¡Qué señora! ¡Qué gran señora! ¡Qué artista! La Fundación Mapfre tiene
una colección de fotografías impresionante. Ahora expone unas doscientas fotos
de Imogen Cunningham (1883 - 1976) muy representativas del conjunto de su obra.
Para corroborarlo, basta ir a la página de Photo Liaison dedicada a Imogen Cunningham, en la que se encuentran unas mil
fotos más. Por cierto, una visita muy recomendable. Hay obras maravillosas.
Predomina la gama de grises en un 95%. La artista permaneció fiel al blanco y
negro de su formación toda su vida. Escasísimo uso y no muy afortunado del color,
salvo alguna poderosa excepción, aquí expuesta, por ejemplo, la foto de unos
huevos que invoca de golpe las manzanas de Cézanne.
Imogen Cunningham se agarró a una cámara de niña, alentada por su padre
(de quien tiene retratos fantásticos) y solo la soltó para morir nonagenaria.
Se formó en el pictorialismo de Alfred Stieglitz, a quien también retrató, pero
su estancia en Alemania en los años veinte la convirtió a la Nueva
Objetividad, esa Neue Sachlichkeit que los alemanes están tratando
ahora de rescatar, y así volvió a su patria, haciendo causa común en el
movimiento con Ansel Adams y Edward Weston. Ese espíritu de nueva
objetividad es probablemente el responsable de que Cunningham pasara por
los tumultuosos años treinta y cuarenta en los Estados Unidos sin que los temas
sociales dejaran huella en su obra. Es como si la Gran Depresión no hubiera
existido, ni tampoco los años locos del desarrollo. El único espíritu social
introducido como de polizón en sus últimos tiempos fue el hippy.
Testigo, el famoso autorretrato en que aparece con el símbolo de la paz, esa
especie de runa dentro de un círculo.
Cunningham es una exquisita fotógrafa dominada por sus temas. Esta
concentrada en tres o cuatro y todos ellos de plano corto. Nada (o muy poco) de
marinas, montañas, cielo abierto, paisajes, ni siquiera urbanos, tipos
característicos, parques o rascacielos. Todo retratos. De personas y de cosas,
eso que llaman "naturalezas muertas", aunque estén vivas. Entre las
cosas, especialmente las plantas; y, entre las plantas, las suculentas. Su arte
es un golpe de vista, la sorpresa de una composición. Pasó los años veinte y
treinta fotografiando agaves, cactus, dracenas, sansevierias, ficus, plantas
lustrosas, carnosas, con pinchos, agujas, tiesas, fuertes que encuadraba con
arte consumado, consiguiendo imágenes de extraordinaria y explosiva belleza.
El amor por las suculentas se traslada a los retratos de los años
treinta y cuarenta, entre los que destacan los desnudos. De mujer y de hombre.
Los masculinos, una audacia para el tiempo, parecen más rebuscados, pero los
femeninos son estupendos. Hay como una traslación de las formas vegetales de
las suculentas a los poderosos senos, las curvas turgentes que con frecuencia
no tienen rostro o lo ocultan. Los desnudos de mujeres grávidas con sus senos
crecidos son especialmente llamativos.
En los años cincuenta y sesenta, ya mayor y plenamente reconocida, está
en alta demanda como retratista. Trabaja para Vanity Fair y retrata a un
montón de gente famosa. Esta pintora fotógrafa que se había obstinado en
detenerse a contemplar la realidad que la rodeaba, tomándola por partes, por
piezas, por plantas, por personas y recomponiéndola con una nueva estética
(esos desnudos compuestos como escaleras de caracol) se enfrenta a sus contemporáneos
y nos transmite su impresión de ellos. De estos hay bastantes en la exposición,
de muy distintas andaduras de la vida, pero todos vistos a través de una
lente muy peculiar. Hay pintoras como Frida Kahlo, actores como Cary Grant,
arquitectos como Alvar Aalto, fotografos como Man Ray (por cierto, con una
curiosa composición manrayana), bailarinas como Martha Graham,
escritores como Gertrude Stein. Fotografió a mucha más gente, compositores como
Darius Milhaud, otros escritores, como Stephen Spender o Sherwood Anderson y
hasta políticos como Herbert Hoover.
También se autorretrató mucho. Incluso de muy mayor ya. En la
exposición hay algunos autorretratos sorprendentes porque no se representa ella
misma, sino su sombra o su reflejo o su silueta en penumbra. Parece que tardó
en descubrirse.
Una exposición muy notable. Y vacía.