dimarts, 24 de febrer del 2009

Diálogo de los dos Marianos.

Es noche cerrada en mitad de la tormenta. Ráfagas de viento y lluvia golpean los ventanales del Refugio del pirata, edificio neogótico que se asoma a la Costa da Morte en Galicia y en donde se encuentra alojado don Mariano Rajoy que anda de campaña electoral por su tierra. Su sueño es inquieto y sobresaltado, se revuelve en la cama, lanzado algún gemido que otro. Por fin se despierta, enciende la lámpara y contempla con espanto a los pies del lecho el espectro de don Mariano Fernández Bermejo que se le aparece como un nuevo Banquo. En ese momento, un chasquido de un rayo próximo deja el hotel sin luz. La escena queda ahora bañada en la lívida luz ocasional de los relámpagos y el suave resplandor ectoplásmico del ex-ministro de Justicia.

Mariano R. ¿Qué quieres, espectro? ¿A qué has venido aquí? Vete de mi presencia. Ya no eres ministro.

Mariano B. Por eso precisamente he venido. Tengo algunas cosas que ajustar contigo. Pero no temas, que no te haré violencia.

R. ¡Yo no trato con espectros! A mí sólo me preocupan los problemas de los españoles.

B. El primero de los cuales es el partido de presuntos mangantes y chorizos que diriges.

R. ¡Esas son calumnias, mentiras, difamaciones! Aquí no hay más que una campaña del Gobierno en contra del PP organizada por ti y por el juez socialista Garzón en esa cacería por la que has tenido que dimitir.

B. Sí, yo he dimitido por coherencia y honradez. A vosotros, en cambio, no os salva ni la paz ni la caridad de los procesos por corrupción en la que estáis hasta las cejas

Rajoy se levanta en pijama, camina medio a tientas hasta el mueble bar y se sirve un whisky.

R. ¡Jajaja! No me hagas reír, Vermello. Por ahora tú has tenido que dimitir y al juez Garzón le queda un telediario, cuando se recupere del sofocón que le ha dado. De momento aquí sólo se habla de vosotros dos, pardillos. Hemos conseguido cambiar el marco del debate, el foco de la atención.

B. Las investigaciones seguirán su curso...

R. Sí, pero en los Tribunales Superiores de Justicia de Madrid, de Valencia, en el Supremo, que son magistrados integérrimos, imparciales...

B. Quieres decir de los vuestros.

R. Oye, Vermellín, que a ese pío varón que preside el Supremo en olor de santidad y en obediencia a Monseñor Rouco Varela no lo puse yo. Yo hubiera puesto a alguien con más fibra. Lo puso tu señorito.

B. Aun así, con mi dimisión se cierra una etapa y se vuelve al asunto que importa: la corrupción del PP.

R. Alto ahí; no corras. Todavía tenemos mucha tajada que sacar de tu dimisión. ¿No sabes, infelice, que las dimisiones son como los racimos de cerezas? Tiras de una y vienen más.

B. Será si haces leña del árbol caído.

R. Normal muchacho, en política eso es normal. Oye ¿quieres un whisky? Ah, no, olvidaba que los espectros no beben. Ahora vamos a dar un rato la murga con Solbes, el propio Zapatero; y la dicharacha Díez está echándonos una manita pidiendo la dimisión de toda la bancada sociata. Eso para abrir boca. Para luego, ya se nos ocurrirá algo. Tengo a Trillo, uno de mis fieles, volcado en el asunto y ese tío es fantástico enredándolo todo.

El espectro emite un gemido.

B. Trillo, el que no admitió responsabilidad alguna ni dimitió por haber contratado un vuelo sin garantías en el que perecieron sesenta y dos militares españoles. Y tiene el rostro de pedir la dimisión de los demás; él, que es una persona indigna.

R. Cuestión de oportunidad, amigo mío. Hay que saber resistir.

B. En efecto, es vuestra fórmula: resistir. Cuando el Prestige de cacería estaban Fraga, presidente de la Xunta y Álvarez Cascos, ministro de Fomento. De cacería siguieron y ninguno dimitió de nada.

R. ¿No te digo? Es que habéis nacido ayer, hombre. Nunca se debe dimitir porque es peor. A ver. Yo mismo era entonces vicepresidente del Gobierno, dije los de los hilillos de plastilina... y aquí estoy, a punto de convertirme en presidente del Gobierno español dentro de tres años.

Por primera vez el espectro pareció relajarse. Se sentó en un sillón y cruzó las piernas.

B. Habrá que verlo. Con las pruebas de corrupción que hay y lo que se os viene encima no vais a comeros una rosca.

R. ¿Por qué?

B. Porque esa miriada de consejeros, concejales, asesores, espías que tenéis, todos más ladrones que caco, según indicios, salpican además a vuestros políticos más emblemáticos, como Esperanza Aguirre o Francisco Camps. Y eso sin contar con las ramificaciones de esa trama de corruptos que afecta a ministros de los gobiernos de Aznar.

R. Eso de que hablas ¿son imputaciones en firme o meras suposiciones? Porque si son imputaciones en firme, te va a caer un querellón de órdago. ¿De eso es de lo que conspirabas con Garzón el sociata mientras le dábais al venado? Otro querellón al juez.

B. No, no, son indicios, ya lo he dicho, presunciones, suposiciones, pero muy sólidos. Todo eso pondrá en marcha la maquinaria de la justicia...

R. ¡Ja! La maquinaria de la justicia. ¿Sabes tú por dónde nos pasamos la maquinaria de la justicia? Exactamente, hombre, por donde lleva cinco años pasándosela ese ciudadano ejemplar que es Carlos Fabra, que seguirá así hasta que esos presuntos (e inexistentes) delitos hayan prescrito.

B. Esta vez no; esta vez os hemos pillado. La trama es de avío y os va a caer un paquete en consecuencia.

Ya con más familiaridad, Rajoy se sirve otro whisky a tientas, suspira como quien tiene que hacerse cargo de un alumno retrasado, mueve la cabeza de un lado para el otro y regresa a su mullido lecho.

R. Los progres, sociatas y rogelios no tenéis arreglo. Tantos años estudiando marxismo para nada. Aún no habéis entendido que los (¿cómo los llamáis?) "aparatos represivos del Estado", la policía, los jueces, son intrínsecamente de derechas, de los nuestros, vamos. Pregunta por ahí que pasó con el caso Naseiro. Y también lo son lo que llamáis "aparatos ideológicos del Estado", los medios de comunicación, la Universidad, la Iglesia. No te cuento nada, la Iglesia. Todos a sacarnos las castañas del fuego porque las derechas, a diferencia de los progres y la izquierda, sabemos muy bien en dónde están nuestros intereses y vamos unidos a ellos como una piña.

En ese momento vuelve la luz y, desconcertado, el espectro de Bermejo hace ademán de incorporarse como si quisiera poner fin a la entrevista, lo cual es innecesario porque ya haa empezado a desvanecerse mientras Rajoy termina su parlamento.

R. Además, la gente, los electores, que son muy sabios, comprenden que la corrupción es inherente a la actividad política, que todos los políticos somos iguales de corruptos (ya se encargan nuestros intelectuales de difundir este argumento) y que, a igualdad de corrupción, más cuenta traemos nosotros que sabemos hacerlo con clase y estilo y la costumbre, convertida en derecho, nos viene de antiguo, de la tradición, de cuando los antepasados de esos votantes eran los siervos de los nuestros. Y eso les hace votarnos y, cuanto más inútiles y más corruptos, más nos votan. Pregunta, pregunta, cuántos votos sacamos en la aldea en la que impactó de lleno el chapapote del Prestige.

Pero ya no queda nadie escuchándolo. El espectro de Bermejo se ha desvanecido como humo y al pie del sillón en el que se sentó sólo queda un charquito de agua de la lluvia que le cayó encima al entrar en Refugio del pirata. Rajoy paladea su whisky, apaga la luz y reconcilia el sueño, brevemente interrumpido por un amago de pesadilla.

(La imagen de Rajoy es una foto de Contando estrelas, la de Fernández Bermejo, de Público, ambas con licencia de Creative Commons).

El arte crudo.

En el Museo del Prado hay una estupenda exposición retrospectiva de Francis Bacon con obra representativa de toda su vida. También hay un vídeo que recoge una de las famosas entrevistas que le hizo David Sylvester allá por los años sesenta interesantísima de ver y escuchar porque en ella se aprende mucho del sentido y la técnica de la pintura de este genio del siglo XX. Se aprende, siempre que uno esté en guardia ante los intentos de Bacon de mistificar, de ocultar sus rastros de dificultar la comprensión cabal de su obra, muy poderosa y muy hermética. Por ejemplo, sostiene que él pinta directamente, con unos breves apuntes y sin dibujar nunca. Salta a la vista. Es la conclusión a que se llega con una primera visión de su trabajo: es pintura directa, sin dibujo previo y uno imagina lo complicado que tiene que ser eso. Sin embargo este dato es y no es cierto al mismo tiempo. Junto a la obra pictórica la exposición del Prado tiene una sala dedicada a exhibir parte del enorme legado de materiales de todo tipo, sobre todo gráficos, que dejó el artista a su muerte. Amplísimas colecciones de fotografías, reproducciones, libros, revistas gráficas: todo material a partir del cual trabajaba. No considerándose muy bueno en la pintura con modelos, tridimensional, se concentró en las representaciones gráficas de lo que quería pintar, dos dimensiones, y eso explica la relativa falta de necesidad del dibujo. Bacon es en buena medida un pintor de fotografías. En ciertos casos las fotografías no sólo le daban temas, sino también su tratamiento. Por ejemplo, tenía abundante material representativo de la fotografía secuencialista de Eadweard Muybridge con sus experimentos cinemáticos de un perro caminando o de dos luchadores en el ring, etc. Bacon se valió sistemáticamente de Muybridge para plasmar la variedad de posiciones de sus figuras y su movimiento. Sobre todo el movimiento, que es una de las características esenciales de la obra del artista. Él mismo era fotógrafo o se hacia retratar por amigos fotógrafos y usaba luego las tomas como base para retratos y autorretratos.

Esa influencia fotográfica se exacerba en el caso de la fotografía en movimiento, el cine. Algunas de las piezas que se muestran en la exposición atestiguan la muy conocida influencia que ciertas películas ejercieron sobre la obra de Bacon, desde luego, El acorazado Potemkin, con las escenas en la escalera de Odessa y el primer plano de la niñera alcanzada por un proyectil y tambén Intolerancia, de David Griffith o Napoleon, de Abel Gance.

