dimecres, 16 d’octubre del 2013
Las fotos de la historia y la historia de las fotos.
divendres, 11 d’octubre del 2013
La herencia fantástica.
dissabte, 28 de setembre del 2013
Deep South
divendres, 14 de juny del 2013
Territorios prohibidos.
La cuarta exposición, en la sala Picasso es más combativa. Son obras de la Sammlung Verbund de Viena de diversas autoras todas en torno a la rebelión feminista de los años setenta. Es fotografía militante. Abundan también las tomas serializadas pero, más que pura secuencia, lo que pretenden es contar una historia. Se trata, pues, de plástica narrativa, algo que puede parecer imposible pero se viene practicando desde tiempo inmemorial. Las imágenes transmiten impresiones, significados. A veces estos son complejos y requieren el curso del tiempo. Las imágenes, pues, se serializan y así podemos comprender la esencia del problema, viendo cómo nace y cómo termina. Generalmente en una situación de humillación, cosificación, insulto a la mujer. Por supuesto también, abundantes y agresivas alusiones a los estereotipos de mujer que son vistos -y mostrados- como estigmas: su condición reproductiva (como madre), su condición funcional (como esposa y ama de casa) y su condición erótica (como amante y/o puta). Merece mucho la pena la exposición. Da que pensar. Sobre todo a los hombres. Y hay verdaderos hallazgos. Como esa foto de un nido con un par de huevos en el regazo de un desnudo.Y testimonio gráfico de una lucha concreta: la performance de Leslie Labowitz y Suzanne Lacy en Los Ángeles en 1977 para protestar por una serie de violaciones y asesinatos de mujeres, el caso del estrangulador de Hillside. Son impresionantes esas mujeres veladas en negro en una soleada mañana en Los Ángeles. Hay un elemento de tragedia griega.
diumenge, 3 de març del 2013
La vida como es
Viéitez no exploró el color, aunque sus trabajos son igualmente espléndidos, porque se había acostumbrado a ver el mundo en gama de grises. Era aquel un mundo gris y anodino que interrumpía su rutinaria existencia justo para la fotografía. Prácticamente todos los trabajos de nuestro hombre son posados. Posados en sentido estricto o interrupciones de algún evento para hacer un posado colectivo improvisado. Pero en todos los casos, las fotos están cargadas de significado, tienen sentido, nos interpelan; en su simplicidad, nos llevan a ellas, nos hacen preguntarnos qué estarían pensando las personas retratadas, los que velan los entierros, las jóvenes endomingadas, los amigos de parranda. Es la reproducción mecánica de este abigarrado caleidoscopio la que nos transmite el sentido de una época. La vida como fue. Como es.
diumenge, 13 de gener del 2013
La vida.
Firmes como rocas.
dijous, 20 de desembre del 2012
Detenerse a mirar. Imogen Cunningham.
dilluns, 7 de maig del 2012
La suerte de tener amigos.
diumenge, 25 de març del 2012
El ojo que todo lo vio.
En los salones de Azca, Mapfre tiene una extraordinaria exposición de fotografías del casi desconocido Emil Otto Hoppé (1878-1972) que contribuirá a popularizar de nuevo el nombre de este alemán, educado en Viena y París y radicado finalmente en Inglaterra en donde triunfó siendo considerado el fotógrafo más importante en la primera mitad del siglo XX, al extremo de que no había personalidad de la política, la cultura, la vida social que no quisiera un retrato, o más, de Hoppé. Y, sin embargo, un desconocido.
¿Cómo se pasa de la gloria a la oscuridad de golpe? Por una decisión errónea. Parece que a mediados de los cincuenta Hoppé, que tenía ya 76 años, vendió su enorme colección de fotos a una empresa comercial que las clasificó por temas, no por autor. Y así desapareció su nombre hasta que se recuperó trabajosamente su obra y empezó a exhibirse a partir de 2006, siendo esta la primera vez que llega a España una muestra. En efecto, un desconocido.
Pero un desconocido que ha dejado una obra portentosa en todos los campos de la fotografía y todos los estilos. Un adelantado del pictorialismo al nivel de los grandes gringos como Strand, Stieglitz o Evans quienes, bastante celosos, no le dieron bola cuando intentó instalarse en Nueva York y prácticamente lo echaron. Competencia peligrosa.
