El museo Thyssen y Cajamadrid han abierto una exposición temática de pintura sobre la sombra que está muy bien. Ya se sabe, parte es en el Thyssen (que cuesta) y la otra parte en Cajamadrid en la Plaza de las Descalzas Reales, gratis. En el museo está la historia de la sombra en la pintura desde sus pimeros empleos en alguna grisalla o retablo gótico y en el Renacimiento hasta fines del XIX con el simbolismo y el impresionismo y en la plaza de las Descalzas, el siglo XX, cubismo, futurismo, surrealismo, expresionismo, Pop, etc, así como el tratamiento en la foto y en el cine.
A la sombra se atribuye el nacimiento del dibujo, según una leyenda de Plinio el Viejo de que fue trazando el perfil de una sombra de una persona como se consiguió la primera silueta. Hay variantes pero siempre es la misma idea: la sombra sirve para reproducir otra cosa, lo real, la luz. Pero no siempre se ha empleado la sombra con la misma finalidad y eso queda muy claro en la exposición, que ilustra acerca de la evolución artística del tratamiento de este curioso objeto: la sombra.
En el Renacimiento el uso de la sombra se supedita al canón clásico de las proporciones y suele acentuar la perspectiva. Sirve para dar la tercera dimensión y a veces hasta se utiliza como trampantojo; los cuadros de Piero della Francesca vienen enseguida a la memoria. También puede emplearse con una finalidad menos serenamente clásica, pero siempre para subrayar la calidad de la composición como en el caso del tenebrismo del Caravaggio y sus discípulos y seguidores, como el Españoleto, aunque estos caen ya más del lado del barroco. Más propiamente renacentista es el manierismo, en donde la sombra está siempre puesta al servicio de determinados efectos ópticos, para resaltar la luz, como en los cuadros del Parmigianino. Algo parecido sucede en el barroco, aunque aquí aparecen esos pintores que son maestros en luces y sombras a base de candelas, al estilo de Georges la Tour, que sentó escuela y que no me gustan nada: los puntos de cuadro iluminados, resplandecientes de luz y el resto de la composición en la sombra o penumbra, lo que forzaba a concentrar la atención en un aspecto o episodio. Muy apropiado para pintura aleccionadora o moralizante, para mostrar momentos como la cena de Emaús o la incredulidad de Santo Tomás. En estos casos, sin embargo, la sombra sólo servía para realzar el episodio de luz, que es el que cuenta la historia.
Con el romanticismo la sombra pasa a tener otro significado, se le da una función moral, simbólica, como corresponde también a su funcion literaria, que comienza asimismo en esa época. La sombra es como un trasunto del doble. Así, la fascinante novela de Adelbert von Chamisso La maravillosa historia de Peter Schlemihl es una especie de interpretación de la leyenda de Fausto pues lo que un hombre vende aquí al diablo es su sombra. El romanticismo coincide con el imperialismo y la expansión de la antropología con antropólogos europeos por el mundo entero recogiendo las más extrañas leyendas sobre las sombras entre alejadas tribus indígenas. Hay una que aparece con cierta frecuencia: si alguien pisa la sombra de una mujer, ésta resultará estéril, en ciertas épocas, siempre, depende. Este es precisamente el argumento de La mujer sin sombra, de Richard Strauss, con libreto de Hugo von Hofmannstahl: la reina tiene que recuperar su sombra si quiere ser fértil. La sombra ya no es un mero adminículo del canón clásico de la proporción sino que tiene personalidad y una historia que contar. Quien vaya a la exposición verá el famoso cuadro del prerrafaelista William Holman Hunt en que Cristo, desperezándose al sol en primer plano proyecta sobre la pared trasera la sombra del crucificado: la sombra como vaticinio.
Lo más llamativo del impresionismo es la otra revolución que causa con la sombra, una revolución formal pues le da color. La sombra no tiene por qué ser siempre en gama de grises sino que puede tener variedad cromática. Los colores, claro, son arbitrarios aunque quizá no tanto como cuando se asignan a la música en esos alardes de sinestesia que a veces son exasperantes. La sombra en la nieve tiende a ser azul, aunque también puede ser rosa, pero no verde o amarilla, en cambio sí puede serlo la de una alameda en otoño. El simbolismo en buena medida es un arte de sombras, dado que las sombras son la característica del reino de los muertos. En las varias composiciones que Böcklin hizo de la Isla de los muertos la sombras son esenciales, como lo son, aunque en otro sentido, en la obra de Mellery.
La sombra toma dimensiones metafísicas en el futurismo de Chirico; no en sí misma en el sentido del reino del más allá sino como elemento racional (las sombras son geométricas, nítidas, no difusas o algodonosas como las sombras realistas) en conjuntos de atmósfera trascendente, recordando lugares de ausencias: estaciones de tren, muelles, etc. La sombra suele ser parte de la historia en el surrealismo de Delvaux, que utiliza iluminaciones lunares y sombras también nítidas aunque en él parecen obedecer a una estrategia de relato onírico. El cuadro de Picasso del reverso del folleto de la exposición, La sombra sobre la mujer, de 1953, la sombra es la del propio pintor que se abalanza sobre la mujer desnuda. La sombra lasciva.
Hay muchas otras sombras en la exposición, que está muy bien, pero no es posible comentarlas todas. Me he limitado a algunas; pero hay otros ejemplos bien curiosos. La galería de fotos tiene cosas interesantes. Algunas muy famosas, de Man Ray. En la exposición de películas no falta la que debe de ser la sombra más célebre de la historia del cine, la de Nosferatu, de F. Murnau.
Por último, para quienes se pregunten por el inquietante cuadro de Christian Schad, Retrato del Dr. Haustein, de 1928, que se reproduce en el anverso del programa, hay varias versiones. Parece que la sombra es la de la amante del doctor, famoso dermatólogo de la época. Será, pero parece un marciano.