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dilluns, 27 de juny del 2011

Carta abierta al Rey.

Por la retirada del Diccionario franquista de la Academia



Señor: el artículo 62, j de la Constitución Española dice que usted ejerce el "Alto Patronazgo de las Reales Academias", entre ellas, claro es, la de la Historia. No queda claro el alcance de esa expresión de "alto patronazgo" pero es de suponer que no será tan alto que no pueda ver lo que acaece en la tierra. Es de suponer asimismo que comportará una misión de velar por el lustre y el buen nombre de estas reales instituciones que para eso nacieron bajo la advocación de sus antepasados en el trono de España y para eso a su vez ellas dan "lustre" a la materia de la que se ocupan, sea la lengua, las ciencias morales y políticas, las Bellas Artes o la Historia. Y estará usted de acuerdo con nosotros en que según un principio de lógica universalmente admitido, nadie puede dar lo que no tiene. Lo deslustrado no puede dar lustre y la Real Academia de la Historia ha perdido el suyo.

Ese "nosotros" del párrafo anterior no es un plural mayestático como el que usted puede utilizar sino que se refiere a la colectividad de quienes componemos la página de Facebook Retirad el libelo franquista de la Academia, con 2.247 adhesiones hasta la fecha. En dicha página pedíamos que la Real Academia de la Historia retirara el Diccionario Biográfico Nacional por enaltecer la dictadura de Franco y que su director dimitiera. Elevamos una petición al Congreso solicitándolo. El Congreso detuvo el diccionario y obligó al nombramiento de una comisión de historiadores con inclusión de un independiente externo para revisar las entradas más claramente encomiásticas y hagiográficas de Franco y sus secuaces. Pero no pidió la dimisión del director de la Academia don Gonzalo Anes.

Sin embargo, en la página de Facebook arriba mencionada creemos que la primera consecuencia de la decisión de retirar el diccionario y enmendar la plana a unos historiadores y biógrafos que han actuado como sectarios debiera haber sido la dimisión del director de la casa en la que se ha perpetrado el desaguisado. Y ello no es un capricho de obstinación e injusticia de quienes son incapaces de entender los muchos méritos del señor Anes en otros momentos de su vida o bien tan inmisericordes que no les importe arruinar una reputación a causa de un accidente o error fácilmente enmendable. Nada de eso.

Desde el comienzo del escándalo de ese malhadado Diccionario, el señor Anes salió en defensa del producto y de los autores de las entradas ideológicas, minimizó las críticas, se mofó de los críticos, afirmó incluso con petulancia las virtudes del diccionario del que llegó a predicar las más absurdas como que su contenido se acogía al derecho a la libertad de expresión, sembró dudas sobre el compromiso democrático de quienes lucharon contra el franquismo. Es decir, desde el principio hasta el final, el señor Anes se ha hecho responsable del diccionario y, aunque haya acatado la decisión del Parlamento porque a la fuerza ahorcan, aún no se le ha escuchado una sola crítica al hacer de unos historiadores que faltaron tan clamorosamente a los deberes de su oficio.

Es evidente, por el comportamiento del señor Anes, que el Diccionario, lejos de ser una obra bienintencionada en la que se hubieran colado algunas erratas, formaba parte de un proyecto deliberado de re-escribir la historia de España en clave de los sublevados en julio de 1936, de los vencedores de la contienda civil y de los responsables de una dictadura que duró cuarenta años. En clave favorable, partidista. En clave de sectario de un régimen que muchos consideramos asesino y genocida.

Como sabe usted hace años que se ignora y aún hoy, con una Ley de la Memoria Histórica en vigor, sigue sin reconocerse enteramente el derecho a la memoria histórica de los descendientes de los vencidos en la guerra civil. En ese contexto es más que una broma de mal gusto, entra en la provocación pretender consagrar la memoria de los vencedores en un documento público sufragado con el dinero de todos; de los vencidos también. Al respecto, el Diccionario incorpora un atropello similar al del Valle de los Caídos, perpetrado medio siglo después. Y el responsable último de esa provocación es don Gonzalo Anes.

Por todas estas consideraciones solicitamos de usted que tenga a bien ejercer su facultad como Alto Patrono de la Real Academia de la Historia e indique a su director que interesa al buen nombre y lustre de la Academia su fulminante salida de un puesto que no ha sabido desempeñar.

(La imagen es una foto de Chesi - Fotos CC, bajo licencia de Creative Commons).

dimecres, 22 de juny del 2011

¿Por qué debe dimitir el director de la Real Academia de la Historia?

Por varias razones.

  • Primera. Por no hacer los encargos de las voces en una obra tan importante como el Diccionario Biográfico Nacional (DBN) con los debidos ecuanimidad, celo y objetividad, sino guiándose por criterios de amiguismo y fulanismo.

  • Segunda. Por no haber vigilado, controlado y filtrado los trabajos que se le entregaban de forma que el DBN se imprimió sin que el director de la Academia, según propia confesión hubiera leído las entradas más delicadas, como la de Franco.

  • Tercera. Por haber hecho una chapuza en su conjunto en la que no sólo está mal la entrada de Franco sino prácticamente todas las relativas a la guerra civil y la transición lo que revela que no se trata de errores sino de un intento deliberado de falsear la historia de España hecho por... "historiadores".

  • Cuarta. Porque mintió a la opinión pública cuando dijo que la entrada sobre Franco la había pedido para sí el franquista Luis Suárez siendo así que éste asegura que fue la propia Academia la que se la encargó.

  • Quinta. Porque, en su intento de salvar su pellejo como incompetente director de la Academia, recurrió a argumentos falsos y sofistas pensando, probablemente, que estaba dirigiéndose a un auditorio de imbéciles, como que en la Academia no se censura a nadie o que el DBN es un monumento a la libertad de expresión, como si un diccionario fuera un panfleto o una obra de debate.

  • Sexta. Porque hundiéndose más y más en la inmoralidad, Anes pretendió mancillar el honor ajeno para salvar el propio, que ya no tiene salvación, a base de decir que todo el que juró obligado fidelidad a los principios fundamentales del Moviento Nacional en tiempos de Franco fue colaboracionista cuando es obvio para quien actúe de buena fe que sólo los juramentos voluntarios obligan, como también obligan las adhesiones igualmente voluntarias y sin juramento que se hagan muerto el dictador; por ejemplo, la del propio Anes y otros franquistas ladinos que han intentado engañar a la gente de forma tan tosca.

  • Séptima. Porque, engallado como todos los franquistas cuando creen que pueden quedar impunes en sus fechorías, se atrevió a descalificar como inquisitoriales a los ciudadanos que tuvieron la conciencia y el coraje cívico de manifestarse frente a la Academia en demanda de una rectificación.

  • Octava. Porque, par dessus le marché ha hecho declaraciones machistas que ha puesto a diversos colectivos en pie de guerra que asimismo exigen su dimisión. Es bastante probable que, si se leen con atención las declaraciones de Anes, no contengan esa carga machista sino que la expresión que utiliza de "por desgracia" tratara precisamente de que no sonaran machistas. Es muy posible. Pero, llegados a este punto en que todo lo que este hombre dice se mira a la luz de su inaceptable comportamiento y en que no se ha molestado en desmentir ese supuesto machismo, ésta es una nueva carga para él.

  • Novena. Por hacer el ridículo. El ridículo más completo, absoluto y carpetovetònico que quepa imaginar. Según tengo entendido, Anes presentó los veinticinco primeros volúmenes del DBN con pompa y boato borgoñones, flanqueado por dos ilustres hispanistas anglosajones y en presencia de los Reyes de España, es decir, hizo el ridículo por partida doble: quedó como un patán a ojos de los Reyes y como un español chapuzas a ojos de los anglosajones.

    Podría aducir más razones de por qué Anes no debiera seguir siendo director de nada en España pero con las citadas habría de bastar, a mi modesto entender, para que se fuera a su casa y no saliera de ella en una temporada. Lo suyo no ha sido un error o un despiste sino un acto deliberado de mala fe de falsear la historia de España para engañar a sus coetáneos (que han financiado su bodrio) y a las generaciones futuras. Lo que se dice una persona indigna. Para firmar:

    Por la retirada del Diccionario franquista de la Academia

    (La imagen es una foto de FDV via Wikimedia Commons).

dissabte, 18 de juny del 2011

Recapitulación sobre el Diccionario franquista.

Han pasado veinte días desde que la Real Academia de la Historia presentara con pompa y circunstancia los veinticinco primeros volúmenes del Diccionario Biográfico Nacional (DBN). En ese mismo instante, oh manes de la época, el diario Público revelaba que el tal DBN era una pieza de propaganda franquista, según la cual el dictador no fue un dictador y mucho menos, totalitario. En esos veinte días Palinuro ha colgado nueve entradas sobre el asunto y ha escrito una carta abierta al señor Gonzalo Anes; igualmente ha iniciado una causa pública en Facebook titulada Retirad el libelo franquista de la Academia que, a día de hoy, cuenta con 2.028 adhesiones. Esa página de FB presentó una petición en el Congreso de los Diputados reclamando que se retirara el diccionario y dimitiera Gonzalo Anes. Además se remitieron copias a la propia Academia de la Historia. Y no sólo Palinuro: historiadores, intelectuales, políticos, personalidades de todo tipo alzaron sus voces contra el bodrio. Nadie salió en su defensa, salvo Anes y los autores de las fechorías.

Anes ha pasado de reírse de las críticas a aceptar que tiene que reformar el Diccionario y todo entreverado con un argumentario tan lamentable que sonroja reproducirlo. Empezó asegurando que el biógrafo de Franco, Luis Suárez, era liberal, se lo quitó luego de encima afirmando que fue el propio Suárez quien pidió hacer el panegírico de Franco, cosa que aquel niega. Se zambulló después en la demagogia diciendo que la RAH no censura y que el diccionario de marras es un monumento a la libertad de expresión, como si la historia no fuera la historia sino una tertulia de radio. Cualquier cosa con tal de no dimitir. Por último tragó que había que reformar pero ¡puso condiciones! Se reformaría la versión online por entonces en proyecto, pero no la de papel, salvo en sucesivas reediciones. Es decir, en el fondo, seguía riéndose del personal.