Hoppé se hizo famoso como retratista. No me paso de hiperbólico si digo que el pictorialismo vincula sus retratos con la retratística inglesa del XVIII, los Reynolds o Gainsboroughs. Se dan un aire. Pero es que además retrató el who's who del mundo en la primera mitad del siglo XX. El visitante encontrará en la exposición abundancia de retratos de gente que pesa o ha pesado en la vida de cada cual por distintos motivos: retratos de Paul Robeson, Albert Einstein, Ezra Pound, Benito Mussolini, Ruyard Kipling, Bernard-Shaw, Jorge V, la Reina Madre, Aldous Huxley, etc. La serie es interminable. Cada cual mira lo que le interesa: me encantó poner rostro a Vita Sackville-West, a la que no había visto nunca, la amiga y quizá amante de Virginia Wolff que esta retrató en Orlando. Igual que a Somerset Maugham. La figura de Ezra Pound es impresionante y la de Henry James extrañamente familiar. Mussolini, le hizo ir a retratarlo a Italia y lo recibió practicando inglés de esta guisa: "Hello, Mr. Hoppé. How are you? It's a long way to Tipperary". Al menos es lo que dice la nota explicativa y si non è vero è ben trovato. El retrato de Marinetti es todo un hallazgo porque es fotomontaje y composición y le sale algo perfectamente futurista.
Pero no solo retratos en el estudio; Hoppé lo fotografió todo, hizo series, por ejemplo, una de desnudos femeninos que publicó en forma de libro The Book of Fair Women, que está muy bien pues no se resienten del paso del tiempo, cosa que suele pasar en la fotografía de desnudos, ya que son cuerpos de una belleza clásica. Otra serie con tipos de la calle, los comercios, los oficios. Utilizó cámara oculta para obtener instantáneas espontáneas. Fotografió de todas las formas posibles la ciudad de Londres, paisajes. Viajó mucho al extranjero, a París, a Viena, al Asia, a las Américas, de donde trajo cientos de fotos de todo tipo y de todas las culturas. Su obra, de una sobriedad casi ascética, es una visión riquísima de la primera mitad del siglo XX. Es un mundo de jadis extraordinariamente cercano y nuevo.
Una visión que llega a los rincones más oscuros. Hay una foto en la exposición literalmente asombrosa que no puedo poner aquí porque tiene derechos protegidos y que merece la pena. Es un armario con varios esqueletos reales colgados, muy limpios, en una tienda que los vendía en Londres. Al parecer, se compraban en el extranjero (habría que saber cómo y en qué extranjero) y se importaban porque tenían buena venta con fines docentes y, supongo, ornamentales tipo gótico. Imagino que algo así será hoy imposible, dado que nuestra actitud acerca del valor y la dignidad de la persona seguramente no lo permitirán. Hoppé ha retratado algo tan difícil como un cambio en las concepciones morales del hombre frente a sí mismo.
dissabte, 10 de març del 2012
La mirada de un hombre.
Por fin me pasé a ver la exposición de Lewis Hine en la sala de Mapfre en el Paseo de Recoletos. Una recopilación de lo más representativo de su obra a lo largo de su vida. Un testimonio impresionante de un tiempo y unas gentes.
Junto con Steichen y Stieglitz, Hine pertenece a la generación de los padres de la fotografía clásica estadounidense, de Ansel Adams, Paul Strand, Michael Evans o Dorothea Lange. Pero hay algo que lo separa de todos los demás y es que así como casi todos son artistas, autodidactas o con formación, pero artistas, Hine es, sobre todo, un académico. Su mirada no tiene la limpieza e inmediatez intuitiva del artista puro sino que va buscando datos, pruebas, con las que interpretar una realidad de acuerdo con una teoría previa.
