Algo tiene la violencia que de tal modo fascina a los intelectuales o, a la inversa, algo hay en los intelectuales que los atrae hacia la violencia al menos como objeto de estudio con la fuerza de la luz a las polillas. Quizá sea su concentración en la vida contemplativa al margen de la vida activa, una distinción a la que Hannah Arendt sacó mucha punta, ella que también había dedicado un copioso ensayo a este fenómeno de la violencia. ¿Y cómo olvidar las Reflexiones sobre la violencia, de Georges Sorel? O quizá no se trate de cuestión tendencial alguna sino del hecho de que todos los intelectuales que se ocupan de asuntos políticos (y son legión) tarde o temprano tienen que habérselas con la violencia pues forma parte esencial de la política en la medida en que ésta es la reflexión y la acción del poder cuyo fundamento último es, precisamente, la violencia. Siendo así, siendo la violencia una forma especial de ejercicio del poder, puede decirse que su atracción sobre los intelectuales es, en el fondo, la del poder sobre estos, algo tan antiguo como los dos términos de la relación, intelectuales y poder.En este libro (Slavoj Zizek (2009), Sobre la violencia. Seis reflexiones marginales., Paidós, Barcelona, 287 págs), el autor, un interesante filósofo postmarxista, parecería tratar la violencia como un fenómeno aislado, hipostasiado, una extraña pulsión sin soporte material a la vista. Pero no es así sino que, al contrario, construye su ensayo -concebido como una pieza musical, con diferentes tiempos en los distintos capítulos con predominio del adagio, o sea, con tendencia a lo solemne- partiendo ya en su misma entrada de una distinción entre violencia objetiva (a la que también puede llamar sistémica) y violencia subjetiva que viene a reconocer ese carácter de categoría relativa al poder de la violencia. La distinción, muy familiar en general a la tradición del pensamiento de izquierda cuando trata de legitimar el recurso a la violencia (como respuesta a la objetiva, la que llama Galtung "estructural", en definitiva, como una forma de legítima defensa) permite a Zizek articular sus brillantes reflexiones sobre el fenómeno distinguiendo el que es inherente al orden social del que brota en la contestación a éste y hacerlo, como dice él mismo, mirándolo "de soslayo" ya que le resulta sobrecogedor mirar a la violencia de frente (p. 12).
Su primera reflexión, SOS Violencia afirma que hay una especie de ceguera frente a la violencia objetiva movida por una ideología totalitaria cuyas raíces encuentra Zizek en El manifiesto comunista, Rousseau y hasta Platón, una frase musical que recuerda mucho las ideas de Popper sobre los enemigos de la sociedad abierta. Y quizá sea éste uno de los aspectos más interesantes del filósofo: su fabuloso sincretismo que le permite mezclar referencias de muy distintos universos teóricos como, en este caso, el marxismo y el racionalismo popperiano. Argumenta en este capítulo la existencia de los que llama los "nuevos comunistas liberales", esto es, los Bill Gates, George Soros, la IBM, Intel, EBay (p. 27) cuya característica esencial es que son capaces de cohonestar su misma existencia como productos del orden de violencia capitalista con una actitud pragmática de crítica del mismo, de rechazo de todo enfoque doctrinario y hasta de aprecio de las tradiciones del sesenta y ocho (p. 31). El capitalismo ya no puede reproducirse a sí mismo sino que necesita la caridad extraña para sostener el ciclo de la reproducción social (p. 36). Ejemplifica la aldea liberal comunista en la película The Village, de M. Night Shyamalan. Incidentalmente, los razonamientos de Zizek suelen descansar en referencias cinematográficas generalmente muy bien traídas y muy útiles. En este caso concreto emerge la tradición marxista en su valoración final de esta curiosa imagen de los "comunistas liberales" al sostener que estos y las explosiones de rabioso fundamentalismo de nuestras sociedades son las dos caras de la misma moneda. Los comunistas liberales son los enemigos de cualquier lucha progresista hoy día (p. 52).
El segundo ensayo, ¡Teme a tu vecino como a ti mismo! es una reflexión sobre la reacción típica frente a la violencia: el miedo. Sostiene el autor que la biopolítica actual es postpolítica y que ésta implica dejar atrás luchas las luchas ideológicas, sustituidas por la administración y la gestión a cargo de expertos (p. 55). No veo bien qué tenga esto de novedad. La prédica de la tecnocracia, hija directa de la doctrina del fin de las ideologías de mediados del siglo XX ,conoció sus mejores momentos mucho antes de que Foucault acuñara el concepto de biopolítica. Parece que la función actual de la tecnocracia consiste en insuflar en la gente diversos tipos de miedos como el miedo a los inmigrantes, al crimen, a la depravación sexual, a los excesos estatales, a la catástrofe ecológica o al acoso (p. 56), pero tampoco creo que esto sea especialmente audaz si uno recuerda que ya desde el venerable Hobbes sabemos que la justificación del poder (y del poder absoluto) es librar a los súbditos del miedo que se tienen unos a otros y, más en nuestros días, el miedo es la única consecuencia lógica que se me alcanza del manoseado concepto de la "sociedad del riesgo", de Beck. Zizek prolonga su reflexión al respecto con una consideración bastante ingeniosa de la reacción de los musulmanes a la publicación de las caricaturas de Mahoma en un periódico danés en otoño de 2005, llegando a la conclusión de que el furor que se produjo no tenía como objetivo las caricaturas en sí mismas sino la imagen de Occidente que percibe el Islam (p. 77). Se encuentra aquí ya una característica del libro en comentario: el ser una mezcla de reflexiones originales y a veces sorprendentes sobre asuntos de la actualidad de los últimos años sobre los que han corrido ríos de tinta: las caricaturas de Mahoma, el atentado a las Torres gemelas, los incendios de coches de los arrabales de París, las torturas de Abu Ghraib, etc.