Pero todo esto no son sino consideraciones formales, triviales para lo que es el auténtico interés de la pintura de un autor sin parangón, único, que retrató el sentido más profundo de su época, casi todo el siglo XX (nacido en Dublín en 1909 y muerto en Madrid, en 1992), así como su propia peripecia personal, su vivencia en él, creando una forma de expresión pictórica original, de enorme belleza e impacto y bastante dificultad de entendimiento. No es infrecuente encontrar gente que no soporta a Bacon; algunos lo encuentran repulsivo (esa sensación es muy común), otros provocador, otros insolente, desagradable, etc. Lo que no suele suscitar es indiferencia.

Un recurso muy habitual a la hora de explicar la obra de Bacon es recurrir a su biografía para justificar las peculiaridades de su obra. Suelen mencionarse las difíciles relaciones con su padre y, por supuesto, su homosexualidad muy activa en una sociedad como la británica a mediados del siglo XX en que este comportamiento era un delito. Se añade su temperamento bohemio, sus etapas de intenso alcoholismo y su turbulenta vida de pareja con amantes, a veces delincuentes. Y se corona con su tendencia a la expatriación. ¿Qué puede ser más significativo para un británico que le digan que otro británico prefiere Montecarlo o incluso Marruecos y Argelia para vivir que Gran Bretaña? Tal era el caso de Bacon.

Sin duda su biografía es importante, decisiva en su obra en la que se aborda la temática homosexual de modo permanente. Pero no es la clave completa ya que ésta viene dada por las convicciones religiosas y filosóficas del autor: su ateísmo militante y su existencialismo, convicciones que ilustran muy bien su modo de presentar la figura humana, la condición humana como condición puramente animal, sin grandes diferencias con los perros. Condición animal que, llevada a su última consecuencia le hace presentar la carne como material de trabajo en los mataderos. Así se entienden esas interpretaciones de las crucifixiones en las que tanto trabajó a lo largo de su vida y que son espectáculos que me atrevo a decir que uno no puede olvidar. Y por cierto que en ellas está toda la historia de la pintura porque este nihilista autodidacta era un pintor absolutamente vocacional. No hubiera podido hacer otra cosa en la vida. Él mismo reconoce que en sus crucifixiones (el punto supremo de la iconografía cristiana, sobre todo católica) se encuentra desde el crucificado de Mathias Grünewald hasta el de Picasso y después de su muerte (de Bacon) se pudo saber que también había acudido a presenciar ese extraño espectáculo que sólo se representa cada diez años de la pasión de Oberammergau. No quiero extenderme mucho en este extremo y se me permitirá que considere a Bacon un pintor metafísico, un pintor ateo metafísico.

Esa posición filosófica impregna también su modo de abordar su temática que fue abrumadoramente retratística. Retratos que no son figurativos ni no figurativos y que resultan de imposible clasificación. Habiéndosele seleccionado en sus comienzos para una muestra colectiva surrealista fue rechazado por no serlo suficiente. En alguna ocasión se le ha considerado expresionista, pero siempre con su rechazo. Bacon es Bacon y constituye un estilo por sí solo. Sus retratos son interpretaciones de las personas en clave propia, distorsionadas a extremos que resultaban a veces desagradables a los mismos modelos, razón por la cual él volvía a preferir trabajar sobre fotografías de los retratados antes que al natural y este criterio lo aplicaba incluso en el caso de modelos muertos. Sus celebérrimas versiones del retrato del Papa Inocencio X de Velázquez están hechas sobre reproducciones y el autor confiesa a Sylvester que, habiendo pasado una temporada en Roma, no se acercó a contemplar el original. Distorsiones, anamorfosis, todo vale para dar una visión habitualmente cinética de las personas (que están aullando, o girando sobre sí mismas, o moviéndose o agachándose, todo ello extraído del estudio prolijo de Muybridge) en espacios insólitos, rotos y recreados por el autor, cajas de vidrio, barreras y marcas que delimitan a su antojo el lugar de la representación.

En su última etapa pintó gran cantidad de trípticos, técnica en la que se condensan diversas referencias, el carácter sacro de los retablos y, según él mismo decía, las fotos de fichas de la policía, una de un lado, otra de otro y la tercera de frente. Quien haya visto el Tríptico de 1973, ilustrando la muerte por suicidio de su amante George Dyer reconocerá la potencia expresiva de la técnica.

A lo largo de su vida Bacon, que era un perfeccionista, destruyó una gran cantidad de obra propia que no le satisfacía. Era muy autocrítico. Lo reconoce en el vídeo de Sylvester. Con lo cual se conserva poca obra suya de sus comienzos. Pero alguna hay y su exposición en esta muestra permite ver algo con mucha claridad: cómo el pintor se mantuvo fiel a su forma peculiarísima de ver y representar el mundo, pero cómo también fue perfeccionando su estilo, purificándolo hasta hacerlo sublime. Que la sangre, la violencia, la carne abierta en canal, los vómitos, las defecaciones, la miserable condición humana sin esperanza, sin sentido, sin ilusión pueda llegar a ser sublime es el misterio del arte.

(La segunda imagen es un Estudio para cuerpo humano, de 1949 y la tercera un Retrato de George Dyer en un espejo, 1968).

dilluns, 23 de febrer del 2009

El ultimátum.

¿Desde cuándo lanzan los ciudadanos de un país, sean partido, entero o kilo y medio, desde cuándo, digo, lanzan ultimata a los jueces? ¿Cómo se entiende eso en un Estado de derecho? ¿Qué se han creído en el PP que son para emplazar al juez Garzón a inhibirse en la instrucción que sigue so pena de que le caiga una querella por prevaricación supongo que con el valioso asesoramiento del prevaricador juez Gómez de Liaño? Pero ¿esto qué es? El PP, partido de la porra o partido provocador, muestra carecer de todo respeto hacia los poderes del Estado y actuar frente a ellos en actitud agresiva y chulesca. Y lo gordo es que la idea de ese increíble ultimatum, al parecer, procede del señor Trillo, un jurista. Menudo jurista. Pero tiene el entusiasta apoyo del señor Rajoy porque responde muy bien a su talante: amenazar, cortar relaciones y contactos, boicotear acuerdos. El estilo bombástico de quienes no conocen prudencia ni mesura.

También en el territorio de los ultimata se mueve el pesado ritornello del señor Rajoy en esta campaña de Galicia y el País Vasco: que el señor Bermejo sea cesado (sic) como ministro de Justicia. Está claro que tanto en este caso como en el anterior del intento de apabullar al señor Garzón con métodos de jayanes de lo que se trata es de desviar la atención pública de la tupida red de sinvergüenzas, ladrones, extorsionadores, espías y cargos públicos hasta las cejas en la corrupción (todo ello presunto, desde luego) en que parece estar sumido el PP en Madrid, Valencia y algunos otros lugares. Pero ese intento está condenado al fracaso a la vista de cómo vienen los hechos.

Palinuro es partidario de que el señor Bermejo dimita más que nada por cazador; pero, ya que el señor Rajoy ha convertido esa dimisión en una exigencia perentoria que suelta varias veces en todos sus mítines, creo que lo más prudente será que el ministro no dimita hasta pasadas las elecciones. Sólo por chafar la fiesta a los del ultimátum. Que ya está bien, hombre; que este país no es su cortijo ni los funcionarios públicos o poderes del Estado sus lacayos. Y, si quieren gobernar, que aprendan primero que las vacas son hembras, dato que tomo del blog de Manolo Rico Trinchera digital.

Por lo demás, la avalancha de casos de corrupción que el PP trata de ocultar están ya a punto de sepultarlo por mucho que cierre filas hablando de una fabulosa conspiración en su contra. No hay más que ver las reacciones específicas de las dos Comunidades Autónomas más afectadas, la valenciana (CAV) y la madrileña (CAM), dos feudos del PP en los que este partido ha hecho y deshecho como le ha dado la gana en los últimos diez años y en donde encontró refugio la banda de presuntos ladrones una vez que los espabilaron de la calle Génova en 2004. En la CAV, ante la noticia de que el presidente, señor Camps, puede estar implicado en un caso de soborno, el PP se ha cerrado en banda, hablando de una campaña contra él. Con lo fácil que le sería al señor Camps negar limpiamente la acusación que se le hace. Entre tanto, se siguen conociendo más casos de supuestos mangoneos y trinques en la administración autonómica a cargo de ese estrafalario personaje llamado "el bigotes" y el también imputado por una batería de supuestos delitos, el señor Fabra, sale garante de la honradez del señor Camps. Es como de opereta.

Y lo mismo está pasando en la CAM. Tras achicharrarse las manos la señora Aguirre, forzada por los incontrovertibles hechos, puso en marcha una comisión de investigación presidida en un primer momento por quien luego tuvo que dimitir por estar, según parece, tan implicado en la trama corrupta como los demás. La finalidad de la comisión es que no se investigue nada, que no se sepa nada del abracadabrante episodio de los espionajes de la CAM y, sobre todo, sobre todo, ocultar las dudosas adjudicaciones de obras que el señor vicrepresidente ha estado haciendo presuntamente en favor de sus familiares y amigos e impedir asimismo que se sepa algo de lo que ya parece como la fabulosa vida del consejero Granados y sus curiosas aventuras inmobiliarias.

Me temo que nadie ha explicado a estas gentes que cuanto más traten de falsear los hechos, de responder con la política partidista a las imputaciones penales y de obstaculizar la acción de la justicia, peores y más dañinas serán las consecuencias.Creo que con estas reacciones de tan mal estilo, las sospechas se reafirman y los indicios se hacen cada vez más claros. Me da en la nariz que a la señora Aguirre y al señor Camps, responsables políticos de esta lamentable situación les quedan dos telediarios en sus cargos.

(La imagen es una foto de Contando estrelas, con licencia de Creative Commons).

El cálculo del desastre.

Hacía algún tiempo que no se oía nada de la teoría económica marxista, antaño tan prolífica; al menos yo la tenía algo perdida de vista. Este libro de Palermo (El mito del mercado global. Crítica de las teorías neoliberales, El viejo topo, ¿Madrid?, 2008, 254 págs.) viene a recordar que esa teoría económica aún está viva y produce resultados. Ciertamente más en el terreno crítico que en el propositivo. La obra de Palermo es en efecto una crítica (y una buena crítica) de las teorías económicas neoclásicas y/o neoliberales; pero no es tan bueno (por no decir que es lamentablemente malo) en el aspecto positivo, esto es, en la determinación de la(s) posible(s) alternativa(s) a las formulaciones teóricas que con tanto acierto critica.

La intención confesa de Palermo, un economista académico italiano que ha desempeñado puestos de importancia en cargos económicos del gobierno de Italia, es dar cuenta de las teorías que consideran inamovible la racionalidad del mercado en su forma idealizada, esto es, de las teorías que hoy día son hegemónicas en el campo científico.