Hines se educó en las doctrinas filosófico-pedagógicas de Dewey y su idea de la educación ética. Si no ando errado, tras dar muchas vueltas, se graduó en pedagogía y se doctoró en Sociología (o al revés, no estoy seguro) y trabajó en la escuela deweyana. Luego, alguien le dijo que se hiciera con una cámara, aprendiera fotografía e ilustrara la condición de los desposeídos de la tierra en la pujante sociedad estadounidense del primer tercio del siglo XX. Que hiciera sociología plástica. Y a eso se dedicó nuestro hombre, a dejar testimonio sistemático de aspectos concretos de la sociedad de su tiempo, captando con un realismo demoledor los personajes que los poblaban. En la serie dedicada a Ellis Island, las familias de inmigrantes italianos, judíos, eslavos, rusos y su estancia en esas instalaciones que todavía impresionan. La serie de trabajo infantil en textiles y otras muchas ocupaciones encoge el ánimo.
Hine documentó gráficamente la construcción del Empire State Building y algunas de sus fotos más famosas son las de los obreros jugándose la vida (como en parte se la jugó él para fotografiarlos) a 400 metros del suelo en condiciones de seguridad que ponen los pelos de punta. También fue una especie de cronista gráfico de la ciudad de Nueva York, de Manhattan, los barrios populares, los chamizos en que vivían los inmigrantes, las familias obreras.
Hine era demasiado duro y no tuvo encaje en el mercado. Solo llegó a publicar un libro y sus colaboraciones con revistas no cuajaron. Paradójicamente, tampoco se benefició del New Deal como lo hicieron otros artistas que trabajaron para la administración. Al parecer por el empeño de Hine en no ceder el control de sus negativos. El caso es que murió en la miseria. Un hombre íntegro que se revela en la impresionante obra que ha dejado. Merece la pena pasarse por la exposición. Cada foto es una historia que interpela al visitante y lo obliga a reflexionar sobre la condición humana. La mirada perdida de una judía inmigrante en Ellis Island, un niño mutilado.
Y además es arte, una especie de pictorialismo a la inversa, esto es, no en el sentido de que la fotografía se haga pintura sino en el de que la pintura se hace fotografía. Las imágenes de los hombres luchando con las máquinas se trasladarán luego a todos los murales modernistas del planeta entero.
dilluns, 25 d’abril del 2011
Donde la vida humana no vale nada.
La Casa Encendida alberga dos exposiciones de interés, una de Juliao Sarmento y otra del XIV premio de fotografía humanitaria Luis Valtueña, que otorga Médicos del Mundo. De Sarmento hablaremos otro día. El XIV premio reúne un puñado de fotografías impresionantes. El primer premio ha sido para Fernando Moleres que ha fotografiado la vida de los menores detenidos y presos en cárceles de Sierra Leona. Cada fotografía es como un manifiesto, cuenta una historia, es la puerta de entrada a un mundo inhumano, horroroso, casi incompresible para nosotros. 60 personas en unos metros cuadrados, un retrete para doscientas, jabón cada dos meses. Tiemblan los conceptos europeos de derechos humanos mirando esas miradas de los críos encarcelados.
Los otros galardones premian fotos del sicariato latinoamericano, del terremoto en Haití y de acompañamiento, quien tenga estómago, puede ver alguna imagen de la matanza de Srebrenica o del cementerio de cacharros de alta tecnología occidentales en Accra, Ghana. La serie de fotos de El País puede verse aquí. Es lo que se llama periodismo fotográfico de calidad. Las fotos de los sicarios, un oficio en alza que garantiza trabajo seguro (con miles de muertos por arma de fuego), altos salarios y una baja esperanza de vida en torno a los veintisiete años adquieren su sentido cuando se lee la historia que cuenta Javier Arencillas, el fotógrafo. ¿Cómo se hace uno sicario? Hay que pasar por una prueba inicial matando a alguien con cierto riesgo por poco dinero y asistir luego a los funerales para demostrar que nadie presenció el crimen. Después ya se puede matar por orden y contra pago.
Las fotos de Haití, de Ricardo Venturi, de gran belleza, abordan el mismo tema: la vida humana allí donde la vida humana no vale nada.
diumenge, 10 d’abril del 2011
Las fotografías de Juan Rulfo.
Con motivo del 25º aniversario de la muerte de Rulfo se ha publicado un libro (Juan Rulfo, 100 fotografías de Juan Rulfo. Editorial RM, 2010, al cuidado de Andrew Dempsey y Daniele De Luigi), con una selección de 100 fotos suyas, y la FNAC de Madrid exhibe una selección de 25 de esa selección de 100. Exhibir es un verbo impropio dado que el comercio expone las 25 piezas en una salita habilitada también para lectura de libros, revistas, comics, etc y los abundantes lectores no dejan ver las fotos.