El tercer ensayo, La oleada sangrienta se ha desatado, reflexiona sobre las quemas de coches en la banlieu parisina en 2005 y llega a la conclusión de que lo que los manifestantes querían era ser reconocidos como ciudadanos franceses ordinarios (p. 97). Paralelamente no se priva de recordar que ya Nietzsche y Freud habían compartido la idea de que la justicia como igualdad está fundada en la envidia (p. 111). Esta idea, que pertenece al acervo del pensamiento conservador y reaccionario de siempre bajo el aquilatado nombre de "la envidia igualitaria" parece interesar especialmente a Zizek probablemente porque le muestra un territorio que nunca tuvo en cuenta en sus años marxistas. Es también quizá lo que explique su alta valoración de las conclusiones antirrevolucionarias de Peter Sloterdijk.
El cuarto trabajo, Antinomias de la razón tolerante toma ejemplo en las antinomias de la razón pura de Kant y se atreve a decir algo que también yo pienso pero nunca antes he visto escrito, esto es, que el conflicto entre palestinos y judíos no tiene solución (p. 146) salvo que, como sospecho (aunque no lo he leído en el ensayo de Zizek) por solución se entienda la subyugación o el exterminio de los palestinos. Abre luego el autor el ángulo de sus consideraciones y, tomando pie en la reacción estadounidense al ataque del 11 de septiembre (ahora que somos víctimas podemos atacar nosotros a nuestra vez) (p. 153) sostiene que, aunque la razón tolerante viene a decir que la agresividad no está en la religión sino en el fundamentalista que la practica y que todas las religiones son respetables, lo que provoca el comportamiento violento y agresivo de los fundamentalistas es la creencia misma en un más allá y en lo sobrenatural (p. 162). Dando la vuelta a la famosa expresión de Dostoievsky ("si Dios no existe, todo está permitido") recuerda a San Agustín de Hipona para sostener que es justo al revés: es la creencia en Dios lo que nos permite todo ("Ama a Dios y haz lo que te plazca") (p. 164); aunque no sé si este punto de vista casa bien con su interesante advertencia de que la sociedad judía (en la que un 70 por ciento dice no creer en dios alguno) es la más atea del mundo (p. 150) salvo que se esté diciendo que dicha sociedad judía no es violenta. Hay aquí una interesante última reflexión acerca de cómo la vía para escapar a este dilema de la violencia y la religión reside en una creencia en Dios por encima de todo utilitarismo que él ejemplifica en una leyenda en relación con San Luis y un fragmento del islam sufí y que a un español trae inmediatamente a la memoria el famoso soneto "No me mueve mi Dios para quererte...", etc, formulación mucho más bella y rotunda que las anteriores.
El quinto ensayo, La tolerancia como categoría ideológica, es una reflexión sobre el choque de las civilizaciones de Huntington y el fin de la historia de Fukuyama (p. 170) sobre los cuales es difícil decir algo nuevo. No obstante Zizek consigue hacer un enunciado provocativo e interesante al interpretar las torturas de Abu Ghraib (a las que compara con las que ordenaba Sadam Husein) como la forma en que los occidentales, los estadounidenses en este caso, hacen patente al mundo musulmán, a la otra civilización, el fundamento mismo de la nuestra y de nuestros valores (p. 206).
El sexto ensayo, Violencia divina, una interesante pieza que comienza poniendo en paralelo el conocido pasaje de Walter Benjamin son el Angelus Novus con el "punto de vista de Dios" en el asesinato del detective Arbogast en Psicosis para enlazar luego con una reflexión sobre los dos puntos esenciales de la de Peter Sloterdijk: la de que el nazismo y el fascismo pudieron ser reacciones frente a la amenaza del comunismo (con la correspondiente referencia a la opinión de Nolte) y la concepción del "fascismo de izquierdas" para referirse al pensamiento marxista/revolucionario (p. 222), reconociendo por lo demás que la expresión se origina el en exabrupto habermasiano de 1968 cuando los estudiantes ocuparon el Instituto de Investigaciones Sociales. Todo el proyecto emancipatorio global, según Sloterdijk es producto de la envidia y el resentimiento (p. 230), una tesis interesante que Zizek parece suscribir sin más y que, sin restarle un ápice de ese interés, no tiene mayor alcance que la idea de que la historia es el despliegue de una intencionalidad cualquiera, divina, humana, estructural...
Concluye su obra Zizek sosteniendo tres conclusiones que, simplemente expuestas, son: 1ª) anatematizar la violencia como algo "malo" es una opción ideológica; 2ª) resulta harto difícil practicar la violencia; 3ª hay una relación compleja, intrincada, entre la violencia objetiva, sistémica, y la violencia subjetiva. Entiendo que estas tres conclusiones tratan de configurar una unidad discursiva de la obra siendo así que ésta había comenzado presentándose como "seis reflexiones marginales". Es como una especie de prurito de unidad sistémica. Sin embargo el libro es mucho más interesante y subjetivo precisamente por ser deslavazado, sin unidad orgánica y con una riquísima reflexión que, como los meandros de los ríos, a veces parece apartarnos de su objeto inicial.