El gran cambio que permite que luego del ataque marxista se recompongan las teorías liberales a partir de 1870 son las respectivas obras del francés, Léon Walras, el inglés Stanley William Jevons y el austríaco Carl Menger, fundador de la escuela austríaca, puntal del neoliberalismo a lo largo del siglo XX. Se da así en el último tercio del siglo XIX una sustitución de las teorías ricardianas y marxistas hasta entonces dominantes por la escuela marginalista (fundamentada en los modelos matemáticos y sobre todo en el cálculo diferencial) y la austríaca. Lo que une a estas dos ramas liberales es la teoría subjetiva del valor frente a las teorías objetivas de Ricardo y Marx y única compatible con el presupuesto del individualismo metodológico que ambas comparten. La diferencia radica en que mientras la escuela neoclásica opera mediante razonamientos matemáticos la escuela austriaca es muy crítica frente al formalismo matemático (p. 26).

El problema al hablar de la racionalidad del mercado es que hay que hacerlo en relación con unos objetivos ya que no existe una racionalidad "absoluta" o genérica (p. 36). Para la ciencia burguesa el mercado es racional, eficiente, deseable y neceario. Ahora bien, sólo es racional para una curva de la demanda dada, la llamada "demanda solvente". Lo que no entre ahí no existe. Por esta razón habla la teoría económica burguesa de "soberanía del consumidor" (p.38). Es eficiente de acuerdo con la teoría del óptimo de Pareto que sin embargo es contradictoria pues no puede dar cuenta de aquellos casos reales en los que es posible estar mejor aun estando mal (p. 41). Es deseable para todos los que tienen medios para comprar y es necesaria a fin de que los soberanos sigan siéndolo (p. 44).

La teoría admite que a veces el mercado no es eficiente, lo que da lugar a la próspera rama teorica de las fallas del mercado (p. 48). Sostiene además Palermo que la racionalidad del mercado no es tal y que si tuviera algo que ver con algún principio moral, no se admitiría como se hace el hecho de que un trabajo duro y peligroso se remunere más que uno que no lo es (p. 52). Sin duda esto es así siempre: los puestos de minero se pagan menos que los de ingeniero. Pero de aquí no cabe derivar una inconsistencia de la teoría neoliberal salvo que se siga aferrado a la teoría objetiva del valor y, si tal es el caso, carece de sentido hablar de una crítica a la doctrina neoliberal desde sus propios presupuestos.

En cuanto a la supuesta equiparación entre mercado y democracia, la base del neoliberalismo es el teorema de Arrow según el cual, como se sabe, cualquier intento de definir la preferencia social por un bien a través de un procedimiento democrático de votación no es compatible con el óptimo de Pareto (p. 55). El mercado no es democrático, no funciona según el principio de una cabeza un voto, sino según el de un dólar un voto. La cuestión de la democracia económica es algo que no afecta en absoluto a la teoría económica. La distribución del derecho de sufragio es exógena al modelo con que trabaja el economista. Suena aquí una vieja melodía crítica: la igualdad en el mercado es formal y perfectamente compatible con una desigualdad sustancial. La idea de que la variedad de bienes en el mercado es algo positivo en el plano normativo es cierta para quien tiene elección, pero eso depende de la distribución de la riqueza en un momento dado, o sea del status quo, cuestión también exógena a los modelos económicos (p. 67).

Sostiene Palermo con bastante acierto que el mercado es concepto plagado de mitos. Es un mito que el mercado sea justo o libre, desde el momento en que no se nos da opción a vivir en una situación de no-mercado (p. 71) lo que implica que una de las tres famosas opciones de Hirschman, salida, no está disponible en realidad. Lo que los teóricos burgueses parecen no entender es que las relaciones de poder son relaciones sociales y no relaciones entre agentes aislados. Las reglas consagran la desigualdad de posibilidades y en ausencia de reglas rige la del más fuerte (p. 77) con lo que no cabe hablar de justicia. También es un mito que el mercado genere igualdad de oportunidades en una sociedad dividida en clases desiguales de trabajadores y capitalistas (p. 81). Mito es asimismo que el mercado sea productor de riqueza ya que medir la riqueza producida sin hacer referencia a su distribución carece de sentido (p. 84). También es mito que el mercado descubra y administre la información. En modo alguno está probado que el mercado sea mejor que la planificación como se prueba por el modelo de Lange-Lerner, la aportación de la programación lineal a la economía planificada (p. 92) y la existencia de las "fallas del mercado", reconocidas por la propia teoría neoclásica (p. 94). En el siglo XXI, concluye Palermo, todo el mundo planifica. Planifican las empresas, a veces enormes, con volúmenes de negocios que superan en mucho los PIB de la mayoría de los Estados del mundo (p. 98). Probablemente su afirmación más problemática aquí sea que la causa de la crisis de la Unión Soviética no fue el fracaso de la planificación y que, en consecuencia, la escuela austríaca no estaba en lo cierto al criticar la planificación como intrínsecamente contraria a la racionalidad económica (p. 101).

Desde el puunto de vista de Palermo la dialéctica de la teoría económica es la relación entre los mercados teóricos y los reales. El modelo típico de la teoría neoclásica, el del equilibrio económico general formulado en términos matemáticos, está basado en tres conjuntos de hipótesis: la tecnología, las preferencias individuales y las dotaciones de los individuos, siempre concebidos como datos exógenos (p. 105). El equilibrio (aquel punto de intersección de las curvas en el que nadie está interesado en cambiar) parte de dos teoremas que demuestran la tesis de la eficiencia del mercado competitivo: 1º) cualquier equilibrio de competencia perfecta en el mercado es un óptimo de Pareto; 2º) cualquier equilibrio en el óptimo de Pareto se puede obtener por el juego competitivo de los mercados, a partir de una determinada distribución inicial de los recursos entre los agentes (p. 107). La crítica de Palermo, sin embargo, se centra en atacar el supuesto básico de que los datos sean exógenos al modelo: toda tecnología admite alternativas. Si las preferencias, han de ser operativas, tienen que ser completas y transitivas pero desde Condorcet sabemos que pueden no serlo y que la soberanía del consumidor puede ser falsa. Y tampoco las dotaciones pueden entenderse como exógenas al modelo. Aún quedan otros tres axiomas: el de la monotonicidad, la continuidad y la convexidad que sólo se entienden por métodos analíticos pero que el autor considera no compatibles con la eficiencia paretiana del mercado de competencia perfecta (p. 124).

A su vez, la teoría de las fallas del mercado, esto es, aquellas situaciones en que un mercado de competencia perfecta es ineficiente (de acuerdo con el óptimo paretiano) se concentra en tres casos: los rendimientos de escala creciente, las externalidades y los bienes públicos (p. 137). La respuesta de la teoría neoclásica es que si hay fallas es porque los mercados están poco difundidos. En el caso de los rendimientos crecientes se acude a teorías como la de los "mercados desafiables", de W. Baumol, John C. Panzar y Robert D. Willig y en cuanto a las externalidades y las dotaciones de bienes públicos a teorías como la del equilibrio de Lindhal que a su vez no funciona a causa del efecto del free riding (p. 147). Resumiendo, para Palermo los mercados reales se distinguen de los teóricos en que siempre son ineficientes (p. 148). La pregunta que habría que hacer al autor para ser consecuente con sus propios supuestos es: ineficiente ¿para quién?

Vistas las limitaciones de la teoría neoclásica para llegar al óptimo de Pareto, aquella recurre a dos expedientes: 1º) asumir que la realidad debe ajustarse al modelo teórico y 2º) reducir el número de restricciones matemáticas que se deben introducir en el modelo del equilibrio general (p. 151). El segundo se hace a traves del neo-institucionalismo y el neo-keynesianismo que no tienen nada que ver con el institucionalismo y el keynesianismo clásicos ya que estos rechazan el dogma del individualismo metodológico y el de la eficiencia del mercado (p. 155). Por último, el llamado "enfoque radical" es un puente entre la teoría neoclásica y la marxista. La diferencia entre la primera y la segunda es que en la primera la explotación se da en la esfera de la producción mientras que en la segunda se da en la del intercambio (p. 164).

Por último reconoce Palermo que los valores que se predican del mercado, esto es, el individualismo, la meritocracia y la competencia (p. 170) se postulan asimismo como universales de tal modo que hasta la izquierda aparece inficionada con la hegemonía ideológica del mercado, cosa que se echa de ver en el modo en que aborda cuestiones como la inmigración, la enseñanza o la regulación del trabajo. En definitiva, se da una victoria cultural de la nueva derecha (p. 183).

Ante el panorama, Palermo se plantea la clásica pregunta leninista, "schtó dielach?" (¿qué hacer?) con lo que la última parte del libro aborda el campo de las propuestas alternativas que, como decía al principio, son mucho más pobres e insatisfactorias que la crítica que consigue armar a las doctrinas neoliberales. Sostiene con bastante razón a mi juicio (sobre todo en estos momentos de crisis económica que ha sido posterior a la redacción del libro pero en buena medida lo corrobora) que aunque los liberales defiendan la desregulación son la planificación pública y privada las que siempre impiden el colapso final del mercado (p. 208). A título de digresión cabría señalar aquí cómo el actual hundimiento de los mercados financieros internacionales se debe a la desaparición de la planificación y la regulación en ese campo.

Pero a partir de aquí, las propuestas y recetas de Palermo suenan a muy conocido, ya probado (y fracasado) o excesivamente abstracto y genérico y, por lo tanto, inaplicable. En el mercado, argumenta, la asignación de recursos se hace según los objetivos de los consumidores individuales; en la planificación, según los objetivos de ésta (p. 209). Pero eso es lo grave porque obliga a creer con fe religiosa que, a su vez, los objetivos de la planificación, que no existen pues en la realidad sólo hay objetivos de los planificadores serán buenos y justos.

El intento de resolver la irracionalidad del mercado mediante el control de precios es sólo un paliativo que generalmente acarrea consecuencias peores, como el contrabando o el mercado negro y lo mejor es la planificación (p. 215). Lo primero es cierto, al menos desde el famoso edicto de Caracalla llamado De rerum venalium, pero lo segundo está todavía pendiente de demostración y no estoy seguro de que haya mayorías ansiosas por volver a hacerlo después de la experiencia soviética. Quizá no esté de más recordar aquí, cosa que Palermo parece olvidar, que cuando Arrow formula su famoso teorema de la imposibilidad de una única función de bienestar social en democracia añade que esa sólo es posible en dictadura. El corolario es evidente: la planificación central general sólo puede darse en condiciones de dictadura. Las consecuencias del corolario son no menos evidentes.

La solución genérica que propone Palermo es desmercantilizar todos los bienes y servicios que nos importen. "Desmercantilizar" es un curioso verbo que suena mejor que abolir el mercado sobre todo porque no parece confrontarnos con la siguiente urgencia: para sustituirlo ¿por qué? ¿Por la planificación? A lo largo del libro, Palermo ha jugado con la disyuntiva entre mercados teóricos y mercados reales al hablar de la teoría neoclásica, pero no la aplica a su afición a la planificación. Sin embargo él mismo es un ejemplo de ello: su idea de la planificación (teórica) no coincide con la planificación real que hubo en su momento en el mundo. De ahí que sostenga que la planificación no fue la causa del hundimiento de la Unión Soviética. Pero como no aporta prueba alguna de ello, tambión podría sostener cualquier otra cosa.