De todas formas es una buena ocasión para dar un repaso a ese extraño genio quedo que fue Rulfo, el breve autor de una sola novela y un solo libro de relatos, traducidos a muchos idiomas y de quien todo el mundo se hace lenguas como uno de los grandes de la literatura mundial. Y con razón.
Rulfo parece haber dedicado la mayor parte de su vida a la fotografía. Dejó un legado de unos 6.500 negativos aún por clasificar. Estudió el arte, la practicó, intento establecerse profesionalmente en relación al mundo del cine y la fotografía. Seguramente se consideraba fotógrafo. Tenía amistad con Cartier Bresson, que anduvo mucho por México, y muestra una gran influencia de los maestros estadounidenses de la generación anterior, Paul Stieglitz, Paul Strand, Charles Sheeler o Edward Steichen. Una fotografía seria, realista y, al mismo tiempo, trascendental, simbólica en la que las imágenes no se quedan en sí mismas sino que hablan, son la congelación de un relato que sigue fuera de ellas mismas. Edificios, retratos, paisajes, costumbres son los temas más repetidos. No hay escenarios. Es la realidad por la que pasamos y de la que retenemos retazos visuales que pertenecen a otras historias.
El resultado de tanto afán no va muy allá. Las fotos de Rulfo son muy buenas pero ni por la calidad técnica ni por su contenido alcanzan los niveles de su obra narrativa. Entonces ¿por qué obstinarse en ser aquello para lo que se vale menos? No es infrecuente que la gente equivoque su vocación. En realidad es una queja habitual. No obstante, tengo la impresión de que, en el fondo, Rulfo siempre se vio como un literato, como un novelista que se valía de la fotografía para ambientar sus relatos. O sea, un novelista fotógrafo antes que un fotógrafo novelista. Porque sus fotos se entienden mirándolas con los ojos de quien ha escrito El llano en llamas o cualquiera de las otras historias, que son igual de buenas, algunas incluso mejores que aquella, pues eso ya es cosa de variantes en los gustos. Mi cuento preferido es ¡Diles que no me maten!.
No las fotos, no, sino su literatura, muestra la mano de un genio. Para los que confían más en el principio de autoridad, recuérdese que Jorge Luis Borges o Gabriel García Márquez, hablan de él con veneración rayana en la idolatría. Con fundado motivo porque su influencia está patente en ellos. Como lo está en todo el llamado realismo mágico. En Cien años de soledad está presente el espíritu de Pedro Páramo o sea, el de Juan Rulfo porque en la literatura de éste la perspectiva es cambiante. Los relatos pueden estar en la de las distintas personas del verbo y dentro de un mismo relato. El cambio más frecuente, de la tercera a la primera, lo que hace que Páramo sea tan Rulfo como Rulfo Páramo. Esa alternancia junto a la habilidad para mezclar pasado, presente y futuro a través de la memoria de los personajes que van y vienen por sus vidas situándose, por ejemplo, en un futuro del que el presente en el que estamos es un remoto pasado, son rasgos distintivos de una forma de escribir que es literatura en estado puro.
Rulfo escribe como el que llueve. Todo lo que toca su palabra, como todo lo que moja la lluvia, cambia de color, de tacto, de aroma, se hace suyo, de Rulfo. Hay un México de Rulfo de raíces agrarias e indias revestidas de mundo moderno. Y en ese México está muy presente la muerte, vista como un avatar de la vida, muchas veces descontada, muerte por encargo, sobrevenida o largo tiempo esperada. Eso es narración de lo indecible. Y ese es el genio de Rulfo. Sólo Bolaño, me parece, otro escueto, ha dado similar sacudida a la literatura. No son nombres de relumbrón, pero su savia nutre el inmenso jacarandá de la literatura de un continente.
(Las imágenes, sacadas del libro son: la 1ª, Plantación de magüeyes y la segunda Barda tirada en un campo verde)
dissabte, 26 de març del 2011
Fibra de mujer.