Tras la intervención del Parlamento es de suponer que esas condiciones no operen y la risa se le haya cortado. Se revisa el DBN en papel y virtual y no se distribuye la obra en tanto no estén hechas las correcciones. Es de esperar que esto sea así porque el franquismo es una perversión moral de carácter crónico en quien la padece que no renuncia jamás a su empeño. Y lo primero que ha de quedar claro es que la corrección o verificación tiene que hacerla un equipo de historiadores ajenos a la RAH, no una comisión de ésta.

¿Por qué? Porque lo que se ha manifestado en este zafarrancho es que las falsedades que contiene el DBN no son erratas ni errores ni despistes de nadie sino que responden a un intento deliberado de falsear la historia de España al modo en que el Buró Político del Partido Comunista (soviético, español, daba igual) reescribía la del comunismo según el criterio del mandamás de turno o como actuaba el ministerio de la Verdad en el 1984 de Orwell, encargado de hacer pasar por verdad la mentira. Un intento deliberado del primer gobierno de Aznar con Aguirre como ministra de Cultura, encomendado a la RAH con generosísima financiación pública, de escribir su versión de la historia de España. Y así salen bien parados los políticos del PP y mal los de PSOE, lo que ya es el colmo en una obra de historia, convertida en un tebeo. Es decir Gonzalo Anes no ha estado defendiendo un trabajo de equipo frente a críticas que apuntaran a errores o descuidos sino un proyecto ideológico de falsificar la historia de España a mayor gloria de la derecha franquista y postfranquista.

Así que ese será el siguiente paso de la página de Facebook: insistir para que la revisión sea responsabilidad de historiadores de prestigio ajenos al cónclave de zombies franquistas de la Academia. Recuérdese asimismo que, al llegar a 2.500 adhesiones, escribiremos otra petición al Rey ya que, según la Constitución, ejerce el alto patronazgo de las Reales Academias, a ver si, de paso, se clarifica eso del patronazgo, que no suena bien. Será interesante ver si el Rey avala esa versión ditirámbica del Diccionario de Franco como un hombre católico, inteligente y moderado. Él lo conoció a fondo. Estuvo veinte años a su sombra y bajo su férula.

Retirad el libelo franquista de la Academia

(La imagen es una foto de FDV via Wikimedia Commons).

dilluns, 13 de juny del 2011

Dimita, don Gonzalo. Es lo mejor para todos,


Por la retirada del Diccionario franquista de la Academia
.


Al estallar el escandalazo del Diccionario Biográfico Nacional (DBN) de la Real Academia de la Historia (RAH) el solemne acto con los Reyes se convirtió en un guirigay de recriminaciones al descubrirse que el producto que los monarcas avalaban estaba agusanado, carcomido, lleno de ratas ditirámbicas de la memoria del criminal Francisco Franco. Desde entonces el Director, Gonzalo Anes no ha hecho otra cosa que balbucir falacias y sofismas a cual más pintoresco e inmoral para defenderse frente a la muy legítima y extendida demanda de que dimita por obvia falta de competencia en la materia

Palinuro ha tenido la paciencia de ir recogiendo uno a uno sus subterfugios, hipocresías, justificaciones, según iban sabiéndose más datos del atropello y las trae ahora a colación sucesiva para trazar el cuadro de una trayectoria de ignominia y abyección intelectual y moral.

Creyendo al principio que el escándalo no iría muy lejos, Anes se permitió el lujo de regañar a los españoles por su acendrado vicio de no reconocer nada nacional bueno y tirar siempre contra lo propio por asuntos menores.

Cuando ya se cruzó con el primer dato turbador, la biografía de Franco perpetrada por Luis Suárez, quiso defender a éste asegurando que era un hombre "liberal" pues en tiempos del Caudillo había votado a cátedra a un aspirante a pesar de que estaba afiliado al Partido Comunista. Es un razonamiento realmente inadmisible al que es muy aficionada la derecha: los demás tenemos que celebrar en ella y hemos de agradecerle que cumpla con su deber, como si esto fuera algo graciable y no obligado entre gente de bien. Recuerda mucho el repugnante argumento de que los españoles teníamos que agradecer a Fraga Iribarne que hubiera "civilizado" la derecha, como si fuera de recibo una derecha "sin civilizar" o un catedrático que vote por preferencias partidistas.

Visto que Suárez ya no era salvable, Anes se apresuró a dejarlo caer con escasa elegancia, diciendo que él no lo había escogido para hacer el panegírico de Franco, sino que el medievalista se había ofrecido. Suárez, a su vez, dice lo contrario. Así las cosas, resulta que el director de la academia o uno de sus más distinguidos académicos, miente. ¿No es esto ya suficiente para que una persona de honor se vaya a su casa?

Tratando de ennoblecer su posición, ante la insistencia de las críticas que ya mostraban que el desbarajuste no acababa en Franco, Anes se puso lírico, asegurando que en la RAH no se censura a nadie. Al margen de si esto es verdad o no, cosa de la que, tratándose de Anes, no podemos estar seguros, corregir los evidentes desatinos sectarios que contienen varias entradas no es censura en modo alguno sino pura actividad de lo que los ingleses llaman editing y que el señor Anes desconoce por entero o, lo que es peor, no creyó necesario realizar con entradas que hablan de la cruzada, el Alzamiento, los nacionales o que Franco era católico, inteligente y moderado.

Ya lanzado por la vía demagógica, añadió después Anes que el diccionario es un monumento a la libertad de expresión, como si en lugar de tratarse de un Diccionario de una Academia, que tiene que estar sometido a unos controles estrictos de veracidad, imparcialidad y calidad, se tratará de una serie de panfletos en una controversia política, único caso en que cabe invocar el derecho a la libertad de expresión irrestricto.

Convencido por fin de que lo suyo era un solemne patinazo que hará historia, pensó que haciendo una pequeña reformita podría capear el huracán. Reunió a sus fieles (entre los que se cuenta gente tan pintoresca como el Cardenal Cañizares, cuyos méritos para ocupar un sillón en la casa son un misterio tan insondable como el de la Trinidad en el que cree a pies juntilla) para alcanzar una solución inteligente. Se reformaría la edición online cuando estuviere, pero no la de papel, aunque quizá sí en futuras ediciones. Un obvio intento de tomar al auditorio por imbécil una vez que ya no ha quedado más remedio que confesar que la brillante obra ni es brillante ni es obra. Porque ¿cómo puede decir alguien en serio que un organismo como la Academia dirá cosas distintas sobre el mismo personaje, según que el soporte sea papel o virtual?

Anes coronó este conjunto de penosas excusas con otra más que es un ataque a todos los demócratas. Sostuvo que, en el fondo, en la dictadura, todos fuimos colaboracionistas porque, para tomar posesión como funcionario, había que jurar fidelidad a los Principios del Movimiento Nacional. Es difícil encontrar un argumento más abyecto, aunque, tratándose de Anes, será cosa de esperar poco tiempo por cuanto oculta deliberadamente que dicho juramento, al ser obligatorio, carece de valor, como enseñan todas las doctrinas morales del mundo excepto la que profese el señor Anes, sea cual sea.

(La imagen es una foto de FDV via Wikimedia Commons).

dimecres, 8 de juny del 2011

¿Y aquí no hay disputa de los historiadores?

En los años ochenta del siglo XX en Alemania se dio una disputa o controversia de los historiadores (Historikerstreit) en la que participaron muy ilustres historiadores, como Ernst Nolte o intelectuales de la talla de Jürgen Habermas. En esencia el punto en debate era la naturaleza del nazismo, si podía o no considerarse algo propio de Alemania y su tradición o era producto de influencias exteriores, ajeno al "espíritu germánico" y, en definitiva, si cabía dar por cerrado ese episodio de la historia que pesaba (y pesa) como una losa sobre la conciencia alemana o si había que seguir manteniendo el recuerdo para que aquella monstruosidad no se repitiera. Por supuesto el asunto se debatió con la seriedad y la Gründlichkeit o meticulosidad que caracteriza a los alemanes y también con la sinceridad y la honradez que a su vez distinguen los debates intelectuales en Europa. No hubo una solución definitiva, ni siquiera salomónica, porque esas cosas son imposibles en las ciencias sociales, históricas, del espíritu o idiográficas (como las llamaba Rickert), pero sí se consiguió que las gentes interesadas pudieran forjarse un juicio fundado acerca de un fenómeno que afectaba a su pasado y, en buena medida, condicionaba su futuro por cuanto determinaría la memoria que transmitirían a sus hijos.

Al margen del punto concreto en cuestión (que, por lo demás nos es cercano a los españoles dados los amores primeros de Franco hacia Hitler) es obvio que este episodio apunta a una necesidad que experimenta toda colectividad, toda comunidad (Gemeinschaft, en el sentido de Tönnies), en cuanto sujeto colectivo: la de encontrar un terreno común de entendimiento en el juicio que les merece el pasado, especialmente si es conflictivo, la posibilidad de constituir un imaginario colectivo en la tradición lacaniana.

Sirva esto como introducción para enfrentarnos al último golpe de mano por el que un sector de la historiografía española, probablemente minoritario, amparado en una posición institucional de poder a la que llegó mediante las prácticas de la dictadura, ha intentado imponer con engaños y a la fuerza, en forma de trágala, un juicio de parte sobre nuestro pasado reciente, en concreto la dictadura de Franco, pretendiendo que los españoles aceptemos como cierto un dictamen exculpatorio de aquel criminal, sino claramente ditirámbico. Algo parecido a lo que, por medios más nobles, desde luego, intentaron los historiadores conservadores alemanes con el nazismo.