Teniendo en cuenta lo anterior juzgue el lector lo que hay de novedoso y prometedor en la síntesis del programa que propone Palermo:

- 1º) Confrontación política democrática para establecer las prioridades sociales y los objetivos económicos.

- 2º) Ampliación del espacio económico regulado mediante planificación.

- 3º) Progresiva sustitución del principio burgués "de cada uno según sus necesidades, a cada uno según sus capacidades" poir el comunista "de cada uno según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades".

- 4º) Progresiva desmercantilización de los diversos ámbitos de nuestra vida. (p. 221).

Tiene uno la impresión de que el siglo XX no hubiera pasado o que algunos no aprenden de las experiencias. En resumen: un buen libro en el aspecto de crítica a las teorías neoliberales y un libro malo y pobre en el de las propuestas concretas alternativas. Q.E.D.

diumenge, 22 de febrer del 2009

El partido de la porra y la ley de Lynch.

La experiencia histórica y el sentido común advierten de que en épocas de crisis y turbulencias, cuando la gente lo pasa mal, hay paro, inseguridad, miseria, incertidumbre sobre el futuro, aumento de la delincuencia, etc., es cuando asoman las tendencias autoritarias, la intransigencia, el nacionalismo excluyente, el racismo, la xenofobia, en fin, los peores vicios de la convivencia. Las opciones políticas, sobre todo las radicales de la derecha y la izquierda, extreman sus posiciones y proponen medidas simples, unilaterales, basadas en la fuerza y el ordeno y mando. Y la gente, aparte de inclinarse algo más por las opciones políticas radicales, tiene tendencia a reclamar también soluciones drásticas, mano dura, cuando no a tomarse la justicia por su cuenta. En esta época de crisis económica generalizada, tales derivas resultan más y más visibles.

Hace un par de días, el Gobierno del señor Berlusconi -vanguardia del proceso de fascistización europeo- aprobó por decreto-ley la creación de grupos de ciudadanos de vigilancia nocturna en la vía pública, las llamadas "rondas" o patrullas que, criticadas en un principio por el Vaticano, recibieron ayer sin embargo pleno respaldo de la Santa Sede, faltaría más. De momento estas "rondas" (Berlusconi dice que no son tales, sino asociaciones de excarabinieri y expolicías al servicio del prefecto, o sea una especie de nuevo somatén) están desarmadas, pero eso no quiere decir en modo alguno que no tengan efecto intimidatorio. En un par de meses, probablemente, veremos si esta especie de somatén sigue desarmado o es ya un "somatén armado", como el de Franco.

En este clima de creciente autoritarismo y radicalización es donde adquiere todo su significado la actitud bronca, agresiva y amenazadora del PP (que actúa ya como el Partido de la Porra) contra jueces, magistrados, fiscales y policías. Es obvio que lo que se pretende con ello es desviar la atención de los procedimientos judiciales sobre las tramas de corrupción y espionaje que están minando al partido conservador. En consecuencia es tanto más de celebrar que el presidente del Gobierno haya salido al paso de esa actitud afirmando que su Gobierno no tolerará que se intimide a jueces, fiscales y policías. Es muy bueno porque estos funcionarios tienen que tener el respaldo oficial para hacer su trabajo con eficacia. También tendrían que tener el de la oposición, pero está visto que eso es imposible en el caso del PP, más interesado en ocultar sus escándalos atacando a los jueces y fiscales que en coadyuvar a que se haga justicia.

En cuanto a la gente normal, algo parecido. Ayer hubo una manifestación en Madrid en apoyo de la familia de Marta del Castillo y de su petición de que se endurezcan las penas para los delitos de asesinato en ciertas circunstancias y que se imponga la prisión de por vida. Está claro que la familia de Marta del Castillo merece todo el apoyo, el cariño y la comprensión de sus conciudadanos y estoy seguro de que los tienen. Pero de ahí a convertir en ley su comprensiblemente irritada reacción por el presunto asesinato de su hija media un abismo. Las víctimas deben tener el reconocimiento de la comunidad pero su condición no les otorga la de legisladores; no más que a cualquier otro ciudadano. Cualquiera comprende que las víctimas tiendan a ver el mundo en términos de venganza, pero lo venganza ni la ley del Talión son fundamento del derecho penal de los países civilizados. Tengo entendido que hoy o mañana el señor Rodríguez Zapatero recibe a los padres de Marta del Castillo. Es de esperar que les trasmita su solidaridad y comprensión y les prometa (y cumpla su promesa) de poner el máximo empeño en el esclarecimiento de los hechos y en que sobre los culpables caiga todo el peso de la ley. Pero nada más.

La petición de prisión perpetua no es compatible con la Constitución española que en su artículo 25, 2 dice que "las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social y no podrán consistir en trabajos forzados". Esta petición tampoco es susceptible de informar una posible iniciativa legislativa popular ya que afecta a leyes órganicas que están expresamente excluidas de dicha iniciativa (art. 87, 3). Pero aunque no existieran estas salvaguardias legales, la razón aconseja no dictar normas penales en el calor de la indignación del momento... porque ese es el camino más seguro de acabar estableciendo la ley de Lynch.

(La imagen es una foto de 20 Minutos, con licencia de Creative Commons)

Peregrino de la memoria (XLIV).

Viaje al pasado.

(Viene de una entrada anterior de Peregrino de la memoria (XLIII), titulada Tiempos oscuros).

En espera del regreso de Beatriz, Esteban cambia la silla de la mesa por un sillón que hay en un extremo del comedor enfrente del televisor, felizmente apagado, y dice:

- Tengo muchos recuerdos de mi abuela.

- Empezando, supongo, por el de que no quería que le llamasen abuela.

- No. Nos obligaba a llamarla por su nombre de pila, Pilar, pero aun así, era nuestra abuela y nos lo pasábamos muy bien con ella. Nos enseñaba manualidades. Hay que ver la de cosas que sabía hacer.

- Sí, ¿verdad? Tocaba el piano, cantaba muy bien, tallaba y esculpía pasablemente.

- A mí me enseñó a hacer figuras con papier maché que me vienen de miedo con mis hijos ahora. Y nos contaba historias. Las que más me gustaban eran las de cuando ella era niña en Galicia y las de la guerra.

Y tanto. La República y la guerra habían cogido a mi madre en sus diecitantos y veintipocos años, en el bachillerato y la Universidad. Le gustaba mucho recordar aquellos tiempos que había vivido muy intensamente. Hija de una familia rica, casada dentro de su clase social con un catedrático de biología, el vendaval de la República se llevó por delante su matrimonio y sus últimos reparos de clase: siempre había sido de izquierda pero con la guerra se radicalizó, se divorció y se junto con quien sería mi padre, un comisario del 5º Regimiento. En alguna ocasión me dijo que aquellos habían sido los años más felices de su vida.

- Pero también nos contaba historias que se inventaba. De piratas, de descubridores de tesoros, de leyendas medievales.

Todo eso lo sabía yo muy bien. Como era una mujer muy culta, tenía un gran repertorio y me constaba que disfrutó mucho refrescándolo con sus nietos.

- Se sabía las novelas de Zane Grey.

- Pero las que más le gustaron siempre fueron las de Fenimore Cooper, por quien tenía veneración, heredada de su abuelo, vuestro tatarabuelo, a quien ella quería mucho y las del más moderno Jack London.

Para mí Colmillo blanco fue siempre tan familiar como el Pato Donald. y me sabía de memoria la historia de El último mohicano, casi a la par con Los hijos del capitán Grant, de Verne que también era una pasión suya de cuando niña. Nos quedamos los dos en silencio un instante, probablemente reviviendo nuestros respectivos recuerdos, entre los que hay un décalage de treinta y tantos años. Esteban suspira y añade:

- Pero de todo lo que aprendí de ella lo que siempre tendré presente será su sentido de la integridad y la rectitud moral. ¿Sabes? Siempre pensé que tenía algo de puritana, lo que era curioso pues, al tratarse de una persona de opiniones tan avanzadas, quebraba ese prejuicio habitual de que quien rompe con los cánones morales tradicionales tiene una moral, digamos laxa. Y no era el caso; no era el caso en absoluto.

Por fin regresa Beatriz, se acomoda en otro sillón, se me queda mirando unos segundos y dice:

- ¿Qué pasó entonces?

- ¡Ah, sí! Pues que lo primero que me dijeron al ingresar en el PC allá por los años sesenta fue la historia esa de mi madre, figúrate tú.

- Pero lo que no entiendo... ¿Y tú seguiste en ese partido de mierda?

- Ya sé que es difícil de entender con la mentalidad de ahora. Fue mi madre la que me animó a ingresar y, cuando hablé con ella sobre el infundio me dijo que lo sabía y que no hiciera caso, que eran viejas historias, murmuraciones de gentuza; jamás creyó que fueran otra cosa. Lo que no quiere decir que no la afectaran y mucho. Precisamente por esa fibra moral de la que hablas, Esteban, que era muy fuerte en ella. Pero, al mismo tiempo creía que la militancia comunista estaba por encima de esas cosas.

- Pero -pregunta Esteban retóricamente porque sabe la respuesta- tu madre no era comunista, ¿verdad?

- No; eso es lo gracioso. Se había casado con un comunista, mi padre, pero ella no lo era. Como buena intelectual influida por el existencialismo y la obra de Sartre, que había devorado y al que seguía, estaba convencida de la superioridad moral de los comunistas y de que los burgueses, en cierto modo, no estaban a su altura, debían apoyarlos en todo porque eran la vanguardia, etc, etc, pero no militar directamente porque tenían, por así decirlo, vicios de clase y darían mal resultado. El proletariado era el futuro; la burguesía, el pasado. Los burgueses podemos ayudar al advenimiento del futuro pero estamos irremisiblemente condenados al pasado. Ella modelaba su comportamiento sobre el ejemplo de Simone de Beauvoir, a quien llamaba "doña Simona". Teníais que escuchar cómo hablaba de los obreros en su círculo de amistades, todos intelectuales como ella. Los obreros tenían la conciencia de clase, una especie de sabiduría infusa que les hacía ver con claridad en los más intrincados problemas sociales y políticos donde los burgueses se perdían sin remedio en sus prejuicios de clase.

- Y sin embargo fueron esos obreros los que la hicieron objeto de ese infundio.

- No sabes hasta qué punto aciertas. Uno de ellos, un imbécil a quien llamaban "el albañil" porque lo era y que fue el que años después se lo trasmitió al tal Lizcano que lo reprodujo en su libro sin contrastar nada.

- Pero ¿por qué? -pregunta Beatriz.

