caixa Forum en el madrileño paseo de Recoletos exhibe al aire libre siete estupendas piezas de Auguste Rodin: el celebérrimo Pensador y las seis figuras que componen el conjunto de Los ciudadanos de Calais. Están en la explanada que hay a la entrada del edificio y el viandante que no va a tiro fijo, como un servidor, da con ellas inadvertidamente puesto que nada las anuncia. Sorpresa mayúscula, imagino, y sorpresa muy grata. Aquello está lleno de gente, incluso a la hora de comer que es cuando voy a las exposiciones, haciendo fotos con los móviles y retratándose junto a estas soberbias esculturas. No falla: cuando los seres humanos reconocemos algo genial, nos retratamos a su lado para ver si se nos pega parte de su inmortalidad.

El Pensador, esa mole de más de dos metros de alta (la imagen que incluyo engaña bastante), obliga a admirarla en contrapicado, de abajo arriba, que es como suele mirarse a las cosas grandes. El acusado atletismo de la figura, sus manazas, sus pies enormes, su musculatura tienen evidentes reminiscencias miguelangelescas; al propio tiempo el vaciado en bronce, la intensa concentración de la figura, su absoluta soledad, sin referencia alguna a ningún elemento trascendental la convierten en un testimonio del presente: el hombre sumido en sí mismo, aislado, sacando su fuerza creadora de su interior. Sabido es que el autor quiso llamarla El Poeta e incluso Dante porque estaba destinada a presidir un conjunto escultórico representativo de la puerta del infierno en la Divina Comedia, ensalzando de este modo la actividad creadora del genio. Fue la voz del pueblo la que lo rebautizó como El pensador, que ha prevalecido sobre otro uso alternativo: "la filosofía". Considero una feliz coincidencia que la voz popular y la del artista hayan convertido en sinónimos "pensamiento" y "creación". Porque el pensamiento humano, el logos, es tal cuando es creación, cuando de su actividad brota algo, algo que antes no existía, algo como El pensador, alegoría del hombre que se hace a sí mismo de la nada.

El vaciado en bronce permite que haya bastantes copias de esta imagen que, en realidad, no son "copias" sino "originales sucesivos". Se contabilizan unos veinte rapartidos por todo el mundo; por desgracia ninguno en España. No me detuve a ver de dónde procede la que se exhibe en Caixa Forum aunque supongo sea la que está en la tumba de Rodin y que pasa por ser la "original".

El grupo Los ciudadanos de Calais bronces igualmente y de los que igualmente hay como veinte copias en diversos lugares del mundo, hace referencia a un episodio de la Guerra de los Cien Años, hacia el siglo XIV, cuando el rey inglés Eduardo III, tras poner sitio a la ciudad de Calais exigió que se le entregaran seis ciudadanos voluntariamente que se presentarían descalzos en el campo inglés, vestidos con una camisa y con una soga al cuello, clara premonición de lo que contaba hacer con ellos. A cambio, no dejaría perecer de hambre a los habitantes de la ciudad asediada. Seis de los más pudientes ciudadanos se presentaron voluntarios y fueron conducidos al campo inglés en donde el Rey ordenó que los colgaran, cosa que no sucedió por la intercesión de sus cortesanos y, en especial, de su mujer. Normalmente (pero no siempre) estos ciudadanos (ya sé que la traducción habitual es la de "burgueses de Calais"; pero me parece una versión literal no afortunada) se exponen formando un grupo cuya característica esencial es que está compuesto por seis individuos perfectamente independientes, que no guardan ninguna relación entre sí fuera de la de ser parte del grupo de rehenes. Eso da al conjunto una fuerza extraordinaria que obliga a contemplarlo dando vueltas en torno suyo para observar los rasgos particulares de cada ciudadano. La Caixa ha decidido mostrarlos por separado lo que no sé si es un acierto. Por supuesto permite contemplarlos uno a uno más a sabor, pero se pierde esa fuerza extraordinaria que tiene un grupo de individuos independientes entre sí, sólo unido por el hecho de compartir un aciago destino.

(La primera imagen es una foto de wallyg, la segunda de Dionetian, ambas con licencia de Creative Commons).