Se trata de un atentado, uno más, de los herederos y admiradores del fascismo español a la memoria democrática del conjunto de la comunidad (Gemeinschaft) nacional, como los franquistas hicieron siempre durante cuarenta años y, muy especialmente, una afrenta a aquellos historiadores españoles y extranjeros que no solamente no comparten esta visión parcial y militante, sino que están enfrentados a ella.

El choque tiene una importancia difícil de exagerar para la conciencia colectiva y es una llamada de atención al sentido de la responsabilidad de los historiadores que no comulgan con la visión fascista de la historia que la Real Academia pretende imponer en lo relativo a la guerra civil y el franquismo así como en algunos otros puntos controvertidos de nuestro pasado. Es cierto que algunos de estos historiadores, los más prestigiosos y/o combativos en defensa de la verdad, han escrito artículos manifestando su oposición a esta visión falsaria de la historia. Pero han sido voces aisladas, independientes, que honran a quienes las han alzado mas hacen poca mella en el conjunto del conflicto.

Y lo cierto es que éste no puede quedar así. El ataque proviene de un baluarte institucional, financiado con el dinero de todos, un lugar amurallado en el que juegan influencias, prebendas, privilegios y desde el que se ha perpetrado un secuestro organizado de la verdad, en beneficio de la minoría de siempre y que requiere una respuesta condigna en el mismo terreno.

Es hora de que los historiadortes demócratas y liberales, sorprendidos en su buena fe por esta agresión desde la caverna ideológica, se organicen, se coordinen y pongan en marcha una respuesta institucional al nivel del ataque. La respuesta no puede descansar exclusivamente sobre los hombros de una ciudadanía crítica pero lega en historiografía. Palinuro está encantado de dar la cara como ciudadano demócrata, pero los profesionales de la historia no pueden seguir ausentes de algo que los concierne como personas y como especialistas. Además solamente así podrán servir de garantía para que otros colegas quizá más jóvenes, con menos influencia, pero con igual amor por la verdad se sumen al empeño sin miedo a las represalias que este manojo de curas, semicuras y fascistas revenidos puedan ejercer y que, a no dudar, ejercerán porque está en su torcido espíritu.

Es hora de que se responda al reto que este franquismo redivivo ha lanzado con su habitual petulancia cuartelaria y de que se abra en España -quizá también en Europa- una Historikerstreit sobre las consecuencias de la única dictadura fascista que las potencias democráticas toleraron inmoralmente para desgracia del pueblo español. Nos la deben.

dimarts, 7 de juny del 2011

Petición al Congreso de los Diputados.


PETICIÓN AL CONGRESO DE LOS DIPUTADOS

En ejercicio del derecho de petición, reconocido en el artículo 29 de la vigente Constitución española, desarrollado por Ley Orgánica 4/2001, de 12 de noviembre, reguladora del Derecho de Petición, un grupo de ciudadanos eleva esta petición al Congreso de los Diputados a través de sus grupos parlamentarios excepto el del PP en nombre de la página de Facebook Retirad el libelo franquista de la Academia/Withdraw the Francoist libel from the Academy, que cuenta con 1.152 adherentes por el momento:

Petición al Congreso de los Diputados en nombre de la página de Facebook Retirad el libelo
franquista de la Academia/Withdraw the Francoist libel from the Academy.


Excmo. Sr.:

Como bien se sabe, en un golpe de mano perpetrado en la oscuridad y la manipulación de las covachas, la Real Academia de la Historia (RAH) ha publicado un sedicente Diccionario Biográfico nacional (DBN) que es un ataque a las convicciones morales hoy imperantes en la Humanidad. Constituye asimismo una agresión a la memoria democrática de nuestro pueblo que tuvo que soportar casi cuarenta años de tiranía impuesta por un militar perjuro y felón convertido luego en dictador sanguinario y genocida. Por supuesto, las consideraciones que siguen se refieren a las entradas profranquistas del DBN y no afectan a las que han escrito otros muchos historiadores honrados y colaboradores intachables que han padecido el descrédito provocado por un puñado de propagandistas sin escrúpulos.

El escándalo producido por semejante tropelía ha puesto de manifiesto que esa decisión se tomó con conocimiento de causa en un intento deliberado de falsear la historia de España al estilo orwelliano que hace bueno el famoso apotegma de que la historia la escriben los asesinos. Sólo así se explica que la biografía del criminal Francisco Franco se encargara a un rendido admirador de éste quien ha declarado que siente un profundo desprecio hacia la democracia, que la ha plagado de falsedades y que en otros casos se han seguido iguales criterios de manipulación propagandística que desprestigia un empeño colectivo.

Ante la indignación de la opinión pública, el escándalo de los profesionales de la historiografía y de reputados intelectuales españoles y extranjeros, los académicos, en una vergonzosa Junta Extraordinaria, han aceptado a regañadientes enmendar estas demasías pero con medias tintas, haciéndolo sólo en la edición digital pero no en la de papel. Con ello añaden a la falsedad el ridículo al permitir que una obra historiográfica diga cosas distintas acerca del mismo objeto según el soporte en que se haga.

Los mismos académicos han negado a la opinión pública la necesaria explicación sobre sus mentiras al respecto ya que, cuando el Director de la Academia afirma que fue Luis Suárez quien pidió hacer la biografía de Franco y el mismo Luis Suárez asegura que fue la Academia quien se la encargó, prima facie uno de los dos miente, quizá los dos. ¿Merece nuestro país una Academia cuyos académicos mienten en público? ¿No debiera dimitir uno de ellos, quizá los dos?

Es evidente que la citada indignación pública ha obligado a estos admiradores de la dictadura a reconocer parcialmente su fechoría. Pero sólo parcialmente porque la indignidad de los servidores del despotismo es coriácea. Es, pues, necesario dar un paso más y obligarlos a retirar ese atentado contra la objetividad histórica y las convicciones morales de la mayoría de la gente.

El Congreso de los Diputados que, con el Senado, es el depositario de la soberanía popular no puede permanecer indiferente ante este desafuero y debe, a nuestro juicio, implicarse en la lucha por el restablecimiento de la verdad falseada por los secuaces y herederos de quienes hace setenta años anegaron España en sangre y le impusieron un régimen de terror totalitario que duró cuarenta.

Por esta razón, la página de Facebook Retirad el libelo franquista de la Academia/Withdraw the Francoist libel from the Academy que, en este momento cuenta con 1.153 adherentes solicita de los representantes populares que apoyen la iniciativa de Izquierda Unida de forzar una retirada del DBN mediante una moción parlamentaria no de ley que inste al Gobierno a pedir a la Real Academia de la Historia que recoja la edición en curso y rehaga las entradas franquistas, antidemocráticas o simplemente falsas, al tiempo que solicita la dimisión del señor Gonzalo Anes quien, obviamente, no está a la altura de su misión.

Dado que, según la Constitución de 1978, corresponde al Rey el alto patronazgo de las Reales Academias, la citada página de Facebook, como paso siguiente, escribirá al Monarca pidiéndole respetuosa pero firmemente que haga frente a este atentado a la justicia y a la verdad histórica como un día lo hizo contra las pretensiones golpistas de un sector de las Fuerzas Armadas. Al fin y al cabo, la sedición de estos académicos es el equivalente ideológico de un nuevo golpe de Estado que pretende imponer una versión de la dictadura a imagen y hechura del dictador.

Madrid, 7 de junio de 2011

Ramón Cotarelo.

Quien quiera adherirse puede hacerlo en:

Retirad el libelo franquista de la Academia/Withdraw the Francoist libel from the Academy

dilluns, 6 de juny del 2011

A bombazos con la injusticia.

Es habitual vincular el anarquismo con el empleo de la violencia, como si las demás teorías políticas estuvieran libres de ella. Sin embargo es obvio que todas las teorías políticas recurren a la coacción y la fuerza. Es más, no existe otra doctrina política ajena a la violencia que la Satyagraha de Gandhi; el resto descansa más o menos reconocidamente en el uso de la violencia como razón última. El Estado, el Estado de derecho, descansa sobre el empleo de la violencia de la que reclama el monopolio. Lo que sucede es que la justifica tildándolo de legítima. Si lo es o no es algo que cada generación y cada individuo de cada generación deberá decidir en su fuero interno.

No siendo el caso del weberiano "monopolio legítimo de la violencia", el recurso a la fuerza es generalizado en todas las doctrinas revolucionarias. Lo es en las fascistas como en las marxistas. No habría pues gran diferencia con el anarquismo salvo en un asunto concreto: las demás doctrinas revolucionarias suelen argumentar que, si pudieran evitar el recurso a la violencia, lo harían y que ésta, en el fondo, no es más que un mal menor, como el Estado en San Pablo, mientras que en el anarquismo se da, o se ha dado en muchas ocasiones, una glorificación del recurso a la violencia como la forma de llevar a cabo la misión redentora de la idea e, incluso, el modo de realizar en su plenitud la vida del revolucionario. Hay incluso una justificación del terror como medio de acción y del terrorista como héroe que apenas tiene parangón en otras teorías políticas. Es verdad que, a raíz del fracaso de 1848, Marx llegó a postular la necesidad de aplicar una política de terror en una celebérrima circular de 1850, pero el movimiento marxista se apartó prontamente de esta línea teórica que, sin embargo, siguió siendo práctica habitual en sus herederos, los distintos movimientos comunistas del siglo XX, muchos de los cuales también recurrieron al terrorismo de Estado, pero siempre negando de palabra lo que practicaban de obra. Únicamente el anarquismo, o una parte importante del anarquismo, ha reivindicado consistentemente el empleo de la violencia y, a veces, del terror como la vía para la consecución de la sociedad anarquista.