- En aquellos años la clandestinidad era muy dura, las caídas constantes y la confusión, en buena medida propagada por los agentes franquistas, grande. Mi madre era una mujer muy guapa. Cuando vosotros la conocísteis ya era mayor...

- Aun así, era muy guapa -dice Beatriz-, menuda planta tenía. Mucho mejor que sus hijos y nietos, desde luego.

- Bueno, yo he salido a mi padre, que tampoco era feo... En fin, una mujer guapa, de izquierda, intelectual, emancipada... blanco evidente para las insidias de la policía franquista. Si había una caída de militantes era más destructivo de la moral comunista decir que una mujer tenía un lío con un policía que reconocer que alguien a quien habían inflado a hostias había cantado. Ya se sabía: para la mentalidad de la época, las comunistas y compañeras de viaje, todas putas, sobre todo si eran guapas y cultas. Y no hace falta que os diga que esa mentalidad la compartían los comunistas.

- ¿Qué quieres decir?- vuelve a preguntar Beatriz, - ¿cómo...?

- Muy sencillo: que los comunistas españoles eran comunistas pero, más que nada, españoles y su idea de las mujeres era más coincidente con la de los policías franquistas que con la tuya, por ejemplo. Alguno de ellos que a lo mejor pensó que tenía alguna posibilidad con mi madre. viéndose rechazado, se encalabrinó y dio pábulo al infundio de la policía. Las calumnias se fabrican así. El albañil ese, sin ir más lejos...

- ¿Estás seguro?

- Me lo dijo ella...y, además, cuando mi padre se fue al exilio y nosotros nos quedamos aquí, en alguna ocasión lo vi yo mismo. Muy de izquierdas, muy comunistas pero si una mujer sola, guapa y avanzada no cae rendida ante los avances de cualquier mastuerzo, es una puta o una confidente de la policía.

Se quedan ambos en silencio, como meditando lo que acabo de decir. Y yo también. Porque es cierto. Y lo es todavía hoy. La izquierda gusta decir que el machismo es de la derecha pero yo lo he visto tanto en la izquierda como en la derecha y no sabría decir en dónde es más odioso. Para mí el de la izquierda pero es posible que no sea imparcial por haber tenido que sufrirlo en carne propia.

- Y, a pesar de todo eso, ¿ella siguió creyendo en el Partido Comunista?

- Sí; es magnífico, ¿verdad? Ya os dicho que hay que ponerse en la mentalidad de la izquierda de la época. Mis padres habían hecho la guerra, habían estado en campos en Francia, volvieron en 1943, se incorporaron a la lucha clandestina, estuvieron en la cárcel. Para mi padre el Partido Comunista era todo en la vida y para mi madre casi otro tanto puesto que lo era para mi padre. Si "el Partido" actuaba en contra de ellos -como lo hizo, dando pábulo al infundio- eso sólo podía ser un error que se corregiría cuando se supiera la verdad. A los dos les costó mucho librarse de aquella especie de hipnosis, de embrujo que ejercía el PC.

- ¿Y a ti?

- Mucho menos. Muchísimo menos porque, aunque mi madre me dijo que no me dejara influir por aquella historia, que el PC era el único partido revolucionario y antifranquista de verdad y aunque mis camaradas en el PC se esforzaban en hacerme la vida placentera, a mí repateaba lel asunto, así que duré un mes más y me fui. En total, tuve una militancia de tres meses.

- ¡Pero fue para hacerte "pro-chino"! -exclama Esteban.- Que eso sí que debía de molar entonces. ¡Pro chino!

- Bueno, ahí estuve un mes. Luego, se acabó. No volví a militar en partido alguno. Fui preso político en el franquismo pero no por organización ilegal sino por propaganda y manifestación.

- No me extraña -dice Beatriz- con esa experiencia que tuviste...

- ¿Verdad? Y casi milagroso que todos seguimos siendo de izquierda en la familia.

- Sobre eso habría mucho que hablar. -Dice Esteban- Porque yo no tengo nada claro que los comunistas sean de izquierda.

- De acuerdo, Esteban, yo tampoco. Pero ese es otro asunto que ahora hace poco al caso. Los contabilizan en la izquierda. Ahí los dejamos por ahora. Lo que yo quiero es haceros ver la ironía de que, con esta historia, con una familia que ha pasado toda ella por las cárceles de Franco, salga un pobre imbécil que no sabe ni de lo que habla, cincuenta o sesenta años después repitiendo aquella patraña. Y, por supuesto, tiene la importancia que tiene. Ahora véis por qué no me tomo muy en serio esta bazofia.

Vuelve a hacerse el silencio, tengo la impresión de que me quedaría toda la noche contando historias del pasado, síndrome del abuelete, pero es casi la una de la madrugada y supongo que Beatriz tendrá que madrugar, así que me levanto para despedirme.

- Me gustaría que en otro momento en que tengamos más tiempo nos cuentes más cosas.

- ¿De este asunto?

- No, no necesariamente -dice Beatriz-, en general, de tu madre. Era una mujer extraordinaria. Por eso, toda esa basura...

- Le resbala, Beatriz, le resbala. Cualquiera que la haya conocido sabe hasta dónde puede llegar la mierda y a ella no le alcanza. Pero sí, cuando queráis volvemos a hablar de ella. Es uno de mis temas preferidos de conversación... y de monólogo.

Me acompañan a la puerta. En el descansillo, Beatriz me planta dos besos y me dice:

- Para ti fue muy importante, ¿verdad?

- Esencial, Bea. Le debo todo.

(Continuará)

(La imagen es una viñeta de Aubrey Beardsley, 1894).

dissabte, 21 de febrer del 2009

La justicia en España-

No voy a hablar del concepto abstracto de justicia, tampoco de su concepto puro si existe, ni de la idea platónica de justicia, de la justicia como virtud cardinal o como ideal utópico. Acerca de eso lo sabemos todo en España y estamos al cabo de la calle. Los españoles somos justos, magnánimos y caritativos, al menos es la opinión en que nos tenemos a nosotros mismos.

Hablo aquí de eso que suele llamarse "administración de justicia" un término algo desconcertante porque da la impresión de que la Justicia es algo que quepa "administrar", como la lotería. En realidad se trata de la aplicación práctica de la justicia, de la actuación de las gentes que la representan y forman parte de ella; de la justicia como vivencia cotidiana del ciudadano en la calle cuando ha de habérselas con jueces, abogados, pleitos, recursos, fiscales, sobreseimientos y mil experiencias más que le alegran o amargan la existencia.

Hace unos días los jueces y magistrados fueron a la huelga y parece que hay otros que tienen previsto ponerse en tal situación el próximo mes de junio. Pues menos mal que ese plazo no depende de un proceso judicial civil o penal; si así fuese a lo mejor su señoría convocaba la huelga para el mes de junio de 2011.

El Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), el órgano de gobierno de los jueces encontróse de pronto en ridícula situación de irrelevancia: los jueces se le sublevan en huelga pero el CGPJ no puede hacer nada porque carece de base legal para ello. Para una vez que tiene algo que hacer carece de protocolo para hacerlo ya que nadie sabe si los jueces tienen derecho de huelga o no. Curándose en salud el CGPJ dictamina unos días después que los jueces no tienen tal derecho. Y no es solamente que sea incomprensible cómo han llegado los ilustres consejeros a tal conclusión sino que el dictamen en sí mismo, diga lo que diga, es irrelevante, carece de vigor y todo lo más podría aceptarse como un dictamen consultivo por quien quisiera tomarse la molestia de saber qué opina un órgano como el CGPJ. La pregunta es: estos señores del CGPJ ¿desconocen sus competencias o deciden ignorarlas porque sí?

A su vez los jueces van a la huelga por motivos poco elegantes y fuertemente corporativos y acaban soliviantando en su contra a la opinión pública porque lo ùnico que ésta ha visto es que el CGPJ ha impuesto una pena ridículamente baja a un juez cuya falta de celo fue causa indirecta de que una niña muriera por una agresión de alguien de debería haber estado entre rejas.

Subiéndose al carro de esta irritación el señor ministro de Justicia, hombre temperamental, de modos algo chusqueros, dice que prohibirá por ley a los jueces la huelga. La verdad, dudo mucho de que el ministro haya soltado semejante baladronada (las leyes no las hacen los ministros sino los parlamentos, aunque la iniciativa suela ser ministerial) y si lo ha hecho, pues en efecto, da con ello un motivo más para pedir su dimisión, como hoy pide Palinuro en su artículo de Público, titulado ¿Por qué no dimite Bermejo? Aparte de ello, lo que pueda pensar el CGPJ en este y otros asuntos puede verse en las declaraciones de su vicepresidente, señor De Rosa que reproduce al pie de la letra las argumentaciones del PP como si fueran un catecismo: 1) el juez Garzón debe inhibirse o estará prevaricando; 2) Hay una cacería en contra del PP pues no existen imputaciones sino simples suposiciones; y 3) el señor Camps es de una honradz acrisolada. Estas declaraciones ¿son de recibo? El angelical señor Dívar, presidente del CGPJ y del Tribunal Supremo ¿va a dejarlas estar? ¿Cómo puede ser vicepresidente de nada un hombre que se apresura a proclamar la inocencia de otro a pesar de que sobre él pesan sospechas de la fiscalía anticorrupción y se instruye un proceso penal? ¿Quiere decir que los ciudadanos debemos fiarnos más en materia de justicia de lo que diga un partido que de lo que diga un fiscal?

El propio señor Camps ha salido gallardamente al paso de la noticia de que podría ser imputado en el proceso de corrupción con un bravío "¡A mí la legión!", repitiendo la doctrina de que hay una conjura contra el PP ("no es a mí a quien atacan", decía Franco, "es a España") y recordando, entre otros datos perfectamente irrelevantes que es muy querido por el pueblo porque gana elecciones. También a Barrabás el pueblo lo quería tanto que lo absolvió por unanimidad para condenar a Cristo y no por elló dejaba de ser Barrabás.

En la línea con todo lo anterior, el PP ha puesto cerco al juez Garzón y piensa actuar asimismo en contra de la fiscalía. A Garzón le anuncia que si el lunes no se inhibe procederá contra él por prevaricación. Asiste al PP en este caso, supongo, la competencia técnica en la materia del juez Gómez de Liaño, condenado en firme por prevaricación él mismo, quien al parecer explica en un artículo en El Mundo por qué la instrucción de Garzón no es admisible. Heavy, ¿eh? Very heavy.

Ignoro si el patatús que ha dado al juez Garzón se debe a la tensión nerviosa a que está sometido estos días o a la mala conciencia que se la ha creado por andar por ahí matando ciervos que qué culpa tendrán. En todo caso, Palinuro hace votos por su presta recuperación para que siga este zoco insólito de la justicia española con el macroproceso por corrupción del PP.

