dissabte, 21 de febrer del 2009

Peregrino de la memoria (XLIII).

Tiempos oscuros.

(Viene de una entrada anterior de Peregrino de la memoria (XLII), titulada Niños).

Los niños acostados, Beatriz retirada a sus cosas, probablemente leyendo porque lee mucho, quedamos Esteban y yo mano a mano en el comedor a la mesa, entre los restos caóticos de la cena, con yogures a medio terminar, unos platos de natillas y una fuente en el centro con una sopa que nadie se ha decidido a probar. Esteban me pregunta si quiero café y, al decirle que sí, desaparece unos minutos y vuelve con dos tazas humeantes. ¿Algo de beber? Yo no quiero. Hace años que no pruebo el alcohol que, en realidad, no me ha gustado nunca y me siento estupendamente. Él se sirve un whisky, apaga la luz cenital, deja una indirecta de pie y se sienta a mi lado. No parece haber tenido un día complicado. Cuando no está mostrando el Taj Mahal a un grupo de turistas mexicanos, Esteban trabaja en Madrid, en las oficinas centrales de una agencia trasnacional de viajes y otros servicios, como alquliir de vehículos, reservas hoteleras, organización de conferencias y eventos en general, en donde tiene un cargo de cierta responsabilidad. Es un hombre metódico y responsable, en el que uno tiene tendencia a confiar, el tipo de persona que se gana a la gente. Por eso es buen guía turístico, porque inspira simpatía y habla correctamente español, inglés, alemán, francés y japonés. Siempre se le dieron bien las lenguas Y siempre está aprendiendo alguna. Ahora, al parecer, el italiano, que ya lo domina pero de una forma autodidacta y quiere perfeccionarlo. La empresa lo escoge muchas veces para viaje delicados: visitantes vips que los gobiernos quieren agasajar especialmente y los ponen al cuidado de Esteban durante tres o cuatro días, dotándole de todos los medios imaginables, desde coche con chófer hasta cheque en blanco para hoteles, espectáculos, atracciones. La única función de Esteban es que, al final, los clientes se vuelvan encantados a su tierra, haciéndose lenguas del país anfitrión y presionando para que se firme tal o tal tratado o firmándolo él mismo directamente.

- ¿Qué haces? -me pregunta Esteban, mirando a través del vaso de whisky a la luz.

- Ya lo sabes: ando de viaje.

- Pero ¿a dónde?

- A ningún sitio en concreto; voy y vengo, me dejo llevar por incentivos del momento. Nada seguro. Hoy estoy allí, mañana allá. Sólo quiero moverme.

- ¿Para qué? Dice Kavafis, ya sabes, que "Iré a otra tierra, iré a otro mar,/ buscaré una ciudad mejor que ésta.(...)/No hallarás otras tierras ni otros mares./La ciudad irá contigo a dónde vayas."

- No lo dudo, no lo dudo. Ya sé que todo lo mío lo llevo conmigo y en ese "conmigo" hay de todo: mi ciudad, mi familia, mi gente, mi pasado... Pero mientras estás moviéndote, de viaje, vas de un lugar a otro, ves cosas nuevas, aprovechas para pensar en las tuyas.

- ¿En dónde has estado hasta la fecha?

- No muy lejos, no creas: Madrid, el levante, Barcelona, Madrid, Melilla, Jerez de la Frontera y ahora de nuevo por aquí. Pero me han ocurrido cosas divertidas o no tan divertidas, pero de interés.

- ¿Cómo qué?

- Estaba en Melilla en el momento del último asalto a la verja.

- Ya veo.

Esteban no es persona que atienda gran cosa por los asuntos sociales, económicos, políticos, los colectivos en general. Nunca he conseguido que se interese por las controversias colectivas, cuestiones como el aborto, la eutanasia o la independencia del País Vasco o Cataluña y mucho menos que se involucre en ellos. Al respecto es muy distinto de su hermana Gloria que debe de ser militante de más causas de las que consigue recordar. Esteban se interesa por lo que le concierne a él y a su familia en sentido estricto, su mujer y sus dos hijos. Su círculo colectivo más amplio alcanza a la familia en sentido amplio: padres, primos, tíos, etc y acerca de éste Esteban profesa una especie de pasión. A veces me da la impresión de que es como un sacerdote de los dioses manes, lares y penates, como si sólo a él quedaran reservadas las cuestiones familiares litigiosas como los recuerdos compartidos pero acerca de cuya cronología hay discusiones.

- Hay una cosa que quería preguntarte: en vuestra separación (se refiere a la de mi mujer y yo; sabía que al mencionarle la verja de Melilla, perdería interés en el tema y se concentraría en su pasión: su familia), ¿pensásteis en algún momento, sobre todo al principio, que podiáis rehacer la pareja?

- Eso siempre se piensa. Al principio y al final. Nadie sabe qué será de él en las próximas veinticuatro horas, imagina a diez años vista. Pero bueno, ya ves que no se terció.

- Sabías que Gloria y yo hicimos apuestas sobre si volvíais o no?

¿Sí? ¿Quién ganó?

- Ella.

- Tú apostabas por que volveríamos, ¿o querías que lo hiciéramos?

- Supongo que lo segundo. Lo pasé mal.