De todas estas cuestiones trata el espléndido y documentado trabajo de Ángel Herrerín López (Anarquía, dinamita y revolución social. Violencia y represión en la España de entre siglos. La Catarata, Madrid, 2011, 293 pp.) pero no en esta perspectiva teórica, que no desdeña en modo alguno (son muy interesantes sus precisiones sobre el concepto de terrorismo a la altura del siglo XXI), sino desde la más empírica, consistente, fenomenológica, del relato de los hechos. Al respecto su libro es una impresionante pieza de investigación historiográfica, una obra sólida, un edificio erigido sobre un minucioso trabajo de investigación que se ha valido de todas las fuentes pertinentes al objeto por difíciles que fueran o alejadas que estuvieran, fuentes archivísticas, documentales, hemerográficas, bibliográficas, etc. No hay documento relevante para la historia que cuenta que el autor no haya manejado. Y el resultado es esta obra que está llamada a ser de referencia para el tema y el periodo estudiados durante mucho tiempo.

Pero Herrerín no se limita a relatar los hechos con mirada neutra y aparente objetividad equidistante que, en el fondo, suele ocultar una toma de partido que no se atreve a pronunciarse sino que, llegados los momentos oportunos, subraya algunas líneas de juicio sin llegar a pronunciarlo pero posibilitando que el lector con sensibilidad lo haga con abundante fundamento de causa. Ello es que, como enfoca el autor su relato, este viene a ser una especie de diálogo entre el movimiento anarquista (de cuya evolución ideológica da cumplida cuenta al presentar las controversias entre marxistas/bakuninistas, colectivistas/comunistas/individualistas, la propaganda por el hecho/la propaganda por el martirologio, el terrorismo, la huelga general, etc) y el Estado que, a los efectos de este libro, es el de la Restauración. Un diálogo bajo la forma de acción anarquista, reacción estatal bajo las formas gubernativo-represiva y legislativa, nueva acción anarquista. Herrerín subraya en varias ocasiones cómo algunos de los atentados más espectaculares (la bomba del Liceo de Barcelona en 1893) o de los magnicidios más notorios (el asesinato de Cánovas a manos de Angiolillo en 1897 en Santa Águeda) se realizan como respuestas o venganzas por ajusticiamientos, ejecuciones o meros asesinatos anteriores del Estado que, a su vez, eran respuestas a otras acciones anarquistas.

En la historia de los movimientos y fenómenos políticos, el anarquismo español que, en su origen, coincide con el de otros países europeos y el de los Estados Unidos en la etapa de la acumulación de capital producida por la intensificación de la segunda industrialización, acaba separándose de aquellos cuando en los respectivos países el movimiento se apaga pero no así en España en donde acaba constituyendo un fenómeno propio que ha movido una larga serie de estudios historiográficos tratando de explicar esta aparente anomalía. Herrerín recoge la tradición y, en algún caso, reconoce una deuda de inspiración mayor que en otros, como en el de la notable historiadora Clara E. Lida o Juan Avilés y avanza su propia explicación: el anarquismo español sobrevive al fin de siglo y la oleada de magnicidios de la época (Mackinley, Sissi, Carnot, etc) por una suma de varios fenómenos entre los que destacan tres: las circunstancias del desastre de 1898 y la concomitante crisis económica así como las desastrosas condiciones sociales del campo andaluz (como ya señalara en su día Brenan, el anarquismo español es básicamente un fenómeno catalán y andaluz con ramificaciones madrileñas), las campañas internacionales de apoyo al movimiento anarquista en España, que se despliegan a lo largo de todo el período estudiado pero tienen su apogeo con motivo del proceso de Montjuich (pp. 164-166) y la torpe y contradictoria reacción del Estado español a las sucesivas etapas de la violencia anarquista.

Este último aspecto, el de la represión gubernativa y la legislación antianarquista es, junto a las muy atinadas consideraciones del autor sobre el valor simbólico de los actos violentos anarquistas, el meollo del libro. Tomado casi se diría que por sorpresa el Estado, el gobierno de Sagasta promulga la ley antianarquista de 1894 que sólo relega a la jurisdicción militar a aquellos que atentaren contra personal militar (p. 108). Obviamente, la clave de la represión es si ésta se encarga a la jurisdicción militar o a la civil ordinaria. La continuidad de los atentados impulsa al conservador Cánovas a aprobar la nueva Ley de 1896 que ya entrega a la justicia castrense a todos los que se valieren de explosivos para la comisión de los delitos (p. 137). En aquel clima esto tampoco quería decir mucho porque, como pone de relieve Herrerín, el Estado no solamente era entonces capaz de aplicar la legislación penal con carácter retroactivo, sino de saltarse su propia delimitación de competencia jurisdiccional pasando de la civil a la militar con cualquier pretexto, como sucedió con la causa por el atentado del Liceo (p. 110). En estos sobresaltos, entre represión generalizada (teorías del complot anarquista internacional) e individualizada (teorías del atentado personal), el Estado español oscila: en 1902, el gobierno liberal de Sagasta no renueva la ley de 1896 y se retorna a la de 1894 (p. 199) pero en 1906 el también liberal Segismundo Moret hace aprobar la Ley de Jurisdicciones, a raíz de los hechos vinculados con el antimilitarismo de la revista Cu-Cut!, asunto del que el autor da cumplida cuenta (p. 250) y aún habría de asistirse a otro intento de endurecimiento de la legislación represiva a manos del conservador Maura que, a su vez, había sufrido dos atentados (pp. 214-216).

Del otro lado del "diálogo", el autor proporciona un cuadro de los principales acontecimientos y actitudes del anarquismo, algunos muy acertados y todos de considerable interés: da por buena la existencia de la controvertida Mano Negra, aunque con cierto caveat hipotético, explica la base ideológica de la doctrina de la "propaganda por el hecho" y su transición a la de lo que llama la "propaganda por la represión" que sitúa en el momento del proceso de Montjuich a raíz del atentado de la procesión del Corpus de la iglesia de santa María del Mar (p. 129), enjuicia con tino el papel que correspondía a la prensa anarquista en conexión con la solidaridad exterior para dar una imagen de la lucha reivindicativa anarquista (p. 172) y ancla sus consideraciones en las teorías expuestas por Alexander Berkman en su famoso panfleto Memorias de un anarquista en prisión que se centran en la explicación del martirologio anarquista: comisión del atentado, no elusión de la acción de la justicia, confesión del hecho, profesión de fe anarquista y muerte ejemplar. Herrerín dedica gran parte de la obra a exponer los casos en que se aplicó este protocolo como aquellos otros en que el condenado no lo siguió como en los de Santiago Salvador, ejecutado por garrote vil por el atentado del Liceo y de François Giraud por el de la iglesia de santa María del Mar. Lo hace en el contexto de detalladas explicaciones sobre los sucesivos procedimientos penales que se siguieron, lo que le permite asimismo poner de relieve la barbarie de las torturas que se infligían a los presos como la crueldad de la presión que sobre ellos ejercía la iglesia. En este contexto se abren dos críticas que cabe hacer a la obra: que es tal la cantidad de hechos -muchos de ellos muy enrevesados- y de procedimientos y tanta la información que el autor pretende aportar que en ocasiones el texto se hace farragoso y hasta difícil de entender. Asimismo, en su espíritu concienzudo el autor mezcla todos esos pormenores en ocasiones con detalladas informaciones sobre aspectos colaterales de la cuestión (elecciones, por ejemplo) que hacen perder la perspectiva adecuada de la obra que no es otra que la de cómo el anarquismo fue respondiendo al Estado y éste a aquel según se sucedían los atentados.

El capítulo cuarto de la obra, más centrado en el atentado de Mateo Morral a Alfonso XIII hace hincapié en el fenómeno de la colaboración entre anarquistas y republicanos y sigue de cerca el correspondiente proceso en el que, entre otros, compareció el pedagogo Francisco Ferrer quien fue absuelto por falta de pruebas. Está claro que, a los efectos históricos, la narración termina aquí pero, dado que el subtítulo del libro habla del periodo 1868-1909 no hubiera estado de más siquiera una mención a que Ferrer fue fusilado en 1909 y también sin mayores pruebas en el proceso por los hechos de la Semana trágica. Es verdad que es suficientemente sabido pero no lo es menos que en en ese asesinato legal pesó y mucho su relación con Mateo Morral.

El último capítulo es una interesantísima averiguación sobre la dudosa naturaleza del terrorismo barcelonés del primer decenio del siglo XX, un complejo y sórdido mundo de anarquistas, confidentes, aventureros, provocadores, agentes dobles en lo que se se lee casi con el interés de una novela de Eduardo Mendoza. La personalidad de Juan Rull, anarquista, confidente y verdadero gangster (por cuanto vendía protección contra las bombas que él mismo ponía) es la metáfora del crepúsculo de una época que habían comenzado como la aurora de un bello idea lutópico y terminaba en la sordidez de las cloacas del Estado, magníficamente narrada por el autor.

divendres, 3 de juny del 2011

No basta con corregir.

Ante la avalancha de críticas que ha caído sobre ese engendro perpetrado por los franquistas de la Real Academia de la Historia, ésta ha anunciado que en la Junta extraodinaria de hoy corregirá algunos errores en la edición digital, que se publicará cuando Dios sea servido y en posteriores ediciones de papel, no en la presente. Es decir que ignora olímpicamente las protestas de multitud de especialistas, de infinidad de historiadores, de múltiples intelectuales, de organizaciones y colectividades de todo tipo; que no presta atención a las manifestaciones a su misma puerta y la anunciada interposición de varias querellas así como otros tipos de acciones públicas en las redes sociales (entre ellas la de Palinuro que pide retirar la edición y que dimitan los responsables). Pero esta gente ¿qué se ha creído?