Magnífica exposición en el Thyssen y Cajamadrid titulada Heroínas. Casi todo cuadros con dos o tres esculturas, alguna impresionante como ese prodigio de bronce alado que es la Iris de Rodin. Predomina la pintura y toda sobre mujeres con un motivo común, según lo expresa el comisario, de presentarlas como seres fuertes, activos, hasta dominantes, autónomos, lejos de la imagen de la mujer sumisa, amante, esposa, madre. Y ciertamente es un punto de vista de interés. Para ello ha llegado a extremos difíciles. Por ejemplo, en el grupo de cariátides, esto es, mujeres como columnas o bases de apoyo, mujeres recias que aguantan duras tareas, incluye una campesina de Bouguereau, que ya tiene mérito con lo cursi que era el autor que ha dejado decenas de mujeres de una afectacion que hace daño a la vista. El hecho de que la campesina esté afilando una guadaña daría que pensar que los estereotipos de Bouguereau lo llevan a identificar a la mujer con la muerte, como si fuera Schopenauer. Pero probablemente es una exageración.
Los grupos en que se ha clasificado la imagen de las mujeres son muy ilustrativos: magas, amazonas, místicas, lectoras, ménades, atletas, etc. y están muy bien. Circe cuenta con varias representaciones: se encuentra la de Dossi, que tiene un equilibrio de colores único y la de Waterhouse, que es una delicia para la vista. Hay una Medea aunque no especialmente terrible. Es casi como si se tratara de pasar por encima del incómodo hecho de que gran parte de estas condiciones activas de las mujeres, sus iniciativas, no son autónomas, sino reflejo de su relación con los hombres. Todas las brujerías de Medea se hacen a causa de Jasón. Y Circe, igual que Calipso, cede ante Odiseo
En otras actividades las mujeres parecen más autónomas. Pero si se escarba un poco, el asunto no está tan claro. Por ejemplo hay un par de versiones de la leyenda de Atalanta e Hipómenes. Es imposible no quedarse alelado mirando la de Guido Reni, en la que se ve a Atalanta volviendo sobre sus pasos para recoger las manzanas de oro mientras Hipómenes pasa raudo. Atalanta representa la total independencia de la mujer que es igual o superior al hombre... y es castigada por ello con una vil engañifa ideada por otra mujer. Y este es el nudo de la cuestión a mi entender en la exposición: hay mucha interpretación de mujeres hecha por hombres lo cual es determinante.
Queda un campo en el que la actividad de las mujeres prescinde por entero de la visión masculina, que es el del autorretrato. Mujeres con mirada de mujeres que hacen ese milagro de todos los autorretratos cuando entramos en su campo de visión de mirarnos con los ojos de la artista a través de los de su imagen. Y ahí es donde se atisba el fondo del alma de la pintora en ese deseo de comprenderse a sí misma que es igual al de los hombres porque, digan lo que digan Schopenauer y sus precedentes y consecuentes, somos iguales siendo distintos.
Nada de esto afecta al célebre autorretrato de Artemisia Gentileschi como alegoría de la Pintura con esa perspectiva en picado y ese gesto de la artista de estar pintando fuera del cuadro, de donde proviene la luz que la baña literalmente, la ilumina, la inspira, la arrebata, la posee casi como a una Dánae, pero no quiero ser inconveniente.
Se encuentran también bastantes piezas modernas. Hay una Santa Teresa de Abramovic que impresiona por tomarse lo de los pucheros a la tremenda y una serie de fotografías de mujeres levitando de Julia Fullerton-Batten que es de lo más extraño que he visto nunca. También hay algo de arte de vídeo que no es de lo mejor, lo cual no es para enfadarse. El arte del vídeo es dificilísimo. He visto mucho y no recuerdo nada que me haya parecido en verdad bueno. Pero eso puede deberse a mi desconocimiento. También hay volúmenes sorprendetes, como un bronce de mujer sobre una pira hecha con leña de verdad, con trozos de encina de esa que arde con la fuerza de siglos.
La exposición está hasta junio y merece la pena acercarse. Ya la merecería sólo el contemplar la Ifigenia de Feuerbach, recostada sobre un parapeto y mirando el mar Egeo por donde supone que algún día le llegará la salvación y el retorno a casa, pero no sabe cómo ni cuándo.
dijous, 24 de setembre del 2009
La afuereña en la Gran Manzana.
