Mientras no se dé con el cuerpo de Marta del Castillo no se podrá condenar por asesinato ni homicidio a quienes se han confesado autores y/o encubridores de su muerte, sino en todo caso por detención ilegal como delito continuado si no hay lugar a dudas de que lo han cometido. Todo ello contribuirá a aumentar la insana curiosidad, el morbo de que está rodeado el caso. Y tambien los compungidos, escandalizados e hipócritas lloriqueos de tertulianos, comentaristas, analistas y demás variada fauna de opinantes de que goza este país en radio, TV y prensa escrita que suelen ser los mismos, que van de emisora en emisora colocando sus opiniones a un auditorio al parecer ansioso por escucharlas o leerlas porque, de otro modo, los opinantes tendrían que buscarse otro quehacer.
Precisamente en relación con este asunto de Marta del Castillo hay una amplia coincidencia entre comentaristas en horrorizarse y rasgarse la vestiduras por el tratamiento mediático que está recibiendo y que se compara con ánimo condenatorio con el de las niñas de Alcasser que, según se dice, se convirtió en un circo mediático. La mayoría de los opinantes, que suele razonar más o menos de acuerdo con la mediana de opinión de lo que juzgan que es la "mayoría silenciosa" a efectos de no perder el favor del público, estaba horrorizada porque, al parecer, Tele 5 entrevistó a la novia del presunto asesino, considerando que era una prueba más de un modo moralmente condenable de tratar el material informativo, morboso, inhumano. Creo que hasta escuché a una señora muy conocida sosteniendo que no se puede poner un micrófono delante de unos padres cuya hija acaba de ser asesinada. O sea, que los bien pensantes del país quieren que la gente se calle o que los medios la silencien.
¡Con qué fruición sacamos al censor que todos llevamos dentro! ¡Con qué facilidad encontramos razones para silenciar a los demás! Sobre todo si nos autoubicamos en posiciones morales intachables de buenas conciencias y hablamos de derechos de las víctimas o el dolor de los padres como si con ellos hubiéramos emprendido un cruzada.
En principio la curiosidad malsana, la cotillería y el morbo están muy extendidos en la sociedad. Creo que El caso ha dejado de publicarse pero durante bastantes años fue un exitazo de tirada con un contenido hecho de crímenes, violencia, asesinatos y sangre en sus muchas formas. Igual que ahora con estos crímenes u otros asuntos no menos crudos como las muertes de inmigrantes ilegales. Los medios no son quienes han cometido los hechos sino quienes informan sobre ellos y lo hacen en el estilo que suponen mejor para captar audiencia que es de lo que viven. Y a quien le moleste, que no vea la tele, que apague el receptor de radio o cierre el periódico pues, que yo sepa, ninguno de ellos es de consumo obligado. Además la variedad de medios es tal que siempre encontrará el que informe de acuerdo con sus gustos que no tiene por qué imponer a los demás.
¿Por qué los informadores no van a pedir su opinión a los padres de la víctima? Ya ellos, que son mayores de edad, decidirán qué dicen y si a nuestro censor no le gusta, que no oiga pero que no se ponga fariseo y trate de buscar una justificación para callar opinión y coartar la libertad de expresión y el derecho a la información del público.
Pero, dicen los censores, una cosa es el derecho a la información y otra el morbo. ¡Cómo me suena eso! Una cosa es la libertad y otra el libertinaje, claro, claro; una cosa es el erotismo y otra la pornografía, por supuesto, por supuesto; una cosa la alegría y otra el pecado, faltaría más, monseñor. ¿Y quién decide esas diferencias? ¿Hay alguna duda? Los censores, siempre provistos de un superior conocimiento que los autoriza a decidir por nosotros lo que podemos o no podemos ver u oír.
Sólo conozco un supuesto en que la censura (porque censura es toda restricción de la expresión por el motivo que sea) esté justificada: el de los menores de edad. En este caso su padres o tutores serán quienes decidan por ellos lo que ven u oyen. Pero sólo en este caso. En todos los demás, los censores pueden y deben meterse sus justificaciones (que si morbo, mal gusto, sadismo y otras estupideces) por donde les quepan porque los auditorios somos mayores de edad y perfectamente capaces de discernir lo que queremos o no queremos ver sin que nadie nos tutele. La libertad de expresión en fondo y forma debe ser lo más amplia posible y su único límite, el Código Penal.
(La imagen es una foto de 20 Minutos, con licencia de Creative Commons).