Sin duda aceptar que hay errores y disponerse a "corregirlos" es un paso adelante en comparación con la soberbia y el desprecio con que Gonzalo Anes se enfrentó a las primeras críticas, dando a entender que estaban movidas por la ignorancia, el revanchismo o algo peor. Sin duda un adelanto; pero para él, que a lo mejor así va aprendiendo algo de lo que debe ser el espíritu crítico, la honradez intelectual y la modestia de los investigadores. Pero no es ni de lejos suficiente para todos los demás, que sabemos de qué van estas cosas. Hay que tener en cuenta, además, que el propósito anunciado todavía empeora más la situación: a) porque postpone ad calendas graecas la enmienda de los errores; b) porque, caso de proceder a enmendarlos, lo haría con el mismo espíritu falsario con que los ha perpetrado; c) porque una vez "corregidos" se produciría la chusca situación de dos ediciones de la misma obra que dirían cosas distintas. Ciertamente que este último supuesto no se daría porque Anes sabe de sobra que esa segunda edición jamás vería la luz, con lo que vuelve a mostrar que toma a la gente por idiota, como viene haciendo.

Porque, señor mío, eso no son errores. Eso es un intento deliberado de reescribir la historia en clave franquista y fascista, de falsear los hechos, de embellecer una dictadura criminal, de justificar a un tirano genocida. Un intento deliberado, deliberadamente encargado al mayor hagiógrafo de Franco con que cuenta esa institución que usted por desgracia dirige, con la intención de imponer una visión falsa de la historia y perpetuar el espíritu de la guerra civil, probablemente en cumplimiento del mandato que le hicieron a usted los neofranquistas Aguirre y Aznar cuando le dieron el dinero de los fondos públicos para cometer ese atropello. Y no se diga que se utilizan palabras mayores porque menores son para referirse a unos sujetos que tienen el descaro de escribir que el criminal Francisco Franco fue un hombre católico, inteligente y moderado. ¿Es que creen ustedes que están en los tiempos de su admirado caudillo, cuando se decían estas cosas porque el que decía las contrarias acababa indefectiblemente en la cárcel o en el paredón?

Ya no hay corrección que valga. Han deshonrado ustedes la Academia, han prostituido la noble labor de la historiografía, han estafado a cientos de honrados profesionales con cuyo buen nombre han pretendido encubrir sus fechorías, han defraudado la confianza que la sociedad ha depositado en ustedes. No son ustedes dignos de seguir en una función que no son capaces de realizar y lo único que les queda por hacer es dimitir, como les recomienda Palinuro en la entrada siguiente.

Carta abierta al señor Gonzalo Anes.

Muy señor mío: el pueblo español sufrió durante cuarenta años una de las más ignominiosas dictaduras que hayan visto los tiempos. Suprimidos los partidos políticos, eliminada la libertad de prensa, de expresión, de culto, reunión y manifestación, perseguidos cuando no torturados, encarcelados o fusilados los disidentes, una de las más antiguas naciones de la tierra hubo de ver cómo se ensalzaba hasta la divinización a un militar asesino y genocida con la bendición de la Iglesia católica, mientras los fascistas y sus paniaguados ocupaban todos los espacios y suprimían el debate intelectual.

Al día de hoy viene a resultar que los herederos y beneficiarios de aquel fascismo (el único en Europa que, por conveniencias de la guerra fría no fue eliminado por las armas), pretenden embellecerlo y justificarlo a través del Diccionario Biográfico Nacional que la Real Academia de la Historia bajo su dirección está editando. Si las mentiras, falsedades e infamias que estos franquistas han vertido en las páginas del citado Diccionario las escribieran en sus publicaciones, no habría gran cosa que objetar. Pero el caso es que lo han hecho en una obra oficial de España como país democrático y Estado de derecho, lo han costeado con dineros públicos y el último responsable de esta tropelía es usted.

Escribo esta carta como administrador de la página de Facebook Retirad el libelo franquista de la Academia/Withdraw the Francoist libel from the Academy que en tres días cuenta ya con 581 adherentes y nos asiste el derecho a que no se empleen los dineros de nuestros impuestos en justificar la vergüenza de una dictadura que mantuvo a España aislada del concierto de las naciones civilizadas durante casi medio siglo.

Confrontado con esta dura realidad ha tratado usted de recurrir a logomaquias y sofismas inadmisibles para justificar lo que carece de justificación, esto es, que una democracia glorifique a un dictador, un golpista y un genocida. En cualquier país de Europa, especialmente los que han padecido dictaduras similares a la española, ambas cosas, publicar el libelo y pretender justificarlo después, serían motivo de dimisión inmediata. Francamente, no veo por qué no lo hace usted.

Ramón Cotarelo.

(La imagen es una foto de FDV via Wikimedia Commons).

dijous, 2 de juny del 2011

Retirad ya esa basura y dimitid.

Se cumple lo que decía Palinuro en una entrada anterior (La desvergüenza de los franquistas), esto es, que no se trata solamente de que el franquista Luis Suárez haya puesto su huevo podrido en un cesto por lo demás impoluto. Se trata de que todo el cesto es una gusanera de fascistas y meapilas. Es cierto que el tal Luis Suárez es un propagandista de la Dictadura en todos los foros que controla, al que su cobardía impide llamar por su nombre aquello que defiende cuando ha de hacerlo fuera de su covacha. Pero no es únicamente eso. Según va profundizándose, se ve que las demás entradas son igual de falsas, torpes y/o irrisorias. Público muestra cómo estos propagandistas sostienen que la guerra civil fue una cruzada y otras descarnadas mentiras de este jaez. O sea, no es que en una obra de historiografía y biografía por lo demás digna se haya colado un par de disparates, no. Es que todo lo que tiene que ver con la guerra civil y el franquismo está escrito por los defensores y herederos de uno de los bandos en desprestigio y detrimento del otro. Se trata de que, en este terreno, el Diccionario Biográfico es una reedición de los repugnantes manuales de Formación del Espíritu Nacional, unos textos llenos de embustes, insultos, provocaciones y estupideces que son los que más hen hecho por debilitar y aniquilar el espíritu nacional de los españoles al identificarlo con la causa de los golpistas y los asesinos.

Y esto no tiene remedio. El mal está causado y, mientras crece la indignación en todos los sectores, lo único sensato que cabe hacer es retirar y destruir la edición en todo aquello que ofende la verdad y el espíritu crítico y poner de patas en la calle a los responsables de esta vergüenza, empezando por el director del lugar, Gonzalo Anes, si carece de la dignidad de dimitir. Palinuro no cree de recibo que con el dinero de sus impuestos se defienda el genocidio franquista, aunque sea vergonzantemente y con la boca chica, como hacen estos fascistas revenidos a los que ya no queda ni el coraje de sus opiniones.

Parece lógico que los Reyes hayan apadrinado la presentación de este atentado a la verdad y la honestidad intelectual. Al fin y el cabo, deben mucho al dictador. Se lo deben todo y ya se sabe lo de ser agradecidos. ¿No dijo Juan Carlos en cierta ocasión que en su presencia nadie se atreviera a hablar mal de Franco? Ahora bien, aquí no se trata de hablar mal sino de hacer su panegírico. Se trata del derecho de las víctimas, sus allegados y descendientes, así como de todas las personas amantes de la democracia y de la verdad, a decir que Franco fue un golpista, un asesino y un genocida. Le guste o no a Juan Carlos y a su esposa a quienes este golpista benefició pues sin él hoy no serían nada.

Se ha señalado que esta Academia es un antro de reaccionarios y nostálgicos de la dictadura que se reproduce a base de enchufes y carece de prestigio entre los verdaderos historiadores. No obstante, algún académico o académica que ha llegado hasta aquí valiéndose de sus influencias, en sus años mozos fue antifranquista, que era lo único decente que se podía ser entonces. ¿Qué ha pasado con él/ella? ¿Está arrepentido/a de su actitud de entonces? ¿Ha renegado de su juventud? ¿Se ha vendido? Al fin y al cabo, la derecha tiene mucho dinero, posiciones, relaciones, ventajas y es lucrativo bailarle el agua y comer en su mano. Pero, al mismo tiempo, es muy exigente y nada ingenua y quienes se le venden han de apear todo decoro y dignidad, como los criados. Tiene gracia que, en su desmedida ambición y su materialismo garbancero, algún/a antiguo/a izquierdista crea haber hecho un negocio cambiando su trenka de progre por una librea de lacayo/a sólo para descubrir al cabo de los años que el espíritu cuenta y la conciencia también.

(La imagen es una foto de Photospain, bajo licencia de Creative Commons).

dimecres, 1 de juny del 2011

Diez preguntas sobre la Real Academia de la Historia y una sobre los españoles.

  • 1ª: ¿Por qué se redacta un diccionario biográfico nacional? Porque, llegado el PP al poder, al orwelliano grito de quieren reescribir la historia de España, la entonces ministra de Cultura, Esperanza Aguirre, de acuerdo con el otro culto del Gobierno, Aznar, decidieron reescribir orwellianamente la historia de España, según la ideología seudoliberal y carcunda que los caracteriza y para ello contaban con la inestimable colaboración de un núcleo de franquistas sufragado con dineros públicos.

  • 2ª: ¿Por qué se nombra a Luis Suárez, miembro del Opus Dei, director de la Hermandad de la S. C. del Valle de los Caídos, consejero editorial de Razón Española, furibundo franquista claramente totalitario, y medievalista para redactar la entrada de Franco, como si éste fuera Fruela? Porque la tarea no es historiográfica sino de propaganda ideológica.

  • 3ª: ¿Por qué acepta el franquista Luis Suárez escribir la entrada de Franco? Para legitimar la dictadura porque es partidario de ella y, en consecuencia, enemigo -eso sí, sin tener el valor de decirlo- de la democracia y el Estado de derecho.

  • 4ª: ¿Por qué el director de la Academia, Gonzalo Anes, afirma que fue el el propio Suárez quien pidió redactar la entrada pero Suárez dice "que se la encargó la Academia?" Porque la verdad les da igual y lo que les importa es salir airosos de esta indigna trapacería.

  • 5ª: ¿Por qué pueden mentir en público los académicos de la Real Academia de la Historia, ya que es obvio que uno de los dos miente? Porque no actúan como académicos ni como historiadores sino como apañadores (por no usar otro término) de un encargo ideológico.