La fundación Mapfre tiene una exposición de la fotógrafa austriaca nacionalizada estadounidense Lisette Model en su galería de Azca que merece mucho la pena ver. Es parte de la fabulosa colección de fotos de autor del siglo XX que tiene la aseguradora y que documenta los años más tumultuosos, interesantes e innovadores de este arte en los Estados Unidos a lo largo del siglo XX. Una colección única con obras de Evans, Strand, Arbus, Steichen, Stiglitz, Weegee, Winograd, Friedlander y otros que son un verdadero fondo para el conocimiento de la historia, la sociología, el arte, la vida misma de este país. Sobre todo concentrada en la ciudad de Nueva York, pero no sólo porque se extiende off limits hasta llegar a la costa Oeste y documenta momentos especialmente interesantes como el New Deal.
Lisette Model, nacida Stein de padre judío vienés que pronto se cambió de apellido y madre católica en familia muy acomodada, se había orientado primero en la vida hacia la música, habiendo sido estudiante de Schönberg pero los avatares de la existencia, la historia centroeuropea, el ascenso del nazismo y otras circunstancias, la obligaron a cambiar sus proyectos y orientarse hacia la fotografía con un éxito que por entonces (años treinta a los cincuenta del siglo XX) no estaba al alcance de muchas mujeres.
Empezó en Niza, en donde se instaló con su madre antes de dar el salto con su marido a Nueva York y allí hizo aquella famosa serie La promenade des anglais, esos retratos de una aristocracia hastiada, que paseaba su spleen por la Riviera y contemplaba el mundo como si no tuviera que ver con ella. La guerra, la posguerra, los enfebrecidos años veinte, la crisis, el ascenso del nazismo, todo realidades palpitantes que acabarían dejándola fuera de la historia, como en una vitrina que es donde Model la fotografió como un documento de sociología de época.
Pero el giro más agudo se daría con el paso a los Estados y el encuentro con Nueva York, seguramente la ciudad más fotografiada del mundo. Como todos los de su profesión, Model tenía una irresistible tendencia a hablar y reflexionar sobre su oficio sin decir gran cosa que merezca la pena recordar. Y eso que hacia los años cuarenta la contrataron como profe de fotografía en la New School for Social
Research que era el lugar que pusieron en pie los exiliados alemanes de la Escuela de Frankfurt y en donde contrataban a todos los rojos germanohablantes. No es que Model lo fuera en demasía (roja, digo), pero sí lo suficiente para que se viera obligada a andarse con cuidado con el Comité de Actividades Antiamericanas del senador McCarthy. De hecho, aunque mantuvo su colaboración con Harper's Bazaar, otras publicaciones, como Life, le hicieron el vacío.
En aquella escuela formuló la única teoría fotográfica que merezca la pena escucharle, al margen de sus otras consideraciones un poco acarameladas sobre el instante fugaz, el ojo de la cámara, el momento inaprensible que es pábulo común de los fotógrafos. Dicha doctrina es muy breve, como todo lo bueno, y se resume en una recomendación que yo extendería a todas las actividades artísticas: "fotografía con las tripas". Si señor: pinta con las tripas, esculpe con las tripas, escribe con las tripas. O sea, sé auténtico, sincero, espontáneo, directo.
Así son las fotos de Model de aquellos años: la serie de bañistas de Coney Island o la muy curiosa de los "pasos a la carrera" principalmente en la calle 42 y en donde se puede intuir la sorpresa que a la vienesa acomadada pasada por Niza causó la llegada a la febril actividad de Manhattan, cuyo espíritu supo también captar con la serie de los reflejos, composiciones complicadas con diversos equilibrios y que tan bien traducen el espíritu neoyorquino porque mezclan los aspectos humanos, cotidianos, existenciales con las líneas, ángulos, perspectivas de la arquitectura neoyorquina, única en el mundo.
Aunque la exposición contiene sólo una ínfima parte de la obra de Model es suficiente para que los amantes de la Gran Manzana pasen una hora deliciosa.
divendres, 7 d’agost del 2009
La realidad es surrealista.
Dentro de su plan de exposiciones de fotografía, la fundación Mapfre alberga una muy interesante de la obra de Graciela Iturbide. Esta fotógrafa mexicana de esclarecido apellido tiene un ojo para captar el significado o simbolismo de la realidad que encandila; sobre todo de la realidad de su país que ha trabajado con espíritu de antropóloga investigadora (si bien su formación es en una escuela de artes cinematográficas) y método de "observación participante".
