Insólito espectáculo, vive el cielo, la rueda de prensa del señor Trillo-Figueroa, don Mariano. De pronto surge de la nada mediática un señor ataviado como un héroe de Tarantino pero en obeso, toma posesión del micro y la pantalla y se pone a decir unas cosas como que el así llamado "El solitario", uséase, su cliente, según dice, se considera una especie de Curro Jiménez o Robin Hood y no sé si también del indio Gerónimo, el apache; que atracaba bancos para liberar al pueblo español, oprimido por ellos; y, a continuación, sin solución de continuidad, que en no sé qué año, la Guardia Civil mató a un pastor extremeño al confundirlo con él, y que el general Rodríguez Galindo y el señor Rodríguez Ibarra encubrieron el asunto.
Vamos a ver, que el pueblo español esté oprimido por la banca es bastante posible (algunos dirán que seguro) aunque eso de que atracando bancos y quedándose la pasta se libera al pueblo oprimido no encaja. Pero es que lo otro es directamente una calumnia, salvo que sea cierto el delito que se imputa. Pero no parece serlo porque en el año de marras, que ya parece haberlo comprobado el señor Rodríguez Ibarra, no murió pastor alguno en Extremadura. Y la pregunta obvia es: ¿se puede calumniar libremente a un representante popular y un alto funcionario a través de la televisión pública? Poder, en principio, se puede, pero ¿eso es legal o es a su vez un delito imagino que perseguible de oficio? Y es de oficio porque es inevitable ya que, si la acusación es cierta, hay que abrir un proceso para esclarecer el presunto homicidio y, si no lo es, hay que perseguir de oficio a quien hace la falsa imputación. Que a lo mejor la cambia, diciendo que no era un pastor sino un furtivo, por ejemplo.
En esos trances salta como el alacrán o el águila (no vaya alguien a acusarme de hacer metáforas impropias) el señor Rodríguez Ibarra y pide, creo, que dimita el Fiscal General del Estado y el baranda de TVE, asistidos ambos por el Jefe de informativos. El señor Rodríguez Ibarra es socialista de vieja data, con un socialismo más a la izquierda de la media del PSOE, presidente de la CA de Extremadura desde su fundación hasta hace escasas fechas, caracterizado barón socialista de contundente verbo y no menos contundente actitud frente a los nacionalismos de Galeusca (Galicia, Euskadi, Cataluña), ante los que defiende una unidad nacional española bravía, como corresponde a un extremeño. Extremadura es tierra de conquistadores y se ve como pilar de la Hispanidad. Por cierto, también el País Vasco. Cortés y Pizarro, los dos grandes conquistadores son extremeños, cierto, pero también hubo muchos vascos en la empresa imperial. Y uno que vale por todos: Lope de Aguirre. Pero, fuera de eso, el señor Rodríguez Ibarra es un socialista progresista que cree en la posibilidad de mejorar las condiciones de vida en nuestras sociedades con medidas de intervención pública, al estilo de las "obras públicas" del Estado del bienestar. Los críticos le achacan que, cuando tomó el mando de Extremadura, ésta estaba en los últimos puestos en todos los indicadores del Estado del bienestar y venticinco años más tarde, ahí sigue. Pero esto pertenece al terreno de la eficacia práctica, que no es lo mío aquí, sino a caracterizar al señor Rodríguez Ibarra como hombre optimista, que cree en la perfectibilidad de la gente y en el progreso. Que luego lo materialice o no es otra cuestión. Se me ocurre que es un poco como el Settembrini de La montaña mágica
Del otro señor, el de las acusaciones, Trillo-Figueroa, no sé nada. Hasta ayer ignoraba toda su portentosa vida. Al conocer mejor su biografía y percances, produce asombro saber que alguien que ha cumplido condena por narcotráfico pueda seguir ejerciendo como abogado. Se entiende que el tribunal que lo condenó no incluyó pena de inhabilitación o ésta se ha cumplido. Y se entiende también que el Consejo General de la Abogacía no considera que el comportamiento del señor Trillo-Figueroa merezca sanción alguna. Revolotean en torno al inverosímil personaje relaciones que pertenecen a lo más esperpéntico del ruedo ibérico. Ese otro abogado Menéndez, que parece un personaje como de copla de ciego y que anduvo metido en el horripilante asunto de la cinta de video contra Pedro J. Parece que el hermano de este Trillo, el ex-ministro de Defensa, no le habla hace veinte años. ¡Cómo será el amigo! Diz que de extrema derecha. Encima. Como no sé nada de él, le endilgo el papel de Naphta en la obra de Mann porque frente a Settembrini sólo puede haber un Naphta. Y así, los dos personajes sostienen el breve coloquio siguiente.
Settembrini. No es posible la existencia del mal en la sociedad justa del futuro, en que todos los hombres serán hermanos.
Naphta.¡Hermanos! Si te contara yo cómo me llevo con el mío...
Settembrini. Eso ¿me lo dices como Naphta o como Fiscal General del Estado?
Naphta. Eres un ingenuo por pensar que las instituciones, por el hecho de ser las tuyas, no iban a ir a lo suyo. Las instituciones las manejan hombres y los hombres son de la calaña que son.
Settembrini. Pero ¿cómo se puede calumniar a las personas (encima públicas) gratis desde la televisión pública? ¿No hay juste milieu en la TV o toda a favor del gobierno o toda en contra?
Naphta. Settembrini, no tienes arreglo, eso no es un delito; es simplemente trasmitir con fidelidad los desvaríos de un trastornado. Un hombre que se cree Curro Jiménez no está en sus cabales, como si se creyera Napoleón Bonaparte, vaya, que es un modelo de validez general. Y el que no está en sus cabales puede decir cualquier cosa.
Settembrini. El loco, sí, pero su abogado, no.
Naphta. Querido amigo: no es su abogado.
Settembrini. Más a mi favor, dos delitos: calumnia y suplantación de mandato.
Naphta. O ninguno: si el supuesto defendido está mal de la azotea, el imaginario defensor no anda mejor servido de juicio.
Settembrini. ¿Crees que va a pasar por demente ese narco de extrema derecha?
Naphta. Hombre, claro, méritos no le faltan. Pero te confieso regocijado que esa posibilidad ya estaba inteligentemente descontada en el planeo de la operación mediática del escándalo.
Settembrini. ¿Y merece la pena hacerse pasar por imbécil o loco para llevar a efecto un proyecto pérfido?
Naphta. Bueno, a veces uno se hace, a veces ya se es.