Pasen señores y vean, que ya empieza a hablarse de posible participación en la trama del despacho del ex-ministro Michavila y de la implicación de otros altos cargos del PP. Todo filtraciones sumariales que tienen al partido que echa las muelas, habiéndosele borrado de la memoria cómo se beneficiaba él cuando las filtraciones sistemáticas al diario El Mundo perjudicaban al PSOE; actitud conocida como "ley del embudo".


(La imagen es una foto de John Linwood, bajo licencia de Creative Commons).

Peregrino de la memoria (XLIII).

Tiempos oscuros.

(Viene de una entrada anterior de Peregrino de la memoria (XLII), titulada Niños).

Los niños acostados, Beatriz retirada a sus cosas, probablemente leyendo porque lee mucho, quedamos Esteban y yo mano a mano en el comedor a la mesa, entre los restos caóticos de la cena, con yogures a medio terminar, unos platos de natillas y una fuente en el centro con una sopa que nadie se ha decidido a probar. Esteban me pregunta si quiero café y, al decirle que sí, desaparece unos minutos y vuelve con dos tazas humeantes. ¿Algo de beber? Yo no quiero. Hace años que no pruebo el alcohol que, en realidad, no me ha gustado nunca y me siento estupendamente. Él se sirve un whisky, apaga la luz cenital, deja una indirecta de pie y se sienta a mi lado. No parece haber tenido un día complicado. Cuando no está mostrando el Taj Mahal a un grupo de turistas mexicanos, Esteban trabaja en Madrid, en las oficinas centrales de una agencia trasnacional de viajes y otros servicios, como alquliir de vehículos, reservas hoteleras, organización de conferencias y eventos en general, en donde tiene un cargo de cierta responsabilidad. Es un hombre metódico y responsable, en el que uno tiene tendencia a confiar, el tipo de persona que se gana a la gente. Por eso es buen guía turístico, porque inspira simpatía y habla correctamente español, inglés, alemán, francés y japonés. Siempre se le dieron bien las lenguas Y siempre está aprendiendo alguna. Ahora, al parecer, el italiano, que ya lo domina pero de una forma autodidacta y quiere perfeccionarlo. La empresa lo escoge muchas veces para viaje delicados: visitantes vips que los gobiernos quieren agasajar especialmente y los ponen al cuidado de Esteban durante tres o cuatro días, dotándole de todos los medios imaginables, desde coche con chófer hasta cheque en blanco para hoteles, espectáculos, atracciones. La única función de Esteban es que, al final, los clientes se vuelvan encantados a su tierra, haciéndose lenguas del país anfitrión y presionando para que se firme tal o tal tratado o firmándolo él mismo directamente.

- ¿Qué haces? -me pregunta Esteban, mirando a través del vaso de whisky a la luz.

- Ya lo sabes: ando de viaje.

- Pero ¿a dónde?

- A ningún sitio en concreto; voy y vengo, me dejo llevar por incentivos del momento. Nada seguro. Hoy estoy allí, mañana allá. Sólo quiero moverme.

- ¿Para qué? Dice Kavafis, ya sabes, que "Iré a otra tierra, iré a otro mar,/ buscaré una ciudad mejor que ésta.(...)/No hallarás otras tierras ni otros mares./La ciudad irá contigo a dónde vayas."

- No lo dudo, no lo dudo. Ya sé que todo lo mío lo llevo conmigo y en ese "conmigo" hay de todo: mi ciudad, mi familia, mi gente, mi pasado... Pero mientras estás moviéndote, de viaje, vas de un lugar a otro, ves cosas nuevas, aprovechas para pensar en las tuyas.

- ¿En dónde has estado hasta la fecha?

- No muy lejos, no creas: Madrid, el levante, Barcelona, Madrid, Melilla, Jerez de la Frontera y ahora de nuevo por aquí. Pero me han ocurrido cosas divertidas o no tan divertidas, pero de interés.

- ¿Cómo qué?

- Estaba en Melilla en el momento del último asalto a la verja.

- Ya veo.

Esteban no es persona que atienda gran cosa por los asuntos sociales, económicos, políticos, los colectivos en general. Nunca he conseguido que se interese por las controversias colectivas, cuestiones como el aborto, la eutanasia o la independencia del País Vasco o Cataluña y mucho menos que se involucre en ellos. Al respecto es muy distinto de su hermana Gloria que debe de ser militante de más causas de las que consigue recordar. Esteban se interesa por lo que le concierne a él y a su familia en sentido estricto, su mujer y sus dos hijos. Su círculo colectivo más amplio alcanza a la familia en sentido amplio: padres, primos, tíos, etc y acerca de éste Esteban profesa una especie de pasión. A veces me da la impresión de que es como un sacerdote de los dioses manes, lares y penates, como si sólo a él quedaran reservadas las cuestiones familiares litigiosas como los recuerdos compartidos pero acerca de cuya cronología hay discusiones.

- Hay una cosa que quería preguntarte: en vuestra separación (se refiere a la de mi mujer y yo; sabía que al mencionarle la verja de Melilla, perdería interés en el tema y se concentraría en su pasión: su familia), ¿pensásteis en algún momento, sobre todo al principio, que podiáis rehacer la pareja?

- Eso siempre se piensa. Al principio y al final. Nadie sabe qué será de él en las próximas veinticuatro horas, imagina a diez años vista. Pero bueno, ya ves que no se terció.

- Sabías que Gloria y yo hicimos apuestas sobre si volvíais o no?

¿Sí? ¿Quién ganó?

- Ella.

- Tú apostabas por que volveríamos, ¿o querías que lo hiciéramos?

- Supongo que lo segundo. Lo pasé mal.

- Ya imagino. Pero tampoco te duró mucho. Tengo fotos de la época y se te ve bastante risueño.

- La procesión iba por dentro.

- Venga ya, no te enrolles. ¿Es de esto de lo que quieres que hablemos?

- No; es de un libro que acabo de leer por indicación de un amigo.

Creo percibir que no le es de todo grato tratar el asunto. Sale del comedor y vuelve con un libro que deja encima de la mesa, delante de mí, mientras que queda mirándome, como si quisiera dejarme claro que me observa. El libro es La generación del 56, de Pablo Lizcano (Leer, Madrid, 2007) así que ya sé de qué quiere hablarme y por qué no parece resultarle de todo grato.

- ¿Lo has leído?

Asiento con la cabeza.

- Entonces sabes que ahí se dice que tu madre, o sea, mi abuela, era confidente de la brigada político-social de Franco porque era amante de un inspector.

- Sí.

- Pero esto no será verdad ¿no?

- Tú, que la conociste y la trataste, ¿qué piensas?

- Que no. Pero entonces, ese tío, ese tal Lizcano...

- Es un mentiroso, un difamador, un falsario y un calumniador; o sea, pura escoria.

- Y ¿por qué no te has querellado?

- En realidad, la edición que has leído es la segunda. Conozco el libro desde que salió, en 1982.

- ¿Y no hiciste nada?

- No, tampoco, pero es que ésta es una historia muy distinta que a lo mejor te cuento en otro momento.

- ¿Por qué no ahora? Tenemos todo el tiempo del mundo. Yo mañana puedo levantarme tarde y tú puedes coger un tren a Torrelodones.

- De acuerdo, todo ahora, pero vamos a ir por orden; primero el libro y luego lo demás. El libro es calumnioso. Yo lo había hablado con mi madre y tú sabes cómo era tu abuela. Una cosa así es impensable en ella. Es pensable en los comunistas, con los que trataba, ya sabes, y en su modo de actuar, pero no en ella que era una persona excepcional. El autor no aporta prueba alguna; se basa en la maledicencia de los comunistas en la época. Fíjate que hablamos de fines de los años cuarenta y primeros cincuenta. Los comunistas que actuaban en la clandestinidad vivían en un clima de sospecha permanente, casi de histerismo, en medio de rumores que muchas veces contenían insidias y calumnias. Se llevaban muy mal entre ellos. Fue en aquellos años cuando los mismos comunistas asesinaron a su propio dirigente Gabriel León Trilla, por no citar más que un caso. Ese era el clima: todo eran rumores tildando de repente a éste de agente trostkysta y a aquel de agente franquista. Yo sabía que era mentira porque lo había hablado con mi madre, así que en 1982 decidí no hacer nada. No le dije nada del libro. No quería que de mayor, se le reapareciera un fantasma del pasado que ya le había amargado la vida lo suficiente. Confiaba en que, como el libro es una mierda, pasara, como pasó, sin pena ni gloria y, una vez ella fallecida, ya vería yo lo que hacía. Han vuelto a sacar el libro con motivo de su veinticinco aniversario, sigue siendo igual de mierda y, por supuesto, contiene la misma infamia. Y ahora ya me pregunto si merece la pena iniciar una acción judicial que va a quedar en nada. He pensado que es él quien tiene que probar su afirmación. Yo me limito a decir en público que eso es falso y que el autor es un falsario, un calumniador y un embustero y seguirá siéndolo mientras no pruebe su infundio cosa que no podrá porque es falso. Eso lo he publicado en dos revistas, una digital El Catoblepas y otra de papel Sistema, y ahí queda eso. Cualquier historiador del futuro está ya sobre aviso de que el libro de Lizcano es calumnioso y la bola de la calumnia deja de rodar.

Mientras hablo, uno de los niños ha empezado a llorar; Beatriz ha ido por él y, con él en brazos, acunándolo se ha sentado en una silla libre a la mesa y ha estado esuchando muy intersada la última parte de mi relato.

- Ahora vamos a la otra parte, que te decía. Te he dicho que yo lo hablé con ella, pero no te he dicho cuándo. Yo sabía esa historia mucho antes de que el libro se publicara. Ten en cuenta que en la Universidad ingresé y estuve unos meses militando en el Partido Comunista, en donde fue le primero que me dijeron.

- No fastidies -dice Beatriz, que no pudo contenerse.- Y tú, ¿qué hiciste?

- Ya os lo he dicho: me fui a hablar con ella.

Beatriz conoció a mi madre, a la que adoraba. En alguna ocasión había dicho en su presencia que ella se había casado con Esteban pero de quien estaba enamorada era de su madre.

- De eso es de lo que voy a hablaros ahora para que entendáis el clima de una época, las formas de actuar de unas gentes y midáis el fondo de miseria y calumnia de ese libelo así como alguna constante de la naturaleza humana..

El niño, que ha llegado hipando, se ha vuelto a dormir. Beatriz lo levanta con mucho cuidado y sale del comedor diciendo:

- Espera, espera, no empieces, que voy a acostar de nuevo a éste y vuelvo de un salto, que esto no me lo pierdo yo.

(Continuará)

(La imagen es una viñeta de Aubrey Beardsley, 1894).

divendres, 20 de febrer del 2009

La quiebra del sistema.