- Ya imagino. Pero tampoco te duró mucho. Tengo fotos de la época y se te ve bastante risueño.

- La procesión iba por dentro.

- Venga ya, no te enrolles. ¿Es de esto de lo que quieres que hablemos?

- No; es de un libro que acabo de leer por indicación de un amigo.

Creo percibir que no le es de todo grato tratar el asunto. Sale del comedor y vuelve con un libro que deja encima de la mesa, delante de mí, mientras que queda mirándome, como si quisiera dejarme claro que me observa. El libro es La generación del 56, de Pablo Lizcano (Leer, Madrid, 2007) así que ya sé de qué quiere hablarme y por qué no parece resultarle de todo grato.

- ¿Lo has leído?

Asiento con la cabeza.

- Entonces sabes que ahí se dice que tu madre, o sea, mi abuela, era confidente de la brigada político-social de Franco porque era amante de un inspector.

- Sí.

- Pero esto no será verdad ¿no?

- Tú, que la conociste y la trataste, ¿qué piensas?

- Que no. Pero entonces, ese tío, ese tal Lizcano...

- Es un mentiroso, un difamador, un falsario y un calumniador; o sea, pura escoria.

- Y ¿por qué no te has querellado?

- En realidad, la edición que has leído es la segunda. Conozco el libro desde que salió, en 1982.

- ¿Y no hiciste nada?

- No, tampoco, pero es que ésta es una historia muy distinta que a lo mejor te cuento en otro momento.

- ¿Por qué no ahora? Tenemos todo el tiempo del mundo. Yo mañana puedo levantarme tarde y tú puedes coger un tren a Torrelodones.

- De acuerdo, todo ahora, pero vamos a ir por orden; primero el libro y luego lo demás. El libro es calumnioso. Yo lo había hablado con mi madre y tú sabes cómo era tu abuela. Una cosa así es impensable en ella. Es pensable en los comunistas, con los que trataba, ya sabes, y en su modo de actuar, pero no en ella que era una persona excepcional. El autor no aporta prueba alguna; se basa en la maledicencia de los comunistas en la época. Fíjate que hablamos de fines de los años cuarenta y primeros cincuenta. Los comunistas que actuaban en la clandestinidad vivían en un clima de sospecha permanente, casi de histerismo, en medio de rumores que muchas veces contenían insidias y calumnias. Se llevaban muy mal entre ellos. Fue en aquellos años cuando los mismos comunistas asesinaron a su propio dirigente Gabriel León Trilla, por no citar más que un caso. Ese era el clima: todo eran rumores tildando de repente a éste de agente trostkysta y a aquel de agente franquista. Yo sabía que era mentira porque lo había hablado con mi madre, así que en 1982 decidí no hacer nada. No le dije nada del libro. No quería que de mayor, se le reapareciera un fantasma del pasado que ya le había amargado la vida lo suficiente. Confiaba en que, como el libro es una mierda, pasara, como pasó, sin pena ni gloria y, una vez ella fallecida, ya vería yo lo que hacía. Han vuelto a sacar el libro con motivo de su veinticinco aniversario, sigue siendo igual de mierda y, por supuesto, contiene la misma infamia. Y ahora ya me pregunto si merece la pena iniciar una acción judicial que va a quedar en nada. He pensado que es él quien tiene que probar su afirmación. Yo me limito a decir en público que eso es falso y que el autor es un falsario, un calumniador y un embustero y seguirá siéndolo mientras no pruebe su infundio cosa que no podrá porque es falso. Eso lo he publicado en dos revistas, una digital El Catoblepas y otra de papel Sistema, y ahí queda eso. Cualquier historiador del futuro está ya sobre aviso de que el libro de Lizcano es calumnioso y la bola de la calumnia deja de rodar.

Mientras hablo, uno de los niños ha empezado a llorar; Beatriz ha ido por él y, con él en brazos, acunándolo se ha sentado en una silla libre a la mesa y ha estado esuchando muy intersada la última parte de mi relato.

- Ahora vamos a la otra parte, que te decía. Te he dicho que yo lo hablé con ella, pero no te he dicho cuándo. Yo sabía esa historia mucho antes de que el libro se publicara. Ten en cuenta que en la Universidad ingresé y estuve unos meses militando en el Partido Comunista, en donde fue le primero que me dijeron.

- No fastidies -dice Beatriz, que no pudo contenerse.- Y tú, ¿qué hiciste?

- Ya os lo he dicho: me fui a hablar con ella.

Beatriz conoció a mi madre, a la que adoraba. En alguna ocasión había dicho en su presencia que ella se había casado con Esteban pero de quien estaba enamorada era de su madre.

- De eso es de lo que voy a hablaros ahora para que entendáis el clima de una época, las formas de actuar de unas gentes y midáis el fondo de miseria y calumnia de ese libelo así como alguna constante de la naturaleza humana..

El niño, que ha llegado hipando, se ha vuelto a dormir. Beatriz lo levanta con mucho cuidado y sale del comedor diciendo:

- Espera, espera, no empieces, que voy a acostar de nuevo a éste y vuelvo de un salto, que esto no me lo pierdo yo.

(Continuará)

(La imagen es una viñeta de Aubrey Beardsley, 1894).