  • 6ª: ¿Por qué Suárez dice que un historiador no puede emplear el término dictador porque es un juicio de valor pero, dos sillones más allá, Seco Serrano dice que el gobierno de Negrín fue prácticamente dictatorial? Porque estos "historiadores" no hacen historia sino Formación del Espíritu Nacional, que es lo suyo, esto es, justificar el golpe fascista y denigrar el legítimo gobierno republicano para el cual no hay una sola palabra justa en toda la obra; es decir porque, aunque no se atreven porque les falta lo que hay que tener, coinciden con la historia franquista, al estilo de Joaquín Arrarás.

  • 7ª: ¿Por qué Suárez distingue entre autoritario y totalitario para decir que Franco no era lo segundo (aunque él decía que sí lo era) pero Anes sostiene que, en el fondo son lo mismo? Porque los que en el fondo son lo mismo son Franco, Suárez y Anes.

  • 8ª: ¿Por qué no es público ya el modo en que se han distribuido los 5,8 millones de euros que ha costado al erario público la obra con la que estos ideólogos partidarios de los golpistas de 1936 pretenden fijar para siempre su visión de la historia de España dejando en las cunetas la de los que están en las cunetas?

  • 9ª: ¿Por qué se siguen conservando usos y costumbres de la época del totalitarismo fascista que sus partidarios niegan hoy cobardemente cuando son los primeros beneficiarios de la violenta reorganización manu militari que los facciosos triunfantes hicieron de la institución en 1939? Porque su misión es mantener vivo el legado franquista que han recibido.

  • 10ª: ¿Por qué se trata con respeto, como si fueran académicos, a un grupo de ideólogos de facción al servicio de una causa que todo el mundo civilizado repudia? Porque sigue vivo el miedo que el terror de la Dictadura inculcó en el alma de los españoles, que no se atreven a poner en su sitio a sus herederos y beneficiarios, desde los curas a los últimos aprovechados de la monarquía.

  • 11ª: ¿Por qué permite el pueblo español que los delincuentes que se alzaron en armas contra la legalidad republicana y sus herederos ideológicos, partidarios y paniaguados sigan dictando el canon de la memoria cuando decenas de miles de asesinados por la vesania de los facciosos aún yacen sin nombre ni sepultura en los muladares y caminos de España? Porque para eso sirvió el terror de la Dictadura.

    (La imagen es una foto de alejandro blanco, bajo licencia de Creative Commons).


Considerad la posibilidad de sumaros a la causa qued he abierto en Facebook:

Retirad el libelo franquista de la Academia/Withdraw the Francoist libel from the Academy.

dimarts, 31 de maig del 2011

La desvergüenza de los franquistas.

No, no basta con revisar ese engendro que ha parido la vetusta caterva franquista atrincherada en la Real Academia de la Historia (RAH). Y no basta porque si, como es de suponer, se lo dan a revisar a los tipos directamente responsables de la propaganda, harán lo mismo cambiando algún que otro término. Porque estos ultraderechistas nostálgicos de la dictadura están ya más allá de toda recuperación. Tómese el caso del más rematado de ellos, el tal Luis Suárez, quien decía ayer que "un historiador no puede emplear el término dictador porque sería un juicio de valor". Es decir, además de un ultrarreaccionario (cosa que se prueba con sus publicaciones en Razón Española), este hombre es un soberbio convencido bien de que sus compatriotas somos tontos a los que se puede engañar (más o menos lo mismo que parece pensar el director de la RAH) o que sigue viviendo en los tiempos de su admirado caudillo autoritario en los que él y quienes son como él, podían hablar y los demás tenían que callar. Porque el mismo autor califica a Franco en esa entrada de católico, inteligente y moderado. Es posible que un asesino como Franco sea católico; los católicos sabrán. Su inteligencia sin duda parecerá grande a los ojos de la de Suárez; todo es relativo en esta vida. Y en cuanto a que fuera moderado, ¿no es moderado un juicio de valor? Tratando de salvarse de la quema, este franquista empedernido, como la pescadilla, se muerde la cola.

No, no basta con pedir la revisión de la obra. A la vista de lo que ya se sabe, me juego el cuello a que toda ella rezuma la visión reaccionaria, liberticida, meapilas, agresiva, xenófoba e imbécil de la carcunda nacional que los españoles llevamos trescientos años soportando y cuya más perfecta manifestación es el franquismo. Será de ver lo que diga el diccionario biográfico de Miguel de Molinos, de Rafael del Riego, del Empecinado, de Larra, de Olavide, etc, etc. Así cabe presumir a la vista de lo que ya se conoce de Aznar y Aguirre, los dos neofranquistas que encargaron el trabajo sabiendo muy bien lo que hacían: entregar el dinero público a un grupo de reaccionarios adocenados a fin de dejar escrita para la posteridad una historia de España que pudiera celebrar Torquemada. El caso más infame, el de Aguirre que, con la falta de integridad que la caracteriza, sufragó la obra con el dinero ajeno a mayor gloria de Franco pero se permite el lujo de hacer demagogia, asegurando en otro lugar que Franco era socialista.

No, no basta con pedir la revisión de la obra. Hay que pedir su retirada y examen por una comisión de historiadores de verdad. Y hay que pedir también las responsabilidades pertinentes. Porque este atentado a la honradez intelectual y la historiografía profesional, perpetrado por un grupo de retrógrados está lejos de ser un hecho fortuito, casual, insólito. No. Fue algo planeado como se demuestra por cuanto se dio entrada a Stanley Payne, un historiador gringo de extrema de derecha, para maltratar la figura de Pasionaria, mientras que se dejaba fuera a Paul Preston, uno británico especialista en la guerra civil; por cuanto se confió la biografía de Azaña a un hombre contrario en todo a él, mientras que se orillaba al historiador especialista en el biografiado, Santos Juliá. Más claramente: reconocía ayer Gonzalo Anes que el propio Luis Suárez había pedido encargarse de la biografía de Franco. Pero Suárez es un medievalista y su relación con Franco no es la de un historiador sino la de un fiel seguidor. Y eso lo sabía Anes desde el principio. Si después dice no haber leído el texto que sobre Franco pudo haber escrito un desaforado franquista, no merece desempeñar el puesto que desempeña.

Pero hay más. Anes trató de defenderse ayer con argumentos infumables y sofismas (véase la correspondiente entrada de Palinuro, titulada Historiadores y falsarios) que quizá pudieran explicarse por la sorpresa de ver lo que se le venía encima. Pero es que, horas más tarde, ya más calmo, ha continuado recurriendo a "argumentos" inadmisibles para defender la propaganda franquista del texto que sólo permiten ya deducir que el Director es, en efecto, perfectamente consciente de lo que ha sucedido y responsable de ello. Dice ahora Anes, deslizándose ya por la pendiente de la mixtificación, que no importa tanto que el tal Suárez llame autoritario pero no totalitario a Franco porque, en realidad vienen a significar lo mismo, lo cual es mentira, como él sabe muy bien y, si no lo supiera, ya se encarga de mostrárselo el propio Suárez que los diferencia claramente. Añade el director en la misma información que casi es mejor que se use el término autoritario antes que dictador porque, dice, los jóvenes de hoy no saben bien qué sea una dictadura. Esta es una argucia intelectual tan pobre que da vergüenza escucharla. No, no basta con pedir la revisión. Visto el desbarajuste que los franquistas le han montado y, si quiere demostrar que no es el principal causante de ello, sólo le queda la vía de la dimisión.

(La imagen es una foto de FDV via Wikimedia Commons).

dilluns, 30 de maig del 2011

Historiadores y falsarios.

Francisco Franco Bahamonde se alzó en armas en 1936 contra el gobierno legítimo de la República que había jurado defender, junto a otros delincuentes militares. Tres días después, el ministerio de la Guerra, por decreto, lo separaba del ejército así como a sus cómplices. Al continuar en su rebeldía, los facciosos, con su jefe Franco a la cabeza, sumieron su país en una terrible guerra civil que duró tres años. La única guerra que el ejército español ha ganado en tres siglos: la guerra contra su propio pueblo. Tanto durante la contienda como después de ella, los malhechores sublevados pusieron en práctica un plan sistemático de exterminio de los adversarios políticos, defensores de la legalidad republicana, mediante la tortura, el asesinato, el secuestro de personas, especialmente niños, las ejecuciones extrajudiciales y el terror. Según diversas fuentes solventes se calcula que entre 1936 y los años 50, los delincuentes franquistas asesinaron a unas 150.000 personas.

En el curso de su dominio usurpado pusieron en marcha una dictadura totalitaria que excluía toda posibilidad de discrepancia de forma que nadie que dijera que el gobierno del criminal Francisco Franco era ilegal se libraba cuando menos de la cárcel. Dado que ahogaron toda expresión que no fuera suya es obvio que ellos y sus seguidores son los únicos responsables de aquel régimen execrable en el que unos facinerosos que regían el país en provecho propio y de sus compinches, hacían como que éste era un Estado al uso ordinario.

Hoy, 36 años después de la muerte del dictador y del restablecimiento de un régimen de libertades, resulta que la Real Academia de la Historia publica un diccionario biográfico en no sé cuántos volúmenes en uno de los cuales se dice que el fascista sanguinario Franco fue un gobernante católico, inteligente y moderado. ¡Moderado! La entrada la firma el historiador Luis Suárez, director de la Santa Hermandad del Valle de los Caídos y hombre relacionado, al parecer, con la Fundación Francisco Franco, ambas asociaciones de extrema derecha dedicadas a embellecer la la obra siniestra de la dictadura. Y lo hace en un texto oficial, pagado con el dinero de todos, incluidos los descendientes de los asesinados por el faccioso sublevado. Algo hemos ganado los españoles: ya no tenemos que escuchar obligatoriamente los encendidos elogios a la clarividencia del Caudillo, salvador de la Patria y centinela de Occidente que le prodigaban los Luis Suárez de turno durante los cuarenta años de la dictadura. Ahora se dice vergonzantemente que fue un gobernante autoritario pero no totalitario.

