Treinta años después. ¡Cuánta nostalgia! parecen decirse las maltrechas huestes socialistas ¡Qué jóvenes éramos entonces! ¡Qué bien lo hicimos todo! Franco nos lo había puesto a huevo y los franquistas estaban huidos, escondidos en sus madrigueras. No como ahora, que vuelven a gobernar. ¡Qué grande fue Felipe! ¡Qué adelanto experimentó España con su mandato! Bueno, con su mandato y un contexto internacional muy favorable. Porque Felipe no solo tenía carisma, sino que contaba con a simpatía circundante para sacar a España de la letrina cuartelaria con olor a sacristía en que la tenía la derecha. Poseía el andaluz tanto carisma que todavía le dura. Hasta el extremo de que, a día de hoy, tiene más que el frustrado Zapatero y el deslucido Rubalcaba juntos. Por eso este acto de homenaje al líder, frisando el culto a la personalidad más camp que quepa imaginar, está muy justificado. La escenificación ha sido magistral. Predominio del rojo. No se repite el lapsus freudiano de algún último acto multitudinario del PSOE teñido de azul gaviota que solo podía apuntar a las afinidades electivas de Rubalcaba con los del otro lado. En el escenario, unos cómodos sillones, una intimidad multitudinaria, una cercanía acogedora ante la muchedumbre. Línea directa de mando: de Felipe a Rubalcaba en un acto de unción simbólica del que ha desaparecido el amargo interregno zapateril y el propio Zapatero, relegado al desván de los recuerdos dolorosos. Rubalcaba fue ministro con los dos, con Felipe y con Zapatero. Pero de lo que se trata aquí es de enfocar el 30º aniversario y la translatio imperii en la figura de Rubalcaba.
Está bien esto de recordar fastos y esconder nefastos. Es una costumbre que arranca de la Roma imperial y siempre da buen resultado... salvo que tenga competencia. Porque el homenaje a Felipe y la consagración de Rubalcaba según los ritos de la ciudad antigua se ha visto deslucido por dos poderosos aldabonazos en la conciencia de la militancia socialista, de siempre más radical que su dirigencia.
El primero es la jornada de lucha por la sanidad pública y la manifa de los discapacitados en Madrid. Hoy la acción estaba más que nunca en la calle, en pro del Estado del bienestar que esta panda de mercenarios de la derecha pretende apropiarse para enriquecerse ellos mismos y sus parientes, amigos y enchufados a golpe de decreto y de imposición. Tiene gracia que los sociatas se reúnan a celebrar el recuerdo de sus gorias antañonas, cuando ponían los cimientos del Estado del bienestar que estos neofranquistas están hoy desmantelando y no se les ocurra siquiera no ya ir a las manifas en su defensa, sino enviarles un recuerdo y un mensaje de apoyo. Tenía razón Rubalcaba hace unos meses: no fueron capaces de pinchar la burbuja en su día. Y no lo fueron porque vivían en ella. Y en ella siguen. Según el crítico Palinuro en su entrada de ayer, dedicados a la meditación zen.
El segundo es el sondeo de Metroscopia de El País de hoy en el que se certifica que prosigue el hundimiento de los dos grandes partidos. El PP pierde 13,3 puntos (pocos me parecen) y se queda en un magro 31,3% en intención de voto y el PSOE pierde 6 puntos y se queda en 22,7% que debe de ser la cota más baja jamás alcanzada. Frente a estos datos de feroz granito, las oriflamas de vetustas batallas mueven a risa. El 85% de los ciudadanos desconfía tanto de Rajoy como Palinuro; o más. El 15% restante debe de estar compuesto por gente que no lo conoce o parientes suyos. Pero la valoración de Rubalcaba va a la par: el 81% no se fía de él. Empeñarse en conducir su inexistente proyecto a la victoria con un 81% de la opinión en contra es como querer destruir la muralla china con un destornillador. Y, pregunta Palinuro con su habitual tendencia a fastidiar: ¿qué resultados se obtendrían si Metroscopia, además de preguntar por Rajoy y Rubalcaba, preguntara también por Felipe y Aznar? ¿Hacemos apuestas? No tengo duda de que Felipe ganaría a Aznar y ambos dejarían por los suelos a sus dos segundones. El País podía intentarlo en el próximo sondeo solo por entretenernos y para dejar claro que, como en el famoso cuento de Henry James, una cosa es lo que hay y otra, the real thing.
Así que, en estas condiciones, el acto-homenaje (al que Palinuro se hubiera sumado de haberse planteado en términos menos repelentes) no es otra cosa que una escenificación de un acto fallido. El de ¡vuelve Felipe! que, como el de ¡vuelve Aznar! en la derecha, refleja el profundo sentir de esos entes magmáticos que son los dos partidos mayoritarios. Pero Felipe, como Aznar, no puede volver. Igual que no pueden hacerlo Arturo, ni Tupac Amarú, ni el Rey Sebastián, ni (gracias a los dioses), Adolf Hitler o el padrecito Stalin.
Está bien esto de montar espectáculos camp. Pero estaría mucho mejor que el PSOE renovara ya una dirección de la que la ciudadanía (entre ella, su propia militancia) no se fía, se remozara, rejuveneciera, saliera a la calle, se mezclara con la gente, se enterara de lo que sucede, de cómo la población está siendo agredida, reprimida, empobrecida, esquilmada, estafada (en parte por culpa directa suya), de cómo está reaccionando, y se hiciera visible en esta lucha que será la base de las decisiones que se tomen en las elecciones de 2015.