Poco a poco va abriéndose paso la idea de que esta crisis mundial carece de precedentes y que puede tener una gravedad hoy insospechada pero que ya comienza a barruntarse con temor en las cancillerías: puede ser una crisis del sistema capitalista en su conjunto. Hace menos de un año el señor Rodríguez Zapatero se negaba a pronunciar la palabra maldita, prefiriendo "frenazo" o algún otro eufemismo. Hoy no solamente no se le cae de la boca sino que tanto él como sus ministros del área económica parecen noqueados en sus comparecencias públicas, casi balbucientes. Como todo el mundo por lo demás. Sólo los imbéciles van por ahí diciendo que saben lo que pasa y tienen el remedio. Hace poco también el inefable señor Greenspan confesaba a un Comité del Senado que estaba estupefacto y que jamás soñó que el mercado fuera realmente incapaz de autorregularse. Este genio de las finanzas ignoraba lo que sabe todo el mundo: que si hay que autorregularse es porque las reglas son necesarias y, lo dicho, todo el mundo sabe que la peor forma de imponer unas reglas es autoimponiéndoselas. Estoy seguro de que a estas alturas, quinientos años después, el buen Sancho todavía no se ha dado ni la milésima parte de azotes que había de propinarse a cuenta del desencantamiento de doña Dulcinea. Y ello sin mencionar los varios miles (creo) que se descuenta el muy pillo dándoselos a un árbol y fingiendo estar recibiéndolos a oídos de don Quijote y cuenta de sus borricos. Que ya Sancho entendía muy bien cómo funciona el mercado capitalista. Mucho mejor que don Quijote.

Las comparaciones con 1929 no se mantienen. Entre otras cosas porque entonces se pudo echar mano a la creación del Estado del bienestar y las políticas keynesianas. Ahora todo eso existe. Y nadie sabe a dónde puede conducir el catástrófico rumbo de la economía global, que encadena los datos macro negativos en razón creciente. Un vendaval que puede arrasar mercados, Estados, organizaciones internacionales. Un vendaval que puede avivar las brasas, nunca muertas en Occidente, del nacionalismo, el proteccionismo, el fascismo, el racismo y otros ismos no menos temibles.

Odio exagerar pero si, hace cinco años, no más, excuso decir veinte, alguien dice que el presidente de los Estados Unidos iba a considerar la posibilidad de nacionalizar la banca de acuerdo con una reciente propuesta de Paul Krugman que tiene bastante consenso entre los propios banqueros ese alguien terminaría la jornada en un frenopático. Hoy, sin embargo, lo consideran y proponen otros estadistas, como Silvio Berlusconi y Gordon Brown, claro que en el caso del señor Berlusconi la condición de estadista no excluye la de frenópata. Hasta el Gobierno alemán tiene planes para nacionalizar bancos cuando se encuentren con problemas como pasa ya con el gigante Hypo Real State (HRS). Bien es cierto que los accionistas gringos del HRS quieren plantar batalla al Gobierno e impedir la incautación.

Se dibuja una línea de conflicto entre los gobiernos y la banca. Esa petición del Gobierno gringo a la banca suiza USB, la principal del país, de que levante el secreto de 52.000 cuentacorrentistas estadounidense es casi un casus belli. El secreto bancario es la base del negocio suizo, como la de todos los paraísos fiscales pues a estos efectos, Suiza, Liechtenstein, Bélgica y Luxemburgo con sus secretos bancarios, son verdaderos paraísos fiscales, razón por la cual USB se niega a levantar el secreto bancario de los 52.000 clientes. Pero localizar ese dinero e impedir el uso de los paraísos fiscales es, al día de hoy, el primer paso de una política creíble de resolución de la crisis y salir de la crisis quizá sea cuestión de subsistencia de los Estados occidentales. El choque, por tanto, es frontal y no se le ve fácil solución. Antes se hacía una guerra, se abrían los puertos del Japón al comercio a cañonazos, por ejemplo; pero ahora eso no es posible o, cuando menos, no lo parece, aunque nunca se sabe.

Y si fueran sólo los bancos... A estas alturas la crisis es tan profunda y virulenta que no sólo los bancos sino los países son los que están amenazados de quiebra. ¿Pueden quebrar los Estados? Por supuesto y unos más fácilmente que otros. Consúltese el gráfico del Frankfurter Rundschau para ver el grado de riesgo de quiebra que tenemos los países de la eurozona (alto en Irlanda, Grecia, Eslovaquia y eslovenia; medio en Portugal, España, Italia, Austria y Bélgica; y bajo en Francia, Alemania, Países Bajos, Luxemburgo y Finlandia) y los de fuera de la eurozona. Los países extraños a la Unión Europea que tienen su propia moneda y es fuerte no suelen tener problema de quiebra porque dan a la manivela de hacer billetes a costa de la inflación que nunca es mala para todos. Lo más fastidioso es lo de los países de la eurozona con problemas porque al no poder devaluar su moneda pues no la tienen, pueden encontrarse en situación de quiebra, de no poder pagar sus deudas. En estas condiciones, ¿cuánto durará la Unión Europea si hay que decir a los ciudadanos que es preciso ayudar a Irlanda, a Grecia, a Eslovaquia, Eslovenia y quién sabe a cuántos más?

Por eso se dice aquí que esta crisis puede tener unas consecuencias impensadas para las cuales, me temo, nadie está preparado. Y nadie es nadie.

(La imagen es una foto de Daquella manera, con licencia de Creative Commons).

Tirar sobre el pianista.

Veo que los del PP han decidido tomarse la instruccion del juez Garzón por la tremenda y han pasado al ataque. Los mismos que habitualmente recurren a los tribunales para todo se ponen nerviosos cuando les toca reponder ante esos mismos tribunales. Porque esta batería de acusaciones, querellas, recursos, denuncias etc, etc sólo prueba que, ante todo y sobre todo, se trata de entorpecer la acción de la justicia. Luego ya se verá. Ya se verá cántas manos se han quemado y cosas así. Siempre que se consiga llevar el debate político a una atmósfera de entendimiento y no de chulapería madrileña. ¿No tengo dicho que la señora Aguirre no suele saber lo que dice? En este vídeo de su intervención en la Asamblea de Madrid se oye la parte final de su alegato de la que parece colegirse que ha citado el famoso poema de la resistencia alemana que la gente suele atribuir a Bertolt Brecht aunque hay más acuerdo en que sea de Martin Niemöller, eso de "Primero vinieron por los comunistas y yo no hice nada..., etc". Pero lo cita mal: se saca unos homosexuales de la manga que le deben de parecer a ella como de lo más progre. En fin...

Por cierto, eso de ver cómo el juez Gómez de Liaño, condenado en firme por prevaricador imparte lecciones desde El Mundo acerca de la posible nulidad de las actuaciones del juez Garzón tiene bemoles, muchos bemoles.

Finalmente, luego de enterarme de que el señor Fernández Bermejo ha ido de caza sin la preceptiva licencia, me uno al coro de los que piden su dimisión. No hay nada que irrite más que la gente practique el "haz lo que digo y no lo que hago".Yo, ya se sabe, prohibiría la caza; pero si ha de haberla y requiere licencia, los que la practiquen que la tengan.


(La imagen es una foto de 20 Minutos, con licencia de Creative Commons)

Hamlet en comedia.

Está esta obra tan publicitada en la Villa que ayer me planté en el teatro Matadero a verla y he de decir que no me gustó nada y que hasta me pareció de coña. Supongo que todo eso se debe a mi incultura teatral, que confieso, mi ignorancia, que reconozco y mi falta de gusto, de la que estoy convencido. Pero explicaré brevemente por qué no me gustó aun reconociendo que todos los que la hacen, del director al último cortesano trabajan como fieras, se esfuerzan y tratan de sacar lo mejor de sí mismos. Pero para nada bueno porque la libérrima interpretación de la obra de Shakespeare no da un Hamlet convincente. Se hace hincapié, mucho hincapié, en que el príncipe es interpretado por una mujer, de lo que hay pocos antecedentes, pero los hay, la Bernhardt, que se atrevía con todo, y no sé si la Xirgu. Pero es que este asunto del sexo es perfectamente anodino desde el momento en que Hamlet es literalmente la personificación de la duda, de la duda metafísica, dentro de la que está como es obvio la de género; pero no se agota en ella. La señora Portillo, por lo demás, interpreta un Hamlet monolítico, decisivo, contundente. Probablemente porque quiere reflejar a un varón y mostrar virilidad (de ahí que empiece la obra castigando duramente a un punching-ball) pero con eso lo fastidia ya que el príncipe es duda porque es indecisión, vacilación, reparo (de ahí que pueda haber una interpretación de Hamlet como homosexual o bisexual) y por más que la señora Portillo luzca atributos femeninos su acción, a saltos y carreras por el escenario, no inspira nada de aquello. Pero ¿cuál es el sentido de que a Hamlet lo interprete una mujer? ¿No es el de subrayar entre sus ambigüedades sus rasgos femeninos?

A partir de aquí la obra no tiene ya mucho sentido. Bueno, la escenografía, mostrando indudables aciertos, resulta creo exagerada, alambicada, pelín pretenciosa y la coreografía a veces era enloquecedora. Hay cuadros en Shakespeare en que está presente una gran cantidad de gente pero es que los de este Hamlet cada cual está haciendo algo por llamar la atención, portando manzanas o luciendo un espejo o trepando por una cuerda, lo que distrae mucho de la historia. Y ese es el principal defecto del montaje, que no conduce al contenido lírico y filosófico de los parlamentos de Shakespeare sino, al contrario, distrae de él y eso cuando el volumen de la música o los correspondientes horrísonos gritos que da algún personaje, permite oír los parlamentos.

En general creo que no es acertado reducir el texto de Shakespeare (o esa impresión me ha dado) a los trozos más célebres y memorables y al desnudo relato de la trama y no de toda. Sobre todo para sobreponerle una coreografía caprichosa, generalmente pomposa y violenta con abundantísimos silencios. No hay modo de seguir la evolución psicológica de los personajes, esa tortura interna que se va iniciando en ellos desde el comienzo, como sucedió con Hamlet padre que murió envenenado por el oído. Justo la venganza que toma él después: vierte su veneno en el oído de su hijo, el veneno del rencor, el odio, que luego lo emponzoñará todo y los destruirá a todos.

Volviendo a la escenografía: esa costumbre que tienen en el Matadero de poner agua en el escenario no siempre es grata. Acaba uno un poco harto de agua, aunque reconozco que es buena aliada cuando quiere uno dar sensación de mucho coraje: se marcha dando patadas al agua y levantando espuma, como un dios. No hay ambientación, gracias al cielo, ni muchos decorados, pero esa costumbre también de vestir a todos los personajes con uniformes como de soldados vieneses o motoristas de Jean Cocteau tampoco es convincente. Se dirá que cada cual puede representar a la gente de Helsingfor como quiera y es muy cierto. Simplemente esta forma de imaginarlos no me gusta y menos el vestuario de los cuatro cortesanos. Lo de las bicis mola pero el bombín, la chaqueta, el pantaloncito corto y el faldellín son asombrosos y lo peor no es que estén ahí tan apropiados como en el entierro de Tutankamon sino que, además, toman luego al asalto el espacio común del descanso con la música a todo trapo, grito va, berrido viene, muy cosa de gay cool y macizo, lo cual ya me parece un abuso. Porque es una invasión de territorio.