Discípula de Álvarez Bravo, el fotógrafo de Eisenstein y Luis Buñuel, ha desarrollado un programa iconográfico que trata de revelar el significado profundo de la cultura precolombina y su huella en la cultura posterior sincrética con la tradición colonial española. El resultado de esta orientación es su búsqueda permanente del motivo de la muerte en las más diversas manifestaciones de la vida mexicana, como puede observarse en ese curioso retrato de una novia de la muerte que ilustra la cubierta del cuaderno de la exposición. Obsérvese asimismo que la persona fotografiada es, a todas luces, un hombre, lo cual nos conduce a otro elemento muy característico de la obra de Iturbide, en concreto el disfraz, el carnaval, el travestismo.
Con ese mismo ánimo Iturbide ha hecho fotografías que son hoy elementos simbólicos de universal aceptación. A raíz de la muerte de una hija muy pequeña y gracias al apoyo del Instituto Nacional Indigenista de México, la fotógrafa se sumergió en el estudio y el reflejo de las culturas específicas de ciertos grupos humanos como los indios seris del desierto de Sonora, los zapotecas del istmo de Tehuantepec parte de los cuales singularizó como las "mujeres de Juchitán", en Oaxaca. Una de ellas es esa fabulosa Nuestra señora de las iguanas sobre la cual se ha especulado abundantemente quien para hablar de la fuerza de la imagen femenina, vinculándola a la idea del carácter "ctónico" del que habla Camille Paglia como el elemento determinante de la naturaleza femenina, quien para acordarse de la Medusa mitológica con sus cabellos de reptiles o para enaltecer el elemento sincrético de la imagen.
El surrealismo que, según André Breton, está en la realidad misma de México es un elemento distintivo de la obra de Iturbide y no solamente en trozos o aspectos de ésta que estén, por así decirlo, "oficialmente" conectados con el surrealismo como, por ejemplo, en el trabajo que hizo por encargo de fotografiar el baño de Frida Kahlo, cerrado por orden de su marido Rivera desde el fallecimiento de aquella en 1954 y en el que destacan piezas muy curiosas, imposibles de olvidar, como el retrato de Stalin que Frida tenía siempre delante y sobre el que reposa el par de muletas de que la pintora se servía o la desnuda toma de su arnés clavado en la pared, como si del de una caballería se tratara. Todas las fotos en busca de los elementos folklóricos y culturales de México en las que figura la muerte en forma de distintas variantes de la clásica calavera catrina, de José Posada, pertenecen a este territorio de un modo muy evidente. Pero también lo hacen otras imágenes que Iturbide ha fijado en varias partes del mundo, por ejemplo en una viaje a la India, del que trajo una serie de tomas en las que late siempre el elemento surrealista por muy ejemplar que sea la fotografía original. La que aquí se reproduce es una imagen tomada en el cementerio de Dolores Hidalgo, en Guanajuato, y recuerda de forma inmediata alguna de las escenas de Los pájaros, de Alfred Hichtckok.
La obra de Iturbide cuenta ya con reconocimiento internacional, justa contraprestación a su gran capacidad para sintetizar y trasmitir los elementos más autóctonos de la cultura de su México natal pero vistos con los ojos de una mujer criolla y refinada.
De esta vocación y preocupación vital proceden algunas de las fotografías más famosas de México. A eso mismo obedece la celebérrima imagen del cartel publicitario con la améndola de la virgen guadalupana, emblema tan nacional mexicano como el águila devorando la serpiente sobre un nopal. Falta la imagen de la Virgen propiamente dicha sustituida por esa especie de poste como si fuera una abstracción de Chirico en representación de las divinidades precolombinas, desplazadas por la colonización católica española. Las dos yucas del primer plano dan a la imagen gran fuerza y profundidad permitiendo una especie de confusión magriteana del segundo plano fotografiado con el natural.
Cambiar en estos días de agosto el sol ardiente de Madrid por las soledades agostadas del desierto de Sonora en las imágenes de Iturbide es una curiosa y sedante experiencia. Ciertamente, toda la exposición lo es.