La sesión de control del gobierno tiene algo de oficio litúrgico. Rajoy acude sabedor de que no precisa convencer a nadie de nada porque, diga lo que diga, tiene la mayoría absoluta segura. En consecuencia, no dice nada y, además lo hace en una actitud displicente para poner de relieve que, si da explicaciones, es porque es un caballero y no porque lo necesite para sobrevivir parlamentariamente. Se ha encargado de defender lo más indefendible: el recorte de las pensiones. Y lo ha hecho con una retórica cantinflesca para colar que los recortes, en realidad, son aumentos. Si alguien no cree lo anterior solo tiene que leer y escuchar al propio Rajoy. Aquí no nos inventamos nada.
Fuego graneado cayó también sobre el ministro Wert, el que se crece con el castigo y a estas alturas debe de ser ya un gigante Culiambro. Su actitud es calcada de la de su jefe Rajoy, incluso lo supera y sin duda por eso es el ministro peor valorado del gobierno siempre. Consiste en sostener imperturbablemente que la realidad no es la que es sino otra que él tiene en la cabeza. La nación catalana está en pie de guerra, redoblan tambores independentistas, se rememora la Batalla de Inglaterra (frente a los nazis, recuérdese), los hijos de Cataluña acuden a la llamada de la Patria, avasallada en aquello que los catalanes más veneran: su lengua. Imperturbable, contra toda evidencia, Wert sostiene que su proyecto no relega el catalán en la escuela. Pero hasta él se habrá dado cuenta de que su ley no va a aplicarse y que se enfrenta a una desobediencia civil masiva. Y más aun, ha conseguido dar forma a un gobierno de coalición de las dos fuerzas soberanistas que, de no haber sido por sus provocaciones jamás se hubiera producido, dada la distancia entre CiU y ERC.
Esa de enfrentarse a sus administrados en masa es una característica de los ministros de Rajoy. El de Justicia no va en zaga de Wert. Tiene enfrente a todas las profesiones jurídicas, jueces, fiscales, abogados, secretarios de juzgados y, desde luego, a una gran mayoría de los justiciables. Pero, al igual que Rajoy o Wert, tampoco Gallardón se siente obligado a dar explicaciones o justificar sus reformas. Al contrario, se limita a insultar a los jueces o a tratar de enemistar a unos estamentos con otros en un juego de dobleces lamentables. Así, dice que los jueces protestan por la paga extraordinaria perdida y unos días de vacaciones suprimidos, cosa que los indigna. E insinúa luego que fueron ellos quienes le pidieron las tasas para financiarse suculentos planes de pensiones. El juego, como se ve, es realmente sucio.
Entre lo que los gobernantes dicen y lo que hacen media un abismo. Pero, además, no les importa. No se habla para convencer sino de forma litúrgica, por cumplir un rito en el proceso de manifestación del poder.
Del otro lado, el de la oposición socialista, el hecho genera el dicho. Rubalcaba se ha comprometido a reconstruir el Estado del bienestar que el PP ha desmantelado. Ya era hora de que dijera algo así. Es lo que hizo también hace unos días Tomás Gómez cuando se comprometió públicamente a devolver a lo público todo lo que la derecha privatice en Madrid en materia de sanidad. Rubalcaba habla ya de todo el Estado del bienestar y, en efecto, eso es lo primero que debe manifestar un partido de izquierda: que revocará todas las medidas del PP que desmantelan el Estado del bienestar. Si pretende ganar las elecciones, claro. Eso es lo que la gente quiere oír: que se devolverá al común lo que le haya sido expoliado.
Ahora bien, no acaba aquí la tarea de la izquierda sino que esa intención general debe especificarse pues no basta decir lo que se quiere hacer sino que hay que mostrar cómo. Cómo va a hacerse público de nuevo lo que se haya privatizado; cómo se va a reducir o incluso suprimir la financiación privilegiada de los centros educativos privados en detrimento de los públicos y estos volverán a ser atención prioritaria de los poderes públicos; cómo van a restablecerse las dotaciones presupuestarias de atención a discapacitados y dependientes; cómo se revalorizarán las pensiones en justicia y no solo por los futuribles de Rajoy... En resumen, una alternativa que especifique ingresos y gastos y aclare igualmente como se dejarán sin efecto las reformas oscurantistas de carácter ideológico.
Construir una alternativa, vaya.
(La imagen es una foto de La Moncloa, bajo licencia Creative Commons).