Al margen de si esa controversia totalitarismo-autoritarismo, enunciada originariamente por Hannah Arendt y luego por Raymond Aron, recogida por Juan J. Linz para caracterizar el franquismo y resucitada por Tusell, sirve para algo más que para embellecer la dictadura y justificar los asesinatos de un régimen ilegal e ilegítimo al que sus 40 años detentando el poder no hicieron más legal ni más legítimo, se da la paradójica circunstancia de que el hagiógrafo de la dictadura, Luis Suárez, más papista que el Papa, oculta que el propio Franco proclamaba a los cuatro vientos que lo suyo era un un Estado totalitario. Asimismo, José Antonio Primo De Rivera, en su famoso discurso fundacional del Teatro de la Comedia del 29 de octubre de 1933, decía que "venimos a luchar por que un Estado totalitario alcance con sus bienes lo mismo a los poderosos que a los humildes". Y Ramiro Ledesma Ramos, fundador de las JONS declaraba en Los problemas de la Revolución Nacional-Sindicalista que una de las realidades más sugestivas y profundas sobre la que se apoya nuestro movimiento es su inflexible destino totalitario.

Podría decirse que, si bien estas intenciones totalitarias estaban en el origen del régimen faccioso, posteriormente la realidad de los hechos le obligó a ceder y abandonar el totalitarismo. Pero esto también es falso. El punto 6 del programa de la Falange Española Tradicionalista y de las Juntas Ofensivas Nacional Sindicalistas, FET y de las JONS, el partido único, decía: "Nuestro Estado será un instrumento totalitario al servicio de la integridad patria. Todos los españoles participarán en él a través de su función familiar, municipal y sindical. Nadie participará a través de los partidos políticos. Se abolirá implacablemente el sistema inorgánico, representación por bandos en lucha y Parlamento del tipo conocido." Franco fue el Jefe Nacional de ese partido de siempre, su régimen mantuvo la estructura seudorrepresentativa de la familia, el municipio y el sindicato, los partidos políticos estuvieron prohibidos hasta su muerte y la Cortes no fueron otra cosa que un circo de payasos y mercenarios que aplaudían sus ocurrencias. Es decir, el régimen fue totalitario del principio al final de acuerdo con sus propios postulados y el Luis Suárez que firma ese escrito, un franquista que reescribe la historia adaptándola a sus peculiares convicciones. Un ideólogo y un propagandista de una causa innoble.

En ningún momento de la entrada se dice que Franco fuera un dictador. Sin embargo, la doctrina de su régimen lo ensalzaba como un caudillo por la gracia de Dios. Si un caudillo por la gracia de Dios no es un dictador, ¿qué es? En el colmo no se sabe ya si del dislate o la mala fe, el director del organismo, Gonzalo Anes, en entrevista a El País sostiene que Franco fue un dictador, no creo que haya nadie que no lo reconozca hoy en día, de donde se sigue que Luis Suárez no es nadie o Gonzalo Anes no sabe lo que dice. El resto de la entrada es igual de falso, manipulador y embustero. Otorga al franquismo una Constitución, lo que es llevar el afán de disfrazar el fascismo a extremos que ni los fascistas originarios, que despreciaban las constituciones, alcanzaron y relata las patrañas propias de la hagiografía franquista.

Por lo demás, el mismo director de una Real Academia de la Historia que ha quedado a la altura de los órganos orwellianos en 1984 dice que él no leyó la entrada dedicada a Franco. Sin embargo, sí tenía que saber que Luis Suárez, además del cargo citado, forma parte del consejo de redacción de la revista de ultraderecha Razón Española, fundada por Gonzalo Fernández de la Mora, ministro que fue de Franco, dedicada a enaltecer la memoria del dictador y propagar sus virtudes y en donde se dan cita todos los franquistas de cierto relieve del país. Es decir, cree que la gente no se entera y que se la puede despreciar. Lo único decente que puede hacer el dicho director es retirar de la circulación el libelo que su organismo ha perpetrado con el dinero de todos los españoles, en lugar de hacerse el ofendido y de protestar porque, con toda justicia, se lo critiquen cuando es lo menos que se puede hacer con semejante ignominia.

Añádase a ello que, como muchos de quienes vivieron la dictadura, tiene tal cobardía intelectual que hace suyos como lógicos los abusos de la tiranía. Véase la justificación que da de porqué a su juicio el tal Luis Suárez es objetivo: Es un hombre liberal, que en la época de Franco consiguió que hiciesen catedrático de Historia Medieval a Julio Valdeón, que estaba afiliado al Partido Comunista. Es independiente y un magnífico investigador. Esto es, debemos agradecer como muestra de generoso liberalismo que Suárez hiciera lo que tenía que hacer y por lo que le pagaban que es votar por un hombre para catedrático en función de su competencia y no de su afiliación política. Ese es el triunfo moral del franquismo: meter tal miedo en el cuerpo a la gente que, en el colmo de la abyección intelectual, ésta acaba aceptando como favor y agradeciendo como muestra de generosidad lo que no es sino el derecho a que los demás cumplan con su deber. En verdad, Anes coronaría su obra dimitiendo de un puesto que no ha sabio desempeñar.

dimarts, 3 de maig del 2011

Retorno de la noche y la niebla.

Los muertos perviven en la memoria de los vivos. La memoria, que es una potencia del alma, nos hace humanos, cercanos a los dioses por cuanto, gracias a ella, traemos de nuevo a la vida a quienes ya no son. Es una vida vicaria, una vida en la memoria de otros y aun así muy estimada por los seres humanos. Por razones que no tengo muy claras nos gusta saber que nos recordarán.

La memoria se alimenta de recuerdos. Si yo sé que tuve un abuelo del que sólo conozco el nombre será imposible que guarde memoria de él y, si quiero evocarlo, hacerlo vivir de nuevo, no podré. La memoria busca recuerdos a los que agarrarse. Esa es la razón última que mueve a quienes trabajan en pro de lo que se ha dado en llamar la memoria histórica en España, tanto a quienes buscan los restos de sus antepasados enterrados en las cunetas como a quienes los ayudan. Tratan de conseguir recuerdos de unos allegados que desaparecieron hace setenta años, dejando un vacío en la memoria de sus parientes, amigos, vecinos. Es lo que no quieren entender quienes se oponen a la eficacia de la Ley de la Memoria histórica, que ésta es el agregado de una multiplicidad de memorias individuales que luchan por sobrevivir.

La memoria histórica como se ha venido atendiendo afecta a los españoles asesinados por los franquistas en la guerra y los primeros años de la postguerra. A partir de este libro (Joaquim Pisa (2011) Un castillo en la niebla Sariñena editorial, Sariñena, Salvador Trallero, 172 pp) habrá que ampliar este criterio. Por cierto el libro es una joya editorial, está editado en formato apaisado, en cartoné, con papel couché, tipografía cuidada y abundancia de ilustraciones. No es de extrañar que el gobierno aragonés haya premiado al editor.

Volvamos al contenido. Habrá que ampliar el criterio para incluir a los españoles muertos, o sea, asesinados igualmente en los campos de exterminio nazis porque, como muy bien señala Pisa, la dictadura de Franco les retiró la nacionalidad, con lo que los nazis los trataron como apátridas y los deportaron a su antojo. Por tanto son tan víctimas de los nazis como de Franco. Por cierto ha tiempo que los alemanes pagaron las correspondientes compensaciones. No así el Estado español probablemente porque no acepta la responsabilidad directa del franquismo en el hecho que, sin embargo, la hay. En el caso de que Franco los hubiera reclamado, los alemanes se los hubieran entregado con lo cual su suerte no hubiera sido mucho mejor, pero eso no exime al Estado español de responsabilidad heredada en esos crímenes.

Al tratarse de víctimas de los nazis, casi todas ellas están escrupulosamente identificadas, con eficacia teutona, incluida la fecha de su ejecución. Casi todas. A veces en alguna falta algún dato. Es el caso de aquella cuya historia recrea este libro, sacándola prácticamente de la nada, de la noche y la niebla (Nacht und Nebel) en que los nazis la habían sumido, la historia de Mariano Carilla Albalá, un campesino de Lanaja, una aldea de Huesca. Fue el propio Pisa quien, navegando por la red, dio con el nombre entre los deportados oscenses a los campos alemanes y reparó en que era un pariente lejano suyo, algo así como un tío abuelo. Indagó y supo que su familia había perdido su rastro cuando el joven Mariano emigró a Barcelona hacia 1909 y sólo sabía que había muerto en Mauthausen, pues se lo comunicaron en los años cincuenta, con lo que inició los trámites para obtener las reparaciones previstas que resultaron ser muy modestas.

Pero de Mariano Carilla no se sabía nada. El autor se propuso investigar su vida y muerte y tras un más que meritorio esfuerzo que lo califica como un historiador de gran capacidad, consiguió los datos suficientes para probar o conjeturar de modo convincente (interrogando a parientes y amigos y escudriñando archivos y legajos) una peripecia vital que empieza en la CNT en la Barcelona posterior a la semana trágica, entre el pistolerismo sindical y el de la patronal, con el inefable Martínez Anido, el de la ley de fugas, de gobernador militar. Sigue la aventura en la guerra civil, en una sección de caballería de una columna del POUM, lo que quiere decir que los acontecimientos de mayo de 1937 lo dejan desmovilizado. Pasa la frontera francesa en febrero de 1939, va a parar al campo de internamiento de Saint Cyprien, guardado por senegaleses y de ahí se incorpora a una Compañía de Trabajadores Extranjeros. Cuando los alemanes llegan a Dunkerque encuentran a Mariano Carilla con las armas en la mano. De allí, Mariano pasa por una par de Stalags (Stamm-Lagern), que son centros de asignación de prisioneros de guerra, en la baja Silesia y en Trier (Tréveris). El 21 de enero de 1941 un convoy alemán traslada a muchos prisioneros de Trier, entre ellos 75 republicanos españoles (Rotspanier, "rojos españoles"), a Mauthausen. Unos meses después, Mariano Carilla es gaseado en el castillo de Hartheim, el de la portada del libro.

