Ayer fuimos a ver la peli de Paul Leduc, Cobrador, In God we Trust en los cines "Golem" de Madrid. Me gusta el nombre de "Golem" y la leyenda del homúnculo. El caso es que la historia. protagonizada por Peter Fonda, Lázaro Ramos, Antonella Costa, etc está muy bien. La última vez que vi a Peter Fonda, el de Easy Rider, fue en una peli de Christopher Menaul, La pasión de Ayn Rand, con Helen Mirren (a la que han dado un óscar por interpretar a Isabel II) haciendo de Rand. Fonda interpretaba el desgraciado papel del marido alcoholizado y consentidor. Parece que, en su vejez, esté especializándose en este tipo de personajes decadentes y semirruinosos.
La peli es una historia perfecta y deliberadamente deslavazada que el director ha hilvanado a base de varios relatos de un mismo escritor, pero sin conexión entre sí. El resultado es un relato continental que sucede entre Nueva York, México D.F., Rio de Janeiro y Buenos Aires, caracterizada por un encadenamiento de actos de violencia gratuitos, sin sentido, que van in crescendo hasta una especie de apoteosis final que no cuento para no ir de destripaargumentos. No hay historia, no hay lógica, no hay narración propiamente dicha. Hay una especie de desconstrucción de la violencia sin sentido del mundo contemporáneo que está inserta en las relaciones sociales dominantes, las que todos conocemos, las que emergen todos los días en los noticiarios y en la prensa mundial y que no hace falta que nos expliquen. ¿Es necesario aclarar las relaciones de dominación de los EEUU sobre el resto de América, de los blancos sobre los negros en todas partes, de los hombres sobre las mujeres? ¿Hace falta decir que el capitalismo transnacional no tiene entrañas y explota sin piedad la riquezas ajenas, que los ricos oprimen a los pobres y les roban hasta los fetos, que los policías suelen ser asesinos, especialmente en los llamados países en desarrollo, pero no sólo en ellos, que los políticos son corruptos y los pobres insolidarios entre sí? No, ¿verdad? Por eso la peli prescinde de todo afán pedagógico y muestra la realidad como es una vez la ha desconstruido.
Corona la historia el símbolo de la violencia contemporánea por antonomasia y que tampoco declaro por la razón aducida más arriba.