Discrepo de casi todas las formas de presentar los momentos más célebres de la obra: la muerte de Polonio, la de Ofelia, la calavera de Yorick (que aquí aparece, creo, no estoy seguro, pero en un momento irrelevante), el viaje a Inglaterra, pero a lo que más objeto es a la escena final en la que todos mueren y Hamlet mata a Claudio de un disparo de revólver. Ya han aparecido antes y se han disparado armas de fuego, un anacronismo que no tiene mayor importancia de no ser porque incorpora un simbolismo en la línea errónea dado el carácter fálico de las pistolas. Pero el tiro del que muere Claudio suena un poco como los obligados sonoros disparos fuera de escena con los que se ponía sumario fin a muchos enredados dramones en el siglo XIX. Aquí el final es tumultuoso, veloz, como si tuviéramos prisa por despachar el importante momento de la muerte (cuando ha habido escenas literalmente a cámara lenta) y amontonar los cadáveres de cualquier modo, para que Hamlet, en cuyo honor está hecho este montaje, recite su parlamento final.

¿Lo ven? Probablemente no he entendido nada y soy incapaz de marchar con el paso del tiempo.

dijous, 19 de febrer del 2009

El caso de Marta del Castillo.

Mientras no se dé con el cuerpo de Marta del Castillo no se podrá condenar por asesinato ni homicidio a quienes se han confesado autores y/o encubridores de su muerte, sino en todo caso por detención ilegal como delito continuado si no hay lugar a dudas de que lo han cometido. Todo ello contribuirá a aumentar la insana curiosidad, el morbo de que está rodeado el caso. Y tambien los compungidos, escandalizados e hipócritas lloriqueos de tertulianos, comentaristas, analistas y demás variada fauna de opinantes de que goza este país en radio, TV y prensa escrita que suelen ser los mismos, que van de emisora en emisora colocando sus opiniones a un auditorio al parecer ansioso por escucharlas o leerlas porque, de otro modo, los opinantes tendrían que buscarse otro quehacer.

Precisamente en relación con este asunto de Marta del Castillo hay una amplia coincidencia entre comentaristas en horrorizarse y rasgarse la vestiduras por el tratamiento mediático que está recibiendo y que se compara con ánimo condenatorio con el de las niñas de Alcasser que, según se dice, se convirtió en un circo mediático. La mayoría de los opinantes, que suele razonar más o menos de acuerdo con la mediana de opinión de lo que juzgan que es la "mayoría silenciosa" a efectos de no perder el favor del público, estaba horrorizada porque, al parecer, Tele 5 entrevistó a la novia del presunto asesino, considerando que era una prueba más de un modo moralmente condenable de tratar el material informativo, morboso, inhumano. Creo que hasta escuché a una señora muy conocida sosteniendo que no se puede poner un micrófono delante de unos padres cuya hija acaba de ser asesinada. O sea, que los bien pensantes del país quieren que la gente se calle o que los medios la silencien.

¡Con qué fruición sacamos al censor que todos llevamos dentro! ¡Con qué facilidad encontramos razones para silenciar a los demás! Sobre todo si nos autoubicamos en posiciones morales intachables de buenas conciencias y hablamos de derechos de las víctimas o el dolor de los padres como si con ellos hubiéramos emprendido un cruzada.

En principio la curiosidad malsana, la cotillería y el morbo están muy extendidos en la sociedad. Creo que El caso ha dejado de publicarse pero durante bastantes años fue un exitazo de tirada con un contenido hecho de crímenes, violencia, asesinatos y sangre en sus muchas formas. Igual que ahora con estos crímenes u otros asuntos no menos crudos como las muertes de inmigrantes ilegales. Los medios no son quienes han cometido los hechos sino quienes informan sobre ellos y lo hacen en el estilo que suponen mejor para captar audiencia que es de lo que viven. Y a quien le moleste, que no vea la tele, que apague el receptor de radio o cierre el periódico pues, que yo sepa, ninguno de ellos es de consumo obligado. Además la variedad de medios es tal que siempre encontrará el que informe de acuerdo con sus gustos que no tiene por qué imponer a los demás.

¿Por qué los informadores no van a pedir su opinión a los padres de la víctima? Ya ellos, que son mayores de edad, decidirán qué dicen y si a nuestro censor no le gusta, que no oiga pero que no se ponga fariseo y trate de buscar una justificación para callar opinión y coartar la libertad de expresión y el derecho a la información del público.

Pero, dicen los censores, una cosa es el derecho a la información y otra el morbo. ¡Cómo me suena eso! Una cosa es la libertad y otra el libertinaje, claro, claro; una cosa es el erotismo y otra la pornografía, por supuesto, por supuesto; una cosa la alegría y otra el pecado, faltaría más, monseñor. ¿Y quién decide esas diferencias? ¿Hay alguna duda? Los censores, siempre provistos de un superior conocimiento que los autoriza a decidir por nosotros lo que podemos o no podemos ver u oír.

Sólo conozco un supuesto en que la censura (porque censura es toda restricción de la expresión por el motivo que sea) esté justificada: el de los menores de edad. En este caso su padres o tutores serán quienes decidan por ellos lo que ven u oyen. Pero sólo en este caso. En todos los demás, los censores pueden y deben meterse sus justificaciones (que si morbo, mal gusto, sadismo y otras estupideces) por donde les quepan porque los auditorios somos mayores de edad y perfectamente capaces de discernir lo que queremos o no queremos ver sin que nadie nos tutele. La libertad de expresión en fondo y forma debe ser lo más amplia posible y su único límite, el Código Penal.

(La imagen es una foto de 20 Minutos, con licencia de Creative Commons).

Huelga de jueces.

"Los jueces no tienen derecho de huelga" dice el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ). ¿Por que no? ¿Porque lo dice el CGPJ? Y ¿quién es el CGPJ para decidir sobre los derechos de los ciudadanos, sean jueces o tragasables? Nadie, no es nadie.

Mientras una ley orgánica no diga taxativamente lo contrario los jueces tienen derecho a la huelga porque éste está reconocido en la Constitución que no excluye de él a sus señorías. Ayer escuché también a un prominente opinador diciendo que (y cito textualmente) "no todo lo que no esté expresamente prohibido está permitido". Pues va a ser que sí, que así es, guste o no a este aprendiz de Torquemada: está permitido todo lo que no esté expresamente prohibido. En la entrada anterior se veía con qué facilidad sale el bicho censor que todos llevamos dentro. En ésta, con qué facilidad sale el autoritario guardia de la porra. ¡Cuánto daño ha hecho el franquismo!

Claro que los jueces tienen derecho a la huelga mientras no se les prohíba por ley orgánica. Otra cosa es que moral o políticamente deban ejercerlo. Yo no lo hubiera hecho, pero ellos están muy en su derecho.

(La imagen es una foto de Público, con licencia de Creative Commons).

Una fábula de amor.

Estupenda película esta de Danny Boyle, el de Trainspotting. Es fascinante. Está basada en una novela india y tiene que ser así porque juzgo imposible que a un occidental se le ocurra una historia de este tipo con unas características tan acusadamente no occidentales. Esto sí que es alianza (o choque) de civilizaciones.

Se trata de una historia de amor, fórmula de éxito asegurado eterno mientras la humanidad sea lo que es, entre dos niños (niño y niña) que crecen en la miseria de los arrabales de Bombay, una historia de amor que se ve obstaculizado e impedido a lo largo de su infancia y adolescencia hasta que ya en su juventud se impone porque, como le dice él (Jamal) a ella (Latika) es su destino. Mientras esta historia de amor llega a su sorprendente final en unos diez años el relato nos muestra a un ritmo trepidante, sin descanso, con abundancia de efectos especiales y escenas sorprendentes en un alarde de dirección como he visto pocos, la realidad de la India contemporánea en su abigarrada complejidad: la vida de miseria de los barrios de chabolas, las más diversas formas de la picaresca y los extremos a que han de llegar los chiquillos solos, abandonados, para sobrevivir, cayendo a veces en manos de delincuentes que los usan para sus fines, el tumultuoso desarrollo de Bombay, convertida en Mumbai, a través de la gigantesca especulación del suelo, las luchas de bandas de delincuentes, gangsters y pistoleros, la explotación de los trabajadores precarios, los conflictos religiosos entre hindúes y musulmanes y, por supuesto todo ello sobre algunas de las constantes de la vieja India de las historias clásicas: las ciudades superpobladas, los dédalos de callejuelas de barrios pobres, los largos trenes en los que se apiña todo tipo de pasajeros, las muchedumbres, los hacinamientos, las jerarquías sociales, los ricos y los pobres y los turistas occidentales.

Desesperado por no poder reunirse con su amada, secuestrada por una banda de pistoleros, Jamal, que es analfabeto, decide participar en el famoso programa-concurso de televisión "¿Quién quiere ser millonario?" en la esperanza de que como la tele la ve el país entero, sobre todo ese programa, Latika lo haga también y sepa en dónde encontrarlo. El programa es de preguntas y respuestas que, si son acertadas, van aumentando la cantidad de dinero a un ritmo veloz de doble o nada. Las preguntas son complicadas pero Jamal va contestándolas todas lo cual levanta las sospechas del presentador que no entiende cómo un chaval al que, obviamente, el dinero no importa nada (ya que siempre dobla y no se retira) consigue acertar siempre por lo que piensa que quizá esté haciendo trampas. Así hace que lo detenga la policía la noche anterior al último programa en el que, si acierta la pregunta, se llevará veinte millones de rupias y será rico, para interrogarlo, cosa que hace la policía con torturas incluidas. Pero Jamal no hace trampas. Quiere el destino que sepa la respuesta a las preguntas que se le van haciendo porque cada una de ellas está relacionada con un episodio violento o trágico de su existencia de niño y adolescente en el que estaba cada respuesta concreta, lo que proporciona el medio para que la peli nos cuente todo lo mencionado antes, como una especie de cuadro sociológico de la India, a base de flash-backs. Es el destino del que él está tan seguro que va actuando por su cuenta. Hasta llegar a la última pregunta, la de los veinte millones de rupias, cuando todo el país está literalmente paralizado ante el televisor para ver el resultado y que también remite a un episodio concreto de su infancia pero cuya respuesta ignora esta vez.

Definitivamente la peli merece la pena. Es tan distinta de lo que vemos normalmente en las pantallas que constituye una experiencia.