Pisa encaja esta vida así contada en los correspondientes contextos: el anarquismo barcelonés, la guerra civil, el conflicto CNT/POUM con las autoridades y el PCE, los campos franceses, la situación de los refugiados políticos, los campos alemanes. Y lo hace con conocimiento de causa. Por ejemplo, subraya el hecho de que los campos de concentración, en realidad, trabajaban para las grandes empresas alemanas y, al avanzar la guerra, para las de armamentos. Pero también dibuja las inhumanas condiciones de estos establecimientos, como de los campos de exterminio. En el de Mauthausen se detiene en especial en la famosa "escalera de la muerte" (Todesstiege) que los prisioneros tenían que subir, como se ve en la foto, con mochilas cargadas de piedras once horas diarias, hiciera el tiempo que hiciera.

Pisa comienza su libro aludiendo a otro de Juan Pérez de la Riva, Para la historia de las gentes sin historia con lo que pone de relieve la necesidad de cambiar el punto de vista del historiador en cuanto al sujeto de la historia. Me ha venido a la cabeza un pasaje de Bertolt Brecht, que no soy capaz de ubicar (creo que es de Los negocios del señor Julio César, pero no estoy seguro) en el que dice más o menos lo mismo, que la pirámide de Keops no la elevó Keops sino decenas de miles de personas que son las protagonistas de la historia. Gentes anónimas con sus destinos a veces crueles, como el de Mariano Carilla Albalá cuyo nombre figura grabado en el memorial de Hartheim aunque, extrañamente, sin fecha de ejecución.

Termina Pisa su libro con una reflexión sobre el concepto de Arendt de la banalidad del mal a propósito de Eichmann y subraya la aparente (solo aparente) contradicción que pareciera darse entre la magnitud del mal y la indiferente eficacia burocrática con que se ejecuta. Pero a veces esa eficacia falla: no consta la fecha del asesinato de Mariano Carilla, negligencia que pone una nota de melancolía en el curso de una historia terrible muy bien narrada.

dissabte, 6 de novembre del 2010

El franquismo en estado puro,

Éste es el tercer volumen que Eslava Galán dedica a la guerra civil y la posguerra. Hace un par de años ya di cuenta del segundo, Los años del miedo (La infame posguerra I y II). Al hacerlo con éste corro el riesgo de repetirme porque, en lo esencial, De la alpargata al seiscientos (Barcelona, Planeta, 2010, 422 págs.) es la continuación de aquel. Si el anterior iba de 1939 a 1952, éste va de 1952 a 1957 y es similar tipo de relato. El autor, un novelista historiador, narra la materia mezclando la ficción con la realidad; da cuenta a modo de crónica del acontecer del país en aquellos años apoyándose en las peripecias de los personajes que ya aparecían antes y que son como arquetipos de la España de la época: unos delincuentes quincalleros, robacadáveres que entran y salen de la cárcel y sobreviven como pueden a aquella durísima y prolongada posguerra; unos arribistas que viven de los servicios supuestos a la causa nacional y hacen grandes fortunas gracias a sus relaciones con los altos funcionarios y jerarcas de un régimen corrupto hasta la médula; unos curas de un nacionalcatolicismo rígido que se inmiscuyen en la longitud de las faldas de las mujeres pero pueden tener comportamientos personales disolutos; una barbería de pueblo en la que el barbero cuenta chistes de Franco a una parroquía de gente escarmentada; un funcionario del Movimiento adscrito al departamento de censura del Régimen; la madama de una casa de putas. Los nombres nos son familiares: Pedrito el Piojo, el Burro Mojao, el padre Fornell, la Uruguaya, el Chato Puertas, Diego Medina. La España de entonces y la de siempre, la de Quevedo y Pérez Galdós, la de Torquemada y Fray Justo Pérez de Urbel, la de Pepe-Hillo y el Litri, la del Gran Capitán y Millán Astray.

Eslava Galán ofrece un fresco de una época: una sociedad empobrecida, hambrienta (las cartillas de racionamiento se suprimieron en 1952/53), aterrorizada, dominada por una dictadura férrea que luchaba por su supervivencia en el exterior, en donde carecía de aliados. La autarquía, la política de un General que "no se metía en política", la picaresca, la hipocresía y el puritanismo oficiales, el imperio de la Iglesia, los chanchullos y negocios sucios, el carácter pintoresco del Dictador y sus secuaces, los falangistas, los monárquicos sin Rey, los militares de un ejército incapaz de combatir, los católicos, el Opus como secta, el Concordato de 1953, la vuelta de los Estados Unidos, los sucesos del 56, el Plan de Estabilización, el Plan Marshall a la española del Tratado con los Estados Unidos que donde mejor se retrata es en el Bienvenido Mr. Marshall. Bullen las gentes en ambientes bien captados que se afanan en lo suyo en un país regido como si fuera un cuartel.

En resumen, una obra que llama a los recuerdos de quienes vivimos la época en la adolescencia, escrita con ironía, con amargura, con indignación, con asombro. A la vista de lo que por entonces pasaba en el mundo, la pregunta es : ¿cómo fue posible el franquismo? Y la respuesta salta a la vista: una dictadura de cuarenta años requiere otros cuarenta para que quienes la sufrieron la superen. En algunos casos parece que más. Y sin superarla es imposible explicar las causas. Una de las muestras de la autocomplacencia de la Transición es señalar que ella misma es una especie de milagro (los españoles, en lugar de entrematarse, se organizan en democracia) pendiente de explicación. Nada más falso: lo que está pendiente de explicación, lo extraño es que se diera el franquismo, una dictadura criminal y ridícula, una opereta sangrienta, un régimen surgido de una rebelión que provocó una guerra civil y juzgó luego y condenó a sus enemigos vencidos por rebelión. Rebelión contra los rebelados.

Eslava dice muchas cosas entre líneas. Habla bastante de Franco al hilo de los acontecimiento que va narrando, por regla general muy pintorescos ya que se apoya en el libro de memorias de Franco Salgado-Araujo, el primísimo que fue largos años secretario a la sombra del invicto Caudillo y cuenta cosas verdaderamente hilarantes con un tono de ayudante de campo, que quizá sea lo más cercano a un secretario que pueda imaginar un militar. Y la imagen que surge de los trazos dispersos es la de un hombre que desde el principio tuvo claro que del poder sólo lo sacarían con los pies por delante.

El primo se escandaliza al comprobar que Franco se pasa la vida cazando, pescando, presidiendo actos, viendo películas, pintando; es decir que no trabaja, cosa que subraya Eslava con auténtico pasmo. En efecto, ¿cómo se puede ser Jefe de Estado (y, durante muchos años, presidente del Gobierno) y no dar palo al agua? Es más, esta realidad de indolencia se hace compatible con la leyenda de la lucecita de El Pardo que, como la de Mussolini y la de Stalin, no se apagaba por la noche. Ésta y todas las demás leyendas eran la tarea asignada a unos medios de comunicación que eran un único medio de comunicación con diferentes altavoces: prensa, radio, la incipiente televisión. Para millones de españoles la expresión la hora del parte significaba que todas las emisoras (ya muy parecidas en las horas "civiles") sintonizaban con Radio Nacional para el diario hablado, un único diario hablado que se iniciaba con los toques del cornetín de órdenes y se terminaba con el himno nacional y los llamados "gritos de rigor". Si se lo cuentan a Orwell no se lo cree. Luego, para los fastidiosos asuntos prácticos de la gobernación del Estado ya estaba el fiel marino Carrero Blanco, digno sucesor de Prim, Cánovas, Canalejas y Dato. Siempre me ha llamado la atención la cantidad de magnicidios que se da en España. Cinco presidentes del Gobierno en unos cien años debe de ser el máximo entre los países similares.

La visión de Eslava es esencialmente literaria, pero también rigurosamente histórica; no una historia académica, pero sí muy bien documentada y contrastada, no con el fin de descubrir una hipotética verdad de los hechos sino con el de transmitir una vivencia. El autor habla de lo que vivió y eso es esencial en estos libros. Por ejemplo, traza un retrato de la Semana Santa en España bajo control absoluto y total del clero que hace falta haberlo vivido para saber lo que era. A veces, la Iglesia, en un ataque de magnanimidad hacia sí misma, pide perdón por alguna fechoría del pasado (Galileo, por ejemplo) pero ¿qué perdón tendría que pedir por intentar amargar la vida a un país entero año tras año?

Eslava presta menos atención a los aspectos represivos del régimen, a las torturas, los juicios militares, los penales abarrotados o la guerrilla, aunque algo dice. Se detiene más en el Valle de los Caídos y ello es especialmente oportuno en un momento en que vuelve a plantearse qué hacer con semejante monstruosidad pero en general su relato tiene un sesgo más amable; crudo y amargo pero amable. Recuerda un poco la literatura expresionista y los cabarets de la República de Weimar. El franquismo ha marcado a varias generaciones de españoles y ha sido el horizonte vital del país en todas sus facetas por eso sobre él se pueden escribir cosas tan opuestas en todos los sentidos como los libros de Vizcaíno Casas y los de Eslava Galán.

PS. Por cierto, lo olvidaba: el libro tiene abundancia de material gráfico de la época, tanto en el texto como en cuadernillos aparte en couché con imágenes que no solamente apoyan e ilustran la narración sino que, en muchos casos, son una joya en sí mismas. La iconografía de aquel tiempo absurdo, que hubiera sido divertido de no haber estado basado en el hambre, el terror y la densa imbecilidad de los gobernantes, curas incluidos, es extraordinariamente significativa.